miércoles, 27 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 16

 


Volver a madrugar, a recorrer Madrid en metro mientras escuchaba música o leía un libro, volver a tratar con los chicos... todas esas cosas que daban sentido a su vida volvieron a estar presentes en septiembre, cuando el curso comenzó. La verdad era que ya estaba un poco harta de aquel verano ocioso que parecía no tener final. Necesitaba volver al trabajo para tener otra vez ocupada la cabeza.

El nuevo instituto estaba a dos paradas de metro, situado en un buen barrio, con modernas y amplias instalaciones. Pintaba bien. Si el alumnado era estudioso, con interés y tranquilo, ya sería el colmo de la felicidad. Y puede que lo fuera si no la estuviera esperando una desagradable sorpresa: la otra profesora de literatura era su ex amiga María. Cuando la directora las presentó apenas podía creer que el momento fuera real. Le parecía estar viviendo dentro de una pesadilla. Con lo grande que era Madrid que se la fuera a encontrar en el mismo centro de trabajo era una posibilidad que jamás se le había pasado por la mente. Pero allí estaba, delante de sus narices, con la misma cara de asombro que seguramente tendría ella misma, manteniendo el tipo como podía y saludándola con unas palabras ininteligibles antes de dar media vuelta y desaparecer de forma artificialmente apresurada. Marta, la directora, una mujer entrada en años, a punto de jubilarse, que había visto de todo entre los elencos de profesores con los que había tenido que bregar, se la quedó mirando con gesto de asombro y le preguntó si la conocía. Lucía asintió lentamente.

–Y me da la impresión de que no es precisamente amistad lo que hay entre vosotros – afirmó más que preguntó Marta.

–No precisamente – respondió Lucía.

–Pues siento decirte que compartís curso. Tendréis que poneros de acuerdo de vez en cuando para algún tema que os incumba. Es mi último año, te ruego que no me pongáis las cosas muy difíciles.

Lucía no pudo menos que sonreír ante el tono de súplica de la pobre mujer.

–No te preocupes – le contestó – Sé separar mi vida personal de la profesional. No será plato de buen gusto, pero me llevaré bien con ella. En aras a los viejos tiempos.

No estaba, sin embargo, muy segura de poder cumplir aquella promesa. Tener a María cerca significaba regresar a un pasado que necesitaba olvidar. No deseaba saber nada de su vida y mucho menos de la de Lázaro. Así se lo contaba a su abuela de regreso de su primera jornada de trabajo, mientras la mujer la escuchaba totalmente asombrada ante la absurda coincidencia que traería de nuevo infelicidad a su nieta.

–¿Y no se puede hacer algo? No sé... a lo mejor puedes pedir el traslado a otro instituto – propuso.

–Que va, lo único que puedo hacer es pillar una baja si veo que no puedo con la situación. Pero intentaré no hacerlo. No te preocupes abuela – dijo Lucía posando su mano sobre el hombro de la mujer – al parecer mi signo es luchar contra el pasado, pero ya sabes cómo soy. Tendré paciencia.

Así pues comenzó su andadura en el nuevo instituto. Le asignaron dos grupos de primero de bachiller y uno de segundo. Los otros dos grupos de primero eran para María. Afortunadamente el itinerario de las clases estaba señalado, tanto el temario como los libros que los chicos habían de leer, así que las cosas sobre las que, como había dicho la directora, debían de ponerse de acuerdo, eran mínimas. Se veían todos los días en la sala común de profesores. Allí era el lugar en el que Lucía se enteraba de detalles de la vida de su ex amiga y su ex novio que no le importaban en absoluto, pero es que María no había cambiado y siempre había sido de las que aireaba detalles de su vida sin importarle lo más mínimo que se convirtieran en temas de dominio público. Contaba a grito pelado la mala noche que les había dado el niño porque le estaban saliendo los dientes, o el maravilloso viaje que había hecho aquel verano con Lázaro a Isla Mauricio. Así Lucía supo que todo les iba muy bien y que eran muy felices. No paraban de hacer cosas, de salir los fines de semana aquí y allá, de viajar, aunque fuera al pueblo de al lado, en resumen, de disfrutar de una existencia de la que ella y Lázaro no habían disfrutado jamás porque al señorito no le apetecía. Aquello no era otra cosa que una muestra más de que su cariño llevaba tiempo fuera de combate. María había sido la guinda del postre, el empujón que necesitaba para abandonarla, nada más. Asumirlo no era plato de buen gusto, aunque en el fondo sentía que debía darle igual. Después de conocer a Pedro ¿qué coño le importaba Lázaro? Por ella podían irse de viaje al infierno. A veces pensaba que incluso estaría bien intentar un acercamiento a María y proponerle retomar la amistad perdida, a lo mejor así ella se daba cuenta de que la ruptura con Lázaro estaba más que superada y que le importaba un pimiento que fueran tan felices, es más, les deseaba que fueran mucho más felices todavía. Lo malo es que no le salía. Para que pudiera acercarse a María le faltaba un puntito de hipocresía y le sobraba demasiada sinceridad. Lucía no era buena actriz, nunca lo había sido sobre el escenario y mucho menos en la vida diaria.

Durante aquel tiempo se dirigieron la palabra en tres o cuatro ocasiones y de manera escueta, para comentar la lectura de algún libro o sincronizar el contenido de sus clases, y fuera de las historias que María contaba en la sala de profesores Lucía no sabía más sobre ella ni necesitaba saberlo.

A mediados de curso, pasadas las Navidades, Lucía se dio cuenta de que María no era la misma. Estaba pálida y ojerosa y ya no era la alegría de la sala común. Caminaba con paso cansado y en alguna ocasión Lucía creyó ver en su cara señales de haber estado llorando. Otros profesores también se dieron cuenta de aquel extraño y repentino cambio. Un día alguien le preguntó si estaba enferma y respondió que no, que tenía algunos problemas personales pero que estaba perfectamente sana. La directora le dijo que si lo consideraba necesario se podía coger una baja o al menos unos días de descanso, pero ella respondió que no, que necesitaba acudir al trabajo porque estar entretenida era la mejor forma de no pensar. Lucía intuyó que su ex amiga había descubierto la cara real de Lázaro. Pronto lo había hecho, no como ella que había perdido veinte años de su vida al lado de aquel impresentable.

Un poco antes de las vacaciones de Semana Santa el departamento de Lengua y Literatura organizó una salida al teatro con los chicos. María, la otra profesora de literatura y Lucía eran las encargadas de los alumnos, que se mostraron entusiasmados ante aquella pequeña fiesta que venía a poner un poco de luz en la rutina de las clases.

La función resultó interesante y entretenida. Nadie imaginaba lo que iba a ocurrir a la salida. María parecía más animada que de costumbre, tal vez un poco nerviosa y distraída, quizá fuera esa distracción lo que no le permitió ver el coche que venía a demasiada velocidad y que se la llevó por delante mientras los chicos estaban subiéndose al bus que los llevaría de vuelta a casa. El cuerpo de la mujer dio una voltereta en el aire y quedó tendido en el suelo en una postura imposible.

Lucía sintió una sensación extraña al ver a su antigua amiga en el suelo. De pronto desfilaron por su mente imágenes como fotogramas de los momentos felices que habían pasado juntas, y con un grito desgarrador corrió hacia ella olvidando todos los rencores que en aquellos momentos no tenían cabida en su corazón ablandado por la tragedia. Lucía se arrodilló al lado del cuerpo de María y posó su cabeza en el pecho de ella en un intento desesperado por escuchar los latidos de su corazón. Latía, sí, latía con fuerza, lo que quería decir que estaba viva. La gente comenzó a arremolinarse en torno a la accidentada, algunos de los alumnos gritaban y otros lloraban. Ruth, la otra profesora, intentaba calmarlos inútilmente. Lucía tomó las riendas de la situación. Llamó una ambulancia y le aconsejó a su compañera que llevara a los alumnos hasta el instituto y que allí diera la noticia del accidente.

–Yo iré con ella al hospital y os llamaré en cuanto sepa algo de su estado.

Así lo hizo. La ambulancia llegó pronto y se llevaron a María al hospital, donde tras un detallado examen, quedó ingresada con un par de costillas y un brazo rotos y un traumatismo craneoencefálico leve. Según los médicos había tenido mucha suerte, el golpe en la cabeza había sido amortiguado por su propio brazo.

Eran más de las doce de la noche cuando Lucía salió del hospital y dejó atrás a María. No sabía si habían avisado a sus familiares, suponía que sí, ella había llamado al instituto y la directora se había presentado poco después. Afortunadamente todo había quedado en un buen susto.

Los días siguientes fueron extraños. Lucía no sabía qué hacer. Tenía noticias de María por boca de los demás profesores, pero dudaba si debía ir a visitarla o no. Se acordaba de aquella sensación que la había envuelto cuando vio su cuerpo tirado sobre el asfalto, sin saber si estaba viva o muerta. En aquellos momentos poco había importado el enfado por el agravio cometido. En aquellos momentos María había vuelto a ser su amiga, la amiga de siempre con la que había compartido lo que jamás volvería a compartir con nadie. A lo mejor había llegado el momento de olvidar y comenzar de nuevo. Tal vez el accidente hubiera sido una señal para indicar que ya estaba bien de perder el tiempo en disgustos antiguos.

Así pues, una tarde Lucía se dirigió al hospital. Sólo esperaba no tener que encontrarse con Lázaro, en realidad no deseaba encontrarse con nadie. Quería que el momento del reencuentro fuera únicamente para ellas dos.

Cuando llegó, la puerta de la habitación estaba entornada. Los nervios hacían que su corazón latiera con fuerza. Dio unos golpes suaves y escuchó la voz de María que le indicaba que podía entrar. Lo hizo y la vio allí, frente a ella, postrada en la cama, llena de vendajes por todas partes. Se acercó lentamente sintiendo sobre sí la mirada escrutadora y asombrada de su amiga, viendo como sus ojos se volvían acuosos y una lágrima revoltosa e inquieta surcaba su mejilla erosionada por las heridas.

–Lucía – dijo con labios temblorosos.

Lucía se sentó en la cama, a su lado, y se fundieron en un abrazo que terminó con aquellos años de enojo.

lunes, 25 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 15

 



–Fue todo tan corto y la despedida tan dolorosa....Creo que lo que más me ha dolido es que con él sentía que por fin había encontrado al amor de mi vida y sin embargo...se me escapó.

Hacía dos días que Lucía había regresado a Madrid. Vivía en casa de su abuela y no sabía si se buscaría algo para ella o si se quedaría allí definitivamente. Ahora se daba cuenta de que se había precipitado un poco vendiendo su piso. A veces las cosas no salen como uno piensa y se tiene que regresar al punto de partida.

Aquella noche se encontraban ambas sentadas en el porche trasero de la casa, frente a la piscina, hablando de Pedro, de su próxima paternidad falsa y de su amor fallido.

