lunes, 29 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 10

 


El día que regresé a La Coruña me encontré con una novedad nada agradable. Había viajado de noche, era domingo y la tía Teresa me esperaba en la estación de autobuses. En cuanto bajé del bus me fijé en su cara de preocupación.

–¿Ha ocurrido algo, Teresa? – pregunté –- Te noto preocupada.

–Me acaban de dar una mala noticia. Apenas me lo puedo creer. Me ha producido mucha impresión. Ha muerto Cova.

Todo el sueño que traía conmigo se esfumó cuando escuché aquellas palabras. En realidad tampoco es que me llevara un gran disgusto, yo a Cova la apreciaba porque se había portado muy bien conmigo, y su muerte me daba pena como me la podía dar la de cualquier persona conocida con la que hubiera tenido estrecha relación en algún momento de mi vida, así lo que en realidad me ocurrió fue que me puse fue nerviosa, supongo que por el recuerdo de Ginés.

–Oh, lo siento mucho – dije – ¿Estaba enferma? Y... ¿cuándo ocurrió?

–Esta noche. Me ha llamado mi jefa hace apenas una hora. Un infarto fulminante acabó con su vida.

Me puse más nerviosa todavía. Sospechaba que mi tía esperaba que la acompañara a dar el pésame a la familia, cosa a la que no hubiera tenido inconveniente alguno si no fuera por las circunstancias.

–Esta tarde me acercaré al tanatorio para dar el pésame a la familia. Me acompañarás supongo.

Durante unos segundos no supe qué contestarle. Ella sabía que yo estaba agradecida a Cova por el trabajo que me había dado, que le había tenido cariño. Si me negaba, le iba a parecer raro, muy raro, pero decirle que sí significaba verme cara a cara de nuevo con Ginés y no me apetecía en absoluto.

–Me siento bastante cansada – dije a modo de disculpa – no he dormido nada y estoy deseando meterme en la cama.

–No hay prisa – repuso – puedes dormir lo que quieras. El tanatorio no cierra hasta las once de la noche.

Estaba claro que no podría escurrir el bulto. Tendría que acompañarla sí o sí. Por eso cuando llegué a casa y me eché en la cama no conseguí conciliar el sueño. Tenía miedo, miedo a volver a verle, a su reacción, a la mía. Di vueltas en la cama y di vueltas a la cabeza lo que pude y un poco más y poco después de la tres de la tarde, al darme cuenta de que no iba a poder dormir, decidí levantarme. Me di una ducha y entré en la cocina a comer algo. No había nadie en la casa, con lo que supuse que a lo mejor mi tía había decidido no despertarme y marchar sola al tanatorio. Aquel simple pensamiento me produjo cierto alivio, que duró media hora escasa, el tiempo que tardó Teresa en regresar a casa.

–¿Ya te has levantado? – preguntó en cuanto entró y me vio sentada en el salón frente al televisor – Pues anda, vístete y vamos hasta allí, cuanto antes vayamos, antes estaremos de vuelta.

–Oh, pensé que finalmente habías decidido ir tú sola.

Mi tía me miró con cara de asombro.

–¿No quedamos en que me acompañabas? Yo bajé un momento a tomar un café con la madre de un amigo de Teo, que me llamó. Está separándose de su marido y lo está pasando muy mal.

–Vale, vale, claro que te acompaño – dije intentando disimular mi malestar.

Yo sabía que Teresa se daba cuenta de mi estado, pero por discreción no decía nada, de momento. Mi tía no era de las que se callaban las cosas, así que como siguiera en el plan receloso en el que estaba no tardaría en preguntar.

Me vestí y salimos a la calle. La tarde era soleada y agradable, nada que ver con el calor sofocante de Madrid. Mientras caminábamos hacia el tanatorio Teresa se interesaba por aquellas semanas con mi madre y yo le iba contando en un afán por olvidarme de lo que me iba a encontrar en unos minutos. Hablaba rápida y por momentos atropelladamente, señal de mi inquietud extrema.

–¿Te pasa algo, Dunia? – me preguntó – Pareces nerviosa.

–No me pasa nada – mentí – es sólo que estas situaciones no me gustan en absoluto.

–Ya, a mí tampoco, pero no te preocupes, no estaremos mucho tiempo, un ratito para acompañar a la familia. Además, así tú también podrás darle el pésame a Ginés. Hace mucho tiempo que no le ves ¿no?

Tal vez, pero aún así no me apetecía lo más mínimo volver a verle, no hasta que se me ocurriera de qué manera podría hacerle pagar su afrenta. Entonces ya lo buscaría yo aunque fuera debajo de las piedras. Por supuesto a mi tía no le dije nada de eso. Simplemente le contesté con un escueto sí y me sumí en mis negros pensamientos.

En la puerta del tanatorio había bastante gente. Personas que acudían a aquel lúgubre lugar para acompañar a sus seres queridos o a sus familias, que venían a darle el último adiós a los muertos. Ojalá el que estuviera dentro del ataúd fuera Ginés y no su madre, pero no, no estaba dentro del ataúd, estaba allí, ataviado con un pantalón vaquero y una camisa de cuadros rosa, paseando el palmito con cara de pena entre las personas que se habían acercado a acompañarle en tan luctuoso momento. Estaba arrebatadoramente guapo, como siempre, o más, pues el rostro desencajado y cargado de tristeza le hacía parecer más niño, más inocente, más vulnerable... incluso aparentaba buena persona.

