miércoles, 31 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 11

 




–Me enamoré de él como una estúpida – comencé mi relato – No sabría decirte por qué, bueno, tampoco creo que haya que buscarle un motivo al amor. En el fondo sabía de que no era hombre para mí, que no me convenía, que además tenía su novia.... pero no lo pude evitar. Tenía sólo dieciocho años y.... no sé, supongo que no era muy consciente de dónde me metía. Pero él también contribuyó, me hizo pensar que el sentimiento era mutuo y era mentira.

–Ya, o sea que os enfadasteis – dijo Teresa como si lo que le estaba contando fuera una estupidez, una niñería.

–Hubo algo más, algo mucho más grave. Sucedió la noche anterior a mi espantada – me puse un poco nerviosa, nunca le había contado aquello a nadie y no estaba muy segura de querer hacerlo, pero cogí fuerzas para proseguir – Fue en la piscina. Yo no quería... no me sentía preparada pero.... bueno, él era más fuerte, estaba un poco bebido.

A mi tía se le heló el gesto y el cigarro quedó a medio camino de su boca. Me miró de manera muy elocuente y supe que no iba a ser necesario seguir contando, que ya no hacían falta más palabras.

–¿Me estás queriendo decir que te violó? ¿Ginés te violó? – preguntó levantando un poco la voz.

–Shh, calla, no grites, no vaya a estar Teo en su cuarto y nos escuche.

–Teo se quedará a dormir en casa de un amigo, hoy no vendrá. Pero.... ¿cómo no dijiste nada? Tendrías que haberlo denunciado. ¡Maldito cabrón!

–Eso fue lo primero que pensé, denunciarlo, pero para qué. Cuando lo amenacé con ello me animó a que lo hiciera, total no me iba a creer nadie después de estar viviendo allí solos durante un mes y dejando que la gente nos viera en actitud cariñosa. Tenía razón, nadie me iba a creer, era su palabra contra la mía. Así que opté por callarme. Y eso es todo.

Teresa se quedó con la vista fija en el suelo durante un rato. Estaba sentada en el sillón con las piernas encogidas. Se pasó la mano por el pelo en un gesto parecido a la desesperación.

–No te preocupes, tía – le dije – ya han pasado dos años y aunque no lo he olvidado ya lo tengo superado. Pero de una cosa puedes estar segura. Algún día ese desgraciado recibirá su merecido.

Me miró alarmada, tal vez al notar el deje de ira y de determinación que acompañó a mis palabras.

–No me mires así, Teresa. No le he denunciado pero no voy a dejar que se vaya de rositas. Algún día me vengaré, no sé cómo ni cuándo, pero lo haré.

–¿Ah sí? ¿Y cómo? ¿Asesinándolo? A lo mejor todavía no es tarde para denunciarlo y si no quieres hacerlo entonces olvídalo..

-No, no lo voy a denunciar a estas alturas pero tampoco me voy a olvidar. No sé lo que haré, ni siquiera sé cuándo se me va a presentar la oportunidad, pero en algún momento será, porque yo soy de las que piensan que la vida pone a cada uno en el lugar que se merece.

–¿Cómo pude ser tan estúpida para no darme cuenta?.... Nunca me creí que Ginés fuera tan sinvergüenza a pesar de las habladurías.

Teresa se mostraba excesivamente preocupada, como si todo hubiera ocurrido en aquel momento. Pero los dos años que habían transcurrido habían sido suficientes para mitigar el dolor.

–Ya no importa, tía.

Me acerqué a ella, me senté en el brazo del sillón y apoyé mi mano en su hombro. Ella correspondió a mi gesto de cariño estrechando mi mano entre la suya.

–¿Sabes? – le dije – A pesar de lo ocurrido, de todo lo ocurrido ese año horrible, la muerte de papá, el desengaño con Ginés... creo que vivirlo mereció la pena. Al principio, cuando nos tuvimos que venir de Madrid, no estaba muy segura de que me gustara esto, pero ahora... ahora no lo cambiaría por nada. Y no sólo por la ciudad, que me encanta, sino por haber encontrado una parte de la familia que estaba perdida. Mi vida ha dado un vuelco muy grande, pero estoy bien.

–Debes de haber sufrido mucho – dijo con un deje de nostalgia y pena en su voz.

–Soy fuerte y tengo muy claro que la vida no es un camino de rosas. Todo es superable. Aunque creo que tú no debes de pensar lo mismo.

Teresa levantó su cabeza hacia mí. Yo volví a mi asiento, frente a ella. Era su turno.

–¿Me vas a contar qué es eso tan grave que sucedió entre mamá y tú para que yo nunca recuerde que os hayáis hablado hasta ahora?

Teresa encendió otro cigarro y me dio uno a mí. Lo acepté, aun siendo consciente de que se estaba convirtiendo en un hábito.

–¿Recuerdas el pueblo en el que vivían los abuelos? – me preguntó.

–Por supuesto, íbamos a pasar unos días todos los veranos antes de que se murieran. Tú nunca estabas.

–Yo hacía mis planes para no coincidir con vosotros. Bueno, a lo que iba, tu madre y yo vivíamos allí con los abuelos. Cuando terminé el bachillerato quise estudiar una carrera y me marché a Santiago. Tu madre prefirió hacer un curso de secretariado en una academia del pueblo, pero yo tenía miras más altas. Me matriculé en Económicas y comencé la carrera con mucha ilusión. Me veía en el futuro trabajando en un banco, no sé por qué, ilusiones de niña supongo. Cuando estaba en segundo de carrera le conocí. Él estaba en tercero. Nos presentaron unos amigos comunes en una de aquellas fiestas que se organizaban a principio de curso. A pesar de estudiar en la misma facultad, no nos habíamos visto nunca y eso nos llevó a iniciar una conversación que hizo que pasáramos la noche juntos, charlando sin parar. Yo salí de aquella fiesta con él en la cabeza y creo que le debió de pasar lo mismo porque al día siguiente me buscó por los pasillos de la facultad con cualquier excusa. Comenzamos una amistad que poco a poco fue derivando hacia un sentimiento más fuerte, y al final de curso ya nos habíamos hecho novios. El problema era que él vivía lejos y no nos quedaba más remedio que pasar el verano separados. Antes no era como ahora. Mis padres ni por asomo me hubieran dado permiso para pasar ni una semana en casa de él. Así estuvimos curso a curso. Decidimos que al terminar yo la carrera nos casaríamos y el año en que hice cuarto, aquel verano, lo llevé al pueblo para presentárselo a los abuelos y a tu madre. Mis padres admitieron que se quedara en casa unos días porque ya estábamos formalmente comprometidos. Estuvo... no sé, una o dos semanas y después, el resto del verano, vino de vez en cuando. Comenzó a trabajar en una compañía de seguros, en su ciudad, y yo me dispuse a terminar mi carrera. Entretanto andábamos con los preparativos para la boda, ocupados, nerviosos, por lo menos yo, hasta que me dieron la noticia y todo se vino abajo.

Teresa hizo una pausa. Su cigarrillo se había ido consumiendo entre sus dedos y se había convertido en una frágil columna de ceniza. Con cuidado la echó en el cenicero que sostenía en la otra mano y encendió otro cigarro. Yo estaba expectante.

–Un viernes regresé a casa, casi todos los viernes lo hacía, a pasar el fin de semana en el pueblo y los encontré a todos con cara de pocos amigos, a tus abuelos y a tu madre. Sabía que algo ocurría pero nadie abría la boca. El sábado a media mañana vi aparecer el coche de mi novio y me extrañó. No habíamos quedado en vernos y pensé que algo había ocurrido... y no me equivoqué, aunque ni por la imaginación se me pasó que la noticia que tenían que darme fuera aquella. Se reunieron conmigo en la cocina de la casa, alrededor de la cocina de leña que mi madre había encendido ya por la mañana y mientras ella gimoteaba y mi padre meneaba la cabeza de un lado a otro en un claro gesto de desaprobación, mi novio me dijo sin demasiados rodeos que lo sentía mucho, pero que se había enamorado de mi hermana y que con quién se iba a casar era con ella.

Un escalofrío recorrió mi espalda y una extraña inquietud envolvió todo mi cuerpo. Sentí el corazón encogido al sospechar el final de la historia.

–Todo mi mundo se desmoronó, Dunia, todo. Tu madre y yo siempre nos habíamos llevado muy bien, yo la adoraba, y no era capaz de comprender. Las dos personas que más quería me estaban traicionando y no lo pude soportar. Dejé la carrera y me sumí en una fuerte depresión. Lo único que deseaba era permanecer en mi cuarto, llorando y a oscuras, sin saber nada del mundo. Así pasé mucho tiempo, sin apenas dormir, sin casi comer.... pensando minuto a minuto en la posibilidad de que aquella boda se cancelara al darse cuenta mi novio de que a quién quería era a mí, o tu madre de que no podía ser tan ingrata con su hermana pequeña. Pero nada de eso ocurrió. El día que se casaron, nueve meses después de anunciar su noviazgo, me dije que no podía seguir así, que tenía que continuar viviendo, que tenía derecho a ello, así que hice mis maletas y me largué del pueblo sin despedirme de nadie. Me vine aquí, a La Coruña, me hospedé en una pensión de mala muerte y me puse a buscar trabajo. Tuve suerte, encontré ocupación como cajera en un pequeño supermercado y bueno... a partir de ahí mi vida no tiene mayor interés. Supongo que a estas alturas te habrás dado cuenta de quién era el novio que me robó tu madre.

Sí, lo sabía, lo había intuido desde el comienzo de su historia, y aunque durante aquellos minutos, mientras escuchaba a mi tía, había intentado, tal vez de forma inconsciente, encontrar algún resquicio, algún argumento que desmintiera mis ideas, no fue posible. Más bien al contrario.

