domingo, 7 de marzo de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 32

 



Vio cómo se acercaba a su mesa e intentó mantener la calma en la medida de lo posible. Si se mostraba grosera siempre podría fingir que no la recordaba. Pero Natalia sonreía y eso era buena señal. Cuando llegó junto a ella le saludó de forma jovial.

–Lucía. Eres Lucía ¿verdad? Soy Natalia ¿me recuerdas? No hace tantos años que nos vimos por última vez, aunque las circunstancias no fueran las mejores.

–Hola Natalia – balbuceó Lucía – Cómo no voy a reconocerte. Estás igual que siempre.

–Pues venga, mujer, dame un abrazo.

Se fundieron en un abrazo que a Lucía le pareció surrealista. No entendía bien qué hacía saludando de manera casi efusiva a quien en sus tiempos había considerado su rival.

Natalia, en un parloteo sin precedentes, le contó que estaba por allí pasando el fin de semana y se interesó igualmente por su estancia en aquel rincón del mundo. No dejaba de ser una casualidad que se encontraran a tantos kilómetros de casa. Lucía quiso ser cortés y seguir la conversación y le preguntó por Jorge, del que hacía tiempo no sabía nada. Le contó que se había asentado a vivir definitivamente en Italia, dónde trabajaba en un gran hospital y era muy apreciado. Además había encontrado pareja y se sentía muy feliz, por lo que lo más probable, seguramente, era que no volviera a España más que de visita.

–Me alegro mucho por él – dijo Lucía – es un buen chico y se merece ser feliz

–Todos nos lo merecemos – repuso Natalia – y yo precisamente no perdí ocasión de poner zancadillas a tu felicidad. Me gustaría pedirte perdón por ello.

–Natalia – dijo Lucía ya más calmada, al comprobar que el acercamiento de Natalia era en son de paz – yo creo que si alguien tiene que pedirte perdón... a lo mejor soy yo... no sé.

Natalia le sonrió y le preguntó si podía sentarse. Lucía hizo un gesto de asentimiento. No se esperaba aquel encuentro, pero no sabía por qué le parecía que iba a ser agradable y fructuoso.

–Me porté como una estúpida. – dijo Natalia – Ya sé que perder a alguien que amas no es plato de buen gusto, pero en el fondo yo sabía desde hacía tiempo que mi relación con Pedro nunca llegaría a buen puerto. Intentar retenerlo con una mentira no fue la mejor de las ideas. No se puede obligar a nadie a que te quiera. Supongo que... estáis juntos de nuevo ¿no es así?

–No, no lo estamos – contestó Lucía bajando la cabeza – yo creo que en el fondo todavía te quiere a ti.

–¿A mí? – preguntó Natalia sorprendida – ¿Y de dónde has sacado eso?

Lucía la miró y no contestó. Recordó el último día que habían estado juntos Pedro y ella, en la cama, cuando después de hacer el amor y de haber charlado sobre sus planes, incluso de boda, le había llamado Natalia. No le apetecía contárselo a ella. Al fin y al cabo nunca había habido entra las dos demasiada confianza ni una amistad profunda.

–No sé, yo.....

–Estás totalmente equivocada. Te quiere a ti y créeme, Pedro es un buen muchacho, el mejor, pero no para mí. Mira ¿ves aquel chico que está apoyado en la barra?

Lucía miró hacia donde Natalia le indicaba.

–Es mi marido – prosiguió Natalia – nos hemos casado hace dos meses, después de un noviazgo muy corto. No tiene tiene nada que ver con Pedro, él es realmente el hombre que necesito a mi lado. Bueno, Lucía, me ha encantado volver a verte. Ha sido la ocasión perfecta para poder liberar un poco mi conciencia. Busca a Pedro. Estoy segura de que seréis muy felices juntos.

