sábado, 28 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 37

 



Aunque en el fondo sabía que aquello podía ocurrir, escucharlo de la boca de aquella mujer que no dejaba de ser una extraña me produjo una profunda sensación de desencanto, de soledad, de tristeza y de abandono. Javier era un cobarde, un ser débil, un pusilánime, una persona que yo no deseaba tener a mi lado, pero había comenzado a quererle y me dolió no sólo su marcha, sino su cobardía.

-Y todo esto ¿por qué no me lo ha dicho él? ¿Acaso no piensa dar la cara en ningún momento?

-Irene, él no sabe que yo estoy aquí. Pero he querido venir porque así las cosas serán más fáciles, tanto para ti, como por supuesto para él.

-¿Para mí? ¿Te parece que será más fácil para mí saber que mi novio me abandona de boca de la que llevaba camino de ser su ex esposa?

-No olvides que cuando me abandonó a mí lo hizo a traición, desapareciendo del mapa casi de un día para otro. Javier no tiene valor para enfrentarse a la gente y menos a la gente que quiere.

-Vaya, es un consuelo saberlo. Pues nada, creo que lo mejor es que le digas de mi parte que no venga por aquí, total, yo ya sé que me va a dejar y de verdad que no tengo muchas ganas de verle. Y tú también puedes marcharte. Hala, vete.

Lola no dijo más nada. Se levantó y salió de la casa, dejándome sola, desconcertada, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Cuando me hube calmado un poco comencé a pensar en el discurso que le soltaría a Javier cuando se presentara en mi casa, pues estaba claro que a pesar de haberle dicho a Lola que no quería verle más, lo normal sería que por deferencia al tiempo que habíamos pasado juntos, Javier se presentara a decirme personalmente que lo nuestro había terminado.

Pero pasó un día, y dos, y tres, y una semana entera y Javier no apareció. Entonces me derrumbé. Durante aquellos días había estado esperando su aparición con ansia, deseando que llegara el momento de tenerle a mi lado y soltarle todo lo que llevaba dentro, pero al ir pasando el tiempo me di cuenta de que no iba a volver, de que había salido de mi vida de puntillas, en silencio, sin despedirse y sin la menor consideración hacia mí. Una noche de aquellas, al meterme en la cama y ser consciente de mi soledad, rompí a llorar como nunca lo había hecho, con rabia, con desesperación, con impotencia. Eran unas lágrimas provocadas por el fracaso, por el desamor, por la sensación de desesperante soledad que sentí cuando supe que una vez más el amor se había alejado de mi vida. Y sin demasiado sentido Miguel volvió de nuevo a mis pensamientos, mis años de adolescencia a su lado, el amor, el amor verdadero del que habíamos disfrutado cuando estuvimos juntos.

Fueron unos días extraños, en los que me pareció no estar viviendo una vida real, pues me parecía imposible que tanta desdicha pudiera afectar a una sola persona y que esa persona fuera yo. Jamás me sentí más desgraciada que cuando Javier salió de mi vida sin despedirse.

Una tarde Violeta vino a visitarme. Sabía lo que había ocurrido, yo se lo había contado días atrás. También le había rogado que me dejara tranquila durante unos días, que quería estar sola y pensar en mi futuro, cosa que mi amiga entendió y respetó, por eso me pareció extraña su visita.

-Vengo porque tengo algo importante que decirte. Bueno... no sé si es importante, en todo caso creo que debo ponerte sobreaviso.

-¿Sobreaviso? ¿De qué?

-Irene, Miguel está en el pueblo. Le vi hace dos días.

-¿Dónde? ¿Estás segura de que era él? ¿Hablaste con él?

-Sí, hable con él, y me preguntó por ti. Le vi en el puerto, casualmente yo estaba sentada en la misma terraza que la otra vez y pasó por allí. Fue él el que me vio a mí y se acercó a hablarme. Intercambiamos las típicas palabras de saludo y poco más, ni siquiera me dijo qué hacía en el pueblo, lo que sí me dijo fue que quería verte. Yo me permití la libertad de comentarle que no estabas pasando un buen momento. No sé si hice bien, pero en todo caso lo hice porque no estoy muy segura de que su presencia te haga mucho bien.

