domingo, 21 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 6

 



Fue una velada maravillosa, el mejor recuerdo de mis recién estrenados dieciochos años. Bailamos, cenamos, nos besamos y cuando llegó la hora nos retiramos a nuestros respectivos dormitorios. Yo temía que Ginés pensara que podía ocurrir algo más. Estaba enamorada pero aún no me sentía preparada para entregarme a un hombre. Puede que en ese sentido fuera una chica demasiado clásica, aunque en el fondo creo que el motivo que me llevaba a no querer acostarme con aquel muchacho que me tenía embobada era la inseguridad, el temor a que aquella relación no fuera verdadera. Me parecía que su noviazgo estaba todavía demasiado reciente como para que así, de pronto, se hubiera enamorado de mí. Necesitaba más tiempo. No quería que mi corazón acabara lastimado. Por eso me sentí aliviada cuando al subir a nuestros cuartos él se despidió con un suave beso en los labios y un simple hasta mañana.

Aquella noche apenas pude dormir. Mi corazón estaba demasiado agitado, ilusionado, pero también preocupado. Al día siguiente llegaban sus padres y yo no sabía cómo iba a continuar todo aquello. Pero no había motivo para la inquietud. Ginés me lo dejó muy claro a la mañana siguiente, mientras desayunábamos en el jardín.

–Oye, Dunia, esta tarde regresan mis padres, así que tendremos que ser discretos – me dijo.

–Ya – respondí sintiéndome un poquito desilusionada, aunque en el fondo creía que tenía razón, era mejor ir despacio.

–No te enfadarás ¿verdad? – repuso, supongo que al darse cuenta de mi pequeña decepción.

Dije que no con un movimiento de la cabeza.

–Es que.... sobre todo mi madre estaba muy encariñada con Adela. A lo mejor no le sienta bien que tú y yo... tan pronto... ¿entiendes? No tiene nada que ver en que tú seas la chica del servicio, eh.

–No te preocupes, claro que lo entiendo.

Sí, claro que lo entendía, aunque es verdad que ni por la imaginación se me había pasado que el que yo fuera la asistenta supusiese algún impedimento para nuestra relación... hasta aquel momento, pero no dije nada, evidentemente.

–Pues entonces delante de mis padres nos llevaremos bien, como amigos, pero nada más ¿vale? Aunque supongo que ellos se marcharán a la ciudad, pues tienen que comenzar a trabajar ya, y yo voy a intentar quedarme aquí y que te dejen quedarte a ti también para que me atiendas y esas cosas.

Me guiñó un ojo y me sonrió, y con esos gestos tan simples consiguió desarmarme y que olvidara mis reticencias. Yo le gustaba y llegaríamos a ser novios, no cabía la menor duda.

Cova y su marido llegaron a media tarde. Venían felices, relajados y cargados de regalos. Para mí también. Ella me trataba como si fuera una más de la familia. Cuando empezó a repartir los obsequios preguntó por Adela y yo me puse un poco tensa.

–Se ha ido – respondió Ginés – se ha enfadado y hace mas de una semana que se ha largado. Déjala, ya se le pasará.

–¿Y no tienes pensado llamarla? – insistió la mujer – Ya sabes que es un poco caprichosa pero también es buena chica y te adora. Además, si ella no está ¿qué haces aquí tú solo? Te debes de haber aburrido como una ostra, hijo.

–Para nada mamá. He descubierto que me gusta estar solo aquí y además he estado preparando cosas para comenzar en el bufete. Es más, creo que me quedaré los quince días que me restan de vacaciones, aunque me gustaría que dejaras conmigo a Dunia para que se ocupara de las cosas de casa, ya sabes que yo soy un desastre... si no te importa, claro.

–Buf, sí, bastante desastre. Pues no sé, habrá que preguntarle a Dunia si prefiere quedarse aquí atendiendo a un tipo como tú o venirse conmigo a la ciudad.

Cova me miraba sonriendo. No sé qué quería o qué esperaba que contestara, así que decidí actuar con diplomacia e irme por la tangente.

–A mí me encanta estar aquí y atender a Ginés es bastante fácil. Si tengo que marcharme a la ciudad me marcharé, pero no niego que me gustaría quedarme y disfrutar de los últimos coletazos del verano.

–Pues no se hable más – respondió Cova de buen humor – os dejo quedaros. Yo vendré algún día, pero tú – dijo dirigiéndose a su hijo – llama a Adela.

–Por supuesto que la llamaré, mamá, y volverá al redil, ya verás.

No me gustó ni la insistencia de Cova ni tampoco la aparente conformidad de Ginés. Eran detalles como esos los que me hacían dudar, aunque él, sabedor de mis dudas, intentaba quitarles importancia.

–Mi madre es un poco pesada con Adela, ya ves, y yo le sigo la corriente, pero no pienso llamarla – me dijo en cuanto estuvimos solos.