Lucía vio a Natalia salir del bar con su marido y se quedó pensando en que al parecer todos iban teniendo suerte en el amor menos ella misma, aunque al minuto se dio cuenta de la estupidez de semejante pensamiento. ¿Todos? ¿quiénes eran todos? ¿Pedro? ¿Juan? ¿Lázaro? ¿María?... en realidad a casi nadie le iba bien en el terreno amoroso. Apartó aquellas tonterías de su cabeza y salió del bar. Dentro de dos semanas regresaría a España. Una vez allí ya vería lo que hacía.

*

El mes de junio en Madrid ya comenzaba a ser insoportable. Lucía lo supo cuando al bajarse del avión notó el cambio de temperatura con respecto a Londres, en dónde había embarcado apenas hora y media antes con unos cuantos grados menos. Se quitó la chaqueta y la guardó en el bolso. Al llegar a la terminal del aeropuerto se vio reflejada en los cristales y fue consciente por primera vez de que su vientre comenzaba a crecer. No podría ocultar su embarazo durante mucho tiempo. Tampoco es que lo pretendiera, solo que no deseaba que Pedro se enterara por terceras personas y no estaba muy segura de cómo decírselo.

El lunes tuvo que ir al instituto. Tenía que presentar un memoria sobre el curso realizado, aunque los alumnos ya no estaban y el profesorado ultimaba los detalles para terminar el curso y entregar las notas a los muchachos. Lucía acudió con la esperanza de que Juan no anduviera por allí. No tenía por qué hacerlo. Él era el psicólogo del colegio así que aquellas alturas ya no tenía mucho que trajinar por allí. Pero no tuvo suerte. Al terminar la mañana, cuando ya casi estaba a punto de regresar a casa y abandonar el instituto hasta el mes de septiembre, Juan entró en la sala común y la encontró allí, despidiéndose de una de las profesoras de inglés.

–¡Lucía! – exclamó – ¡Qué sorpresa! No sabía que habías vuelto. Pensé que regresabas la semana próxima.

Juan se acercó a ella y la abrazó. Ella intentó disimular como pudo su incipiente embarazo, pero el inevitable roce de los cuerpos hizo que Juan notara algo fuera de lugar. Al principio pensó simplemente que su amiga había engordado un poco, pero cuando se separaron y la miró con detenimiento se dio cuenta de que la única parte de su cuerpo más voluminosa de lo normal era su vientre. Juan se quedó mirando la barriga de Lucía sin saber muy bien qué decir. Al momento se le pasaron mil ideas por la cabeza, entre ellas preguntarse de quién era aquel niño. Tal vez de Pedro, pero no lo podía asegurar. Como se suponía que había confianza finalmente se atrevió a hablar.

–¿Estas.. embarazada?

Lucía lo miró con cara de circunstancia.

–¿Necesitas que te conteste? – preguntó a su vez – Empieza a ser evidente ¿no? Y para saciar tu curiosidad te voy a dar la información completa. El padre es Pedro y todavía no lo sabe, y te rogaría que no le dijeras nada, quiero hacerlo yo.

*

La mañana en que Lucía había abandonado su casa como alma que lleva el diablo, Pedro se quedó con muy mal cuerpo. No sabía por qué había tenido aquel lapsus y había pronunciado el nombre de Natalia si jamás pensaba en ella ni sentía nostalgia alguna de sus años juntos. Su cerebro le había jugado una mala pasada estúpida que llevaba camino de costarle su relación con la mujer que amaba. Llamó a Lucía durante todo el día y el siguiente, a pesar de que sabía que no le iba a contestar y se presentó en el aeropuerto el día de su marcha aun presintiendo lo que iba a ocurrir. Ella no estaba dispuesta a pasar por alto su despiste.