-La verdad es que no, no me apetece nada verle, entre otras cosas porque entre los dos todo terminó y no creo que tengamos ya mucho que decirnos. Violeta, creo que no estoy hecha para compartir mi vida con ningún hombre.

-Venga, Irene, no digas bobadas. Javier se portó contigo como un completo imbécil y Miguel fueron las circunstancias de la vida. Yo no sé por qué está aquí y comprendo que no tengas demasiadas ganas de verle, pero si vino a recuperar lo vuestro... a lo mejor deberías escucharle.

Las palabras de mi amiga me hicieron recordar a Ángel. Parecía que se hubieran confabulado para hacerme recuperar mi amor adolescente. Suspiré y miré a través de la ventana. Fuera el día daba paso a la noche a través de un cielo rojo y de las primeras estrellas. Y recordé aquel viaje a Menorca, aquel momento mágico en una cala perdida en que Miguel me hizo mujer... y supe que no eran más que recuerdos, tiempos pasados que no regresarían jamás.

-Miguel no me ama, Violeta. Él tiene ya otra vida, como yo tengo la mía, y seguro que le va mucho mejor que a mí. No sé a qué habrá venido al pueblo, seguro que tendrá algún asunto que arreglar.

-Pero me preguntó por ti.

-Supongo que es lo normal. ¿Cuándo le has visto?

-Hace un par de días.

-Pues si quisiera verme ya hubiera pasado ya por aquí ¿no crees?

Pero Miguel no había venido ni yo pensaba que fuera a venir. Y aquella noche, cuando Violeta se hubo marchado, salí a dar una vuelta por el pueblo por primera vez en muchos días. Hacía una noche estupenda y sentía que necesitaba que el aire acariciara mi cara de una vez.

Caminé por la arena durante un buen rato y cuando me cansé, ya caída la noche, me senté en la arena, en el rincón donde solía colocarme siempre que iba a la playa, y desde allí me dediqué a mirar el cielo y las estrellas, y a escuchar el rumor tranquilizador y relajante de las olas al romper en la orilla.

No sé cuánto tiempo estuve así, puede que fueran unos minutos o unas horas, embriagada por el aroma del mar y la luz de las estrellas, hasta que de pronto escuché su voz, esa voz que tenía clavada en mi mente a fuego.

-Buenas noches princesa. Es un placer verte de nuevo.

Miguel estaba allí, de pie, a mi lado, mirándome desde las alturas, sonriendo con su sonrisa arrebatadora.

-¿Puedo sentarme?

Me encogí de hombros y él se acomodó a mi lado, en la arena.

-¿No vas ni a saludarme siquiera?

-Hola, Miguel ¿qué haces aquí?

Le hable de forma brusca, de malos modos, dejando entrever que su presencia me irritaba, aunque en realidad no era así, bien al contrario, sentía cierta satisfacción de que por fin hubiera venido a verme.

-He venido a verte.

De nuevo sus palabras me hicieron sentir bien, aunque fue una sensación momentánea, después de lo ocurrido la última vez que nos habíamos visto, aquella frase podía significar cualquier cosa.

-¿Para qué? ¿Hay algún problema legal o de otra índole que debas resolver conmigo?

-Tal vez.

-Pues a ver, tú dirás.

Se mantuvo en silencio durante unos segundos, sopesando sus palabras.

-No pareces muy contenta de verme.

-Pues.... la verdad es que no sé si estoy o no contenta por verte. En todo caso comprenderás que después de nuestro último encuentro.... no fue muy afortunado. Así que no sé, Miguel, ahora mismo soy una maraña de pensamientos y de sentimientos y cada vez estoy más convencida de mi estado ideal es en soledad. Pero no has venido a hablar de eso, has venido a arreglar no sé qué, así que dímelo de una vez.

Sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y me lo tendió. Yo lo abrí con curiosidad, sin imaginarme ni por asomo lo que me iba a encontrar. Comencé a leer e inmediatamente me di cuenta de que eran los resultados de una prueba de ADN. Y entonces la rabia se apoderó de mí. Aún así leí hasta el final y cuando terminé le devolví la carta.

-¿Se puede saber qué significa esto? - le pregunté

-Vaya, parece que no te hace mucha gracia.

-Ninguna, no me hace ninguna gracia. Me parece una broma de muy mal gusto.

-Irene, no es ninguna broma.

-Pues yo no me hecho ninguna prueba.

-Sí que te las has hecho. La última vez que estuvimos juntos yo me llevé un pelo tuyo y con eso se hicieron las pruebas. Y ya ves, no somos hermanos.

-Ya. ¿Y eso qué importa a estas alturas? ¿Recuerdas? ¿Recuerdas nuestro encuentro después de quince años sin vernos? ¿Recuerdas la noche que vivimos y cómo después me dijiste que no nos íbamos a hacer las pruebas porque no volverías conmigo?

-Yo no dije eso.

-Oh no, es verdad, no con esas palabras. Pero da lo mismo. Aquella noche yo volví a vivir, Miguel, creí haber recuperado mis sueños, mi amor perdido, la vida que no me dejaron vivir y de pronto tú rompiste todo de una patada. No habría pruebas porque había otra mujer. Y ahora vienes con esto. ¿Qué te piensas que soy yo? ¿Una muñeca que puedes manejar a tu antojo? Seguro que sí, últimamente parece que es lo que piensa cada hombre que se acerca a mí.

Miguel me miraba desde su rincón en la arena con el semblante velado por el asombro. Supongo que no esperaba la bravura de mi reacción. No decía nada, como si el aluvión de improperios que le estaba cayendo le hicieran quedarse mudo.

-Mira, Miguel – continué – acabo de salir de una relación fallida. Después del desplante que me diste conocí a alguien con el que pensé que todo volvería a ser de color de rosa y me equivoqué. Y además hizo casi como tú, se largó con viento fresco y sin despedirse. Así que créeme que no estoy para tonterías.

Intentó cogerme la mano y yo la retiré bruscamente.

-Irene... Irene yo sé que... no me porté bien contigo, que hace mucho que no me porto bien contigo. Primero desapareciendo de tu vida cuando eras aun casi una niña, después no explicándote el motivo de mi huida y por fin acostándome contigo habiendo otra mujer. Pero todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Yo lo único que quiero es que me perdones, quiero recuperar esos quince años que estuvimos separados y volver a... amarte. En realidad no he dejado de hacerlo jamás.

Sus palabras no me conmovieron. Mi corazón había sido lastimado con demasiada frecuencia y se había vuelto duro como una roca. En aquellos momentos estaba segura de que lo que me convenía era la soledad, puesto que todos los hombres, todos, eran unos sinvergüenzas y unos aprovechados.

-Miguel, creo que lo mejor es que te vayas, que me dejes en paz y que me olvides.

-Tal vez sea lo mejor, pero yo no quiero, no quiero irme, ni dejarte en paz ni olvidarte.

-Pues me temo que tendrás que hacerlo.

-Pero, princesa... que no somos hermanos, que todos los temores que nos habían atenazado se han disipado.

-Me importa un pito. Vete, Miguel, vive tu vida y déjame a mí vivir la mía.

Durante unos segundos permaneció allí sentado, con la vista fija en la arena. Luego se levantó y antes de marcharse me dijo.

-No me voy a rendir, Irene, no puedo, no quiero. No voy a perderte de nuevo ahora que...

-Por favor, Miguel, déjame en paz. Vete. Nada de lo que estás diciendo tiene sentido.

Dio media vuelta y comenzó a caminar por la arena, hacia el pueblo. No volvió la vista atrás y yo no saqué mis ojos de su espalda. Cuando lo perdí de vista me levanté y me fui a mi casa convencida de haber hecho lo correcto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario