jueves, 12 de julio de 2012

MAS ALLÁ DE LA MUERTE


DORITA
Desde luego Eloy, ya puedes estar contento, menuda putada que me has hecho, putada sí, has oído bien, a pesar de que a mí no me guste en absoluto utilizar palabras malsonantes, pero es que hijo, yo que pensaba que la época de los malos momentos estaba ya superada, que era sólo un recuerdo. Pues parece que no, en el momento más inoportuno, cuando estábamos disfrutando de la mejor etapa de nuestra vida juntos, tú vas y te mueres, como si yo te importara una mierda. Me dejas sola, como tantas otras veces habías hecho, pero esta vez definitivamente, no me lo puedo creer, con la de penurias que he pasado a tu lado, ahora que ya estaban superadas... Fíjate, me has dejado tan confundida que en estos momentos no sé si echarme a llorar o a reír como una estúpida, depende de lo que se me venga a la mente. Y es que claro, morirte así, tan de repente, por sorpresa, cuando estábamos a punto de emprender ese viaje de ensueño, culminación de nuestros deseos, o tal vez debiera decir de mis deseos, en todo caso, la ocasión perfecta para volver a ser la pareja ideal que siempre deseé que fuéramos.  
         Cuarenta años juntos, Eloy, cuarenta años, que se dice pronto, pero a ver qué otra mujer hubiera aguantado tanto tiempo a tu lado; ninguna, te lo digo yo, porque tienes que reconocer que nuestro matrimonio no fue precisamente un camino de rosas y que me lo hiciste pasar muy mal, pero que muy mal eh, que lo sepas, aunque siempre me mantuve calladita y no osé protestar por nada. Gracias a las enseñanzas de mi pobre madre, a sus consejos sabios, me mantuve al pié del cañón, gracias a ella, chico, de eso puedes estar seguro, si no a la primera de cambio te hubieras quedado solo, que más de una vez fue lo que te merecías. Porque dime tú, esa manía de ir al fútbol todos los domingos con los amigotes, mientras a mí me dejabas en casa sola, aburrida como una ostra, las tardes de domingo Eloy, los momentos que debíamos aprovechar para salir a dar un paseo juntos, pero que va, tú con los amigos y yo sola en casa y con la pata quebrada. Me invitabas a acompañarte, como no, siempre fuiste el rey de la diplomacia, pero es que yo odio el fútbol y tú lo sabes, siempre lo supiste, por eso tus invitaciones casi me parecían más humillantes que el hecho de dejarme en la casa medio abandonada.
      Y esas reuniones con tus colegas del Ateneo, tan falsamente eruditos, que os creíais que con las bobadas que hablabais allí ibais a arreglar el mundo. Pero sobre todo, Eloy, sobre todo, lo que más me molestaba de ti, esa manía de corregirme en público, aunque fuera de buenos modos y con esa sonrisa de bobalicón que te caracterizaba, pero es que nada de lo que yo decía estaba bien, y eso me dolía Eloy, vaya que si me dolía, porque aunque no tuviera estudios como tú, tienes que reconocer que la vida también enseña, cariño, y mucho, y yo vida la que quieras corazón, de verdad, que tuve un infancia muy dura y luché mucho por salir a flote, que hasta hambre pasé cuando mi pobre padre se murió, de repente también, como tú, que parece que os gusta fastidiar dejando a las mujeres en este mundo, así, sin despedirse, sin avisar ni nada. ¿Que éramos diferentes? Pues claro que lo éramos, pero al fin y al cabo tú me elegiste como esposa, nadie te obligó a casarte conmigo y chico, qué quieres que te diga, las mujeres no venimos con derecho a devolución, por lo menos antes, ahora ya no sabría qué decirte, con tanta separación y tanta relajación de costumbres, que se ha perdido la decencia y las formas, todo, y a mi a decente, no hay quien me gane.
      ¡Ay Eloy! ¡Qué triste me siento! Y no sólo porque te has ido, sino por todo lo que no vamos a vivir juntos, por ese tiempo precioso que no hemos sabido aprovechar, o mejor dicho, que tú no has sabido aprovechar, conmigo por lo menos, aunque estoy segura que con otras sí que has disfrutado lo tuyo, que no soy tonta ¿o te crees que no sé lo del viajecito aquel a Canarias, con la excusa del congreso sobre no sé qué sostenible, que ahora se habla mucho de ello, pero entonces nadie sabía lo que era? Bien sé yo que te fuiste con Melania, aquella compañera tuya del Instituto profesora de Biología, tan moderna ella, tan “progre”, tan pelandusca, diría yo. Y es que no hay quien me quite de la cabeza que entre vosotros hubo algo, segurísima estoy aunque mis ojos no lo hayan visto, pero mi sexto sentido no me engaña. Siempre hablando de ella, que si Melania por aquí, que si Melania por allá...y luego, ale, juntos a Canarias, no me digas que no es sospechoso, tanto más cuando tampoco en esa ocasión quisiste llevarme contigo, con lo mucho que me hubiera gustado a mí conocer Canarias; pero que va, según tú iba a aburrirme porque  tenías que trabajar y no te iba a quedar tiempo para nada. ¿Aburrirme yo? De eso nada, corazón, si tú ibas a trabajar yo ya me las apañaría, pero me quedé en casita sin rechistar, como siempre, que ahora me arrepiento de lo tonta que siempre fui y todo por ser una señora como Dios manda.
         Y es que encima seguro que la Melania de las narices no fue la única, porque ¿qué me dices de Isabelita Montoto, aquella que me presentaste cuando la fiesta del veinticinco aniversario del Ateneo? Muy culta, escritora de poemas, que un día me leíste uno y resultó ser una verdadera birria, sin rima ni nada, pero a ti se te llenaba la boca cuando hablabas de ella. Bien me fijé que aquella noche la mirabas con ojitos de cordero degollado, en lugar de mirarme a mí, a mí, Eloy, a tu mujer, que puede que no fuera tan culta como Isabelita, ni supiera escribir poemas, líbreme Dios de intentarlo, pero era tu mujer, y bien guapa, que siempre llamé la atención a los hombres, eso tú bien lo sabes, aunque sin intención, eso por supuesto, pero no había muchacho en el pueblo que no me hubiera tirado los tejos y no me extraña, que mis ojos negros y mis largas piernas llamaban la atención a cualquiera, que no esta bien que yo lo diga pero es que era así, que los traía locos a todos, hasta que apareciste tú y me enamoré de ti como una tonta y partir de ese momento los demás hombres dejaron de existir para mí. Y oportunidades no me faltaron, que lo sepas, que a más de uno tuve que pararle los pies y a quien menos te imaginas, que si lo supieras volverías a morirte, te lo digo yo. Pero tú nada, tú a lo tuyo a mirar a otras, mas cultas, más poetas, mientras tu mujer sufría calladamente, sin decirte nada, para no preocuparte, para no armar follón. “Ya se dará cuenta”, pensaba yo, y sí, por fin te diste cuenta, tarde, pero más vale tarde que nunca. Aunque ya ves, poco me duró la dicha, cinco años jubilado, sólo cinco años en los que te comportaste como un marido de verdad y me dedicaste la atención que me merecía, cinco míseros años, cariño, y vas y te mueres, justo dos días antes de emprender ese crucero por el Mediterráneo que me tenía tan ilusionada. Fíjate que a esta hora deberíamos estar en la cubierta del barco, mirando al mar, en lugar de metidos en este coche fúnebre, tú ahí detrás, en tu ataúd, con destino a tu última morada y yo aquí delante, al lado de un chófer con cara de imbécil y sin poder sacarme de la cabeza todas estas tonterías. ¡Ay Eloy! ¡Qué desconsiderado has sido! ¡Qué pena tan grande me oprime el pecho!

ELOY
Ya lo sé, Dorita, ya lo sé, ya sé que no me he comportado contigo como tú hubieras deseado, o según tú piensas, como te hubieras merecido, pero tampoco fue para tanto. Que sepas que todas esas cosas que se te están pasando por la cabeza, no son más que bobadas, no son ciertas y eso me hace sentir peor, porque me doy cuenta de lo engañada que has vivido y de lo poco que confiabas en mí. Mira tú, una de las cosas buenas que tiene el morirse es el conocimiento que estoy teniendo sobre lo que piensan y sienten los
demás, en este caso tú, mi vida, que aunque te cueste creerlo, siempre has sido lo que más me ha importado en la vida. La pena es que tú no podrás saber lo que pienso yo, así que me tengo que conformar con ser mudo testigo de todas esas tonterías que pueblan tu mente sin poder rebatirlas, sin poder demostrarte que tú has sido lo mejor que me ha pasado en la vida.
      Yo jamás te fui infiel, mi querida Dorita, ni con Melania, ni con Isabelita Montoto ni con nadie. ¡Pero si yo sólo tenía ojos para ti! Cierto es que pasaba muchas horas en el Instituto, con ellas y con otras, con mis compañeras, era mi trabajo, no me quedaba más remedio ¿qué querías que hiciera? ¿que no fuera a trabajar para no tener roce con ellas? Bien que te gustaba que llevara dinerito a casa para poder darte todos los caprichos y no tener que pasar privaciones, como muchas de tus conocidas, que eran tiempos difíciles Dorita, muy difíciles, que un sueldo como el mío pocos hombres lo ganaban y si para ello tenía que trabajar muchas horas pues no me quedaba más remedio que hacerlo. ¿Y que estaba con mujeres? Pues si, y con hombres, porque la mayoría de mis compañeros eran hombres, bien lo sabes y con ellas jamás pensé en tener nada de nada, puedes estar segura.
      ¿Que no estabas a su altura culturalmente hablando? Pues es verdad, tú misma tienes que reconocerlo, de hecho alguna vez que te llevé conmigo al Ateneo saliste enfadada y aburrida, diciendo que no habías entendido nada de lo que allí se contaba y que no deseabas volver. Yo lo único que hice fue respetar tu decisión, tu voluntad y trabajar, Dorita, siempre trabajar, para que no te faltara de nada. Y si alguna vez te corregía, era por tu bien cariño, y bien sabes que siempre lo hice con delicadeza, jamás te puse en ridículo delante de nadie, es más, me atrevo a decirte que eso ya lo hacías tu solita, cuando soltabas un “haiga” en vez de un “haya” por ejemplo y otras lindezas por el estilo.
       En el fondo siempre supe que desconfiabas de mí, fundamentalmente por esa manía que tenías de revisar los bolsillos de toda mi ropa con la excusa de que no se metieran objetos extraños en la lavadora, esa manía de olerlo todo, como si buscaras un perfume femenino que no fuera el tuyo....pero Dorita, si yo hacía honor a tu lindo nombre y te adoraba, porque ¿a guapa? A guapa no te ganaba nadie, en eso te doy la razón. Todavía recuerdo cuando te vi por primera vez, en el Baile de la Flor que organizaban en tu pueblo para celebrar la llegada de la primavera. Me fijé en ti nada más entrar en el recinto, tan alta, tan guapa, tan elegante, tan... señora, porque siempre fuiste una señora con todas las de la ley, y haciendo gala de ello te resististe a mi conquista, para mi desilusión, pero yo insistí, no cejé en mi empeño de conquistarte y un día, por fin, accediste a salir conmigo y con orgullo te paseé cogida de mi brazo, sabiendo que era la envidia de todos los hombres que nos veían pasar. Ya sé, Dorita, ya sé que muchos de ellos te tiraron los tejos con descaro, incluso estando ya casada conmigo, pero yo, que siempre fui muy discreto, observaba y callaba, no merecía la pena armarla por tan poca cosa, pues si bien fui testigo de sus intentos de cortejo, de igual manera lo fui de tus sutiles rechazos. ¿Te crees acaso que no sabía que Ramón Sotelo, el director del Instituto, estaba loco por ti? Si hasta un día, sin querer, lo escuché invitarte a una cena, aprovechando que yo iba a estar de viaje, pero tú te lo sacaste de encima como pudiste, amablemente, eso sí, pero le dejaste bien claro que eras una mujer casada y decente, que me querías, lo mismo que yo a ti. Te ruego pues, que no me vengas ahora con reproches, lo único que me puedes reprochar es que me haya muerto de esta manera pero ¿qué quieres? No pude hacer nada por evitarlo. Me dio ese dolor fortísimo en el pecho y allí me quedé, tirado en el sofá, como un pajarito, solo, cariño, muy solo, que de veras que no hay cosa más triste que irse de este mundo solo, sin la compañía de tus seres queridos, de ti, mi Dorita, que siempre había imaginado mi muerte contigo a la cabecera de mi cama, tomándome tiernamente de la mano, reconfortándome en ese duro momento; pero qué va, no se me ocurre otra cosa que morirme cuando estabas en la peluquería y encima te chafo el crucero...¡qué mala suerte! Tienes razón, pero bueno, lo que sí me gustaría decirte es que aquí no se está nada mal y que morir no es malo, ni duele, ni nada de esas bobadas que piensa la gente, simplemente pasas de un lado a otro, porque también en eso estabas tú en lo cierto: hay otra vida, es extraña, pero vida debe de ser desde el momento en que puedo pensar todo esto que estoy pensando, aunque no me vea, porque soy incorpóreo, y no vea tampoco dónde estoy, pues la sensación que tengo es la de flotar en el aire. Ya ves, yo que siempre fui ateo convencido y defendí la idea de que con la muerte nos enterraban y punto, pues no, me equivoqué, es cierto que hay otra vida, aunque a Dios todavía no le he visto por ningún lado, pero seguro que aparecerá de un momento a otro.
       ¡Ay Dorita! ¡Qué pena me da haberte dejado tan sola! ¿Podrás perdonarme algún día?



