viernes, 25 de junio de 2021

NO sé por qué te quiero - Final

 



Unos días después recibí una llamada de mi madre a través de la que me comunicaba que tenía trabajo en una clínica en Madrid y que podía comenzar a trabajar en septiembre. Me quedaba por delante un mes de vacaciones, que iba a aprovechar para hacer la mudanza. Una nueva vida me esperaba en Madrid. Era como regresar a los orígenes, aunque no lo hacía con ilusión, sino llevando de la mano el regusto amargo de una relación que había muerto por no haber sabido actuar bien.

Comencé a empaquetar mis cosas, ayudada por mi tía Teresa en su tiempo libre, que no paraba de decirme que me pensara bien lo que estaba haciendo, que no era lo correcto y que acabaría arrepintiéndome. Yo procuraba no hacerle caso, aunque por momentos no podía evitar que me entraran las dudas y pensar si no tendría razón. Además, y como es evidente, Ginés no se volvió a poner en contacto conmigo y yo lo echaba mucho de menos.

Por fin llegó el día en que tendría que celebrarse la boda. No había vuelto a saber de ellos dos, por lo que deduje que Lidia tenía que saber algo sobre mí que no le había gustado. Bien que yo me había liado con su novio, entonces casi seguro que no habría boda; bien cualquier otra cosa inventada por Gines, con lo cual la boda tal vez siguiera adelante. Aquella misma tarde yo tomaría un tren hacia Madrid, así que supuse que me iría sin saber el resultado de mis cavilaciones. Por un momento pensé en acercarme a la Iglesia en la que se casaban y cerciorarme por mí misma de si mis sospechas era ciertas o no, pero enseguida desistí. No merecía la pena hurgar más en una herida que ya de por sí tardaría mucho en cerrarse. Sin embargo poco sospechaba yo que mis dudas se iban a disipar mucho más pronto de lo que creía, cuando poco después del mediodía sonó el timbre de mi casa y una sorpresa me esperaba al otro lado de la puerta. Pensé que sería la casera que se había acercado a buscar la llave del piso, aunque habíamos quedado en que se la dejaría en el buzón. Sin embargo cuando abrí la puerta me encontré a la misma Lidia en persona. Al verla allí, frente a mí, con el rostro hinchado y los ojos acuosos y rojos, señal de haber estado llorando, mis piernas se echaron a temblar. De lo que menos ganas tenía era de enfrentarme a nadie, y menos a ella. Así que no le dije nada y dejé que fuera ella la que rompiera el silencio incómodo que se instaló entre nosotras cuando estuvimos frente a frente.

–Quiero hablar contigo – dijo finalmente – ¿Puedo pasar?

–Sí, claro, pasa. Pero ¿tú no tenías que estar casándote? – le pregunté. Aunque inmediatamente me arrepentí de haberlo hecho, no quería que Lidia pensara que me quería hacer la inocente o incluso que intentaba burlarme de ella. Nada más lejos que mi intención.

Pasamos al salón, en el que solo quedaban los muebles desnudos, y se dejó caer en una silla con gesto de derrota.

–Sabes perfectamente que no me he casado, que la boda se suspendió.

Vi tanta tristeza en su mirada que me sentí la mujer más mezquina del mundo. Quería disculparme por lo que había hecho, pero no encontraba las palabras, porque en realidad no tenía que pedir disculpas por nada. El amor no es algo por lo que se deba pedir perdón y yo quería a Ginés, a pesar de todo lo que había pasado entre nosotros. Le quería de manera inexplicable. Le quería sin saber ni desear saber el motivo, porque no había motivo.

–Lidia yo...

–Déjame hablar a mí, Dunia – dijo con el tono de voz suave que la caracterizaba. Suspiró, tomando una bocanada de aire antes de comenzar a hablar –. Hacía tiempo que sospechaba que Ginés tenía otra mujer y también que la boda no se iba a celebrar, a pesar de que me empeñaba en convencerme a mí misma de lo contrario. Lo que no me imaginaba era que tú fueras la causante de todo.

–Lo siento, Lidia, es que....

–No me interrumpas, por favor. Hace unos días me lo contó todo. Y cuando digo todo, digo todo. Cuando te conoció porque fuiste a trabajar a su casa, como te forzó una noche en la piscina, el tiempo que estuvisteis separados, su accidente, tu denuncia.... todo. Incluso que un domingo te habías presentado en su casa y después de haberos acostado le dijiste que se casara conmigo y que tú te volvías a Madrid. Me lo contó todo antes de decirme que aunque tú te hubieras marchado, no se podía casar conmigo porque te quería a ti. A pesar de estar furioso, de maldecirte mil veces por haberle abandonado de nuevo, te quería, te quiere, sin saber bien por qué. Al principio te odié con todas mis fuerzas, me dolió tanto tu traición... – en este punto sus ojos se llenaron de lágrimas y su barbilla comenzó a temblar – Lo que pasa que conforme fueron pasando los días pensé y....todo fue tan casual... que nadie tuvo la culpa. A lo mejor Ginés, por no haberme dicho hace tiempo que te amaba.

Lloraba intentando tragarse el llanto. Me dio tanta pena que me acerqué a ella y la abracé. Pensé que me iba a rechazar, pero no, se dejó abrazar y lloró un rato sobre mi hombros, sacudiendo los suyos en un movimiento convulsivo imposible de evitar.

–Lidia yo me voy a Madrid – le dije cuando se calmó un poco –. Ya he tomado la decisión. No puedo estar al lado de Ginés. Debe ser mi propia estupidez pero las cosas siempre acaban mal entre nosotras.

–No lo hagas. Ahora es distinto, ahora ya no hay un obstáculo que impida vuestro amor. Él está muy triste, está echo polvo y todo esto le está afectando mucho. Yo ya no seré un impedimento para lo vuestro. He comprendido que no tengo nada que hacer y me quito del medio.

–No, Lidia, no lo hagas, tienes que luchar.

–¿Luchar? ¿Para qué voy luchar? Tú eres la que tiene que luchar y yo soy la que debería irse lejos para olvidar. Búscalo, Dunia, te quiere y a pesar de todo lo que hizo es un buen chico.

Pero de nada sirvió su insistencia y aquella misma tarde tomé el primer tren y me fui a Madrid. Me despedí de Teresa. De Teresa, de la ciudad y de una vida que había tenido sus luces y sus sombras. Cuando el tren comenzó a moverse, me pareció ver un hombre que corría a lo lejos en dirección al andén. Puede que fuera Ginés. Y por un segundo me arrepentí de marchar.

*

No conseguía acostumbrarme de nuevo a Madrid. Echaba de menos mi antiguo trabajo. El nuevo estaba bien, pero los compañeros no tenían nada que ver conmigo y no acababa de cuadrar entre ellos. Añoraba también a mi tía, los paseos por la calle Real o por la Torre de Hércules para ver batir el mar contra las rocas. Añoraba incluso las tardes de lluvia y el viento frío del nordeste. Y por supuesto a quien más echaba de menos, era a Ginés. Mis pensamientos giraban continuamente en torno a él. Cuando hacía algo, cualquier cosa, pensaba en cómo lo haría él y si tenía que tomar alguna decisión también pensaba en la que hubiera tomado él. A veces incluso soñaba con que, en cualquier momento, iba a aparecer por una esquina, iba a buscarme para estar juntos de nuevo y para siempre.

Llevaba ya casi tres meses en Madrid cuando sucedió todo. No había amanecido todavía y llovía. Era el día de Navidad y yo volvía a casa después de haber pasado toda la noche trabajando. Iba pensando en acostarme en la cama y descansar. Había sido una noche ajetreada y no tenía ganas de nada más. En casa reinaba el silencio. Todos estaban aun en la cama. Yo también me acosté y me dormí enseguida. Mi tía Teresa y Teo con su novia también estaban en casa, habían venido a pasar las fiestas y habían llegado el día anterior justo para la cena, cena que yo no había podido disfrutar con todos ellos por motivos laborales. Habíamos decidido pues intercambiar los regalos aquel mediodía, antes del almuerzo, para darme tiempo a descansar.

Cuando desperté eran casi las dos de la tarde. Me levante despacio, me di una ducha larga y bajé al piso de abajo. En el comedor mamá ya había puesto la mesa. Todos estaban esperándome en el salón, alrededor de la chimenea encendida, ansiosos por abrir los presentes, como si fuéramos niños. En cuanto yo llegué nos pusimos a ello. De los paquetes salieron bolsos, gafas de sol, pendientes, libros, discos y alguna corbata. Finalmente quedaba un paquete amarillo debajo del árbol que nadie cogía. Estaba medio escondido entre las hojas del abeto.

–Eh, queda un paquete – dije – ¿Para quién es?

Lo cogí y vi que en el papel estaba escrito mi nombre. Paseé mi vista por los demás miembros de mi familia, que también me miraban expectantes.

–Para mí no puede ser – dije –, yo ya he abierto uno de mamá, otro de Teresa y el de Teo....

–Tiene tu nombre – dijo mi madre –. Anda, ábrelo.

No sé por qué me puse nerviosa. Quité el papel amarillo de manera torpe y a trompicones. Quedó al descubierto una pequeña cajita de nácar ámbar, de esas que daban antes en las joyerías. La abrí, pero dentro no había una joya. Había un papel cuidadosamente doblado. Lo desdoblé con cuidado, absolutamente intrigada. En el papel blanco estaba escrita una sola palabra: “YO”

–Pero... ¿esto qué es? – no entendía nada, pero ellos, en vista de sus sonrisas, sí parecían entender.

Entonces unos pasos ligeros y lentos se dejaron escuchar desde el pasillo y entraron en el comedor. Vestía un jersey de cuello alto azul marino y un pantalón vaquero desgastado. Su pelo estaba medio revuelto, como casi siempre, y seguía conservando aquellos preciosos ojos grises y la sonrisa que me había encandilado desde el día en que le conocí. Ginés entraba de nuevo en mi vida.

Me puse en pie y durante unos instantes no pude moverme, hasta que él llegó a mí y nos echamos uno en brazos del otro, queriendo olvidar todos aquellos meses que habíamos estado separados por culpa de mi cabezonería.

–Te quiero, Dunia, te quiero. Y ahora estoy seguro de que nada podrá separarnos.

Yo tenía un nudo en la garganta que me impedía hablar, así que por toda respuesta le besé en los labios. Luego mamá apuró a todos a sentarse a la mesa. Yo pregunté quién había sido el artífice de todo aquello. Mi tía Teresa se acercó a mí y regañándome, como si fuera una niña que ha hecho una travesura, me dijo:

–No lo pude evitar. No podía dejar que cometieras de nuevo una estupidez. Y me lo traje conmigo.

Una vez más Teresa se convertía en mi salvadora. Me había devuelto al hombre que amaba, y junto al que, por fin, conseguiría ser feliz.







EPÍLOGO

Dentro de tres meses Teo se casa con su novia Noruega. Me hace ilusión ir a una boda en Noruega, en pleno mes de noviembre, con las ciudades nevadas y el frío calándonos hondo en los huesos.

Teresa, que será madrina, dice que no quiere llevar a Andrés, que todavía es muy pronto para incluirlo ya en la familia, a pesar de que ya lo conocemos y sabemos que se siente feliz a su lado. Se conocieron en Madrid, las pasadas Navidades, cuando Teresa trajo de nuevo a Ginés a mi vida. Estuvieron comunicándose por internet durante un tiempo. Teresa comenzó a venir con frecuencia a Madrid y finalmente se ha trasladado de manera definitiva para estar cerca de él. Después de todo lo pasado, de tanta soledad no buscada, se ha merecido encontrar a alguien con quien compartir su mundo.

Hace unos días he recibido una carta de Lidia. No sé cómo ha conseguido mi dirección, pero lo ha hecho. En ella me cuenta que se ha marchado a Londres, que allí trabaja como enfermera y que poco a poco ha ido olvidando a Ginés. Se siente a gusto y dice que, probablemente, no regrese nunca a España.

Y Gines y yo.... Gines y yo mantuvimos nuestra relación a distancia durante unos meses, hasta que finalmente, al igual que Teresa, decidió dejar La Coruña y venirse a Madrid, a mi lado. Juntos hemos decidido comenzar una nueva vida y hacer las cosas bien, sin caer en las tonterías que hemos estado cometiendo desde que nos conocimos. Vivimos mirando al futuro y nos comportamos como si no tuviéramos pasado, de hecho, cada vez que alguno de nosotros, sin querer, vuelve la vista atrás para recordar lo que tiene que quedar en el olvido, el otro le da una colleja. A veces pensamos que nacimos abocados a estar juntos y que fuimos nosotros mismos, estúpidamente, los que fuimos poniendo obstáculos a un destino que, inevitablemente, ha acabado por unirnos. Ya eso terminó. Ginés y yo nos queremos, a pesar de lo ocurrido, a pesar de que en algún momento de nuestra vida pareciese no tener lógica ese amor que nos profesábamos. Da igual. Si al fin y al cabo el amor es el sentimiento más ilógico que existe. Pero también el que hace a uno más dichoso. Como a nosotros.


miércoles, 23 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 37

 


Al día siguiente era sábado. Me pasé el día preparando algunas cosas y al atardecer fui a casa de mi tía Teresa. Para mi sorpresa mi primo Teo y su novia noruega estaban allí. Me alegré mucho de verlos. Teo parecía haber recuperado la felicidad al lado de aquella muchacha, incluso se le veía mucho más risueño y parecía más distendido de lo que era antes.

Me invitaron a cenar y acepté la invitación. En realidad yo había ido allí para decirle a mi tía que me iba, que regresaba definitivamente a Madrid, pero no encontraba el momento oportuno para ello. Durante la cena todas eran risas, alegrías y charlas intrascendentes. Mientras nos tomábamos un café, Teo me preguntó qué tal me iba la vida. Yo me encogí de hombros y lancé una mirada elocuente a mi tía, que supo captarla enseguida.

–¿Ocurre algo Dunia? – preguntó.

–Me regreso a Madrid – dije –. Este mediodía he estado hablando con el marido de mi madre y le he dicho que me buscara un trabajo por allí, que daba igual de lo que fuera, que me quería marchar. En cuanto me llame, me iré.

–¿Y eso por qué? – preguntó de nuevo.

–Porque yo aquí ya no pinto nada... y estaré más tranquila allí, lejos de todo.

Teo me miraba interrogante. Supongo que no entendía nada, pero también supongo que se lo imaginaba. Su madre le aclaró las cosas enseguida. Le habló de mi encuentro casual con Ginés, de su inminente boda con Lidia... Pero mi tía todavía no conocía las últimas novedades, mi lío con él y la posible suspensión de su boda. Así que yo se lo conté todo. También que finalmente había decidido renunciar a él para que sí se casara con ella, y que ese era el motivo por el que regresaba a Madrid.

Mi tía hizo un gesto con los ojos típicamente suyo. Quería decir exactamente “vaya tonterías que dice esta mujer”, frase que no solo salió de sus ojos, también lo hizo de su boca.

–Menuda sarta de bobadas acabas de decir. ¿De verdad harás eso? ¿Lo empujarás a una boda que no desea con una mujer que no quiere? Por lo que cuentas ha dejado claro que a quién quiere es a ti.

–Yo sé que me quiere a mí. Pero no podemos hacer sufrir a esa pobre chica – repuse con un convencimiento que estaba lejos de sentir.

–Si pierde a su novio y a su amiga, sufrirá durante un tiempo, pero se le pasará. Pero si se casa con un hombre que no la quiere, sufrirá toda la vida – dijo Teo.

Pero nada de lo que pudiera decirme iba convencerme. Yo había tomado mi decisión y no la iba a cambiar. Ahora solo faltaba comunicársela a Ginés. Eso iba a ser lo más difícil.

*

Pasé el fin de semana pensando cómo hacerlo. Finalmente me decidí. Sabía que los domingos Ginés y Lidia no solían salir hasta muy tarde, así que arriesgándome a encontrarla a ella, el domingo por la noche me encaminé a casa del amor de mi vida. Al llegar aparqué detrás de unos arbustos y me mantuve dentro del coche durante un tiempo, vigilando la casa, por si ella salía. Finalmente me acerqué y llamé al timbre del portal. La voz de Ginés preguntó quién era y yo muy bajito, por si acaso, le contesté.

–Ginés, soy Dunia. ¿Puedo entrar?

Por toda respuesta el portalón comenzó a abrirse. Cuando entré en la finca le vi a él esperándome en la puerta de casa, sonriente. Por un momento mi determinación flaqueó. ¿De verdad iba a terminar mi relación con aquel hombre para entregárselo a otra? Estaba totalmente chiflada, sí, lo estaba, pero también tenía claro que no deseaba vivir toda mi vida con el peso de una traición. Durante unos segundos pensé en mi madre. Ella lo había hecho. Había buscado su propia felicidad a costa de la de su hermana y yo nunca la había visto mal por ello. Quizá en ocasiones un poco melancólica. Mas al final todo se había arreglado. Además Lidia no era mi hermana ni nada que se le pareciera. Apenas la había conocido unos meses antes y no sabía que era la novia de Ginés. Pensamientos liados, absurdos y contradictorios que se mezclaban en mi mente y que no tenían el poder de cambiar mi decisión.

Al llegar al lado de Ginés le abracé y le di un largo beso en los labios.

–Mmmm, que saludo más maravilloso. ¿Qué te trae por aquí? Lidia se acaba de ir hace apenas una hora. Está muy enfadada.

–Me apetecía verte – respondí – ¿Y por qué está enfadada? ¿Se lo has dicho?

–Me ha faltado poco. Le he dejado claro que la boda me superaba y que no estaba demasiado seguro de querer una celebración por todo lo alto tal y como estaba organizando.

No contesté y entré en la casa. Crucé el salón y me dirigí al jardín trasero. Él venía detrás de mí. Me senté en el sofá de mimbre gris y él se sentó a mi lado.

–¿Te apetece algo fresco? – me preguntó.

Le dije que sí y entró en la casa. Al rato apareció en el jardín con dos botellines de cerveza. De nuevo se sentó a mi lado y me abrazó. Yo me dejé envolver por sus brazos. Luego buscó mi boca con la suya y yo correspondí a su beso cálido y pasional que nos fue arrastrando a las caricias. Sus manos se colaron por debajo de mi vestido y juguetearon traviesas con mi piel. Ginés tenía el poder de hacer que el mínimo roce de nuestros cuerpos despertara mi deseo. Me senté a horcajadas sobre sus piernas mientras le desabotonaba su camisa azul. Cuando lo hube hecho besé despacio y con ternura aquel pecho que subía y bajaba al compás de una respiración cada vez más rápida. Por un instante le miré a los ojos y le sonreí. Él me devolvió la sonrisa.

–Te quiero – le dije – no sé por qué, pero te quiero.

–Yo también te quiero – me respondió – Y sí sé el motivo. Porque eres la chica más maravillosa del mundo.

Hubiera detenido el tiempo en aquel preciso instante si hubiera podido. Si alguien me hubiera preguntado qué era la felicidad le hubiera descrito aquel momento en el que Ginés y yo nos entregamos sin tapujos a disfrutar del amor que sentíamos. Durante el tiempo que me regaló sus caricias y sus besos, que me susurró al oído palabras que me hacían tocar el cielo con la punta de los dedos, que me hizo el amor de manera pausada pero firme, no pensé en Lidia ni en la decisión que había tomado, simplemente me entregué a un amor que se estaba haciendo tangible por última vez. Solo cuando dimos por finalizados aquellos hermosos momentos de pasión, mi mente recuperó su lucidez y supe que tenía que poner fin a aquella situación de una vez por todas. Me había despedido de Ginés, aunque él no lo sabía.

Estábamos tirados en el sofá de mimbre, entrelazados todavía nuestros cuerpos medio desnudos, Ginés me abrazaba y me acariciaba el pelo mientras me daba tenues besos en la frente. Yo me incorporé de pronto y comencé a vestirme. Y le solté mi decisión sin pensarlo más:

–Me voy a Madrid – dije simplemente.

–¿De vacaciones? ¿A casa de tu madre? ¿Cuándo? – preguntó Ginés mientras se abotonaba la camisa y se componía un poco.

-Pronto, cuando mi padrastro me llame. No me voy de vacaciones. Me voy definitivamente.

–¿Y crees que ahora es el momento oportuno para marcharte? Acabamos de volver....No... no entiendo nada – dijo mirándome de forma interrogante.

–He pensado que no puedes hacerle esto a Lidia. No puedes dejarla ahora, cuando apenas faltan dos semanas para la boda. Es una buena chica y debes casarte con ella. Por eso me voy, para dejaros vía libre y no volver a verte nunca más. Me dolería demasiado vivir en la misma ciudad que vosotros y ver como el hombre a quien quiero hace su vida al lado de otra mujer que no soy yo.

Ginés me miraba mientras yo hablaba y en su cara se iba dibujando una media sonrisa, que terminó en carcajada cuando por fin me callé. Se echó sobre mí abrazándome por la cintura y haciéndome cosquillas.

–Tienes ganas de broma ¿eh? Pero nada, no cuela, no eres buena actriz.

Yo lo separé de mi lado con suavidad y le miré a los ojos directamente y de frente.

–Estoy hablando totalmente en serio Ginés. Créeme que me duele haber tomado esta decisión pero no puedo traicionar así a Lidia. Estaría toda mi vida luchando contra los remordimientos. Y quiero vivir tranquila.

Ginés se puso serio y su rostro dejó entrever una extraña palidez. Meneo la cabeza ligeramente de un lado a otro antes de hablar.

–No... no puedes estar hablando en serio. No entiendo nada. Sabes que no amo a Lidia, que te amo a ti. Nunca me casaré con una mujer a la que no quiero.

–Si yo no hubiera aparecido en tu vida te hubieras casado con ella.

