sábado, 6 de marzo de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 31

 



En Oxford Lucía comenzó una vida casi monacal. Vivía en una residencia del campus y sus días se limitaban a ir a las clases por las mañanas, y por las tardes, descansar, estudiar mucho y dar algún paseo por la ciudad. Aquella rutina que se obligó a seguir hizo que se olvidara una poco de su fracaso amoroso y Pedro solo volvía a su mente de vez en cuando como un flash, un destello que ella se ocupaba de alejar de sí en cuanto aparecía.

Una mañana, al despertarse, se sintió enferma. Llevaba unos días un poco cansada, pero no le dio demasiada importancia. Hacía un mes que estaba allí, madrugaba mucho y solía acostarse tarde puesto que le gustaba ver películas en inglés para así perfeccionar el idioma. Pero el día en cuestión era mucho más que simple cansancio lo que sentía. Se mareaba y parecía que en el estómago tuviera unos cuantos kilos de piedras. Vomitó la escasa cena que había tomado el día anterior. Solo entonces se encontró un poco mejor y se preparó para acudir a las clases. Pasó el resto del día algo más aliviada, aunque extraña, pero a la mañana siguiente se repitió la historia. Los mareos y el malestar estomacal la acompañaron un día más y al siguiente... y entonces comenzó a sospechar el origen de todo ello. Hacía tres semanas que esperaba la regla y no llegaba. Dados los síntomas, era bastante probable que estuviera embarazada. Lo que le faltaba. Compuesta, sin novio y con un hijo a cuestas. No quiso romperse mucho la cabeza mientras no lo supiera con seguridad. Lo malo es que no quería saberlo con seguridad. Se despertaba todas las mañanas esperando que sus malestares desaparecieran. Se decía a sí misma que pararía en una farmacia a comprar un test de embarazo, pero nunca lo hacía, siempre lo dejaba para mañana. Y se miraba las bragas a todas horas con la esperanza de encontrar alguna mancha liberadora, pero nunca ocurría. Hasta que se dio cuenta de que retrasar el momento de la verdad no iba a solucionar el problema. Una tarde compró el test y a la mañana siguiente se dispuso a hacerlo. El resultado fue el esperado. Estaba embarazada.

Se despertaron entonces dentro de sí sentimientos encontrados. Entrada ya con generosidad en la treintena, aquel niño no venía a destiempo ni mucho menos. Ya cuando estaba con Lázaro le hubiera gustado tener un hijo, pero era él el que siempre ponía inconvenientes, y su deseo de ser madre joven se fue quedando relegado a un segundo plano de su vida. Ahora el bebé un día anhelado se presentaba sin avisar y no precisamente del modo en que Lucía lo había soñado, que era al lado de una pareja estable con que compartirlo todo, incluido el niño. ¿Y qué iba a pasar? Pedro también deseaba ser padre, pero ella no iba a permitir que regresara a su lado sin amarla, sólo por el hecho de que estuviera embarazada. Y desde luego abortar no entraba en sus planes. El problema era gordo, tanto que decidió no compartirlo con nadie e intentar encontrar una solución ella sola, al fin y al cabo no le incumbía a nadie más. No se lo dijo ni siquiera a su abuela.

Días después de enterarse de su preñez acudió al médico. Le hizo las correspondientes pruebas, confirmó el embarazo y le dio algún remedio para mitigar su malestar y para prevenir determinadas carencias propias de su estado. Y la vida siguió su rumbo. Se centraba en los estudios y por las noches, cuando se metía en la cama, le daba vueltas a un asunto para el que no encontraba solución factible. Tal vez lo mejor fuera dejarse llevar por el devenir de los acontecimientos. Al fin y al cabo el padre tenía que enterarse.

Hacia la mitad del cursillo les concedieron dos días libres que agrandaron un fin de semana y aprovechó para viajar a España y hacerle una visita a su abuela. No tenía pensado decirle nada, pero Soledad no tenía un pelo de tonta y además era muy perspicaz. Así que la noche de su llegada, cuando se encontraban sentadas en el porche trasero, como tantas noches, su abuela fue muy directa y para llenar una pausa, en medio de una conversación cualquiera, le dijo:

–Te veo un poco ojerosa y pareces cansada. ¿Estás bien?