     Y Dios, que observaba aquel absurdo diálogo entre apenado y divertido, decidió que no podía separar a tan singular pareja y que tenía que hacer algo para remediar el desaguisado, tanto más cuando Eloy se había muerto unos años antes de lo previsto por culpa de los donuts con que Dorita le obsequiaba al desayuno, que habían elevado sus índices de colesterol hasta límites insospechados, provocándole el infarto fulminante que le llevó a la tumba. Y puesto que la mujer había sido la causante silenciosa e inocente de la muerte del marido, Dios decidió que era de ley hacer que el marido fuera justo causante de la muerte de la esposa. Un oportuno obstáculo en el camino del coche fúnebre, un perrito cruzando la calle, hizo que el chófer tuviese que dar un brusco frenazo que provocó que el ataúd se desprendiera de su sujeción y se deslizara hacia delante, directamente hacia el cogote de Dorita, causándole una rotura de nuca y por ende, la muerte en el acto. La mujer pasó a la otra vida bruscamente, sin darse casi ni cuenta y fue feliz al encontrarse con su Eloy, incorpóreos ambos, pero seguros de estar juntos, incluso después de la muerte y olvidando viejos rencores y resentimientos absurdos se dedicaron a planear su tan deseado y nunca realizado viaje, pero esta vez, por las nubes.


lunes, 11 de junio de 2012

ENTRE LA NIEVE Y EL FUEGO


       Se miró al espejo y una vez más el reflejo que le devolvió no tuvo nada que ver con la realidad de su vida. Manuel sólo veía en aquel viejo cristal descascarillado por el paso del tiempo lo que su mente perdida quería ver, el muchacho joven y apuesto que un día fue, el hombre que por intentar ser feliz se había perdido entre la nieve y el fuego muchos años atrás.

       Manuel había aprendido a vivir de recuerdos, de aquellos recuerdos que a veces le atormentaban hasta hacerle gritar y otras le reconfortaban hasta provocarle una sonrisa, pero aquel día algo dentro de sí le dijo que había llegado el momento de regresar, que ya no tenía sentido su vida oscura, su existencia casi anónima, de espaldas al mundo. Quiso disfrazar su cobardía de valor, pero no fue capaz, por eso rebuscó en el desván hasta encontrar lo que deseaba, aquellas ropas oscuras que le daban un aspecto casi terrorífico, pero que tenían la virtud de ocultar su cuerpo, su esencia, su corazón herido y hasta sus entrañas. Sólo así pudo emprender el difícil camino que le conduciría a su pasado.
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           Manuel era el hijo  mayor de Don Esteban Romero, el hombre más rico del pueblo, un terrateniente despiadado y tirano que había conseguido su fortuna a base de negocios no del todo limpios. Don Esteban no gozaba de demasiadas simpatías en la comarca, sólo Don Laureano Menéndez, el alcalde, y Don Ramiro Fontela, el cura, dos hombres tan corruptos y enviciados como él, le mostraban su más exagerado servilismo, sólo porque sabían que de esa manera conseguirían el dinero necesario para sus propósitos, el uno para engordar las arcas del Ayuntamiento; el otro, las de la Iglesia y ambos las suyas propias, que sisar a los ricos no es mala cosa, o al menos eso era lo que se decían a sí mismos para aliviar su mala conciencia. Así era que los tres hombres eran amigos y enemigos a la vez, aunque ello parezca un contrasentido. Cuando se podían aliar para fastidiar al prójimo en provecho propio no dudaban en hacerlo, mas si se presentaba la ocasión de hostigarse entre sí lo hacían con el disimulo propio de los hipócritas, cuidándose que los otros no se enteraran de las triquiñuelas propias, no fuera a ser que se terminara la amistad y con ello volara el lucro que su falsa alianza les proporcionaba.

      A Manuel no le hacía demasiada gracia la actitud de su padre y sus secuaces,  pero en aquellos años un padre era una persona a la que había que respetar por encima de todo sin cuestionar ni un ápice sus decisiones y así lo hacía el muchacho, que era un buen chico, obediente, estudioso y trabajador, y que a pesar de la deferencia obligada a su progenitor también sabía tomar sus propias decisiones entra las cuales, muchas veces, figuraban las de deshacer a escondidas los entuertos que su propio padre llevaba a cabo. En más de una ocasión se había brindado a ayudar a alguna familia a la que su progenitor había sangrado más de la cuenta simplemente porque no gozaba de su simpatía, ofreciéndoles dinero que casi siempre sumaba más cantidad de la que Don Esteban les había obligado a pagar con cualquier excusa.

     La bondad de Manuel era conocida entre las gentes más humildes del pueblo, como también era sabido el hecho de que el muchacho actuaba a escondidas de su padre y así era que entre los habitantes del lugar se había establecido un pacto de silencio con el propósito de que el tirano no se enterara jamás de lo que hacía su hijo a sus espaldas.

      Cierto día Manuel conoció a Salomé. Salomé era hija de Ramón, uno de aquellos pueblerinos a los que Don Esteban odiaba sin motivo aparente. Por el pueblo circulaban muchos rumores, desde los que decían que aquel odio exacerbado venía de muchos años atrás por un lío de faldas en el que se habían visto embarcados los padres de ambos hombres, hasta los que afirmaban que la causa del enfrentamiento era por sus diferentes y antagónicas ideas políticas. Lo cierto era que nadie sabía con seguridad el motivo de aquella inquina, pero ésta  permanecía ahí, latente, y  Don Esteban no dudaba en descargarla de vez en cuando contra aquel pobre hombre que lo único que pretendía era vivir de su trabajo y mantener mal que bien a su familia. El día que la cosecha de patatas de Ramón apareció echada a perder nadie puso en duda quién había sido el autor de la fechoría, pero de la misma manera nadie movió un dedo para arreglar el desaguisado, sólo Manuel, como siempre, se atrevió a acercarse a la casa de Ramón y ofrecerle su ayuda. Y fue entonces cuando conoció a Salomé, y fue entonces también cuando se enamoró de ella como un colegial. Aquella muchachita menuda y tímida se apoderó sin quererlo de su corazón y de su alma y a pesar de que sabía que aquel amor tendría que superar muchas dificultades, no quiso ponerle freno, al revés, no tuvo más remedio que alimentar aquel sentimiento puro que había nacido dentro de sí y que pugnaba por crecer cada día más.

         Comenzó entonces el cortejo sutil y discreto, los encuentros a escondidas del mundo, los miedos a que pronto llegara el final de aquella ilusión que les hubiera gustado fuera eterna. Pero el tiempo iba pasando y nada ocurría. Parecía como si los hados se hubieran aliado a su favor y no tuvieran otra ocupación que protegerlos con mimo, y tal vez por eso su ánimo se relajó y poco a poco se olvidaron del peligro. Aquellos temores de pronto les parecieron lejanos e infundados y se dijeron a sí mismos que nada ni nadie podría romper aquellos lazos de amor que los unirían para siempre.

      Nunca supo Manuel cómo ocurrió, si era que su padre le había visto alguna de aquellas tardes paseando a la vera del río con su amada, si había sido alguno de sus amigotes el que le había ido con el cuento, pero lo cierto es que Don Esteban terminó enterándose de los amores que su primogénito mantenía con la hija de su peor enemigo y no tardó en tomar cartas en el asunto. Lo llamó al orden en seguida, conminándole a que terminada con aquel galanteo absurdo de una vez por todas, y como  Manuel, por primera vez en su vida, se negara a obedecer los estúpidos deseos de su padre  éste no tuvo el más mínimo inconveniente en amenazarle.

       -Si no dejas a esa muchacha te desheredaré y toda la fortuna pasará a  manos de tus hermanos. No serás más que un paria, un desahuciado de la vida, un mendigo, así que tú verás lo que haces.

     -No me importa su dinero padre. Prefiero ser un mendigo a vivir sin el amor de Salomé.

     -Entonces la mataré. Jamás permitiré que te cases con ella, ¿me oyes? ¡Nunca!

     Sabía Manuel que las crueles palabras de su padre podían convertirse en hechos en el momento menos pensado y por amor a Salomé, por permitirle seguir viviendo, renunció a ella sin ni siquiera decírselo.

     No le hizo falta a la muchacha que nadie le contara lo ocurrido. Ella estaba segura del amor de Manuel y sabía que su silencio y su indiferencia se debían a la presión de su padre. Así pues sabedores ambos de que el fin había llegado sin remedio, optaron por resignarse y continuar con su vida de siempre, sin dejar de recordarse, sin permitir que su corazón herido albergara otro sentimiento que no fuera la mutua adoración que a partir de entonces se habían de profesar en silencio. Pero era difícil, tan difícil, que nada podía evitar que el muchacho paseara cabizbajo por las calles pedregosas, acercándose como alma en pena a la casa de su amada por si alcanzaba a verla por la rendija de alguna ventana abierta, o por entre las hortensias y las azaleas que brotaban juguetonas y traviesas tapando la entrada del huerto. A veces lo conseguía y marchaba a su hogar con la sonrisa de Salomé clavada en su pecho, aquella preciosa sonrisa que iluminaba su mirada. Otras veces, las más, no podía hacer otra cosa que retirarse en silencio sin poder llevar consigo el recuerdo fresco y reciente  de su amor perdido.

       No pasaron desapercibidos para Don Esteban los paseos de su hijo y encendida su rabia por no haber podido borrar con sus amenazas el amor de los jóvenes, planeó el fin del mismo de la manera más cruel, implacable, como siempre había sido su alma, atormentada por una ira tan ilógica como injusta.

     La noche de su venganza había comenzado a nevar. Los copos blancos y gruesos caían con fuerza, casi con furia, extendiendo su manto blanco por encima de la tierra fangosa. Las campanas del reloj de la iglesia daban las diez cuando Don Esteban llegó a casa de Ramón. Todo era quietud y silencio, lo cual indicaba que los habitantes de la casa debían de haberse retirado a descansar. Mejor así. De esa manera era mucho más fácil de conseguir el propósito que había llevado al hombre hasta allí. Don Esteban vertió la gasolina alrededor del humilde edificio y le prendió fuego. Después salió de allí como alma que lleva el diablo. El fuego se extendió con rapidez y ni siquiera la fuerza blanca y fría  de la nieve fue capaz de dominar su cólera.

       Algo en su interior le llevó a mirar a través de los cristales de su ventana y viendo el resplandor que producían las llamaradas, salió en loca carrera presintiendo lo peor. Cuando Manuel llegó a la casa de Salomé las lenguas de fuego la rodeaban en un abrazo atroz y sanguinario. Él no lo dudó un instante. Entró en la casa y dejándose golpear por las brasas fue sacando uno a uno a todos sus habitantes. Cuando los hubo puesto a salvo echó a correr, alejándose de aquel lugar maldito, hasta que las fuerzas lo abandonaron y cayó en la nieve, cuya frialdad tuvo el poder de aliviar las quemaduras de su cuerpo, mas no el calor insufrible de su alma.

             Nunca supo el tiempo que pasó tirado en la nieve a la intemperie, abandonado al frío de la noche, pero no debió de ser mucho, de lo contrario no hubiera conseguido sobrevivir. Cuando volvió en si  estaba en una impersonal cama de hospital, en una enorme sala donde otros enfermos, postrados igualmente en sus camas miraban la vida pasar sin demasiada esperanza. Se miró y descubrió su cuerpo prisionero de los vendajes. Cuando quiso moverse un dolor lacerante lo envolvió y de nuevo se sumió en las tinieblas.

        Así permaneció durante días, quizá durante semanas, sin saber el lugar exacto en el que se encontraba, sin conocer cuál sería su futuro, apenas recordando su pasado más que por aquel nombre de mujer que tenía clavado en su mente: Salomé. No recordaba su rostro, ni siquiera sabía si en realidad aquella mujer había existido o era sólo una quimera que su maltrecha inteligencia  se empeñaba en retener en algún rincón de si mismo.

         La monja encargada de su cuidado le preguntaba por su vida y él no sabía qué contestar. No sabía dónde vivía ni si tenía familia, sólo podía pronunciar aquel nombre: Salomé, que para nadie parecía tener sentido, tampoco para él, a pesar de que de su boca no salieran apenas más palabras. Sor María se preocupaba mucho por aquella ausencia que su alma.

       -Y cuando salgas de aquí ¿A dónde irás? ¿Qué harás con tu vida? Tienes que recordar, debes esforzarte en recordar.- le decía con cariño.

      Pero por más que lo intentaba no era capaz de rememorar ni un segundo de su pasado. Era como si algo o alguien hubiera borrado su ayer para no dejarle afrontar ese mañana incierto que cada vez estaba más cerca.

       La tarde en que todo reapareció había vuelto a nevar después de varias semanas sin hacerlo. Por fin le habían sacado los vendajes y había podido contemplar su rostro desfigurado ante el espejo que la monjita le había acercado. Aquella piel engrosada y costrosa en que se había convertido su cara no le producía demasiada impresión, pues no sabía de la tersura y belleza de antaño, y lo único que vio fue un ser monstruoso y horripilante, diferente a todas las personas que conocía, un hombre que debía comenzar a subsistir, a respirar, sin saber muy bien cómo hacerlo. Por eso no le resultó del todo extraña la inquietud, la agitación si sentido aparente que sintió aquella tarde cuando se acercó a la ventana y vio caer con fuerza los copos de nieve. Lejos de relacionar su congoja con la nevada supuso que aquella inquietud era normal por tener que marchar del que consideraba su único hogar. Aquel hospital solitario y frío se había convertido en su morada, en la única  que había conocido; pero ya se había repuesto, las heridas de su cuerpo, que no las de su alma, se habían curado ya, y por eso debía irse, afrontar la realidad que le esperaba tras los muros del jardín que tantas veces había contemplado desde su ventana.