–Supongo... que era mi padre – dije finalmente.

–Supones bien. Era tu padre, el amor de mi vida, el único hombre que amé realmente, robado por mi única hermana.


lunes, 29 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 10

 


El día que regresé a La Coruña me encontré con una novedad nada agradable. Había viajado de noche, era domingo y la tía Teresa me esperaba en la estación de autobuses. En cuanto bajé del bus me fijé en su cara de preocupación.

–¿Ha ocurrido algo, Teresa? – pregunté –- Te noto preocupada.

–Me acaban de dar una mala noticia. Apenas me lo puedo creer. Me ha producido mucha impresión. Ha muerto Cova.

Todo el sueño que traía conmigo se esfumó cuando escuché aquellas palabras. En realidad tampoco es que me llevara un gran disgusto, yo a Cova la apreciaba porque se había portado muy bien conmigo, y su muerte me daba pena como me la podía dar la de cualquier persona conocida con la que hubiera tenido estrecha relación en algún momento de mi vida, así lo que en realidad me ocurrió fue que me puse fue nerviosa, supongo que por el recuerdo de Ginés.

–Oh, lo siento mucho – dije – ¿Estaba enferma? Y... ¿cuándo ocurrió?

–Esta noche. Me ha llamado mi jefa hace apenas una hora. Un infarto fulminante acabó con su vida.

Me puse más nerviosa todavía. Sospechaba que mi tía esperaba que la acompañara a dar el pésame a la familia, cosa a la que no hubiera tenido inconveniente alguno si no fuera por las circunstancias.

–Esta tarde me acercaré al tanatorio para dar el pésame a la familia. Me acompañarás supongo.

Durante unos segundos no supe qué contestarle. Ella sabía que yo estaba agradecida a Cova por el trabajo que me había dado, que le había tenido cariño. Si me negaba, le iba a parecer raro, muy raro, pero decirle que sí significaba verme cara a cara de nuevo con Ginés y no me apetecía en absoluto.

–Me siento bastante cansada – dije a modo de disculpa – no he dormido nada y estoy deseando meterme en la cama.

–No hay prisa – repuso – puedes dormir lo que quieras. El tanatorio no cierra hasta las once de la noche.

Estaba claro que no podría escurrir el bulto. Tendría que acompañarla sí o sí. Por eso cuando llegué a casa y me eché en la cama no conseguí conciliar el sueño. Tenía miedo, miedo a volver a verle, a su reacción, a la mía. Di vueltas en la cama y di vueltas a la cabeza lo que pude y un poco más y poco después de la tres de la tarde, al darme cuenta de que no iba a poder dormir, decidí levantarme. Me di una ducha y entré en la cocina a comer algo. No había nadie en la casa, con lo que supuse que a lo mejor mi tía había decidido no despertarme y marchar sola al tanatorio. Aquel simple pensamiento me produjo cierto alivio, que duró media hora escasa, el tiempo que tardó Teresa en regresar a casa.

–¿Ya te has levantado? – preguntó en cuanto entró y me vio sentada en el salón frente al televisor – Pues anda, vístete y vamos hasta allí, cuanto antes vayamos, antes estaremos de vuelta.

–Oh, pensé que finalmente habías decidido ir tú sola.

Mi tía me miró con cara de asombro.

–¿No quedamos en que me acompañabas? Yo bajé un momento a tomar un café con la madre de un amigo de Teo, que me llamó. Está separándose de su marido y lo está pasando muy mal.

–Vale, vale, claro que te acompaño – dije intentando disimular mi malestar.

Yo sabía que Teresa se daba cuenta de mi estado, pero por discreción no decía nada, de momento. Mi tía no era de las que se callaban las cosas, así que como siguiera en el plan receloso en el que estaba no tardaría en preguntar.

Me vestí y salimos a la calle. La tarde era soleada y agradable, nada que ver con el calor sofocante de Madrid. Mientras caminábamos hacia el tanatorio Teresa se interesaba por aquellas semanas con mi madre y yo le iba contando en un afán por olvidarme de lo que me iba a encontrar en unos minutos. Hablaba rápida y por momentos atropelladamente, señal de mi inquietud extrema.

–¿Te pasa algo, Dunia? – me preguntó – Pareces nerviosa.

–No me pasa nada – mentí – es sólo que estas situaciones no me gustan en absoluto.

–Ya, a mí tampoco, pero no te preocupes, no estaremos mucho tiempo, un ratito para acompañar a la familia. Además, así tú también podrás darle el pésame a Ginés. Hace mucho tiempo que no le ves ¿no?

Tal vez, pero aún así no me apetecía lo más mínimo volver a verle, no hasta que se me ocurriera de qué manera podría hacerle pagar su afrenta. Entonces ya lo buscaría yo aunque fuera debajo de las piedras. Por supuesto a mi tía no le dije nada de eso. Simplemente le contesté con un escueto sí y me sumí en mis negros pensamientos.

En la puerta del tanatorio había bastante gente. Personas que acudían a aquel lúgubre lugar para acompañar a sus seres queridos o a sus familias, que venían a darle el último adiós a los muertos. Ojalá el que estuviera dentro del ataúd fuera Ginés y no su madre, pero no, no estaba dentro del ataúd, estaba allí, ataviado con un pantalón vaquero y una camisa de cuadros rosa, paseando el palmito con cara de pena entre las personas que se habían acercado a acompañarle en tan luctuoso momento. Estaba arrebatadoramente guapo, como siempre, o más, pues el rostro desencajado y cargado de tristeza le hacía parecer más niño, más inocente, más vulnerable... incluso aparentaba buena persona.

Mi corazón latía dentro de mi pecho con una fuerza desmesurada. Quería pasar desapercibida pero supe que no sería posible. Teresa se acercó al marido de Cova mientra yo me iba quedando rezagada a propósito. Se abrazaron y se pusieron a conversar. Yo les miraba desde la puerta a escasa distancia, pero la suficiente como para que el hombre no se fijara en mí. Tampoco mi tía parecía darse cuenta de que yo no estaba a su lado. Al cabo de un rato Ginés se acercó a ellos. Igualmente Teresa lo abrazó durante unos instantes y después intercambiaron unas palabras, entre las cuales debieron de nombrarme porque al instante ella me buscó con la mirada, seguida por la mirada de Ginés. Me encontraron enseguida, por su puesto, ya que apenas estaba dos metros detrás de ellos, y entonces no me quedó más remedio que acercarme.

Saludé primero al esposo de la finada, que me devolvió el saludo como un autónoma. No pareció conocerme y no me extrañó, al fin y al cabo me ignoró completamente durante las semanas que trabajé en su casa. Luego tocaba saludar a su encantador hijo. Nuestras miradas se cruzaron y algo se revolvió dentro de mí. Supe que iba a sentir de nuevo su cercanía, tal vez sus brazos rodeando mi cintura, su mejilla contra la mía, su perfume cálido y suavemente dulce... y no me sentí capaz de resistirlo. Bajé mis ojos al suelo en un vano intento de esquivar la inevitable proximidad, más siendo consciente de que nada podría eludir el encuentro cerré los ojos y murmurando un “lo siento mucho” nada entendible, di dos besos al aire acercando mi cara a la suya y me salí del recinto bajo la excusa de que el calor me estaba poniendo mala. Me acerqué a la puerta y allí permanecí, mirando al infinito, durante todo el tiempo que mi tía estuvo dentro. Cuando oí su voz tras de mí, diciéndole a alguien que se marchaba, me di la vuelta y volví a ver a Ginés a lo lejos, con sus ojos clavados en mí a través de la maraña de gente que se agolpaba en un lugar tan pequeño y agobiante. No sé qué vi en aquellos ojos grises que un día me habían acariciado y que al siguiente me habían despreciado, no sé si vi un atisbo de arrepentimiento, o de duda, o tal vez un resquicio del amor que un día había dicho sentir por mí. Puede que sólo fueran imaginaciones mías, ilusiones fatuas que se revolvían en mi mente en un tonto empeño por recuperar su cariño perdido, pero en aquel momento flaqueé en mis intenciones de venganza y me enfadé un poco conmigo misma. Ginés no me quería, nunca me había querido y debía recibir su merecido por su engaño y por el ultraje que había cometido conmigo.

De vuelta a casa mi tía iba muy callada y la que intentaba iniciar conversación era yo haciendo estúpidas observaciones sobre lo que nos rodeaba. Que si están ampliando el puerto, que si la ciudad está desierta... pero no había manera de hacerla hablar. Así que cuando finalmente llegamos a casa la increpé.

–¿Pasa algo Teresa? Estás muy callada. ¿Es el disgusto?

Me miró con aquellos sus ojos verdes idénticos a los míos, ojos de bruja gallega, como decía mi padre y me dijo:

–No me pasa nada, Dunia, pero vengo cavilando sobre lo que ocurrió y algo extraño hay en todo ello.

Me desconcertaron sus palabras. No sabía de qué estaba hablando y así se lo dije:

–¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿La muerte de Cova? ¿O te ha pasado algo en el tanatorio?

Teresa sacó un cigarro de su bolso y lo encendió. Se sentó en el sillón orejero y yo hice lo propio frente a ella. Echó el humo lentamente, como si estuviera rebuscando en su cerebro las palabras adecuadas para soltar.

–Sí, lo que ha pasado en el tanatorio es que tú no has querido casi ni entrar y apenas has cruzado una palabra con Ginés.

–Bueno.... yo nunca fui amiga de Ginés. No tengo por qué....