–¡Pero apareciste! – dijo alzando un poco la voz – ¡Joder, apareciste! Y volví a enamorarme de ti y no quiero perderte. Por favor Dunia, no me hagas esto. No vuelvas a salir de mi vida. No podría soportarlo. ¿Es que acaso no me quieres?

–Más que a nada, Ginés. Desde el día en que te conocí te quiero más que a nadie. Y créeme que hubo un tiempo en que intenté odiarte y.... no lo conseguí. Pero Lidia es una chica maravillosa y me siento ruin y mezquina robándole a la persona que ama.

–Pero Dunia, ¿no te das cuenta de que aunque me dejes no me voy a casar con ella?

–Claro que lo harás.

Nos quedamos en silencio. Ginés apoyó sus codos en las rodillas y hundió la cabeza entre sus manos, mirando al suelo. Yo me sentía mal, pero en aquellos momentos estaba segura de haber tomado la decisión correcta y no iba a cambiar de opinión.

–Ginés yo....

–Vete – me espetó cortante.

–Déjame decirte que....

–¡Vete! – gritó con furia – ¡He dicho que te vayas! No quiero verte nunca más. Cada vez que apareces no haces más que joderme la vida. ¡Vete!

Recogí mis cosas en silencio y me fui.

domingo, 20 de junio de 2021

No sé por qué te quiero -- Capítulo 36

 



No volví a saber de él hasta algún tiempo después. Al final las aguas parecieron volver a su cauce. Las semanas iban pasando y a mediados de junio Lidia finalizó las prácticas en el hospital, por lo que comenzamos a vernos con menos frecuencia. Además estaba muy ocupada con los preparativos de su boda, lo que no era obstáculo para que quedásemos para tomar un café al menos un día a la semana No volvió a quejarse de Ginés ni tampoco insistió para que quedáramos a cenar de nuevo. Supongo que se dio cuenta de que entre su primo y yo, aunque nos caíamos bien, no había la chispa suficiente para prender la llama del amor.

Mientras tanto yo me revolvía en un mar de dudas. Además me daba cuenta de que conforme se iba acercando la fecha de la boda una inquietud sin nombre se iba adueñando de mí. Sentía que iba a perder a Ginés de manera definitiva y no me gustaba nada la idea.

Quiso la casualidad que un día me lo encontrara en la calle. Apenas faltaban tres semanas para el enlace, al que yo estaba invitada y al que, desde luego, no pensaba ir, ya me inventaría alguna excusa, una enfermedad de última hora, por ejemplo. Aquel día mi moral estaba por los suelos. No paraba de imaginar a Lidia entrando en la iglesia con su maravilloso vestido de novia, mientras Ginés la esperaba feliz ante el altar. Aquella novia debía de ser yo, pero ni lo era, ni lo iba a ser, y cuanto antes lo asumiera mejor.

La tarde estaba fría y húmeda. El verano parecía no querer llegar y la primavera con su tiempo alocado se alargaba ya demasiado. El desasosiego que sentía encerrada entre las cuatro paredes de mi casa me empujó a salir a dar una vuelta a pesar de que el tiempo no invitara a ello. Dirigí mis pasos al Paseo de la Marina y a los jardines de Méndez Núñez. Era sábado y a pesar de que la climatología no acompañaba había gente por la calle. Me senté en un banco, en el mismo banco en que me había sentado algunos años atrás acuciada por la angustia de una aciaga mañana en el hospital y me encontré con un Ginés que pareció no reconocerme, pero sí lo hizo. La casualidad quiso que de nuevo la historia se repitiera y aquella tarde otra vez apareció como un fantasma en el mismo lugar de antaño.

Esta vez lo vi llegar, lo vi dirigirse hacia mí con paso firme y decidido, mientras mi corazón latía a cien por hora y era presa de un sentimiento sin nombre, mezcla de miedo, desconfianza y aquel amor inútil e inservible que continuaba sintiendo por él. Aminoró un poco el paso según se fue acercando. Cuando finalmente llegó a mi altura me preguntó si podía sentarse a mi lado y así hizo cuando con un gesto de la cabeza le indiqué que sí. Durante un tiempo permanecimos en silencio, como si ni uno ni otro supiera cómo iniciar una conversación. Realmente yo no sabía qué decirle, además consideré que le tocaba hablar a él.

–Te vi de lejos – dijo por fin –. Lidia no está este fin de semana. Fue a llevar a su madre a casa de una tía. Estarán dos días y luego volverán todas para la boda.

–¿Y por qué me cuentas todo eso? – le pregunté – Como comprenderás me importa muy poco tu lista de invitados a la maldita boda.

Volvió la cabeza hacia mí. Sentir sus ojos grises mirándome me provocó una ligera turbación.

–Tienes razón. Desde hace un tiempo necesito hablar contigo de verdad, en serio, pero no me atrevo a dar el paso. Así que hoy, cuando te vi desde lejos, me dije que ahora o nunca. Quiero pedirte perdón, Dunia, por todo lo que te dije aquella noche en tu casa, por lo que estuve a punto de hacerte y por lo que te hice hace mucho tiempo. Realmente a veces pienso que.... no sé, que soy un monstruo o algo parecido. O puede que me deje arrastrar con demasiada facilidad por mis instintos.

Durante unos minutos permanecí en silencio contemplando su amargura. Me hablaba con los codos apoyados en sus rodillas y sus manos mesándose los cabellos en un gesto mecánico y nervioso. Pobre Ginés. Me di cuenta de que estaba siendo esclavo de sus equivocaciones, de sus convencionalismos, incluso de un rencor hacia mí que seguramente no existía.

–Te perdono, Ginés – le dije finalmente – . Aunque realmente no creo que este perdón sirva para algo. Lo mejor que podemos hacer es despedirnos aquí e intentar no volver a vernos.

–¿Realmente piensas eso? – preguntó volviendo sus ojos hacia mí, con gesto de resignación.

–Por supuesto que no – respondí – pero creo que es lo mejor para los dos. No supimos aprovechar nuestro momento. Tú lo hiciste mal hace muchos años y yo lo hice mal cuando te volví a encontrar. Ahora hay alguien por el medio y ya nuestra oportunidad pasó.

Ginés se acercó más a mí y su cercanía me turbó. Sabía que si me quería como yo pensaba que me quería y lo había asumido de una vez no se iba a rendir tan fácilmente. Él era así, no pensaba en las consecuencias, tal vez fueran reminiscencias de su etapa de niño caprichoso y consentido. Lo malo era que a aquellas alturas ya no solo importaba el amor. Lidia ocupaba un lugar en aquella historia, ella era la actriz principal, y yo solo la secundaria, la que finalmente desaparece de la escena para dejar que la protagonista brille por sí misma y sin obstáculos.

–Dunia – tomó mis manos entre las suyas y nos quedamos frente a frente –, te quiero.

Aquellas dos palabras me sacudieron por dentro. Mi mente regresó al pasado, a cuando sólo éramos él y yo, y borró el presente como por encanto. Ginés me besó suavemente en los labios y por unos minutos no existió nada, solo él y yo de nuevo, allí, sentados en el banco de un parque, ignorando la vida que bullía alrededor nuestro.

Un trueno se dejó escuchar y un aguacero repentino comenzó a caer cuando nuestras bocas todavía estaban unidas. La lluvia caía persistente y furiosa, como si vaciaran calderos del cielo. Me levanté del banco y tomando a Ginés de la mano, lo arrastré conmigo.

–Vamos, corre – le dije –, menos mal que mi casa está cerca.

Corrimos por las calles de La Coruña cogidos de la mano, mirándonos y riendo como si de un anuncio publicitario se tratara. Cuando entramos en el portal de mi casa estábamos completamente empapados, pero no parecía importarnos. Subimos por la escaleras hasta el primer piso dejando a nuestro paso un reguero de agua. Cuando entramos, Ginés me acorraló contra la puerta y me besó de nuevo.

–¿Qué te parece si nos damos un baño caliente, como una vez en tu casa? Mi bañera no es tan fantástica como la tuya pero....

Dio igual si la bañera era grande o pequeña. La llenamos de agua caliente y nos metimos dentro y allí, arrullados por la espuma y el vapor que nos envolvía, nos amamos sin importarnos otra cosa que nosotros mismos.

Ginés se quedó en mi casa todo el fin de semana. Durante aquellos dos días Lidia pareció no existir, pero el hecho era que existía y que dentro de apenas poco más de un mes, iba a casarse con ella. Pero él fue claro cuando yo le planté el problema.

–Tengo que dejarlo con ella, Dunia, no puedo hacer otra cosa.

–Le vas a romper el corazón.

–Tal vez, pero no voy a casarme con ella.

Intenté imaginar el revuelo que se iba a armar y quise desaparecer del mapa. Además decidí no volver a ver a Lidia. Ahora que ya había terminado las prácticas y que ya no tenía que ir al hospital sería mucho más fácil. Me sentía mal, pero recordé las palabras de mi tía y supe que tenía razón. Cada uno tiene que luchar por su propia felicidad.

Le aconsejé a Ginés que fuera sutil, que se comportara con ella lo más delicadamente posible y que se tomará unos días para darle la noticia. Me prometió hacerlo así.

–La iré preparando – me dijo – no sé de qué manera pero lo haré.

Como si fuera tan fácil. Algunos días después Lidia me llamó al móvil en mi jornada laboral. Me extrañó tanta urgencia y pensé que Ginés le habría dado la noticia y que ella deseaba ponerme en mi lugar. A pesar de los remordimientos que sentía, o tal vez a causa de ellos, no quería escucharla y no atendí su llamada. Pero cuando insistió una vez, y otra, pensé que algo grave podría haberle ocurrido, algo que no tuviera nada que ver con el triángulo amoroso en que estaba metida sin saberlo. Así pues descolgué el móvil.

–Hola Lidia, ¿ocurre algo? Acabo de ver que tengo dos llamadas perdidas tuyas – mentí.

–Dunia, necesito hablar contigo – me dijo con la voz en un susurro –. Estoy desesperada. Por favor.

–Pero.... dime qué pasa. ¿Estas enferma? – pregunté creyendo, ante su actitud, que Ginés y yo no teníamos nada que ver con el tema.

–No, no estoy enferma, es algo mucho peor. ¿Puedo verte a la salida de tu turno? Es que no sé con quién hablar ni qué hacer.

–Está bien, salgo dentro de media hora. Espérame en la cafetería de siempre.

Aquella media hora me la pasé cavilando qué sería aquello que quería decirme. Hablaba todos los días con Ginés y la verdad es que el entusiasmo de ambos por haber retomado de nuevo, y esta vez parecía que de forma definitiva, nuestro amor perdido, hacía que la conversación girara solo en torno a nosotros mismos.

Por fin salí del hospital, me subí a mi coche y me dirigí a la cafetería donde había quedado con Lidia, que estaba muy cerca de mi casa. Cuando llegué ella ya me esperaba. Según me fui acercando a la mesa me fijé en sus ojos hinchados y en su rostro demacrado y triste. Empecé a sentirme mal, mezquina, indigna de la amistad de una persona como ella.

