domingo, 25 de marzo de 2012

SI ME DEJARAN QUERERTE



Cuando conocí a Dame, una lluviosa y fría tarde de otoño, no se me ocurrió que nuestra historia fuera a terminar de la manera que lo hizo. En realizar tampoco se me ocurrió que entre él y yo pudiese haber jamás historia alguna.
Hacía apenas una mes que había obtenido el divorcio de mi marido, y cuando tuve la sentencia en la mano no pude evitar pensar, por enésima vez, si habría hecho bien al tomar la drástica decisión de terminar con catorce años de matrimonio. Germán era un hombre bueno, el mejor del mundo, pero la rutina había ganado terreno al amor y yo no quería vivir de aquel modo. Necesitaba algo más que un beso de despedida y de llegada, necesitaba ahuyentar los silencios que se asentaban entre los dos cuando estábamos a solas. No era feliz, y aunque siempre fui una cobarde, en aquella ocasión me armé de valor y terminé con la farsa en la que se había convertido nuestra unión. Nadie lo entendió, ni Germán, ni mi familia, ni la mayoría de mis amigos. Mis padres llegaron a negarme la palabra durante una larga temporada, mis hermanos, salvo el pequeño, me hicieron un montón de reproches y mis amigos se fueron alejando de mi poco a poco, poniéndose de parte del bueno de la historia. No fue fácil, debo admitirlo; que me dieran la espalda personas que hasta entonces había considerado parte esencial de mi vida no hizo sino incrementar mis dudas sobre la conveniencia de lo que había hecho, pero el tiempo todo lo cura y poco a poco las aguas fueron volviendo a su cauce, incluso para el marido despechado, que pronto encontró consuelo en otra mujer. Me alegré por él, por supuesto que sí, y yo, aunque no cerré mi corazón al amor, tampoco tuve prisa por encontrar a nadie, por el momento me bastaba con encontrarme a mi misma y disfrutar un poco de mi recién estrenada soledad.
Vendimos el piso que compartimos durante nuestro matrimonio y con el dinero obtenido me compré un pequeño apartamento y monté una tienda de ropa y bisutería, haciendo realidad una idea acariciada desde años atrás y nunca llevada a cabo. Por primera vez en mucho tiempo me sentí a gusto conmigo misma y con la vida que llevaba.
Una tarde, mientras esperaba que llegara la hora de abrir mi tienda tomando un café y leyendo la prensa en el bar de la esquina, un muchacho se acercó a mi mesa ofreciéndome su cargamento de discos, bolsos, cinturones y no sé cuántos cachivaches más. Negué con gesto leve de cabeza y él, después de ofrecer su mercancía a los tres o cuatro clientes que a aquellas horas había en el bar, se marchó. Durante unas cuantas tardes más se presentó a la misma hora y de la misma guisa, hasta que un día, para mi sorpresa, se atrevió a hablarme.
-Nunca compras – me dijo – y yo vendo barato.
Levanté la vista y le vi sonriéndome. No pude evitar devolverle la sonrisa e invitarle a compartir mi mesa.
-¿Realmente quieres saber por qué no te compro? Te invito a un café y te lo explico ¿te parece?
Aceptó de buen grado. Posó en el suelo su mercancía y se sentó frente a mí.
-¿Ves aquella tienda, la que está al otro lado de la plazoleta? - le pregunté señalando mi propio negocio. - Pues es mi tienda, en la que también vendo cinturones y bolsos, como tú. Por eso no te compro. Incluso diría que me estás haciendo la competencia.
-No, competencia no, tus bolsos mejores que los míos – me dijo entre risas – Pero también tengo discos ¿compras?
-Me parece que no te vendes tú porque no puedes. Anda trae, a ver qué tienes por ahí.
Le compré un disco, no recuerdo de quién, lo que si recuerdo es que aquella fue nuestra primera conversación, el primer encuentro vespertino ante un café que con el paso de los días se hizo rutinario. Entraba en la cafetería todos los días a la misma hora y compartía conmigo una parte de su tiempo, a veces cinco minutos, otras veces media hora, a la vez que me contaba retazos de su vida. Un buen día abandonó su Senegal natal a bordo de una patera rumbo a esa Europa de la que tanto había oído hablar, camino a un futuro sin miseria. Sólo deseaba cumplir sus sueños y a pesar de lo poco que había conseguido, se daba por satisfecho, aunque no tuviera papeles, aunque gozara de un trabajo precario por el que cobraba una miseria y compartiera un piso de sesenta metros cuadrados hacinado con veinte personas más. Todo lo malo que pudiera conseguir aquí era mil veces mejor que lo que había dejado atrás.
Poco a poco fui conociendo a una persona honesta, vital, alegre por naturaleza, una persona que tenía el don de trasmitir felicidad y optimismo a aquel que estaba a su lado. Supongo que fue por eso que un día me vi deseando que llegara la hora del café, echándole de menos cuando no estaba conmigo y confieso que me asusté un poco. ¿Qué era aquello que me reconcomía el alma cuando no estaba a su lado? ¿Qué era lo que me agitaba el corazón cuando tarde tras tarde le escuchaba hablar y le veía sonreír? ¿Sería que el amor llamaba a mi puerta de nuevo? Negué la evidencia, intenté convencerme a mí misma de que lo que sentía por aquel chico no era más que cierta atracción provocada tal vez por el exotismo que emanaba. Pamplinas, lo que realmente me ocurría era que tenía miedo a embarcarme en una relación amorosa que seguramente me acarrearía un montón de problemas con mi entorno. No habían entendido que me separara de un hombre bueno y decente, de un caballero con todas las letras, menos iban a entender que me uniera a un inmigrante subsahariano sin papeles que no tenía dónde caerse muerto.
Creo que por eso fue que continuamos así, sin más relación que nuestras charlas, algún paseo las tardes de domingo por la vera del río, como dos amigos que se aprecian y a los que les gusta compartir los buenos momentos.
Una noche, de regreso a mi casa después de cerrar la tienda, me lo encontré sentado en un banco de la plazoleta bajo la lluvia torrencial que caía en aquellos instantes. Estaba empapado y temblaba de frío.
-¿Qué haces ahí? -le pregunté – Esta lloviendo a mares ¿no será mejor que te vayas a casa?
-No puedo – me respondió – comparto habitación con otro hombre. El trabaja de noche y ocupa el cuarto durante el día, yo de noche, después de las nueve.
-No me lo puedo creer – repuse indignada – ¿me estás diciendo que el desgraciado de tu casero alquila tu habitación por horas?
-Claro, a mí horas de noche y al otro hombre horas de día. Así gana más dinero ¿comprendes?
-Sí, hijo, sí, por supuesto que comprendo. ¿Y sabes lo que te digo? Que ahora mismo te vienes conmigo a mi casa.
-No, Blanca, a tu casa no, yo no quiero molestar.
-Lo que menos haces tú es molestar. Mi casa no es muy grande pero suficiente para los dos. Así que ya te puedes despedir del impresentable que tienes por casero porque no vas a volver allí. Y no es una sugerencia, es una orden.
De esa manera empezó a vivir conmigo y aunque durante mucho tiempo no fuimos otra cosa que compañeros de piso, el roce diario hizo que me rindiera a lo evidente, y es que estaba ilusionada con él como una niña de quince años, a pesar de que, por su parte, nada demostraba que sintiera por mi lo mismo que yo por él.
Los meses fueron transcurriendo y aquellas Navidades, como todos los años, tocaba cena familiar con mis padres, hermanos, sobrinos y demás. No me gustaban demasiado ese tipo de reuniones, sobre todo desde mi divorcio, pues parecía que todos aprovechaban la situación para lanzarme los reproches que todavía guardaban contra mi, sobre todo mi madre, a la que más le había desagradado mi decisión de terminar con mi matrimonio, así que me presenté a la cena con cierto recelo y sin Dame, por supuesto, al que dejé solo en casa a mi pesar. Aquella noche sin embargo, las cosas transcurrieron con calma y todos se mostraron bastante cordiales, hasta el momento de recoger la mesa, cuando mi madre aprovechó, a solas conmigo en la cocina, para desatar su lengua viperina.
-Y dime, Blanca ¿quién es él?
Me sorprendió su capacidad intuitiva. No sabía que se me notara tanto que estaba enamorada de nuevo.
-¿Él? Lo siento, mamá, pero no sé de qué me hablas.
-Vamos, no disimules, te conozco perfectamente y sé que detrás de ese brillo en la mirada hay alguien.
-Bueno.... tal vez. Pero es sólo...una ilusión
-Ya, o sea, que la quimera que perseguías cuando dejaste a tu marido está a la vuelta de la esquina. Jamás encontrarás a un hombre como él, de eso puedes estar segura. ¿Sabes que me lo encontré el otro día en la calle? Iba con su mujer, una chica muy mona, y está embarazada, de cinco o seis meses por lo menos.
-Me alegro por ellos. Conmigo no quiso tener hijos y con esta ya ves, le faltó tiempo. A ver si eso te convence de que separarnos fue lo mejor para ambos.
Ignorando mi última frase mi madre continuó tirándome sus puyas.
-Bueno mujer, no te quejes, todavía eres joven. Aún estás a tiempo de tener hijos con tu ilusión.
Tomé una bandeja de dulces y me dirigí al comedor. No tenía ganas de escuchar más sandeces.
-Pues sí – le dije mientras me iba – y estoy segura de que estarías encantada de tener un nieto.... eso, de tener otro nieto.
A punto estuve de darle el calificativo de “negro” al hipotético nieto, pero en el último instante decidí que era mejor que la fiesta continuara en paz, como así fue.

Días después de las fiestas ocurrió algo que marcó el inicio de nuestra relación como pareja. Una mañana, al llegar a mi tienda, me la encontré desvalijada. Habían forzado la cerradura y se habían llevado parte de la mercancía, ropa, bolsos y alguna bisutería. Afortunadamente no habían causado grandes destrozos. No sé por qué, en el preciso instante en que vi todo aquel desaguisado pensé en Dame. Aquella mañana se había marchado un poco antes de lo normal. Bien podría haber sido él el autor del robo. Quise desechar aquella idea de mi cabeza, pero no fui capaz. Por un lado quería mantener mi confianza en él, pues jamás me había dado motivo para lo contrario; por otro, los propios prejuicios sociales me estaban jugando una mala pasada. Por eso, cuando a media mañana lo vi aparecer por allí, como si supiera lo que había ocurrido, no pude evitar mostrarme bastante hostil.
-¿Qué ha pasado, Blanca? ¿Por qué está todo revuelto? - preguntó mientras posaba algo encima del mostrador.
-Me han robado – le respondí fríamente.
-¿Robado? ¿quién te ha robado?
Me detuve unos instantes en mi tarea de intentar poner un poco de orden en todo aquel caos y me encaré con él.
-No lo sé, no sé quién me ha robado. Pero a lo mejor me lo puedes decir tú.
Mirándole a los ojos vi como pasaban de la alegría al desencanto en un instante. Había captado perfectamente el sentido hiriente de mis palabras y sin decir nada, dio media vuelta y salió de la tienda. De inmediato me di cuenta de mi error y le seguí.
-¡Dame! ¡Dame, no te vayas! Lo siento de verdad, es que estoy muy nerviosa y....
Le tomé del brazo y él se apartó con brusquedad.
-¡Déjame! Yo no he robado tu tienda y no quiero estar contigo si piensas eso.
Se alejó y yo me quedé mirándole como una estúpida. Cuando regresé a la tienda pude ver que encima del mostrador había depositado una rosa y un sobre, dentro del cual, una nota escrita con letra vacilante y desigual decía: “Te quiero”. Pero yo lo había estropeado todo.
Lloré mi error durante una semana entera, pasada la cual me di cuenta de que Dame no iba a volver y de que yo no podía continuar lamentándome toda la vida sin hacer nada, así que tomé la decisión de buscarle y pedirle que regresara, pero ¿por dónde empezar? Ignoraba dónde había vivido y tal y como estaban las cosas seguramente andaría vendiendo por otra zona de la ciudad. Cuando me disponía a recorrerla entera hasta dar con él, apareció por casa una noche. Sonó el timbre y al abrir la puerta allí estaba, sonriendo como siempre, como si no hubiera pasado nada.
-Te echaba de menos – me dijo.
-Ya somos dos ¿podrás perdonarme?
Y por toda respuesta me besó en los labios.