       Entonces lo vio, el hombre que con tranquilidad intentaba encender su cigarrillo, la llama que era ahogada de manera implacable por un inocente copo de nieve.... la nieve, el fuego y de pronto toda su existencia anterior, todo lo añejo que se escondía en el rincón más recóndito de su cerebro volvió vívido a su mente para relatarle con todo lujo de detalles un pasado que hubiera preferido ignorar. Su padre, la maldad, el pueblo, el incendio, su amor perdido.....Salomé. En menos de un segundo comprendió que todo estaba perdido, que no podía buscarla, que nunca podría recuperar su querer, que ella jamás querría depositar un beso en sus labios casi inexistentes, en sus mejillas rotas y preso del dolor y el desencanto decidió que se iría lejos, muy lejos, a un lugar desconocido, casi incierto, en el que se convertiría en inalcanzable para su pasado, por mucho que éste se empeñara en perseguirlo.

         Caminó sin rumbo durante mucho tiempo, durmiendo donde podía y alimentándose de lo que encontraba, hasta que se cansó y al llegar a un lugar para él ignorado y lejano decidió quedarse sin saber muy bien el motivo. Sus habitantes lo miraron con recelo al principio, más cuando comprobaron que era un ser inofensivo dejaron de mostrarse preocupados antes su presencia.

     Manuel se dedicó a vivir de la mendicidad y de la caridad de aquellas gentes. Hizo suya una vieja casa abandonada que fue reparando con los materiales que iba encontrando entre la basura y allí se instaló. A veces alguien le encargaba hacer algún trabajo sencillo y él accedía gustoso; otras veces, cuando el dinero escaseaba y el estómago reclamaba su ración de comida diaria, se sentaba en cualquier esquina y pedía limosna. En aquellos instantes recordaba las palabras que un día le había dicho a su padre: “Prefiero ser un mendigo a vivir sin el amor de Salomé”. Y la vida, que a veces es injusta y cruel, no le había dado opción y lo había castigado a existir siendo un mendigo sin el amor de Salomé. “Pero me queda su recuerdo”, pensaba entonces puerilmente, “y eso nadie me lo podrá arrebatar jamás”.

           Y así fueron pasando los días, los meses y hasta los años, hasta que su mente enferma y obsesionada con el recuerdo de la única mujer a la que había amado, lo empujó a volver.
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          No había sido mucho más próspera la historia de Salomé. Única superviviente del devastador incendio, pese al empeño que había puesto Manuel en intentar salvar a toda su familia, de pronto se vio sola en el mundo y presa de la desesperación, sabedora de la identidad del inmediato culpable de aquella lamentable situación, no tuvo otra idea en la cabeza más que la de terminar con la vida de aquel maldito. Él la había apartado de Manuel, al que todos dieron por muerto, y él también la había alejado de su familia para siempre. No se merecía otra cosa que la muerte y ella estaba dispuesta a regalársela de sus propias manos.

        La recogieron unos parientes lejanos de su difunta madre, más por obligación moral que por otra cosa y allí, entre aquella gente hostil que se mostraba indiferente a sus sentimientos, fue tejiendo su venganza. Tampoco hacía demasiados planes, simplemente se dedicaba a vagar por los caminos y por los campos por los que sabía que Don Esteban pasaría tarde o temprano. En algún momento se le presentaría la oportunidad adecuada para terminar con su vida. No sabía cuándo, tampoco sabía cómo lo haría, pues una mujer menuda y sin demasiada fuerza física no tendría demasiadas opciones al enfrentarse a un hombre corpulento y vigoroso como era aquel ser pérfido y desalmado. “Más vale maña que fuerza” se decía entonces con una media sonrisa dibujando su rostro, sabedora de que el destino se aliaría con ella para dejarla conseguir su propósito.

      No se equivocó. Quiso la casualidad, el azar, o esa fuerza misteriosa que rige la existencia humana, que una tarde, en medio de los campos de trigo, se encontrara Salomé con su enemigo, que supervisaba la siega cual amo controlando a sus esclavos. La muchacha no se lo pensó demasiado. Tomó una hoz que estaba a su alcance y de un tajo certero degolló al hombre, que cayó al suelo y allí murió desangrado como un cerdo.

        Medio pueblo fue testigo del crimen, y medio pueblo fue cómplice silencioso del mismo. Nadie descubrió a la culpable, nadie pronunció una palabra, nadie dijo saber nada. Pero Salomé, impresionada por lo que había tenido el valor de hacer, que no arrepentida, fue poco a poco perdiendo la razón y la familia que la había acogido por obligación, cansada de soportar sus desvaríos, la internó en una manicomio.

         En aquel sanatorio transcurrieron muchos años de su vida, sumida en la sinrazón, divagando en ocasiones sobre las llamas de un incendio que le habían arrebatado  la vida siendo casi una niña, dispersándose otras veces en hilos de palabras que hablaban de la sangre que había visto correr sobre el trigo y que se había apoderado de su cordura.  Pero teniendo siempre presente a Manuel, el muchacho cuyo rostro se dibujaba nítido entre la niebla que poblaba su mente, Manuel, el amor perdido que un día había de recuperar, no sabía cómo, ni sabía cuando, pero que había de volver con toda seguridad.

      Aquella idea absurda fue tomando forma en su cabeza al tiempo que  crecía una preocupación igualmente disparatada pero no carente de lógica. Cuando Manuel volviera al pueblo no  podría  encontrarla, puesto que ya no vivía en la casa de siempre, en la que él conocía, aquella rodeada por un huerto cuya entrada tapaban juguetonas las hortensias. Y como si se le fuera la vida en ello a partir de entonces no pensó en otra cosa que en salir de allí, de aquel lugar extraño a dónde un día había ido a parar en contra de su voluntad, o tal vez con su aquiescencia, no era capaz de recordarlo; en todo caso había llegado el momento de regresar al pasado, ya no pintaba nada allí, ahora tenía que  volver a su hogar y esperar a Manuel.

       A pesar de haber perdido parcialmente la razón, Salomé conservaba momentos de lucidez en los que todavía era capaz de discernir, de entender e incluso de reflexionar, por eso supo que los médicos que la atendían y que a veces la sometían a tratamientos atroces que la dejaban aturdida, nunca se avendrían a dejarla marchar porque sí. La única posibilidad que tenía de salir de aquel lugar era escapando y eso fue lo que hizo. Una noche de niebla y de lluvia fina y persistente, salió de aquel lugar llevando consigo únicamente la ilusión de reencontrarse con su amor perdido del que, a aquellas alturas, apenas recordaba más que su nombre.

      Anduvo por lo caminos polvorientos sin tener noción del tiempo, sin apenas percibir el paisaje árido que la rodeaba, asentada en su cabeza la intención casi obsesiva de llegar pronto a su casa. Y cuando lo consiguió y traspasó lo que quedaba de la puerta de madera azul sólo pudo ver lo que su mente se empeñaba en ver, su hogar de siempre, la mesita de madera de pino pulcramente barnizada, el antiguo armarito blanco en el que su madre guardaba los útiles de la cocina, las bajas sillas de madera y paja..... aunque nada de eso existía más que en su enferma imaginación, aunque a su alrededor sólo hubiera cenizas y destrucción.

       Con el ánimo inusualmente feliz se acercó a la entrada del huerto donde antaño habían crecido las hortensias, arrancó con sumo cuidado un puñado de margaritas silvestres y entrando de nuevo en la ruinosa casa, se sentó en el suelo apoyando la espalda en la renegrida pared y se dedicó a deshojar las flores, en un intento absurdo por saber si todavía subsistía su amor perdido. Y así pasó horas, puede incluso que días, hasta que Manuel llegó a buscarla.
                           *********************************************
         Envuelto en sus ropajes oscuros se acercó al pueblo que una vez había sido escenario involuntario de su amor imposible. Durante unas horas se quedó allí, a una distancia prudencial, de pie sobre el suelo rocoso, mirando las casas que a lo lejos se levantaban orgullosas, con la completa seguridad de que en una de ellas Salomé lo estaría esperando con ansia.

        El reloj de la torre de la iglesia marcaba las horas lentas e inexorables. Cuando los último rayos del sol extendían su luz difuminada sobre la campiña, reanudó su camino con pasos lentos e inseguros. Al llegar al pueblo buscó la casa de sus recuerdos, aquella que flanqueaban las hortensias y las azaleas, y allí dónde se había levantado la humilde edificación sólo encontró cuatro paredes en ruinas  renegridas por las llamas. La puerta de madera medio podrida estaba entornada, no tuvo más que darle un leve empujón para poder entrar. Y  allí estaba ella, deshojando una margarita en un gesto sin sentido y mirando al vacío con la indiferencia de los que han perdido la ilusión y la voluntad. Volvió la cabeza hacia él cuando escuchó abrirse la puerta y aunque al principio se asustó de ver aquel hombre envuelto en los ropajes negros que le daban tan terrorífico aspecto, pronto se repuso de la sorpresa inicial y levántandose, sin apartar los ojos de él, se le acercó con la curiosidad de los que esperan encontrar lo que tanto tiempo llevan aguardando. Cuando pudo alargar su mano y tocar aquel rostro del que sólo podía ver los ojos, no dudo un instante al pronunciar su nombre.

        -Manuel, has vuelto.

       Manuel se despojó de la tela liviana que cubría su rostro y se atrevió a mostrar su piel quemada, su cara monstruosa, desfigurada por las llamas de las que un día había conseguido arrebatar a aquella mujer que le miraba con inexplicable admiración. Salomé hizo caso omiso a las terribles cicatrices y acariciando aquella piel rugosa sonrió por vez primera en mucho tiempo.

       -Ahora ya podemos ser felices.

       Manuel la tomó de la mano y juntos salieron de la casa y emprendieron el camino hacía cualquier parte. La nieve empezaba a caer con fuerza, pero su frío glacial no podría apagar jamás el fuego que todavía conservaban sus viejos corazones que por fin se habían encontrado de nuevo gracias a una incomprensible pirueta del destino.
        
      
      

miércoles, 23 de mayo de 2012

CUENTO DE HADAS



    A sus diecisiete años, Laura pensaba en qué sentido podía tener aquella vida de esfuerzo y trabajo. Su padre, raiz de la tierra en la tierra, apenas ganaba para alimentar a su numerosa familia, esposa y diez hijos. Laura, mientras caminaba despacio por los surcos, al borde del camino, de regreso al pueblo, aceptaba con resignación aquel peso del trabajo en los campos que le había impedido incluso continuar en la escuela, como tanto le hubiera gustado.
      Alta volaba una bandada de cuervos, alejándose.....Laura alzó la mirada y los contempló unos segundos, antes de suspirar largamente. Después miró sus manos, ennegrecidas por la tierra como el plumaje desesperado de los cuervos y reemprendió el paso, el regreso a la humilde casa,  a la humilde vida de siempre, en la que su corazón parecía ahogarse dentro de su pecho. Y sus ojos se llenaron de la imagen de Alfredo, el adolescente vecino, tan hospedado en ese corazón suyo.
    En ese instante recordó que en unos días sería el cumpleaños de su padre. Quería regalarle algo, un presente que le demostrara lo mucho que le quería, aunque con el escaso dinero que entraba en casa, poco podría ser. Entonces lo vio, el papel tirado a la vera del camino. Dudo si cogerlo o no, mas al cabo de unos segundos lo tuvo entre sus dedos. Era un sencillo boleto para las quinielas deportivas del domingo y decidió que aquel boleto, debidamente cumplimentado, sería un buen regalo para el viejo.
    Luego, en la casa, al borde de los gritos y alegrías de sus hermanos pequeños, rellenó el boleto con pronósticos y fantasías en los que, de una forma vaga, se mezclaba la imagen bonita del hijo del vecino. Su padre le agradeció el hermoso regalo sin preguntarle de dónde lo había sacado. Y nadie, después, porque los pobres sueñan poco en sus estómagos de hambres atrasadas,se acordó de aquel boleto de quinielas, hasta que llegó el domingo por la noche y Laura, con una sonrisa encarnada en los labios, le preguntó a Alfredo,el hijo del vecino, que como había sido el resultado de los partidos, en esa meditación de goles y sorpresas. El corazón empezóa latirle fuertemente en la cajita del pecho y llamó al padre , se comprobaron los apuntes y los goles, calientes aun, en la noche del pueblo. Primero incredulidad, luego asombro...no puede ser. Y el papelito allí, contando, gritando goles, derramando goles entre toda la familia de José Perez, campesino de tierra para la tierra. Y el ir corriendo hasta la pequeña oficina de las quiniela. Y el “espere usted, amigo, que hasta dentro de dos días no ha de saberse nada de lo cierto. Y horas, minutos gigantes, segundos sin tiempo en el tiempo, hasta que se publicó en los periódicos  y lo proclamaron las emisoras de radio del país: el boleto era el único acertante de todos los resultaos del domingo. Y la cifra convertida en pólvora de noticia por todo el pais, cien millones, habían correspondido al afortunado poseedor de aquel boleto.
    Y José, el campesino de la tierra para la tierra, su mujer y sus otros hijos, miraban a Laura con alta reverencia y respeto, porque la niña se había convertido en una mujer de importancias y misterios. Después las palabras, trémulas y sosegadas a un tiempo, del padre, reunida toda la familia en la vivienda que olía a tierra madura, a siglos lejanos y a hijos.
    -Esto, hijos míos, ha sido obra de Dios por medio de Laura. Apenas ya nos alcanzaba para comer un día y otro día. Así que ahora, poneros lo mejor que tengáis y nos iremos todos a la iglesia , a darle gracias al Señor, que para eso somos unos buenos cristianos.
    La pequeña comitiva familiar de sonrisas y seriedad partió hacia la Iglesia en  un caminar de misterios y de imposibles, mientras las campanas repicaban en el corazón de todos ellos. Fue el sonido de esas campanas el que despertó a Laura de su profundo sueño, de un sueño del que hubiera querido no regresar para comprobar que no había boleto, que no había goles, que el cuento de hadas, había llegado a su fin.