–Te acuerdas abuela? Hace unos meses, por Navidad, una noche en la que también estábamos aquí sentadas y tú me animabas a luchar por el amor de Pedro. Luché...y perdí.

La abuela Soledad miró a su nieta con lástima. Realmente era una buena chica que no se merecía lo que le estaba ocurriendo. Pero a veces la vida es así de injusta y te da una de cal y otra de arena. Y parecía que en el terreno afectivo a Lucía le daba cal, mucha cal. Primero el impresentable de Lázaro y ahora este muchacho. Pero la abuela Soledad presentía que la historia que acababa de contar su nieta acabaría bien, que Pedro volvería a su lado cuando supiera que Natalia no estaba esperando un hijo, pues el egoísmo de esa chica no permitiría que se embarazara de verdad. No le dijo nada a Lucía para no darle falsas esperanzas. Tampoco le dijo que hacía apenas dos semanas que había visto a su antiguo novio por la calle, paseando feliz al lado de la que había sido su mejor amiga y con un bebé en un cochecito. En lugar de eso decidió contarle su propia historia, algo que jamás había confesado a nadie.

–Conocí a tu abuelo cuando yo apenas tenía diecisiete años. Había llegado al pueblo con sus padres, que regresaban de Cuba. Venían con dinero y aunque el muchacho no era muy guapo, sí era simpático, resultón y todas las mozas se lo rifaban. No sé lo que vería en mí, pero enseguida comenzamos a salir juntos, bueno salir.... hablar de vez en cuando a la salida de misa y dar un paseo los domingos. Unos meses después él conoció a otra chica y me dejó. Ella era muy diferente a mí, al menos físicamente y supongo que en su comportamiento también, yo era una chica acomodada, tranquila... y ella era mucho más extrovertida que yo. El caso es que al cabo de un año se dejaron y tu abuelo regresó a mí. Nunca quise saber por qué habían roto y durante un tiempo salí con él con ánimos de tomarme la revancha, aunque finalmente pudo más el amor que le tenía. Lo que quiero decirte con esto es que si el amor es de verdad siempre triunfa, Lucía, y Pedro seguro que regresará a tu lado.

–Pero en tu caso no había un hijo por el medio abuela – respondió Lucía con tristeza.

–En el tuyo tampoco.

Lucía suspiró y miró el reflejo de la luna en la piscina. Recordó aquella vez en Oporto, meses atrás, cuando una noche de luna llena, como aquella, Pedro le había hecho el amor sobre la alfombra blanca y mullida de aquel salón impersonal, comenzando un torbellino de sentimientos que había durado más bien poco.

–No sé por qué le quiero tanto – dijo – pero le quiero. Y me hubiera gustado estar a su lado el resto de mi vida. En fin, no voy a vivir de recuerdos, toca olvidar de nuevo. Me voy a la cama, estoy cansada.

La abuela Soledad se quedó un rato más. A ella también le gustaba mirar la luna reflejada en el agua de la piscina mientras pensaba. Se dio cuenta de que a su nieta le había quedado el móvil encima de la mesa y al cabo de un rato lo cogió. Sabía que no debía hacerlo y que si Lucía se enteraba volverían a estar a la greña, pero rebuscó entre sus contactos hasta dar con Pedro. Durante unos segundos no apartó la vista del número. La tentación de llamarlo estaba allí presente y la empujaba con insistencia. Miró el reloj. Era demasiado tarde. Anotó el número en su propio móvil y después ella también se fue a la cama.

*

Aquel fue un verano inusual para Lucía, marcado por su regreso, por la melancolía, por el recuerdo del amor fallido de Pedro y de la ingratitud de Jorge, por los calores extremos que inundaron Madrid durante aquellas semanas. Su abuela le decía que contactara con sus antiguas amigas y que se apuntara con ellas a algún viaje, aunque fuera corto, al menos le serviría para alejarse de una ciudad desierta y distraerse de sus nostálgicos pensamientos. Pero las amigas que Lucía había tenido en el pasado se encontraban desperdigadas por el mundo. Casi ninguna vivía en Madrid, salvo María, a la que desde luego no pensaba acudir.

Un atardecer de agosto, sentada en una terraza de la Gran Vía, la vio de lejos. Iba empujando el cochecito de un bebé. Lucía supuso que sería hijo suyo y de Lázaro. Seguramente formaban una familia feliz, igual a la que en un futuro próximo formarían Pedro y Natalia con su retoño. Recordó sus años de adolescencia y juventud al lado de María y sintió una punzada de añoranza. Se habían conocido en el colegio, cuando los padres de su amiga habían llegado a Madrid para trabajar, procedentes de un pueblo de Andalucía. Ella era una chica simpática y y habladora, con un carácter extrovertido pero a la vez tranquilo, muy parecido al de Lucía. Tal vez por eso se hicieron amigas tan pronto, por eso y porque descubrieron que tenían muchas cosas en común. Se podían pasar horas hablando de libros, de música, de cine o de chicos sin que se cansaran de estar juntas. El segundo verano María la invitó a conocer su pueblo andaluz y allí pasó Lucía unos días de vacaciones junto a la familia de su amiga, que casi se convirtió en su propia familia, antes de marchar con la propia al pueblo de Galicia. Luego, cuando Lucía se hizo novia de Lázaro, María comenzó a salir con un chico llamado Ernesto con el que llegó a estar casi dos años. Pero era demasiado inquieta como para aguantar mucho al lado de un hombre. Decía que le asustaban los compromisos y que con el tiempo los hombres acababan convirtiéndose en unos personajes aburridos que sólo se interesaban por el sexo, por beber cerveza y por ver fútbol en la tele. Lucía pensaba que lo único que le ocurría era que no había encontrado el hombre adecuado. Y mientras que no lo encontró fueron felices con esa amistad tan plena y cómplice que mantenían. Hasta que ocurrió lo que ocurrió. Jamás pensó que entre su novio y su mejor amiga pudiera haber algo más que una simple amistad. Es más, siempre había pensado que a Lázaro no le caía demasiado bien María. Al principio se quejaba de que siempre iba con ellos a todos lados y no les dejaba momentos de intimidad. Con el tiempo llegó a tratarla con una casual indiferencia que al parecer no era tal. Tal vez fuese una pose estudiada para esconder la verdadera relación que mantenían.

Lucía tomó un sorbo de su cerveza y pensó que poco tiempo después ella había pasado a ocupar con respecto a Natalia el mismo lugar que María había ocupado con respecto a ella y se sintió mal. Siempre se sentía mal cuando aquellas reflexiones le venían a la mente, porque llegaba a la conclusión de que ella no era mejor que su antigua amiga. Claro que en su caso había llevado las de perder. Apartó de su cerebro aquellas cavilaciones que, afortunadamente, ocupaban cada vez menos su cabeza, y pensó que dentro de apenas un mes, cuando el curso comenzara, la vida le daría la oportunidad de conocer a gente nueva que le ayudaría a pasar página y comenzar de cero de verdad y de una vez. No sabía que una sorpresa especial le esperaba en aquel instituto de barrio.

*

Una semana antes de comenzar el curso recibió una inesperada llamada. Cuando el móvil sonó y vio el nombre de Jorge reflejado en la pantalla dudó si contestar. Finalmente lo hizo cuando la comunicación estaba a punto de cortarse.

–Hola Jorge – dijo sin atisbo alguno de entusiasmo.

–Hola Lucía.... ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Hace tiempo que no sé de ti y me dije.... voy a llamarla.

No sabía a qué le sonaban aquellas palabras, tal vez a arrepentimiento. Lucía nunca había sido especialmente rencorosa y estaba dispuesta a perdonar la afrenta de Jorge, aunque estaba segura de que le costaría retomar la complicidad de antaño. El el fondo daba un poco igual. Ahora él estaba a muchos kilómetros y seguramente el tiempo y la distancia acabarían haciendo que su amistad quedara de nuevo latente, como había permanecido todos aquellos años.

–Bueno, estoy todo lo bien que se puede estar dadas las circunstancias. Dos fracasos sentimentales en tan poco tiempo no son plato de buen gusto. Pero resistiré, para seguir viviendo, como dice la canción.

Se escuchó una leve risa al otro lado.

–Y tú por Bolonia ¿Qué tal?

Jorge le contó su nueva vida en Italia, lo feliz que se sentía con su nueva ocupación, lo maravillosa que era la ciudad y la gente nueva que había conocido. Al despedirse le habló de la pareja que ambos habían dejado atrás.

–Pedro no sabe que Natalia no está embarazada. Bueno al menos no lo sabía. Aunque al parecer ella está empeñada en quedarse...

–Jorge, déjalo. Ya me sé la historia, no hace falta que me cuentes más ni quiero saber nada de la vida de esos dos. Pedro ya hizo su elección y de nada me vale pensar en él ni saber de su vida.

–Es que me siento un poco culpable de todo lo que está ocurriendo.

–Pues no te sientas. Olvida todo y tan amigos Jorge. De verdad que no merece la pena.

Se despidieron con mucho más afecto del que sintieron cuando comenzaron aquella corta conversación. Lucía se sintió un tanto aliviada. No sabía que aquella mejoría en su ánimo sería sólo momentánea.



sábado, 23 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 14

 


El lunes Lucía acudió al instituto arrastrando la tristeza de todo el fin de semana, sabedora de que se iba a encontrar con Pedro y temerosa de lo que él pudiera decirle. Esta vez fue ella la que intentó esquivarlo durante la mañana, y a la hora del recreo sacó un café de la máquina y se fue al banco del paseo. Hacía una preciosa mañana de primavera. Faltaban solo dos semanas para terminar el curso y tenía que reconocer que le daba pena dejar aquello y regresar de nuevo a Madrid. Había llegado con tantas ilusiones, con tantas esperanzas... pero nada había salido como había pensado. En realidad no había pensado nada, no tenía ningún proyecto salvo dar clase y olvidar su anterior vida con Lázaro. En sus planes no entraba la posibilidad de encontrar el amor de nuevo y sin embargo.... lo había encontrado y ahora amenazaba con írsele de las manos y dejarla sumida en el desencanto.

Escuchó unos pasos que se acercaban a su espalda y supo que era él. Su corazón comenzó a latir de manera acelerada y sintió que no podía respirar. Cerró los ojos y con esfuerzo llenó de aire sus pulmones. Pedro se sentó a su lado y ella abrió los ojos y le miró con infinita tristeza.

–Lo siento – dijo él – Lo siento Lucía, te juro que yo no sabía nada.

No, claro que no lo sabía, de eso estaba ella absolutamente segura.

–Me... me hace sentir mal pensar que.... que a ella también te la follabas – dijo con rabia.

–Por favor, no seas soez, no es tu estilo.

–Vaya, ahora resulta que soy soez porque le llamo a las cosas por su nombre. Pues lo siento Pedro, pero me fastidia enormemente pensar que la has dejado preñada mientras te acostabas conmigo, a pesar de que no tengo derecho, el derecho lo tenía y lo tiene ella. Pero bueno, supongo que la situación es... inevitable.

