domingo, 29 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 38

 



Dos días después Miguel apareció por casa. Era de noche y yo estaba a punto de meterme en la cama.

-¿Puedo pasar? - me preguntó cuando abrí la puerta.

-Me iba a acostar – le respondí – no sé si...

-Por favor Irene, déjame entrar, necesito hablar contigo, tengo tantas cosas que decirte....

Dos noches atrás, en la playa, cuando se acercó a mi lado y acabé echándolo, estaba absolutamente convencida de que no deseaba escucharle, pero aquella noche me cogió con la guardia bajada y su mirada suplicante me desarmó. Así le dije que sí, que podía pasar, e incluso le ofrecí un café o un refresco.

-¿Te acuerdas de aquella limonada que tenía mi madre preparada en la nevera todos los veranos? - me preguntó antes de contestarme - ¡Cómo te gustaba bebértela cuando eras una niña! Al regresar de la playa te tomabas una jarra entera.

Su recuerdo consiguió arrancarme una sonrisa.

-Claro que me acuerdo. Me acuerdo tanto que todos los veranos hay limonada en mi nevera, como la que hacía tu madre. ¿Quieres?

-¡Oh, por supuesto!

Fui a la cocina y regresé al salón con dos vasos de limonada. Miguel bebió un sorbo de la suya.

-¡Dios mío! ¡Qué recuerdos! Me parece haber retrocedido veinte años en el tiempo.

Me senté a su lado y también yo bebí un sorbo de mi limonada.

-Sí, Miguel, veinte años, que se dice pronto. Qué feliz era yo por aquel entonces, sin problemas, sin preocupaciones... contigo a mi lado... Me parecía que el mundo era perfecto y que no dejaría de serlo nunca. Lástima que todo se derrumbara de la forma en que lo hizo.

Miguel posó su mano izquierda en mi rodilla.

-Lo siento, princesa, siento que todo haya salido mal por mi culpa.

-No fue culpa de nadie, Miguel, fue la vida misma, que es así de perra. A lo mejor tú y yo no estábamos hechos para estar juntos. Ahora ya nada tiene remedio.

-Claro que lo tiene – hice ademán de interrumpirle, pero no me lo permitió – por favor, Irene déjame hablarte. Tengo que contarte todo lo que tengo aprisionado dentro de mi pecho. Ya te dije en su momento que no había sido fácil separarme de ti, yo también lo pasé mal, te eché de menos y me maldije a mí mismo por no haber luchado más.

-Eso ya me lo has dicho. Pensé que me ibas a contar algo nuevo.

Miguel me miró fijamente a los ojos, en silencio, durante unos instantes.

-En realidad yo sólo vengo... sólo vengo a suplicarte. Cuando estuvimos juntos la otra vez y regresé a casa, supe que nada iba a ser como antes. Ella era una buena chica, pero no era como tú.

-¿Por qué hablas de ella en pasado?

-Porque ya se acabó. Se acabó desde el momento en que le hablé de nuestro encuentro. Le conté lo nuestro, nuestra historia, y me dijo que no te podía abandonar, que tenía que luchar por ti. Era ella la que me animaba a hacer las pruebas, la que insistía, aunque yo le decía que no merecía la pena, que había pasado mucho tiempo y que no tenía sentido intentar recuperar lo que ya seguramente no sería lo mismo. Así que un día se armó de valor y llevó ella misma las muestras al laboratorio, sin que yo lo supiera, y fue ella misma también la que un día me puso el sobre en la mano con los resultados. Yo no sabía nada y cuando los leí.... no sé lo que sentí. Me miraba con ojos tristes y acuosos. Yo sabía que estaba a punto de llorar, y sabía también cuánto le había costado llevar a cabo semejante acto de valentía. Sólo por eso me convencía de que no podía abandonarla. Pero después leí aquel papel amarillo y entonces te vi a ti y.... quise regresar a tu lado, volver a vivir la última noche, despertar a tu lado, desayunar juntos... compartir contigo tantas cosas que la vida nos había negado. No me hizo falta, sin embargo, tomar decisión alguna. Al día siguiente ella ya no estaba. Me dejó una escueta nota en la que me decía que desde siempre había sabido que seguía enamorado de ti y que no tenía sentido que siguiéramos juntos, que te buscara, que fuera feliz a tu lado y eso estoy haciendo.