sábado, 12 de mayo de 2012

NO ERA AMISTAD




    Conocí a Javier poco después de cumplir los veinte años, cuando decidí enfrentarme sola con el mundo y volar fuera del hogar materno que me había visto crecer. Hacía tiempo que me había marcado  esa edad como límite para independizarme y aunque todavía me sentía demasiado unida al seno familiar, algo en mi interior, tal vez una rebeldía bien entendida, me empujó a cumplir aquella promesa hecha a mí misma.
     Hacía apenas unos meses que  trabajaba como dependienta en la sección de ropa femenina de unos grandes almacenes. Mi sueldo era más bien escaso, pero me gustaba mi trabajo y a pesar de que mi madre, por activa y por pasiva, me rogó que no me precipitara en independizarme, hice caso omiso a sus consejos y empujada por la ilusión que me producía afrontar una nueva etapa en mi vida, me busqué un piso de alquiler, lo acondicioné a mi gusto y  para allí me fui.
     Sin embargo mi recién estrenada aventura no resultó ser, precisamente, un camino de rosas. Pronto descubrí que vivir sola no era tan absolutamente idílico como en un principio había pensado. Me agradaba mi independencia, pero me asustaba el silencio de la noche, los sonidos que se me antojaban extraños y que perturbaban la quietud que igualmente me inquietaba. Con frecuencia me despertaba por las noches asustada, y la posibilidad de que alguien intentara aprovechar mi soledad para entrar en mi casa con fines no precisamente honestos se fue convirtiendo en una obsesión absurda, alimentada por los comentarios de las vecinas que, a mis espaldas, cotilleaban sobre aquella chica tan joven que osaba vivir sola, con todo lo que ocurría por el mundo.
       Por otra parte,  pronto me di cuenta de que pagar el alquiler y los demás gastos de la casa se me hacía muy cuesta arriba y había meses en los que tenía que echar demasiadas cuentas para poder llegar a fin de mes con un duro en el bolsillo. Como no esperaba una subida inminente de sueldo y la posibilidad de pedirle ayuda a mis padres ni siquiera la había acariciado, a pesar de su insistencia en tal sentido, estaba claro que debía encontrar una solución a mi problema por otros caminos  y aunque no me gustara demasiado la idea, se me ocurrió que podía compartir techo con alguna chica que, por un lado me diera la compañía que necesitaba y por otra, colaborara en los gastos domésticos.
     Tomada la decisión, puse un anuncio en el periódico y algunos letreros en las tiendas del barrio. Como no especifiqué el tipo de persona que precisaba (simplemente que fuera del sexo femenino) y vivía en una ciudad eminentemente universitaria, la práctica totalidad de las llamadas que se mostraron interesadas en mi propuesta eran estudiantes, y compartir mi casa con una de ellas no entraba en mis planes. Y no es que tuviera nada en su contra, pero yo necesitaba alguien que me aportara compañía, que gozara de cierta estabilidad económica y que tuviera la cabeza bien amueblada alimentada por una buena dosis de sentido común. Si acogía una estudiante en mi hogar corría varios riesgos entre ellos el la incomunicación, si resultaba ser una empollona recalcitrante, o el de tener que soportar fiestas intragables, si se trataba de una juerguista.
      Mas una tarde, cuando casi no esperaba encontrar a nadie, el timbre sonó con insistencia  y apareció él. Acerqué el ojo a la mirilla y cuando le vi dudé si abrir la puerta o no. Al otro lado estaba un muchacho de aspecto un tanto descuidado, vestido con unos pantalones vaqueros medio raídos y una camiseta blanca en la cual se podía leer la leyenda "Porros Arturo". El pelo ligeramente largo y revuelto, la barba de varios días....no tenía muy buen aspecto, aun así, abrí. Cuando lo hice y estuvimos frente a frente  me sonrió y en ese preciso instante  su cara me pareció agradable.
   -¿Qué quieres? - le pregunté muy seria y con un deje de desconfianza en mi voz
   -Vengo por lo del anuncio que vi en la tienda de la esquina, para compartir piso.
   Tenía una voz suave y aterciopelada.
    -En el anunció decía que buscaba una chica – repuse – así que es evidente que no te ajustas a mis preferencias
   -Lo sé, pero es que estoy un poco apurado y pensé que tal vez en el fondo te diera igual.
   -¿Apurado? - pregunté
   -Si, mi  casero necesita el piso. La verdad es que me avisó con tiempo suficiente pero cuando me puse a buscar  ya era tarde y.... no encuentro nada. El curso está a punto de empezar y, ya sabes, los estudiantes lo copan todo. Vi tu anuncio y pensé que a lo mejor....
   No parecía mala gente. Mi mente empezó a trabajar a mil por hora y me hizo llegar a una rápida conclusión: que si me aportaba lo que yo deseaba el sexo era lo de menos, así que le hice pasar.
   - Anda, entra y hablamos ¿En qué trabajas? – le pregunté mientras lo conducía a la sala y lo invitaba a sentarse en el sofá de terciopelo verde, un mueble con aire absolutamente retro, como se diría ahora.
   -Soy fotógrafo. Trabajo en el estudio que hay en la calle Paraíso, ese que hace esquina ¿te das cuenta? -asentí con la cabeza y lo dejé seguir hablando - Bueno, allí trabajo sólo por las mañanas,  las tardes las dedico a hacer fotos por mi cuenta. De vez en cuando alguna revista o algún periódico me encargan un reportaje. Eso es lo que realmente me gustaría hacer, trabajar para una revista, exponer... las fotos de bodas y comuniones no me entusiasman demasiado. Envío mis fotos a todos los concursos de fotografía de los que me entero. Tengo algunas realmente buenas. Si me quedo te las enseñaré. Por cierto, este sofá es perfecto para una sesión de fotos de estudio.
    -¿De veras? Debe tener mil años, pero está más o menos bien y decidí dejarlo, aunque la casera me lo quería cambiar.
    - Pues si quieres puedo hacerte unas fotos en él. Estoy seguro de que quedarían fantásticas
   -¿Es mi recompensa si te dejo quedarte?
    Me miró como si de pronto mi pregunta lo rescatara de su mundo, de un mundo que nada tenía que ver con el real
   -No, lo siento. Es que cuando me pongo a hablar de mi trabajo me entusiasmo tanto que pienso que a todo el mundo le tiene que gustar lo que hago. – dijo finalmente.
   Empezaba a caerme bien. Y la posibilidad de que aquel muchacho fuera mi compañero de piso estaba cada vez más cerca.
   -Tendríamos que compartir las tareas domésticas – le dije.
   -Por supuesto, sé hacer de todo y lo hago con gusto, no debes preocuparte.
   -Eso está bien. Y dime ¿cuándo te vendrías?
   -Lo más pronto posible. En caso de que me aceptes comenzaría a traer mis cosas mañana mismo. Tampoco te voy a invadir el piso con muchos cachivaches. Los muebles de mi piso actual no son míos y mis objetos personales caben escasamente en dos maletas..
   -El alquiler son treinta mil pesetas, es decir quince cada uno. Tenemos que pagarlo entre el uno y el cinco de cada mes. Espero que no te retrases.
   -Eso ¿quiere decir que me aceptas? -preguntó con entusiasmo.
   -Sí, te acepto, pero te voy a poner un mes a prueba. Nunca he compartido piso y quiero estar segura de que eres la persona adecuada. No quiero que tengamos problemas, ni tú ni yo. Por cierto me llamo Gabriela.
   -Yo soy  Javier. Me parece justo lo del mes de prueba, pero estoy seguro de que nos llevaremos bien. Mañana nos vemos entonces, ¿a qué hora puedo venir?
    -Mañana libro por la tarde. A partir de las tres ven a la hora que quieras.
   Así fue como le conocí. Así fue como entró en mi vida y se quedó
*

        Convivir con él fue muy fácil. Era limpio, ordenado y respetaba todos sus turnos de trabajo. Además cocinaba muy bien y en ocasiones, cuando yo trabajaba de tarde y llegaba a casa por las noches, cansada, me recibía con una suculenta cena, digna del mejor catador de menús. Huelga decir que la primera impresión que tuve de él se desvaneció por completo. Resultó ser  un muchacho encantador, que supero con creces el mes de prueba al que yo le había sometido  y que consiguió ganarse mi amistad a golpe de pequeños detalles y de pura cotidianeidad.
    Comenzamos a compartir momentos de ocio, sobre todo los domingos, día en que tanto uno como otro gozaba de asueto en sus respectivos trabajos y que dedicábamos a pasear por el campo,  por cualquier parque de la ciudad o por las calles del barrio antiguo, siempre cámara en mano, dispuesto a captar momentos imprevisibles, fortuitos, circunstancias repentinas e incluso sorprendentes que quedarían plasmadas para siempre en la retina artificial de aquel aparato que parecía haber convertido en una apéndice de si mismo.
       Con frecuencia se quedaba hasta muy tarde en el estudio en el que trabajaba, revelando las fotos que había hecho el domingo anterior, y al regresar a casa me sorprendía con retratos en los que aparecía yo misma y que me había hecho sin que yo me percatara de ello.
     -Eres muy fotogénica – me decía con frecuencia – creo que te voy a convertir en mi musa.
     Y yo lo miraba y sonreía, pensando en que había tenido mucha suerte de encontrar a alguien como él para compartir mi hogar.
*

       Mi sueño de adolescente era convertirme en una gran diseñadora de moda. Un día descubrí que me gustaba dibujar modelos  vestidas con ropas que iban desde las más informales hasta las más elegantes. Igualmente y casi al mismo tiempo, me di cuenta de que abrirse paso en ese difícil mundo era harto complicado. Estudié corte y confección, con lo cual, según mi propio e ingenuo criterio, no me sería difícil triunfar como gran modista.  Sin embargo hube de conformarme con ser dependienta de unos grandes almacenes, rodeada de ropa, teniendo a mi alcance telas costosas, diseños de los que me hubiera gustado ser la autora, pero de los que, simplemente, se me dejaba ser incauta admiradora. Mis bocetos fueron a parar al fondo de un cajón, en el viejo mueble del salón que, al igual que el sofá, yo me había empeñado en conservar.
        Una tarde, de regreso del trabajo, me encontré a Javier sentado en el suelo del salón, abierto el cajón del desvencijado mueble, con mis mustios bocetos esparcidos por la alfombra.
     -¿Qué haces? – le pregunté – Menudo desorden. Anda, recoge esos papeles y vamos a comer, tengo un hambre canina.
     Obvió mi comentario y ni siquiera dirigió sus ojos hacia mí, tan absorto estaba en la observación de aquellos dibujos, algunos de los cuales ya comenzaban a amarillear por el paso del tiempo.
       -Son muy buenos, son realmente buenos -decía mientras los ojeaba.
      Me senté a su lado, en el suelo y a su lado ojeé mis sueños de adolescente
    -Bah, los hice ya hace unos años – dije con desprecio - cuando todavía tenía la estúpida ilusión de diseñar moda. Al final me tuve que conformar con ser dependienta, ya ves.
   -¿De veras? – me preguntó con un entusiasmo mal contenido - Si los dibujaste hace años tenías mucha visión de futuro porque estos vestidos son......intemporales, esa es la palabra. Son realmente buenos. Deberías retomar tus sueños, Chanel.
   -¿Qué me has llamado?
   -Chanel, mira – me dijo mientras me mostraba un dibujo - Parece de Coco Chanel.
  -Estás loco- le di un suave golpe en la cara con la revista que tenía en la mano - anda, vamos a comer, ¿no has preparado nada?
    -Lo siento, llegué tarde y al encontrar esta carpeta… me entretuve.
    -¡Ay Dios mío! ¡Hombres!  Que conste que te lo perdono porque te gustan mis dibujos. Prepararé una ensalada.
   Desde aquel día, dejó de llamarme Gabriela y para él siempre fui Chanel. Se quedó con mis bocetos, me los pidió y se los di, aunque no entendí muy bien para qué los quería hasta algún tiempo después.
*