A partir de entonces comenzaron a preocuparme dos cosas; por un lado comunicárselo a mi familia, por otro legalizar la situación de Dame, aunque a decir verdad lo segundo me quitaba más el sueño que lo primero. Pensé en contratarlo para mi propio negocio, pero la tienda, aunque no iba mal, me daba lo justo para vivir sin sobresaltos y echando cuentas me resultó evidente que no podía asumir los gastos que generaría un trabajador a mi cargo. Así que un buen día pasé por la oficina de extranjería con el fin de solicitar asesoramiento, tal vez ellos pudiera darme alguna solución a mi problema. No fue exactamente así, aunque la funcionaria que me atendió, una muchacha muy atenta, me hizo una sugerencia.
-Me has dicho que es tu novio ¿no?
-Sí.
-Pues la mejor solución es que os caséis. De esa manera obtendrá automáticamente la residencia legal en España y al cabo de un año incluso podrá solicitar la nacionalidad.
-¿Y qué tengo que hacer? ¿cuáles son los trámites a seguir?
-No lo sé exactamente. Pero pásate por el Registro Civil, allí te darán toda la información que necesitas.
Así lo hice. En la oficina del Registro me dieron una hoja informativa en la que me indicaban los documentos que debíamos presentar, nada del otro mundo, certificados de nacimiento, empadronamiento y fotocopias de los carnets, en caso de Dame, del pasaporte. El día de la presentación de documentos habían de acompañarnos tres testigos, uno de los cuales tenía que ser de la familia.
-No obstante en su caso, como él no tiene residencia legal en España, tienen que pasar una entrevista con el juez, previa a la celebración del matrimonio. -me dijo el funcionario de turno.
-¿Una entrevista? ¿para qué? - pregunté.
-Para comprobar que el matrimonio no es de conveniencia, ya sabe, el extranjero paga y el español se casa para que consiga los papeles.
Pues no, no sabía, no tenía ni idea. Para mí hablar de un matrimonio de conveniencia me sonaba a la famosa película de Gerard Depardieu y Andy Mcdowell, pero jamás hubiera pensado que esas cosas existían en la realidad. Ilusa de mí. Al llegar a mi casa, acuciada por la curiosidad, me puse ante el ordenador y en un buscador tecleé la frase en cuestión, “matrimonio de conveniencia” y apenas pude dar crédito a lo que vieron mis ojos: cientos de páginas web en las que la gente se ofrecía o buscaba personas para celebrar un matrimonio de este tipo. Me parecía como si yo hubiese estado viviendo de espaldas al mundo, a una realidad que estaba ahí y que ahora, de repente, me tocaba vivir muy de cerca. Finalmente di con un artículo que me aclaró un poco las cosas. En resumidas cuentas pude enterarme que se trata de matrimonios que esconden intenciones diferentes a la finalidad intrínseca del matrimonio: formar una familia, principalmente obtener residencia legal y posteriormente nacionalidad para el cónyuge extranjero. Por ello llegaban a pagarse cantidades que rondaban entre los tres mil y los seis mil euros, incluso existían redes organizadas que se dedicaban exclusivamente a concertar este tipo de uniones. La entrevista a la que debíamos enfrentarnos perseguía precisamente evitar ese tipo de fraude. Como en nuestro caso no había fraude, no me preocupó lo más mínimo.

Xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Hablé con mi hermano Jorge, el pequeño, y después de contarle mi historia reciente, de la que no tenía ni idea (nadie la tenía), le pedí que fuera el testigo familiar que necesitaba. No lo dudó ni un instante y además se alegró mucho de mi relación con Dame.
-¿Cuándo se lo vas a decir a mamá y a los demás? - me preguntó.
-Uf, no lo sé. Supongo que antes de la boda tendré que decírselo, pero se me hace tan difícil.
-Mira, el domingo es el cumpleaños de papá y va a organizar una comida. Dijo que te iba a llamar, ¿por qué no aprovechas el momento?
Mi hermano tenía razón. No tenía sentido esperar más y era la ocasión perfecta para dar la noticia a toda la familia, aunque me costara.
Es difícil de explicar la cara de incredulidad que se les quedó a todos, mis padres, mis hermanos y cuñadas, cuando me vieron aparecer con Dame. Difícil es de precisar también el nivel de tensión que se respiró durante toda la comida, sobre todo en el preciso instante que anuncié nuestro próximo matrimonio. Me parece que a más de uno a punto estuvo de atragantársele el exquisito cordero que mamá había preparado para la ocasión. Me sentí tan incómoda que apenas terminar los postres salimos de allí. Posteriormente Jorge me contó que se despacharon a gusto opinando sobre mi irresponsabilidad y mil cosas más. No me importó en absoluto.

Xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

A la salida de la entrevista pedí a la funcionaria que me expidiera copia de la misma, por lo que pudiera pasar. Transcribo literalmente su resultado:
AUDIENCIA RESERVADA A DAME NIENG:
“Que conoció a Blanca Sandoval en el mes de octubre del pasado año, en una cafetería llamada “La esquina” situada en la Plaza de Los Limoneros de esta ciudad. Que ella tiene una tienda en esa plaza y él vende por las calles. Preguntado manifiesta que lo que vende son bolsos, cinturones y demás objetos de cuero. Que no cotiza a la Seguridad Social, que no sabe el nombre de la persona que le facilita la mercancía.
Que llegó a España en el verano del dos mil tres, que vino en patera, que primero estuvo en Tenerife, donde tiene un hermano llamado Ibra. Preguntado manifiesta que en Senegal tiene otros seis hermanos, todos hombres; que sus padres murieron hace años.
Que conoció a la familia de Blanca hace unos días, a sus padres y a sus tres hermanos,en una comida; que no recuerda el nombre de los padres, que sabe que el hermano pequeño se llama Jorge, pero tampoco recuerda el nombre de los demás, que cree que los hermanos de Blanca están casados menos el pequeño, pues en la comida estaban sus mujeres, aunque a lo mejor eran sus novias, no está seguro.
Que Blanca y él viven juntos en el piso de Blanca desde poco antes de la navidad, que cuando empezaron a vivir juntos no eran novios, que son novios desde hace unos tres meses. Preguntado si no considera es muy pronto para casarse, manifiesta que no.
Que los fines de semana, ambos trabajan los sábados por la mañana, Blanca en su tienda, él vende por el mercadillo. Que los domingos a veces van al cine o a pasear. Que el pasado sábado por la tarde, fueron a hacer compras para la casa, que el domingo fue la comida con los padres de Blanca, que después de la comida fueron a pasear por el río.”

AUDIENCIA RESERVADA BLANCA SANDOVAL.
“Que conoció a Dame en octubre del año pasado en la cafetería “La Esquina” situada en la Plaza de Los Limoneros, cuando él entró allí vendiendo bolsos. Que al cabo de unos días lo invitó a un café y así comenzaron a hablar y a conocerse.
Que no sabe con exactitud cuando Dame llegó a España, cree que hace cuatro o cinco años, que sabe que estuvo viviendo en Tenerife, donde tiene un hermano llamado Ibra; que no sabe si Dame tiene más hermanos, aunque sí sabe que los padres murieron.
Que Dame conoció a su familia hace unos días, durante una comida. Que ella tiene tres hermanos, que uno de ellos es menor que ella y los otros mayores. Preguntada manifiesta que no se lleva demasiado bien con su familia por problemas que no vienen al caso y por eso no les presentó antes a su novio, que sí se lleva bien con su hermano pequeño llamado Jorge.
Que vive con Dame desde diciembre del año pasado, que cuando Dame comenzó a vivir en su casa no eran novios, sólo eran amigos, que son novios desde hace unos tres meses. Preguntada manifiesta que es posible que el matrimonio que pretende sea un poco precipitado, pero que los dos se quieren y no desean esperar más.
Que los fines de semana no suelen salir mucho, si acaso al cine o dar un paseo. Que el pasado domingo fueron a comer a casa de sus padres y por la tarde dieron una vuelta por el paseo del río”

Cuando días después nos denegaron la autorización para casarnos, mi primera reacción fue de rabia y de frustración. Pero rápidamente me recompuse y pedí hablar con el Juez, aquello tenía que arreglarlo como fuera. Al principio el funcionario se mostró reticente a presentarme ante la autoridad, pero le dije que o me llevaba ante su jefe, o no salía de allí en toda la mañana y, a regañadientes, me condujo al despacho correspondiente.
Me recibió,evidentemente, el mismo hombre que me había realizado la entrevista y sin muchos rodeos me preguntó que deseaba.
-Me gustaría que me explicara lo que significa esto.- le dije a la vez que le tendía la resolución que me acababan de notificar.
Hizo caso omiso de la misma.
-Está todo perfectamente explicado. A mi modo de ver la finalidad de matrimonio es conseguir los papeles para ese muchacho senegalés. Si usted lee el papel que tiene en la mano se enterará de todo perfectamente.
-Ya lo he leído y según usted no nos podemos casar por el desconocimiento que tenemos el uno del otro. Lo que no entiendo es en qué se basa para realizar semejante afirmación.
-Pues está muy claro, ninguno sabe nada de la familia del otro. Y si sigue leyendo usted, verá que, además, baso mi resolución en otra cosas, como por ejemplo el poco tiempo que hace que se conocen.
-Pero todo esto es absurdo...
-Señorita, ¿pretende usted decirme cómo tengo que realizar mi trabajo?
-Dios me libre, pero tenga en cuenta que usted tampoco puede pretender decirme a quién puedo o no querer
-Tienes usted quince días para presentar un recurso si no está conforme con mi resolución. Y ahora, si me disculpa, tengo mucho que hacer.
Salí de aquel despacho dolida y desencantada, pensando que, como siempre, pagaban justos por pecadores y esa vez, me había tocado a mi.

Xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Presentamos recurso, por supuesto, pero ello no representaba solución alguna al problema, al menos de momento. La justicia es lenta y nos informaron de que tardaría al menos un año en resolverse. Un año durante el cual Dame tendría que seguir como ilegal, un año bajo la espada de Damocles, con el miedo a que cualquier día la policía lo detuviera y lo deportara a su país, como así ocurrió.
Una mañana me llamó desde comisaría. La policía le había pedido identificación, por la calle, así, sin más y él sólo pudo mostrar su pasaporte. Les expliqué a los agentes que era mi prometido y que estábamos preparando los papeles para casarnos. Lo comprobaron, pero cuando del juzgado les informaron que el matrimonio había sido denegado y que estaba pendiente de recurso nos dijeron que no había nada que hacer. Dame sería internado en un centro de inmigración y deportado para su país en el primer contingente que se organizara.
Aquella misma noche lo trasladaron a Sevilla. Cuando nos despedimos me prometió volver.
-No llores, Blanca, volveré, no sé cuándo ni cómo, pero volveré.

