viernes, 24 de febrero de 2012

OBJETIVO CUMPLIDO

Aquella noche Mikel regresó a su hogar más feliz que nunca. Por fin la plana mayor de la organización había depositado su total confianza en él y le había encargado su primera misión. Hacía poco más de dos años que se había metido de cabeza en esos asuntos. Empezó con las revueltas callejeras, quemando contenedores, cajeros....esas pequeñas historias, pero siempre tuvo claro que quería formar parte de manera plena de la organización, luchar por sus ideales, por su patria, por su raza. Ellos se fijaron en él porque casi siempre era el cabecilla de las revueltas. Rápido y organizado, escurridizo en extremo, tanto, que jamás la policía le había tocado un pelo, y eso que se enfrentaba valientemente con los maderos, les provocaba cuando se acercaban armados hasta los dientes, en parte para protegerse, en parte para detener a aquel que se les pusiera a tiro. Pero él era veloz, astuto y se escabullía por donde fuera antes que dejarse torturar, porque eso era lo que hacía la pasma, reprimirlos y torturarlos. Por eso cuando los jefes lo llamaron y le propusieron formar parte del clan no cupo en sí de orgullo. Por fin iba a participar en actos de verdad, en misiones que contribuyeran a conseguir la independencia ansiada, la liberación de su pueblo lejos del estado opresor.
El primer año se sintió un poco decepcionado. Quería acción, pero los jefes argumentaban que todavía era pronto, que primero había que prepararse a conciencia y eso llevaba su tiempo. Fueron días de agotamiento y en muchas ocasiones de profunda desilusión, acudiendo a los montes frondosos, lejos de los pueblos, en el medio de la nada, para practicar con las armas, para aprender técnicas y tácticas que le ayudaran a ser un buen guerrillero, el mejor. Ahora por fin había llegado el momento. La cúpula lo había convocado para una reunión al día siguiente, en la que le explicarían con detalle en qué iba a consistir su primer trabajo. Estaba tan nervioso que sabía que esa noche no iba a pegar ojo. Se desnudó delante del espejo y miró su imagen durante un rato, fijándose en su torso musculoso y de carnes firmes, en su espeso pelo negrísimo y en sus ojos duros y penetrantes. Sonrió mientras se decía a sí mismo con orgullo y sin modestia alguna que era el candidato perfecto para realizar aquel atentado, fuera el que fuera, consistiera en qué consistiera. No iba a defraudar a nadie, ni a ellos, ni mucho menos a si mismo.

Llegó temprano al piso donde le esperaba Gorka, su instructor, con aquellos otros a los que jamás había visto la cara. Lo saludaron con frialdad premeditada y sin muchos preámbulos le explicaron lo que él deseaba. Se trataba de matar a una guardia civil destinada en el cuartel de un pueblo vecino. Le mostraron la foto de una muchacha uniformada, cuyos ojos lánguidos e increíblemente azules le llamaron la atención.
-Es....es muy joven ¿no?
Su amigo Gorka sonrió.
-¡Venga Mikel! No me digas ahora que te entran los escrúpulos. Tiene veintidós años, nació en un pueblo de Barcelona y forma parte del aparato opresor del Estado. Es suficiente que sepas eso. Tienes que matarla y punto. Da igual si es joven o vieja, no debes pensar en ella como en una persona, sino como en un objetivo a derrocar.
-No tengo ningún escrúpulo – le contestó Mikel molesto – sabes perfectamente que estaba deseando que llegara este momento. Sólo hice un comentario.
-Pues comentarios como ese están de más – dijo fríamente Imanol, el que parecía llevar la voz cantante en todo aquel cotarro – tú no tienes que fijarte en su aspecto, ni en ningún detalle de su vida. Estás aquí para luchar, y la lucha armada requiere que la mates sin más. Sin compasión y sobre todo sin preguntas ¿entendido?
El muchacho asintió y no volvió a abrir la boca, temeroso de soltar alguna incongruencia que pudiera molestar a Imanol o a cualquiera de los demás. No quería correr el riesgo de que se echaran atrás y confiaran a otro aquella misión. Por el contrario, escuchó con atención las instrucciones que tendría que seguir para el buen fin de su primera actuación, reteniéndolo todo en su cabeza como si de guardarlo en un fichero se tratara.
-Recuerda que para ella tienes que ser un completo desconocido. Eso quiere decir que no te puedes dejar ver, que la tienes que vigilar con suma discreción, controlando todos sus pasos con firmeza pero con tiento, con muchísimo tiento.
-¿Cuándo será el momento?- preguntó Mikel.
-Aun no está decidido, dentro de un mes o de dos como mucho. Primero tienes que estar absolutamente preparado para el paso que vas a dar. Cuando lo estés, ese será el momento.