       -Chanel, tengo que pedirte una cosa.
        Yo miraba la televisión arrebujada en el sofá, envuelta en una manta. El calorcillo que sentía y el suave repiqueteo de la lluvia al golpear el cristal estaban haciendo que el sueño se apoderara de mí poco a poco. Su voz me sacó de mi letargo. Me senté y le invité a hacerlo a mi lado
   -Menos dinero, pídeme cualquier cosa. – le dije - Con esto de las Navidades y los malditos regalos mi cuenta está temblando.
   -Más o menos como la del noventa por ciento de los currantes como nosotros. Así que no te preocupes, no tiene nada que ver con el dinero.
    -Era broma
     -Ya lo sé, boba.
    -¿Qué quieres entonces?
    -Pues veras, es que mi novia va a venir estas Navidades y me preguntaba si se podría quedar aquí. Serán sólo unos días, porque las fiestas las iremos a pasar al pueblo, con nuestras familias, pero entretanto.... ¿te importa si se queda?
    Sentí una extraña sensación que no logré identificar, una sensación que iba de la desilusión a la envidia pasando de refilón por los celos.
    -Nunca me habías dicho que tenías novia- logré decir por fin
   -Pues no, supongo que porque nunca  ha salido el tema. Tú tampoco me has dicho si lo tienes o no.
       -Pues no, yo no tengo novio, pero bueno eso no importa. No tengo inconveniente en que se quede tu novia. La casa también es tuya, no tienes que pedirme permiso. De todas maneras te agradezco que me lo hayas dicho.
     -Se llama Greta y estudia Medicina en Alemania. Allí vive con su padre - me hablaba de ella sin yo pedírselo y la luz que emanaba de su mirada me molestaba - Es....preciosa, dulce...es la mejor chica del mundo. Hace apenas dos años que salimos juntos. No nos vemos desde finales del verano, un poco antes de venirme a vivir aquí, cuando ella se marchó a Berlín. Cuento los minutos que nos faltan para estar juntos.
   -Ya, pues…. supongo que dentro de nada estará aquí y podrás disfrutar de ella
   -Gracias Chanel, eres un sol. La mejor chica del mundo después de Greta.
   Me besó efusivamente en la mejilla, como solía hacer cuando estaba contento.
   -Me voy a la cama -dijo -mañana me espera un día muy duro. Tenemos que ir hacer fotos a un colegio.
     Se retiró a su habitación y yo me quedé sola en la sala, mirando la televisión sin ver nada de lo que en ella echaban. Me provocaba una extraña sensación saber que Javi, mi Javi, tenía novia. Intentaba no identificar aquella sensación con los celos. Me decía a mí misma que  Javi sólo era mi amigo, mi compañero de piso, con el que compartía un montón de historias pero nada más. ¿O es que acaso mi corazón escondía un sentimiento distinto  a la amistad y que yo no  había sabido ver hasta entonces? Rumiando aquellas ideas me fui a la cama. Di vueltas y más vueltas sin poder dormirme. Cuando lo conseguí ya la luz del alba entraba por la ventana
     Unos días más tarde llegó Greta y pude comprobar, casi podría decir que en contra de mi voluntad, que Javi tenía razón. Era una chica preciosa, simpática, educada... y a él se le veía completamente enamorado.
      Aquella noche, cuando la quietud y el silencio de la casa fueron apenas rotos por los gemidos ahogados que provenían de la habitación contigua, me tapé la cabeza con la almohada intentando no escuchar el sonido del amor, de un amor que no era mío ni para mí. Me rendí a la evidencia y supe que por Javi sentía algo más que una simple amistad. A la mañana siguiente hice mi maleta y marché a pasar las fiestas a casa de mis padres.
*

      Cuando Greta regresó a Alemania y por fin las Navidades quedaron atrás, nuestras vidas volvieron a la normalidad y la rutina. La diferencia con nuestra existencia anterior estribaba en que yo tendría que afrontar un difícil reto: el de convivir con un muchacho del que me había enamorado, un chico que tenía novia y que me consideraba solamente una gran amiga. No me quedaba más posibilidad que esconder mis sentimientos. Era el sacrificio necesario que tendría que hacer para no estropear aquella fantástica amistad que nos unía.
     Sin embargo un gran obstáculo se interponía de vez en cuando en mis intenciones. Javi era un chico muy cariñoso y cualquier motivo era bueno para darme un abrazo, un achuchón, un beso en la mejilla... Era entonces cuando yo flaqueaba, cuando me hubiera gustado confesarle que no era amistad lo que yo sentía por él, cuando me hubiera gustado decirle que sin saber cómo, poquito a poquito, se había ido convirtiendo en amor.
     Con el tiempo me acostumbré a vivir así, ocultando aquel cariño, llorando a veces a escondidas, mirándole a hurtadillas mientras estaba entretenido con sus queridas fotografías y sabiendo que nunca, nunca, podría ser mío

      Un día regresó a casa entusiasmado.
      -Han convocado un concurso de fotografía para el que tengo una idea genial. Y esta vez me voy a presentar.
      -Claro, claro ¿es el de siempre o esta vez es diferente? Hace mil años que me hablas de concursos de fotografía y no sé si no te presentas o no te comes un rosco con ellos, pero no veo que ganes ningún premio. – le dije con sorna.
          -Esta vez va en serio, me voy a presentar fijo. ¿Sabes a cuánto asciende el primer premio? Son cinco millones de pesetas ¡Cinco millones y la posibilidad de exponer! Es que no sólo me voy  presentar, esta vez voy a ganar.
   -¡Caramba! ¡Qué seguro estás! Ojalá sea cierto. ¿Y de qué va el tema?
   -Fotografía erótica.
    Me lo dijo tan sumamente serio y me quedé tan sorprendida que no pude evitar soltar una sonora carcajada.
   -¿De qué te ríes? ¿Dónde le ves la gracia?
   -Ah, pero es cierto - repuse secándome las lágrimas- pues....no sé, es que.... ¿que tipo de fotografía vas a hacer?
   -Ya lo tengo pensado. ¿Qué te parece una pareja haciendo el amor? Tomaré varias instantáneas, desde diferentes ángulos, hasta dar con la perfecta. Voy a hacer una fotografía con muchas sombras, en blanco y negro, se distinguirán muy bien las siluetas, pero las caras quedaran difuminadas por las sombras
   -¿Y ya has encontrado modelo? Porque me parece que no va a haber muchas parejas que se dejen fotografiar en semejantes circunstancias
      -Mujer, no tienen que estar haciéndolo de verdad.
      -Aún así. Tendrán que estar desnudos y…. esas cosas
      -¿Y qué?
     -¡Ay no sé Javi! que como no conozcas a alguien de mucha confianza…. Y aun así…
     -Bah, seguro que alguno de mis amigos accederá a posar con su novia
       Pero yo acerté. Los días pasaban, el plazo de presentación también pasaba y nadie quería ponerse delante de la cámara de Javi.
     -He pensado que podría fotografiarme a mi mismo – me dijo ya medio desesperado - Colocar unas cuantas cámaras en diferentes ángulos y programarlas. No me va a quedar más remedio.
   -¿Y la chica?
      Se me quedó mirando fijamente sin decir palabra. Y por supuesto adiviné la respuesta.
   -Ah no, no, no, ni lo sueñes. A mi no me fotografía desnuda.....nadie, y menos tú.
   -Pero ¿por qué? Será sólo un momento, y en la foto no se verá casi nada. Además estarás conmigo.
   -Claro, que bien, estaré contigo como Dios me trajo al mundo y simulando que hacemos el amor. Ni hablar. Lo siento pero conmigo no cuentes. Sabes que he dejado que me fotografiaras cientos de veces, pero esta vez no puede ser.
   -Chanel, por favor, eres mi última oportunidad.
   -Que no, Javi, que no. Que después me daría mucha vergüenza estar en casa contigo como si nada.
   -Eso es una tontería, te prometo no mirar, pero, por favor, ayúdame. Créeme que si no fuera muy importante para mí no te lo pediría.
   -Me da igual si es importante o no. He dicho que no y punto. Y por favor, no insistas más o terminaré enfadándome.
   No insistió, pero se fue de casa dando un portazo. A mí me quedó un sentimiento de culpabilidad reconcomiéndome el alma, sensación que se prolongó durante varios días, justo los días en que le vi triste, sin pronunciar más palabras que las justas. Me daba pena verlo vagar por la casa como un espíritu y comencé a dudar de que hubiera tomado la decisión correcta. Cierto es que no me hacía ninguna gracia posar desnuda y .... en tales circunstancias pero también era verdad que le estaba negando un favor a un amigo que me necesitaba. Al fin y al cabo si no se iba a ver casi nada.....
      Una noche, durante la cena, se lo dije.
     -Javi he cambiado de opinión. Voy a hacerme esas fotos contigo.
     Me miró y se le iluminó la mirada.
      -¿De veras Chanel, de veras harás eso por mí?
      -Si, en el fondo soy una débil y una sentimental. Desde hace unos días pareces un espíritu errante y has llegado a darme lástima. Lo haré, pero que sepas que no voy a estar cómoda, que no me va a resultar agradable y que me vas a deber  un favor.
   -Gracias, gracias, mil gracias. Yo haré que todo sea fácil, ya lo verás. Y si gano el premio, pienso compartirlo contigo.
    -No hace falta, pero ojalá lo ganes. ¿Cuándo será?
    -El plazo termina dentro de cinco días. Lo prepararé todo para mañana
*
          De noche, cuando el estudio cerró sus puertas al público, comenzó la sesión. El cuarto era pequeño y estaba en penumbra, salvo por un espacio central especialmente iluminado. Lo rodeaban tres o cuatro trípodes con sus respectivas cámaras estratégicamente posicionadas.
   -Nosotros nos colocaremos en ese espacio del centro.
   -¿De pie o acostados? - yo misma noté que mi voz temblaba al preguntar.
   - ¿Estas nerviosa?
   Asentí.
   -Un poco.
   Se acercó a mí y me abrazó. Me susurró al oído.
   -Venga tranquila, si es una tontería. Ya verás como al final resultará divertido y todo.
   Aquella cercanía a él, lejos de tranquilizarme, me puso más nerviosa todavía. El no podía imaginarse lo que significaban para mí sus cálidos abrazos, sus inocentes besos.
   -Allí está el baño. Tienes un albornoz para ti. Desnúdate y póntelo.
   Me metí en el baño, me desnudé delante del espejo y me puse el albornoz blanco, tal y como me había dicho. Antes de salir me apoyé un rato en la puerta. Mi corazón latía tan fuerte que me daba la impresión de poder oírlo. Respiré hondo y por fin salí. Él manipulaba las cámaras. Yo me situé en el lugar acordado. Se acercó a mí, sonriendo y al estar justo en frente se quitó el albornoz y me lo quitó a mí. Rodeó mi cintura con sus brazos y me pidió que yo hiciera lo mismo con su cuello.
   -Ahora, voy a besarte.
   Un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí sus labios sobre los míos, su lengua adentrándose en mi boca. Sentí el click de las cámaras al dispararse y me separé de él.
   -Javi, no sé si podré continuar con esto.
   - Claro que si mujer. Anda, relájate un poco. Yo voy a revisar las cámaras un momento y programarlas de nuevo con el temporizador.
    Me quedé quieta en medio del estudio, intentando sosegar mi ánimo, mientras me preguntaba una y otra vez qué demonios hacía yo allí. Entonces se acercó por detrás muy despacio. Sentí su respiración cada vez más próxima, hasta que sus labios besaron mis hombros y sus manos se posaron en mis pechos.
  -Ahora abandónate. Imagínate que estás con un chico que te gusta. Déjate llevar.
   No me hacía falta imaginarme estar con nadie. Era con él con quien quería estar y obedeciéndole, me abandoné a sus caricias y a sus besos. Ninguno de los dos parecía estar fingiendo nada, muy al contrario, semejábamos estar presos de una pasión desenfrenada, como si toda la vida hubiéramos estado esperando aquel instante. Llegó el momento en que lo único que llenaba el silencio eran nuestras respiraciones agitadas, nuestros gemidos ahogados. El sobre mí. Sus labios y sus manos moldeaban mi cuerpo como si estuvieran hechos exclusivamente para ello, despertando mis instintos  dormidos, haciéndome sentir sensaciones desconocidas.  Todavía no habíamos consumado el acto pero todo apuntaba a que ocurriría sin remedio. Entonces mi mente se adelantó a mi corazón. Me di cuenta de que las cámaras ya no hacían fotos desde hacía un rato, con lo cual todo lo que estaba pasando ya no tenía ningún sentido. Lo empujé levemente, liberando mi cuerpo del peso del suyo. Me miró sorprendido.
   -Es que ya no hay fotos - balbuceé.
   -Claro... es que....lo siento.
   Se levantó torpemente y comenzó a vestirse. Tuve que apartar mi mirada para no encontrarme con su excitación. Aquello era real, no había fingimiento posible
  Sin decir más nada, recogimos nuestras cosas y marchamos a casa, cada uno metido en sus propios pensamientos y sin mencionar en absoluto lo que había estado a punto de ocurrir.
*