–Hola Lidia – dije a la vez que me sentaba frente a ella – ¿Qué ocurre?

–Es Ginés – respondió sin rodeos –. Está muy raro, creo que me va a dejar y....

Rompió a llorar desconsoladamente.

–Y no podría vivir sin él.

Intenté consolarla con palabras vacías y falsas. No sabía si estaba haciendo lo correcto. Probablemente no. En algún momento pensé en llamar a Ginés para que se presentara allí y así entre los dos decirle la verdad y abrirle los ojos de una vez, pero no pude. Yo no era así y el corazón se me rompía en mil pedazos al tiempo que escuchaba las palabras de aquella mujer sumida en la desesperación.

–Cada vez que saco a colación la boda se queda callado, como si no le importara, como si no fuera con él. Esta mañana pasé por su despacho para hablarle de las alianzas y me dijo que quería hablar conmigo, que estaba muy agobiado con esto de la boda y que no le gustaba toda esta parafernalia que tenía armada. Y me lo dice ahora, cuando faltan solo quince días. Yo creo que no quiere casarse, Dunia. Si me deja yo me muero, me muero, no podría vivir sin él, no podría.

Rompió a llorar de nuevo. Había logrado ponerme nerviosa y me estaba dando pena.

–Mujer no pienses eso – conseguí decirle –. Seguro que son los nervios al ver tan cerca el momento. Supongo que casarse es algo muy serio y a lo mejor tiene dudas de última hora.... no sé.

–Hace unos días, sin venir a cuento, me habló de una antigua novia, una chica con la que no se portó bien cuando eran muy jóvenes y que no se pudo quitar de la cabeza. Me dijo que se había vuelto a encontrar con ella. A lo mejor sigue enamorado de ella y me quiere dejar. Oh, Dunia, no sé qué pensar. Estoy desesperada.

Suspiré e intenté calmarme. Yo no podía destrozarle el corazón a aquella muchacha. Y no lo iba a hacer, aunque tuviera que sacrificar mi propia felicidad.






miércoles, 16 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 35

 


–¿Qué coño haces aquí a estas horas, Ginés? – le pregunté de malos modos.

Me miró sin decir nada. Yo noté sus ojos vidriosos. Se movió un poco y perdió ligeramente el equilibrio. Estaba completamente borracho.

–¿No me vas a dejar pasar? – preguntó con voz pastosa, arrastrando las palabras.

–¿Qué es lo que quieres? Me parece que deberías estar ya en la cama. Estás borracho. Supongo que no se te habrá ocurrido coger el coche.

Sin responder se coló en casa y fue hasta el salón dando tumbos. Yo caminé detrás de él. Se dejó caer pesadamente en el sofá y yo me senté a su lado. Deseaba que se fuera de mi casa cuanto antes, pero algo me decía que no estaba dispuesto a largarse porque yo se lo ordenara.

–Venga, Ginés. Dime a qué has venido y márchate. Estoy cansada y quiero volver a la cama.

–Pues tendrás que esperar a que te diga todo lo que tengo que decirte. Que es mucho.

–Pues empieza de una vez.

Me observó durante un rato. Estaba tan ebrio que por momentos parecía que apenas podía mantener los ojos abiertos.

–Eres una puta – dijo finalmente –, una puta que ha venido a joderme la vida de nuevo. Te presentas esta noche en mi casa vestida como una puta, peinada como una puta y maquillada como una puta. Pero preciosa, bonita, para provocarme. Pero yo tengo novia. Y no la voy a dejar por liarme con una puta.

Me harté de escuchar esa palabra, así que me levanté del sofá y lo eché de mi casa, a sabiendas de que me costaría sacarlo de allí.

–Ya está bien, Ginés, yo no tengo por qué escuchar tus insultos. Sal de mi casa ya.

–No, todavía no – repuso alzando un poco la voz –. No he terminado aun...

–Es que ya no me interesa nada de lo que tengas que decirme. Me has faltado al respeto y no lo voy a tolerar. He dicho que te largues.

Se levantó y se acercó a mí amenazante. Yo aguanté el tipo como pude.

–Tú lo que quieres es que te folle, ¿verdad? Quieres que te folle como aquella noche en la piscina, hace.... muchos años.

Escucharle decir aquellas palabras me dio miedo. La persona que tenía frente a mí no era el Ginés de aquellos últimos años, era el desalmado sin corazón que me había forzado cuando apenas era una adolescente. Y sí, tuve miedo.

–Vete de mi casa o llamo a la policía – le dije con un ligero temblor en mi voz.

–Sí, sí, claro, llama a la policía. ¿Y qué les dirás? ¿Que un amigo ha venido a visitarte y que no se quiere ir de tu casa? ¿O volverás a inventarte una violación inexistente? Pues mira, a lo mejor te facilito las cosas.

Apenas me dio tiempo a reaccionar. Con un gesto certero y rápido, incomprensible dado el estado de embriaguez en el que se encontraba, me dio un empujón y me tiró sobre el sofá. Luego se echó encima y me aprisionó de tal manera que me era imposible realizar movimiento alguno.

–¿Lo ves? – me dijo sonriendo – Ahora cuando llames a la policía tendrás un motivo para denunciarme.

Comenzó a besarme en la boca y en el cuello. Pese a mis súplicas y a mis intentos por liberarme de su opresión, el continuaba con sus besos. Apestaba a alcohol y me dio asco.

–¡Déjame, Ginés! ¡Suéltame, por favor! – dije intentando no gritar para no armar un escándalo.

–¿Por qué? ¿Por qué quieres que te deje? Si lo vamos a pasar muy bien.

Metió una de sus manos por debajo de mi pijama y me tocó los pechos. En aquellos momentos aquel gesto me hizo sentir cualquier cosa menos excitación sexual. Apretaba su cuerpo contra el mío y noté que él sí estaba excitado. A pesar de su borrachera tenía fuerza y mis intentos por liberarme de él estaban resultando inútiles. Después de unos minutos de lucha reuní todas mis fuerzas posibles y de un empujón me deshice del peso de su cuerpo, que fue a parar sobre la alfombra. Se dio un pequeño golpe en la cabeza con la esquina de la mesita que pareció hacerle reaccionar. De pronto se quedó mirándome como si por primera vez fuera consciente de lo que estaba intentando hacer. Yo respiraba agitada sentada en el sofá.

–¡Vete de mi casa ahora mismo, Ginés! ¡Lárgate ya si no quieres que llame a la policía y esta vez con razón!

No se hizo de rogar. Se levantó trastabillando y salió de mi casa como alma que lleva el diablo, dejándome allí tirada, sintiéndome sucia, triste... sintiéndome nada.

Me metí en la cama pero la tensión me impidió conciliar el sueño. Estaba nerviosa y mi cabeza daba vueltas sobre lo que debería hacer con mi vida. Estaba claro que no podía seguir así, que mi amistad con Lidia tenía que terminar y puede que lo más adecuado fuera que pusiera tierra por medio. Así sería más fácil cortar la relación y también olvidar de una vez por todas.

Me pasé el resto del fin de semana metida en la cama, a oscuras, sin abrir las persianas, sin comer y sin contestar el teléfono que por ratos sonaba con insistencia. El domingo al atardecer sonó el timbre y tuve miedo de que fuera Ginés de nuevo. Decidí no abrir, pero continuó sonando con insistencia. Me acerqué a la mirilla y vi que era mi tía Teresa, así que abrí la puerta.

–¡Joder, Dunia! Pensé que te había ocurrido algo. Llevo llamándote todo el fin de semana y no me contestabas, ni al móvil ni al fijo. Me has asustado. ¿Se puede saber qué te pasa?

La expresión que mi tía tenía en su rostro estaba a medias entre el alivio y el enfado. La hice pasar y fuimos hasta la cocina.

–Voy a hacer un café – dije mientras cogía la cafetera de la alacena y le echaba el café – ¿Te apetece?

–Sí, me apetece. Pero también me apetece que me cuentes qué coño te pasa y qué es lo que has estado haciendo durante estos días. Por el aspecto que tienes no ha debido de ser nada agradable.

Teresa y su perspicacia.

–No, no lo ha sido.

Le conté todo lo ocurrido con Ginés, desde la cena hasta su aparición intempestiva en medio de la noche y su intento de forzarme.

–Creo que lo mejor es que me vaya – concluí –. Igual me voy a Madrid de nuevo.

–Ese chaval está totalmente descentrado – dijo –. Y enamorado de ti hasta las trancas.

–Oh sí, seguramente. Pues tiene una manera un tanto especial de demostrarlo.

–Sí, la tiene, porque está perdido, porque está en un atolladero, porque no puede demostrarlo de otra forma. Y sí, es cierto que lo de esa noche fue una canallada, pero tú misma has dicho que estaba borracho.

Tomé un sorbo de mi café y durante unos segundos recordé aquella noche en la piscina, cuando yo apenas era una niña. A pesar de lo ocurrido yo también le amaba. Pero la vida no nos lo quería poner fácil, nunca había querido.

–¿Y qué quieres que haga? – pregunté finalmente en un deseo inútil de que mi tía solucionara mis problemas.

–Yo quiero que hagas lo que tú decidas hacer. Has dicho que lo mejor sería largarte.... no lo sé, tal vez, depende un poco de lo que quieras realmente. ¿Pretendes olvidarle o deseas luchar por él?

Teresa parecía verlo todo muy fácil. Ella hacía preguntas como si la respuesta fuera lo más sencillo del mundo. No se daba cuenta de que yo quería y no quería, podía y no podía.

–No quiero olvidarle, pero no puedo hacer otra cosa. ¿Cómo voy a luchar por él si es el novio de mi amiga? No puedo traicionarla de esa manera tan atroz.

Teresa echó el humo del cigarrillo sin apartar sus ojos de mí. Me miraba como si estuviera viendo a una estúpida.

–Mira, Dunia. Conoces perfectamente mi historia con tu madre. Lo pasé mal y le guardé rencor mucho tiempo, pero al final comprendí que cada uno tiene que luchar por su felicidad. El amor es cosa de dos. Y nadie puede obligar a otro a que le ame. Por muy amiga que seas de esa chica y si Ginés te quiere a ti y tú a él.... No sé. Supongo que todo es demasiado complicado.

Lo era, era tan complicado que en aquellos momentos me hubiera gustado retrasar el reloj de mi vida y regresar a aquel día en que mamá me dijo que lo habíamos perdido todo y que la única opción que nos quedaba era pedir ayuda a su hermana de La Coruña. Ojalá en lugar de haberme mostrado tan conformista me hubiera negado, hubiera llorado y pataleado por quedarme en Madrid. Ojalá la hubiera convencido de que no era necesario cambiar de ciudad para comenzar de nuevo. De la misma manera que habíamos encontrado un trabajo en La Coruña lo hubiéramos encontrado en Madrid, y así yo nunca hubiera conocido a Ginés.

–Tengo que irme – dijo finalmente Teresa –. Me alivia saber que estás bien. Piensa bien las cosas antes de tomar una decisión, Dunia. Pero recuerda que huir nunca es la solución.