–Venga, Dunia, no me cuentes historias. Cuéntame qué es lo que te ocurrió con él. Lo vengo sospechando desde que dejaste el trabajo en su casa de aquella forma tan precipitada. Pero tu reacción de hoy me lo ha confirmado. ¿Qué te pasó con Ginés en la casa de la playa, Dunia?

Suspiré y puse cara de circunstancia. No tenía escapatoria. O tal vez sí, al menos iba a hacer un último intento.

–Te contaré lo que me ocurrió con Ginés cuando tú me cuentes lo que te pasó con mi madre. Confidencia por confidencia.

–Hecho – respondió mi tía después de echar una bocanada de humo – aunque no estoy muy segura de que quieras escucharlo. Empieza tú.

–Pues dame un cigarro – pedí – creo que lo voy a necesitar.

Me dio el cigarro, lo encendí, di una profunda calada sintiendo el veneno calar mis pulmones y confesé.

sábado, 27 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 9

 



Terminé mi primer curso en la universidad con bastante éxito. Mis notas no fueron maravillosas pero por lo menos había aprobado todo y me quedaba todo el verano libre para trabajar y ayudar un poco a la economía familiar. Todavía vivíamos en casa de la tía Teresa, pues aunque mamá había mostrado su firme intención de buscar un piso para nosotras dos, su sueldo no le daba para hacer muchos dispendios y en un nuevo acto de generosidad, la tía le dijo que no tuviera prisa, que nos podíamos quedar allí todo el tiempo que fuera necesario. La verdad era que yo ya me había acostumbrado a estar allí, a convivir con la tirantez que a veces se palpaba entre las dos y a la agradable compañía de Teo. Además mi tía me caía bien. Era un persona muy decidida, muy sincera, de esas mujeres bandera que no parecen tener miedo a nada ni a nadie, lo que a mí siempre me había gustado ser, lo que yo intentaba ser, supongo que en contraposición con la debilidad de mi propia madre. Con todo ello mi vida se había asentado en una rutina que después de los acontecimientos ocurridos durante el verano anterior, sentía como necesaria.

Aquel verano encontré trabajo como camarera en un bar de copas los fines de semana por las noches. No me pagaban mal y me permitía descansar durante la semana. Confieso sin embargo que acepté el trabajo con ciertas reticencias, puesto que trabajar en la noche aumentaba mis posibilidades de volver a ver a Ginés, de quién afortunadamente me había acordado más bien poco durante el curso después de nuestro encuentro casual en la tienda. Si bien mis ansias de vengarme no habían mermado un ápice, era consciente de que probablemente tuviera que esperar bastante tiempo para poder llevarlas a cabo y no desesperaba. Siempre fui de las personas que creen que el tiempo y la vida ponen a cada uno en su lugar y estaba segura de que no se me iba a negar la oportunidad de darle su merecido a aquella alimaña, de la manera que fuera. Pero era probable que todavía fuera demasiado pronto. Todo estaba aún muy reciente y puede que no estuviera preparada para enfrentarme a quién había sido mi primer amor y tanto me había lastimado. Afortunadamente nada ocurrió y el verano transcurrió con normalidad, sin grandes sobresaltos ni inesperados acontecimientos que desestabilizaran mi existencia.

Fue el otoño el que trajo alguna novedad a mi vida. Teo y yo habíamos comenzado las clases y mi madre y mi tía continuaban con sus respectivas ocupaciones. En casa reinaba la normalidad. Una tarde, cuando regresé de la escuela de enfermería, me encontré a mi tía sentada en la cocina, fumando un cigarro y haciéndose un café. Al verme entrar me invitó a acompañarla y yo acepté gustosa.

–¿Qué tal va todo, Dunia? Hace mucho que no hablamos.

–Bien, como siempre, sin novedades, ya sabes.

El café subió en la cafetera y Teresa sirvió dos tazas. Me ofreció un cigarro y yo negué.

–¿Nunca has fumado? – me preguntó.

–Alguna vez, con las amigas, cuando salimos por ahí. Pero no me gustaría pillar el hábito.

–Tienes razón, haces bien. Bueno, y dime ¿Qué tal te encuentras en esta ciudad? ¿No echas de menos Madrid?

–No, para nada, esta ciudad me encanta, me gusta vivir cerca del mar, me encanta verlo embravecido en el invierno desde los acantilados de la Torre de Hércules. Madrid está muy bien pero yo prefiero vivir aquí.

–¿Y si te tuvieras que marchar de nuevo?

Me extrañó la insistencia de mi tía.

–¿Por qué me preguntas eso? ¿Ocurre algo?

Teresa dio un sorbo a su taza de café y me miró con cara de circunstancias.

–No lo sé. Han llegado algunos rumores hasta mis oídos. No sé si debería decírtelo...

–Pues ahora que has empezado no te va a quedar más remedio. ¿De qué se trata? – pregunté intrigada y temerosa.

–Me he enterado de que el arquitecto para el que trabaja tu madre tiene pensado trasladarse a Madrid. Al parecer está preparando allí la apertura de un estudio de arquitectura en colaboración con no sé quién.

Mi tía hizo una pausa, como si no supiera cómo seguir contándome la historia, pero yo la animé a continuar.

–¿Y? ¿Mi madre se va a quedar sin trabajo? ¿O es que tiene pensado marcharse con él a Madrid?

–No lo sé exactamente, pero.... Bah, déjalo, Dunia, son sólo elucubraciones mías, no debía haberte dicho nada – dijo de pronto pretendiendo dar la conversación por zanjada.

–Sea lo que sea, cuéntamelo ¡No me puedes dejar así ahora!

–Está bien – dijo después de pensarlo durante un rato – Creo que tu madre está liada con el arquitecto. Y si se van a Madrid....

–¿Te lo ha dicho ella? – pregunté extrañada.

–No. Ya sabes que entre ella y yo no hay mucha comunicación. Supongo que si los rumores son ciertos acabara diciéndolo.

–Y.... ¿Tú cómo lo has sabido?

–Me lo dijo una clienta que es hermana del arquitecto. Me comentó de manera casual que su hermano estaba pensando abrir estudio en Madrid y que estaba muy contento porque por fin iba levantando cabeza, pues había conocido a una mujer que estaba trabajando con él y con la que había comenzado una relación. No sé si sabes que su anterior esposa falleció en un accidente de tráfico hace unos años y a cuenta de ello él estuvo mucho tiempo enfermo, con una depresión muy fuerte.

–¿Por qué sabes que esa mujer es mamá?

–Porque ella me dijo el nombre. Por supuesto mi clienta no sabe que tu madre es mi hermana.

Me dejé caer sobre una silla de la cocina. No me importaba que mi madre tuviera una nueva relación, a pesar de que consideraba que la muerte de mi padre estaba bastante reciente también era consciente de que se sentía muy sola y que tenía derecho a volver a ser feliz. Pero no deseaba regresar a Madrid.

–Dame un cigarro – le pedí a mi tía – creo que lo necesito.

Teresa me ofreció un cigarro y fuego. Yo aspiré profundamente la primera calada que me hizo toser.

–Soy mayor de edad y no tengo por qué irme con ella – reflexioné en voz alta – Pero si quiero quedarme aquí tendré que compaginar estudios y trabajo... Mucha gente lo hace, yo seguro que podré también.

Mi tía se sentó frente a mí y sonriendo me dijo:

–Puedes quedarte en esta casa si quieres. Teo está muy contento con tu presencia aquí y yo... yo también.

*

Mi madre nos dio la noticia de su noviazgo y de su futura boda pasadas las Navidades.

–Leandro abrirá en Madrid un nuevo estudio con un socio muy importante así que nos iremos de nuevo a vivir allí – dijo, feliz y exultante – Será como volver a recuperar un poquito la vida de antes. ¿No te parece, Dunia? No tenemos previsto marchar hasta agosto, así que tendrás tiempo de terminar el curso y en septiembre comenzarás allí.

Miré de reojo a mi tía. Estábamos sentadas alrededor de la mesa de la cocina, tomando un café después de terminar de comer. Teo fue el primero en manifestar su contrariedad.

–¿Os marcharéis? ¿Te irás, Dunia? Joooo...

–Claro, cielo, debemos marcharnos. Afortunadamente las cosas empiezan a marchar bien y tenemos que rescatar lo que un día dejamos allá, en Madrid – dijo mi madre.

–Mamá yo no me voy a ir – manifesté dando a mi voz el tono más firme posible – Me alegro mucho de tu boda y de que puedas volver a ser feliz, pero yo estoy bien aquí. No me quiero marchar. Me gustaría terminar aquí la carrera y buscar trabajo en La Coruña.

Mi madre me miró perpleja, como si no se esperara algo así.

–Pero.... ¿cómo vas a hacer? ¿Dónde vas a vivir y de qué? No te puedes quedar hija, en Madrid estarás mucho mejor que aquí.

–Es que yo no quiero volver, estoy bien aquí, me gusta la ciudad, me he acostumbrado a ella y a esta nueva manera de vivir, no deseo volver a Madrid. Mamá, por favor, no me obligues. Soy mayor de edad y no me gustaría enfrentarme contigo.

Mi madre, perpleja, miró de frente a su hermana, sin decir nada.

–Se puede quedar aquí – dijo Teresa – es una chica responsable y tanto Teo como yo estaremos encantadas de que se quede.

Mi primo hizo un gesto de triunfo con el brazo, golpeando el aire y mamá se encogió de hombros y accedió a mi petición.

–Está bien... si es tu deseo.... pero vendrás a verme ¿verdad?

Me acerqué a ella y la abracé.

–Claro mamá, siempre que pueda. Madrid está muy cerca.

*

Mi madre se casó a finales de junio, recién terminado yo el curso, y adelantando sus planes ella y su marido se marcharon enseguida a Madrid. Yo viajé con ellos. Aunque no deseaba vivir en la capital de nuevo, sí que me apetecía visitar a mis antiguos amigos.