    Durante los días siguientes ninguno de los dos comentó nada sobre la sesión fotográfica. Yo no lo hice porque me daba miedo su respuesta. No sé por qué no lo hizo él. Tal vez porque aquello que yo consideraba importante y extraordinario, para él bien pudiera ser un episodio más, sin mayor transcendencia.
     La situación me hacía sentir un poco incómoda. A veces incluso me sentía utilizaba. Pensaba que la sesión de fotos había sido una argucia para disfrutar de un rato de placer a mi costa. Sin embargo, al instante siguiente, me daba cuenta de que Javier tenía un corazón demasiado noble para actuar de aquella manera tal vil.
     Una noche, mientras yo preparaba la cena, llegó del trabajo un poco más tarde lo normal.
     -¿Has tenido trabajo extra? – le pregunté – Me parecía que tardabas un poco.
    - He estado revelando fotos. Traigo una  que te va a encantar.  Es la que voy a presentar al concurso. La verdad es que no salieron todo lo bien que yo hubiera deseado. Si hubiera podido manipular yo las maquinas hubieran salido mucho mejor. Pero esta no está mal, mira.
   Me tendió la foto y la miré largamente. Una mujer a horcajadas sobre un hombre. Los cuerpos desnudos. La cabeza de ella echada hacia atrás dejando caer su melena en cascada sobre la espalda. Los ojos cerrados, los labios entreabiertos. Sus manos enredadas en el cabello del hombre. El rostro del él reposando entre los pechos de ella. Las manos de él sujetaban las caderas de ella como si no quisiera dejarla escapar. Todo ello en medio de un juego de luces y sombras que acentuaban lo sexual de la escena. Era muy hermosa.
   -Es realmente bonita. Seguro que ganarás - dije devolviéndosela.
   -Vaya, pues no muestres tanto entusiasmo.
   -Ya te dije que era bonita ¿qué más quieres?- repuse en un tono ligeramente malhumorado.
   -Nada, no quiero nada. Pero hace una temporada que estás huraña y siempre de mal humor. Y esa manera de contestarme..... ¿He hecho algo que te ha molestado?
     Le miré y de pronto me dieron ganas de decirle que sí, que no había sido justo conmigo, que había dejado sus caricias y  sus besos colgados al borde de mi piel, que había despertado mi deseo y ahora no había manera de adormecerlo de nuevo. Pero me contuve.
  -No. Tú no has hecho nada, son cosas mías. Tienes razón, siento haberte contestado así. Pero llévate tu foto y déjame sola, no estoy de humor.
   -Es…. es por lo que pasó en el estudio ¿verdad? Desde entonces no eres la misma. Chanel yo….
   -No es por lo que pasó en el estudio. En el estudio no pasó nada. Ya te he dicho que son cosas mías. Quiero esta sola, no pretendo agobiarte con mis problemas.
    -Somos amigos, y los amigos también están para ayudarse en los momentos difíciles. Si quieres contarme lo que te pasa…
     -¡No Javi, no quiero contarte nada! ¡Y déjame ya, por favor!
       Aquel hubiera sido el momento oportuno para aclarar las cosas, pero mi inseguridad o mi temor, o qué se yo, me jugó una mala pasada y dejé de nuevo las cosas flotando en el aire y haciéndome daño. Sólo alcancé a encerrarme en mi habitación y dar rienda suelta a mis lágrimas, una lágrimas cuya causa no eran si no mis propias contradicciones.
*
         No hubo más conversación sobre lo ocurrido. Tanto uno como otro lo dejamos correr. Y la vida siguió fluyendo como siempre, como todos los días, con nuestra camaradería, nuestra eterna y maldita amistad.
   Todo cambió una noche de sábado. La ciudad estaba en fiestas. Me asomé a la ventana y hasta mí llegó el bullicio y la algarabía de la gente. Javier se acercó a mi lado y se asomó también.
    -¡Cuánta gente! – dijo – Se nota que estamos en primavera.
    -Sí, se nota que hace buen tiempo. Ya me apetecía dejar atrás el invierno. Me encantan las calles repletas de gente que viene y va.
    -¿Te apetece que salgamos a dar una vuelta?
      No estaba muy segura de que fuera conveniente. Pero me apetecía divertirme a su lado y acepté su propuesta.
      Fue una noche mágica. Me llevó a la Alameda y, como si fuéramos niños, montamos en cuanto artefacto había. Cuando estábamos en la noria, en lo más alto, contemplando las luces de la ciudad, me dieron ganas de sentarme a su lado, pasar su brazo por encima de mis hombros y decirle al oído lo mucho que le quería. Pero en el último instante la imagen de Greta apareció en mi mente como por encanto y cerrando los ojos deseché aquellas ideas absurdas que de vez en cuando acudían a mi mente.
     Terminamos la noche en la zona de los vinos bebiendo más de la cuenta. Una taza de ribeiro por aquí, otra por allá y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos pletóricos, riéndonos por nada y....con la legua demasiado suelta.
   -¿Sabes una cosa Chanel? Me lo estoy pasando muy bien contigo. En realidad creo que....me gusta mucho vivir contigo. Deberías ser mi novia. Joder, es que Greta está allá, tan lejos, y nunca viene. ¿Tú crees que me quiere?
   Hablaba arrastrando las palabras, con voz pastosa, y yo me reía como una idiota.
   -Te querrá, ¿Yo que sé? Si no te quisiera no estaría contigo.
   -Pero si no está conmigo....conmigo estás tú.
   -Ya, pero yo no te quiero, eres un pesado.
   Conversando estúpidamente de esta guisa, llegamos a casa. El aire fresco de la noche parecía habernos despejado un poco.
   -¿Te apetece un café? - le pregunté mientras me dirigía a la cocina - con sal.
   -Si haz un café, pero con sal no, que no estoy tan mal.
    Estaba preparando el café cuando entró la cocina. Apoyado en el quicio de la puerta, me miraba sin decir palabra.
   -¿Qué miras?
   -A ti.
   -Pues soy la misma de siempre, con la misma cara.- le miré y sonreí.
   El se acercó a mí y sin mediar palabra me abrazó y me besó. Sentir sus labios sobre los míos revolucionó mis sentidos y me aferré a él con fuerza, ofreciéndole mi cuerpo. Entre jadeos, besos y caricias, me arrastró hacia su cuarto mientras nos íbamos despojando de la ropa.  Esa noche terminó por pasar lo que hacía unos meses habíamos dejado pendiente.
       Al día siguiente nos despertamos muy tarde, casi al mediodía, cuando el sol ya iluminaba la habitación reflejándose en la pared a través de los agujeros de las persianas.
   -Buenos días, Chanel ¿Qué tal has dormido?
   Me revolví entre las sábanas y me abracé a su torso.
   -Muy bien cariño, a tu lado mejor que nunca.
   El soltó una pequeña risa ahogada.
   -Mentirosa, seguro que duermes mejor tú solita con toda la cama para ti.
   -Que va, esta cama es bastante grande, así que desde hoy la casa tendrá una habitación libre porque me pienso mudar a esta.
   Se separó ligeramente de mí y me miró muy serio.
  -Oye, creo que.... ¿no te estarás confundiendo?
   -¿Confundiendo? no te entiendo.
   -Gabriela, lo de ayer no significó nada. Estábamos un poco bebidos y nos dejamos llevar....
   No podía creer lo que estaba escuchando. Un ligero mareo desestabilizó mi mente y no quise escuchar más.
   -Ya, déjalo, perdona – le dije mientras me levantaba de la cama – soy una perfecta estúpida, no sé como pude pensar que hacer el amor un noche pudiera implicar algo.
   Me sentí humillada y ultrajada. Me encerré en mi habitación sin saber muy bien qué hacer. De pronto me di cuenta de mi ingenuidad. Había pensado que aquella preciosa noche era el comienzo de un amor escondido que ninguno de los dos se había atrevido a destapar y me había equivocado totalmente. Javi no era quien parecía ser. No era un chico cariñoso y detallista. Era un caradura que desde el principio se había marcado un objetivo: acostarse conmigo. Casi lo había conseguido la noche de la sesión de fotos. Y había sido aquella noche, con la mente un poco dispersa por el alcohol, cuando lo había conseguido. Y yo había sido la perfecta imbécil que se había dejado engañar.
        Me pasé encerrada en mi cuarto todo el día y sólo cuando escuché cerrarse la puerta de la calle, me aventuré a salir. Me duché, metí algo de ropa en una bolsa y me senté en el sofá a esperarle. Cuando por fin llegó y me vio sentada delante de la televisión, me habló como si nada hubiera pasado.
   -¿Ya se te pasó el enfado? Chanel siento mucho que hayas interpretado mal todo lo que ocurrió. Pero yo tengo novia y la quiero. Tú y yo sólo somos buenos amigos que....debido a unas determinadas circunstancias han tenido un encuentro sexual sin más significado que...
     -No sigas hablando, porque no vas a solucionar lo que ya no tiene solución y escúchame a mí porque yo también tengo algo que decir en todo esto.- intenté aparentar una calma que no sentía - Te has aprovechado vilmente de mi...
     -Eso no es cierto. Yo siempre pensé que tú tenías claro que lo nuestro era sólo una buena amistad.
     -Lo que yo tengo claro es que  no me acuesto con mis amigos y no entiendo que otros lo hagan, y menos si tienen una novia a la que quieren mucho. Tú has querido pasar unos ratos agradables conmigo y lo has conseguido engañándome. Primero con las fotos, y ayer haciéndote el borracho.
     -Yo no....
     -¡Cállate! Me da asco oírte hablar. Sé que yo he sido demasiado inocente, pero tengo la escusa de estar enamorada de ti como una estúpida.
    -¿Enamorada de mí?
     -Eso he dicho, pero tranquilo, a estas alturas ya te odio tanto como ayer mismo te quería. Ahora lo que quiero es que te vayas. Te doy una semana para que te busques algún sitio donde caerte muerto y te marches. Mientras, yo me voy a casa de mis padres.
   -Pero.... sentémonos a hablar, aclaremos esto.
   -Ya está todo dicho. Quiero que me olvides, que me ignores y salgas de mi vida para siempre. No quiero volver a verte nunca más.
   Cogí la bolsa que había preparado y me fui maldiciendo mi suerte.
*
      Días después se presentó en casa de mis padres
   -Gabi, cariño, un amigo ha venido a verte - me dijo mi madre, a la vez que hacía pasar al salón a mi supuesto amigo.
    Levanté la vista del libro que estaba leyendo y le miré a los ojos. Cerré el libro con fuerza.
   -¿Qué coño haces aquí? -le pregunté de muy malos modos.
   -Pero nena, ¿por qué le hablas así al muchacho?- repuso mi madre. Luego, dirigiéndose a él, quiso disculparme - Está muy nerviosa. Hace unos días tuvo una pelea con un chico y...
   -Mamá, por favor, márchate y déjanos solos.
   Cuando mi madre salió de la estancia, increpé a Javier.
   -Me imagino que has venido a decirme que has dejado la casa libre. Pero no era necesario. Supongo que no serás tan caradura como para quedarte más tiempo que la semana de plazo que te di.
   -Chanel quiero hablar contigo. Tengo algo que decirte que....
   -Me llamo Gabriela. No sé cuándo vas a entender que tú y yo ya no tenemos nada que decirnos. Vete, todavía te quedan tres días. El domingo no quiero ver allí nada tuyo.
   -Gabi, por favor...
   -He dicho que te largues.
   -Escúchame un momento....
   -¿Pero qué parte de la palabra "vete" no entiendes? ¡No quiero escuchar nada de lo que puedas decirme! No serán más que mentiras y burlas. Así que vete de aquí, déjame en paz y olvídate de que un día me conociste - hice un gesto con la cabeza señalando la puerta.
      Me miró con aquellos ojos color avellana en los que, por un segundo, me parecio apreciar un atisbo de tristeza que a punto estuvo de hacerme flaquear.
   -Puedes volver a tu casa esta misma noche. – dijo por fin - En cuanto llegue recogeré todas mis cosas y me iré a casa de algún amigo.
       A pesar de que me dijo que marchaba aquella misma tarde yo no regresé a casa hasta el domingo. Fue al entrar y encontrarla medio vacía cuando sentí sobre mí todo el peso de la soledad que a partir de entonces había de afrontar. Afloraron también los sentimientos contradictorios que Javier despertaba en mí: El amor que no había desaparecido, el odio y el desprecio por lo que me había hecho. Fueron días difíciles.
     Y si acaso no lo estaba pasando lo bastante mal, apenas un mes después de la marcha de Javier, la empresa en la que yo trabajaba quebró y todos los trabajadores nos quedamos en la calle. Y lo peor era que aquellas alturas de la película, estando todo tan reciente, no tenía ni fuerzas, ni ganas para buscar otra ocupación. Lo que menos me imaginaba es que iba a ocurrir algo que tendría el poder de cambiar mi vida por completo.
*
     La primera semana de Julio estuvo marcada por dos acontecimientos. El primero fue recibir de nuevo noticias de Javi. Una mañana encontré una carta suya en el buzón. Mi primera reacción fue tirarla directamente a la basura, pero finalmente pudo más la curiosidad. La rescaté del cubo y la abrí. Era una nota muy escueta, a la cual acompañaba un cheque por valor de millón y medio de pesetas. La nota decía literalmente así:
     "Querida Gabi:
              Como lo prometido es deuda, aquí tienes la mitad del premio del concurso de fotografía. No gané el primero, me tuve que conformar con el segundo, pero es igual, también me van a preparar una exposición y eso es lo que más me importa, mucho más que el dinero. Como ves, aunque pienses que soy un mentiroso y que la sesión de fotos de aquella noche fue una excusa, el concurso era de verdad. Siento muchísimo todo lo que pasó entre nosotros y siento todavía muchísimo más que no me hayas dejado hablarte y explicarte muchas cosas. Ojalá algún día nos volvamos a encontrar y me permitas decirte todo lo que siento. Aunque no lo creas, lo que más deseo es lograr tu perdón y que te vaya muy bien en la vida. Te quiere:
                                  Javier".
     Por un instante, mientras una lágrima traicionera resbalaba por mi mejilla hostigada por los recuerdos, pensé que tal vez hubiera sido mejor haberle oído. Quizá, si lo hubiera dejado hablar, hoy no estaría tan sola. Pero fue sólo un instante, pues a pesar de mi duda inicial, seguía siendo  demasiado orgullosa para admitir que podía haberme equivocado. Por eso  rompí con furia tanto la nota como el cheque (el cual me hubiera venido muy bien), y ambos fueron a parar al lugar de dónde fueron rescatados: a la basura.
    Días después recibí una llamada telefónica que no dejó de sorprenderme. Una conocida empresa de confección que abriría en breve una tienda en la ciudad me citaba para una entrevista de trabajo. Yo no les había mandado ningún curriculum. Ni siquiera sabía que se instalarían en la ciudad en breve. No obstante, lejos de decirles que era probable que se hubiesen equivocado, me presenté en el lugar señalado a la hora indicada. Me recibió una señorita muy agradable que me llevó a un despacho. Allí me esperaba un hombre de mediana edad, muy serio, que me tendió su mano amablemente y me invitó a tomar asiento. Abrió una carpetilla y leyó unos papeles.
   -Así que tú eres Gabriela Alvarez Mansilla.
   -Si señor- contesté preguntándome de dónde demonios habían sacado mi nombre.
   -Hemos recibido tus dibujos hace unos días y aunque el personal de la tienda que vamos a abrir aquí, en la ciudad, ya está contratado, te hemos llamado porque son realmente buenos. Nos han encantado y queremos hacerte una propuesta.
   ¿Mis dibujos? Pero de qué estaba hablando aquel hombre.
   -Verá, no sé si no estarán ustedes equivocados. Es que yo no he enviado ningún dibujo.
   Él me miró con cara de circunstancia. Sacó los dibujos de la carpeta que tenía delante y me los mostró.
   -¿No has dibujado tú esto?
  Los cogí y les eché una ojeada. Eran los diseños que Javi me había pedido aquel día, aquellos que había encontrado en un cajón del mueble de la sala. Ahora lo entendía. Era él quien los había enviado. Una primera oleada de rabia recorrió mi cuerpo. Yo no quería nada de él. Pero afortunadamente mi cerebro trabajó a mil por hora y me hizo ver que no debería rechazar de antemano un trabajo que me estaba haciendo casi tanta falta como  el aire para respirar.
   -Si, yo los hice. Ahora recuerdo que le mandé a mi novio que los enviara hace ya algún tiempo y me había olvidado.
   El hombre me sonrió.
   -Entonces te cuento la propuesta. Cada una de nuestras tiendas cuenta con uno o dos diseñadores, según su tamaño, que se encargan de realizar bocetos para remitir a la central de Madrid. Ésta elige unos cuantos por temporada para vender en todas las tiendas. No obstante, algunos de los modelos se van a vender única y exclusivamente en la tienda en la que han sido diseñados. Nos gusta, de esta manera, hacer que cada tienda tenga cierto criterio propio. La propuesta que queremos hacerte es que te incorpores a nuestro equipo de diseñadores, pero no es para la tienda de Santiago. Tendrías que marcharte.
   -¿A dónde?
   -A Oviedo. Allí nos ha dejado la chica que teníamos en plantilla y debemos cubrir la plaza. Si aceptas estarás un mes en la tienda que vamos a abrir aquí, aprendiendo, otro mes a prueba y si la superas el puesto de Oviedo es tuyo.
   No me lo pensé ni un segundo.
   -Acepto.
   Este fue el preludio de mi nueva vida en Oviedo.
*
    Comencé mi aventura ovetense con ilusiones renovadas, si bien al principio me costó un poco adaptarme a la vida en soledad. Por suerte, muy pronto me hice amiga de la jefa de taller, Isabel, una chica alegre y dicharachera que se convirtió en  mi apoyo y en ocasiones mi paño de lágrimas, a la que terminé contando las penas que había dejado en mi Santiago natal.
   -Tú lo que tienes que hacer es olvidarte del memo ese y conocer gente nueva -me decía siempre - pero primero quita esa cara de vinagre  o nadie se fijará en ti.
    En el fondo tenía razón, pero no era tan fácil. Javier se había pegado a mí, a mi corazón y a mi alma, de tal manera que cuanto más intentaba olvidarle, más presente le tenía. A veces me daba la impresión de que nunca sería capaz de volver a querer. A pesar de todo lo que me había ocurrido a su lado, a pesar de considerar que se había portado tan mal conmigo, parecía como si el tiempo y la distancia borraran todo lo malo y dejasen grabados a fuego en mi corazón y en el recuerdo todo lo bueno que habíamos vivido juntos.
    Cierta tarde, estando Isabel y yo en la cafetería a la que solíamos acudir en nuestros descansos, vimos entrar a tres hombres. Dos eran más mayores, como de cincuenta y tantos, el tercero sin embargo, tal vez no superase los treinta. Los tres presentaban muy buen aspecto, pulcros y bien vestidos.
   -¿Los conoces? - me preguntó Isabel.
   -No los he visto en mi vida.
   -Pues el más joven es el jefe de personal de la tienda. Se llama Fernando. ¿Te gusta? Porque si te gusta te lo presento, es ideal para ti.
   -¿Pero cuándo vas a perder la costumbre de buscarme pareja? – le pregunté sonriendo antes de dar un sorbo a mi café.
   -Nunca, y no me has contestado, ¿te gusta el muchacho?
   Lo observé durante un instante. No estaba mal. El pelo muy corto, la piel morena, los rasgos de la cara muy marcados.
   -Tiene la boca un poco grande - le contesté -pero es guapo.
   -Joder por fin. Pensé que nunca íbamos a encontrar a nadie.
   -No hemos encontrado a nadie. Que me parezca guapo no quiere decir que quiera tener nada con él.
   -Pero ¿qué dices? Si es el soltero de oro del trabajo. Todas las chicas están locas por él. Y lo tiene todo, desde belleza hasta dinero.
   -Pues si es tan fantástico ¿por qué no te lo quedas tú?
   -A mi no me hace falta.
   -A mí tampoco.
   -A ti sí. Mira, ya se han ido los otros dos. Te lo voy a presentar.
   Por mucho que le rogué que no lo hiciera, no me hizo ni caso. Me vi delante del hombre, escuchando las explicaciones de mi amiga: "este es Fernando, el jefe de personal, esta es Gabriela, la nueva diseñadora". Los típicos comentarios de cumplido: encantado, espero que te encuentres bien entre nosotros, y poco más.
   -¿Estás contenta ya? ya ves que no le he impresionado.
   -¿Que no? ¿Pero tú viste como te miraba con sus chispeantes ojos verdes?
   -¡Pero Isabel! ¡qué peliculera eres!
   -Seré todo lo peliculera que quieras pero ya verás como tengo razón.
         No sabría decir si mi amiga, durante aquel primer encuentro, fue muy observadora o lo que ocurrió después fue fruto de la casualidad, pero a partir de aquel día empecé a tropezarme con Fernando en todos lados. Me encontraba con él por los pasillos de los talleres, en la cafetería, en el taller de diseño…. Me saludaba con una sonrisa cortés y ni una palabra más. Hasta que un día, en la sala de descanso, se acercó a mí.
   -Hola – saludó - ¿me recuerdas? Nos presentó Isabel
     -Si, claro que te recuerdo. Siéntate si quieres.
   Aceptó mi invitación sin vacilar. Antes de sentarse a mi lado sacó un café de la máquina  y luego comenzó a charlar conmigo. Una conversación intranscendente sobre el trabajo diario. A partir de aquel día, las coincidencias en el descanso eran casi continuas, hasta que terminamos quedando para ello. A mi me caía bien y mi amiga Isabel estaba entusiasmada por haberme "encontrado novio". El también parecía contento disfrutando de mi compañía. ¿Qué más podíamos pedir? ¿Un romance? Yo no me sentía todavía con ganas. Pero a veces nuestros episodios vitales vienen rodados, aunque no lo deseemos, y el que Fernando y yo nos convirtiéramos en pareja fue algo que sucedió casi sin poner empeño ninguno en ello.