Tenía razón mi tía. Huir jamás arreglaba nada. Más bien al revés. Si marchaba de La Coruña sin haber aclarado mi situación con Ginés era posible que su recuerdo quedara enquistado en mi corazón el resto de mi vida.

Al día siguiente, en el hospital, Lidia parecía un poco extraña. Al principio no quise preguntar qué le ocurría, es más, intenté evitarla en la medida de lo posible, pero cuando a media mañana bajamos a la cafetería a tomar un café, fue ella la que sacó a colación el tema. Por lo visto también ella percibió alguna actitud rara en mí porque me preguntó si me ocurría algo.

–No – le contesté – ¿Por qué lo preguntas?

–No sé. A lo mejor es que estoy muy susceptible. He pasado un fin de semana horrible. No sé qué le pasa a Ginés pero ayer cuando me vino a buscar por la tarde estaba... diferente, como ido, y cuando le comencé a hablar de los preparativos de la boda acabamos discutiendo acaloradamente. Hasta me dijo que no me hiciera ilusiones, que a lo mejor no habría boda ni nada.

No sé qué sentí. Creo que por un lado me puse ligeramente contenta, pero por otro me sentí baja y mezquina. Yo tenía parte de mi culpa en aquella discusión.

–Bah, mujer, un mal día lo tiene cualquiera. Ya sabes... a veces decimos cosas sin pensar.

–Pero él no es así. Jamás habíamos discutido de esa manera y siempre se mostró muy ilusionado con la boda. Supongo que es una bobada, pero ayer hasta pensé que pudiera tener a otra.

Pobre Lidia. No merecía aquel sufrimiento, que de momento era pequeño, pero que si yo continuaba a su lado, podía convertirse en grande. ¡Menuda papeleta!



lunes, 14 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 34

 



Luchar por el amor, decía mi tía. Sin lugar a dudas tenía razón, pero luchar por el amor cuando ello conlleva hacer daño a alguien querido no es nada fácil, ya había ocurrido con Teo. Casi todas las noches, al acostarme, pensaba en la manera de alejarme de Lidia, pero no la encontraba. Además tampoco estaba muy segura de querer hacerlo. Claro que, pensándolo fríamente, tarde a temprano no me iba a quedar más remedio. Aceptar y asumir que Ginés tenía a otra mujer y que ambos formarían parte de mi vida para siempre, era algo difícil, por lo que inevitablemente y de la manera que fuera, Lidia y yo acabaríamos distanciándonos. También nos distanciaríamos en el hipotético caso de que Ginés y yo retomáramos nuestra historia, cosa menos probable, desde luego.

Así las cosas mi relación con ella entró en una etapa un poco extraña, en la que yo quería estar con ella y no lo quería y por ende, muchas veces, lo evitaba, algo que por supuesto no le pasó desapercibido.

Una tarde lluviosa y desapacible se presentó en mi casa completamente empapada. Me sorprendió verla al otro lado de la puerta cuanto sonó el timbre y le abrí de inmediato.

–Pero Lidia – le dije – ¿Qué haces ahí toda mojada?

La hice pasar y mientras iba directa al baño me hablaba:

–Jo, salí a hacer unas compras y me pilló la tormenta. Justo cuando salía del centro comercial un coche atropelló a una señora y me acerqué a ayudar. Era cuando más llovía. Afortunadamente todo quedó en un susto. Pasaba por aquí y me dije que a lo mejor podías dejarme algo de ropa seca. Si me voy hasta mi casa así es probable que pille un resfriado.

Después de que estuvo vestida y seca, nos sentamos a tomar unos cafés y fue entonces cuando me invitó de nuevo a salir a cenar aquel sábado.

–Viene otra vez Marcelo – dijo –. Le encantará verte, seguro.

–Lo siento, pero no me apetece. Gracias, pero no quiero molestar.

–¿Molestar? Pero ¿qué tonterías estas diciendo? ¿Acaso no lo pasaste bien la otra vez?

–Sí... sí lo pase bien pero....

Dejé la frase colgada en el aire. No sabía qué excusa poner. Y la verdad no la podía decir, eso era evidente.

–Te ha pasado algo con mi primo ¿verdad? Seguro que cuando te fue acompañar a casa se propasó hablando de más. Es un bocazas.

–No, no, que va. No pienses cosas que no son. Marcelo me cae muy bien. Pero no quiero darle falsas esperanzas. Yo no puedo enamorarme de él. Mi corazón está ocupado, aunque no sea correspondido.

Lidia se sentó más cerca de mí y pasó su brazo por mis hombros en un gesto que pretendía se de consuelo.

–¿Qué ocurre, Dunia? He notado que desde hace una temporada ya no eres la misma. Pareces preocupada, triste. ¿Pasa algo con ese muchacho?

La miré y me entraron ganas de llorar, de gritar y salir de allí, de dar marcha atrás al tiempo y evitar la situación en la que nos estábamos metiendo sin que ella lo supiera. Aún así, le dije una verdad a medias.

–No sé si pasa. Lo único que sé es que no consigo olvidarle y que además resulta que... sale con una muchacha a la que conozco. Es.... bueno era amiga mía, aunque ahora no tenemos mucha relación – mentí.

–¿Y ella sabe que estuvisteis juntos? – preguntó.

–No, no lo sabe. Es que en realidad... tampoco estuvimos juntos. Tonteamos un poco de adolescentes, nos perdimos la pista y años después él tuvo un accidente y yo le cuidé en el hospital. Fue entonces cuando volvimos a relacionarnos un poco...

–Y.... ¿qué pasó?

No debía decirle más. Yo suponía que Ginés tendría que haberle contado lo de su accidente y no deseaba que por algún detalle sin importancia Lidia descubriera que el hombre en el que yo pensaba era su novio, pero ella insistió y yo, aun sabiendo que me arriesgaba, terminé por hablar, por relatarle todo mi pasado con Ginés, desde su violación, hasta la ceguera provocada por su accidente y mi papel fundamental en que recuperase la vista. También le dije que lo había denunciado a destiempo y que fue ello lo que provocó nuestro distanciamiento definitivo. Contrariamente a lo que en un principio creí, no se inmutó, ni dio señas de conocer la historia, lo cual quería decir que Ginés no le había revelado nada de su pasado. Sentí alivio al comprobarlo y también extrañeza. ¿Qué clase de persona no le contaba a su pareja detalles tan importantes de su vida? Tal vez no fuera necesario hablarle de la violación, pero su accidente, su ceguera.... me resultó como poco, desconcertante, pero en aquello momentos fue una ventaja.

Lidia se mostró consternada por las peripecias de mi vida.

–Yo... lo siento. Debiste de pasarlo muy mal. Aunque creo que no obraste correctamente con ese muchacho. A lo mejor no se merecía que le acusaras cuando lo hiciste.

–Supongo que no. Me equivoqué. Pero lo cierto es que él tampoco fue un santo conmigo. Ahora tiene una novia y.... siento que lo he perdido definitivamente.

–¿Lo ves con frecuencia?

–Más de lo que quisiera. Sobre todo últimamente. Pero en fin, no quiero seguir hablando de esto. Y a la cena no voy a ir, no soy muy buena compañía últimamente.

–Claro que vendrás. Precisamente por eso, por cómo te encuentras, tan decaída, una cenita de sábado será una buena terapia para animarte. Además, estoy pensando que mira, voy a preparar la cena yo misma en casa de Ginés. Tiene un salón muy amplio y una piscina en la parte de atrás de la casa. Si hace buena noche incluso podremos cenar en el porche.

Era lo que me faltaba. Presentarme en la casa de Ginés, el lugar en que tan buenos momentos habíamos pasado juntos. Le dije que no, que no iría. Pero no me sirvió de nada. Durante toda la semana fue un tira y afloja, ella que sí y yo que no. Llegó un punto que yo ya no sabía qué excusa ponerle. Pero lo peor fue el viernes, cuando se presentó a la salida del hospital con el propio Ginés, que a petición de ella venía a convencerme de que fuera a la cena, ofreciéndose incluso a venir a buscarme a mi casa por si me era complicado encontrar el sitio. Creo que lo fulminé con la mirada y le dije que no, que no hacía falta que me viniera a buscar, que iría yo solita. Me fastidió su insistencia fingida, su sonrisa burlona, incitándome a aceptar aquella invitación que sabía que me molestaba. A él tampoco le hacía gracia y yo lo sabía, así que me propuse importunarle todo lo posible. Aquel sábado fui a la peluquería. Me ondularon la melena y me maquillaron discretamente. Al salir fui de compras y me hice con un precioso vestido rojo cereza de corte romántico que me sentaba maravillosamente bien. Ya que iba a aguantar mi presencia y yo la suya, que me aguantara bien bonita.

Compré una botella de vino blanco, del que nos gustaba a los dos, y puse camino a su casa, que evidentemente encontré sin dificultad. Todos me esperaban pues me retrasé un poco a propósito. Lidia y Marcelo elogiaron mi aspecto. Ginés se limitó a mirarme muy serio, pero yo pude intuir toda la admiración que sentía. La expresión de sus ojos era la misma que la primera vez que me vio después de su ceguera, cuando descubrió que yo era la Dunia que recordaba y me amó como nunca lo había hecho.

La velada transcurrió en un ambiente extraño. Yo hacía todo lo posible por molestar a Ginés, Marcelo lo sabía y nos miraba divertido, Ginés se mostraba cabreado por mi actitud y Lidia estaba feliz y no se enteraba de nada. Para mí todo estaba resultando increíblemente divertido. Hasta que estuve a punto de meter la pata. Me levanté para ir al baño y Lidia me indicó dónde estaba.

–Lo sé – respondí sin pensar en lo que decía.

–¿Ah sí? – preguntó sorprendida – ¿Y por qué?

Mi mente estaba un poco aturdida por el alcohol y no era capaz de pensar con claridad. Durante unos segundos que se me hicieron eternos no supe qué contestar. Miré alternativamente a Ginés y a Marcelo pidiendo silenciosa ayuda. Finalmente Marcelo me tendió su mano.

–Yo se lo dije antes, cuando tú estaba en la cocina – dijo dirigiéndose a Lidia.

–Ahhhh, por un momento pensé que habías visitado esta casa antes – respondió ella echándose a reír.

Aquella situación estúpida tuvo el poder de cambiar mi humor. Me metí en el baño y me senté en el borde de la bañera. Recordé aquella tarde lluviosa, cuando yo había llegado a la casa empapada y Ginés y yo nos habíamos bañado juntos. Él estaba ciego, no podía verme, pero yo podía sentir su cariño envolviéndome a través de la calidez del agua. Aquel recuerdo movió mi ánimo y mi cuerpo comenzó a agitarse en sollozos espasmódicos. Me tapé la boca con las manos para evitar ser escuchada, pero supe que no podría pasar ni un minuto más en aquella casa. Permanecí en el baño un poco más de lo normal y cuando salí me inventé una llamada de mi tía Teresa, puesto que decir de nuevo que me había puesto mala iba a ser muy sospechoso. Les dije que mi primo había aparecido de sorpresa y que mi tía reclamaba mi presencia en la casa. Eran poco más de las once de la noche y apenas habíamos terminado de cenar, pero a pesar de las protestas de Lidia conseguí marcharme.