-¿Porque te lo ha dicho ella o por convencimiento propio?

-¡Eh, vamos, Irene! No te pongas a la defensiva. Sabes perfectamente la respuesta, me conoces bien.

-Eso creía, pero ha pasado mucho tiempo, como bien has dicho, y tu reacción de la última vez me demostró que no te conozco tanto como pensaba. Y es lógico, los años a veces nos hacen ver la realidad de forma distorsionada. Durante todo el tiempo en que no he sabido nada de ti no he dejado de dar vueltas en ningún momento a un imaginario reencuentro, pensando que todo iba a ser igual que antes, conservando una ilusión que cada vez se hacía más eso, ilusión, y se alejaba de la realidad. Cuando te vi en Barcelona esa realidad se mostró de repente. Yo no pintaba nada ya en tu vida de médico prestigioso.

-Eso es una tontería. Yo ya era médico cuando desaparecí de tu vida. Si hubiéramos continuado juntos, lo hubiera seguido siendo. Irene... estar contigo ha sido lo mejor que me ha ocurrido en la vida y no fue nada fácil. Yo tenía la impresión de estar robando tu niñez, secuestrando la juventud que apenas habías comenzado a vivir. Luché lo indecible por alejar mis fantasmas, por no verme a mí mismo como un degenerado. Nunca lo conseguí del todo... y después lo de ser hermanos... tener que marcharme lejos de ti... ¿No crees que nos merecemos recuperar lo perdido?

Fijé la vista en el suelo y sacudí alguna mota de polvo inexistente en mi pijama azul. No sabía bien qué respuesta darle. Tal vez tuviera razón, una segunda oportunidad se la merece todo el mundo, pero no estaba segura de que fuera a salir bien, aunque bien pensado, ¿quién me podía garantizar que cualquier relación que tuviera iba a salirme bien? Sin ir más lejos, yo había pensado que lo mío con Javier era definitivo, y sin embargo acabó de la manera más hiriente, regresando él con aquélla de la que se quería separar.

-Supongo que sí – respondí finalmente – supongo que mereceríamos recuperar lo perdido, pero... no estoy segura de nada y en todo caso... las cosas no se pueden hacer así, de pronto. Si queremos volver, que sea poco a poco, seguros de lo que hacemos. Miguel me dolió tanto que después de nuestra última noche te fueras así, sin mostrar el menor interés por averiguar si de verdad éramos o no hermanos... que ahora no sé si confiar en ti. Así que, por favor, dame tiempo para digerir todo esto. Necesito pensar, analizar la situación y obrar en consecuencia y....meditar todo ello en soledad.

Miguel se acercó más y alargando su brazo me acarició la mejilla. Me turbó volver a sentir el tacto de aquella piel tan conocida y tantas veces añorada. Cerré los ojos y disfruté del momento.

-Eso quiere decir que aún queda un resquicio para la esperanza. - dijo.

-Tal vez, Miguel, tal vez. Sin embargo me gustaría estar sola durante un tiempo. Quiero sentirte lejos y ver... si realmente te echo de menos ahora que sé que me quieres.

-Está bien, haré lo que tú digas, todo lo que tú digas con tal de volver a tenerte. Mañana mismo marcho a Sevilla, pero por favor, llámame.

Asentí con la cabeza mientras Miguel se levantaba y se disponía a marcharse. Le acompañé a lo largo del pasillo, hasta la puerta. Una vez allí nos despedimos con el propósito de volver a vernos lo más pronto posible.

-Te quiero, princesa – me dijo, y me besó en los labios.

Cuando se fue me apoyé en la puerta durante unos segundos y llevé mis dedos a la boca que acababa de besar. Sentía una sensación de felicidad que me parecía inexplicable.

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