*

    Estábamos en plena temporada de Primeras Comuniones. Los diseños tenían que salir y yo trabajaba mañana y tarde casi a destajo, haciendo apenas una pequeña pausa para comer algo y no desfallecer. En uno de aquellos frugales almuerzos se me ocurrió quejarme de lo mala que estaba la ensaladilla rusa. Fernando, con quien por supuesto compartía mesa y mantel, comenzó a presumir de sus aptitudes culinarias.
    -No sabía que también cocinabas. Desde luego, me estás empezando a parecer el hombre perfecto. ¿Haces la colada también? - bromeé.
    -No te burles - me repuso con una maravillosa sonrisa - yo soy un perfecto amo de casa. Vivo sólo y no me queda otro remedio. Pero de veras que la cocina es lo que mejor se me da.
   -¿Y cual es tu especialidad? ¿La ensaladilla rusa?
   -La ensaladilla rusa me sale muy bien, pero hago un pulpo a la gallega....para chuparse los dedos.
   -Ummmmmm, que rico. Hace siglos que no lo como. A mi madre también le sale muy bien, pero hace tanto tiempo que no voy por casa....
   Me puse un poco triste. Todo me valía para recordar,  incluso el pulpo.
   -Vamos a hacer una cosa. ¿Qué te parece si el sábado vienes a cenar a mi casa y te preparo un pulpo que te hará olvidar el de tu madre?
   Aquello me sonaba a cita, y no estaba muy segura de querer.
   -Déjalo. Mejor en otra ocasión. Con todo el trabajo que hay esta semana el sábado voy a estar tan cansada que sólo tendré ganas de dormir.
   -Venga mujer. Precisamente por todo el trabajo que hay. El sábado duermes hasta tarde y por la noche nos tomamos un respiro.
    Otra vez rehusé y otra vez insistió, tanto y de tal manera que no me quedó más remedio que acceder.
     El sábado me presenté en su casa a la hora señalada. Cuando abrió la puerta el apetitoso aroma del pulpo se apoderó de mi olfato. El piso era antiguo, de habitaciones amplias, techos altos y suelos de madera pulcramente barnizada. En el medio del salón la mesa estaba puesta. Un mantel rojo, vajilla negra, cubertería de diseño, copas de fino cristal, y una botella del mejor Albariño dispuesta para hacernos chispear la cabeza.
   -Una día me dijiste que era tu vino preferido.- me dijo.
   -No sé si voy a decir una tontería, pero no lo cambio ni por un Vega Sicilia.
   -¿Lo has probado?
   -No, pero seguro que no me gusta.
   -Pues yo estoy seguro de que te encantaría.
   Cenamos el delicioso pulpo (debo admitir que lo cocinaba realmente bueno), bebimos el estupendo vino. De postre, tarta de chocolate.
   -Reconozco que ha sido una cena fantástica. Has puesto todo lo que más me gusta.
   -Me alegró y....me gustaría.... que me incluyeras en el paquete.
    Me revolví en mi asiento un poco incómoda. Hacía tiempo que sospechaba que aquel  momento tenía que llegar, mas no estaba demasiado segura de estar preparada para ello.
   -¿Qué quiere decir eso de incluirte en el paquete? – pregunté a pesar de haber captado a la perfección el significado de la frase.
    -Pues que…. Aparte de que te guste el pulpo, no estaría más que te gustara también el cocinero.
    Fernando puso su mano sobre la mía, que jugueteaba nerviosa con unas migas de pan, pero yo me apresuré a retirarla.
     -Bueno…
     No era capaz de hilar las palabras adecuadas para decirle que el problema no era que me gustase o no, el problema era que no me sentía preparada para iniciar una nueva relación, o tal vez debiera decir una relación, pues lo que había tenido con Javier no había llegado ni a eso. El se dio cuenta de mi vacilación y por unos instantes su mirada se nubló y su voz dejó entrever toda la frustración del momento.
     -Déjalo, Gabriela, no era mi intención presionarte, tal vez me haya equivocado…
   -Fernando, eres un tipo genial, de verdad. – acerté a decir por fin - Y contigo me siento....muy bien. Me gusta tu conversación, tu forma de tratarme....pero no sé si quiero tener una nueva relación. Tengo el corazón muy lastimado.
   -¿Y quién ha sido el desgraciado que ha lastimado un corazón tan joven?
   -Alguien a quien no consigo olvidar por mucho que lo intento.
   -¿Te apetece contármelo? Vamos al sofá, nos ponemos cómodos y me cuentas si quieres ¿Te sirvo un licor?
    Rehusé el licor, él se sirvió una copa y se sentó a mi lado. Le conté toda mi aventura con Javier, desde el día en que entró en mi casa, hasta el día que salió de ella.
   -¿Por qué no quisiste escucharle?
   -Por la rabia y el dolor que sentía. Me parecía que nada de lo que me pudiera contar iba a justificar el daño que me había echo. Sin embargo, conforme va pasando el tiempo me doy cuenta de que cometí un error. Por eso no me lo puedo sacar de mi cabeza.
   -Estoy seguro de que te quería a ti.
   -No lo sé. De todas formas ¿qué más da ya? No sé dónde está, ni lo que es de su vida y no lo voy a buscar.
   Fernando concentró la mirada en su copa, mientras giraba el licor que había dentro.
   -Gabi yo....a mi también me gustas y...ahora que me lo has contado todo, me gustaría ayudarte a olvidarle.
   -Eso suena muy bonito, pero no sé si será demasiado justo. Yo no creo que pueda quererte como tú te mereces. Al menos de momento
   -No me importa. Además, ahora tienes todo demasiado reciente, pero tal vez, con el tiempo...
   Nos miramos y nos dimos un tierno y casi inocente beso en los labios.
   -Siempre supe que había algo que no te dejaba ser del todo feliz. Ese aire, casi permanente, de tristeza en tus ojos. Gabriela yo no pretendo sustituir a ese chico. Y sé que tal vez nunca consigas olvidarlo del todo. Pero estoy dispuesto a arriesgarme. Sólo te pido que me dejes quererte. Sé que con el tiempo podremos llegar a ser felices.
   Me quedé pensativa durante unos segundos, con la vista fija en mis manos posadas en mi regazo. Luego levanté mi mirada hacia él y le sonreí.
*
    De esa manera Fernando y yo nos convertimos en novios oficiales. Fue un noviazgo muy formal y muy clásico, tranquilo, sin sobresaltos, sin grandes momentos de pasión. Duró tres años, tras los cuales nos casamos.
        El día anterior a mi boda, supongo que por los nervios, necesité estar sola. Sin saber muy bien por qué Javier estuvo presente en mi recuerdo aquella jornada, como si el pasado se hubiera empeñado en regresar para recordarme que él todavía estaba en el mundo. Paseé sola por las calles repletas de turistas, parándome en cada esquina, porque en cada esquina había algo de él, aun sabiendo que aquel deambular no tenía ningún sentido. Me iba a casar al día siguiente con un hombre del que finamente había logrado enamorarme. ¿Por qué entonces Javier volvía a mi mente vívido e insistente? No había conseguido olvidarle, tenía que asumirlo. Pero también debía aceptar que iba a dar un paso tremendamente importante en mi vida, después del cual Javier no podía significar nada más de lo que en realidad era, un simple recuerdo guardado en el fondo de mi mente.
     Fueron momentos de angustia y de duda, supongo que achacados al nerviosismo y a la tensión que arrastraba, pero el día llegó y las primeras luces del alba de aquella jornada de verano, festiva, se llevaron la melancolía y el desasosiego.
     Me casé de blanco y por la Iglesia, rodeada de mi familia y mis amigos. Fue todo muy hermoso. Al salir del templo, en medio de las felicitaciones, besos y abrazos de todos los que me querían, me pareció ver a un hombre que, medio escondido entre el gentío, huía al dirigir yo mi mirada hacia él. Parecía Javier, pero supuse que había sido fruto de mi imaginación.
*
    La tarde de verano era tan sofocante que se estaba mucho mejor dentro de la casa, con el aire acondicionado refrescando el ambiente. Yo miraba distraídamente una revista, mientras la televisión me acompañaba con su constante murmullo. De repente la voz monocorde y casi impersonal de la presentadora despertó mi atención.
   "El fotógrafo coruñés Javier Pazos expone estos días  en el centro de exposiciones de Caja Madrid. Se trata de parte de su extensa obra dedicada en su mayor parte...."
    No fui capaz de ver ni de escuchar nada más, porque mi cerebro se llenó de su nombre, de su imagen. Apagué la televisión, salí al jardín y me senté en unos de los sillones de mimbre del porche. Me encontraba algo mareada, mi corazón galopaba a cien por hora y mi cuerpo temblaba como una hoja en otoño Después de más de veinte años sin saber de él, había vuelto a aparecer en mi vida, en mi vida física, porque del recuerdo nunca se había marchado. A pesar de haber tenido un matrimonio pleno, con sus más y sus menos, como todas las parejas, no había pasado  ni un día en que Javier no hubiera estado presente en mi memoria. Y ahora se convertía de nuevo en realidad física. Pero ¿acaso importaba?
*
   Dos veces me vi a las puertas del centro de exposiciones y otras tantas di media vuelta sin atreverme a entrar. En el último momento me recriminaba a mí misma mi actitud pueril y sin sentido. No sabía qué me iba a encontrar, porque en realidad tampoco sabía lo que buscaba. Habían pasado muchos años, ni yo era la misma de antaño ni seguramente Javier tenía nada que ver con aquel chico alegre y de aspecto de descuidado que yo había conocido ¿Buscaba recuperar un amor perdido o tal vez sólo un instante de pasión? Tal vez intentara encontrar algo que se me escapaba, pero que me empujaba irremediablemente a intentar un encuentro con Javier.
         Aquel mediodía salí un instante del trabajo dispuesta a intentarlo por tercera vez. Cogí un taxi que apenas tardó diez minutos en llegar. No había tráfico, no había apenas gente por la calle. Esa vez me atrevía a entrar. La luz cegadora del sol dio paso a la semipenumbra que envolvía la estancia iluminada solamente por la tenue luz que enfocaba cada fotografía. Fotos de gente, de personas, de mujeres y hombres que mostraban descaradamente a la cámara sus miserias, sus frustraciones, su alegría, su razón de vivir.
     Me topé con ella casi sin darme cuenta. La foto del concurso, de nuestro concurso, casi a tamaño natural. Me costó reconocerme en ella, a pesar de que cuando me miraba al espejo, éste me decía que no había cambiado tanto.
    -Es curioso. No sé bien por qué, pero hacía días que tenía el pálpito de que vendrías.
    Su voz me asustó y di un respingo, sin atreverme a dar la vuelta y mirarle. Cuando finalmente lo hice, descubrí casi al mismo chico que había echado un día de casa. Los veintitantos años que habían pasado parecían no haber hecho mella en él.
   -Estás igual - balbuceé a media voz.
   -Pues tú estás mucho más guapa. ¿No me vas a dar un abrazo?
    Nos dimos un abrazo rápido y culpable, como si los dos supiéramos que aquel encuentro no estaba bien, dos besos en la mejilla como viejos amigos y nada más. Lo reclamaban y me tenía que dejar, pero antes de irse, garabateó algo en un papel y me lo entregó.
   -Tú y yo tenemos una conversación pendiente Chanel. Esta tarde a partir de las siete estaré en mi hotel, estas son las señas. Ve, por favor.
   -No sé si...
   -No pongas excusas. Te lo suplico. Acude y déjame decirte todo lo que un día no pude.
   -No va a servir de nada - murmuré, pero él ya se había alejado y no me escuchó.