Quedaron en silencio durante unos segundos. Lucía miraba el mar como queriendo despedirse de él y Pedro miraba la hierba y jugueteaba con la punta del zapato en la tierra.

–¿Qué va a pasar con nosotros, Pedro? – se atrevió a preguntar Lucía.

–No lo sé – contestó él al cabo de unos segundos – Yo te quiero, mi amor por ti no ha cambiado nada pero.... ese niño...

Lucía se levantó del banco con pena, con la misma pena que la había llevado hasta allí. Decidió que hablaría con la dirección del Instituto para poder adelantar su regreso a Madrid, estaba claro que allí no pintaba nada.

–No me hace falta más respuesta – dijo – en el amor no puede haber ningún “pero”. Quédate con Natalia y con tu niño y sé muy feliz.

*

Tres días después Lucía hacía las maletas para regresar a Madrid. Había pedido permiso en el instituto y el director no le había puesto problema siempre que dejara la evaluación final lista. Había dedicado aquellas tres jornadas a ultimar los detalles de su trabajo y ahora sólo le quedaba recoger sus cosas y regresar al lugar del que no debió haber salido nunca.... o sí. Se sentó en la cama con una sensación de derrota que se difuminó casi al instante al pensar en Pedro. Y es que contrariamente a lo que le había ocurrido con Lázaro, la ruptura con Pedro no le provocaba odio, sí dolor, pero no odio, más bien al contrario. Se marchaba a Madrid con el corazón lleno de amor, de ese amor con el que siempre había soñado y que había encontrado en aquel muchacho tierno, tímido, cariñoso. A pesar de los años transcurridos al lado de Lázaro, Pedro era el amor que había estado esperando desde siempre, pero apenas le había dado tiempo a disfrutarlo. Se le escurría de las manos por una causa mayor y ella debía de retirarse en silencio, sin escándalos.

A pesar de la calma que sentía no pudo evitar que las lágrimas llamaran a la puerta de sus ojos y pasaran sin llamar. Para distraerse un poco decidió salir a dar un paseo. Se puso su chandal rosa y bajó las escaleras despacio. Escuchó voces en el garaje. Era Jorge, que acababa de llegar de trabajar. Hablaba demasiado alto y a Lucía le dio la impresión de que regañaba con alguien. Se acercó a la puerta que daba a las escaleras del garaje y escuchó.

–No voy a ser tu cómplice, Natalia, no lo voy a hacer. Tu plan me parece una locura.

Al oír nombrar a Natalia, Lucía escuchó con más atención. Cómplice de una plan, decía Jorge, ¿de qué plan?

–Que no, Natalia, que no, que esas no son maneras. Si no estás embarazada tarde o temprano se va a descubrir y después será mucho peor. ¿Acaso te crees que Pedro se va a quedar a tu lado cuando descubra tu mentira? No se puede obligar a nadie a amar y lo único que conseguirás es hacerle infeliz, a él y a unas cuantas personas más.

Lucía no quiso seguir escuchando. Se alejó de la puerta y se apoyó en la pared. Un ligero mareo nublo su mente y tuvo que reprimir un vómito. Natalia estaba fingiendo su embarazo y Jorge lo sabía. Pero ¿con qué clase de gente estaba? Ni siquiera Jorge era un hombre cabal, era un miserable que se prestaba a un juego atroz.

La puerta se abrió de repente y apareció Jorge. Al ver a Lucía allí, frente a él, apoyada en la pared, se paró en seco y se la quedó mirando. Enseguida supo que lo había oído y no se le ocurrió nada que decir.

–Eres un miserable – le dijo ella – ¿Cómo has podido?

–No es lo que parece. Yo no quería... tú me has escuchado hablar con ella.

Ella no le respondió. Salió de la casa y enfiló camino abajo. Caminó con prisa y con ansia, hasta que llegó a la playa y se sentó en la arena. Su corazón latía con fuerza y se tomó un tiempo para calmarse. Estaba sola y oscurecía. Cuando se sintió más tranquila sacó su móvil del bolsillo y marcó el teléfono de Pedro. No había vuelto a hablar con él desde su “despedida” en el banco del paseo, a pesar de que se habían visto alguna vez más en el instituto. Puesto que él había tomado la decisión de permanecer el lado de Natalia, y ella la de regresar a Madrid, Lucía creyó que tener el mínimo contacto sería lo mejor. Por eso no lo había llamado ni se había acercado a él. Él tampoco lo había hecho. Sin embargo ahora tenía que contarle la conversación que había escuchado, aunque tal vez no sirviera para nada.

El teléfono sonó cinco veces antes de escuchar la voz de Pedro al otro lado de la linea.

–Hola, Lucía, ¿cómo estás?

–Ha tenido tiempos mejores – respondió ella, sintiendo un escalofrío al volver a oír aquella voz que tanto la seducía – Pedro, tengo algo que decirte.

–Lucía... es mejor no dar más vueltas al asunto, de veras. Ya no hay remedio.

–Es que me he enterado de algo que tienes que saber....

–Por favor, Lucía. No lo hagas más difícil. Te quiero, no te puedes imaginar cuánto. Jamás serás capaz de comprender todo el amor que guardo para ti en mi corazón, pero no puedo dejarla ahora. Ese niño necesita un padre y yo también lo necesito a él.

–Pero...

–Adiós Lucía. Sé feliz. Ojalá algún día volvamos a vernos y puedas perdonarme todo el daño que te estoy haciendo. Te juro que yo no quería.

La línea se cortó sin más y Lucía comprendió que todo estaba perdido. Él no deseaba escucharla y era probable que si se decidiera a hacerlo no la creyera. Se levantó de la arena y se sacudió la ropa. Había perdido la guerra y no le quedaba más opción que la retirada.

Regreso a la casa arrastrando su fracaso, ya sin fuerzas para llorar. Allí la esperaba Jorge que, suplicante, le pidió perdón nada más verla entrar, como si la estuviera esperando exclusivamente para ello.

–Por favor, Lucía, tienes que creerme. Cuando Natalia me contó su plan no pensé que lo fuera a poner en práctica. A mí tampoco me gusta lo que está haciendo.

–Déjalo, Jorge, no te esfuerces. No me interesa nada de lo que puedas decirme. Está claro que entre su amistad y la mía prefieras la de ella, y no te lo reprocho. Al fin y al cabo yo regresé de la infancia y tal vez forcé una complicidad que había dejado de existir. Espero que te vaya muy bien en Italia. Yo mañana me regreso a Madrid, de donde nunca debí haber salido.



jueves, 21 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 13

 


La vida de cada ser humano es impulsada por los acontecimientos que se van sucediendo. A veces esos hechos  permiten elegir, otras veces le imponen a uno un camino sin que se tenga la más mínima posibilidad de cambiarlo. Lo que ocurrió en la cena de aquel sábado torció al vida de todos, salvo la de Jorge, que se iba a ir a Bolonia y a Bolonia se fue dos semanas más tarde. Pedro había decidido que aquel domingo rompería con Natalia, pero ella le tomó la delantera y en la cena con los amigos se decidió a soltar una maravillosa noticia que iba a tener el poder, seguramente, de retener a Pedro a su lado para los restos. No había podido comprobar que Jorge estuviera en lo cierto. Pedro y Lucía seguían como siempre, comportándose como los amigos un poco distantes que eran, pero daba lo mismo, por si acaso, ella dio su noticia.

La cena de aquel sábado era en cierto modo una celebración por la despedida de Jorge. Lucía y Pedro sabían en su fuero interno que también era su despedida de los demás. En quince días terminaba el curso y marcharían a Madrid. Ambos eran conscientes de que las dos semanas que tenían por delante iban a ser muy duras y tormentosas, pero después conseguirían lo que deseaban, estar juntos sin necesidad de esconderse ni de engañar a nadie.

Lucía había preparado un postre especial. Una tarta de hojaldre y crema de limón receta de su abuela que la había mantenido ocupada toda la tarde en la cocina. Sacó la tarta y se abrió una botella de champán para brindar por Jorge y desearle suerte en su nueva aventura italiana. Cuando tenían las copas en alto Natalia se hizo a sí misma la protagonista de la fiesta:

–Bueno, yo no pretendo quitar protagonismo al homenajeado, pero también tengo una noticia que daros.

Los demás la miraron interrogante y ella no se hizo de rogar para anunciar su maravillosa nueva.

–Estoy embarazada – dijo con una sonrisa – ¿No es maravilloso cariño?

Abrazó a Pedro y le beso en los labios. Él se había puesto pálido y no emitió palabra alguna. Jorge la felicitó efusivamente y Lucía se limitó a pronunciar un enhorabuena murmurado entre dientes, mientras veía como su vida al lado de Pedro se desmoronaba igual que un castillo de arena después de propinarle una patada. Se miraron de forma elocuente. No hacían falta las palabras para decir que las cosas se habían complicado, y mucho.

Natalia comenzó su parloteo incesante, contando cómo se había enterado de su embarazo y un montón de detalles más que sólo parecían interesar a Jorge. Mientras la escuchaba hablar, Pedro pensaba en cómo había podido llegar a esa situación. Natalia y él apenas hacían el amor. Desde que estaba con Lucía no recordaba haberlo hecho con Natalia más que en tres o cuatro ocasiones en las que ella se había puesto cariñosa y porque rechazarla significaría ponerse en riesgo de levantar sospechas. Pedro deseaba tener hijos desde hacía tiempo, pero ella siempre había ido posponiendo el momento por un motivo o por otro. Últimamente ya había desistido en el intento. Y ahora, en el instante menos propicio, un embarazo se cruzaba en un camino que ya no era el suyo. Entretanto Lucía no pensaba nada, se entretenía aguantando sus ganas de llorar, de gritar, de romper cosas, deseando poder largarse a su cuarto y dar rienda suelta a las lágrimas, a ver si así se le deshacía el nudo que tenía en el pecho y que por momentos le impedía respirar.

Por fin Natalia y Pedro se fueron. Ella les acompañó hasta la puerta. Al despedirse, Pedro la miró como pidiéndole perdón con sus ojos tristes. Ella suspiró y cuando cerró la puerta no pudo evitar echarse a llorar, despacio y en silencio. Entró en la sala y se dejó caer en el sofá, mientras Jorge recogía la mesa comentando la felicidad que sentía porque su pareja de amigos fueran a ser papás. Al rato se dio cuenta de que Lucía no sólo no le escuchaba, sino que unos gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas y caían en su regazo. Enseguida supo lo que le ocurría, pero como se suponía que no tenía que tener conocimiento de nada, se sentó a su lado, la abrazó y le preguntó.

–¿Que te pasa, Lucía? ¿Por qué lloras?

Ella se deshizo de su abrazo con suavidad y se limpió las lágrimas con el dorso de su mano.

–Sabes perfectamente por qué lloro. Sé que lo sabes desde hace tiempo. No sé cómo lo averiguaste, pero lo sabes. Yo le quiero.