Estuvo dos meses en Sevilla, durante los cuales intenté por todos los medios, encontrar la solución que le permitiera quedarse. Sabía que mis padres tenían amigos empresarios que podían contratar a Dame, aunque fuera sólo por unos meses, el tiempo suficiente para que se resolviera el recurso que habíamos interpuesto, así que disfracé mi orgullo de humildad y les pedí ayuda. Mi madre se negó en rotundo.
-Tienes una tienda, contrátalo tú si tanto te preocupa.
-Sabes que no puedo, si lo contrato apenas me quedará dinero para vivir.
-Pues lo siento, pero no voy a interceder ante mis amigos por alguien que me puede dejar quedar mal.
Llamé a la puerta de algún amigo, pero sólo me ofrecieron excusas sin sentido. Cuando ya me había decidido a contratarlo yo misma, se lo llevaron a su país. Poco después se resolvió el recurso. Se revocaba la primera resolución y autorizaban el matrimonio, tarde, otra vez tarde.
Hace ya tres años que se fue y no he vuelto a saber de él. Supongo que las cosas allá seguirán difíciles y que no tiene demasiadas oportunidades para comunicarse conmigo. Yo lo sigo esperando,me prometió volver y sé que cumplirá su promesa. Mientras, busco su rostro en cada hombre de color que se cruza en mi camino y me conformo con imaginar cómo hubiera sido mi vida a su lado, si me dejaran quererle.

martes, 20 de marzo de 2012

LA MADRE




Cuando era pequeña vivía con mis abuelos. Me gustaba la existencia tranquila y apacible que disfrutaba a su lado. Vivíamos en una casa enorme cerca de la playa, una casa que mi abuela había heredado de una tía lejana a la que había cuidado en sus últimos años, la tía Jacinta, una mujer cuyo retrato presidía el salón comedor de la casa, mirándonos con aquellos ojos oscuros y duros, penetrantes, como si con aquella mirada quisiera paliar su ausencia e intentara decirnos que a pesar de estar muerta su presencia siempre había de flotar en la vivienda. La foto de la tía Jacinta me daba miedo, como miedo de daba también pasear por el piso superior de la mansión, aquel que sólo se utilizaba en el verano, cuando venía la familia que vivía lejos y era necesario hacer uso de todas las habitaciones. Durante el invierno la abuela tapaba los muebles con sábanas blancas, cerraba las contraventanas para que no penetrara ni un ápice de claridad y de nuevo la vida se limitaba al piso de abajo, más que suficiente para albergar a las tres personas que habitábamos el inmueble durante todo el año.
Pero si miedo me daba el piso de arriba más miedo me daba todavía subir al desván, un lugar oscuro, polvoriento y atestado de trastos, algunos tan extraños que su aspecto era suficiente para provocar temor de por sí, aunque no hubieran estado allí, en el desván. Sin embargo, a pesar del susto que me provocaban tanto el lugar como todo lo que albergaba dentro de sí, mis visitas a aquella parte de la casa eran bastante frecuentes. En el fondo me gustaba aquella sensación indescriptible que me agitaba el cuerpo en un temblor sin sentido. Me pasaba las horas buscando no sabía bien qué, revolviendo, descubriendo, soñando…. Con el corazón agitado y el alma en alerta.
Un día encontré una caja con fotos viejas, tan viejas que a algunas les faltaban trozos, como si a un puzzle se le hubiera perdido una de sus piezas, pensé, y todas, absolutamente todas, presentaban el color amarillento que deja tras de sí el paso de los años sobre el papel. Les eché una ojeada, pero no despertaron especialmente mi interés pues nadie de los que en ellas aparecían formaba parte de mi entorno, hasta que di con una que me sorprendió grandemente. Aparecía yo en brazos de una mujer cuyos rasgos me recordaban vagamente a mi abuela. A nuestro lado un hombre joven y sonriente que echaba su brazo derecho sobre los hombros de la mujer. Tomé la foto para mí y en cuando tuve ocasión se le enseñé a la abuela.
-¿Quién es esa mujer que me tiene en brazos? – le pregunté - ¿Y por qué se parece tanto a ti?
La abuela tomó la foto y la miró un rato. Luego, sonriendo, me la devolvió.
-¿De dónde la has sacado? – me preguntó.
-Estaba en una caja vieja en el desván. Hay muchas más. ¿Quiénes son? – insistí.
-Somos tu abuelo y yo, y la niña que tenemos en brazos no eres tú, es tu madre. Anda, guárdala, que la vas a perder.
Yo tenía ocho años y era la primera vez que escuchaba mentar a mi madre. En aquellos pocos años de vida jamás me había planteado por qué los demás niños tenían un padre y una madre y yo no. Nunca mostré curiosidad por ello. Si mis compañeros de colegio vivían con sus padres yo lo hacía con mis abuelos y para mí era lo normal, lo natural, así que fue todo un acontecimiento descubrir que yo también había tenido una madre.
No hice preguntas, no me atrevía. Además prefería fantasear y crearme yo misma mis propias respuestas, aunque nada tuvieran qué ver con la realidad.
Una mañana no fui a la escuela. Era viernes y la abuela me dijo que el abuelo y ella iban a hacer un viaje y que yo debía acompañarles. Me vistió con la ropa de los domingos, incluso el abrigo blanco de punto y el gorro de terciopelo negro, lo cual quería decir que aquel viaje tenía que ser realmente importante. Luego tomamos el coche de línea.
Llegamos a un lugar extraño, lleno de gente extraña cuyos comportamientos eran, igualmente, nada convencionales. Me pareció como si de pronto estuviera de nuevo en el desván de la casa, sólo que los objetos variopintos habían sido sustituidos por seres humanos. La abuela preguntó por sor Balbina y al poco acudió a recibirnos una monja que saludó a los abuelos con mucha familiaridad, conduciéndonos a través de anchos pasillos hasta un salón decorado con oscuros muebles y enormes tapices cubriendo las paredes.
-Carmen, ya ha llegado la visita.
Y Carmen, una mujer alta y gruesa que parecía estar esperando nuestra llegada sentada en la esquina de uno de los sofás que había en la estancia, se levantó casi de un salto y saludó a los abuelos con una efusividad desmesurada. Hubo de pasar un rato para que se percatara de mi presencia. Cuando lo hizo, me miró con aquellos ojos oscuros que me recordaron a los de la tía Jacinta y preguntó en voz baja:
-¿Quién es?
-Es Laura – dijo el abuelo – ¿No recuerdas a Laura?
La mujer no dijo nada. Yo me sentía observada y los abuelos se cruzaban miradas cargadas de interrogantes, como si temieran la reacción de la mujer.
-Laura …. –dijo ella por fin- claro, Laura, mi hija. Hacía mucho tiempo que no la veía. Nunca me la habíais traído. Hola Laura, ¿has venido con los abuelos?
Yo no supe qué contestar. Era obvio que había ido con ellos. Además estaba totalmente confusa. Mi madre. Aquella mujer tan extraña, que vivía en aquel lugar tan raro, rodeada de gente igualmente singular, era la madre que de pronto surgía de la nada y venía a alterar mi tranquila y placentera existencia al lado de mis abuelos. Aun así no pedí aclaración alguna, como era común en mí. Aguanté la visita como pude e hice el camino de vuelta preguntándome una y mil veces cómo una mujer tan….. curiosa, por decirlo de alguna manera, podía ser mi madre.
Después de aquella primera vez las visitas a mamá se hicieron frecuentes y rutinarias. Un viernes al mes dejaba de acudir a la escuela, tomaba el coche de línea con los abuelos y asistíamos puntuales al encuentro con mi madre. Un día me fijé en el letrero que presidía el majestuoso portón de madera que nos conducía a aquel mundo tan extraño. “Sanatorio Psiquiátrico de Conjo”. Mis pocos años y mi ignorancia no me dejaron comprender el significado de aquella frase, más en cuanto llegué a casa busqué la expresión psiquiátrico en el diccionario y pude aclarar mis dudas. Mi madre estaba encerrada en un manicomio. Estaba loca. Tal vez por eso hasta entonces yo no había sabido de su existencia. Estar loca no era nada bueno, y como tal era una circunstancia que debía ocultarse. Mantener a los demás en la ignorancia de que alguien existía era, desde luego, una buena forma de ocultación.
Poco a poco me fui a acostumbrando a su carácter, a sus preguntas y expresiones sin sentido, a sus risas sin motivo, a sus razonamientos consigo misma….A veces se mostraba cariñosa y comunicativa, y nos contaba cómo había sido su vida durante las semanas que habían transcurrido desde la última visita. Otras, sin embargo, se mostraba huraña, incluso ligeramente agresiva. Apenas mantenía conversación alguna con nosotros, pero hablada consigo misma o tal vez se dirigiera a alguien imaginario. Utilizaba palabras malsonantes y balanceaba su cuerpo de atrás hacia delante. En aquellos momentos yo quería huir de allí, quería que aquella mujer no existiera y por supuesto, quería que no fuera mi madre.
Según me iba haciendo más mayor surgían dentro de mí interrogantes a los que no sabía cómo dar respuesta. ¿Quién era mi padre? ¿Qué relación había tenido con mi madre? ¿Por qué y cuándo ella había perdido la razón? ¿Acaso había sido el abandono de mi padre el detonante de su locura? A veces, mientras la abuela trajinaba por la cocina y yo hacía lo deberes del colegio sentada a la mesa, se me venían a la mente todas aquellas cuestiones y a punto estaba de pedirle que me aclarara el lío que se formaba por momentos en mi cabeza, pero finalmente optaba por callarme. Lo lógico y normal hubiera sido que mis preguntas no fueran necesarias, que ella misma se hubiera ocupado de explicármelo todo, pero ni yo me atrevía a preguntar, ni ella, en ningún momento, tuvo intención de contarme nada, así que no me quedó más remedio que continuar imaginando cosas, inventándome mil situaciones distintas alguna de las cuales, a la fuerza, había de tener cierta semejanza con la realidad, incluso ser la misma realidad en su esencia.
Una mañana mi madre apareció por casa acompañada de una mujer joven. Acababa de terminar el curso y yo estrenaba vacaciones jugando en el patio cuando ellas hicieron su entrada sorpresivamente. La abuela también las vio desde la ventana de la cocina y salió al patio de inmediato. Hacía unos días que se la veía preocupada, sin embargo en aquel momento, al ver a su hija, la expresión de su rostro cambió y una sonrisa de felicidad dibujó su cara. El abuelo también salió y se unió al grupo. Mamá sonreía, parecía estar de buen humor, y la otra mujer les explicaba que a partir de entonces mamá se quedaría a vivir en la casa y que ella vendría de vez en cuando para ver cómo se adaptaba a su nueva vida. Poco después supe que el manicomio en el que había estado internada mi madre había sido pasto de las llamas, así que los enfermos que estaban un poco mejor los habían devuelto con sus familias. Con la llegada de mamá a casa se terminaron los viajes de los viernes.
Convivir con ella no fue demasiado difícil. Los momentos en los que estaba de mal humor eran escasos y por lo general duraban apenas unas horas, durante las cuales solía encerrarse en su cuarto. Desde allí nos llegaba su voz nítida y clara discutiendo o regañando de malas maneras a aquel ser imaginario que aparecía a su lado cada vez que el cerebro se le oscurecía.