La rubia, como empezó a llamarla Mikel, se marchaba de su casa a las ocho de la mañana y regresaba sobre las tres. Nunca hacía el mismo itinerario, estaba bien enseñada. A veces salía del cuartelillo a patrullar por el pueblo, otras no se le veía el pelo en toda la mañana. En ocasiones regresaba a su casa al mediodia y luego volvía al cuartel por la tarde. A Mikel le gustaba apostarse cerca del edifico que habitaba la rubia y mirar hacia las ventanas, imaginando que allí dentro estaba la mujer cuya vida él tenía que segar sin contemplaciones. Un certero tiro en la frente, a quemarropa, y para ella todo abría acabado, mientras que para él la vida que hasta ahora había sido un sueño no haría más que empezar. No se percató de que la muchacha se estaba convirtiendo en una especie de obsesión para él, pensando en ella a todas horas, buscando un motivo cualquiera que le sirviera para traerla a su mente.
Cierto día, mientras apostado dentro del coche de turno esperaba a que ella abandonara su casa, pensó en los daños colaterales del asesinato que iba a cometer. Los padres de la chica, los hermanos, su novio si es que lo tenía, gente de cuyo sufrimiento él iba a ser el último responsable. Por un segundo su corazón de piedra se ablandó y se preguntó qué derecho tenía él a irrumpir en aquellas existencias marcándolas para siempre con el estigma del odio. Desgraciadamente fue sólo un segundo, un instante para arrepentirse; luego regresó su determinación sangrienta y suspiró aliviado.

Cuando días después, aquella noche de sábado, la vio en la discoteca, bailando con otras chicas en el medio de la pista, pensó que también era puta casualidad encontrarse con su objetivo. Pero él no sabía que inconscientemente la había buscado en cada noche de juerga, deseando estar a su lado, verla de cerca, saber de ella. Por un instante ideó marcharse, mas algo en su interior no le dejó mover los pies y le impulsó a quedarse, a contemplar sus movimientos sensuales apoyado en la barra, delante de un whisky, a acercarse a ella y susurrarle al oído lo guapa que era, lo bien que bailaba, a invitarla a una copa que ella aceptó sin reparos. Estaba haciendo todo lo que tenía prohibido, poniendo en peligro todo aquello por lo que tanto había luchado, y no sabía porqué no lo podía evitar, o lo que es peor, no lo quería evitar. Se disculpaba a si mismo con argumentos peregrinos, con la firme convicción de que hacía todo aquello por el buen fin de la misión, aunque los jefes se lo hubieran prohibido, ellos no eran perfectos, también podían equivocarse y en aquel caso lo hacían. El no opinaba que su proceder fuera malo por intentar conocer más a la muchacha que había de matar, al fin y al cabo, ella acabaría muerta, no podría perjudicarlo en nada.