–Natalia es mi amiga – fue lo único que se le ocurrió decir, como si tuviera que justificar su actitud, aunque Lucía ignoraba que él tuviera nada que ver en todo aquello.

–Y yo también ¿o no?

–Por supuesto que también lo eres. Pero no puedo aprobar que le robes el novio.

–Es que tú no tienes que aprobar nada. Es amor, Jorge, amor lo que siento dentro de mi pecho por Pedro, un amor que no sentí nunca. Es la sensación de que por fin encontré lo que llevaba esperando toda mi vida. Yo no le robo el novio a nadie. Él me quiere y yo le quiero. Estas pasadas navidades, cuando estuve con mi abuela, me dijo muchas cosas, como que contra los sentimientos no se pude ir. Me hizo ver que lo que Lázaro me había hecho al irse con mi amiga, no había estado mal por el hecho en sí, sino por haberse pasado aquellos últimos años engañándome con unas y con otras.

–Pues eso es lo que ha estado haciendo Pedro con Natalia, engañándola, y tú has sido cómplice – le respondió, aunque en sus palabras no había reproche alguno.

–Pedro sólo estaba preparando el terreno para terminar con todo. Mañana le iba a decir que la dejaba. Pero ahora..... ahora me parece que todo va a ser mucho más complicado de lo que pensábamos.

Jorge se sintió mal. Natalia era su amiga, pero Lucía también lo era y verla sufrir le partía el corazón. A Natalia no la había visto sufrir. Natalia, desde el día en que le comentó sus sospechas sobre Pedro y Lucía, sólo pensó en encontrar la manera de retener a Pedro a su lado.

Lucía se levantó y con un buenas noches triste y quejumbroso, se marchó a su cuarto. Jorge fue a la cocina y mientras metía los cacharros de la cena en el lavavajillas recordaba la conversación que había tenido con Natalia dos días atrás, cuando le había puesto al corriente de sus planes para retener a Pedro a su lado: decirle que estaba embarazada. Sabía que su novio estaba loco por ser padre, a pesar de que hacía tiempo que no hablaban del tema. El tener hijos jamás había entrado en los planes de Natalia. Los niños, aparte de ser una responsabilidad para la que no se sentía preparada, eran un verdadero incordio; si tenía un hijo se le acabaría la libertad para hacer lo que le viniera en gana, y ella no estaba dispuesta a renunciar a esa libertad. Nunca se lo había dicho directamente a Pedro. Cuando él sacaba el tema a relucir siempre se le ocurría algún pretexto para retrasar el momento. Y así continuaría haciendo, ir aplazando el embarazo hasta llegar a la excusa total y absoluta, la edad; llegaría un momento en que se le habría pasado el arroz y Pedro no iba a insistir más, estaba segura. Sin embargo ahora se trataba de conservar su amor, y ella sabía que nada podría hacerle más ilusión ni tendría más poder para hacer que se quedara con ella que inventarse un embarazo inexistente. A Jorge todo aquello le pareció una locura y así se lo dijo, y a pesar de que ella insistió en que llevaría a cabo sus planes, él no le dio demasiada importancia. Conocía muy bien a Natalia y sabía que era una mujer impulsiva, pero el tiempo la hacía recapacitar y muchas veces desistir de sus descabelladas ocurrencias. Jorge creyó que aquella vez ocurriría algo parecido, por eso le sorprendió y a la vez le preocupó la salida de tono de su amiga durante el brindis, el anuncio de un embarazo que él sabía inexistente. Y ahora, después de escuchar a Lucía, supo que tenía que hacer todo lo posible por acabar con aquel sinsentido. Si los planes de Natalia seguían adelante todo aquello podía acabar muy mal. Así que cuando terminó de recoger los restos del festín cogió su móvil y llamó a Natalia.

–¿Puedes hablar? – le preguntó cuando ella descolgó el teléfono.

–Sí, Pedro está en el baño. ¿Qué te ha parecido mi teatro?

–Tienes que pararlo Natalia. Vas a caer en tu propia mentira. Si no estás embarazada ni piensas estarlo no te va a servir de nada.

–Claro que me va a servir. Por lo menos para que esa zorra sufra un poco y se largue de aquí. Después ya veré lo que hago. A lo mejor incluso me embarazo. Al fin y al cabo él sí quiere el niño y estoy segura de que lo cuidaría muy bien.

–No seas loca, Natalia. La verdad es que me estoy arrepintiendo de haberte dicho nada.

–¿Por qué, si está más que claro que están juntos? ¿Te fijaste en la cara que pusieron tanto uno como otro cuando di la maravillosa noticia? Y este no ha abierto la boca en todo el trayecto hasta casa. Claro que están liados, pero se les va a terminar la fiesta. Pedro no se podrá resistir a la idea de ser padre.

–¿Y qué te crees que hará cuando se dé cuenta de que todo es mentira?

–Ya te dije que a lo mejor no va a ser mentira. Estoy pensando en quedarme embarazada de verdad.

Jorge suspiró derrotado. Tal vez fuera un poco pronto para que su amiga recapacitara, quizá necesitara un poco más de tiempo. Mentir era una chifladura, pero más chifladura sería que se quedara embarazada solo por intentar retener a Pedro a su lado. Se despidió apresuradamente, no sin antes aconsejarle que pensara un poco en las consecuencias de aquella locura, y se retiró a su cuarto. Subió las escaleras despacio y antes de entrar en su dormitorio se acercó a la puerta de la habitación de Lucía. Escuchó durante un rato y como no pudo oír nada se metió en su alcoba.

*

Pedro estaba conmocionado. La noticia lo había pillado tan desprevenido que no sabía bien cómo reaccionar. Era un total contrasentido que su deseo de ser padre fuera a cumplirse ahora, cuando tenía pensado emprender una nueva vida al lado de otra mujer. ¡Cuánto le había rogado a Natalia! ¡Cuántas charlas para intentar convencerla de tener un hijo juntos! Y siempre encontraba alguna excusa, siempre... y ahora, cuando ya todo había terminado, aparecía ese hijo, como si se empeñara en unirlos a pesar de las circunstancias.

Salió del baño y se metió en la cama, donde ya Natalia lo esperaba sonriendo con una cara de felicidad que lo exasperaba un poco. Se acostó, se tapó bien y le dio la espalda dispuesto a intentar coger el sueño. No estaba de humor para hablar, aunque sabía que tarde a temprano tendría que hacerlo. Pero ella le abrazó y le susurró al oído:

–¿No estás contento? Al fin se va a cumplir tu sueño.

Se dio la vuelta y se sentó en la cama impulsado por la rabia.

–Esto deberíamos haberlo hablado ¿no te parece? – preguntó malhumorado.

–Ya lo hablamos muchas veces – repuso ella con una sonrisa inocente – además, ha ocurrido por casualidad, pero ya que está aquí...

–Ya que está aquí no es una razón. Yo no sé si quiero tener un hijo en estos momentos, Natalia, y puesto que tú nunca lo has querido a lo mejor deberías pensar en la posibilidad de abortar ¿No crees?

Ella no se esperaba aquella respuesta. Ahora tenía absolutamente claro que Pedro ocultaba algo, y ese algo era su relación con Lucía. Pues si se pensaba que ella se lo iba a poner fácil, lo tenían claro.



martes, 19 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 12

 



Las semanas que siguieron al regreso del viaje a Portugal fueron extrañas para todos, porque todos, menos Natalia, guardaban dentro de sí un secreto que no podían o no querían compartir con los demás.

Pedro y Lucía retomaron su trabajo en el Instituto. No era fácil verse todos los días y no poder tocarse, ni darse una caricia o un beso, aunque fuera inocente. En su afán por disimular su relación se ignoraban tal vez demasiado, provocando que sus compañeros, en alguna ocasión, pensaran que estaban enojados. Pero mejor era eso que lo contrario. Su amor no podía salir a la luz hasta que el curso hubiera terminado y estuvieran en disposición de poder marchar de allí.

Jorge, por su parte, dudaba si contarle a Natalia lo que sabía sobre Pedro y Lucía. Pensaba a todas horas en el tema y su cabeza era un torbellino de ideas deshilachadas. Por momentos decidía una cosa y por momentos la contraria. Si no se atrevía a dar el paso era porque en realidad no estaba seguro de nada. Nada había visto con sus propios ojos, únicamente había escuchado sonidos en una habitación. Era posible que no fuera lo que él se pensaba y en ese caso provocaría un escándalo sin necesidad ninguna. Además, tampoco había visto salir a Pedro de aquel dormitorio y cuando por la mañana se había despertado, su amigo estaba allí, durmiendo plácidamente al otro lado del sofá cama. Necesitaba poner algo de claridad en todo aquel lío, para lo que tomó la determinación de investigar sutilmente por su cuenta. Si llegaba a la conclusión de que entre Lucía y Pedro había algo, entonces se lo contaría a Natalia.

Unos días más tarde recibió una carta cuyo remitente era la Universidad de Bolonia. Ya casi se le había olvidado que meses atrás había solicitado una beca de investigación sobre las enfermedades relacionadas con la vejez, así que abrió la carta con manos temblorosas, sabiendo que dentro de aquel sobre estaban marcados en gran medida los próximos años de su vida. En previsión de lo que pudiera pasar, había hecho un curso de italiano, por lo que fue capaz de leer y entender perfectamente lo que en la misiva se le comunicaba: que se le concedía la beca y que en el mes de julio debía comenzar sus trabajos en la Facultad de Medicina. Por un momento se le olvidó todo, incluso la traición que se estaba fraguando contra Natalia, mas al escuchar el sonido de la llave en la puerta, señal de que Lucía llegaba a casa, sus intenciones tomaron renovadas fuerzas y se dijo que tenía que pasar a la acción de una vez por todas.

Lucía entró en la cocina y le vio con la carta en la mano, visiblemente nervioso.

–¿Qué ocurre, Jorge? ¿Te comunican algo grave en esa carta? – le preguntó.

–¿Grave? No, que va. Es una excelente noticia. ¿Recuerdas que te comenté que había solicitado una beca de investigación en la Universidad de Bolonia? Pues me la han concedido. En Julio tengo que estar allí para comenzar mi nuevo trabajo.

–¡Vaya, eso es estupendo! – contestó la muchacha, a la vez que le abrazaba y le daba un beso de felicitación – Me alegro mucho por ti, de verdad. Es una gran oportunidad para crecer en tu profesión.

–Sí, claro que lo es. Pero bueno... aunque yo me marche tú puedes quedarte aquí, en la casa. Así me la cuidarás y no estará cerrada.

–No creo que lo haga. Si no estás tú es probable que regrese a Madrid. No quiero estar sola. Y allí todavía me queda algún amigo. Y ahora me he reconciliado con mi abuela.

No dejó de extrañarle a Jorge la naturalidad con la que Lucía hablaba de la posibilidad de regresar a Madrid. Había venido al pueblo huyendo de la capital, dejando atrás una vida marcada por la desventura de un amor fracasado y ahora, cuando todavía no había transcurrido un año, parecía no importarle demasiado volver a encontrarse con una pasado cuyo simple recuerdo siempre había evitado.