Del mismo modo que un día me había acostumbrado a hacerle la consabida visita mensual y a sus cambios de carácter, ahora me acostumbré a su presencia, de tal manera que hasta sus frases carentes de sentido, que al principio me desconcertaban, incluso llegaban a asustarme, ahora eran capaces de provocar mi hilaridad. Creo que a los abuelos les pasaba lo mismo. Descubrí, además, que aquella mujer que a veces parecía estar perdida en un mar de ausencias, era capaz de llevar una conversación con cierta lógica, aunque a veces en medio soltara alguna frase incoherente. Así fue que de vez en cuando me contaba retazos de su vida que recordaba con una claridad sorprendente y me hablada de esta o aquella persona como si yo las conociera de siempre, como si debiera conocerlas de siempre. En algún momento me habló de Ramón, aludiendo a él como su novio de toda la vida. Se me ocurrió que ese tal Ramón pudiera ser mi padre y esa vez, no sé por qué, sí me atreví a preguntarle. Pero se puso muy nerviosa y me contestó con evasivas. No volví a insistir.
El día que cumplí dieciséis años mamá estaba de mal humor, así que se encerró en su cuarto, como hacía siempre que se le iba la cabeza. Aquel contratiempo ensombreció un poco el día, que sin embargo acabó teniendo su lado bueno. Después de que la fiesta hubo terminado y todos mis amigos se retiraron a sus casas, mi tía Inés, la hermana mayor de mi madre, creo que al verme triste, se acercó a mí y se sentó a mi lado, en el patio que a aquellas alturas del verano olía a romero y a azahar.
- Supongo que a veces se hace difícil de sobrellevar –me dijo mientras echaba un brazo sobre mis hombros.
-No tanto – le contesté – aunque en momentos como este…. ¿Sabes tía Inés? creo que lo más difícil de todo es no saber nada de ella. Surgió casi de la nada y…. sigue estando en la nada a pesar de los años. Nadie me ha contado detalles importantes de su vida, de mi propia vida y a veces eso…. me atormenta.
Mi tía suspiró y miró el reloj.
-Tienes razón. Supongo que todos hemos tenido la culpa. Los abuelos nunca estuvieron por la labor, aunque tampoco era suya toda la responsabilidad. Y los demás… por una cosa o por otra lo fuimos dejando. Crecías feliz y tal vez nadie pensó que necesitaras saber.
-Yo tampoco me atreví a preguntar.
-Es lógico, eras una niña. No sé si es el momento o no, pero tal vez yo pueda aclararte….
-A veces habla de Ramón –dije ansiosa por saber quién era aquel hombre - ¿quién era Ramón, tía Inés? ¿Era mi padre?
Mi tía suspiró de nuevo, como si con ello pretendiera coger fuerzas para comenzar su relato.
-No, no era tu padre. Ramón era su novio, el novio de toda la vida. Era un chico apuesto, guapo y elegante, como ella. Me atrevería a decir que formaban una pareja admirada y envidiada a la vez, y digo envidiada porque muchas muchachas hubieran dado lo que fuera por tener como novio a Ramón y ellos, de igual manera, estarían orgullosos de pasear del brazo de tu madre. Jamás he conocido un hombre tan enamorado de una mujer como lo estaba Ramón de Carmen, la adoraba y el sentimiento era mutuo, así que después de un par de años como novios decidieron casarse. Estaban preparando la boda cuando a tu madre se le presentó la enfermedad. Fue de improviso, sin avisar, sin que previamente se le hubiera notado el más mínimo síntoma de nada.
Una noche de domingo Ramón la trajo a casa antes de la hora acostumbrada. Al parecer ella le había dicho que tenía que regresar a casa a cierta hora porque venía un tío de América que sería el padrino de la boda. Al principio Ramón pensó que era una broma puesto que, evidentemente, quién iba a ser el padrino de la boda era tu abuelo, el padre de la novia; sin embargo al ver que Carmen insistía tanto decidió hacerle caso y llevarla de vuelta a casa, no fuera a ser que todo respondiera a un cambio de planes de última hora del que él no se hubiera enterado. Sin embargo cuando llegó pudo comprobar que nadie esperaba a aquel supuesto tío de América que, por lo demás, hacía muchos años que había muerto. Tu abuela, sin embargo, no se alarmó ante las afirmaciones de tu madre, puesto que aquella misma tarde había estado haciendo dulces de anís, y Carmen, al parecer se había pasado un poco con el licor, lo cual dio pie a la abuela a pensar que tal vez se le hubiera ido la cabeza a causa del alcohol. Todavía me parecer estar escuchándola. “No te preocupes Ramón, esto se arregla con una noche de sueño reparador” Pero no fue así y los desvaríos de tu madre se hicieron frecuentes, insistentes e incluso alarmantes, pues llegó a decir que escuchaba voces en su interior que le advertían de la presencia en este mundo del demonio a través de la persona de alguien de su familia. Se volvió una persona retraída y su comportamiento en ocasiones era más agitado de lo normal. Cuando la llevaron al médico el diagnóstico fue claro: Esquizofrenia. Supongo que hoy en día las cosas habrían sido muy diferentes, pero por aquel entonces la esquizofrenia era sinónimo de locura, y la locura significaba que la mente enferma era irrecuperable. Aún así, internaron a tu madre en un manicomio del que salió unos meses después aparentemente sana, aunque la mayoría de la gente que la rodeaba no creía demasiado en tal recuperación. Sólo Ramón no la puso en duda. Estaba tan enamorado que no se daba cuenta de que tu madre no era ya la misma de antes.
Continuaron con los preparativos de la boda, que se había suspendido y cuando apenas faltaba un mes para el enlace Carmen recayó en su enfermedad, que esta vez se presentó si cabe con más crudeza que antes. Una noche cogió un cuchillo y quiso matar a nuestra hermana Mercedes, que por aquel entonces no era más que una niña. Tu abuelo pudo evitarlo a duras penas, pues la fuerza de aquella mujer durante sus brotes era realmente espantosa.
A partir de ahí comenzó su declive. El doctor que la trataba dijo que no había remedio, que lo único que se podía hacer era internarla de nuevo en un manicomio, el único lugar en el que podrían tratarla correctamente de su enfermedad. Los abuelos no podían permitirse el desembolso económico que significaba la estancia indefinida de tu madre en el sanatorio, así que hubieron de arreglar un montón de papeles y tramitar un buen número de solicitudes antes de poder meterla en la institución. Durante aquellos meses Carmen permaneció en la casa, cada vez peor, prácticamente encerrada en un cuarto que tu abuelo acondicionó para ella. A veces era ella quién no quería salir, otras, las más, no podía hacerlo bajo ningún concepto, pues se mostraba muy mordaz. Cuando eso ocurría se pasaba el día dando voces y pateando la puerta. Llegamos a un punto en que se le había de pasar la comida a través de un hueco hecho en la puerta, comida que la mayoría de las ocasiones iba a parar al suelo o a las paredes. Un día, por fin, unos médicos del psiquiátrico vinieron a buscarla. Le inyectaron alguna sustancia que la adormiló y se la llevaron. Allí permaneció hasta ahora.
No sé qué le hicieron allí. Mi marido dice que por aquel entonces a los enfermos de la cabeza, a los locos, como se les llamaba, les aplicaban técnicas muy agresivas para intentar que volvieran a sus cabales, como tratamientos de electro choque que los dejaban medio idiotas. No sé si es verdad o es una leyenda urbana, en todo caso, sea lo que sea, tampoco sé si a tu madre se lo aplicaron o no. Lo único cierto es que nunca más volvió a ser la misma.
-¿Y Ramón? – pregunté, ante la pausa que hizo mi tía, que parecía indicar el fin del relato.
-Ramón sufrió muchísimo. Al principio venía mucho por casa, incluso iba a visitar a Carmen al sanatorio. En su cabeza no entraba la idea de que su novia ya no se recuperaría nunca y mantenía los planes de casarse con ella en cuanto saliera del manicomio. Fue tu abuelo el que tuvo que ponerle las cosas claras y con gran dolor de su corazón le dijo que no volviera más por casa, que se olvidara de Carmen e hiciera su vida, una vida que nunca podría compartir con ella. Todavía tengo grabado en mi cerebro el llanto de aquel hombre cuando por fin comprendió todo. ¡Cuánto la amaba! Con el tiempo se casó y formó una familia, pero según se comentaba en todos los círculos, jamás pudo olvidarse de Carmen. Murió hace unos años.
- Es una historia…. Dramática – conseguí decir después de un rato de silencio.
-Lo es. Pero la vida, muchas veces, es así de injusta.
-¿Y yo? ¿De dónde salí yo, tía? Si Ramón no es mi padre y mi madre estuvo durante todos estos años encerrada en el sanatorio….
-Bueno… tú conociste el lugar. Allí los enfermos que estaban mejor gozaban de cierta libertad y un buen día Carmen apareció en estado. Ni siquiera ella supo decir quién era el padre. Nadie sabía de su promiscuidad, pero al parecer ella y otras enfermas… en fin, que tenían relaciones con muchachos sin que las monjas se percataran de ello. Al principio la madre superiora propuso a los abuelos la posibilidad de dar aquel hijo en adopción, pues era evidente que tu madre no podía ocuparse de ti, pero ellos se negaron en rotundo y dijeron que se harían cargo de tu crianza sin ningún problema. La abuela incluso llegó a decir que Dios le había quitado una hija pero que le había dado otra, en referencia al encierro de tu madre y a tu nacimiento. Laura… siento no poder aclararte quién es tu padre.
Yo también lo sentía, pero sólo por curiosidad. Al fin y al cabo yo siempre había considerado que mis padres eran mis abuelos y que mis orígenes fueran un tanto oscuros no me iba a quitar el sueño.
Saber la historia de mi madre hizo que me asomara a su vida con ojos diferentes. Dejó de ser un ser prácticamente anónimo para convertirse en una persona con un triste bagaje a sus espaldas y no sé si fue la compasión o qué otro sentimiento, que hizo nacer en mi un extraño cariño hacia aquella mujer que me había dado la vida de manera casual.
Cuando mis abuelos se hicieron mayores y no pudieron ocuparse de ella, teniendo yo mi propia familia y viviendo de manera independiente, volvimos a internar a mamá en una residencia. Yo iba a visitarla una vez al mes, como cuando era una niña y los abuelos me llevaban a verla en el coche de línea. Curiosamente, durante aquella visita semanal de los sábados, mamá siempre estaba de buen humor, como si quisiera regalarme su sonrisa ese escaso tiempo que pasábamos juntas. Un día, no sé si en un ramalazo de cordura o tal vez de locura completa, me miró muy seria, con aquella mirada profunda que tanto me recordaba a la tía Jacinta y me habló.
-Pedrito de Roque era un sinvergüenza. Menos mal que se marchó de allí –me dijo.
-¿Quién era Pedrito de Roque, mamá? ¿Y de dónde se marchó?
-¿Quién había de ser? Tu padre, el único novio que tuve cuando estuve allí. Las otras se iban con todos, les daba igual uno que otro, pero yo sólo quería a Pedrito. Y mira tú, cuando nos íbamos a casar, va y se larga. Era un sinvergüenza, no era hombre para mí. En el fondo lo mejor que pudo pasar fue que desapareciera. Yo me quedé más tranquila. Y tú también ¿verdad?
Asentí en un gesto casi imperceptible y le sonreí.
-Claro que sí mamá, mucho más tranquila. Ese Pedrito era un cantamañanas.
-Era tu padre, pero nunca supo que habías nacido. Si algún día le ves no se lo tengas en cuenta. Seguro que si te hubiera conocido te hubiera querido mucho. Era muy guapo Pedrito, fue el único novio que tuve allí, hasta que se fue. No sé a dónde habrá ido a parar.
Cuando llegó la hora de marcharme me despedí de ella con un beso, como siempre, sin haberle dado la menor importancia a la noticia que me había dado.
-No lo busques – me advirtió antes de marchar – no lo vas a encontrar.
No le contesté. Evidentemente no tenía intención de buscar ni a Pedrito ni a ningún otro supuesto padre. A aquellas alturas de mi vida me daba lo mismo quién fuera mi padre. La tenía ella, a mi madre, una madre diferente, pero a la que había llegado a querer como si la niebla de su mente no la hubiera convertido en la mujer especial que siempre había sido.