Ruth era una chica encantadora, guapísima, con aquellos enormes ojos azules y su melena rubia acariciando sus hombros. La mujer de la que cualquier hombre se enamoraría sin remedio. Cualquiera menos él, por supuesto, lo suyo no era más que curiosidad. Negaba la evidencia, arriesgando la misión encomendada, pero no quiso dar marcha atrás.
A aquella noche de discoteca, siguieron otros encuentros, siempre lejos del pueblo, para que nadie pudiera verles juntos. Un día un café, otro día una cena, hasta que uno de esos días Ruth le abrió su corazón y su alma, haciéndole partícipe de sus miedos.
-No me gusta vivir aquí, sola. Echo de menos a mi familia y tengo miedo, ya sabes, hay tantos compañeros muertos....Nunca he hablado de esto con nadie. A mis padres no se lo puedo decir porque se preocuparían y aquí...no confío en casi nadie. En realidad tampoco sé si puedo confiar en ti, apenas hace unas semanas que te conozco.
Una oleada de adrenalina recorrió el cuerpo de Mikel de la cabeza a los pies, mientras continuaba escuchando a la chica, sentado frente a ella en una cafetería cualquiera.
-Gano bastante dinero aquí, pero todas las noches me acuesto pensando que el día siguiente puede ser el último de mi vida. Sé que el fondo es una tontería, que si me quieren matar en un atentado lo harán aquí o en cualquier parte. Entonces me consuelo pensando que soy un pobre objetivo y que hay compañeros mucho más importantes que yo para ser el punto de atracción de su ira.
Mikel, incapaz por un momento de mantener su mirada, desvió sus ojos hacia fuera. Lloviznaba.
-¿No me dices nada? - preguntó Ruth – lo siento, tal vez no debí hablarte de estas cosas.
-Si claro que si, y no te preocupes, no te va a pasar nada. Yo voy a estar siempre a tu lado – le contestó él, sintiéndose, por vez primera en su vida, el ser más mezquino de la tierra.


-Llevamos más de dos meses con el operativo montado, la tienes totalmente controlada, no entiendo por qué quieres retrasar el día de la acción – le recriminaba Gorka – te advierto que si no lo quieres hacer estás en tu derecho, buscaremos a alguien que si lo haga, pero vas a quedar muy desacreditado a los ojos de los jefes. Ellos confían en ti y se sentirán muy defraudados si te niegas a matar a la chica.
-No me estoy negando. Pero no consigo controlar sus horarios. Es.....es muy imprevisible, no quiero que nada salga mal.
-Mira Mikel, la cúpula de la organización ha señalado como fecha de la ejecución dentro de una semana. No te dan ni un minuto más. Tú verás lo que haces.
La quería, la quería como nunca había querido a nadie, y ese era su tormento. Había cometido el error más grande de su vida acercándose a ella, pero ya era tarde para dar marcha atrás. No deseaba separarse de su lado jamás, no lo iba a hacer, mas como se consideraba un hombre de palabra no le quedaba más remedio que cumplir con la organización.
La noche anterior al día señalado hicieron el amor por primera vez, recorrió con sus manos cada rincón de su cuerpo, aspiró su aroma, degustó el sabor de su saliva, prolongando aquellos momentos de sublime placer que no volverían a disfrutar jamás, o tal vez si, quién sabe.


Eran las tres en punto cuando Ruth aparco su coche frente al portal de su casa. Gorka y Mikel hacían guardia dentro de una pequeña furgoneta que el primero puso en marcha en cuanto tuvo a la chica al alcance de su vista.
-Ahora Mikel. Pégale tres tiros en la cabeza y vuelve al coche lo más rápido posible. Tenemos que huir antes de que nadie reaccione.
Mikel bajó del coche como un autómata, pistola en mano, dispuesto a levantarle la tapa de los sesos a la mujer a la que apenas unas horas antes había amado con desenfrenada pasión. Se acercó a ella mientras cerraba el coche. Ruth le vio y esbozó una sonrisa.
-¡Mikel! ¿qué haces aquí? No te esperaba.
No le dio tiempo a decir más. Vio como él apuntaba su cabeza con el arma y escuchó el sonido sordo del disparo. Después todo se volvió oscuridad.