Cuando llegué a casa me metí en la cama y durante un rato estuve dándole vueltas a la cabeza. La situación me estaba superando por momentos y no sabía cómo ponerle solución. Al final no iba a quedarme más remedio que alejarme de Lidia si no quería que todo acabara mal. Porque o Ginés y yo terminábamos peleando, o terminábamos liándonos de nuevo. De una manera o de otra Lidia sería la gran perjudicada y yo no deseaba hacerle daño. No se lo merecía.

Finalmente conseguí dormirme, mas no sé cuánto tiempo había transcurrido cuando sonó el timbre. Al principio me asusté, pero cuando recorría el pasillo pensaba que seguramente quién estaba al otro lado de la puerta era Ginés. Y no me equivoqué.



viernes, 11 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 33

 


–No entiendo cómo puedes seguir enamorada de ese tipo – me dijo Marcelo en cuanto terminé de relatarle mi peripecia amorosa con Ginés.

–A veces yo tampoco lo entiendo – repuse – pero lo cierto es que sigo enamorada de él como una idiota. Y desde luego lo que menos me esperaba era que fuera el novio de Lidia. Sabía que salía con una chica pero nada más. Créeme que lo que más deseo es olvidarle. Pero parece que la vida se empeña en lo contrario ¿Y ahora qué hago? ¿Disimular y hacer como que no le conozco para siempre? No puedo estar así toda la vida y tampoco me gustaría perder la amistad de Lidia. ¡Vaya mierda!

Marcelo me miraba con la curiosidad reflejada en sus ojos. Supongo que estaría alucinando de que una desconocida le contara su vida. Estaba siendo una primera toma de contacto bastante original y subrealista.

–No sé por qué te cuento todo esto – le dije mirándole con pena.

–La verdad es que no me esperaba nada parecido – me dijo sonriendo –. Cuando Lidia me dijo que me quería presentar una amiga que me iba a gustar mucho me imaginé que la noche terminaría de otra forma. Pero ha merecido la pena. Desde siempre sospeché que ese tipo no era trigo limpio.

–No exageres, Marcelo. Las cosas tampoco son así. Ginés es un buen muchacho, a pesar de los excesos del pasado. Su accidente hizo que cambiara mucho. Y yo me porté con él como una verdadera estúpida. Como cuando la lentitud de la justicia hace que vaya a la cárcel quien ya está reformado de los errores del pasado, así hice yo. Actué a destiempo y le perdí. Y ahora la vida me lo devuelve cuando ya no tengo nada qué hacer.

–A lo mejor deberías dejar las cosas como están y no descubrir nada. Además, ahora que nos hemos conocido... es posible que podamos llegar a algo – me guiñó un ojo y se levantó del sofá, dispuesto a marcharse. Me caía bien.

–Es posible – le respondí sonriendo – ¿Me llevarás a Buenos Aires contigo? No habrá mejor manera de olvidar.

–Si te llevo a Buenos Aires, tendrás que tener ya todo olvidado. Bueno, Dunia. Espero que todo se arregle de la mejor manera posible. Yo no le diré nada a mi prima. Mañana me voy a Santiago, pero vengo casi todos los fines de semana, así que nos veremos pronto.

Cuando cerré la puerta me quedé un rato apoyada sobre ella. Menudo lío en que se había convertido mi vida en apenas unas horas.

*

Los días siguientes en el trabajo fueron un poco extraños, al menos para mí. Intentaba portarme con Lidia de la forma más normal posible, aunque cuando en cualquier conversación ella traía a colación la cena del sábado yo intentaba evitar el tema.

La tarde del jueves, cuando salí de trabajar, ella me esperaba a la puerta del hospital. Hacía una tarde noche estupenda y había acudido a buscarme por si me apetecía ir juntas a tomar algo. Accedí, como siempre, aunque cuando me dijo que debía pasar antes por el trabajo de su novio a dejarle no sé qué, yo me sentí un poco incómoda, pero no me quedó más remedio que acompañarla. Finalmente, al llegar, le dije que yo la esperaría en la calle, pero no pudo ser, insistió en que tenía que subir con ella y no pude dejar de hacerlo. Subí con miedo. Era posible que en el despacho estuviera también el padre de Ginés y que llegara a reconocerme, entonces sí que se armaría una buena. Tuve suerte y no estaba, en realidad no estaba nadie, solo él, Ginés, trabajando afanosamente como si no existiera un mañana. Me miró con recelo después de saludarme con una cortesía fría y fingida. Él y Lidia hablaron durante un momento, al cabo del cual nos marchamos. Cuando caminábamos por el corto pasillo podía sentir la mirada de Ginés sobre mi espalda. Antes de salir del piso volví la vista atrás y le miré. Él también lo hacía, fijamente. Y en ese momento supe que se avecinaba una fuerte tormenta que iba a desestabilizar los cimientos de la vida de todos los que estábamos allí.

Comenzó aquella misma noche, cuando estando yo a punto de acostarme sonó el timbre. Eran casi las once y media y me asusté. Al principio pensé que podía haber ocurrido algo a mi familia, pero cuando acerqué el ojo a la mirilla pude ver a Ginés con gesto impaciente. En el fondo sabía que aquel momento tenía que llegar así que me armé de valor y abrí la puerta. Cuando nos vimos frente a frente nos mantuvimos unos segundos en silencio, como si no supiéramos qué decir, hasta que yo rompí el hielo.

–Hola Ginés – dije.

–Hola, Dunia. ¿Puedo pasar? Me gustaría hablar un rato contigo.

Le franqueé la entrada y lo conduje a la salita. Nos sentamos en unos sofás, uno frente al otro y le ofrecí algo para tomar, ofrecimiento que rechazó.

–No quiero hacerte perder mucho tiempo. Y además voy a ir al grano. No sé cuáles son tus intenciones, pero me gustaría que te alejaras de Lidia.

–¿Puedo preguntarte el motivo?

Una media sonrisa burlona se dibujó en su rostro, como si con ella pretendiera hacerme ver que yo era una estúpida que hacía preguntas igualmente estúpidas.

–Está muy claro, porque no quiero verte. Me molesta tu presencia.

Sabía que quería hacerme daño con sus palabras, pero no lo estaba consiguiendo porque durante mi trato con Ginés había llegado a conocerlo bien y sabía que en el fondo estaba mintiendo. No le molestaba mi presencia, puede que le alterara, pero no le molestaba. Ginés tenía miedo a enamorarse de nuevo de mí como yo lo tenía a caer de nuevo en sus brazos. Si Lidia no existiera no hubiera pasado nada, pero con ella por el medio....

–Yo tampoco quiero verte a ti. Pero no por ello voy a perder la amistad con Lidia. Es una buena chica y yo la aprecio – contesté firmemente.

–Pero tú sabias que ella y yo estábamos saliendo y....

Se estaba alterando un poco y comenzaba a decir tonterías. Yo estaba cansada y no tenía ganas de pelear con él, así que preferí zanjar la conversación.

–No, no lo sabía. No te creas el centro del mundo, Ginés. Desde que volví de Portugal no supe nada de tu vida y por supuesto no me ocupé en preguntar, y cuando conocí a Lidia solo me dijo que tenía novio pero no que eras tú, evidentemente. Así que mira.... no son horas para hablar estas cosas. Estoy cansada y me apetece meterme en la cama. Te rogaría que te fueras. No voy a dejar de ser amiga de tu novia. Si no te gusta, te aguantas. Lo único que te prometo es que intentaré no estar cuando tú estés. Te ahorraré un mal trago y de paso me lo ahorraré yo misma.

Me miró con expresión furiosa, pero no replicó. Se limitó a levantarse y salir de la casa. No hizo falta que lo acompañara, encontró él solo la puerta de salida.

Aquel fin de semana mi tía Teresa me invitó a cenar el sábado por la noche. De vez en cuando disfrutábamos de aquellas sesiones de cena, vino y cafés durante las que nos poníamos al día de nuestras vidas o simplemente recordábamos, o nos contábamos lo que fuera. En medio de la charla me preguntó qué tal me había ido en la cena con Lidia y su novio.

–Muy bien – respondí – teniendo en cuenta que su novio es Ginés... puedes imaginarte.

A Teresa se le congeló la sonrisa en los labios.

–No me jodas – dijo.

–Sí, hija, sí. La vida es un cúmulo de casualidades, unas buenas, y otras malas. Mi situación actual es el perfecto ejemplo. Todos estos meses intentando no saber nada de él y de pronto aparece como el novio de mi nueva amiga. Cojonudo.

–¿Y qué piensas hacer?

–No sé – respondí encogiéndome de hombros.

–¿Aún le quieres?

Miré a mi tía y suspiré antes de comenzar a hablar. No iba a engañarla, no tenía sentido. Además Teresa era y sigue siendo de las que no se dejan engañar

-Supongo que sí. Y creo que él a mí también – suspiré profundamente antes de seguir hablando –. No empezamos con buen pie y los dos hemos cometido muchos errores. Ni él se ha portado bien conmigo ni yo con él, pero también nos hemos querido. Podríamos haberlo recuperado pero ahora hay una persona por medio. Lidia es una buena chica.

–Tienes razón. Cuando hay una tercera persona alguno siempre va a perder. Pero a lo mejor tiene que asumirlo. No estás en una tesitura fácil, Dunia, pero yo soy de las que creen que hay que luchar por el amor, sin duda alguna.

martes, 8 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 32

 



Lidia era una chica muy agradable, un poco tímida al principio, pero a medida que la conversación iba progresando en la mesa de aquella cafetería en la que se reunía casi todo el personal del hospital, fue adquiriendo soltura. Me contó casi toda su vida y me dijo, muy ilusionada, que se casaba dentro de seis meses.

–Entre las prácticas y los preparativos de la boda no tengo tiempo para casi nada, aunque falta todavía bastante tiempo no quiero dejar nada al azar. Y tú ¿estás casada?

No sé si me apetecía hablar mucho de mi vida amorosa, que no tenía nada de fantástica ni mucho menos, pero aún así respondí a su pregunta.

–No, no lo estoy. Tuve una relación de unos años con un chico, que además es mi primo, pero no cuajó porque mi cabeza está en otro lado, o mejor dicho en otro hombre.

–¿Tienes un amor inalcanzable? ¡Qué romántico! – dijo abriendo mucho los ojos y sonriendo.

–Bueno... algo así. Es una historia muy larga. Algún día te la contaré. Seguramente cuando consiga quitármelo de la cabeza y del corazón. En fin, se me está haciendo tarde – dije a la vez que me levantaba y tomaba mi chaqueta del respaldo de la silla –. Pero que sepas que me ha encantado conocerte y disfrutar de este ratito de charla contigo.

–A mí también. Y muchas gracias por defenderme ante Siñeriz. Creo que seremos grandes amigas.