domingo, 18 de marzo de 2012

EL CHICO DE LOS OJOS TRISTES




-Venga tía, no seas aguafiestas. Vente a la excursión, que más te da. Si lo pasaremos en grande, eso seguro.
-En grande lo vas a pasar tú, con Carlos al lado, y me vais a tener a mí de cuidadora de un montón de jovencitos con las hormonas revolucionadas. No.
Mi amiga y compañera de trabajo Silvia Borrel, insistía una vez más para que me uniera al paso de ecuador de los de tercero de Hispánicas, mientras recorríamos los pasillos de la facultad cada una hacia su aula.
-Pues te voy a convencer, ya lo verás- me dijo desafiante.
Me paré en la puerta de clase mientras mis alumnos entraban y me volví hacia ella.
-Como no te calles de una vez, yo misma me encargaré de graparte la boca, te lo juro. Búscate a otra o a otro. Porque yo NO VOY.
Cerré la puerta y me subí a la tarima desde donde podía distinguir a todos y cada uno de mis pupilos. En general, eran todos buenos chicos y los resultados en mi asignatura, literatura española, iban por muy buen camino.
- Buenos días, hoy traigo los resultados de la monografía sobre "El Libro de Buen Amor". Son magníficos, salvo los dos o tres de siempre.
Murmullos de satisfacción se dejaron escuchar por el aula. Por encima de ellos la voz grave y engorrosa de Ignacio, que repetía la asignatura por tercera o cuarta vez, ya había perdido la cuenta.
-Carmen ¿vas a venir a la excursión de paso de ecuador? Este año va a ser memorable.
En general solía ser bastante tolerante y "enrollada" con los muchachos, pero los estúpidos comentarios, normalmente fuera de lugar de Ignacio Rodríguez, me molestaban sobremanera.
-Eso es lo único que te preocupa ¿verdad Ignacio? la excursión. Pues te advierto que eres unos de esos tres cuyo trabajo es un verdadero desastre. En realidad mientras lo leía me daba la impresión de estar perdiendo tontamente mi precioso tiempo. Casi hubiera sido mejor que no lo hubieras presentado.
Cogí el montón de trabajos y comencé a devolverlos, haciendo a los alumnos, pequeños comentarios sobre los mismos. Luego volví a mi mesa y continué con la clase.
-A ver chicos, callaos un momento y vamos a continuar. Como sabéis, estamos en la recta final del curso. Estoy bastante contenta con los resultados de la asignatura. No obstante os voy a proponer algo diferente. Quiero que escribáis algo de vuestra propia cosecha - murmullos de nuevo - Silencio, por favor, dejadme terminar.
-¿Va a contar para la evaluación final?- preguntó alguien.
-Eso era lo que os quería comentar. La única influencia que va a tener en la evaluación final es que si está bien, subirá la nota, si está mal, la nota quedará como estaba. Simplemente quiero que hagáis algo diferente y practiquéis redacción, que algunos estáis un poco flojos y en tercero de carrera es algo que no podéis permitiros.
-¿Y podemos escribir lo que queramos?
-Podéis escribir lo que os dé la gana, el tema es libre y la forma también, es decir me vale un relato, poesía, ensayo....me da igual. Lo único que me gustaría es que escaparais un poco de los estereotipos. Por ejemplo, las chicas, que sois, o somos, tan dadas a las novelas de amor, intentad evitar escribir un culebrón venezolano, por favor.
-Pues algunas novelas de amor están muy bien.
-Por supuesto. A ver un ejemplo,¿alguien se ha leído "El amor en los tiempos de cólera" de García Márquez, o "De amor y se sombra" de Isabel Allende?.
Algunas manos se alzaron tímidamente.
-A mi modo de ver esas novelas son dos ejemplos de cómo se pueden escribir historias de amor sin caer en lo empalagoso, evitando la sensiblería que durante mucho tiempo caracterizó a este género literario.
En ese momento el timbre anunciando el final de la hora sonó y todos se apresuraron a recoger sus bártulos.
-¡Un momento, por favor! - grité a través de sus voces- Tenéis un mes de plazo para presentarlo ¿Vale? Y tú, Rubén Pazos, quédate un momento, tengo que hablar contigo.
La marabunta salió en estampida y quedó el tal Rubén sentado al final de la clase. Me acerqué a él.
-Vamos a ver Rubén, ¿se puede saber qué es lo que te está pasando? No me has entregado el trabajo que devolví hoy y tus notas han bajado considerablemente. Y no sólo en mi asignatura, precisamente. Tienes en primero y en segundo una media de sobresaliente, y este curso o te pones las pilas, o acabarás suspendiendo más de una. ¿Me vas a contar qué te pasa, o voy a tener que acabar averiguándolo yo?
Me había escuchado con la cabeza gacha. Luego la levantó y me miró. Siempre me habían llamado la atención los ojos increíblemente verdes de aquel muchacho, y también la expresión terriblemente triste que arrastraba dentro de ellos. Era alumno mío desde principio de curso, nunca le había dado clase antes, pero yo siempre procuraba interesarme por el historial académico de mis chicos y sabía que Rubén no estaba dando todo lo que podía. Eso, junto con la infinita tristeza que me empeñaba en ver en sus ojos, me hacía sospechar que algún problema rondaba su cabecita.
-No me pasa nada-me contestó con desgana.
-Eso no es cierto, y tú lo sabes.
-Bueno y si me pasa ¿a ti qué te importa? No me conoces de nada, no sabes nada de mí.
-A lo mejor eso es lo que pretendo ahora ¿no crees? Saber algo de ti, a lo mejor puedo ayudarte.
-No creo, además yo no necesito tu ayuda. Ya te he dicho que no me pasa nada.
-Bueno, lo creeré cuando me entregues la obra que os pedí. Es la última posibilidad que tienes de salvar mi asignatura, y te advierto que tiene que ser muy, pero que muy buena.
-¿Puedo irme ya?
-Vete.
Lo vi marcharse con la impresión de que lo que le había dicho no le había servido de nada. Di un suspiro, estos alumnos míos me traían de cabeza. Recogí mis cosas y yo también me fui a casa.

Escuché el sonido del teléfono según salí del ascensor. Abrí apresuradamente la puerta y conseguí contestar casi sin recuperar el aliento. Vivía en un quinto, y me gustaba subir las escaleras andando.
-¿Diga?
-Hola, ¡qué pronto has llegado a casa!
-Y tú que pronto has llamado. Nos acabamos de ver en la facultad. Pero no me digas más, ya se el motivo de tu llamada. La maldita excursión.
-Carmen te hablo totalmente en serio. O vienes, o no podremos marchar. El decano no permite que acompañen a los alumnos menos de tres profesores. Este año, Celia, que venía siempre, está de baja. Y nadie quiere venir. Eres nuestra tabla de salvación.
-Pues yo tampoco quiero ir. Vamos a ver, Silvia, imagina la escena. Camping de la Costa Brava, bungalows, o como coño se diga, llenos de jovencitos descerebrados, dispuestos a vivir diez días de desmadre, una pareja de novios, o sea tú y Carlos, en plena luna de miel, son los profesores que van a echarles un ojo, junto a una tipa, ya casi cuarentona, separada y medio amargada, que no hará otra cosa que aguarles la fiesta. A todos.
-Pues ahora imagina tú. La cuarentona tiene todavía treinta y ocho años, hace dos que su marido, un cabrón de mierda, al que había dedicado toda su vida, la dejó por otra y desde entonces para ella la diversión no existe, aunque sus amigos no entienden muy bien por qué. De repente, se le presenta la posibilidad de un viajecito por España que la sacará, por unos días, del estúpido mundo tedioso en el que se ha empeñado en vivir. ¿Qué te parece? Debe aceptar ese viaje ¿verdad?
-Mira Silvia, estoy muy cansada y no tengo ganas de pensar ni de discutir. No voy a cambiar de opinión. Discúlpame. Mañana hablamos ¿vale?
-Está bien. Tendré buscarme a otra persona entonces.
Colgué el teléfono y me tiré literalmente en el sofá. Cerré los ojos y pensé en las palabras de mi amiga. A decir verdad Silvia tenía razón. Desde que Rafa me había dejado me había convertido en una amargada que no pensaba más que en su trabajo. Claro que, después de haberle dedicado más de veinte años de mi vida, tener que afrontar su abandono no fue plato de buen gusto. Le había conocido con quince años cuando él tenía diecisiete, y ya no nos habíamos vuelto a separar, salvo los años en la Universidad. Yo estudié en Santiago, en la misma facultad donde en aquel momento daba clase, y el marchó a Madrid, pues por aquel entonces no se podía estudiar periodismo en Santiago. Durante los años que él pasó en Madrid yo le guardé ausencia como una estúpida. Ni una salida, ni siquiera con mis padres, si él no estaba. Y al final, me mandó a tomar viento por otra. Yo no la conocía, ni tampoco tenía el menor interés. Pero fue duro, muy duro, mirar atrás y ver como había tirado por la borda los mejores años de mi vida al lado de un imbécil que no se lo merecía en absoluto. Lo único que saqué en limpio de toda aquella historia fue la firme convicción de que no debería confiar en la gente ciegamente, como había hecho con él. Y me volví más maliciosa.....y también mucho menos agradable. No me interesaba estar con nadie. No había tenido ni siquiera un rollo de una noche desde mi separación. No había salido con mis amigas (creo que ni las tenía), ni había hecho un viajecito de placer. Nada. De ahí el empeño de Silvia en sacarme de casa al precio que fuese, aunque tuviera que hacer de "cuidadora" de jovencitos.
Fue un instante, una ráfaga de inspiración que me pasó por el cerebro. El caso es que me levanté del sofá, llamé a Silvia y le di el sí a su propuesta, a pesar de que me seguía pareciendo descabellada. Se puso muy contenta. Durante el resto de la tarde, a punto estuve de llamarla cada diez minutos para volverme atrás, pero conseguí aguantarme. Tal vez, aquel viaje, no me viniera del todo mal.
*

Mis nóveles autores escribieron unas obras normalitas, salvo una, la de Rubén Pazos. Me presentó un relato corto titulado "La madre", una exaltación pura y dura de la maternidad. Parecía más bien salido de una mente femenina, por lo que a temática y forma de narrar se refiere. Realizado con una prosa sencilla y directa que no necesitaba segundas lecturas y con un estilo elegante e impecable, Rubén consiguió llevar su nota hasta el aprobado.
-Tu examen fue un autentico fiasco. Te ha salvado este magnífico relato - le dije cuando se lo devolví- , pero me temo que en alguna otra asignatura no tendrás tanta suerte.
Por toda respuesta me miró con cara de poco amigos y de nuevo volvió a su ensimismamiento. Me intrigaba su actitud, pero tampoco era mi intención atosigarle. Si no quería contarme nada, yo debía de respetar su decisión.
-Ignacio, tu relato es tan bueno, que me ha sorprendido. ¿Puedo leerlo ahora mismo? Estoy segura de que todos tus compañeros estarán deseando disfrutar de tus dotes narrativas.
-Si léelo. Se van a divertir mucho.
-Pues atención todos. El relato se titula "No me gusta escribir" y el contenido es el siguiente: "No me gusta escribir, porque se me cansa mucho el brazo" - toda la clase estalló en risas- Prosigo: "Además tengo cosas más importantes que hacer que escribir historias tontas que no me van a servir para nada. Lo malo es que mi profesora doña Carmen, me ha obligado a escribir y yo no quiero". Punto y final.
Los chicos seguían riendo. Cuando se calmaron hablé yo.
-Ignacio, me gustaría saber que coño haces en la universidad estudiando literatura, o mejor dicho, paseando los libros y los apuntes, porque lo que es estudiar está claro que no es lo tuyo.
-Mis padres me obligan a venir. Y tú me obligas a escribir - soltó una estúpida carcajada.
-Te advierto que te queda la convocatoria de gracia única y exclusivamente. Pero bueno, como seguro que no te importa, no voy a perder más el tiempo contigo, haz lo que quieras. Cambiando totalmente de tema, supongo que sabréis que os acompañaré a la excursión de paso de ecuador - una algarabía se formó, a pesar de que casi todos lo sabían- vale chicos, calma por favor. Salimos pasado mañana a las 6 de la mañana de la Plaza de Galicia. Os pido una cosa, ya sois mayorcitos, no me deis mucho la lata ¿vale?
-Venga Carmen, genial que vengas, ya verás que bien lo pasamos.
-Eso espero - dije para mí, mientras los veía marcharse felices- mañana nos vemos.
*
Debo reconocer que la primera jornada de excursión, a pesar de ser únicamente de autobús, se me antojó divertida. Seguramente debido al tiempo que llevaba sin salir de casa. Mis alumnos consiguieron contagiarme la alegría casi exagerada que les salía por los poros de la piel. Cuando llegamos a nuestro destino ya casi era de noche. Se repartieron las estancias, cenamos y todos se retiraron a descansar. Mi amiga Silvia y yo compartíamos bungalow, a pesar de tener al novio allí tuvo el bonito gesto de no dejarme con alguna de mis alumnas, que , por otra parte, no querrían compartir estancia con una profesora por muy "guay" que ésta fuera. Después de acomodar nuestras cosas, mi amiga se acostó. Yo, a pesar del cansancio del viaje, estaba desvelada, así que salí fuera a tomar un poco el aire antes de irme a la cama.
Las pequeñas cabañas, todas iguales y colocadas en tres filas simétricas, estaban rodeadas de un bello pinar. A la izquierda un pequeño sendero que llevaba a la playa y un poco más allá se levantaba la edificación que albergaba baños, bar-restaurante, un pequeño supermercado y hasta una pista de baile al aire libre. Me senté junto a un pino. Al poco rato me pareció que una sombra cruzaba a mi espalda. Volví la cabeza y ví a Rubén que llegaba a su cabaña y se sentaba en el pequeño banco de la entrada. Tenía la misma cara de póker de todos los días. Dudé si acercarme a él o no. Finalmente lo hice, aunque sospechaba que no sería muy bien recibida.
-Hola Rubén, ¿no puedes dormir? yo tampoco, los viajes me excitan demasiado. ¿Puedo sentarme?
Lo hice sin esperar a que me diera permiso. En realidad no me lo dio, ni me dijo nada. Se limitó a mirar el suelo pensativo.
-Hace una noche preciosa ¿verdad? Parece mentira que esta mañana hayamos dejado Galicia lloviendo y con frío y al llegar aquí nos hayamos encontrado este calor tan agradable.
De nuevo no obtuve respuesta. Comencé a arrepentirme de haber ido a molestar al muchacho, y en vista del éxito obtenido, decidí batirme en retirada.
-Bueno, parece que no tienes muchas ganas de hablar. Será mejor que me vaya.
Me retiré a mi cabaña sin haberle conseguido arrancar una palabra. Definitivamente no volvería a insistirle. Ya era mayorcito, y si algo le pasaba y no quería aceptar la ayuda que yo le brindaba, pues que se apañara él solito.