–Aquí también tienes amigos, sobre todo Natalia y Pedro. Ya sabes que nosotros cuatro somos familia.

–Sí, pero....

Lucía no sabía qué decir. La conversación la había tomado de improviso y además no le gustaba hablar de Pedro, le daba la impresión de que con sólo pronunciar su nombre el interlocutor que tenía delante iba a descubrir que le amaba, como si llevara escrita en la frente la palabra amor y ésta se accionara al nombrar a Pedro.

–¿Qué ocurre? – insistió Jorge – ¿Te ha pasado algo con ellos?

–Pues.... no, ¿qué habría de pasarme? – preguntó a su vez Lucía, que estaba comenzando a ponerse nerviosa y deseaba terminar con aquella conversación cuanto antes.

–No lo sé. A veces tengo la impresión de que estás molesta con Pedro. En nuestras cenas semanales pareces esquiva con él, apenas le diriges la palabra. ¿Sucedió algo cuando estuvisteis solos en Oporto?

Lucía comenzó a sospechar que Jorge quería sonsacarle algo. Le parecía que no era posible, pero le daba la impresión de que su amigo sabía cosas que ella ignoraba. Tal vez hubiera descubierto lo que existía entre Pedro y ella cuando estaban en Oporto. Tal vez una mirada, una sonrisa, alguna palabra, un roce involuntario... Habían intentado ser muy prudentes, pero puede que no lo consiguieran del todo y se les hubiera escapado alguna demostración de afecto inadecuada. Aún así, fueran lo que fueran las extrañas intenciones que Jorge parecía tener, no se iba a dejar amilanar por él.

–No sé a qué te refieres – contestó muy seria y con cierto malhumor – pero me gustaría que te dieras cuenta de que semejante pregunta puede resultar hasta ofensiva. ¿Insinúas que entre Pedro y yo hay algo más que una amistad?

–Lo siento, no era mi intención ofenderte, además mi pregunta no iba por ahí. Lo que quise decir es si os habíais enfadado por algo.

–No somos unos niños Jorge. No hay ningún enfado. No te montes películas, anda. Y ahora ¿qué te parece si preparamos la cena y abrimos una botellita de vino para celebrar la buena noticia?

Jorge asintió y se pusieron a ello. No sabía por qué pero la actitud de Lucía lo mosqueaba. La poca importancia que le dio a la posibilidad de su regreso a Madrid, el hacerse la ofendida ante la probabilidad de su relación con Pedro, aquel dar por zanjada la conversación con un drástico cambio de tema.... Jorge no sabía esclarecer bien el porqué, pero le daba la impresión de que la pose de Lucía era sólo eso, una pose, y que algo escondía detrás de su fingida inocencia.

*

–¿Qué te hace sospechar que sabe algo? – preguntó Pedro.

Pedro y Lucía descansaban metidos en la cama del pequeño hotel en el que habían pasado las últimas horas de la tarde. Así lo hacían siempre que Jorge y Natalia estaban de guardia. Después de hacer el amor Lucía le había comentado a Pedro su conversación con Jorge y le había hecho partícipe de sus sospechas. No sabía decir el motivo, pero tenía la impresión de que Jorge había intentado sonsacarla porque sabía algo sobre su relación.

–No sé decirte con exactitud. Pero lo cierto es que mientras hablábamos yo sentía una sensación extraña, como si me estuviera sometiendo a un interrogatorio. No sé, Pedro... pero a veces tengo miedo. Miedo a que esto nos estalle en la cara.

Pedro la abrazó más contra sí y la besó en la frente.

–No temas, Lucía. Ya falta poco para que todo esto termine. Cuando el curso toque a su fin marcharemos a Madrid, nos olvidaremos de todo y allí iniciaremos una nueva vida.

–Ya, todo eso suena muy bien, pero no dejo de pensar que nos estamos portando como unos hijos de.... con Natalia. Yo pasé por lo mismo, estuve en su lugar. Y créeme, no es agradable.

Pedro no dijo nada. Se limitó a acariciarle el pelo y mirar al techo pensativo. Puede que Lucía tuviera razón. Tal vez fuera mejor afrontar la situación y acabar con aquello cuanto antes.

*

Aquella misma noche el centro de salud estaba desierto, como casi todos los fines de semana, así que Natalia y Jorge charlaban tranquilamente en la consulta de él, tomando unos cafés recién sacados de la máquina que había en el vestíbulo. Natalia comentaba que desde hacía una temporada nada le salía bien, la operación de su madre, las vacaciones de semana santa frustradas y para colmo de males Pedro, al que algo ocurría pero no conseguía dilucidar el qué. Cuando Jorge escuchó a su amiga quejarse de su novio se puso alerta y quiso averiguar más.

–Dices que le ocurre algo pero.... ¿en qué sentido? ¿Qué cosas hace o no hace para que saques semejante conclusión?

–Más bien que no hace. Nada, no hace nada conmigo. Antes venía a mi rabo a todas partes, ahora no le apetece hacer nada, no quiere acompañarme ni al gimnasio, ni a tomar algo los fines de semana.... sólo acepta sin rechistar la cena de los sábados. Por no hacer ni siquiera hacemos el amor con la frecuencia de antes. Está raro. Tanto que a veces creo que esto se acaba, que lo pierdo.

–Y.... ¿desde cuándo lo notas así?

–Desde hace bastante tiempo. Quizá su desidia se acentuó desde las vacaciones en Oporto. Fue como si llegara de la ciudad desinflado.

Jorge supo entonces que sus sospechas eran ciertas. Y de nuevo le surgió la duda de si debía poner al corriente a Natalia de las mismas o dejarlo pasar.

–Lleváis muchos años juntos y yo siempre vi en vosotros la pareja perfecta. A lo mejor sólo es una crisis pasajera – dijo.

–No sé – repuso Natalia después de dar el último sorbo a su café, mientras tiraba el vaso plástico a la papelera – si no fuera él como es, incluso llegaría a pensar que tiene a otra.

–A lo mejor no es una idea tan descabellada – dijo Jorge sin pensarlo demasiado.

Natalia le miró con expresión interrogante en sus ojos y durante unos segundos intento leer el rostro de Jorge en busca de alguna respuesta, pero no la halló.

–¿Por qué dices eso? – le preguntó finalmente – ¿Sabes algo que yo ignoro?

Él se revolvió inquieto en su asiento. Todavía no tenía muy claro no estar metiendo la pata, pero se iba a arriesgar.

–Lo que te voy a decir no lo puedo asegurar cien por cien. Yo nunca les he visto en actitud amorosa, pero tengo la sospecha de que Pedro y Lucía se traen algo entre manos.

–¿Qué quieres decir?

–Que tienen un lío, Natalia.

La muchacha comenzó a repasar momentos guardados en su cerebro pero en ninguno pudo ver algo especial entre su novio y Lucía. Sin embargo conocía bien a Jorge y sabía que no lanzaría un bulo sin tener un motivo real para ello.

–Pero.... no puede ser. ¿Qué te lleva a pensar eso?

Jorge le contó el episodio vivido en Oporto, cuando se había despertado en medio de la noche y Pedro no estaba en la cama y al acercarse a la puerta de la habitación de Lucía creyó escuchar elocuentes sonidos en su interior.

–Es cierto que aquí jamás los he visto en actitud amorosa. En realidad allí tampoco, salvo lo que te acabo de contar.

Natalia se quedó pensativa mirando al frente. Ninguna mosquita muerta le iba a quitar al hombre que amaba.

–Pues habrá que tomar cartas en el asunto. A lo mejor ha llegado el momento de actuar.



domingo, 17 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 11

 





Despertaron cuando ya el día había dejado muy atrás la noche, una noche en la que el amor y la pasión lo desbordaron todo. Se amaron una y otra vez, olvidando él su compromiso con otra mujer; ella, lo que dolía un abandono. Sin embargo la mañana trajo de la mano la realidad cruda a la que más temprano que tarde habían de hacer frente.

–¿Qué vamos a hacer ahora? – preguntó Lucía.

–Yo te quiero, Lucía. Me enamoré de ti casi desde que te conocí. Tú eres la mujer que he estado esperando toda mi vida. Hace tiempo que sé que Natalia no es para mí. Yo necesito a mi lado a alguien como tú. Y no quiero dejarte ir, no lo haré.

Lucía se arrebujó un poco más entre las sábanas y recordó su propio drama personal. Hacía poco más de un año que Lázaro se había marchado con otra mujer, con su mejor amiga, y había dolido, mucho. Se había sentido humillada, despreciada, burlada. Y ahora ella era la otra, la que le arrebataba el amor a una mujer que lo creía suyo, la que provocaría dolor aun sin querer. El amor es así de caprichoso, la vida es así de cruel y de imprevisible. Un día estás en el lado bueno y al día siguiente la rueda ha girado y te ha colocado en el malo, o al revés.

–¿En qué piensas? – le preguntó Pedro.

Ella convirtió sus pensamientos en palabras, con miedo. ¿Y si hacían reflexionar a Pedro y perdía otra vez al hombre que amaba?

–Soy consciente de que no me estoy comportando como debiera. Pero te quiero y no quiero perderte – dijo finalmente.

–Yo no sé si me estoy comportando bien o mal. Lo que sé es que si me quedo al lado de Natalia no seré feliz. Ni tú ni yo tenemos la culpa de habernos conocido ahora. La vida ha cruzado nuestros caminos y hemos descubierto que nos amamos. Y esto ya no tiene remedio, Lucía. Al menos para mí no lo tiene.

No, no lo tenía, para ninguno de ellos. No iba a ser fácil enfrentarse a una ruptura, ni tampoco ser la causa de la misma, pero tendrían que afrontar la situación de la manera que fuera.

El móvil de Pedro sonó disipando sus preocupaciones. En la pantalla se reflejó el nombre de Natalia, cosa extraña, pues la muchacha solía llamar al atardecer, como había hecho el día anterior. Pedro sospechó que algo había ocurrido y descolgó el teléfono preocupado.

–Natalia... ¿cómo estás?

–Buenos días, cariño. Yo estoy bien, pero si sospechas que ocurre algo estás en lo cierto. Verás, esta noche mi madre se ha caído y se ha roto la cadera, está hospitalizada y la van a operar esta mañana. Me temo que no podré ir a Oporto. Está visto que el viaje se me torció desde el principio.

–Oh vaya... ¿Me necesitas? ¿Quieres que marchemos para ahí?

–No, no, aquí no harías nada. Además, Jorge sí que irá. Tiene muchas ganas de hacer el viaje. Recuerda que mañana a las seis llega al aeropuerto. Te dejo, ya te llamo esta noche, mamá me necesita.

Pedro colgó y al mirar a Lucía no pudo evitar que a sus labios asomara una sonrisa, pese a lo dramático de la situación.