Durante un tiempo Pedro intentó seguir con su vida de siempre y apartar a Lucía de su mente y de su vida. Había comprendido que su actitud con ella nunca había sido la correcta. Primero ocultar su amor, después escoger al hijo que nunca existió despreciándola.... tal vez fuera lógico su enojo y tal vez ese enojo fuera de tal calibre que echara por la borda la posibilidad de retomar su amor. Sin embargo conforme iban pasando los días, primero y las semanas, después, Pedro sentía que no se podía resignar y una tarde, después de darle muchas vueltas a la cabeza, decidió presentarse en casa de Lucía, de su abuela, a suplicarle una ayuda que en el fondo imaginaba imposible.

Timbró en el portal y la voz de Soledad se dejó oír preguntado quién era. Él dudó un momento qué decir, pero finalmente, suponiendo que la mujer lo recordaría, se dio a conocer. Y el portal se abrió sin que la abuela hiciera más preguntas Pedro enfiló en pequeño sendero de grava que llevaba a la puerta de la casa. Justo cuando llegó la puerta se abrió y apareció Soledad, sonriendo, con sus gafas de pasta marrones y su pelo gris recogido en un moño italiano.

–Hola, Pedro, pasa, pasa. Me alegro de volver a verte – saludó – Vamos al salón. ¿Te apetece un café?

–No se moleste – respondió Pedro con timidez – no pretendo robarle mucho tiempo.

–No te preocupes, yo tengo todo el tiempo del mundo. Anda, siéntate, supongo que vienes a hablar de la tozuda de mi nieta.

La mirada de Pedro mientras se sentaba fue de lo más elocuente.

–A veces no sé cómo puede ser tan idiota. Porque estarás conmigo en que enfadarse de esa manera por una tonta confusión es de idiotas.

–Bueno, yo...

–Tú no quieres llamar a las cosas por su nombre y lo entiendo. La quieres, yo sé que la quieres, y en la medida de lo posible disculpas sus defectos, incluso me atrevería de asegurar que te echas la culpa de lo ocurrido. Bueno, a lo mejor alguna sí que tienes, pero en fin, no creo que estés aquí para hablar de culpabilidades sino para intentar recuperarla.

A Pedro le cayó bien de inmediato aquella mujer directa y sincera que no parecía tener pelos en la lengua. No le había hecho falta decir a qué había acudido a aquella casa, ella lo había acertado y además parecía conocer sus pensamientos de manera casi inquietante.

–Yo la quiero – dijo por fin – la quiero como nunca he querido a nadie y soy consciente de que he tenido mis fallos a lo largo de nuestra relación. Nada me gustaría más que volver a tenerla a mi lado. Pensé que tal vez usted... pudiera ayudarme.

Soledad sonrió y después soltó un suspiro.

–Verás, muchacho – dijo – Lucía es una buena chica, pero tienen un defecto muy gordo, si ella ve algo de color negro, aunque sea blanco, ha de ser negro porque ella lo dice. No sé si sabrás que durante bastante tiempo estuvimos distanciadas. Ella estuvo muchos años con un chico que era un sinvergüenza y le hacía mucho daño. Yo quise advertirla pero ella se enfadó conmigo diciendo que no tenía derecho a meterme en su vida. Dejó de dirigirme la palabra más que lo necesario, aunque al final el tiempo acabó dándome la razón. Te cuento todo esto porque quiero que entiendas que yo no puedo hacer mucho, al menos de manera directa. No puedo arriesgarme a perderla. Lo entiendes ¿verdad?

Pedro asintió dejando entrever en su mirada toda la tristeza que sentía en aquellos instantes. Estaba comenzando a pensar que se había equivocado con la visita, que no iba a sacar nada en limpio. Soledad se dio cuenta de la frustración del muchacho, pero ella era una mujer de recursos.

–Pero no te pongas triste – le dijo – que algo se podrá hacer. Ha estado todos estos años suspirando por ti, no te va a olvidar tan fácil. Deja que regrese y durante estas semanas no intentes ponerte en contacto con ella. Luego ya veré lo que podemos hacer.



No hay comentarios:

Publicar un comentario