Desde la furgoneta Gorka no podía dar crédito al espectáculo que se presentaba ante sus ojos.
-Pero ¿qué coño hace ese imbécil?
Mikel cayó de rodillas al lado del cuerpo inerte de Ruth. Por las ventanas de las casas la gente asomaba su cara con curiosidad y horror. Algunos empezaban a salir a los portales. El muchacho lloraba en silencio. Gorka se acercó con la furgoneta poniendo en riesgo el final de la operación: su huida.
-Sube al coche idiota, o acabarán pillándonos.
-Diles que se ha cumplido el objetivo, que pueden estar orgullosos de mí – dijo Mikel por toda respuesta
Luego apuntó a su cabeza y disparó. También él se hundió en la oscuridad. Al cabo de unos segundos se dio cuenta de que Ruth estaba a su lado, esperándolo.
-Te prometí que nos separaríamos nunca- le dijo él
-Claro, y qué más da que sea aquí o allí.
Al día siguiente los periódicos daban la noticia del atentado...y del extraño suicidio del terrorista.

jueves, 16 de febrero de 2012

UN PASEO POR LA VIDA



Caminaba despacio por el camino pedregoso, al ritmo de unos recuerdos que ni siquiera coherencia poseían y que ella interpretaba como su presente más cotidiano.
-Tengo que llegar a tiempo antes de que cierren el colmado de Agustín. Si mi Mariano llega del colegio y se encuentra que no hay chocolate para merendar se disgustará y yo no quiero que mi pequeño se disguste, él es bueno y le gusta estudiar, por eso yo le tengo en premio su chocolate para merendar todas las tardes, de ese negro, de taza, pero esta tarde cuando he querido echar mano de él he visto que sólo quedaba el envoltorio. Seguro que fue Mariano, le gusta tanto que me lo roba, porque el chocolate es mío, me lo compra mi madre en la tienda de la señora Emilia, y ese chiquillo malo y travieso me lo roba, que yo lo he visto más de una vez entrar a hurtadillas en la cocina y meter la mano en la fresquera.
Es tarde, tengo que darme prisa, de lo contrario mi madre se enfadará, siempre lo hace cuando soy impuntual, pero es que mi novio Elías ha venido a buscarme y hemos estado hablando sentados a la sombra del naranjo. Cuando estoy a su lado el tiempo se pasa muy rápido y nunca me percato de que llega la hora de regresar. Mamá estará esperándome preparada con la zapatilla para darme unos cachetes en el culo, y yo nunca escarmiento, o por lo menos eso es lo que ella dice.
Jacinta se paró en seco y a pesar del sol de justicia que calentaba las piedras y derretía el asfalto miró al cielo y abrió su paraguas azul.
-Vaya, seguro que no tardará mucho en ponerse a llover, menos mal que me he acordado de coger el paraguas.
Se sentó con gesto abatido sobre una piedra, a la vera del camino. Volvió a mirar el cielo y cerró el paraguas al comprobar que, a pesar de sus augurios, no caía ni una gota. Sacó un pañuelo del bolsillo y se secó el sudor de la frente. Luego se quedó allí durante unos minutos, muy quieta, con la vista fija en las piedras del camino. Y siguió paseando por su vida.
-Tengo miedo. Mi mamá me ha dejado sola y el sonido de las bombas se escucha demasiado cerca. Quiero que vuelva. No sé a dónde habrá ido. El taller de costura cerró y se trajo la máquina a casa, así que no debería marcharse, tiene mucho trabajo. Quiero que regrese pronto, tiene mucho trabajo y no me gusta que se pase la noche cosiendo a la luz de las velas, que después no para de quejarse de que se deja la vista en ello.
