martes, 16 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 3

 



Comencé a trabajar feliz de poder hacerlo y de la tranquilidad que me daba tener a Cova como jefa. No parecía jefa ni nada. Ella trabajaba en su consulta todos los días por la mañana y dos tardes a la semana. El resto del tiempo solía estar en casa y entonces me llamaba a la salita y juntas tomábamos café o charlábamos de lo que fuera.

Su marido venía a casa a comer y no todos los días. Él era mucho más distante, apenas cruzaba palabras conmigo y cuando lo hacía me llamaba señorita. A pesar de que la primera vez que lo hizo le dije que mi nombre era Dunia, continuó llamándome señorita, así que terminé pasando del tema.

Y por fin conocí a Ginés. Aunque el día de la entrevista su madre me había dicho que llegaría dos días después, en realidad apareció al cabo de una semana. Y lo hizo de manera intempestiva. Yo estaba fregando los platos cuando escuché abrir y cerrar con ímpetu la puerta de entrada y sentí que un huracán entraba en la cocina.

–Prepárame un bocadillo de jamón que tengo que salir pitando de nuevo – me ordenó sin ni siquiera saludar y tirando en el suelo del pasillo la bolsa de viaje que traía.

Yo no controlaba mucho la cocina. No sabía dónde se guardaban las cosas salvo el café y el azúcar, no me encargaba de ello. Así que me puse a buscar, supuse que el jamón estaría en la nevera y el pan... guardado en algún sitio. Terminé encontrando todo, pero cuando el tipo entró de nuevo en la cocina a mí aun no me había dado tiempo a preparar su bocadillo.

–¡Pero aún no está! – repuso con gesto de contrariedad, sacándome de en medio con un empujón y poniéndose a hacer él mismo el bocata – Desde luego mi madre cada vez contrata asistentas más inútiles.

Dicho eso salió de la casa dando un portazo. Yo me quedé un poco perpleja. Su madre me había dicho que en ocasiones era un poco impertinente, pero a mí me había demostrado que en realidad era un perfecto maleducado. Me encogí de hombros y seguí con mi trabajo, aunque confieso que en todo el día no me pude sacar de la cabeza su frase de despedida, la de las asistentas inútiles. De todos modos, aunque no me había sentado nada bien su reacción, decidí no decirle nada a su madre, al fin y al cabo me importaba un pito lo que pensara aquel tipo de mí. Lo importante era que Cova estuviera contenta con mi trabajo y yo estaba segura de que lo estaba.

Dos días después comenzaba agosto y nos íbamos a la casa de la playa. La tarde en la que yo hacía mi maleta mamá había ido a una entrevista de trabajo que le había conseguido la tía Teresa, para trabajar como cajera en un supermercado. Teo, mi primo recién conocido, andaba por la casa, y cuando me vio hacer el equipaje se acercó a mí con timidez. Era un muchachito callado o al menos eso parecía, apenas habíamos cruzado un par de frases en las dos semanas que hacía que compartíamos hogar. Por eso me sorprendió cuando se acercó a la puerta del cuarto y me dijo:

–¿Por qué haces la maleta? ¿Te vas?

Yo sonreí. Parecía que lo preguntaba con pena.

–Bueno, voy a estar unas semanas fuera, en un chalet cerca de la playa, con mis jefes. Pero vendré cuando me den el día libre. ¿Por qué lo preguntas? ¿Me echarás de menos?

Asintió con la cabeza.

–¿De verdad? Pero si así tendrás más casa para ti. No me digas que no te apetece.

–No mucho. Me gusta que haya gente en casa. Vivir solo con mamá es un poco aburrido.

Metí la última prenda en la maleta y la cerré. Me senté en la cama y miré a aquel jovencito de ojos cálidos y vivarachos.

–Pues yo creo que el aburrimiento hay que remediarlo. ¿Qué te parece si salimos a tomar un helado y me enseñas un poco la ciudad? Apenas la conozco.

Asintió con entusiasmo y enseguida nos vimos paseando por la calle Real disfrutando del consabido helado. Hacía un día de verano perfecto. Cielo azul y el calor justo, nada de los agobios de Madrid.

–Bueno, pues cuéntame algo – le dije – ¿A dónde me llevas? La ciudad está en fiestas, seguro que habrá muchos lugares en los que divertirse.