El día siguiente los chicos quisieron pasarlo en el camping. Marcharon a la playa de mañana, volvieron para comer y descansaron. A alguien se le ocurrió hacer una barbacoa por la noche, también en la playa, por supuesto. Compramos todo lo necesario y marchamos de nuevo. La noche era perfecta. Hicimos una hoguera y la cena a base de costillas, chorizos, hambuguesas....Alguien llevó una guitarra y a su compás rompimos el silencio de la noche con nuestras canciones y nuestras palmas. Empecé a darle las gracias mentalmente a mi amiga Silvia por insistir tanto para que hiciera aquel viaje. A pesar de llevar sólo dos días me lo estaba pasando realmente bien y aquello prometía. En un momento dado miré hacia el mar. La marea estaba baja y no se veían romper las olas, únicamente se escuchaba su suave y relajante murmullo. La playa era muy larga, parecía extenderse varios kilómetros tal vez. Me levanté del suelo sin que los demás se dieran cuenta y me eché a andar. Me apetecía pasear. Llevaba un rato caminando cuando oí que alguien me llamaba. Volví la cabeza y pude ver a Rubén corriendo por la arena a mi encuentro. Bueno, parecía que por fin había salido de su coraza protectora.
-Carmen, ¿puedo pasear contigo?
-Tú mismo - le contesté aparentando estar un poco molesta por su actitud del día anterior.
-¿Estás enfadada? - preguntaba las cosas como un niño y no pude menos que sonreír.
-Un poco- le dije - pero se me pasará enseguida.
-Siento haberme comportado como un perfecto maleducado contigo.
-Disculpas aceptadas.
Le miré. Sonreía, pero sus ojos continuaban tristes.
-¿Y tal vez ahora quieras contarme lo que te pasa?
-Bah, es una tontería.
-Tanta tontería no será cuando está afectando tanto a tus estudios. Anda, cuenta si quieres.
-Es mi madre.
-¿Qué le pasa a tu madre? ¿está enferma?
-No, que va, es que se ha liado con un tío.....que es un gilipollas.
-No entiendo nada Rubén, ¿y tu padre?
-Mi padre murió.
-Pues entonces tu madre tiene derecho a rehacer su vida con quien le de la gana ¿no crees?
-¿Nos sentamos y te lo explico mejor?
Nos sentamos en la arena. A lo lejos se veía el grupo alrededor de la fogata.
-Mi padre murió hace seis meses en un accidente de coche - me contó -y para mi fue un palo muy fuerte porque estábamos muy unidos. Aunque nunca me dijeron nada creo que las cosas entre mi madre y él no andaban muy bien. El hecho está en que a los dos meses de la muerte de mi padre ella metió en casa al imbécil ese con el que está. Yo creo que estaban liados desde hacia tiempo.
-Tal vez. De todas maneras, ¿qué es lo que te molesta y te afecta tanto de toda esta historia?
-Por un lado no estoy de acuerdo en que mi madre se haya echado novio tan pronto, y por otro el tipo ese es insoportable y me hace la vida imposible. Pretende ponerse en el lugar de mi padre y me controla todo, incluso el dinero que me da mi madre. Me echa broncas continuamente sin motivo y yo estoy convencido de que le molesto en casa y quiere que me vaya.
-Y tú no estás dispuesto a hacerlo, claro.
-No me da la gana. Esa también es mi casa y si alguien tiene que marcharse es él. Joder Carmen, no sabes cuánto echo de menos a mi pobre padre.
En ese momento se puso a llorar desconsolado y por un momento no supe qué hacer. Me había hablado y había estallado en llanto como un niño, pero era un hombre. Nunca había tenido que consolar a un hombre. Finalmente rodeé sus hombros con mi brazo y le atraje hacia mí. El se dejó hacer y apoyó su cabecita rubia contra mi pecho.
-Venga Rubén, tienes que ser fuerte, ¿cuántos años tienes? ¿veinte?- asintió sin hablar - pues ya eres un jovencito que tiene que aprender a afrontar sus problemas.
-Eso es muy fácil de decir cuando no los estás viviendo desde dentro.
Volvió a sus posición normal y poco a poco fue remitiendo su llanto
-Todos tenemos problemas, y está claro que esta vida no es un camino de rosas, Rubén. Mira sin ir más lejos, a mí hace dos años me dejó mi marido después de diez años de novios y otros tantos de casados. ¿Cómo te crees que me quedé?
-Hecha una mierda, supongo.
-Exacto. Pero no me quedó más remedio que tirar para delante. Y eso es lo que tienes que hacer tú. Pasa del tipo ese e independízate en cuanto puedas.
-Ya me gustaría, pero ¿de qué vivo? Tengo que terminar mi carrera y no tengo dinero para pagármela.
-Hay mucha gente que estudia y trabaja.
-Pero yo no sé hacer nada.
-Pues entonces no te queda otra que aguantar. Mira, yo te prometo ayudarte en todo lo que pueda. Y sobre todo, nos quedan por delante ocho maravillosos días de diversión, prométeme que los vas a disfrutar y olvidarte de lo que has dejado en casa.
Me miró sonriendo.
-Para eso vine, para olvidarme de la mierda que tengo en casa - dijo.
-Pues venga, a disfrutar y a ver si se te quita esa mirada tan triste que tienes, hombre.
*
Por lo menos mientras duró el viaje la tristeza de sus ojos desapareció y a Rubén se le vio feliz. Tuve oportunidad de conocerle bastante bien, pues a partir de aquella conversación en la playa, apenas se separó de mi lado. No me importaba, era un chico cuya compañía resultaba muy agradable y ambos necesitábamos aquellos días de asueto para salir un poco de la rutina que nos acechaba en nuestra vida cotidiana. Recorrimos pueblos de la costa, visitamos Barcelona, descansamos en nuestro confortable camping y en general nos lo pasamos en grande juntos, solos o con el resto del grupo.
Unos días después de regresar a casa, un empleado de una floristería llamó a mi puerta. Traía para mí, de parte de alguien, un enorme ramo de rosas amarillas, mis preferidas. ¿Quién podía haber adivinado mis gustos? no recordaba habérselo dicho a nadie y mi ex marido, desde luego, no se perdería en semejante detalle, pues no lo había hecho nunca ni aún durante los años que había durado nuestro matrimonio. La incógnita se resolvió cuando leí la tarjeta: "Gracias por los maravillosos diez días que me has regalado", firmado Rubén. Apreté aquella tarjetita contra mi pecho y sonreí. Fue en ese preciso instante cuando se me ocurrió que el muchacho podía estar sintiendo por mí algo más una simple amistad. Es cierto que jamás se me había insinuado, ni mucho menos, simplemente habíamos mantenido una relación de camaradería que tal vez fuera un poco más allá de una amistad entre un chico de veinte años y una mujer de casi cuarenta. Y ello simplemente en cuanto a habitualidad se refiere. Es evidente que lo más.....digamos normal, aunque no me gusta demasiado la palabra, sea que un chico de veinte tenga amigas de veinte. Pero a pesar de ello y hasta el momento, no se me ocurrió jamás pensar que Rubén pudiera sentir por mí otra cosa que no fuera una buena amistad. Es más, en ocasiones se me llegó a ocurrir que lo que veía en mí era a esa madre hecha a su imagen y semejanza que tanto añoraba. Si sentía algo más profundo, era necesario sacárselo cuanto antes de la cabeza. Y era yo quien tenía que hacerlo, actuando con suma cautela.
Unos días más tarde, mientras me preparaba para disfrutar de una tarde en la piscina, el timbre de mi puerta volvió a sonar. Esta vez era él. No le había vuelto a ver desde nuestro regreso.
-Hola Carmen - me dijo muy sonriente, mientras me daba una par de besos.
-Hola Rubén, ¡qué sorpresa! Pasa si quieres, aunque estaba a punto de irme a la piscina, hace muy buen tiempo y quiero aprovecharlo.
-¡Estupendo! ¿puedo acompañarte?
Mi cabeza se puso a trabajar a mil por hora. No quería ser descortés y decirle que no, pero tampoco me parecía muy lógico que se viniera a la piscina conmigo en lugar de irse con sus amigos por ahí. Así de lo dije.
-¿Y tus amigos?
-Bah, yo qué se. Prefiero irme contigo, me lo paso mejor que con ellos. Son unos plastas.
-Bueno, pues ven si quieres.
-Paso por casa a ponerme el bañador ¿me esperas?
-Te espero.
Apenas tardó media hora, durante la cual me pregunté una y otra vez por qué no le había dicho que no quería que me acompañara y así le cortaba el rollo antes de darle oportunidad de empezar. Pero en realidad tampoco quería precipitarme, no quería meter la pata. Para pararle los pies debía de tener muy claro que estaba conmigo porque le gustaba. Además había una parte de mí que no paraba de intentar ponerme los pies en la tierra, una vocecita resbalosa que resonaba en mi mente haciéndome ver la realidad de manera objetiva. ¿Cómo se me podía ocurrir que un muchacho joven, guapísimo, con un cuerpo de fábula, sintiera algo por mí, una mujer de casi cuarenta años, con una cara y un cuerpo de lo más normales? Supuse que esa parte de mi conciencia, era la que tenía razón.
La tarde en la piscina fue muy entretenida, y la tarde en el cine, y el día en el centro comercial, y la mañana en el acuario y......muchas otras veces. Fueron momentos divertidos, estupendos, inolvidables, maravillosos, que me hacían volver de nuevo a mis veinte años. También tenían su parte negativa: yo no sabía si le gustaba a él, nunca me había ni siquiera insinuado nada, pero él sí estaba empezando a gustarme a mí. Y eso no podía ser. Intenté sacármelo de la cabeza, juro que lo intenté, pero cuanto más mi mente me decía que no, más mi corazón decía que sí. Para colmo de males mi amiga Silvia descubrió el pastel.
-¿Se puede saber qué rollo te traes con Rubén Pazos? - me preguntó un día entre intrigada y divertida.
-Ninguno, y no entiendo por qué me preguntas semejante cosa.
Silvia soltó una carcajada, no era para menos. Ni yo misma me creía las palabras que había pronunciado.
-Vamos Carmen, que somos amigas. A mí no tienes que ocultarme nada.
-No te estoy ocultando nada, somos amigos, ya está.
-Eso no te lo crees ni tú. Pero si vais juntos a todos lados. El otro día os vi en el cine. Y el otro día más en el centro comercial.
-Sería el mismo día. Te recuerdo que el cine está en el centro comercial.
-Carmen, por favor. Deja de decir tonterías, ¿te gusta?
No tuve más remedio que admitir la verdad.
-Sí, me gusta, pero no quiero que me guste.
-¿Pero por qué? todavía eres joven, tienes derecho a disfrutar de la vida.
-Silvia, no seas patética. Si puedo ser su madre.
-¿Y qué? Si una chica de veinte años sale con un hombre de cuarenta no pasa nada, pero si es al revés todo el mundo pone el grito en el cielo. Eso no es justo. Tienes derecho a ser feliz. Ya bastante mal lo has pasado por culpa de ese cabrón que te tocó por marido. Disfruta de la vida. Hazme caso.
-No es tan fácil, además, ni siquiera sé lo que él siente por mí.
-¿El? venga chica, pero si te mira con unos ojitos de corderito degollado que da pena verle. Está totalmente colgado de ti, si hasta Carlos se ha fijado. Tienes que dar un paso más Carmen.