Jacinta se levantó de la piedra y vaciló un poco antes de decidir qué dirección tomar. Finalmente optó por desandar el camino andado, aunque no fue una determinación tomada con convencimiento. En realidad ninguno de sus pensamientos gozaban de convencimiento alguno, ni de lógica, ni de realidad, salvo para ella misma. Al cabo de un rato se sentó una vez más a la vera del camino, sobre las hierbas que ya comenzaban a impregnarse del rocío del atardecer volviéndose húmedas. Hizo caso omiso a la sensación de frialdad que penetró a través de sus ropas y se dejó estar allí, sentada en el campo, dejando descansar sus piernas doloridas.
Ignoraba el tiempo que pudo permanecer allí, tiritando de frío, en realidad Jacinta ignoraba casi todo de ella misma, así que cuando vio surgir de la oscuridad de la noche unas luces cegadoras que se detenían a su lado se limitó a mirarlas con los ojos entrecerrados sin hacer ademán alguno de levantarse.
Del coche se apearon dos hombres, policías locales, y una mujer que se dirigieron a Jacinta.
-¡Dios mío! Por fin te hemos encontrado. Venga mamá, vámonos a casa. Estás helada – dijo la mujer mientras intentaba levantar a la vieja, que hizo un gesto brusco intentando zafarse de sus brazos.
-¿Quién es usted? Déjeme en paz ¿no ve que estoy esperando por mi hijo? Saldrá de la escuela dentro de un rato y juntos iremos al colmado de Agustín a comprar chocolate.
-Mamá por favor, levántate y entra en el coche. Es muy tarde y te está cogiendo el frío.
Jacinta le miró y de nuevo regresó al pasado.
-Ha muerto ¿verdad? Mi pequeño está muerto. No pude hacer nada, todo ocurrió muy de prisa, se me escapó de las manos y el coche venía muy rápido…
Jacinta se desmoronó ante los recuerdos y comenzó a gimotear. Débil y carente de voluntad, permitió que los dos policías la ayudaran a introducirse en el vehículo. Su hija lo hizo a continuación y, abrazándola con ternura, le dio calor y la acurrucó contra su pecho.
“Dios mío, mamá, ¿en qué te has convertido? En un ser sin esencia, en una persona sin realidad, sin presente. Recuerdo como eras hace unos años y no te reconozco y me pregunto por qué te ha tenido que pasar a ti, una mujer tan vital, tan fuerte, tan cabal… supongo que es tontería intentar buscar una explicación a todo esto. Las enfermedades aparecen porque sí y a algunas no les podemos hacer frente, como a la tuya, con la que ambas libramos cada día una batalla perdida de antemano.
A veces rememoras episodios de tu vida escondidos que ahora regresan a tu destartalada memoria con una lucidez sorprendente. Sin embargo, hay momentos en que me miras con esa tu mirada perdida y no me reconoces, o no recuerdas la cena de ayer, o no sabes regresar a tu cuarto, o colocas tu ropa dentro del frigorífico… Es tan desalentador que a veces me pregunto si merece la pena vivir de esa manera, alejada del presente, ausente de la propia vida.
Duerme mamá, acurrucada en mi pecho, sacude esos recuerdos añejos que ya ni lo son y pasea por una vida que hace mucho dejó de existir.
Y Jacinta, como si hubiera podido escuchar los pensamientos de su hija, recostó su cabeza en su hombro y se durmió, ausentándose por unos instantes de una vida que ya nunca sería capaz de reconocer como propia