Mi corazón latía dentro de mi pecho con una fuerza desmesurada. Quería pasar desapercibida pero supe que no sería posible. Teresa se acercó al marido de Cova mientra yo me iba quedando rezagada a propósito. Se abrazaron y se pusieron a conversar. Yo les miraba desde la puerta a escasa distancia, pero la suficiente como para que el hombre no se fijara en mí. Tampoco mi tía parecía darse cuenta de que yo no estaba a su lado. Al cabo de un rato Ginés se acercó a ellos. Igualmente Teresa lo abrazó durante unos instantes y después intercambiaron unas palabras, entre las cuales debieron de nombrarme porque al instante ella me buscó con la mirada, seguida por la mirada de Ginés. Me encontraron enseguida, por su puesto, ya que apenas estaba dos metros detrás de ellos, y entonces no me quedó más remedio que acercarme.

Saludé primero al esposo de la finada, que me devolvió el saludo como un autónoma. No pareció conocerme y no me extrañó, al fin y al cabo me ignoró completamente durante las semanas que trabajé en su casa. Luego tocaba saludar a su encantador hijo. Nuestras miradas se cruzaron y algo se revolvió dentro de mí. Supe que iba a sentir de nuevo su cercanía, tal vez sus brazos rodeando mi cintura, su mejilla contra la mía, su perfume cálido y suavemente dulce... y no me sentí capaz de resistirlo. Bajé mis ojos al suelo en un vano intento de esquivar la inevitable proximidad, más siendo consciente de que nada podría eludir el encuentro cerré los ojos y murmurando un “lo siento mucho” nada entendible, di dos besos al aire acercando mi cara a la suya y me salí del recinto bajo la excusa de que el calor me estaba poniendo mala. Me acerqué a la puerta y allí permanecí, mirando al infinito, durante todo el tiempo que mi tía estuvo dentro. Cuando oí su voz tras de mí, diciéndole a alguien que se marchaba, me di la vuelta y volví a ver a Ginés a lo lejos, con sus ojos clavados en mí a través de la maraña de gente que se agolpaba en un lugar tan pequeño y agobiante. No sé qué vi en aquellos ojos grises que un día me habían acariciado y que al siguiente me habían despreciado, no sé si vi un atisbo de arrepentimiento, o de duda, o tal vez un resquicio del amor que un día había dicho sentir por mí. Puede que sólo fueran imaginaciones mías, ilusiones fatuas que se revolvían en mi mente en un tonto empeño por recuperar su cariño perdido, pero en aquel momento flaqueé en mis intenciones de venganza y me enfadé un poco conmigo misma. Ginés no me quería, nunca me había querido y debía recibir su merecido por su engaño y por el ultraje que había cometido conmigo.

De vuelta a casa mi tía iba muy callada y la que intentaba iniciar conversación era yo haciendo estúpidas observaciones sobre lo que nos rodeaba. Que si están ampliando el puerto, que si la ciudad está desierta... pero no había manera de hacerla hablar. Así que cuando finalmente llegamos a casa la increpé.

–¿Pasa algo Teresa? Estás muy callada. ¿Es el disgusto?

Me miró con aquellos sus ojos verdes idénticos a los míos, ojos de bruja gallega, como decía mi padre y me dijo:

–No me pasa nada, Dunia, pero vengo cavilando sobre lo que ocurrió y algo extraño hay en todo ello.

Me desconcertaron sus palabras. No sabía de qué estaba hablando y así se lo dije:

–¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿La muerte de Cova? ¿O te ha pasado algo en el tanatorio?

Teresa sacó un cigarro de su bolso y lo encendió. Se sentó en el sillón orejero y yo hice lo propio frente a ella. Echó el humo lentamente, como si estuviera rebuscando en su cerebro las palabras adecuadas para soltar.

–Sí, lo que ha pasado en el tanatorio es que tú no has querido casi ni entrar y apenas has cruzado una palabra con Ginés.

–Bueno.... yo nunca fui amiga de Ginés. No tengo por qué....

–Venga, Dunia, no me cuentes historias. Cuéntame qué es lo que te ocurrió con él. Lo vengo sospechando desde que dejaste el trabajo en su casa de aquella forma tan precipitada. Pero tu reacción de hoy me lo ha confirmado. ¿Qué te pasó con Ginés en la casa de la playa, Dunia?

Suspiré y puse cara de circunstancia. No tenía escapatoria. O tal vez sí, al menos iba a hacer un último intento.

–Te contaré lo que me ocurrió con Ginés cuando tú me cuentes lo que te pasó con mi madre. Confidencia por confidencia.

–Hecho – respondió mi tía después de echar una bocanada de humo – aunque no estoy muy segura de que quieras escucharlo. Empieza tú.

–Pues dame un cigarro – pedí – creo que lo voy a necesitar.

Me dio el cigarro, lo encendí, di una profunda calada sintiendo el veneno calar mis pulmones y confesé.

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