–Ayer te dije que no me apetecía que vinieran.... y mis deseos casi se cumplen. Natalia no puede venir. Operan a su madre.

Natalia no venía, pero Jorge sí, y quién era realmente amiga de Jorge era Natalia, Pedro lo había conocido por ella. Sabía que entre aquellos dos había una amistad especial, que se contaban todo y se adoraban, por lo que había que andar con pies de plomo, no fuera a ser que acabara sospechando algo. Si así fuera, Natalia se enteraría seguro.

–Tenemos que disimular. Así que aprovechemos hoy, que todavía estamos solos.

Se inclinó sobre Lucía y la besó en los labios. Le apartó el pelo de la cara y le acarició la mejilla. Le gustaba mirarla, acariciar su piel tan suave, depositar pequeños besos en su frente e ir bajando hasta su cuello, escuchar sus respiración entrecortada, señal de la excitación que estaba sintiendo. Le gustaba amarla, dibujar su cuerpo con sus dedos recorriendo el contorno de sus curvas, pararse en sus pechos redondos y entretenerse pellizcando suavemente sus sonrosados pezones hasta hacerla enloquecer, pidiéndole que por favor le hiciera el amor y la llevara hasta el cielo. Y le gustaba entrar en ella despacio mientras la miraba fijamente a los ojos y le decía sin necesidad de palabras lo mucho que la quería. Y de tanto que le gustaba perdió la cuenta de las veces que le regaló aquel amor nuevo y festivo.

*

El avión de Jorge llegaba con media hora de retraso. Mientras lo esperaban, tomaban un café en la cafetería del aeropuerto, café al que Lucía daba vueltas una y otra vez sin mucho sentido, perdiendo la mirada en los dibujos geométricos que se difuminaban en el suelo.

–¿Qué te pasa, preciosa? – le preguntó Pedro – Pareces.... ¿cansada? ¿aburrida?... No sé.

Lucía suspiró y se echó hacia atrás en su silla y poniendo una mueca infantil repuso.

–Es que yo no quiero que venga Jorge. Y no quiero no poder abrazarte. Y tampoco quiero volver al pueblo y tener que enfrentarnos a la que se va a armar. Esto es una mierda, Pedro.

Pedro se inclinó hacia ella y tomando su mano se la llevó la los labios y le besó los dedos.

–Yo tampoco quiero, pero las cosas a veces no son como queremos. He estado pensando que no le diremos nada a Natalia hasta que el curso termine. No creo que sea conveniente soltárselo ahora, así de sopetón. Así cuando se entere nosotros podremos marcharnos y todo será mucho menos doloroso, o eso espero.

–Doloroso va a ser lo mismo, pero tienes razón. Mejor cumplir con nuestras obligaciones escolares y luego... yo supongo que volveré a mi instituto de Madrid.

–Pues yo ya he estado consultando los concursos de traslado y creo que también puedo pedir plaza en Madrid. Así que anímate. Aunque no tengamos que enfrentarnos a nada especialmente agradable, al final podremos estar juntos.

Lucía sonrió y pensó que Pedro tenía razón. A pesar de todo no le gustaba nada tener que disimular y verse con él a escondidas. En cualquier momento podrían ser descubiertos y entonces la que se podía armar... bah, lo mismo que se iba a armar cuando contaran la verdad. Intentó apartar aquellos pensamientos de su cerebro y se centró en el panel luminoso que decía que por fin el vuelo procedente de La Coruña había tomado tierra. La fiesta había llegado a su fin.

Mientras regresaban a casa Jorge les iba contando cómo habían sido aquellos días en el centro de salud, lo que le había ocurrido a la madre de Natalia y lo apenada que quedaba ésta por no poder hacer aquel viaje.

–La verdad es que yo también estuve a punto de no venir. No me gustaba dejarla allí sola mientras nosotros disfrutábamos, pero insistió en que viniera y no me quedó más remedio. Ya sabéis lo convincente que puede ser Natalia cuando quiere.

Desde el asiento de atrás Lucía pensó que ojalá no fuera tan convincente y desde el asiento del conductor Pedro pensó exactamente lo mismo, pero ni uno ni otro, evidentemente, lo dijeron en voz alta. Por el contrario, Pedro comenzó a relatar los lugares que habían visitado, lo hermosa que era la ciudad y todo lo que tenían que ver durante aquellos días.

Al llegar a casa tuvieron que ubicar a Jorge. Decidieron que Lucía durmiera en la habitación que hasta entonces había ocupado Pedro y éste y Jorge lo hicieran en el sofá cama del salón.

–Vaya, la casa es más pequeña de lo que pensaba. Si hubiera venido Natalia no sé cómo nos íbamos a acomodar – dijo Jorge.

–Muy fácil – repuso Lucía – Pedro con su Natalia y tú conmigo. Al fin y al cabo somos sólo amigos y nunca vamos a ser otra cosa.

Mientras Jorge acomodaba sus cosas y Pedro y él hacían comentarios sobre la ciudad, Lucía se asomó al balcón y pensó en cómo hubieran sido aquellos últimos meses si Jorge hubiera correspondido a aquel supuesto amor que ella pensó sentir por él. Tal vez todavía estuvieran juntos o tal vez nada hubiera podido evitar que acabara enamorándose de Pedro. Entonces las cosas serían doblemente complicadas. En lugar de una ruptura serían dos.

Miró hacia la calle y se fijó en una pareja joven que caminaba lentamente. Iban muy abrazados y de vez en cuando se besaban. No tendrían más de diecisiete o dieciocho años. Se vio reflejada en aquella muchachita que, como había hecho ella muchos años antes, se dejaba mimar por el joven que llevaba a su lado. A ella y a Lázaro también les gustaba pasear por la ciudad cogidos de la mano, o sentarse en el Parque de El Retiro al borde de un estanque mientras hablaban y tocaban el agua con sus manos, o subir al Cerro de los Ángeles y desde allí mirar las estrellas en las noches de verano, lejos de la contaminación lumínica de Madrid. No consiguió recordar en qué momento preciso habían dejado de hacer esas cosas. Seguramente había sido poco a poco, mientras dejaban que sus vidas se fueran hundiendo en la miserable rutina, en una dejadez malsana de la que ninguno de los dos se había percatado y que había herido de muerte un amor que siempre creyeron incombustible. Y ahora había vuelto a encontrar el amor en un hombre sencillo, cariñoso, en un muchacho corriente sin grandes aspiraciones, al lado del cual estaba segura de poder volver a tocar el agua del estanque de El Retiro o ver las estrellas desde el Cerro de los Ángeles, aunque antes tuviera que bajar unos cuantos peldaños hacia el infierno.

*

Aprovecharon los pocos días que les quedaban para llevar a Jorge a los lugares en los que ellos ya habían estado y visitar otros sitios nuevos. Pedro y Lucía se mantenían lo suficientemente distanciados como para no levantar la más mínima sospecha, aunque a veces les costara, sobre todo por las noches, cuando Lucía se retiraba en soledad a su cuarto y los dos hombres se quedaban en el salón, charlando un rato antes de dormirse.

La última noche, ya de madrugada, unos pasos lentos y suaves despertaron a Lucía, unos pies que se acercaban sin apenas hacer crujir la madera del suelo. Lucía sonrió cuando sintió que alguien se colaba en su cama y se acostaba a su lado. Encendió la luz de la pequeña lámpara de la mesilla de noche y se dio la vuelta.

–¿Te das cuenta del peligro que estamos corriendo? – le susurró al oído a Pedro mientras lo abrazaba – Jorge está ahí, al otro lado de la puerta, y puede oírnos.

Pedro la besó con pasión contenida antes de contestarle.

–No vamos a tener tan mala suerte como para que se despierte. Estas noches he podido comprobar que duerme profundamente. Y es que no me he podido resistir. Son demasiados días sin poder besarte, sin poder acariciarte ni hacerte el amor.

Mientras le hablaba iba depositando pequeños y livianos besos en todos los rincones de su cuerpo. Bastaba un tímido contacto de su piel para que los sentidos de Lucía se pusieran alerta y despertaran el deseo de manera atroz. Les faltó tiempo para enredar sus cuerpos como si fueran madejas de hilos enmarañados imposibles de separar, e hicieron el amor sabiendo que a partir de aquella noche lo tendrían muy difícil.

*

Jorge despertó en medio de la noche con la sensación de haber escuchado algún ruido extraño. Se percató de que la parte del sofá cama donde dormía Pedro estaba vacía y pensó que tal vez estuviera en el baño o hubiera bajado a la cocina en busca de comida o algo de beber. Al pasar el tiempo y ver que no regresaba se extrañó. Se levantó despacio y en silencio y se asomó a la ventana. La noche era fría y las calles estaban desiertas. Al entrar de nuevo en el sala le pareció escuchar una risa. Un absurdo pensamiento se dibujó en su mente y sacudiendo la cabeza se dijo a sí mismo que no, que eso no podía ser. Aún así, acuciado por su propia curiosidad a pesar de lo desatinado de su idea, se acercó con cautela a la puerta de la habitación de Lucía y pegó la oreja. Unos gemidos ahogados y apagados le confirmaron sus no tan ridículas sospechas. Entre Pedro y Lucía había algo más que una simple e inocente amistad. Volvió a la cama presuroso, temiendo que la puerta se abriera de pronto y le pillaran allí, escuchando. Le costó coger de nuevo el sueño. El novio de su mejor amiga la estaba traicionando con la que también consideraba una buena amiga. Natalia tenía que enterarse de eso... ¿o no?



jueves, 14 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 10

 



El domingo amaneció nublado y lluvioso. Cuando se acercó a la ventana y vio el panorama climatológico Lucía hizo una mueca de disgusto. La niebla era tan espesa que no parecía que fuera a levantar y la lluvia caía con fuerza. El día no invitaba a salir de casa.

Bajó a la cocina y preparó una cafetera que puso al fuego. Mientras el café se hacía abrió la puerta de la calle y se asomó ligeramente. No se veía un alma. “Normal”, pensó, “con este maldito tiempo, quién coño va a querer salir de casa”. Con un suspiro de resignación cerró la puerta y volvió a la cocina. Abrió un paquete de magdalenas y las colocó en un plato. Cuando el café estuvo listo preparó dos tazas y colocó todo en una bandeja. Subió con todo ello al salón. Una vez allí se dijo que tal vez hubiera sido mejor no haberle preparado el desayuno a Pedro. Todavía no se había despertado y no sabía cuándo iba a hacerlo, así que si tardaba mucho, lo más probable era que el desayuno se enfriase y no se pudiera tomar. Posó la bandeja en la mesa de comedor y acercó la oreja a la puerta de la habitación en la que dormía el muchacho. Entonces, como si de un resorte se tratara, la puerta se abrió y apareció un Pedro soñoliento, vestido con una camiseta de algodón blanca y unos boxer azul marino, todavía con evidentes signos de haberse despertado recientemente. Lucía se retiró de la puerta asustada y él pareció no darse cuenta.

