domingo, 1 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto -Capítulo 19




A la mañana siguiente nos levantamos tarde. Había parado de nevar y la máquina quitanieves había despejado la carretera, por lo que pudimos emprender el viaje de regreso a Madrid sin mayor dificultad. Yo me sentía confundida. No sabía buscarle un significado a lo ocurrido aquella noche, ni por mi parte ni por la suya. No creía estar enamorada de Ángel, pero tenía que admitir que me sentía bien a su lado y que sus caricias y sus besos me habían emocionado. Tampoco pensaba que él lo estuviera de mí. Recordé que un día me había dicho que le gustaba pasar un rato con las chicas que le atraían si ellas se prestaban, sin más compromisos. Respetaba su manera de pensar, pero yo no deseaba ser el juguete de nadie, y menos de él, pues lo consideraba un buen amigo y estaba segura de que entrar en esa dinámica no haría otra cosa que estropear nuestra amistad.

Así pues el viaje de vuelta a la ciudad transcurría en silencio, roto de vez en cuando por algún comentario suyo sin importancia al que yo contestaba con monosílabos. Iba sumida en mis cavilaciones y no tenía demasiadas ganas de hablar.

Paramos a mitad de camino para comer. Fue en aquel restaurante de carretera, sentados a la mesa, cuando nos decidimos a hablar de lo ocurrido.

-¿Qué te pasa, Irene? - me preguntó -Estás muy callada. ¿He hecho algo que te ha molestado?

Tardé un rato en responder, acaso porque no tenía la respuesta demasiado clara.

-Estoy un poco confusa, Ángel. Y no, no has hecho nada que me haya molestado, pero lo ocurrido esta noche... no sé qué pensar, no sé por qué ha pasado ni cuáles son mis sentimientos hacia ti.

Ángel sonrió, con aquella sonrisa suya que me cautivaba.

-A lo mejor tampoco hay que romperse tanto la cabeza ¿no crees? Lo pasamos bien, para mí fue una pasada y me encantaría repetir. ¿A ti no?

Me descolocaban sus palabras. Yo no estaba acostumbrada a tomarme el sexo tan a la ligera. Hasta aquel momento mis encuentros sexuales habían ido unidos siempre al amor que sentía por Miguel y jamás se me había pasado por la mente tomarlo como un juego, sin más. Puede que la actitud de Ángel fuera mucho más abierta, más moderna, incluso puede que fuera la correcta, pero yo no estaba habituada a esa manera de pensar, a esa actitud tan ligera ante una cuestión que yo consideraba importante.

-Pues no lo sé. Me lo pasé muy bien, me encuentro muy bien contigo siempre, y si lo pienso desde el corazón....volvería a repetir, pero....

-¿Pero qué? ¿No estás enamorada de mí? Eso ya lo sabía, pero créeme, ese no es más que un detalle sin importancia que yo estoy dispuesto a pasar por alto.

-¿Y tú de mí?

-Tampoco tiene importancia.

-No has contestado a mi pregunta. Ayer por la noche dijiste que me deseabas.

Ángel volvió a sonreír. Parecía que se tomaba a guasa aquella conversación y eso me molestaba un poco.

-Te deseé desde el primer día que te vi, me gustaste, me gustas, me encanta estar a tu lado, hablar contigo, disfrutar de mis momentos de ocio a tu lado. No puedes imaginarte cuántas veces he soñado contigo despierto, cuántas veces te hice el amor en mis fantasías, cuántas deseé ser ese Miguel del que tanto hablas. Supongo que ayer me atreví a dar un paso más porque estaba un poco ebrio, pero no me arrepiento. No sé si estoy enamorado de ti, Irene, pero lo que sí sé es que eres diferente a las demás chicas con las que he estado y que lo que siento por ti es algo nuevo que no había sentido nunca. Por otra parte soy bastante consciente de una cosa. Tú tienes en mente a ese hombre, a Miguel, y estoy seguro de que yo nunca podría competir con él. Pero hoy por hoy no quiero plantearme más historias, me gustas y también me ha gustado acostarme contigo. Ya está.

Miguel.... mi Miguel, ¿por qué no conseguía olvidarle? Despojarme de su recuerdo sería lo mejor que me podría ocurrir, pero era tan difícil. Sin Miguel yo podría enamorarme de Ángel, sin duda alguna, pero mi corazón se aferraba con uñas y dientes a una quimera que yo no sabía apreciar como tal. Hacía más de diez años que no le veía y la gente cambia. Seguramente ya no sería el mismo Miguel que yo había conocido y del que me había enamorado, pero me empeñaba en conservarlo vívido dentro de mí, en proteger su recuerdo en mi memoria.

-Nunca me gustaron los compromisos, Irene, me parece que son una forma más de limitarte la vida y la libertad, aunque sé que a veces son necesarios. Y sin embargo... alguna vez imaginé como sería mi vida a tu lado, formar una familia, tener hijos... y no me pareció mala idea. No sé si con toda esta perorata que te acabo de echar te he dejado las cosas claras.

-Pues.... supongo que sí.

El camarero se acercó a la mesa y nos ofreció los postres.

-Yo quiero tarta de chocolate – dijo Ángel – y mi novia seguramente también, que le gusta mucho.

Me guiñó un ojo y yo sonreí. Él tomó mi mano por encima del mantel y me la acarició.

-La verdad es que no suena mal eso de llamarte mi novia. Eres un cielo Irene.

-Bueno, a lo mejor ahora debería ser yo la que me sincerara contigo...

