viernes, 19 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 5

 



Aquellos días que pasamos juntos, Ginés se portó como un perfecto caballero. Me llevaba de aquí para allá, viajábamos por los pueblos de los alrededores (yo acababa de llegar y no conocía casi nada de Galicia), dábamos largos paseos por la playa al atardecer, íbamos al cine, o si hacía mal tiempo montábamos nuestro propio cine en casa, con palomitas incluidas. Se portaba tan bien que mis reticencias del principio quedaron enterradas en lo más profundo de mi mente y llegué a pensar que sí, que era posible que llegáramos a ser novios formales, como él parecía que era antes con Adela, la cual, por cierto, no volvió a dejarse ver por allí, lo que me llevó a creer que había desaparecido completamente de la vida de mi enamorado.

El sábado anterior al día en que sus padres regresaban de Formentera era mi cumpleaños y además mi día libre, en el que se suponía que me ausentaba de mis quehaceres domésticos y me marchaba a mi casa. Hasta el momento todos los fines de semana lo había hecho, y aunque aquel preciso día, en pleno idilio con Ginés, no me apetecía nada marchar, lo hice. Sentía que tenía que pasar el día de mi cumpleaños, el primero en ausencia de mi padre, al lado de mi madre. Así que a media mañana tomé el bus hacia La Coruña. Mamá y la tía Teresa me estaban esperando en la estación de autobuses, lo cual constituyó una agradable sorpresa para mí por dos motivos, el primero, porque nunca nadie iba a esperarme; y el segundo, porque estuvieran las dos juntas y aparentemente de buen humor, cosa que, según la relación que yo había tenido oportunidad de observar entre ambas, era bastante infrecuente.

Fuimos a casa a recoger a Teo y después a comer a un restaurante. Invitó Teresa, evidentemente, mi madre todavía no trabajaba (el trabajo de cajera finalmente no había cuajado) y no estaba para hacer dispendios. El almuerzo transcurrió en un clima cordial, aunque por momentos a mi madre y a su hermana se les notaba que estaban haciendo verdaderos esfuerzos por comportarse como personas civilizadas. Cuando terminamos yo propuse una sesión de cine, pero solo aceptó Teo, así que me fui con mi primo a ver una película mientras mamá y Teresa regresaban a casa.

–¿Qué tal la semana, Teo? – le pregunté mientras caminábamos por la calle Real de camino al cine – ¿Cómo se han portado esas dos?

Teo me miró con los ojos muy abiertos, como si mi pregunta le hubiera producido verdadero asombro, pero yo sabía que no era tonto y que se daba perfecta cuenta de los que ocurría entre nuestras madres.

–Bien – dijo finalmente –. Aunque tampoco se hablan demasiado, lo justo. Pero creo que ya sé por qué están enfadadas.

–¿De veras? – le pregunté sorprendida y a la vez muerta de la curiosidad – Pues venga suelta, cuéntame por qué, que estoy deseando enterarme yo también.

–Por un novio – contestó sonriendo de forma pícara.

Pensé que me estaba tomando el pelo. Teo era muy locuaz y simpático y no era de extrañar que intentara burlarse un poquito de mí.

–¿No me digas? ¿Y dónde conocieron a ese novio? ¿El otro día en la cola del super?

–Te estoy hablando en serio Dunia. El otro día mi madre estaba mirando unas fotos y yo me senté a su lado. Me enseñó a los abuelos, a sus tíos... y a mucha gente que no recuerdo. En una de las fotos estaba con tu madre y en medio de las dos había un chico. Tu madre tenía un vestido muy bonito y yo dije que estaba muy guapa, entonces mamá comentó que sí, que su hermana siempre era la más guapa y la más lista, y que por eso se lo había llevado a él también. Pero cuando le pedí que me dijera quién era él no me quiso contestar. Guardó las fotos y me mandó a la calle con mis amigos.

El relato de Teo no carecía de lógica y explicaba por qué mamá y su hermana se habían tenido esa inquina desde su juventud. Un hombre, alguien que las había enamorado a las dos y que finalmente había elegido a una de ellas, o lo que es peor, pudiera ser que una tuviera un novio y que la otra se lo hubiera quitado. Si había ocurrido así, seguramente una de ellas había sufrido mucho. Pero había pasado mucho tiempo y precisamente es el propio tiempo el que termina borrando todo. Sin embargo aquellas dos parecían no haber olvidado. ¿Por qué el tiempo no había logrado terminar con el resentimiento, el odio, la pena por la afrenta sufrida?

La película consiguió disipar de mi cabeza tales pensamientos. Cuando salimos del cine acompañé a Teo a casa y me dispuse a regresar a mi lugar de trabajo. Normalmente no solía hacerlo hasta el domingo por la mañana, pero aquel sábado quería pasar parte de mi cumpleaños con Ginés. Cuando le dije a mi primo que me regresaba al pueblo aquella misma noche se puso muy triste.

–Vaya, pensé que te quedarías hasta mañana. Siempre lo haces.

–Ya pero es que hoy... tengo cosas que hacer allí. Mañana regresan mis jefes de un viaje y tengo que preparar la casa y eso. La semana que viene volveré a visitaros.

–¿Te gusta Ginés? – preguntó de repente.

Yo me puse tensa. No quería que, al menos de momento, nadie se enterara de lo mío con Ginés, que aunque para mí lo era todo, puede que para él no fuera nada. Lo más seguro era que él pensara que yo sólo era una buena amiga con la que compartir momentos agradables. Ni siquiera me había besado nunca y eso que ocasiones nos habían sobrado para ello. Por otra parte no le encontraba ninguna lógica a la pregunta de Teo. Durante aquel día no se había pronunciado el nombre de Ginés ni una sola vez, así que no comprendía por qué se le había ocurrido semejante idea.