En Madrid la esperaba una grata sorpresa. Su marido había conseguido comprar nuestra antigua casa. Mi madre se emocionó cuando se vio delante de la puerta y sobre todo cuando entró y pudo comprobar que todo estaba tal y como lo habíamos dejado dos años antes. Lo único que había sido reformado había sido el garaje, lo cual había sido todo un detalle por parte de Leandro, puesto que allí era dónde mi padre había puesto fin a su vida.

Permanecí en la ciudad hasta agosto, momento en el que la feliz pareja emprendió su viaje de luna de miel a Canadá, lugar en el que Leandro tenía familia. Insistieron en que les acompañara pero yo no quise. No deseaba otra cosa que regresar a La Coruña y aspirar el aroma del mar y de la sal, por los acantilados de la Torre de Hércules.


jueves, 25 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 8

 



No le conté a nadie mi desafortunada experiencia, no era necesario, yo sabría remontar sola mi vida y la sed de venganza me daba ánimos para seguir sin olvidar... y sobre todo para odiarle. Pero a pesar de mis silencios a todos les pareció extraño que dejara el trabajo de un día para otro. Yo simplemente dije que me había cansado de las ocupaciones caseras y que quería buscar un trabajo mejor ahora que comenzaba el curso, cosa que, por otra parte, no fue necesario, puesto que fue mi madre la que lo encontró como recepcionista en el estudio de un arquitecto. El sueldo no era gran cosa, pero suficiente para las dos, y yo me propuse aplicarme durante el curso y trabajar de nuevo el próximo verano para costearme los estudios.

Cova me llamó al día siguiente de mi regreso a La Coruña, extrañada de que no apareciera por su casa. Le puse la misma excusa que a mi familia y cuando me rogó que pasara por su consulta a buscar el dinero que me debía le dije que no me encontraba bien y que si hacía el favor se lo diera a su hermana para que a su vez se lo diera a mi tía Teresa y ella me lo haría llegar. Estábamos hablando por teléfono y se hizo un pequeño silencio al otro lado de la línea.

–Dunia.... No habrás tenido algún problema con Ginés ¿verdad? – preguntó finalmente.

–Por supuesto que no, de verdad – contesté sin ningún atisbo de duda – Ha sido muy correcto conmigo. Mi marcha no tiene nada que ver con él.

–Entonces... te mandaré el dinero por tu tía, pero por favor, prométeme que me llamarás algún día para tomar un café juntas. Ha sido muy agradable conocerte.

Se lo prometí a sabiendas de que no cumpliría mi promesa. Quería deshacerme de todos los lazos que tuvieran el poder, aunque fuera mínimo, de unirme a Ginés, y además estaba segura de que su invitación no era más que un fórmula para quedar bien. Así que ni yo la llamé, ni ella tampoco lo hizo.

A mi tía Teresa también le pareció muy raro mi repentino regreso a casa y, al igual que Cova, también me preguntó si me había ocurrido algo con el hijo de los jefes.

–Claro que no – contesté – ¿Por qué había de ocurrirme? Ni que Ginés fuera un monstruo.

–Un monstruo no lo es pero... bueno yo no lo conozco demasiado, pero he oído comentarios de que es un poco... libertino, aunque la palabra suene un poco antigua.

–Pues no, no me ha pasado nada con él.

Supe que no me había creído, pero tampoco insistió más. Aunque no habíamos convivido mucho tiempo yo me había dado cuenta de que Teresa era muy perspicaz, no le se escapaba una, al contrario que mi madre, que desde que habíamos llegado a La Coruña parecía estar viviendo en un mundo aparte al de los demás. Entre que se acordaba de mi padre día sí y día también, que no era capaz de encontrar trabajo y que entre mi tía y ella flotaba continuamente una nube de tensión, no se enteraba de nada que no fueran sus propios problemas. No se lo reprocho, no lo he hecho jamás, pero a veces me ponía muy nerviosa su, por lo menos aparente, falta de voluntad. Todo fue cambiando cuando finalmente entró a trabajar en el estudio de arquitectura. Y nuestra vida se asentó en la rutina.

Comenzó el curso y yo intenté centrarme en mis estudios y olvidarme un poco de lo ocurrido, y digo un poco porque estaba segura de que algún día Ginés y yo volveríamos a vernos las caras y entonces podría resarcirme del todo del daño que me había hecho. Tenía que mantener vivo el recuerdo de esa noche en que me había robado la inocencia por la fuerza. No sabía cómo ni cuándo, pero llegaría mi momento. El paso de los meses fue mitigando el dolor, pero la sed de venganza se quedó ahí, intacta dentro de mi mente y de mi corazón lastimado.

Le vi mucho antes de lo que hubiera querido, cuando la herida todavía no se había cerrado y en la memoria todavía dolían unas caricias y unos besos que no habían sido de verdad. Se acercaban las Navidades y yo había salido a hacer algunas compras. La calle Real era un hervidero de gente que entraba y salía de las tiendas en una loca carrera consumista. Me paré delante de un escaparate a mirar no sé qué y le vi dentro de la tienda con Adela, felices, sonrientes, como si nada hubiese pasado, ajenos a lo que yo sentí en aquellos instantes, algo extraño, una mezcla de rabia y pena, de odio y celos. Si el haberme forzado me había dolido en el alma, el verle de nuevo al lado de aquella de quién había renegado me multiplicaba el dolor por mil. Semejante visión de pareja feliz era la confirmación completa de que yo sólo había sido un juguete en sus manos. Por un instante nuestras miradas se cruzaron, mientras su novia se probaba un sombrero y daba vueltas frente a un espejo. Se le heló la sonrisa en el rostro y por una décima de segundo pensé que iba a venir a mi encuentro, pero de pronto Adela se dio la vuelta hacia él y él la tomó por la cintura y le dio un beso en los labios. Sé que lo hizo para mortificarme. Supongo que lo consiguió, porque me batí en retirada y regresé a casa triste y desalentada. Allí sólo estaba Teo jugando con su consola y yo crucé la sala casi sin saludarle y me metí en mi cuarto a llorar. Al poco rato le escuché golpear ligeramente la puerta.

–Dunia, ¿estás bien? Me ha parecido oírte llorar.

–Estoy bien – contesté incorporándome en la cama y limpiando mis lágrimas con el dorso de mi mano.

La puerta se abrió y mi primo asomó medio cuerpo.

–¿Puedo entrar? – preguntó.

No estaba muy segura yo de ser buena compañía para nadie, pero Teo siempre tenía el poder de animarme y espantar mis males, así que le di permiso para entrar. Se sentó a mi lado en la cama y me abrazó. No era un adolescente al uso, al menos eso me parecía a mí, pues era muy cariñoso y siempre dispuesto a ofrecer su mano para ayudar.

–¿Qué te pasa, Dunia? ¿Por qué lloras? ¿Te ha ocurrido algo en la calle?

Tomé su mano y la apreté mucho entre las mías, intentando tragarme las lágrimas que amenazaban con bañar mi rostro de nuevo.

–Nada, Teo, no pasa nada, sólo que.... bueno... se acercan las Navidades, recuerdo a mi padre... esas cosas.

–Desde que volviste de tu trabajo en la casa esa de la playa no has vuelto a ser la misma.

–Pero ¿qué cosas dices? – dije intentando quitarle hierro al asunto, pues a la vista estaba que Teo era tan sagaz como su madre – Si apenas me conocías de antes.

–Puede ser. Pero cuando llegaste a esta casa eras una chica alegre, decidida, fuerte y ahora... ahora parece que parte de tu fuerza se ha muerto y tus ojos ya no tienen el brillo de antes. A ti te pasó algo con Ginés. Te gustaba y te hizo alguna jugarreta ¿verdad?

Por unos instantes dudé si decirle o no la verdad. A veces, y sólo a veces, me daba la impresión de que si le contaba a alguien lo ocurrido me quedaría mucho más aliviada, pero en realidad pensé que era cuestión de tiempo que la pena se fuera mitigando y que sería mucho más fácil planear mi venganza sin que hubiera nadie que supiera mis intenciones o tuviera sospecha de ellas. Así que finalmente le mentí como había mentido a los demás que me habían preguntado.

–Bueno... no te voy a negar que Ginés me llegó a gustar un poquito y que me fastidió que tuviera novia y que estuvieran tan enamorados, pero nada más. Estas cosas pasan Teo, y el mundo sigue girando. Ya te darás cuenta.

Me miró de hito en hito y se pasó una mano por su pelo lacio antes de hablar.

–Lo sé – dijo – pero te entiendo. Los amores no correspondidos son una porquería.

Sonreí ante su respuesta. Al fin y al cabo tanto él como yo éramos casi dos niños que no sabían casi nada del amor y sin embargo hablábamos ya con resentimiento.

–Olvídalo. Esto sólo fue un ataque de nostalgia. Anda, vamos a dar una vuelta, que la ciudad está muy bonita con tanta luz encendida.

martes, 23 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 7

 



A mediados de septiembre Ginés comenzaba a trabajar en el despacho de abogados. Previsiblemente yo continuaría con mi ocupación todo el mes, hasta que en octubre me comenzaran las clases. Después, en caso de ser necesario, intentaría buscar otro tipo de ocupación más compatible con los estudios, salvo que fuera mi madre la que encontrara un buen trabajo, bien remunerado y adaptado a sus conocimientos de secretaria, profesión que nunca había llegado a ejercer, aunque sí le había echado una mano a mi padre en ocasiones.