No lo dudé. Me caía bien y me gustaba su compañía, aunque evidentemente los fines de semana nos nos veíamos, pues disfrutaba de su novio, como es lógico. Sin embargo cuando estábamos juntas nos lo pasábamos bien e incluso llegamos a quedar alguna tarde para ir de compras y muchas tardes para tomar algo en cualquier bar, pues su novio al parecer era una especie de adicto al trabajo y entre semana no había nada, ni siquiera su novia, que lo distrajera de sus ocupaciones.

Una tarde de esas en las que habíamos disfrutado de una sesión de cine, Lidia se propuso hacer de Celestina. Siempre me estaba diciendo que lo que yo tenía que hacer era encontrar a algún muchacho que consiguiera hacerme olvidar a aquel otro por el que todavía suspiraba. Yo siempre le contestaba que sí, que tenía toda la razón, pero que encontrar a alguien así, no era tan fácil.

–Este fin de semana viene a vernos un primo mío que vive en Buenos Aires. Ahora está haciendo un curso en la Universidad de Santiago y nos visita con frecuencia ¿Por qué no vienes a cenar? Salimos los cuatro, lo conoces a él y a mi novio. Seguro que lo pasaremos bien.

No pude evitar un sonrisa ante su empeño.

–¿Y cómo se llama tu primo? – pregunté.

–Marcelo. Es muy guapo. Un poco hippy. Pero tiene mucho éxito con las chicas. Y está deseando encontrar un muchacha española para hacerla su novia.

Lidia reía mientras hablaba. Yo también. Se notaba a las leguas su afán por emparejarme, medio en serio, medio en broma, con su primo porteño.

–No es mala idea – le dije –, así cuando él se vaya yo me iré detrás, a Buenos Aires, a cambiar de aires, valga la redundancia.

–¿Entonces vendrás? – preguntó con un entusiasmo casi infantil.

–No sé, Lidia. Los tres os conocéis, yo seré una intrusa y no sé si me sentiré bien.

–No digas tonterías. Lo pasaremos genial. Cenaremos y después saldremos por la ciudad a tomar unas copas. Venga, mujer, anímate. Si te lo digo es porque estoy segura de que Marcelo te caerá bien. No digo yo que os vayáis a hacer novios, pero es una oportunidad para conocer a alguien nuevo.

Finalmente accedí. Quedamos para el siguiente sábado, para el cual creo recordar que faltaban dos o tres días. El sábado por la mañana salí a comprarme algo de ropa. Quería lucir bonita ante el primo de Lidia, a pesar de que no le conocía ni sabía si sería mi tipo. En todo caso tampoco es que acudiera a la cita dispuesta a ligar, pero me gustaba ir impecable. Me compré un vestido amarillo de corte recto, con manga pirata rematada por un pequeño volante. Lo completé con unos zapatos de tacón morados que tenía guardados en el armario desde hacía unos cuantos años. Los había comprado para ir a una boda y después apenas los había puesto. Ahora era la ocasión perfecta. Cuando llegó la hora me peiné con esmero y me maquillé ligeramente. Al mirarme al espejo me gustó lo que vi, y me dirigí al restaurante en el que habíamos quedado con el ánimo por las nubes.

Lidia y su primo ya estaban esperando. El novio de Lidia iba a retrasarse un poco por motivos de un asunto de trabajo de última hora. Mi amiga me presentó a Marcelo y confieso que me gustó. Era un tipo no demasiado alto, delgado, de nariz ligeramente aguileña, ojos color avellana, el pelo medio rizado y medio largo y una arrebatadora sonrisa. Vestía de manera informal, unos pantalones vaqueros, camiseta blanca y una cazadora de cuero negra. Me miró de no sé qué manera y me dio dos besos. Sé que es una estupidez, pero Marcelo me hizo sentir durante unos segundos como la mujer más deseada del mundo.

Entramos en el restaurante y nos sentamos en la mesa que previamente había sido reservada. Pedimos unas copas de vino mientras esperábamos y comenzamos a charlar distendidamente. Pasada media hora el novio de Lidia todavía no había aparecido y yo comencé a pensar que estaba siendo un poco descortés. Ella miraba el reloj de vez en cuando. Parecía un poco intranquila. En un momento dado fue al baño y Marcelo y yo nos quedamos solos.

–Mucho tarda este chico ¿no? – dije yo.

Marcelo soltó un bufido que yo interpreté como que el novio de mi amiga no le caía demasiado bien.

–Es un boludo – repuso con su atrayente acento argentino –. Yo creo que está más enamorado de su trabajo que de mi prima. A mí no me cae muy bien, pero nunca se lo he dicho a ella, evidentemente. Lidia no ve por otros ojos que los de Ginés.

No sé qué sentí cuando le escuche pronunciar el nombre de Ginés. En ese momento caí en la cuenta de que Lidia nunca me había dicho cómo se llamaba su novio, supongo que porque nunca había salido a colación. Pero la verdad era que no era un nombre muy corriente. La posibilidad de que su Ginés y el mío fueran la misma persona tomó cuerpo de repente en mi cerebro.

–¿A qué se dedica ese chico? – me atreví a preguntar no sin miedo a la respuesta.

–Es abogado.

La respuesta de Marcelo me dejó helada. A pesar de estar sentada comenzaron a temblarme las piernas, y las manos, y creo que cualquier parte de mi cuerpo se agitaba como una hoja al viento. Intenté pensar a mil por hora lo que debería de hacer en el caso de que fuera el Ginés que yo conocía el que apareciera por la puerta. No quería armar un escándalo, tampoco quería perder la amistad de Lidia y por supuesto lo que menos deseaba es que Ginés volviera a entrar en mi vida de la forma más absurda e inoportuna.

Cuando mi amiga regresó el baño yo no había tomado todavía ninguna decisión. Se me ocurrió que podía decir que me encontraba mal, pero ya, sin esperar a que llegara el esperado. Pero no me dio tiempo. Casi al mismo tiempo que Lidia se sentaba de nuevo, miró hacia puerta y pronunció su nombre.

–Gines, cariño, ya era hora.

Yo conté hasta tres antes de dirigir mis ojos hacia los pasos que se iban acercando. Luego lo hice y le vi, llegando hasta su novia, tomándola por la cintura y besándola en los labios. También vi el gesto de asco que hizo Marcelo y finalmente, como colofón a la escena, vi aquellos ojos grises cuya vida yo había ayudado a recuperar, fijos en los míos, asombrados, sorprendidos.

–Ginés, por fin te puedo presentar a mi amiga y compañera Dunia. Dunia este es Ginés, mi novio.

Me hubiera gustado que en aquellos momentos la tierra se abriera y me engullera, pero no pasó nada. Yo me quedé paralizada y él también. Parecíamos dos estúpidos mirándonos sin pronunciar palabra. Marcelo observaba la escena entre divertido e intrigado. Supe desde el primer momento que sospechaba algo.

–Encantada, Ginés – dije finalmente, intentando encauzar la situación hacia el disimulo – Lidia me habla mucho de ti.

–Hola Dunia – respondió –. Yo también tenía ganas de conocerte.

Respiré aliviada al ver que me seguía el juego, pero evidentemente pasé la noche más incómoda de mi vida. No me gustaba tener que disimular constantemente y mucho menos me gustaba ser testigo de los arrumacos que Lidia se empeñaba en prodigar a Ginés, aunque en su favor he de decir que él se mostró comedido e incluso esquivo con ella durante todo el tiempo.

Cuando terminamos de cenar yo dije que no me encontraba bien y que me quería marchar a casa. No me veía capaz de soportar más tiempo a su lado. Lidia se quejó e intentó convencerme de que me quedara. Ginés no dijo nada y Marcelo, muy solícito él, se ofreció a acompañarme a casa en su coche. Yo acepté.

–Estaba deseando largarme – me dijo – Ginés me resulta un poco insoportable en ocasiones y esta noche estaba especialmente idiota. ¿Tú te encuentras mejor?

–Mucho mejor, gracias.

–Aunque a mí me dio la impresión de que estabas bien, tal vez un poco nerviosa.

Le miré con suspicacia. Acabábamos de conocernos y el parecía saber todo de mí. Era psicólogo y por lo visto de los buenos. No dije nada ante su afirmación.

–Tú ya conocías a Ginés ¿verdad?

No sé por qué aquel chico me daba confianza y en un arrebato decidí contarle todo.

–Esa es mi casa – le dije cuando enfilamos la calle –. ¿Te apetece subir a tomar un copa y te cuento cosas?

Aceptó y le conté cosas, muchas cosas, todas las cosas.


sábado, 5 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 31

 


En Lisboa me alquilé un apartamento en la parte norte de la ciudad, cerca del hospital, y desde el principio me sentí bien, tal vez un poco sola. Me gustaba la ciudad, mi pequeña casita, el enorme hospital y los buenos compañeros con los que me encontré, entre ellos algún español. Me centré en mi trabajo, en mis clases de portugués y en olvidarme de Ginés. No lo conseguí del todo. Ginés era el amor de mi vida y cuanto antes lo asumiera mejor. También tenía que asumir que a pesar de ello, nunca volveríamos a estar juntos. Cerré las puertas de mi corazón al amor. Dejé de interesarme por los hombres y me volví un poco eremita, siempre metida en casa, con mis cosas, sin importarme nada más.

Aquello duro año y medio. Al cabo de ese tiempo por el hospital comenzaron a circular rumores de reducción de plantilla. Eran los primeros años de la crisis y Portugal no lo llevaba nada bien. Por eso, antes de que me rescindieran el contrato, me fui yo misma. Había solicitado una excedencia en al hospital en que trabaja en La Coruña, así que pedí la reincorporación y así me despedí de mi aventura lisboeta.

Regresar a La Coruña no me hacía demasiada gracia, pero las cosas no estaban para abandonar trabajos porque sí y no me quedó más remedio que retomar mi antiguo empleo. En principio me asenté en casa de mi tía Teresa de nuevo. Pensaba estar poco tiempo, el imprescindible hasta que me encontrara un piso de alquiler, a pesar de que ella se empeñó en que podía quedarme a vivir allí, que había suficiente espacio para las dos y así le hacía compañía, pero yo sabía que Teresa era una persona muy independiente y yo también lo era, así que lo mejor era que cada una tuviera su casa y que nos juntáramos cuando nos diera la gana.

Una semana después me asenté en mi nuevo hogar, un pequeño y acogedor apartamento cerca del piso de mi tía. Ella y yo retomamos la relación de nuestros primeros tiempos, momentos de confidencias, tardes de conversaciones entre cafés y humo de cigarrillos. Durante el tiempo que yo había estado en Portugal no tuvimos demasiado contacto, por voluntad propia mía, que deseaba romper con todo y olvidar. Ahora me volvió a hablar de Teo, de su hijo, que definitivamente se había asentado en Noruega y allí había conocido a una chica con la que al parecer tenía una hermosa relación, vamos, que se habían hecho novios y eran muy felices, de lo cual me alegraba profundamente. Yo no me había portado bien con Teo, le había utilizado como un paño de lágrimas, como una tabla de salvación a la que me aferré no sé bien por qué. Así que ahora se merecía ser feliz.

