miércoles, 23 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 37

 


Al día siguiente era sábado. Me pasé el día preparando algunas cosas y al atardecer fui a casa de mi tía Teresa. Para mi sorpresa mi primo Teo y su novia noruega estaban allí. Me alegré mucho de verlos. Teo parecía haber recuperado la felicidad al lado de aquella muchacha, incluso se le veía mucho más risueño y parecía más distendido de lo que era antes.

Me invitaron a cenar y acepté la invitación. En realidad yo había ido allí para decirle a mi tía que me iba, que regresaba definitivamente a Madrid, pero no encontraba el momento oportuno para ello. Durante la cena todas eran risas, alegrías y charlas intrascendentes. Mientras nos tomábamos un café, Teo me preguntó qué tal me iba la vida. Yo me encogí de hombros y lancé una mirada elocuente a mi tía, que supo captarla enseguida.

–¿Ocurre algo Dunia? – preguntó.

–Me regreso a Madrid – dije –. Este mediodía he estado hablando con el marido de mi madre y le he dicho que me buscara un trabajo por allí, que daba igual de lo que fuera, que me quería marchar. En cuanto me llame, me iré.

–¿Y eso por qué? – preguntó de nuevo.

–Porque yo aquí ya no pinto nada... y estaré más tranquila allí, lejos de todo.

Teo me miraba interrogante. Supongo que no entendía nada, pero también supongo que se lo imaginaba. Su madre le aclaró las cosas enseguida. Le habló de mi encuentro casual con Ginés, de su inminente boda con Lidia... Pero mi tía todavía no conocía las últimas novedades, mi lío con él y la posible suspensión de su boda. Así que yo se lo conté todo. También que finalmente había decidido renunciar a él para que sí se casara con ella, y que ese era el motivo por el que regresaba a Madrid.

Mi tía hizo un gesto con los ojos típicamente suyo. Quería decir exactamente “vaya tonterías que dice esta mujer”, frase que no solo salió de sus ojos, también lo hizo de su boca.

–Menuda sarta de bobadas acabas de decir. ¿De verdad harás eso? ¿Lo empujarás a una boda que no desea con una mujer que no quiere? Por lo que cuentas ha dejado claro que a quién quiere es a ti.

–Yo sé que me quiere a mí. Pero no podemos hacer sufrir a esa pobre chica – repuse con un convencimiento que estaba lejos de sentir.

–Si pierde a su novio y a su amiga, sufrirá durante un tiempo, pero se le pasará. Pero si se casa con un hombre que no la quiere, sufrirá toda la vida – dijo Teo.

Pero nada de lo que pudiera decirme iba convencerme. Yo había tomado mi decisión y no la iba a cambiar. Ahora solo faltaba comunicársela a Ginés. Eso iba a ser lo más difícil.

*

Pasé el fin de semana pensando cómo hacerlo. Finalmente me decidí. Sabía que los domingos Ginés y Lidia no solían salir hasta muy tarde, así que arriesgándome a encontrarla a ella, el domingo por la noche me encaminé a casa del amor de mi vida. Al llegar aparqué detrás de unos arbustos y me mantuve dentro del coche durante un tiempo, vigilando la casa, por si ella salía. Finalmente me acerqué y llamé al timbre del portal. La voz de Ginés preguntó quién era y yo muy bajito, por si acaso, le contesté.

–Ginés, soy Dunia. ¿Puedo entrar?

Por toda respuesta el portalón comenzó a abrirse. Cuando entré en la finca le vi a él esperándome en la puerta de casa, sonriente. Por un momento mi determinación flaqueó. ¿De verdad iba a terminar mi relación con aquel hombre para entregárselo a otra? Estaba totalmente chiflada, sí, lo estaba, pero también tenía claro que no deseaba vivir toda mi vida con el peso de una traición. Durante unos segundos pensé en mi madre. Ella lo había hecho. Había buscado su propia felicidad a costa de la de su hermana y yo nunca la había visto mal por ello. Quizá en ocasiones un poco melancólica. Mas al final todo se había arreglado. Además Lidia no era mi hermana ni nada que se le pareciera. Apenas la había conocido unos meses antes y no sabía que era la novia de Ginés. Pensamientos liados, absurdos y contradictorios que se mezclaban en mi mente y que no tenían el poder de cambiar mi decisión.

Al llegar al lado de Ginés le abracé y le di un largo beso en los labios.

–Mmmm, que saludo más maravilloso. ¿Qué te trae por aquí? Lidia se acaba de ir hace apenas una hora. Está muy enfadada.

–Me apetecía verte – respondí – ¿Y por qué está enfadada? ¿Se lo has dicho?

–Me ha faltado poco. Le he dejado claro que la boda me superaba y que no estaba demasiado seguro de querer una celebración por todo lo alto tal y como estaba organizando.

No contesté y entré en la casa. Crucé el salón y me dirigí al jardín trasero. Él venía detrás de mí. Me senté en el sofá de mimbre gris y él se sentó a mi lado.

–¿Te apetece algo fresco? – me preguntó.