El último fin de semana en el chalet se preveía interesante. Ginés se empeñó en hacer una cena de despedida y se gastó una pasta en comprar marisco y vino. El tiempo, que aquellas dos semanas de septiembre no nos había acompañado demasiado, se congratuló con nuestra partida y volvió a ser soleado y hasta caluroso, así que nuestra última noche de sábado comimos marisco y bebimos Albariño hasta alcanzar un estado de euforia muy agradable. Ginés, que estaba un poco más ebrio que yo, se empeñó en que teníamos que darnos un último chapuzón en la piscina.

–Está bien – le dije, atraída por la idea –.Vamos a ponernos los bañadores.

–No hace falta – repuso abrazándome – podemos meternos desnudos.

–Ya te gustaría que me metiera yo desnuda contigo en la piscina – le dije con una carcajada – Anda, vamos a cambiarnos.

Lo hicimos, nos pusimos nuestros trajes de baño y nos metimos en la piscina. El agua tuvo el poder de aclarar un poco nuestras mentes, por lo menos la mía, no estoy muy segura de que hiciera lo mismo con la de Ginés. Estuvimos jugueteando un rato largo, nadando de un lado a otro, persiguiéndonos... hasta que me acorraló contra una esquina. Me abrazó y me dio un largo beso en la boca. Cuando se despegó de mí me miró durante un instante.

–¿Qué miras? – le pregunté.

–Lo guapísima que eres – me dijo.

Volvió a besarme de nuevo apretándose mucho contra mi cuerpo. Entonces yo noté su excitación y me asusté un poco. Supe que había llegado el momento de actuar con sutileza y acabar con el juego, aunque intuía que esa vez no me iba a resultar tan fácil como otras. Mis intentos por zafarme de sus brazos eran inútiles, y lo que primero traté de hacer con delicadeza finalmente hube de hacerlo con firmeza.

–Ginés, no … sabes que no ha llegado mi momento. Cuando todo esté más claro entre nosotros.

–Oh vamos, Dunia, no seas ingenua, déjate de tonterías. Lo deseas tanto como yo.

Me bajó la parte de arriba del biquini y comenzó a besar mis pechos, mientras yo luchaba inútilmente por librarme de él. Me entró pánico y le grité.

–¡Suéltame, Ginés! ¡Suéltame o me enfadaré! ¡No quiero hacerlo!

Pero Ginés estaba cegado por una pasión enfermiza contra la que yo nada tenía que hacer. Mientras murmuraba no sé qué cosas que yo no escuchaba me separó la parte baja de mi bikini y me penetró con fuerza. Un dolor lacerante recorrió mi cuerpo de abajo arriba y sabiendo que mis fuerzas no eran suficientes para defenderme, comencé a llorar y me dejé hacer rogando que terminara pronto. Afortunadamente así fue, y en cuanto aflojó su abrazo salí de la piscina y subí a mi cuarto dejándole allí solo, metido en el agua en la que en aquel momento me gustaría que se hubiera ahogado. En unos minutos la realidad se había abierto ante mí. ¿Cómo había podido ser tan estúpida como para no darme cuenta de sus intenciones? ¿Cómo no había podido ver que sus gracias, sus mimos, sus gestos amables sólo eran parte de una estrategia previamente estudiada? ¿Por qué me había dejado embaucar? ¿Por qué no había hecho caso a mis intuiciones que me habían dicho, cientos de veces, que el cariño de Ginés no era sincero? Preguntas para las que ya daba igual encontrar o no respuesta. Lo que había hecho mi enamorado tenía un nombre: violación, y tenía que denunciarlo.

Me metí en la bañera y dejé que el agua de la ducha arrastrara poco a poco mis penas y mis lágrimas. Lloré, claro que lo hice, por sentirme herida en mi amor propio que por la violación . Es evidente que me hubiera terminado entregando a él si lo nuestro hubiera seguido adelante. Lo más horrible de todo era que que me había obligado, sin importarle nada mis sentimientos y mucho menos mis palabras, mis ruegos para que parara.

Miré el reloj y vi que eran más de las cuatro de la mañana. Pensé en ir a denunciarlo, pero no me sentía con fuerzas, así que me metí en la cama absolutamente dolorida en el cuerpo y en el alma, pero con la firme intención de, a la mañana siguiente, ir a comisaría y cursar la correspondiente denuncia.

Como apenas pude dormir me levanté temprano e hice mi maleta. Había quedado con Cova en que aquel domingo le daría una limpieza general a la casa, pero no sólo no lo iba a hacer, sino que tampoco iba a continuar trabajando los quince días que quedaban de septiembre. Tenía muy claro que lo que deseaba era perder de vista de una vez por todas a aquel impresentable.

Cuando bajé a la cocina me lo encontré allí. A juzgar por su lamentable estado debía de haber pasado la noche en el jardín, pues aún vestía el bañador.

–Buenos días, preciosa – dijo – ¿Qué haces con esa maleta?

No contesté, pero por supuesto él insistió.

–¿Te vas ya? ¿No habíamos quedado en limpiar la casa antes de marchar? Ah ya.... estás enfadada otra vez. ¿Te hice daño ayer?

¡Pero cómo se podía ser tan cínico! Me enfurecí y me encaré con él dispuesta a decirle las cuatro cosas que se merecía.

--Mucho, mucho daño. Eres un ser despreciable.

–Lo siento... después me di cuenta de que eras virgen. Me porté como un bruto. Pero es que tenía tantas ganas.... Y además estaba muy borracho.

Se acercó a mí con intención de abrazarme. Me parecía increíble que se portara como si tal cosa y le propiné una fuerte bofetada que le hizo llevarse la mano a la mejilla.

–Pero.... ¿Qué pasa?

–¿Qué pasa? Y aun lo preguntas. ¿Acaso tuviste en cuenta mis deseos la noche pasada? Te dije que no me sentía preparada para hacer el amor contigo pero te dio igual. Me violaste, Ginés, y no vas a quedar impune.

Soltó una sonora carcajada y la expresión de sus ojos se volvió fría como el hielo.

–¿Y qué vas a hacer? ¿Denunciarme? ¿Crees que alguien te creerá? Llevamos un mes viviendo aquí solos, la gente nos ha visto por ahí de la mano, besándonos... y pretendes hacer creer a alguien que te violé. No me hagas reír. Además, qué violación ni qué cojones. ¿Te crees que un tío como yo se puede conformar con unos cuantos morreos? Ya estaba un poco harto y la culpa es sólo tuya. Me ponías caliente y después me mandabas a paseo. Ayer pasó lo que tenía que pasar, nada más.

Escucharlo hablar así me decepcionó mucho más de lo que ya estaba. El Ginés que yo soñaba no tenía nada que ver con el que tenía delante, aunque en el fondo era previsible. En realidad el Ginés que yo soñaba no existía, me lo había inventado yo, lo había amoldado a mi manera y al final me había creído firmemente que era así, como el de mis sueños, a pesar de que en determinados momentos mi cerebro de persona normal había tratado de imponerse a mi corazón enamorado y me había enviado señales para que me diera cuenta de mi error. Pero no funcionaron y ahora el chico que me había encandilado me mostraba su verdadera faz, su única faz, esa que yo no había podido o tal vez no había querido ver.

–Eres despreciable – le dije aguantando el tipo como podía, pues cada vez me sentía más maltrecha – Dime, ¿alguna vez has sentido algo por mí? ¿algo realmente sincero?

Tomó un sorbo de su taza de café y sonrió burlonamente.

–Eres una ingenua – dijo – Una tonta que juega al amor sin darse cuenta de que el amor no aparece tan fácilmente. Estás muy buena y me lo he pasado muy bien contigo. Pero nada más. Y para serte sincero, ya no aguantaba más sin follarte. A lo mejor es que no soy nada romántico.

Cómo me dolieron aquellas crueles palabras. Nunca en mi corta vida nadie me había despreciado de aquella manera. Pero el dolor duró unos segundos, los necesarios para darme cuenta de que acabar con él era lo mejor que me podía haber ocurrido y de que por una persona así no debía derramar una sola lágrima. Así que no le di réplica. Tomé mi maleta y antes de salir por la puerta yo le dicté mi sentencia:

–Tienes razón, no voy a denunciarte, nadie me creería y me sería muy difícil demostrar lo que has hecho, pero la vida es muy larga y tal vez algún día volvamos a encontrarnos, y entonces aprovecharé mi oportunidad.

–¿Me estás amenazando?

No le respondí. Abrí la puerta y salí de aquella casa y de su vida. Y comencé a pensar de qué manera podría vengarme.


domingo, 21 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 6

 



Fue una velada maravillosa, el mejor recuerdo de mis recién estrenados dieciochos años. Bailamos, cenamos, nos besamos y cuando llegó la hora nos retiramos a nuestros respectivos dormitorios. Yo temía que Ginés pensara que podía ocurrir algo más. Estaba enamorada pero aún no me sentía preparada para entregarme a un hombre. Puede que en ese sentido fuera una chica demasiado clásica, aunque en el fondo creo que el motivo que me llevaba a no querer acostarme con aquel muchacho que me tenía embobada era la inseguridad, el temor a que aquella relación no fuera verdadera. Me parecía que su noviazgo estaba todavía demasiado reciente como para que así, de pronto, se hubiera enamorado de mí. Necesitaba más tiempo. No quería que mi corazón acabara lastimado. Por eso me sentí aliviada cuando al subir a nuestros cuartos él se despidió con un suave beso en los labios y un simple hasta mañana.

Aquella noche apenas pude dormir. Mi corazón estaba demasiado agitado, ilusionado, pero también preocupado. Al día siguiente llegaban sus padres y yo no sabía cómo iba a continuar todo aquello. Pero no había motivo para la inquietud. Ginés me lo dejó muy claro a la mañana siguiente, mientras desayunábamos en el jardín.

–Oye, Dunia, esta tarde regresan mis padres, así que tendremos que ser discretos – me dijo.