– Pues.... es más simpático de lo que yo pensaba – respondí – pero gustar... lo que es gustar.... Además, ¿por qué me preguntas eso?

Teo se encogió de hombros y continuó caminando a mi lado.

–No sé. Es que como hoy te vas.... y allí estás sola con él... Recuerda que tiene una novia, y que es un imbécil.

No pude evitar soltar una carcajada que hizo que mi primo me lanzara una mirada furibunda.

–Si no fuera porque eres mi primo.... diría que estás un poco celosillo.

Se puso colorado hasta las cejas, pero no dudó en negarlo, por supuesto.

–Claro que no – respondió con contundencia – sólo quiero protegerte. Es un chico que no me gusta. No quiero que te hagan daño. Ginés tiene mucho éxito entre las chicas y él se aprovecha de ello. No es muy buena persona.

No sé por qué ignoré por completo aquellas palabras. A lo mejor si les hubiera prestado más atención otro gallo hubiera cantado. Pero en aquel momento simplemente abracé a mi primo y le dí un fuerte beso en la mejilla. Empecé a sospechar que Teo estaba viviendo su primer amor y que ese amor era yo, la prima llegada de lejos que de repente había conseguido revolucionar su tranquila vida. Era un muchachito encantador y la que no deseaba hacerle daño era yo a él.

–No te preocupes – le dije – Ginés sólo es mi amigo. Y nunca, nunca, dejaré que nadie me separe de nuevo de ti, ahora que te he conocido... eres el único primo que tengo...

Pareció convencido de mis palabras y me sonrió satisfecho. Lo dejé en el portal y me fui a la estación de autobuses, deseando llegar al pueblo cuanto antes para volver a estar con Ginés.

*

Me desilusionó bajar del bus y que no estuviera allí, esperándome. Claro que tampoco le había dicho el momento en que iba a llegar. Pero durante la escasa hora que duraba el trayecto me había hecho ilusiones estúpidas que había llegado a creerme como ciertas. Allí no había nadie. Comenzaba a anochecer y yo empecé a caminar acompañada del crepúsculo. Me quedaban unos diez minutos hasta llegar al chalet en el que presumiblemente sí me esperaba Ginés. Bueno, en realidad no me esperaba. Yo simplemente imaginaba que estaba allí, pero bien pudiera ser que se hubiera largado, al fin y al cabo no tenía ningún compromiso conmigo, y aunque habíamos comentado que ese día yo cumplía los dieciocho, en ningún momento había mencionado siquiera la posibilidad de celebrarlo juntos. Así que la decepción del principio no solo aumentó, sino que fue dejando sitio a una inquietud, un nerviosismo sin sentido propio de lo que yo era en aquellos momentos: una jovencita enamorada de quién no debía.

Cuando llegué a la casa parecieron cumplirse mis presagios. Al darle la vuelta a la llave y entrar en el vestíbulo pude comprobar que todo estaba a oscuras. Abrí la boca dispuesta a llamar a Ginés, pero en el último momento no lo hice. ¿Y si su novia había regresado y se encontraban en el dormitorio dedicados a quehaceres mucho más agradables que celebrar mi tonto cumpleaños? Por una vez en mi vida fui prudente. Me limité a entrar, subir a mi cuarto, soltar mi bolso encima de la cama y volver a bajar. Fui hasta la cocina y cuando estaba a punto de encender la luz, lo vi. La zona de jardín que bordeaba la piscina se encontraba rodeada de... ¡de velas encendidas! Decenas de velas encendidas iluminaban tenuemente el césped y en el cenador se divisaba la mesa puesta para la ocasión. Totalmente emocionada, pero también temerosa, me acerqué a la puerta trasera y bajé las tres escaleras muy despacio. De pronto, surgido de entre las sombras, apareció él, Ginés, vestido con un elegante traje gris oscuro, camisa blanca y pajarita; las ondas de su pelo cuidadosamente húmedas, peinadas hacia atrás; sus ojos grises mirándome fijamente, su sonrisa blanca y perfecta... Era un chico de revista y caminaba hacia mí con un paquete entre sus manos.

–Feliz cumpleaños, muñequita – dijo dándome el paquete.

Lo cogí como una autómata mientras paseaba mi mirada por todo lo que nos rodeaba. Me sentía tan impresionada que no podía hablar, ni moverme. Ginés se acercó a mí y me dio un par de besos en la mejilla.

–¿No lo vas a abrir? – preguntó.

Murmuré un “sí claro” apenas audible y abrí el paquete con manos temblorosas. Dentro había un vestido negro de fiesta. Tirante ancho, generoso escote a pico, cintura ancha con unos ligeros adornos en pedrería y falda vaporosa. Era absolutamente maravilloso.

–Anda, entra en la casa y póntelo. Vamos a celebrar que eres mayor de edad y tienes que estar deslumbrante.

Me puse el vestido. Parecía estar hecho exclusivamente para mí. Cuando salí de nuevo al jardín sonaba una ligera y suave música. Ginés se acercó, me tomó de la mano para bajar las escaleras y estrechándome después por la cintura me invitó a bailar. Yo me dejé llevar entre sus brazos sintiéndome la muchacha más feliz de la tierra. Cuando la música dejó de sonar me miró con sus arrebatadores ojos grises y me besó en los labios. El romance había comenzado.


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