–Buenos días – saludó – me he quedado dormido. Pensé que era más temprano y ya son las diez.

–Es que el día está muy oscuro. Llueve y hay niebla. Así que no importa, no creo que tengas ninguna prisa por ir a ningún sitio... ¿o sí?

Pedro la miró y esbozó una ligera sonrisa.

–De pronto me ha entrado prisa por tomar ese café humeante que está sobre la mesa. ¿Lo has preparado tú?

–No – respondió Lucía devolviéndole la sonrisa – ha sido el vecino.

–Oh, vale. Has sido tú. Eso quiere decir que todavía te dura el buen humor de anoche.

Lucía sacudió la cabeza y le invitó a sentarse con un gesto. Degustaron el café y las magdalenas y cuando terminaron, mientras Pedro fregaba las tazas, Lucía tomó una ducha y se vistió. Cuando salió el baño había parado de llover y contrariamente a lo que en un principio parecía, la niebla comenzaba a levantar lentamente.

–A lo mejor tenemos suerte y queda un buen día – le dijo Pedro, que estaba asomado a la ventana – ¿Qué vamos a hacer hoy?

–Hoy podemos ir a las bodegas, podemos comer por ahí, montar en el teleférico, cenar en la Ribeira, que está ahí enfrente... hay muchas cosas que hacer. Después habrá que repetirlas cuando vengan los otros.

–Bueno, pues las repetiremos si es necesario. Pero porque ellos no estén, no vamos a dejar nosotros de hacer cosas ¿no?

–Desde luego. Y mañana iremos a la librería Lello. Tiene una escalera de caracol de madera y unas estanterías altísimas llenas de libros..... Es una maravilla.

Pedro se alegró de que Lucía lo incluyera en sus planes. Era la mejor forma de estar a su lado y quererla sin que ella se diera cuenta.

Aquel domingo no despejó hasta bien entrada la mañana. Cuando por fin salió el sol, Pedro y Lucía salieron también a hacerle compañía por la ciudad. Bebieron Oporto, comieron en una taberna típica, disfrutaron de las vistas de la ciudad desde el teleférico y desde el mirador de la Catedral de Sé y regresaron a casa cuando ya caía la noche.

Ha sido un día maravilloso – dijo él en un susurro, mientras descansaban tirados sobre el sofá y disfrutaban de unas copas del Oporto que habían comprado en las bodegas por la mañana.

   –Sí que lo ha sido – respondió Lucía.

    El corazón de la muchacha comenzó a latir con fuerza por sentirse tan cerca de él. De pronto ella sintió como la mano de Pedro comenzaba a juguetear con su pelo y se dejó hacer. Permanecieron así largo rato, sin hablar, tomando el vino en silencio. Parecía que ninguno quería moverse por temor a romper el hechizo. Finalmente Lucía, que estaba medio reclinada sobre el respaldo del sofá, se incorporó y miró a Pedro. Le gustaría decirle cosas, pero no sabía muy bien qué ni cómo. Achacó la confusión al vino que estaba tomando. Pedro también la miraba y ella creyó percibir que entre los dos flotaba el deseo de volver a besarse. Estaría bien volver a besarse. Sería hermoso sentir de nuevo los labios de él, tan suaves y tan tiernos, buscando los suyos, su lengua abriéndose paso para entrelazarse dentro de sus bocas.

–¿Por qué me miras así, Lucía? – le preguntó él acercándose a ella mucho más de lo que ya estaba.

Lucía salió de su ensoñación y la lucecita que se encendió en su cerebro la advirtió que no, que no era el momento de cometer ninguna locura. Estaba bien con Pedro, no debía estropearlo de nuevo.

–Porque..... eh.... no sé. ¿Te apetece cenar algo?

Él suspiró y levantándose dijo:

–Te invito a cenar en algún restaurante de la Ribera.

Fue el punto final a un día casi perfecto.

*

El lunes por la mañana visitaron la librería Lello y almorzaron en casa. El tiempo volvía a acompañar, pero se sentían un poco cansados, así que entrada la tarde Lucía decidió salir a hacer unas compras para su abuela y Pedro le prometió que cuando regresara tendría preparada la cena y sugirió quedarse después en casa viendo una película en la tele.

–Estará en portugués – dijo Lucía – no entenderemos mucho, pero bueno, no es un mal plan.

Las compras le ocuparon todo el resto de la tarde. Cuando regresó a la casa eran casi las ocho y media y ya había anochecido. Tan pronto abrió la puerta escuchó los sonidos típicos de quién está trajinando en la cocina. Miró por la rendija de la puerta entreabierta y vio a Pedro en plena tarea. No le dijo nada. Subió arriba despacio y vio la mesita baja de la sala puesta para la ocasión, dos copas, una botella de vino, algunos entremeses, patés y la tortilla rellena que el cocinero traía en una bandejita cuando en aquel preciso instante apareció en el salón.

–¡Lucía! ¡Qué susto me has dado! No te escuché llegar. No esperaba encontrarte aquí.

Ella sonrió y soltó las bolsas que todavía tenía entre las manos.

–Te vi tan enfrascado en tu tarea de cocinero que no quise molestar. Tengo un hambre canina y al ver todo esto... aun más. Pero si no te importa me gustaría darme una ducha antes.

–A mí también. Me da la impresión de que huelo a comida por todas las partes de mi cuerpo. Podemos hacerlo uno en cada baño y después cenamos.

Así lo hicieron. Después de la ducha Lucía se puso una ligera camiseta que le llegaba a la mitad del muslo y que utilizaba para dormir. Era como más cómoda se sentía. Cuando salió del baño ya Pedro la esperaba, vestido también con una simple camiseta azul marino y un pantalón corto del mismo color.

Se sentaron sobre la alfombra blanca del salón y en plan informal degustaron la apetitosa cena. Mientras lo hacían y charlaban, ambos sentían que la complicidad y la confianza iban creciendo a pasos agigantados. Se sentían tan bien cuando estaban juntos... Soñaban tanto el uno con el otro... Imaginaban tantos momentos compartidos.... Y recordaban tantas veces aquel beso... Mas desde entonces, desde aquel beso en el banco del paseo, ambos guardaban sus sentimientos para sí de manera absurda y aquella noche Lucía, empujada por la ligera embriaguez que le producía el vino, se decidió a dar un paso adelante. Amaba a Pedro, aquella noche lo amaba más que nunca, y no iba a dejarlo escapar, aunque estuviera con otra mujer. Puede que mañana, cuando su mente estuviera despejada y libre de los efluvios del alcohol, pensara otra cosa y se arrepintiera del paso dado, pero no le importaba. En aquellos precisos instantes no importaba nada salvo el hombre que estaba a su lado.

–Realmente lo estamos pasando muy bien ¿no crees? – dijo en un intento no sabía bien de qué – Cuando veníamos hacia aquí no pensé que resultaría así.

–Así ¿cómo? – preguntó Pedro con un toque de picardía en la voz que a Lucía no le pasó desapercibido.

– Pues.... así.... bien. Yo creo que... que estamos disfrutando del tiempo que pasamos juntos ¿no?

–Claro que sí, Lucía – repuso él con su voz más envolvente – yo me siento tan a gusto que... que no quiero que venga nadie más a molestarnos.

Una extraña excitación recorrió el cuerpo de Lucía al escuchar aquellas palabras. Miró fijamente a los ojos a Pedro y vio en ellos deseo, tal vez amor... sí, quizá también amor. A lo mejor el mismo que ella sentía.

–¿Qué quieres decir? ¿Que no quieres que vengan Jorge y Natalia? – preguntó a pesar de intuir claramente la respuesta.

–Eso quiero decir. No quiero que vengan, quiero estar contigo, sólo contigo.

–¿Por qué? – preguntó ella mientras de manera casi inconsciente los cuerpos de ambos se iban acercando, buscándose.

–Porque si ellos vienen no podré quererte. Y yo quiero quererte, quererte de verdad, no en silencio, como te estoy queriendo hasta ahora.

Seguían sentados en el suelo, así que apoyaron sus espaldas en el sofá y Pedro pasó su brazo por los hombros de Lucía. Luego la besó despacio, lento, suave, húmedo, como aquel primer beso en el banco del paseo, como todos los besos que ambos habían soñado sin atreverse a decirlo. Lucía se perdió en aquellos labios que la bebían con ansia y Pedro deslizó su mano por debajo de su camiseta acariciando su piel. La muchacha se estremeció al contacto de aquellos dedos que levantaban con solo unas ligeras caricias un torrente de pasión encendida.

–Te quiero, Lucía – le dijo él al oído – Te quiero. Eres la mujer que he estado esperando toda mi vida.

Lucía gimió ligeramente. La excitaban tanto las palabras como las caricias. Escuchar la voz cálida y sensual de Pedro era como escuchar una melodía de amor. En medio de los besos y las caricias se fueron despojando de la escasa ropa que cubría sus cuerpos, y acabaron haciendo el amor de manera casi salvaje sobre la alfombra blanca del salón, mientras la luna llena de Oporto los espiaba curiosa tras los cristales en aquella noche de primavera.



martes, 12 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 9

 



A Lucía, por momentos, se le hacía difícil disimular que entre ella y Pedro había surgido cierta tirantez en una relación que antes era fluida y tranquila. Apenas se dirigía a él y cuando lo hacía, en multitud de ocasiones contestaba con evasivas o incluso con algún comentario despreciativo. Ni a Jorge ni a Natalia se les había pasado el detalle por alto y ambos lo comentaron durante una jornada de trabajo.

–Algo les ha pasado – dijo Natalia después de sacar ella misma el tema – y ella está enfadada.

–Sí – contestó Jorge – yo también lo he notado, y también me he dado cuenta de que es ella la que muestra resentimiento. ¿Le has preguntado a Pedro?

–Sí, lo he hecho, pero me ha dicho que no, que no ha pasado nada. No obstante, está extraño desde hace tiempo.

–¿Qué quieres decir? ¿Por culpa de Lucía? – preguntó Jorge asombrado, pues no imaginaba ni por asomo que entre Lucía y Pedro pudiera haber algo más que una simple amistad.

–No, no. Está extraño desde mucho antes de que ella viniera. En realidad su cambio fue paulatino desde su regreso de Pontevedra. A veces me da la impresión de que anda un poco a rastras de mí. Como si hiciera algunas cosas porque yo quiero y no por voluntad propia.

–Bueno... ya sabes cómo es tu novio. Totalmente distinto a ti, pero yo creo que el fondo eso es bueno, tú eres el complemento perfecto para su carácter tranquilo.

–No sé, yo últimamente no lo veo tan claro. Y no me gustaría perderle.

La llegada de los primeros pacientes acabó con la charla, pero Jorge se propuso observar de cerca a Lucía y tratar de indagar qué era aquello que la mantenía molesta con su amigo.