–Ya – respondí sintiéndome un poquito desilusionada, aunque en el fondo creía que tenía razón, era mejor ir despacio.

–No te enfadarás ¿verdad? – repuso, supongo que al darse cuenta de mi pequeña decepción.

Dije que no con un movimiento de la cabeza.

–Es que.... sobre todo mi madre estaba muy encariñada con Adela. A lo mejor no le sienta bien que tú y yo... tan pronto... ¿entiendes? No tiene nada que ver en que tú seas la chica del servicio, eh.

–No te preocupes, claro que lo entiendo.

Sí, claro que lo entendía, aunque es verdad que ni por la imaginación se me había pasado que el que yo fuera la asistenta supusiese algún impedimento para nuestra relación... hasta aquel momento, pero no dije nada, evidentemente.

–Pues entonces delante de mis padres nos llevaremos bien, como amigos, pero nada más ¿vale? Aunque supongo que ellos se marcharán a la ciudad, pues tienen que comenzar a trabajar ya, y yo voy a intentar quedarme aquí y que te dejen quedarte a ti también para que me atiendas y esas cosas.

Me guiñó un ojo y me sonrió, y con esos gestos tan simples consiguió desarmarme y que olvidara mis reticencias. Yo le gustaba y llegaríamos a ser novios, no cabía la menor duda.

Cova y su marido llegaron a media tarde. Venían felices, relajados y cargados de regalos. Para mí también. Ella me trataba como si fuera una más de la familia. Cuando empezó a repartir los obsequios preguntó por Adela y yo me puse un poco tensa.

–Se ha ido – respondió Ginés – se ha enfadado y hace mas de una semana que se ha largado. Déjala, ya se le pasará.

–¿Y no tienes pensado llamarla? – insistió la mujer – Ya sabes que es un poco caprichosa pero también es buena chica y te adora. Además, si ella no está ¿qué haces aquí tú solo? Te debes de haber aburrido como una ostra, hijo.

–Para nada mamá. He descubierto que me gusta estar solo aquí y además he estado preparando cosas para comenzar en el bufete. Es más, creo que me quedaré los quince días que me restan de vacaciones, aunque me gustaría que dejaras conmigo a Dunia para que se ocupara de las cosas de casa, ya sabes que yo soy un desastre... si no te importa, claro.

–Buf, sí, bastante desastre. Pues no sé, habrá que preguntarle a Dunia si prefiere quedarse aquí atendiendo a un tipo como tú o venirse conmigo a la ciudad.

Cova me miraba sonriendo. No sé qué quería o qué esperaba que contestara, así que decidí actuar con diplomacia e irme por la tangente.

–A mí me encanta estar aquí y atender a Ginés es bastante fácil. Si tengo que marcharme a la ciudad me marcharé, pero no niego que me gustaría quedarme y disfrutar de los últimos coletazos del verano.

–Pues no se hable más – respondió Cova de buen humor – os dejo quedaros. Yo vendré algún día, pero tú – dijo dirigiéndose a su hijo – llama a Adela.

–Por supuesto que la llamaré, mamá, y volverá al redil, ya verás.

No me gustó ni la insistencia de Cova ni tampoco la aparente conformidad de Ginés. Eran detalles como esos los que me hacían dudar, aunque él, sabedor de mis dudas, intentaba quitarles importancia.

–Mi madre es un poco pesada con Adela, ya ves, y yo le sigo la corriente, pero no pienso llamarla – me dijo en cuanto estuvimos solos.

–¿Y qué pasará si de pronto aparece? – pregunté.

Ginés me miró sin saber qué responder. Yo fui capaz de leer el desconcierto en su mirada, un desconcierto que, una vez más, significó mi inseguridad, mi decepción.

–No va a aparecer – dijo finalmente – ella no es así.

–Pero tú imagínate que aparece – insistí – ¿Qué pasaría... conmigo?

Se mantuvo callado durante unos segundos. Después soltó una pequeña risa y movió la cabeza de un lado a otro, como si yo fuera una niña traviesa que lo quisiera poner en evidencia. Me sentó mal aquel gesto que yo interpreté, si no como desprecio, sí como indiferencia, por eso me levanté del sofá del salón y me marché a la cama sin darle las buenas noches. Poco después escuché unos tímidos golpes en la puerta pero no hice caso. Estaba triste y no tenía ganas de escuchar las excusas que se había inventado.

A la mañana siguiente, cuando desperté, antes de levantarme de la cama, pensé si no sería mejor marchar a La Coruña con Cova. Sabía que no me iba a sentir cómoda sola con Ginés, al fin y al cabo ya tenía una respuesta a mis dudas. Yo no era más que una diversión para él.

Cuando bajé a la cocina para desayunar lo hice con la intención de cumplir la decisión que había tomado, hasta que apareció él y me regaló los oídos con sus palabras.

–Ayer te fuiste a la cama enfadada – me dijo mientras se servía un café.

–Me voy a ir a La Coruña con tu madre – le dije por toda respuesta.

–Mi madre ya se ha marchado. Puedes irte si quieres, aunque a mí me gustaría que te quedaras. Pero también me gustaría saber por qué te fuiste ayer enfadada a la cama.

Suspiré y me armé de valor. Aquella era una buena oportunidad para aclarar las cosas y lo iba a hacer.

–Yo... yo nunca he tenido novio – comencé – Ya te dije que cuando me vine de Madrid quedó allí un chico con el que había tonteado un poco pero por el que no sentí nada parecido a lo que siento por ti. A veces me da la impresión de que yo para ti soy sólo una sustituta mientras tu novia no vuelve y que el día que ella regrese todo terminará. No sé, Ginés. A lo mejor estoy precipitando las cosas pero... yo creo que estoy enamorada de ti y que tú no sientes lo mismo por mí.

Él se acercó a mí sonriendo y me abrazó. Me beso primero en la frente y después en los labios. Me hizo sentar frente a él y me hablo de forma que parecía sincera.

–Dunia tú me gustas, me gustas mucho y estoy disfrutando mucho a tu lado, pero todavía es pronto para hablar de algo más. Yo llevo muchos años saliendo con Adela, es una chica un poco especial pero yo la quiero... o la quería. Seguramente si tú no estuvieras aquí yo ya la habría llamado, o incluso la hubiera ido a buscar a La Coruña. Si no lo he hecho es porque estoy muy a gusto contigo y quiero darle una oportunidad a esto que está naciendo entre los dos. Pero aun es pronto para hablar de amor, aunque tú creas que estás enamorada de mí.

No hicieron falta más argumentos por su parte, yo no se los pedí, con aquellas simples palabras me convenció. En aquella semana que llevábamos juntos sus palabras me habían convencido siempre. Aunque luego volvieran las dudas.

*

El resto de la semana fue perfecta. Yo me daba cuenta de que cada día que pasaba me sentía más feliz a su lado y pensaba que a él le ocurría lo mismo. Una tormentosa noche, acurrucados en el sofá del salón mientras mirábamos una película en la televisión, comenzamos a besarnos, como hacíamos tantas veces, pero en aquella ocasión yo notaba que Ginés quería ir más allá. Me acariciaba el rostro, me besaba el cuello hundiendo su cara en él y en un momento dado sus caricias llegaron hasta mis pechos. Yo era plenamente consciente de lo aquello significaba y también lo era de que, a pesar de sentirme enamorada, no me había llegado el momento de entregarme a un hombre, así que lo aparté suavemente de mi lado.

–Ginés yo.... no me siento preparada todavía.

Me miró con aquellos ojos grises cargados de incredulidad. Seguramente pensaría que era una mojigata, una estrecha, una calentona incluso, aunque si lo pensó se abstuvo de decirlo. Al contrario, se mostró muy comprensivo e incluso se disculpó por su atrevimiento.

–Lo siento, pequeña. Es que me gustas tanto que a veces.... Pero no te preocupes, nunca ocurrirá nada que tú no quieras.

Puede que en aquel momento esas frases fueran francas, veraces, limpias, pero lo cierto es a partir de entonces yo noté en Ginés unas atenciones mucho menos inocentes, unas caricias más lascivas, unos besos que buscaban los recovecos de mi piel cada vez con más ansia. No sé cómo no me di cuenta de que todo aquello era el preludio de un final nada agradable.


viernes, 19 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 5

 



Aquellos días que pasamos juntos, Ginés se portó como un perfecto caballero. Me llevaba de aquí para allá, viajábamos por los pueblos de los alrededores (yo acababa de llegar y no conocía casi nada de Galicia), dábamos largos paseos por la playa al atardecer, íbamos al cine, o si hacía mal tiempo montábamos nuestro propio cine en casa, con palomitas incluidas. Se portaba tan bien que mis reticencias del principio quedaron enterradas en lo más profundo de mi mente y llegué a pensar que sí, que era posible que llegáramos a ser novios formales, como él parecía que era antes con Adela, la cual, por cierto, no volvió a dejarse ver por allí, lo que me llevó a creer que había desaparecido completamente de la vida de mi enamorado.

El sábado anterior al día en que sus padres regresaban de Formentera era mi cumpleaños y además mi día libre, en el que se suponía que me ausentaba de mis quehaceres domésticos y me marchaba a mi casa. Hasta el momento todos los fines de semana lo había hecho, y aunque aquel preciso día, en pleno idilio con Ginés, no me apetecía nada marchar, lo hice. Sentía que tenía que pasar el día de mi cumpleaños, el primero en ausencia de mi padre, al lado de mi madre. Así que a media mañana tomé el bus hacia La Coruña. Mamá y la tía Teresa me estaban esperando en la estación de autobuses, lo cual constituyó una agradable sorpresa para mí por dos motivos, el primero, porque nunca nadie iba a esperarme; y el segundo, porque estuvieran las dos juntas y aparentemente de buen humor, cosa que, según la relación que yo había tenido oportunidad de observar entre ambas, era bastante infrecuente.