–¿Y qué pasará si de pronto aparece? – pregunté.

Ginés me miró sin saber qué responder. Yo fui capaz de leer el desconcierto en su mirada, un desconcierto que, una vez más, significó mi inseguridad, mi decepción.

–No va a aparecer – dijo finalmente – ella no es así.

–Pero tú imagínate que aparece – insistí – ¿Qué pasaría... conmigo?

Se mantuvo callado durante unos segundos. Después soltó una pequeña risa y movió la cabeza de un lado a otro, como si yo fuera una niña traviesa que lo quisiera poner en evidencia. Me sentó mal aquel gesto que yo interpreté, si no como desprecio, sí como indiferencia, por eso me levanté del sofá del salón y me marché a la cama sin darle las buenas noches. Poco después escuché unos tímidos golpes en la puerta pero no hice caso. Estaba triste y no tenía ganas de escuchar las excusas que se había inventado.

A la mañana siguiente, cuando desperté, antes de levantarme de la cama, pensé si no sería mejor marchar a La Coruña con Cova. Sabía que no me iba a sentir cómoda sola con Ginés, al fin y al cabo ya tenía una respuesta a mis dudas. Yo no era más que una diversión para él.

Cuando bajé a la cocina para desayunar lo hice con la intención de cumplir la decisión que había tomado, hasta que apareció él y me regaló los oídos con sus palabras.

–Ayer te fuiste a la cama enfadada – me dijo mientras se servía un café.

–Me voy a ir a La Coruña con tu madre – le dije por toda respuesta.

–Mi madre ya se ha marchado. Puedes irte si quieres, aunque a mí me gustaría que te quedaras. Pero también me gustaría saber por qué te fuiste ayer enfadada a la cama.

Suspiré y me armé de valor. Aquella era una buena oportunidad para aclarar las cosas y lo iba a hacer.

–Yo... yo nunca he tenido novio – comencé – Ya te dije que cuando me vine de Madrid quedó allí un chico con el que había tonteado un poco pero por el que no sentí nada parecido a lo que siento por ti. A veces me da la impresión de que yo para ti soy sólo una sustituta mientras tu novia no vuelve y que el día que ella regrese todo terminará. No sé, Ginés. A lo mejor estoy precipitando las cosas pero... yo creo que estoy enamorada de ti y que tú no sientes lo mismo por mí.

Él se acercó a mí sonriendo y me abrazó. Me beso primero en la frente y después en los labios. Me hizo sentar frente a él y me hablo de forma que parecía sincera.

–Dunia tú me gustas, me gustas mucho y estoy disfrutando mucho a tu lado, pero todavía es pronto para hablar de algo más. Yo llevo muchos años saliendo con Adela, es una chica un poco especial pero yo la quiero... o la quería. Seguramente si tú no estuvieras aquí yo ya la habría llamado, o incluso la hubiera ido a buscar a La Coruña. Si no lo he hecho es porque estoy muy a gusto contigo y quiero darle una oportunidad a esto que está naciendo entre los dos. Pero aun es pronto para hablar de amor, aunque tú creas que estás enamorada de mí.

No hicieron falta más argumentos por su parte, yo no se los pedí, con aquellas simples palabras me convenció. En aquella semana que llevábamos juntos sus palabras me habían convencido siempre. Aunque luego volvieran las dudas.

*

El resto de la semana fue perfecta. Yo me daba cuenta de que cada día que pasaba me sentía más feliz a su lado y pensaba que a él le ocurría lo mismo. Una tormentosa noche, acurrucados en el sofá del salón mientras mirábamos una película en la televisión, comenzamos a besarnos, como hacíamos tantas veces, pero en aquella ocasión yo notaba que Ginés quería ir más allá. Me acariciaba el rostro, me besaba el cuello hundiendo su cara en él y en un momento dado sus caricias llegaron hasta mis pechos. Yo era plenamente consciente de lo aquello significaba y también lo era de que, a pesar de sentirme enamorada, no me había llegado el momento de entregarme a un hombre, así que lo aparté suavemente de mi lado.

–Ginés yo.... no me siento preparada todavía.

Me miró con aquellos ojos grises cargados de incredulidad. Seguramente pensaría que era una mojigata, una estrecha, una calentona incluso, aunque si lo pensó se abstuvo de decirlo. Al contrario, se mostró muy comprensivo e incluso se disculpó por su atrevimiento.

–Lo siento, pequeña. Es que me gustas tanto que a veces.... Pero no te preocupes, nunca ocurrirá nada que tú no quieras.

Puede que en aquel momento esas frases fueran francas, veraces, limpias, pero lo cierto es a partir de entonces yo noté en Ginés unas atenciones mucho menos inocentes, unas caricias más lascivas, unos besos que buscaban los recovecos de mi piel cada vez con más ansia. No sé cómo no me di cuenta de que todo aquello era el preludio de un final nada agradable.


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