jueves, 9 de febrero de 2012

LAS PALABRAS

LAS PALABRAS

Se contemplaba el abultado vientre y dejaba reposar sus manos sobre él, sintiendo la vibración de vida que era el hijo que crecía allí dentro y que pronto podría tener en sus brazos. Un hijo es raíz que se oculta en la sangre, vértigo de memorias no vividas, renovada capacidad de asombro y de luz. Pero una sombra se cernía sobre aquella fulgurante alegría temerosa de la primera maternidad: ella no podría decir las palabras que todas las madre del mundo dicen a sus hijos, no podría enseñarle a decir palabras bellas, madre, amor, paz.... De nuevo su faz se veló en angustias al recordar aquel día en que ocurrió el fatal accidente y perdió el habla. Solo entonces se dio cuenta de lo importante que era poder decir, pan, madre, te quiero, cielo... Ahora, con su hijo creciendo dentro de ella, las palabras crecían oscuras y hacia dentro, como promesas nunca cumplidas, como deseos que jamás podrán realizarse.
En la antesala de la consulta del médico, otras mujeres comentaban en voz alta su estado y todas ellas se sabían unidas por aquellas pequeñas confidencias que soltaba al aire felices de que fueran escuchadas por quien no sentía sino lo mismo . Y ella seguía al vuelo aquellas palabras que deseaba fervientemente hacer suyas, que deseaba compartir.
No se encontraba bien. El hijo pesaba mucho y ella era más bien frágil. Tampoco, pues, se sorprendió, cuando el médico, confirmando lo que le había insinuado en la visita anterior, le dijo que sería mejor, llegado el momento del parto, practicar un operación de cesárea para facilitar el nacimiento de aquel hijo.
-Y no tienes usted porqué preocuparse en absoluto. Hoy en día una cesárea es poco más que una operación de apendicitis ¿comprende?
Ella afirmaba con la cabeza mientras su cuerpo se agitaba débilmente en un temblor ligero. No temía a la operación en sí misma, sino a la anestesia. Aquella pequeña muerte provocada, aquella ausencia de ser y no ser al mismo tiempo, aquella voluntad sin sueños, sin decisión, la asustaban mucho más que el bisturí.
Recordaba cuando se percató de que no podía hablar, de que sin tener ninguna herida en la garganta, las palabras se negaban a salir de su boca. Recordaba aquella angustia, llevándose la mano al cuello en un intento inútil, así como inútiles eran las palabras de consuelo que le prodigaban los suyos. Pero por ese hijo valían la pena todos los sacrificios, todas las sombras, todos los silencios involuntarios. Lo importante, se decía, no es resignarse sino saber aceptar lo que el destino tenía preparado para ti. Y fue entonces cuando el hijo se anunció, como una compensación a sus últimos sufrimientos.
¡Cuántos pensamientos! ¡Cuántos segundos! ¡Cuántos tiempos vividos desde la última visita al médico! Y allí estaba ella, por fin, esperando para entrar en el quirófano, mientras sentía como su hijo se proclamaba a si mismo en un batir de sus piernecitas en el interior de su vientre, en un maravillosos latido de su corazón que, se diría, latía al unísono con el suyo.”Con el mío de madre”, pensó y volvió a emocionarse. El médico se le acercó y la reconvino sonriente.
-Pero ¿qué es esto? ¿es que te vas a venir abajo ahora? ¿Cuántos años tienes?
Ella, un poco entrecortada, repuso con sus manos, diez, diez y dos. El médico le acarició la cabeza.
-Si eres casi una niña.
Sonrió de nuevo
-Pero una niña valiente ¿de acuerdo?
Ella afirmó con la cabeza y cuando se acercó el anestesista se dejó llevar dócilmente a la región de las sombras, sabiendo que cuando despertase tendría a su lado a ese hijo tan deseado, a ese pedacito de si misma convertido en personita independiente.
-No tengas miedo. Todo irá perfectamente y será rápido, ya lo verás.
La operación transcurrió con normalidad y la niña nació en perfectas condiciones.
Primero fue el sonido de las palabras. Reconoció la voz de él y la de su madre. Un rumor hondo llegaba a sus oídos y poco a poco las voces se hicieron más claras.
-Todo ha pasado ya – le dijo su marido – es una niña, una niña preciosa ¿no quieres verla?
Abrió los ojos y contempló aquel puñado de carne viva que le mostraba la enfermera. Las lágrimas de felicidad casi no la dejaban ver y fue entonces cuando sus labios se abrieron tímidamente y de su boca brotaron dos palabras : “Mi hija”