Fuimos a casa a recoger a Teo y después a comer a un restaurante. Invitó Teresa, evidentemente, mi madre todavía no trabajaba (el trabajo de cajera finalmente no había cuajado) y no estaba para hacer dispendios. El almuerzo transcurrió en un clima cordial, aunque por momentos a mi madre y a su hermana se les notaba que estaban haciendo verdaderos esfuerzos por comportarse como personas civilizadas. Cuando terminamos yo propuse una sesión de cine, pero solo aceptó Teo, así que me fui con mi primo a ver una película mientras mamá y Teresa regresaban a casa.

–¿Qué tal la semana, Teo? – le pregunté mientras caminábamos por la calle Real de camino al cine – ¿Cómo se han portado esas dos?

Teo me miró con los ojos muy abiertos, como si mi pregunta le hubiera producido verdadero asombro, pero yo sabía que no era tonto y que se daba perfecta cuenta de los que ocurría entre nuestras madres.

–Bien – dijo finalmente –. Aunque tampoco se hablan demasiado, lo justo. Pero creo que ya sé por qué están enfadadas.

–¿De veras? – le pregunté sorprendida y a la vez muerta de la curiosidad – Pues venga suelta, cuéntame por qué, que estoy deseando enterarme yo también.

–Por un novio – contestó sonriendo de forma pícara.

Pensé que me estaba tomando el pelo. Teo era muy locuaz y simpático y no era de extrañar que intentara burlarse un poquito de mí.

–¿No me digas? ¿Y dónde conocieron a ese novio? ¿El otro día en la cola del super?

–Te estoy hablando en serio Dunia. El otro día mi madre estaba mirando unas fotos y yo me senté a su lado. Me enseñó a los abuelos, a sus tíos... y a mucha gente que no recuerdo. En una de las fotos estaba con tu madre y en medio de las dos había un chico. Tu madre tenía un vestido muy bonito y yo dije que estaba muy guapa, entonces mamá comentó que sí, que su hermana siempre era la más guapa y la más lista, y que por eso se lo había llevado a él también. Pero cuando le pedí que me dijera quién era él no me quiso contestar. Guardó las fotos y me mandó a la calle con mis amigos.

El relato de Teo no carecía de lógica y explicaba por qué mamá y su hermana se habían tenido esa inquina desde su juventud. Un hombre, alguien que las había enamorado a las dos y que finalmente había elegido a una de ellas, o lo que es peor, pudiera ser que una tuviera un novio y que la otra se lo hubiera quitado. Si había ocurrido así, seguramente una de ellas había sufrido mucho. Pero había pasado mucho tiempo y precisamente es el propio tiempo el que termina borrando todo. Sin embargo aquellas dos parecían no haber olvidado. ¿Por qué el tiempo no había logrado terminar con el resentimiento, el odio, la pena por la afrenta sufrida?

La película consiguió disipar de mi cabeza tales pensamientos. Cuando salimos del cine acompañé a Teo a casa y me dispuse a regresar a mi lugar de trabajo. Normalmente no solía hacerlo hasta el domingo por la mañana, pero aquel sábado quería pasar parte de mi cumpleaños con Ginés. Cuando le dije a mi primo que me regresaba al pueblo aquella misma noche se puso muy triste.

–Vaya, pensé que te quedarías hasta mañana. Siempre lo haces.

–Ya pero es que hoy... tengo cosas que hacer allí. Mañana regresan mis jefes de un viaje y tengo que preparar la casa y eso. La semana que viene volveré a visitaros.

–¿Te gusta Ginés? – preguntó de repente.

Yo me puse tensa. No quería que, al menos de momento, nadie se enterara de lo mío con Ginés, que aunque para mí lo era todo, puede que para él no fuera nada. Lo más seguro era que él pensara que yo sólo era una buena amiga con la que compartir momentos agradables. Ni siquiera me había besado nunca y eso que ocasiones nos habían sobrado para ello. Por otra parte no le encontraba ninguna lógica a la pregunta de Teo. Durante aquel día no se había pronunciado el nombre de Ginés ni una sola vez, así que no comprendía por qué se le había ocurrido semejante idea.

– Pues.... es más simpático de lo que yo pensaba – respondí – pero gustar... lo que es gustar.... Además, ¿por qué me preguntas eso?

Teo se encogió de hombros y continuó caminando a mi lado.

–No sé. Es que como hoy te vas.... y allí estás sola con él... Recuerda que tiene una novia, y que es un imbécil.

No pude evitar soltar una carcajada que hizo que mi primo me lanzara una mirada furibunda.

–Si no fuera porque eres mi primo.... diría que estás un poco celosillo.

Se puso colorado hasta las cejas, pero no dudó en negarlo, por supuesto.

–Claro que no – respondió con contundencia – sólo quiero protegerte. Es un chico que no me gusta. No quiero que te hagan daño. Ginés tiene mucho éxito entre las chicas y él se aprovecha de ello. No es muy buena persona.

No sé por qué ignoré por completo aquellas palabras. A lo mejor si les hubiera prestado más atención otro gallo hubiera cantado. Pero en aquel momento simplemente abracé a mi primo y le dí un fuerte beso en la mejilla. Empecé a sospechar que Teo estaba viviendo su primer amor y que ese amor era yo, la prima llegada de lejos que de repente había conseguido revolucionar su tranquila vida. Era un muchachito encantador y la que no deseaba hacerle daño era yo a él.

–No te preocupes – le dije – Ginés sólo es mi amigo. Y nunca, nunca, dejaré que nadie me separe de nuevo de ti, ahora que te he conocido... eres el único primo que tengo...

Pareció convencido de mis palabras y me sonrió satisfecho. Lo dejé en el portal y me fui a la estación de autobuses, deseando llegar al pueblo cuanto antes para volver a estar con Ginés.

*

Me desilusionó bajar del bus y que no estuviera allí, esperándome. Claro que tampoco le había dicho el momento en que iba a llegar. Pero durante la escasa hora que duraba el trayecto me había hecho ilusiones estúpidas que había llegado a creerme como ciertas. Allí no había nadie. Comenzaba a anochecer y yo empecé a caminar acompañada del crepúsculo. Me quedaban unos diez minutos hasta llegar al chalet en el que presumiblemente sí me esperaba Ginés. Bueno, en realidad no me esperaba. Yo simplemente imaginaba que estaba allí, pero bien pudiera ser que se hubiera largado, al fin y al cabo no tenía ningún compromiso conmigo, y aunque habíamos comentado que ese día yo cumplía los dieciocho, en ningún momento había mencionado siquiera la posibilidad de celebrarlo juntos. Así que la decepción del principio no solo aumentó, sino que fue dejando sitio a una inquietud, un nerviosismo sin sentido propio de lo que yo era en aquellos momentos: una jovencita enamorada de quién no debía.

Cuando llegué a la casa parecieron cumplirse mis presagios. Al darle la vuelta a la llave y entrar en el vestíbulo pude comprobar que todo estaba a oscuras. Abrí la boca dispuesta a llamar a Ginés, pero en el último momento no lo hice. ¿Y si su novia había regresado y se encontraban en el dormitorio dedicados a quehaceres mucho más agradables que celebrar mi tonto cumpleaños? Por una vez en mi vida fui prudente. Me limité a entrar, subir a mi cuarto, soltar mi bolso encima de la cama y volver a bajar. Fui hasta la cocina y cuando estaba a punto de encender la luz, lo vi. La zona de jardín que bordeaba la piscina se encontraba rodeada de... ¡de velas encendidas! Decenas de velas encendidas iluminaban tenuemente el césped y en el cenador se divisaba la mesa puesta para la ocasión. Totalmente emocionada, pero también temerosa, me acerqué a la puerta trasera y bajé las tres escaleras muy despacio. De pronto, surgido de entre las sombras, apareció él, Ginés, vestido con un elegante traje gris oscuro, camisa blanca y pajarita; las ondas de su pelo cuidadosamente húmedas, peinadas hacia atrás; sus ojos grises mirándome fijamente, su sonrisa blanca y perfecta... Era un chico de revista y caminaba hacia mí con un paquete entre sus manos.

–Feliz cumpleaños, muñequita – dijo dándome el paquete.

Lo cogí como una autómata mientras paseaba mi mirada por todo lo que nos rodeaba. Me sentía tan impresionada que no podía hablar, ni moverme. Ginés se acercó a mí y me dio un par de besos en la mejilla.

–¿No lo vas a abrir? – preguntó.

Murmuré un “sí claro” apenas audible y abrí el paquete con manos temblorosas. Dentro había un vestido negro de fiesta. Tirante ancho, generoso escote a pico, cintura ancha con unos ligeros adornos en pedrería y falda vaporosa. Era absolutamente maravilloso.

–Anda, entra en la casa y póntelo. Vamos a celebrar que eres mayor de edad y tienes que estar deslumbrante.

Me puse el vestido. Parecía estar hecho exclusivamente para mí. Cuando salí de nuevo al jardín sonaba una ligera y suave música. Ginés se acercó, me tomó de la mano para bajar las escaleras y estrechándome después por la cintura me invitó a bailar. Yo me dejé llevar entre sus brazos sintiéndome la muchacha más feliz de la tierra. Cuando la música dejó de sonar me miró con sus arrebatadores ojos grises y me besó en los labios. El romance había comenzado.


jueves, 18 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 4

 



El chalet de Cova y su familia era ideal. Estaba situado frente a la playa, un poco alejado del núcleo urbano del pueblo pero lo suficientemente cerca como para poder llegar hasta allí dando un paseo. Era una edificación de los años setenta a la que se le habían ido haciendo los arreglos de conservación pertinentes sin que perdiera su esencia. Presidida en la parte delantera por un cuidado jardín, la trasera se había acondicionado para el disfrute veraniego. Piscina y mobiliario de jardín rodeados de una amplia y cuidada extensión de césped. Perfecta.