-¿De qué estás hablando? ¿de llevármelo a la cama? ni lo sueñes. Me haría sentir como....como...como uno de esos que abusan de los niños.
Las dos rompimos a reír mi ocurrencia y la conversación tomó otros derroteros. Unos días más tarde, mi niño me invitó a cenar con el pretexto de ser su cumpleaños. Veintiuno nada menos. No me apetecía salir y así se lo dije.
-Pero si quieres organizamos la cena en mi casa - le dije - tú pones la bebida y el postre y yo te preparo un menú sorpresa.
Accedió de buen gusto. Cociné unas cocochas de merluza con almejas en salsa verde y una ensalada, algo ligero para la noche. Él se presentó con una botella de Albariño y una tarta de trufa. Adivinaba mis gustos a pasos agigantados, tanto el vino como el chocolate eran mi debilidad.
La cena transcurrió sin sobresaltos, entre conversaciones y la diversión que siempre surgía cuando estábamos juntos. Durante la sobremesa descorchamos una botella de champán. Y entre risa y risa, entre copa y copa, con la cabeza flotando por el alcohol y el corazón rebosando de sentimiento, nos besamos. Fue un beso no por esperado, menos sorprendente, pero en todo caso casi necesario para mí, que llevaba mucho tiempo sin saborear una boca. Aquello despertó de nuevo mi pasión dormida y al principio entré en el juego. Sólo cuando sentí su mano acariciar mis pechos, algo convulsionó mi cerebro, supongo que mi estúpida conciencia, y me dije que hasta ahí habíamos llegado, pero más allá no era correcto. Le separé de mí con un gesto casi brusco.
-No Rubén, no sigas. Es......creo que es mejor que te vayas.
El me miró como si tuviera delante a un ser extraño. No se equivocaba mucho, ninguna mujer en su sano juicio hubiera dejado escapar una noche de pasión con aquel bombón, ninguna, salvo yo y mis estúpidos remordimientos.
-Carmen, esto no es sólo un rollo de una coche. Tú me gustas, y creo que.....que te quiero.
-No, no digas tonterías, de verdad es mejor que te marches.
El pobre muchacho no salía de su asombro.
-Pero ¿de verdad después de todo este tiempo juntos me vas a decir que no sientes nada por mí?
-Ya hablaremos de eso en otro momento. Ahora, por favor, vete.
Se levantó del sofá y muy enfadado fue hacia la puerta. Con la mano en el pomo se volvió y me dijo:
-Jamás me imaginé que me harías algo así.
Se fue dando un portazo. Y yo propiné una buena patada al sofá cuando, a los dos segundos de haberlo echado, me dí cuenta de lo estúpida que había sido.
Durante unos días no supe nada de él. Cuando el teléfono volvió a sonar de nuevo contesté feliz, pensando que era él y que por fin se me presentaba la oportunidad para arreglar el desaguisado. Pero no era él, para mi sorpresa era mi ex marido, del que afortunadamente no había vuelto a saber desde que se había marchado de casa.
-¿Carmen?
-¿Rafa? ¿qué quieres?
Soltó una risa estúpida, su risa de siempre.
-Cualquiera diría que no esperabas mi llamada.
-Por supuesto que no la esperaba ¿o debería ser lo contrario? Comprenderás que después de dos años sin saber nada de ti lo que menos me imaginaba es que volvieras a aparecer.
-Sigues siendo la misma de siempre, solo era una broma.
Me irritaba profundamente su forma condescendiente de hablar, como si se estuviera dirigiendo a una perfecta imbécil.
-¿Me vas a decir para qué me llamas?
-Claro, mujer, pero no tengas tanta prisa, hace mucho que no hablamos y pensé que… podíamos recuperar el tiempo perdido.
No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Quién le había dicho a aquel subnormal que yo quería recuperar nada con él?
-Rafa, voy a ir al grano, o soy muy corta de entendederas o me estás pidiendo volver. ¿Es así?
-Bueno, me fui muy precipitadamente y tal vez, pudiéramos....
-Mi respuesta es no, además no sé si sabes que yo tengo novio.
-¿Tienes novio? ¿tú?
Su actitud me estaba haciendo hervir la sangre. Pero ¿qué se había creído aquel tío? ¿que sólo él tenía derecho a rehacer su vida?
-Si, tengo novio, no sé por qué te sorprende tanto.
-Mujer, es que....bueno nada, es igual. Pero mira si tienes novio se me ocurre que podemos salir los cuatro juntos, así podemos conocer a nuestras respectivas parejas.
No tenía el menor interés en conocer a la tipa que estaba con él. Además sabía que esa invitación era sólo una trampa. Si le decía que no, pensaría que lo del novio era un farol (lo era). Por eso no me lo pensé mucho.
-Claro por supuesto, cuando quieras.
-¡Qué bien! Pues voy a reservar mesa en un buen restaurante y ya te llamo.
-Vale, vale, llama cuando quieras.
En valiente fregado me había metido.
*
Mi amiga Silvia reía sin cesar. Acababa de contarle mi conversación con Rafa y la invitación que había aceptado.
-No te rías. A ver dónde encuentro yo ahora un novio para dentro de unos días.
-Ya lo tienes. Llévate a Rubén ¿no? te imaginas la cara de imbécil que se le va a quedar a Rafa cuando te vea llegar del brazo de semejante muñequito.
-No puedo. No sé nada de él desde hace cinco días.
La puse al corriente de la estupenda cena y desastrosa sobremesa que habíamos disfrutado.
-Estás como una cabra. ¿Pero cómo se te ocurre echarlo en el momento álgido de la noche?
-Al minuto me arrepentí. Y no me digas que lo llame, porque si le cuento lo que me pasa, va a pensar precisamente que lo llamo para pasearlo delante de Rafa. Joder, ¿quién me mandará a mí meterme en estos berenjenales?
En ese momento sonó el timbre. No me lo podía creer. Era mi muchachito, que de nuevo con ojos más tristes que alegres, venía a mí suplicando compañía. Lo hice pasar. Se cortó un poco al ver que estaba Silvia.
-Bueno Silvia, ¿ya te ibas, verdad?
-Si claro, se me está haciendo tarde.
Se fue sonriendo y con un pícaro guiño me dijo por lo bajo.
-No la vuelvas a joder.
Nos quedamos solos, uno frente al otro sin saber muy bien qué decirnos.
-Lo siento - le dije - me porté como una estúpida. Yo creo que también te quiero, sólo que me parece que no estoy preparada para una relación así y me cuesta un poco aceptarla.
-¿Así? ¿qué tiene nuestra relación de especial?
-Tienes veintiun años y yo treinta y ocho. Si fuera al revés no pasaría nada, pero siendo como es, nos vamos a tener que enfrentar a mucha gente.
-A mí no me importa la gente. A mí sólo me importas tú.
En ese momento, el timbre del teléfono rompió la magia. Era mi ex, que ya tenía restaurante. Al día siguiente a las nueve, tendría lugar la inolvidable velada.
-¿Quién era? -me preguntó Rubén cuando colgué - No me digas que tienes una cita con otro.
Sonreí. Lo tomé de la mano y me lo llevé al sofá, nos sentamos cómodamente y le comenté de qué iba la "cita".
-Cuenta conmigo -me dijo - mañana a las ocho te recojo.
-Nos lo vamos a pasar "genial".
Poco nos imaginábamos en ese momento lo verdaderamente genial que nos lo íbamos a pasar.
Cuando me vino a recoger y antes de salir de casa nos miramos en el espejo del ascensor, me di cuenta de que la diferencia de edad que había entre los dos apenas se notaba tanto. Y menos tan arregladitos y guapísimos como nos habíamos puesto para la ocasión. En realidad, en aquellos escasos dos meses que llevábamos juntos de aquí para allá, jamás noté en nadie la más mínima expresión ni de desprecio, ni de incomprensión, ni de nada. Sonreí para mis adentros. Eso quería decir que parecía más joven.
Cuando llegamos a La Coruña, lugar de la cita, Rubén me dejó a la entrada del restaurante mientras él iba a aparcar el coche. Entré y vi a mi exmarido sentado en una mesa del fondo. Se levantó galantemente en cuanto me vio. Nos saludamos formalmente con dos besos en la mejilla (más bien en el aire).
-Estás guapísima -me dijo por cumplido - ¿y tú chico?
-Fue a aparcar, viene ahora, ¿y la tuya?
-Fue al baño, también viene ahora.
Sonreí sólo con la boca y entonces la vi. Era igual que la muñeca Barbie. Rubia, de labios carnosos y un cuerpo de muerte, vamos, nada qué ver conmigo. El caso es que su cara se me hacía vagamente conocida.
-Carmen, esta es Loretta, Loretta mi ex mujer Carmen.
Me miró con cierto aire de superioridad, yo diría que casi con desprecio. Seguramente preguntándose como un hombre tan maravilloso como Rafa podría haber compartido su vida con algo tan insignificante como yo. Bah, me importaba un bledo, seguramente su materia gris estaba escasa de neuronas. Nos dimos otros dos besos al aire y nos sentamos. Entonces comenzó la diversión. De pronto escuché la voz de Rubén a mi lado.
-¿Qué coño hacéis vosotros aquí?
Le miré y vi que tenía sus ojos fijos en la glamurosa pareja que nos había invitado.
-¿Os conocéis? - pregunté sorprendida.
-¿Qué si nos conocemos? Es mi madre y su novio.
Me quedé tan perpleja que no sabía si echarme a llorar o a reír. Finalmente opté por lo segundo.
-¿Quieres decir que mi ex es el novio de tu madre?
-¿Ese es tu ex marido?
Ellos dos no acertaban a pronunciar palabra. A mí me había dado tal ataque de risa que no podía parar. Finalmente Rafa pronunció palabra
-Carmen ¿sales con este chico? si solo tiene veinte años.
-Menuda guarra- comenzó Barbie - Rubén te prohibo....
-¿Pero quién eres tú para prohibirme nada?
La gente que estaba a nuestro alrededor comenzó a mirarnos, dándose cuenta de que algo pasaba. Era hora de poner tierra por medio.
-Rubén, vámonos. Creo que esta cena no es una buena idea.
Le cogí del brazo y le hice salir del restaurante. Estaba serio y parecía enfadado.
-¿Qué pasa cariño?
-Jamás podría pensar que...... mi madre y tu marido.
-Ni yo tampoco, y no es mi marido, estamos divorciados. Pero bueno, alguna vez tendríamos que enterarnos y no me niegues que ha sido muy divertido.- yo no podía parar de reír. Él me miró y al instante su semblante cambió.
-Tienes razón, ha sido muy gracioso.
Nos cogimos de la mano y juntos nos adentramos en la noche coruñesa.
*
Se vino a vivir a mi casa después de la magnífica cena. No lo tuvimos fácil. Soportamos críticas, principalmente de su madre y mi ex, pero lo hicimos con humor y dignidad. Yo no volví a darle clase (no estaría bien) y él terminó su carrera brillantemente. Se dedicó a la difícil labor de la escritura profesional, hasta que un golpe de suerte hizo que ganara un importante premio nacional y las cosas cambiaron mucho. Debía de irse a vivir a Madrid, por consejo de su editor y quiso llevarme con él, pero yo tenía mi vida muy estabilizada y no me apetecían cambios a aquellas alturas. Él era el que tenía que labrarse un futuro, tenía que volar y yo sabía que tenía que dejarle ir. Así él se fue y yo me quedé. Nuestro amor fue bonito mientras duró. Y sigue siendo hermoso que cada vez que él viene a Santiago su llave abre la puerta de mi casa, y la pasión renace, aunque sólo sea por unas horas.