*

Se acercaban las vacaciones de Semana Santa y con ellas unos días de merecido descanso. Hacía semanas que estaban pensando en la posibilidad de hacer un viaje los cuatro juntos y decidieron que aquella era la ocasión perfecta para materializar sus planes. Después de mucho pensar y darle vueltas al asunto alquilaron una casita en Oporto, al pie del Duero. Los cuatro contaban las horas que faltaban para tomarse las merecidas vacaciones, olvidarse por unos días de pacientes y alumnos y conocer una nueva ciudad. Pero las cosas se torcieron y la semana anterior al proyectado viaje en el centro de salud empezó a faltar el personal. El que no estaba de baja, estaba de curso, y los más antiguos hicieron valer su privilegio para tomarse días de vacaciones, así que a Jorge y Natalia se les comunicó que por necesidades del servicio no podrían disfrutar de más días de asueto que los propiamente festivos de la Semana Santa. Todos pensaron que era muy mala suerte que después de organizar el viaje con tanta antelación se hubieran truncado sus planes, pero Natalia, que siempre fue una chica de las de “a mal tiempo buena cara” dijo que ni hablar, que el alquiler de la casa estaba pagado y que no era cuestión de perder el dinero. Había que disfrutar de aquel viaje  y si no podían hacerlo los cuatro a la vez, lo harían de manera escalonada.

    –Pedro y tú podéis marcharos como habíamos planeado. El miércoles, al salir de trabajar, Jorge y yo tomaremos un avión y nos uniremos a vosotros – propuso Natalia a Lucía cuando esta mostró su contrariedad ante sus planes frustrados.

       La perspectiva de pasar unos cuantos días sola con Pedro no le gustaba en absoluto  y por eso intentó poner  todas las excusas que se le ocurrieron para evitar el viaje, cada cual más tonta, tanto que al final tuvo que desistir de su empeño y aceptar, pues Jorge y Natalia ya empezaban a preguntarle qué demonios le pasaba para mostrar tantas trabas ante una perspectiva que siempre le había ilusionado tanto.

Así pues el día señalado, por la mañana bien temprano, Pedro y Lucía se despidieron de los otros dos y emprendieron viaje. Por delante les esperaban unas tres o cuatro horas metidos en el coche que ella conducía. Iban casi en silencio, soltando apenas una frase de vez en cuando. "Si seguimos así", pensó ella "menudos días me esperan". Lucía había tenido la idea de aprovechar el viaje para hacer algo así como borrón y cuenta nueva. Puesto que iban a pasar unos días solos no eran cuestión de vivir en medio de la tensión que se adivinaba entre ambos con sólo estar en su presencia unos minutos. Pero lo cierto era que no era capaz de actuar como si no hubiera pasado nada. El recuerdo de aquel beso le martilleaba en el cerebro y no le dejaba actuar con naturalidad.

Llegaron a Oporto a media mañana y no les fue difícil dar con la pequeña casita que les habían alquilado en la agencia. Estaba a la orilla del rio, en pleno centro de la ciudad. Era un inmueble extraño. En la planta baja había una cocina alargada, un amplio baño y lo que parecía un cuarto para guardar trastos. Arriba había un salón comedor con dos ventanas que daban a sendos balcones sobre el río. En la parte trasera de la casa una habitación con una cama matrimonial y en medio de ambas estancias otro baño.

–Está bien la casa ¿no te parece? – preguntó Pedro mientras acomodaban el equipaje.

–Sí – contestó Lucía de forma escueta y cortante.

–Supongo que el sofá del salón se convierte en cama, al menos eso me dijeron en la agencia. Si quieres....

–Puedes quedarte con la habitación, a mí no me importa quedarme con el sofá. Además, cuando vengan Natalia y Jorge.... bueno, que es lo normal que os quedéis vosotros con el dormitorio así tendréis más intimidad. Jorge y yo dormiremos en el sofá.

Pedro suspiró con impotencia. Había querido ser sincero con Lucía sobre sus sentimientos pero por lo visto sólo había servido para estropear las cosas entre ellos.

    –Lucía, ¿qué ocurre? Desde que te besé aquella noche no eres la misma conmigo y ellos también lo notan. De hecho Natalia me ha preguntado en más de una ocasión si me había ocurrido algo contigo. No quiero que sospeche que entre tú y yo hay algo.

–Es que no hay nada – contestó Lucía airada – así que puede pensar lo que le dé la gana. Y mira sí, tienes razón que no soy la misma desde aquella noche. Lo que ocurre es que cuando alguien toca la fibra sensible de mi corazón algo se remueve dentro de mí, algo que me impide comportarme como si no hubiera pasado nada, y créeme que lo intento, pero no me sale. De todas maneras no te preocupes, cuando ellos lleguen haré un esfuerzo sobrehumano e intentaré disimular todo lo que pueda para hacerles ver que tú y yo somos los buenos amigos de siempre.

–¿Es que no lo somos?

–No, Pedro, no lo somos.

–Pues yo sí te considero mi amiga. No me gustaría perderte.    

Lucía miró a Pedro durante unos instantes pensando en lo que en aquellos momentos le hubiera gustado hacer. Por un lado besarle apasionadamente provocando una situación íntima a la que probablemente él no se podría resistir; por otro, asesinarle. Pero no hizo ni una cosa ni la otra. Se limitó a colocar su maleta abierta en una esquina en la que no molestara y murmurar por lo bajo que todos los hombres eran iguales, que no sabía por qué se hacía mala sangre por un beso de mierda que no iba a llevarla a ningún lado. Pedro la escuchó hablar entre dientes sin entender lo que había dicho.

–Entonces ¿qué? – le dijo – ¿Vamos a estar estos cinco días en incomunicación total?

–Por mi parte haré lo que me de la gana. No necesito contar contigo para nada. Tú verás lo que haces con tu vida. Y ahora bajo a comer algo, que tengo hambre.

–¿Puedo ir contigo? – preguntó el muchacho con resignación, tomando el enfado de Lucía como una pataleta de niña pequeña.

–Tú mismo.  

  Lucía salió de la casa con Pedro pisándole los talones. Le habían hablado de las bifanas, montaditos de carne de cerdo con salsa muy picante, y le habían recomendado tomarlas en el Conga, que resultó estar muy cerca de la casita en la que paraban. Allí, como le habían contado, las estaban preparando a pie de calle. Se sentó en una de las mesas de la terraza y Pedro hizo lo propio. Pidió las bifanas y una cerveza muy fría para ambos.

–Ya que me has seguido supongo que querrás comer lo mismo que yo. Pican, pero si no te gustan... ajo y agua.

Pedro esbozó una ligera sonrisa de la que Lucía no se percató. En el fondo el cabreo de la muchacha le hacía gracia, porque sabía que tenía un corazón noble y que jamás haría nada que pudiera perjudicarle. Además se había tomado aquellos días que tenían por delante como una prueba de fuego. Necesitaba saber lo que era convivir con ella, tenerla a su lado constantemente, para así comprobar que efectivamente era, como él pensaba, la mujer que había estado esperando desde siempre. No podían salir juntos como una pareja normal y corriente, así que tendrían que aprovechar esa oportunidad que la vida les ponían en bandeja. Sería como comenzar a andar de la mano la senda que le gustaría recorrer junto a ella. Pero no le diría nada. Tal vez al final, después de aquellos días, cuando el amor que sentía le desbordara de tal manera que ya no pudiera más. De momento tendría que conformarse con estar a su lado y quererla en silencio.

Comieron igualmente en silencio y regresaron a casa igualmente sin cruzar palabra. Hacía una temperatura agradable así que Lucía demoró sus pasos a propósito, no tenía prisa por llegar a la casa. La Ribera del río estaba atestada de gente que disfrutaba del encantador ambiente que reinaba en los pequeños restaurantes que ofrecían al visitante un marco incomparable. Lucía se dijo que uno de esos días bajaría a cenar allí, con Pedro o sin él.

Pasaron parte de la tarde descansando, Pedro en el dormitorio, Lucía en el sofá del salón. Alrededor de las seis, ella salió en busca de un supermercado en el que comprar algunas provisiones para el fin de semana con la idea de no tener que hacer absolutamente todas las comidas fuera de casa. Callejeó durante un rato, dejándose hechizar por el encanto de la ciudad, por el idioma que hablaban aquellas gentes que le sonaba como a canción celestial. Encontró lo que buscaba y de vuelta a casa hizo lo mismo, callejear y disfrutar de la ciudad. Escuchó sonar su móvil en el interior de su bolso pero ni siquiera se molestó en mirar quién la llamaba, quién fuera podía esperar, no deseaba que nadie interrumpiera aquellos instantes sublimes que estaban teniendo el poder de cambiar su humor y su forma de ver las cosas. Comenzó a sentirse tan feliz que decidió no mostrarse más enfadada con Pedro. ¿Para qué? Ni que fuera el único hombre en el mundo. Además, como si lo fuera, ¿acaso necesitaba a alguien a su lado? Al principio pensó que sí, por eso echaba tanto de menos a Lorenzo, pero según iban pasando los meses se estaba dando cuenta de que estar sola también tenía su encanto. Por otra parte, tenía que confiar un poco más en sí misma y en sus cualidades. Él no la había rechazado, bien al contrario, en realidad le había dicho que la quería, pero que estaba Natalia y bla, bla, bla. ¿Por qué tenía que ganar la batalla Natalia? De acuerdo que era muchísimo más guapa, pero ella siempre había tenido mucho éxito con los chicos. Todos le decían que tenía algo especial, un no sé qué que los acababa encandilando en cuanto la descubrían.

Era sábado. Quedaban por delante cuatro días con la exclusiva compañía de Pedro. A lo mejor eran suficientes para que él la descubriera también. Lucía sonrió levemente ante la ingenuidad de sus pensamientos. Un muchacho que se cruzó con ella en ese instante le dijo algo que no entendió sonriendo y ella le guiñó un ojo. Estaba contenta.

Casi sin darse cuenta llegó a la casa. Iba cargada con tres bolsas que dejó en la cocina y después subió al salón. Allí la esperaba Pedro con cara de pocos amigos.

–¿Se puede saber dónde has estado? Te he estado llamando y no me cogías el móvil – le regañó.

–¿Te has preocupado? – le preguntó ella sonriendo.

–A ti qué te parece. Estás en una ciudad extraña, no me dices a dónde vas... ¿y si te pasara algo?

– Confío en la eficacia de la policía portuguesa, seguramente te encontrarían enseguida para darte la mala noticia. Pero bueno, supongo que tienes razón, lo siento. La verdad es que escuché el móvil pero no me dio la gana de cogerlo. Estaba disfrutando tanto del paseo... Fui a comprar algo de comida a un super. ¿Qué te parece si hacemos unas pizzas? También me compré una botella de vino, de ese que llaman verde, aunque yo veo que es blanco. ¿Te apetece?

A Pedro le parecía que la habían cambiado, que estaba hablando con una persona diferente a la de aquella mañana, pero no puso objeción, al contrario, le gustó el cambio.

–Sí, me apetece. Pero la próxima vez que salgas, si no quieres que vaya contigo, por favor, avísame.

–Descuida. Lo haré.