Sin embargo Teresa no me habló nada de Ginés. Yo no sabía si deseaba que lo hiciera o no. La mayoría del tiempo pensaba que era lo mejor, no saber nada de él era la medicina adecuada para olvidar. Pero en momentos puntuales la nostalgia me envolvía y me apetecía saber qué había sido de su vida y en este caso, contrariamente a lo que me pasaba con Teo, no deseaba que fuera especialmente feliz, sino que me echara de menos, que me recordara y que el destino volviera a cruzarnos.

Una tarde lluviosa de octubre, mientras mi tía y yo charlábamos en mi casa sentadas en el sofá, el nombre de Ginés salió a colación en medio de una conversación trivial. Ella lo pronunció y al escucharlo ambas nos quedamos calladas. Algo se revolvió dentro de mí y no pude evitar preguntarle si sabía algo de él. Al principio no me contestó. Dio una larga calada a su cigarrillo y echó el humo lentamente.

–¿Sigues sintiendo algo por él? – preguntó finalmente.

Pensé durante unos segundos antes de responder. No tenía sentido mentir.

–No sé por qué le quiero, pero le quiero. Soy consciente de que lo he perdido y espero no volver a encontrarme con él jamás. Y si un día la vida vuelve a cruzar nuestros caminos, que sea porque nuestros destino vayan unidos.

–No sé mucho de él. Lo único que sé es que desde hace más o menos un año sale con una chica. Me lo contó una compañera de trabajo.

Conocer tal circunstancia me hizo sentir un pellizco en el corazón. En el fondo conservaba la esperanza de que algún día volviera conmigo, pero aquella noticia me cerraba definitivamente las puertas a semejante posibilidad.

Aquella noche, cuando me metí en la cama y mi último pensamiento fue para Ginés, no pude evitar llorar, una vez más, por lo que pudo ser y no fue, por ese amor incomprensible que se empeñaba en aferrarse a mi corazón a pesar de los pesares.

*

La vida, mi vida, fue pasando sin pena ni gloria. Los días transcurrían uno detrás de otro de manera tranquila y apacible. Aquellas Navidades Teo regresó a la ciudad. Hacía mucho que no nos veíamos y nuestro último encuentro no había sido precisamente cordial. Sin embargo la felicidad que en aquellos momentos le embargaba hizo que olvidara de todas las rencillas del pasado y Teo volvió a ser conmigo el muchacho que antaño había sido, atento y agradable. Me contó que se había enamorado, que Ingrid era una chica muy tranquila, cabal, seria... en definitiva, lo que él esperaba de una mujer. Vivían juntos desde hacía unos meses y estaban pensando en casarse pronto. Las cuestiones laborales le iban tan bien como las sentimentales, por lo que de momento no pensaba regresar a España, su vida se había asentado en Noruega. Le dije que me alegraba mucho por él y una vez más, a pesar de que seguramente ya no era necesario, le pedí disculpas por mi comportamiento con él.

–Olvídalo, Dunia. Yo ya lo he olvidado. Fueron las circunstancias, la propia vida, mi ingenuidad y a lo mejor tu soledad y tu rencor hacia Ginés. No te preocupes. Y cuéntame cómo te va a ti.

Estábamos en un cafetería en el centro de la ciudad. Eran las últimas horas de la tarde y la calle estaba abarrotada de gente comprando regalos Navideños. Teo me había invitado a tomar algo mientras su madre y la mía, que había venido desde Madrid a pasar la Navidad con nosotros, se ponían al corriente de sus cosas. Mientras escuchaba lo bien que le iba todo a mi primo pensaba en cuánto me hubiera gustado que en medio de todo aquel bullicio apareciera Ginés y tuviera el poder de hacer que mi vida también fuera de color de rosa.

–Me va... – respondí finalmente – simplemente me va. No hay grandes novedades, ni sobresaltos... nada. A lo mejor debería de haber algo más de movimiento... no sé. He cometido tantos errores en mi vida...

Teo me tomó la mano y depositó sobre ella un leve beso.

–Errores los cometemos todos. No te atormentes por ello. Ya verás como tarde o temprano encuentras lo que andas buscando.

–El problema es que ya lo encontré. Y no es para mí.

No, Ginés no era para mí. Desde siempre había tenido todo en contra y desde siempre lo había querido sin motivo. Probablemente tuviera que acostumbrarme a vivir con su recuerdo, a que la nostalgia me acompañara día tras día, a añorarle de manera casi absurda. Lo mío con Ginés no tenía remedio. Pero la vida continuaba y yo con ella, y a pesar de amarle y de echarle de menos, era consciente de que tenía que dejar de mirar al pasado y dirigir mis ojos al futuro. No sabía lo que me esperaba a la vuelta de la esquina, pero tenía que caminar hacia delante de manera inexorable.

Nunca había sido yo chica de tener muchas amigas, salvo de adolescente, las que había dejado en Madrid; en La Coruña apenas había hecho amistad con dos a tres chicas compañeras de trabajo que finalmente acabaron marchando a otras ciudades y cayendo en el olvido. Lo que más se parecía a una amiga era mi tía Teresa, pero aunque con ella me sentía bien, necesitaba a alguien de mi edad para poder salir de vez en cuando y compartir historias propias de mi edad. Yo todavía no había cumplido los treinta y hasta entonces mi vida había sido casi monacal. Tenía que darle un giro de un vez por todas.

Conocí a Lidia a principios de primavera, cuando comenzó las prácticas en el hospital. Era algo más joven que yo pero se había decidido a estudiar un poco tarde. Parecía un poco tímida y físicamente era una chica del montón. Tenía una media melena rubia y lisa y unos bonitos ojos azules, no era ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, no había nada especial que destacase en ella. Pero llamó mi atención una mañana, cuando la encontré llorando en la sala de enfermeras. Estaba sola y cuando yo entré se limpió las lágrimas e intentó disimular su zozobra sin conseguirlo. Al verla de aquella guisa me pareció tan frágil que casi sin pensarlo me acerqué a ella y pasé mi brazo por sus hombros, a pesar de que apenas habíamos cruzado unas palabras durante las dos semanas escasas que llevaba allí.

–¿Estás llorando? – le pregunté retóricamente – ¿Qué ocurre? ¿Puedo ayudarte?

Mi solidaridad arreció su llanto y entre hipidos intentó explicarme el motivo de su congoja sin que yo lograra entender nada de lo que me decía. Intenté calmarla, le fui a buscar una tila a la cafetería y cuando se la tomó y se tranquilizó un poco me contó la causa de su desdicha.

–Hoy el doctor Siñeriz me ha echado una bronca muy injusta. Me ha acusado de haber cogido unos historiales médicos de encima de su mesa y yo no sé nada de ellos. ¿Para qué querría yo esos historiales? Y a pesar de que le dije por activa y por pasiva que no era culpa mía me dijo que no había podido ser nadie más, que era la única que había entrado en su despacho a lo largo de la tarde de ayer y que cuando terminó la mañana los historiales estaban encima de su mesa.

Me senté frente a ella y le sonreí. Alfredo Siñeriz era un gilopollas, sobre todo con las nuevas y ya no digamos con las que estaban en prácticas. Nunca había descubierto el porqué, tal vez intentara impresionarlas mostrando una autoridad que estaba muy lejos de ejercer. Para colmo de males era bastante inepto y conservaba su puesto de traumatólogo adjunto debido al parentesco que le unía con no sé qué jefazo de sanidad. Pero a mí sus estupideces no me impresionaban, nunca lo habían hecho, y me había enfrentado a él más de una vez. A aquellas alturas yo creía que casi me tenía miedo.

–Mira.... no recuerdo tu nombre...

–Lidia.

–Eso. Mira, Lidia, en este hospital y supongo que en cualquiera que llegues a trabajar, te vas a encontrar de todo, pero seguro que nadie será tan imbécil como Siñeriz. No te dejes amilanar por sus monsergas. No eres la primera a la que regaña sin razón y lo hará más veces si ve que te retraes ante sus salidas de tono.

–Pero es que... yo no he cogido esos historiales y estoy preocupada. Está empeñado en que he sido yo y tengo miedo de que informe a la escuela de enfermería de algo que yo no he hecho.

–Claro que no lo has hecho. Ahora mismo vamos a ir juntas a su consulta.

Al principio se negó, estaba muerta de miedo, pero finalmente la convencí para que me acompañara. Era necesario que fuera testigo de las palabras que iba a tener yo con aquel idiota.

Di dos golpes en la puerta de su consulta y entre sin llamar con Lidia siguiendo mis pasos. Alfredo Siñeriz levantó la vista de sus papeles y al principio pareció querer protestar pero enseguida cerró la boca y me miró sumiso.

–Oh, hola Dunia. ¿Qué te trae por aquí?

Me senté frente a él.

–Verás Alfredo, ¿recuerdas que ayer a media mañana una de las chicas de administración te trajo unos historiales médicos?

–Efectivamente – dijo mientras se recostaba en su asiento y echaba una mirada furtiva a Lidia, de pie detrás de mí – historiales que han desparecido de mi mesa, por cierto.

–Historiales que antes de marcharte me dijiste que guardara de mi mano hasta mañana, que es el día en que tienes las consultas programadas con los pacientes en cuestión. ¿En qué estabas pensando cuando me lo dijiste? ¿En el próximo coche que vas a comprar o en tu proyectado viaje a la Conchinchina? Los historiales los tengo yo guardados en un fichero en la sala de enfermeras. Así que ¿te importaría pedirle disculpas a esta muchacha? Aunque seas médico no eres infalible y siempre está bien tener un poco de educación.

A aquellas alturas de la conversación el doctor Alfredo Siñeriz estaba rojo como la grana, mitad de rabia, mitad de vergüenza, y tartamudeando como el estúpido que era le pidió unas disculpas casi ininteligibles a la nueva enfermera en prácticas.

–Así me gusta, Alfredo – le dije saliendo de su despacho –. No hagas que estas chicas nuevas tengan un concepto de ti que no te mereces.

Mientras caminábamos de vuelta al control de enfermeras Lidia me miraba con desmesurada admiración, como si yo fuera una diosa que la hubiera salvado de una tempestad o algo así.

–Me has dejado alucinada – dijo –. No sabía que las enfermeras se pudieran enfrentar así a los médicos.

–Bueno, no es así exactamente. Pero a Siñeriz lo tengo cogido de los huevos. Hace tiempo casi mata a un paciente por una negligencia y yo le cubrí las espaldas y le salvé al paciente. Hasta aquel momento me tenía un poco puteada, pero ahora soy yo la que lleva la voz cantante. Lo tengo en mis manos. Si se porta conmigo como un gilipollas ya sabe lo que hay, descubro el pastel. Pero no te preocupes. En general los demás médicos son gente normal.

–Buf, menos mal. Te estaré agradecida para siempre. Es más, te invitó a un café cuando terminemos el turno ¿Qué te parece?

–Hecho.