martes, 13 de marzo de 2012

LA FIESTA DEL TIRO




Hablaban de aquello con un entusiasmo fuera de lo corriente, como si se les fuera la vida en ello, entre sonrisas de júbilo y apuestas sobre quién sería el que más trofeos conseguiría ese año, mientras yo les escuchaba atónito, sin saber muy bien de qué iba todo aquel revuelo.
Apenas unos meses antes, Ana y yo habíamos aterrizado en aquel pueblo buscando la tranquilidad que no encontrábamos en la ciudad. A decir verdad, nos sentíamos un tanto desubicados desde que, por cuestiones de mi trabajo en una multinacional de alimentación, habíamos tenido que trasladarnos a un país extraño cuya forma de vida nada tenía que ver con la nuestra. Pero el sueldo que me pagaban era más que sustancioso y puesto que la permanencia en el extranjero no se prolongaría más de dos o tres años, intentamos compensar las incomodidades que nos provocaba la situación con la estancia lo más confortable posible en un pueblo pequeño, lejos de la gran ciudad que tanto nos agobiaba.
Aquel verano, el primero que pasábamos allí, no pudimos hacer menos que contagiarnos de la alegría que mostraban todos por las fiestas que se avecinaban y sobre todo no dejamos de asombrarnos por el entusiasmo desmesurado que provocaba en la mayoría de los vecinos la competición de tiro con pistola que, al parecer, era la atracción principal de aquellos días de jolgorio.
Christian Burt, un joven compañero de trabajo con el que había trabado cierta amistad, parecía llevar el peso de la organización del evento o al menos eso era lo que me parecía a mí al escuchar sus conversaciones con los demás jóvenes del pueblo, mientras tomábamos unas cañas de cerveza aquella calurosa tarde de domingo.
-Este año será especial – decía- me ocuparé personalmente de que estén presentes Jhony el tuerto, Mathew el chotacabras y Mikel el escarabajo, por supuesto.
-Si, si Mikel el escarabajo dará mucho juego – decía uno de los muchachos mientras los demás se mostraban de acuerdo riendo a carcajada limpia.
-Rodrigo tú serás este año nuestro invitado de honor – me dijo Christian.
-Muchas gracias pero jamás he tirado. No voy a estar a la altura de ese Mikel, por muy escarabajo que sea.
Las risas volvieron a resonar en el pequeño bar.
-No te preocupes aunque no hayas tirado nunca, no importa, alguna vez tiene que ser la primera, así que no puedes negarte a ser nuestro invitado de honor.
No les quise hacer el feo y acepté a regañadientes, a pesar de que no sentía ni el más mínimo interés por ese tipo de actividades, pero ellos eran amables y hospitalarios y en ese momento pensé que no tenía mejor manera de agradecérselo que aceptando participar con ellos en el campeonato. Además Christian se ofreció gentilmente para entrenarme en nuestros ratos libres durante la semana que faltaba para la competición. Era evidente que no podía negarme de ninguna manera.
De vuelta a casa me encontré con Serena, una mujer mayor que se dedicaba a deambular por el pueblo sin más ocupación que ver la vida pasar. Su presencia no me pasó desapercibida en el bar, observando muestra charla con sumo interés, ni tampoco dejé de darme cuenta que se levantó de su mesa tan pronto como el grupo de jóvenes nos disolvimos para regresar a nuestras casas. Al toparme de narices con ella me dio la impresión de que me estaba siguiendo, y no lo dudé cuando la escuché hablarme con expresión entre aterrorizada y preocupada, mientras su menuda mano sujetaba mi brazo con fuerza
-¡No vaya a la competición! -me dijo - ¡Ni se le ocurra! Créame, si lo hace se arrepentirá toda su vida, o tal vez toda su muerte.
Me zafé de ella como pude y continué mi camino, sin dar más importancia a sus palabras que la que podría darle a las salidas de la boca de cualquier loco.
Aquella semana, al salir del trabajo, acudía con Christian al campo de tiro, donde practicaba un poco, intentando acertar en unas siluetas humanas situadas a cierta distancia. No daba ni una, aquello no estaba hecho para mi, estaba claro. Con absoluta seguridad yo sería el perdedor de su estimada competición , cosa que, desde luego, no me importaba lo más mínimo.
El día del evento, un domingo soleado y caluroso, nos presentamos los diez concursantes en el campo a la hora convenida. Poco a poco se fue llenando de gente, de público que acudía contento a disfrutar del evento deportivo que tanto entusiasmo les provocaba.
Media hora antes de la señalada para el comienzo, el furgón de la cárcel apareció por el campo, provocando el fervor del público, que se levantó de sus asientos y comenzó a aplaudir y a jalear. Yo no entendía nada, pero no me hizo falta esperar mucho para comprender. Del furgón se fueron bajando unos cuantos presos, algunos de los cuales se colocaban en el punto de tiro. La gente señalaba a Mikel el escarabajo, un hombre menudo y enclenque que temblaba de miedo y se revolvía intentando desprenderse de las manos firmes de los agentes carcelarios que lo sujetaban con firmeza. Una oleada de adrenalina recorrió mi cuerpo, no podía ser, no podía ocurrir lo que yo estaba pensando. Pero por desgracia no me equivocaba.
Los presos eran los flancos a los que debíamos dirigir nuestras balas y el ganador sería el que reventara más cabezas. Los muchachos comenzaron a disparar. El jolgorio del público era total cuando los sesos y la sangre salían volando por los aires. Cuando me tocó el turno me negué a disparar.
-Te recomiendo que lo hagas – me dijo Christian con la mayor sangre fría – Mikel el escarabajo fue el perdedor del año pasado, la misma suerte correrás tú si quedas de último.
No merece la pena contar la escabechina que se formó, es demasiado macabro, ni la manera de aplaudir de aquellos tarados. Cuanto más horrenda era la muerte, más contentos se ponían. Jamás he visto cosa igual. Por supuesto quedé de último, pues me negué a apretar el gatillo ni una sola vez. Me trajeron para la prisión provincial, dónde llevo meses rumiando mi maldita suerte, esperando el trágico momento en que, como un monigote, me pongan delante de la pandilla de degenerados que luchen por volarme la tapa de los sesos.
No sé que ha sido de Ana, seguramente nada bueno, no he vuelto a saber de ella y estoy seguro de que si hubiera podido me hubiera sacado de aquí. Sólo Serena, la vieja loca, me visita todos los días para recordarme, con voz severa, que ya me lo había advertido.

jueves, 8 de marzo de 2012

EL CAMINO EQUIVOCADO

EL CAMINO EQUIVOCADO
Otra vez aquí. El regreso me hace sentir bien. Ya todo me resulta familiar y no puedo evitar la sensación de que vuelvo a mi hogar. Silvia, la profesora, ha torcido el gesto al verme y ha querido hablar conmigo al final de la clase. Sé que le fastidia mi presencia porque yo no soy como las demás, yo protesto más de la cuenta y no me conformo ni obedezco cuando las cosas no me parecen justas. Ella me dice que tengo muchas posibilidades y que debo cambiar de actitud, pero yo me río de sus afirmaciones. Posibilidades dice, ¿qué sabrá ella? Tuve oportunidades, es cierto, antes de venir a parar aquí, cuando mi vida era normal, como la de cualquier persona, antes de que me robaran la inocencia, antes de que me destrozaran por dentro y me redujeran a cenizas, porque ahora soy sólo eso, las cenizas, las sombras, el recuerdo de la mujer que una vez quise ser y que ahora ya queda muy lejos de mi alcance.

Me llamo Isabel y una vez, hace ya tanto tiempo que ni me acuerdo ni lo pretendo, viví de cara al mundo en lugar de hacerlo a sus espaldas.
No tuve una niñez especialmente feliz. Mi padre era un borracho y mi madre, mis hermanos y yo el blanco fácil de su ira. El alcohol era la gasolina que necesitaba para descargar sobre nosotros los golpes con los que intentaba aliviar sus frustraciones.
Un día, cansada ya mi pobre madre de aguantar tanto castigo sin sentido, se tomó un frasco de aquellas pastillas que la ayudaban a dormir y no volvió a despertar. Confieso que en aquel momento la odié, la odié por no haber tenido el valor de continuar, la odié por habernos olvidado antes de tiempo, por no haber pensado en unos niños que dejaba a merced de un monstruo y cuyo futuro era un lienzo pintado en blanco y negro en lugar de la acuarela de colores que hubiera debido ser.
Acababa yo de cumplir los dieciocho y no me lo pensé demasiado. Una tarde me marché de casa sin decírselo a nadie. No tenía dinero ni sabía hacer otra cosa que las tareas de la casa, así que busqué un trabajo de asistenta que no tardé en encontrar, de interna en una casa de ricos. Aquello era más de lo que podía desear. Me pagaban bien y se ocupaban de mi manutención, lo cual me permitía ahorrar lo suficiente para afrontar los proyectos que me había propuesto realizar.
Los señores tenían un hijo, Armando, un muchacho guapo, correcto y educado que me trataba con deferencia y respeto, cosa que yo agradecía, ayudaba lo que podía y nunca daba trabajo de más, aunque se hubiera pasado la tarde encerrado en su cuarto a sus cosas o montara una fiesta con sus amigos en el caso de que sus padres se ausentaran del hogar.
Ignoro en qué momento comencé a verle con ojos de mujer y no de sirvienta. No sé si mi interés por él fue provocado por él mismo, o por mi empeño, o si tal vez fue el azar en una caprichosa pirueta del destino, lo cierto es que un día me di cuenta de que pensaba en él más de lo que debiera. Tal vez aquello fuera un indicio de que un amor incipiente estaba brotando en mi corazón, un amor a todas luces imposible y que de seguir adelante no traería más que sufrimiento a mi vida y me propuse a mí misma no alimentar aquel sentimiento que, en otras circunstancias, me hubiera regalado ilusiones renovadas. Mas con lo que no contaba era con que aquella adoración resultara ser correspondida, o más bien pareciera serlo. Armando me cameló, me embaucó a su lado en un cariño que yo sentía y el fingía. Me envolvió con sus palabras, con sus gestos, con sus promesas y sin darme cuenta me dejé robar la inocencia. Y cuando nuestros encuentros ocultos dieron su fruto se olvidó de mí con la misma rapidez con la que dijo haberse enamorado.
No esperé a que me echaran, con el corazón encogido y la bandera de la esperanza en alto, enarbolada por aquel ser que se gestaba en mi vientre, me retiré de su vida y empecé de nuevo. Otro trabajo, una nueva existencia que se oteaba en el horizonte.
Pero el destino me tenía preparada una jugarreta inesperada. El día en que la policía se presentó en mi casa no me imaginé que sería el principio de mi declive como ser humano. Armando había aparecido muerto en su casa, asesinado, vilmente degollado y al parecer yo era la principal sospechosa, la única que tenía un motivo para acabar con su vida: el abandono, el despecho. De nada sirvieron mis negativas y a pesar de que no se encontraron pruebas concluyentes me condenaron por un asesinato que no había cometido y fui a dar con mis huesos en la cárcel.
Y lo que son las cosas, en aquel lugar impersonal y triste, descubrí la razón que me había conducido a él. Alguien que conocía bien a Armando lo destapó ante mí y me confirmó lo vil que puede llegar a ser el ser humano. El muchacho andaba metido en líos de drogas y de juego y tuvo mala suerte, tan mala que uno de sus “amigos” al que comenzó a molestar su presencia en las timbas de póker y al que debía mucho dinero no vio mejor solución que terminar con él cargándome a mi el muerto. Sabía de mi relación con él, de mi embarazo y de su desinterés, y preparó todo concienzudamente para que todos los indicios llevaran hasta mí y me señalaran como la culpable de un crimen del que únicamente era víctima inocente.
Quince años pasé en prisión, quince años en los que mi vida fue girando poco a poco hasta hacerme caer en una espiral que me absorbió por completo. Cuando nació mi pequeño lo di en adopción, a sabiendas de que se merecía una existencia mejor que la que presumiblemente tendría a mi lado y mi corazón se volvió duro como las piedras. Me convencí de que el mundo es de los malos, pues a la vista estaba que de nada me había servido la ilusión y el empeño que había puesto en cada paso, en cada gesto, en cada momento de mi infancia y juventud y yo también me volví mala y me coroné a mi misma como la reina del trullo.
Silvia, la profesora que daba clase a las que querían aprender, me decía que tenía que tener paciencia, que algún día mi verdad saldría a la luz y que, entretanto, debía intentar seguir la senda correcta. Palabras nada más. Ella no sabía que yo ya había elegido mi camino y que nadie me podría hacer cambiar de opinión jamás, por mucho que me intentaran convencer de que ese camino era el equivocado.
Aquellos quince años los pasé planeando mi venganza, soñando con el momento en que se me permitiera salir de allí. Entonces habría llegado la hora de darle su merecido al verdadero culpable de la muerte de Armando y de la mía propia. Y cuando por fin me vi en la calle, sin casa, sin familia, rodeada de la nada más absoluta, acudí a su encuentro y le maté. Le maté por venganza y por convicción y sobre todo, le maté para poder volver aquí con motivo, ahora si, ahora vuelvo a mi hogar por haber elegido el camino equivocado.