–En los jardines de Méndez Núñez hay puestos en los que venden.... cosas. ¿Quieres que vayamos?

–Claro, pero mientras caminamos hacía allí quiero que me cuentes algo. Ya es hora de que nos vayamos conociendo. ¿No te parece?

A partir de ese momento de fui dando cuenta de que a mi flamante primo le faltaba confianza y le sobraba verborrea, porque en cuanto comenzó a hablar enseguida me puso al corriente de su vida. Yo escuchaba y sonreía. Dimos un largo paseo por los jardines y finalmente nos sentamos en un banco a descansar un poco. Entonces le vi, a Ginés, sentado en una terraza con una muchacha que, a juzgar por los arrumacos que se hacían, parecía su novia. Le observé largo rato. Tenía razón mi tía Teresa, era muy guapo, creo que en ese instante pensé que era el chico más guapo del mundo, y de pronto sentí una envidia estúpida por la muchacha que estaba a su lado, y las palabras de desprecio que me había prodigado el único día que nos vimos me pesaron como una losa.

–Oye Teo, ¿tú conoces a aquel chico que está allí sentado, con la muchacha rubia de melena larga? – pregunté de pronto a mi primo, señalando el lugar con un leve gesto de cabeza.

Él miró hacia dónde yo le había indicado y dijo:

–Sí, es Ginés. Es un gilipollas. Siempre me está haciendo bromas estúpidas, como si yo fuera un niño de diez años.

–¿Ah sí? ¿Cómo de estúpidas? – pregunté divertida.

–Pues....estúpidas. Me trata como si fuera un niño pequeño y siempre me pregunta por el Real Madrid, cuando sabe de sobras que a mí no me gusta nada el fútbol

–Vaya, pues vas a tener razón. Sí que es tonto del culo el Ginés ese.

–¿Y tú le conoces?

–Claro, yo trabajo en su casa, como asistenta. Y conmigo también se portó como un idiota. ¿Sabes qué me dijo? Que era una inútil.

Teo abrió mucho los ojos.

–¿De verdad? Pues cuéntaselo a mi madre.

–No no, no le digas nada. Seguro que estaba un poco nervioso. Anda, vamos a casa que se nos está haciendo tarde.

Emprendimos regreso al hogar, yo pensando en si no me habría pasado de lista (o de tonta) contándole mis inquietudes a un muchacho de quince años que odiaba al causante de tales inquietudes, ya se sabe que los adolescentes a veces tienes las hormonas demasiado revolucionadas y pueden hacer cualquier cosa. Además no era mi intención que Teresa se enterara de un incidente que al fin y al cabo tampoco tenía demasiada importancia. Y Teo no sé qué debía de ir pensando, porque en un momento dado me dijo:

–Ginés está equivocado. Tú no eres ninguna inútil. Tú eres guay y estoy encantado de que seas mi prima.

Le revolví el pelo y atrayéndolo hacia mí le di un beso en la mejilla.

–Yo también estoy encantada de conocerte.

Aquel fue el primer día de una amistad que crecería con los años. Teo no sólo era mi primo, sino que se convertiría en alguien muy importante, en la persona que, en ciertos momento de mi vida, me haría poner los pies en la tierra. Y la que también en muchas ocasiones me haría volar entre las nubes.

También hubiera sido necesario que alguien me hiciera poner los pies en la tierra aquella misma noche. Porque acostada en mi cama, mientras escuchaba la respiración acompasada de mi madre en la cama de al lado, no dejaba de pensar en Ginés, en lo guapo que era, en lo fea que era su novia, en que íbamos a pasar dos meses viviendo en la misma casa, en que seguramente se daría cuenta de que yo no era ninguna inútil, en que a lo mejor incluso se fijaría en mis ojos verdes que tanto llamaban la atención, en que tal vez podía llegar a gustarle un poquito, aunque tuviera novia, porque como era tan fea.... Me estaba enamorando con la prisa con la que uno se enamora cuando tiene diecisiete años y sueña con encontrar el amor perfecto, ése que está escondido y que de pronto un día aparece de la nada para hacernos felices.

Aquella noche soñé despierta, como hacía muchas veces. Pero esta vez mis sueños tenían un protagonista, o dos, porque yo era la otra protagonista. Soñé una caricia suya, una mirada tierna, soñé también sus besos, ignorando a propósito que todo aquello que él podía dar, ya tenía otra dueña.


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