Lucía la miró fijamente. Conocía a su abuela casi mejor que ella misma, y sabía que sospechaba algo, aunque las sospechas fueran infundadas o debieran de serlo.

–He tenido tiempo mejores – contestó finalmente – es cierto que estoy un poco cansada. Madrugo mucho, me acuesto tarde y no paro en todo el día. Pero no es nada grave.

–Ya – Soledad hizo una pausa antes de acometer a su nieta de nuevo – ¿No estarás embarazada?

A Lucía no le sorprendió la pregunta, casi se la esperaba y aunque durante una ráfaga de segundo pensó negarlo finalmente se dijo que no merecía la pena. Un embarazo no es algo que se pueda ocultar eternamente.

–Me temo que sí. ¿Tanto se me nota?

–Bueno.... yo también he estado embarazada y tenía, como tú, un color extraño en el rostro. Tienes que decírselo a ese muchacho.

–Lo sé abuela, pero no sé cómo... ni cuándo. No quiero forzarlo a que esté conmigo y este hijo... Es como si la historia se repitiera. Primero Natalia, ahora yo...

–Me sorprende la cantidad de tonterías que estás diciendo – dijo la abuela mirando fijamente a su nieta – Natalia y tú no tenéis nada que ver, y las circunstancias son bien distintas, sobre todo porque en el caso de ella no había niño y en el tuyo sí.

–Pero es que yo no quiero forzar a Pedro a estar conmigo tan solo por el hecho de que vayamos a tener un hijo.

–¿Y quién te dijo a ti que estará contigo a la fuerza? ¿Sólo porque se equivocó al pronunciar tu nombre? ¿Ésa es la prueba fehaciente de que no te quiere? Pensé que estar sola y lejos te haría pensar un poco, pero ya veo que no. Te estás comportando como una idiota. Y no te digo más, no quiero que pienses que me estoy metiendo dónde no me llaman.

Lo cierto es que a pesar de las contundentes palabras de la abuela Soledad, pasados los cuatro días, Lucía regresó a Oxford sin haber dado a Pedro noticias de su embarazo. Ni lo vio, ni siquiera le llamó. Tampoco a Juan. Nadie supo que había estado en Madrid. Necesitaba más tiempo para pensar, aunque tampoco estaba muy segura de que el tiempo le ayudara a tomar una decisión correcta.

Una mañana, cuando apenas faltaban dos semanas para terminar el curso y regresar definitivamente a casa, acudió a Londres a hacer unas compras. Quería llevarle a su abuela algo, lo que fuera, comprado en Harrods. Sabía que era una tontería, pero también estaba segura de que le haría ilusión. Después de mirar algunas tiendas se decidió por un pañuelo de seda para el cuello y un discreto colgante con una piedra de lapislázuli. Después se sentó en una cafetería del centro comercial y pidió un café. Mientras lo tomaba miraba distraídamente a su alrededor sin fijarse en nada especial. Era sábado y parecía que la gente se hubiera puesto de acuerdo para salir a comprar en tropel. De pronto sus ojos se posaron en una pareja apoyada en la barra. La mujer no le quitaba ojo de encima y ella la reconoció enseguida: era Natalia. Casi se sorprendió de no ver a Pedro a su lado, pero no, evidentemente el muchacho que estaba al lado de Natalia no era Pedro ni se le parecía en nada. Era un tipo alto y bien parecido que en un momento dado la tomó de la cintura y la besó levemente en los labios.

Lucía se puso nerviosa y quiso salir de allí de inmediato, pero la impresión la mantenía paralizada y sin saber muy bien qué hacer. Hasta que vio que Natalia se acercaba a su mesa, señal de que ella también la había reconocido. Cerró los ojos unos segundos y suspiró. Lo que menos deseaba en aquellos momentos era una discusión.

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