-No es necesario. Te conozco bien y creo que sé cuáles son tus sentimientos. Sigues enamorada de ese hombre. Yo no lo entiendo, pero lo respeto. Quizá algún día llegues a sentir algo bonito por mí.

-Ya siento por ti algo bonito. Eres mi mejor amigo.

-Bueno... pues por algo se empieza. Y si quieres que en algún otro momento sigamos disfrutando del sexo como lo hicimos esta noche, yo estaré dispuesto; y si no lo estás.... pues no pasa nada, tan amigos.

El camarero trajo la tarta y Ángel probó un trozo.

-Realmente deliciosa- dijo – como tú.

*

Lo cierto es que aquella noche tardó en repetirse, y lo cierto es igualmente, que cuando se repitió ya fue con mucho más sentimiento de por medio. Después de nuestro glorioso primer encuentro sexual y nuestra conversación para intentar dejar las cosas claras, Ángel y yo actuamos como si nada hubiera ocurrido, es decir, seguimos siendo buenos amigos, sin más. Ninguno volvió a mencionar aquel momento, ni insinuó nada al otro sobre la posibilidad de que ocurriera de nuevo. Cada uno volvió a sus ocupaciones. Ángel venía a verme alguna tarde, al salir de su trabajo, como siempre. Yo iba a comer con él y con su madre todos los domingos. A veces salíamos al cine o a dar un paseo por El Retiro o por el Parque del Oeste, a tomar unas cañas a la Plaza Mayor o a la piscina en el verano. Todo transcurría de forma apaciblemente rutinaria, aunque mi cabeza en ocasiones era un hervidero de ideas, pensamientos y reflexiones y a la conclusión que llegaba era casi siempre la misma: tenía que olvidarme de Miguel. Ángel representaba el futuro, una existencia apacible y a la vez cargada de sorpresas; un hombre bueno, cariñoso, de ideas modernas y abiertas, y sobre todo, un hombre real y no una quimera envuelta en aromas del pasado.

El empujón definitivo que necesitaba nuestra “no relación” vino de la mano de Jon, el nuevo profesor de inglés que llegó a mi colegio con el comienzo del curso. Jon era un muchacho tímido, medio bohemio, de apariencia descuidada y rostro dulce, que trajo a las alumnas de cabeza desde el primer día que pisó el colegio, aun en contra de su voluntad. También desde el primer día conectó conmigo, aunque no sé bien el motivo, puesto que nuestras parcelas eran bastantes diferentes, yo enseñaba a mis pequeñajos, y él era el profesor de inglés de los mayores. Supongo que fue por afinidad de edades. La plantilla de profesores era bastante añeja y nosotros dos éramos jóvenes, tal vez el aire fresco que aquel colegio de barrio necesitaba. Jon me hizo partícipe desde el primer día de sus ideas innovadoras para implicar a los chiquillos, para ofrecerles conocimientos de manera amena y divertida. Una de sus propuestas, acogida con entusiasmo por alumnos y profesores, fue la de editar una revista mensual en la que los chicos pudieran participar con sus obras, dibujos, fotografías, artículos, poemas, relatos y cualquier otra cosa susceptible de ser publicada. A mí me encantó la idea y me ofrecí para coordinar la participación de los más pequeños que, por supuesto sería fundamentalmente en forma de dibujos y trabajos manuales. Así, de esa manera, Jon y yo comenzamos a fomentar una relación profesional que derivó en una agradable amistad, y que, sin yo quererlo, despertó los celillos dormidos de Ángel.

Ocurrió que una tarde a la salida de su trabajo, como tantos otros días, Ángel pasó por mi casa para charlar un rato y tomar un café. Allí se encontró con Jon, con el que me había reunido para ultimar algunos detalles sobre la inminente publicación del primer ejemplar de la revista del colegio. En el preciso instante en el que llegó Ángel, habíamos hecho una pausa en el trabajo y nos encontrábamos, precisamente, tomando un café. Por supuesto invité a Ángel a compartirlo con nosotros. Al principio aceptó, pero pronto me di cuenta de que Jon no era de su gusto. Apenas participaba en la conversación y le miraba de manera casi siniestra. En cuanto terminó el café se levantó para marcharse.

-¿Ya te vas? - le pregunté – Jon y yo terminamos enseguida.

-No os preocupéis, no quiero interrumpiros. Ya nos veremos en otro momento.

-Pero Ángel... no nos interrumpes, estamos a punto de terminar. Además, hoy es viernes ¿no vamos a salir a dar una vuelta?

-No, hoy estoy cansado, ya nos veremos, hasta pronto.

Le dije adiós y mirando a mi compañero de trabajo me encogí de hombros.

-Pero ¿qué mosca la habrá picado? - pregunté casi para mí misma.

-Me temo que no le ha gustado demasiado encontrarme aquí – dijo Jon sonriendo – se le notaba un poco celoso.

-¿Tú crees? - pregunté sintiendo una satisfacción desconocida.

-Estoy casi seguro de ello, pero puedes decirle que se esté tranquilo. Te voy a contar un secreto, soy gay.

Le miré asombrada y creo que abrí mucho los ojos. En aquella época, hace ya unos cuantos años, no se trataban esos temas con la misma naturalidad que hoy en día.

-¿De veras? Pues no se te nota nada.

Nos echamos y reír y finalizamos nuestro trabajo. Mientras yo le daba vueltas a los supuestos celos de ángel. Y descubrí que me gustaba que los sintiera.

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