Yo tenía un poco más de trabajo que en el piso, pero lo llevaba bien. Mi jefa no me presionaba nada, al revés, me animaba a disfrutar de las comodidades que me rodeaban. Era como si yo fuera una más en la familia con la obligación adicional de llevar a cabo los quehaceres cotidianos, nada del otro mundo. Admito que a veces terminaba muy cansada. Si llegaba de la playa lo que menos me apetecía era poner la mesa para la cena, o la lavadora, o tender la colada, pero no me quedaba más remedio y lo tenía asumido.

El hijo de los señores, mi adorado Ginés, llegó al día siguiente con su novia, la rubia con la que lo había visto sentado en la terraza el día que salí a pasear con Teo. Era una muchacha engreída y estúpida, que o bien me ignoraba, o me miraba por encima del hombro, que no sé qué sería peor. Ginés también me ignoraba, así que a pesar de mis ilusiones, de mis sueños tontos con aquel chico de ojos grises y sonrisa de portada de revista, intenté meterme en la cabeza que tenía que olvidarme de él, que no era para mí, es más, ni siquiera me caía bien, era el tipo de hombre pagado de sí mismo que yo siempre había evitado. Estaba segura de que en el más que improbable caso de que llegara a haber algo entre él y yo, no duraría ni dos días. Claro que aquellos sesudos pensamientos se iban al garete cuando por las noches me metía en la cama y me ponía a soñar... y a dibujar una vida idílica al lado de un Ginés que ni era el mismo que existía en la realidad, ni casi sabía que yo existía, aunque viviéramos en la misma casa.

Pero a veces la vida te da oportunidades inesperadas y eso fue lo que ocurrió, que los hados se confabularon para que Ginés se diera cuenta de mi existencia y... algo más. Ocurrió que Cova y su marido decidieron hacer un viaje de quince días a Formentera con unos amigos. En el chalet se quedaría su hijo con su encantadora novia y yo para atender a tan simpática pareja. No me gustaba mucho la idea. Tener a Cova cerca me daba tranquilidad, pero quedarme yo sola con aquellos dos.... De momento me ignoraban, pero ¿y si dejaban de hacerlo? Sin embargo la cuestión era que me pagaban bien y que yo necesitaba el dinero para costearme los estudios, así que cogí el toro por los cuernos y me dispuse a intentar pasar aquellos quince días que se avecinaban en soledad, en la mayor soledad posible y así pasar desapercibida y que no me dieran mucho la lata.

La primera semana fue así. Ginés y su novia se levantaban tarde y se pasaban la mañana en la piscina. Un restaurante del pueblo traía la comida todos los días, así que yo solo tenía que servirles y recogerles la mesa. Por las tardes desaparecían de la casa. A veces no regresaban hasta muy entrada la noche. Otras volvían al atardecer, cenaban en el jardín y luego se metían en el dormitorio. En ocasiones, cuando yo me acostaba, hasta mí llegaban los sonidos del amor que provenían de la habitación situada al final de pasillo. Entonces me ponía los cascos y escuchaba música y la música tenía el poder de disipar la pequeña decepción que encogía mi joven corazón, un corazón que se empeñaba en enamorarse a pesar de las negativas de mi cabeza.

Hacía una semana que mis jefes se habían ido de viaje cuando tuvo lugar la discusión. No sé de qué estaban hablando ni por qué la conversación subió de tono hasta que los gritos comenzaron a escucharse en cada esquina de la casa. Yo estaba poniendo la mesa cuando las voces de Adela, la sin par novia de Ginés, comenzaron a retumbar por todas las esquinas. Decía que estaba harta, que ya no aguantaba más, le llamaba a Ginés gilipollas y egoísta. Le decía que era un imbécil que sólo pensaba en sí mismo y no sé qué más. El caso es que unos minutos después de cesar los gritos la vi bajar las escaleras con una maleta y salir de casa.

Aquel día nadie bajó a comer. Y yo me pasé la tarde en el jardín cavilando sobre qué hacer en aquella situación tan incómoda. Por mi cabeza desfilaron una sinfín de posibilidades. Desde telefonear a la jefa y preguntarle si me podía ir a mi casa, hasta llamar a la puerta de la habitación del final del pasillo y preguntar a su ocupante qué quería que hiciera con mi vida. Pero finalmente no hice nada. Me quedé allí, esperando acontecimientos. Ginés tendría que salir algún día de su dormitorio. Más le valía, porque la realidad era que yo no me atrevía a buscarle. Y apareció, claro que sí. Bajó cuando acababa de anochecer, debían de ser casi las diez de la noche y ya el encargado del restaurante había traído la cena hacía una hora. Yo no sabía si poner la mesa o no, y como no tenía demasiada hambre decidí esperar. Me senté al borde de la piscina y metí los pies en el agua. Realmente se estaba bien, si no fuera por la inquietud y la incertidumbre que me producía la situación.

–Hola – escuché de pronto a mis espaldas.

Me asusté y mi primera reacción fue sacar los pies de la piscina y levantarme, pero Ginés me dijo que no hacía falta.

–No te preocupes – dijo – no me apetece cenar. ¿Puedo sentarme contigo?

No sé lo qué sentí. Una emoción intensa y desconocida. Evidentemente le dije que sí. Así que se arremangó los pantalones y se sentó a mi lado del mismo modo que estaba yo, con los pies dentro del agua. Se produjo un tenso silencio entre los dos, por lo menos tenso para mí, no sé para él, aunque supongo que no, porque yo era una niña miedosa ante su primer enamorado y él ya estaba de vuelta de muchas cosas que yo desconocía.

–Se está bien así – dijo de pronto.

Yo asentí sin dejar de mirar el agua. No me atrevía a mirarle a él. Enfrentarme a aquellos ojos grises que podían esconder la burla dentro de sí era demasiado para mi mente de niña boba a medio enamorar.

–Llevas unas cuantas semanas en casa y ni siquiera sé tu nombre. En realidad casi nunca me aprendo el nombre de las asistentas.

–Claro – me atreví a decir en un ataque de valentía provocado por su comentario que a mí me pareció cargado de desprecio – total para qué. Se les llama “chica” y ya contestan, o ni siquiera se les llama. Se les ordena que te hagan un bocata de jamón y a continuación se las tacha de inútiles.

Esta vez sí que me atreví a mirarle. Él me sostuvo la mirada durante unos segundos y después dijo:

–Lo siento. Es verdad que yo hice eso. Normalmente no suelo ser tan borde con el personal de servicio, como has comprobado lo ignoro bastante.

–Por supuesto, por eso no te aprendes ni el nombre. Anda que..... ¿Quieres cenar? – le pregunté obligándome a cambiar el rumbo de la conversación, pues notaba que me estaba poniendo furiosa y cuando yo me ponía furiosa a veces hablaba de más.

–No, no quiero cenar. Quiero estar aquí en el jardín, contigo, disfrutar de esta noche y saber cómo te llamas. A lo mejor ha llegado la hora de aprender el nombre del personal de servicio. Sobre todo cuando se trata de una chica tan bonita como tú.

–Me llamo Dunia y no he venido aquí a ligar con el hijo de los dueños. ¿Quieres la cena o no? Porque si no la quieres me voy a mi cuarto.

Él me sonrió por primera vez desde que yo había pasado a formar parte de su vida, aunque eso de formar parte de su vida es un decir, y mis piernas se echaron a temblar mientras mi corazón se desbocaba como un caballito trotón.

–Parecías tímida, pero al parecer no lo eres – dijo.

–Nunca he sido tímida, soy.... pacífica, pero sé defenderme cuando me tocan las narices, aunque sea el hijo de los jefes.

–Lo siento, tienes razón. A veces me comporto como un perfecto gilipollas y para colmo hoy no ha sido un buen día. Supongo que te habrás dado cuenta – repuso con cara de afligido.

–Sería imposible no darse cuenta. Tu novia tiene una garganta potente. Estoy segura de que tendría mucho éxito como cantante de ópera.

Conseguí arrancarle de nuevo una sonrisa y esta vez yo también sonreí. A lo mejor no era tan idiota como yo había pensado, tal vez sólo fuera necesario escarbar un poco en su corazón para que acabara mostrando su lado más amable. Sopesé si marcharme a mi cuarto o quedar allí a su lado. Sabía que iba a comenzar a disfrutar de su compañía y no estaba segura de que eso fuera bueno. Me gustaba y aquellos escasos minutos que habíamos pasado juntos me habían servido para sentirme casi enamorada. A los diecisiete años ya se sabe, el amor llega así de rápido e igual de pronto desaparece y aunque yo no era demasiado consciente de ello, sí poseía la suficiente cordura como para saber que aquel muchacho no era lo que yo quería para mí... o sí... o no.... vaya lío. Además no era libre, tenía novia, una novia tonta hasta más no poder, y por nada del mundo pretendía yo meterme en medio de una relación. Así que finalmente hice ademán de levantarme.

–Me voy a mi cuarto – dije – si no me necesitas... voy a cenar algo, meterme en la cama y leer un rato.

Pero su mano tomó la mía y me retuvo.

–No te vayas, por favor, quédate conmigo. Podemos....charlar un rato. No pretendo más que eso. No me encuentro demasiado bien y … necesito compañía.

No fue necesario que rogara más. Mis buenos propósitos se fueron al garete. Allí me quedé. Y aquella noche fue el principio del principio de todo.