Le dije que sí y entró en la casa. Al rato apareció en el jardín con dos botellines de cerveza. De nuevo se sentó a mi lado y me abrazó. Yo me dejé envolver por sus brazos. Luego buscó mi boca con la suya y yo correspondí a su beso cálido y pasional que nos fue arrastrando a las caricias. Sus manos se colaron por debajo de mi vestido y juguetearon traviesas con mi piel. Ginés tenía el poder de hacer que el mínimo roce de nuestros cuerpos despertara mi deseo. Me senté a horcajadas sobre sus piernas mientras le desabotonaba su camisa azul. Cuando lo hube hecho besé despacio y con ternura aquel pecho que subía y bajaba al compás de una respiración cada vez más rápida. Por un instante le miré a los ojos y le sonreí. Él me devolvió la sonrisa.

–Te quiero – le dije – no sé por qué, pero te quiero.

–Yo también te quiero – me respondió – Y sí sé el motivo. Porque eres la chica más maravillosa del mundo.

Hubiera detenido el tiempo en aquel preciso instante si hubiera podido. Si alguien me hubiera preguntado qué era la felicidad le hubiera descrito aquel momento en el que Ginés y yo nos entregamos sin tapujos a disfrutar del amor que sentíamos. Durante el tiempo que me regaló sus caricias y sus besos, que me susurró al oído palabras que me hacían tocar el cielo con la punta de los dedos, que me hizo el amor de manera pausada pero firme, no pensé en Lidia ni en la decisión que había tomado, simplemente me entregué a un amor que se estaba haciendo tangible por última vez. Solo cuando dimos por finalizados aquellos hermosos momentos de pasión, mi mente recuperó su lucidez y supe que tenía que poner fin a aquella situación de una vez por todas. Me había despedido de Ginés, aunque él no lo sabía.

Estábamos tirados en el sofá de mimbre, entrelazados todavía nuestros cuerpos medio desnudos, Ginés me abrazaba y me acariciaba el pelo mientras me daba tenues besos en la frente. Yo me incorporé de pronto y comencé a vestirme. Y le solté mi decisión sin pensarlo más:

–Me voy a Madrid – dije simplemente.

–¿De vacaciones? ¿A casa de tu madre? ¿Cuándo? – preguntó Ginés mientras se abotonaba la camisa y se componía un poco.

-Pronto, cuando mi padrastro me llame. No me voy de vacaciones. Me voy definitivamente.

–¿Y crees que ahora es el momento oportuno para marcharte? Acabamos de volver....No... no entiendo nada – dijo mirándome de forma interrogante.

–He pensado que no puedes hacerle esto a Lidia. No puedes dejarla ahora, cuando apenas faltan dos semanas para la boda. Es una buena chica y debes casarte con ella. Por eso me voy, para dejaros vía libre y no volver a verte nunca más. Me dolería demasiado vivir en la misma ciudad que vosotros y ver como el hombre a quien quiero hace su vida al lado de otra mujer que no soy yo.

Ginés me miraba mientras yo hablaba y en su cara se iba dibujando una media sonrisa, que terminó en carcajada cuando por fin me callé. Se echó sobre mí abrazándome por la cintura y haciéndome cosquillas.

–Tienes ganas de broma ¿eh? Pero nada, no cuela, no eres buena actriz.

Yo lo separé de mi lado con suavidad y le miré a los ojos directamente y de frente.

–Estoy hablando totalmente en serio Ginés. Créeme que me duele haber tomado esta decisión pero no puedo traicionar así a Lidia. Estaría toda mi vida luchando contra los remordimientos. Y quiero vivir tranquila.

Ginés se puso serio y su rostro dejó entrever una extraña palidez. Meneo la cabeza ligeramente de un lado a otro antes de hablar.

–No... no puedes estar hablando en serio. No entiendo nada. Sabes que no amo a Lidia, que te amo a ti. Nunca me casaré con una mujer a la que no quiero.

–Si yo no hubiera aparecido en tu vida te hubieras casado con ella.

–¡Pero apareciste! – dijo alzando un poco la voz – ¡Joder, apareciste! Y volví a enamorarme de ti y no quiero perderte. Por favor Dunia, no me hagas esto. No vuelvas a salir de mi vida. No podría soportarlo. ¿Es que acaso no me quieres?

–Más que a nada, Ginés. Desde el día en que te conocí te quiero más que a nadie. Y créeme que hubo un tiempo en que intenté odiarte y.... no lo conseguí. Pero Lidia es una chica maravillosa y me siento ruin y mezquina robándole a la persona que ama.

–Pero Dunia, ¿no te das cuenta de que aunque me dejes no me voy a casar con ella?

–Claro que lo harás.

Nos quedamos en silencio. Ginés apoyó sus codos en las rodillas y hundió la cabeza entre sus manos, mirando al suelo. Yo me sentía mal, pero en aquellos momentos estaba segura de haber tomado la decisión correcta y no iba a cambiar de opinión.

–Ginés yo....

–Vete – me espetó cortante.

–Déjame decirte que....

–¡Vete! – gritó con furia – ¡He dicho que te vayas! No quiero verte nunca más. Cada vez que apareces no haces más que joderme la vida. ¡Vete!

Recogí mis cosas en silencio y me fui.

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