    Sabía que no debía de acudir a aquella cita clandestina, pero a pesar de ello fui. Él me esperaba. Sé que estaba seguro de que yo acudiría. Me ofreció un café y nos sentamos en la terraza, desde la cual podíamos ver parte de la ciudad, abrasada bajo el sol de julio.
   -Hace calor, ¿verdad?- comentó
   -Aquí en Madrid los veranos siempre son demasiado calurosos.
   -También en Santiago  hacía calor ¿te acuerdas?
   -Claro ¿cómo había de olvidarme? De hecho, todavía voy de vez en cuando a ver a mis padres, nunca me desligué definitivamente de la ciudad.
   -Pues yo hace mucho que no voy. Era un ciudad que me encantaba, que tenía una magia especial, sin embargo ahora  no me gusta ir. Me trae demasiados recuerdos.
   Me miró a los ojos y sonrió.
   -Siempre supe que nos volveríamos a encontrar, ¿cómo te va la vida?
   -No me quejo, podría irme mejor, pero también podría ser mucho peor. Hemos prosperado en el trabajo tanto mi marido como yo. Nos han trasladado a Madrid y ocupamos buenos cargos en la empresa. Tengo un marido que me quiere y buena posición económica ¿qué más puedo pedir?
  -Vaya, ya te ha salido la vena gallega -me dijo sonriendo - Pero dime ¿qué tal tu matrimonio? ¿tienes hijos?
  - No tengo hijos. Un embarazo extrauterino casi acaba con mi vida y cercenó todas mis posibilidades de ser madre. Me hubiera gustado adoptar pero mi marido no quiere. Pero ¿cómo sabes que estoy casada?
   -Por que yo estaba allí, entre la gente, esperando verte salir de la Iglesia, con tu vestido blanco, tu ramo de rosas amarillas. Estabas impresionante. En aquel cuadro sólo había un defecto. Y es que el novio, debería de haber sido yo.
   -Venga Javier, no seas presuntuoso. Además, eso ahora ya no tiene sentido, después de tanto años.
   -¿Qué importan los años Gabriela? A veces el tiempo pasa pero los sentimientos quedan aferrados a uno. Se duermen, pero tarde o temprano terminan por renacer. Dime Chanel ¿eres feliz?
    Quise contestarle que sí, porque realmente así me había sentido hasta entonces, pero no pude. Me replanteé mi vida en un minuto. Ni había sido feliz, ni había dejado de serlo. Tenía un marido que me quería y al que yo quería. Entre los dos apenas quedaba ya pasión, pero eso era normal con el paso del tiempo. Así se lo dije. Sonrió y dejó vagar su mirada a través de la ventana.
   -No te engañes. La pasión, como el amor, hay que alimentarla, o acaba por morirse.
   -Puede que tengas razón. Si después de tantos años con Greta sigues manteniendo la pasión del principio…. Entonces eres muy afortunado.
  -Con Greta - repitió con tristeza- Hace más de veinte años que no estoy con Greta. Hace exactamente los mismo años que aquella noche que me dijiste que me fuera de tu casa. Te lo quise decir, pero no me dejaste. Aquel día que fui a verte a casa de tu madre, quise decirte que tenías razón en estar enfadada, que me había portado mal contigo, sí, pero no por lo que tú pensabas. Me había portado mal por no decirte desde el principio que yo también me había enamorado de ti, que no era amistad lo que sentía, sino amor. Con el amor por medio y sin Greta, todo lo que hicimos tendría justificación ¿no crees? La llamé por teléfono y se lo conté todo. Después quise decírtelo a ti. El resto ya lo sabes. En aquella nota que te mandé con el cheque te decía que esperaba poder contarte todo algún día. La verdad es que no pensé que fuera después de tanto tiempo, pero bueno, las cosas son así.
   -Lo siento Javier -le dije entre lágrimas- de verdad siento haber sido tan....terca. Y, no te creas, me alegra saber que, las cosas no sucedieron como yo pensaba. Lástima que sea tan tarde ya.
   -Eso sólo depende de ti.
   -¿Qué quieres decir?
     Se levantó de la silla y se acercó al balcón. Durante unos instantes permaneció de espaldas a mí, contemplando la ciudad, luego se dio la vuelta y clavó su mirada en la mía.
   -Quiero decir que aun te quiero y que estoy dispuesto a retomar lo que un día dejamos pendiente.
   -Oh, vamos Javier, no seas niño. Eso es imposible, yo estoy casada y... mi marido no se merece que le sea infiel.
   -No estoy hablando de una aventura, estoy hablando de que te vengas conmigo y empecemos una nueva vida juntos.
   Me levanté azorada y cogí mi bolso dispuesta a marcharme.
   -Estás loco.
   El vino detrás de mí y me retuvo cogiéndome por el brazo.
   -Por favor, Gabriela, piénsalo. ¿De verdad no sientes nada por mí, ni las migajas de lo que sentiste un día?
   -Es mejor que me vaya, yo...
   Me atrajo hacía él suavemente y me besó. Una descarga de adrenalina recorrió mi cuerpo. Dejándome llevar por mi corazón, le correspondí con locura, con esa pasión de la que habíamos hablado y que, latente en nuestros cuerpos, se desataba ahora como mar embravecido. Pero me deshice de su abrazo, abrumada por los remordimientos.
   -Tengo que irme.
   -Escúchame. Dentro de dos semanas de marcho a Sevilla. Vivo allí desde hace unos años. El AVE sale las 6 de la tarde. Tendré un billete preparado para ti. Si quieres venir conmigo hazlo, y si decides no venir....entonces no volveremos a vernos.
   No le dije nada y salí del hotel apresuradamente. No quería pensar en nada. Vagué por la ciudad durante horas, hasta que, al hacerse de noche, tomé un taxi y volví mi casa.
*
      Fui contando los días que faltaban para su marcha, uno a uno, fijando en mi mente  los momentos justos en que me decía a mi misma que ya faltaba menos para separarnos definitivamente. A veces me sentaba en la cama, abría la puerta del armario y miraba la maleta azul, aquella que me había acompañado en cada uno de mis viajes, y me imaginaba llenándola con mis lágrimas, con mi adiós a Fernando, con la ilusión de comenzar mi vida al lado del hombre que no había podido olvidar. Pero la maleta iba a continuar allí, en su sitio completamente vacía, porque el sentido común me decía que no podía marcharme y yo, en un acto de generosidad para con el hombre con quien había compartido mi vida y que tanto había hecho por verme feliz, le hice caso.
       Tres días antes de la marcha de Javier, estando sentada en el jardín, mirando pensativa hacia la nada, mi marido se acercó y, ofreciéndome una copa de licor, se sentó a mi lado.
     -Dentro de dos días me voy a Lisboa – dijo.
     Le miré sorprendida, sin entender aquella noticia inesperada.
    -¿A Lisboa? No me habías dicho nada, además estamos de vacaciones, si tú te vas a Lisboa, supongo que yo me iré contigo.
    -No Gabi, tú no te vendrás conmigo, me voy a Lisboa a hacerme cargo de la nueva fábrica que se abrirá allí dentro de tres meses.
    -Pero… no entiendo nada….
    Mi marido suspiró y clavó su mirada en mí. Sonreía, pero de sus ojos emanaba la tristeza de aquel que se sabe abandonado.
     -Hace unas semanas que no eres la misma. Le has visto ¿Verdad?
     Bajé la cabeza e intenté hacerle ver que no comprendía el significado de sus palabras.
     -¿A quién? Fernando no sé de qué me hablas.
      -Gabi no me mientas, no vale de nada, mi decisión está tomada. Sé que le has visto. Esta mañana he estado allí, en la exposición y he hablado con él. Es un buen tipo y te hará muy feliz. Me lo contó todo, todo lo que te contó a ti hace unos días y la proposición que te hizo de llevarte con él. Créeme si te digo que no vi más que amor en sus palabras y que a medida que la conversación avanzaba fui sintiendo que yo estaba de más, que el que sobraba en este triángulo no era él, era yo.
      Hace más de un mes que el director me propuso marcharme a Lisboa y hacerme cargo de la nueva fábrica. Evidentemente le dije que no, pero ahora sé que es la mejor oportunidad para ayudarme a olvidarte.
      Vete con él, cariño, te mereces recuperar esa felicidad de la que nunca pudiste disfrutar.   
     -¡Estas loco, Fernando! Por supuesto que no me iré. Sí, es cierto, estuve con él y supe la verdad, pero yo no te voy a dejar, no podría.
      -¿Me quieres?
      -¡Qué pregunta más tonta! Claro que te quiero.
      -Mírame a los ojos y dime que me quieres.
      No fui capaz. Sólo pude bajar la mirada y  rendirme a lo evidente.
      -Vete con él y sé feliz a su lado, te lo mereces.
*
   La estación estaba llena de gente que corría con sus maletas de un lado a otro. Parada en medio del andén lo busqué con la mirada. Le vi y me acerqué a él. Un ligero toque en el hombro y un susurro en el oído, "aquí estoy".  Se dio la vuelta y me abrazó.
      -Pensé que no vendrías.
      -Pues aquí estoy.
       Y  el tren nos llevó hacia una nueva vida, a recuperar un pasado que nunca desapareció de nuestras vidas…. Allá, en el sur.


FIN