martes, 27 de diciembre de 2011

ESPIRITU NAVIDEÑO

SARA
No puede ser, no puede ser que me esté pasando esto a mi, a la mujer más previsora del mundo, que estemos a unas horas de la cena de nochebuena y todavía no tenga el menú decidido, jamás me ha ocurrido semejante cosa, aunque bien pensado, nunca he organizado yo la susodicha cenita de las narices, y claro, alguna vez me tenía que tocar, pero que me ocurrieran todo este cúmulo de despropósitos.... Y es que menuda semanita que llevo, es que si le cuento a cualquiera mis vicisitudes no se las cree; y encima esta mañana llamo por teléfono a mi hermana para desahogarme un poco y me salta con que yo no tengo espíritu navideño, ¡tócate las narices! Pues que me diga ella cómo se puede tener espíritu navideño cuando los hados, los angelitos o el mismísimo Papá Noel, se te ponen en contra.
Todo comenzó el lunes pasado con la llamada telefónica de mi cuñada, pidiéndome, rogándome encarecidamente, que organizara yo este año la cena de nochebuena, que ella tenía la cocina manga por hombro porque finalmente se habían decidido a cambiarla y les había pillado el tren. Me cogió tan de sorpresa que no supe negarme, tampoco habría estado bien que lo hiciera, las cosas como son, todas las Navidades se encarga ella de la cena y lo hace con gusto, al menos es lo que ella dice y así debe ser, a juzgar por lo bien que resulta todo, desde la decoración (cuida el más mínimo detalle) hasta el menú, que se debe de pasar dos días cocinando la pobre. Pues eso, que no pude decirle que no y claro, aceptar el reto de mi cuñada no es moco de pavo, porque una tiene su orgullo y no quiere quedar por debajo de nadie, y si a ella le queda todo impecable yo no puedo ser menos, no sé si me entienden.
Lo primero que hice, por supuesto, fue recorrer los mercados en busca del menú más apropiado que además, me resultara barato, cosa harto imposible, porque a estas alturas pretender comprar algo de marisco fresco a buen precio es una chifladura más grande que una casa. Así fue que como todo me pareció caro lo he ido dejando y hoy me vi sin saber que comprar, porque quedan cuatro cosas y si el lunes estaban por las nubes hoy han traspasado ya el espacio exterior. Percebes no, bogavante no, cigalas no, almejas no..... he terminado comprando unas cazuelas de gambas al ajillo congeladas y unos cuantos berberechos que he pagado a precio de oro y que no sé ni de qué manera los voy a cocinar.
Con la carne me ha pasado otro tanto. Mi marido me decía que comprara cordero y que me dejara de mirar tanto el precio, que para eso está la paga extra, para gastar en las navidades, pero yo le he dicho que de eso nada, que la paga extra me la voy a guardar para el viaje a Canarias que me voy a regalar a mi misma en el verano, solo faltaría que la fuera a dilapidar comprando comida para un montón de energúmenos (véase hermanos, cuñados, sobrinos y demás) a los que todo les parece poco y que al final terminan sin probar bocado, dejando comida para que los anfitriones la aprovechen durante un mes. El pobre me ha mirado con cara de circunstancia, se ha encogido de hombros y ha seguido a lo suyo, dejándome sola con mis cavilaciones. He pasado la semana con la firme convicción de que un supermercado maravilloso, el que fuera, sacaría la más tentadora de las ofertas y me pondría en bandeja (nunca mejor dicho) una cena de nochebuena a precio de ganga, ilusa de mí. Por el marisco pagué de más, pero por la carne no se me dio ni la oportunidad de pagar. El carnicero de la esquina me ha dicho que en un día como hoy sólo atiende encargos y en el super del señor Ramón no tenían más que filetes de cerdo que he tenido que comprar a regañadientes, porque ya me dirán, con qué cara pongo esta noche filetes de cerdo para cenar.
¿Y la decoración? Esa es otra. Yo, que no tengo ni una mísera figurita de belén, ni una triste guirnalda para el árbol, que me da igual si el mantel es rojo y verde que amarillo limón, que no tengo un plato que case con otro....me he tenido que gastar un dineral en vajilla, manteles, un candelabro muy cuco para la mesa del comedor...y eso que me metí en la primera tienda de chinos que encontré, que si no me arruino completamente y no me hubiera quedado un duro para la cena. A fin de cuentas como yo no tengo gusto para estas cosas, miro y remiro la mesa, puesta desde esta mañana y no me acaba de convencer, desde luego nada que ver con la de mi cuñada, que tentada estuve de llamarla para que me echara una mano, y si no lo hice fue por orgullo, por mi estúpido orgullo.
Lo peor fue que el niño se empeñó en poner un arbolito de navidad, como en casa de la tía, ya que este año Papá Noel nos visitaría en nuestro propio hogar, justo era que el viejo gordinflón tuviera un lugar decente para colocar los regalos. De nuevo quise decir que no, pero me topé de narices con el entusiasmo de su padre, tan grande como el del niño, y de nuevo hube de tragar. Para no resultar aguafiestas me uní a la propuesta y sugerí ir a comprar el arbolito, como no, a la tienda de los chinos, pero mi maravillosa idea cayó en saco roto. Nada de árbol artificial, padre e hijo se irían al monte a hacerse con un precioso pino natural que quedan mucho más monos. Si,claro que se fueron y regresaron a las diez de la noche después de pasarse más de seis horas fuera, que ya me tenían más que preocupada, cargados no sólo con un pino precioso, sino también con una sustanciosa multa que les metió un guardia cuando los cazó en pleno robo del navideño arbolito.
Y de los regalos mejor no hablar. No he podido comprar nada de lo que tenía pensado. A mi marido quise comprarle un chaquetón monísimo, de esos forrados de borreguillo, vamos, lo mejorcito contra el frío, y para él la cuenta, que tiene que salir de casa a las seis de la mañana, hiele, nieve o llueva a mares. Pues todos los días pasando por delante del escaparate de la tienda y el chaquetón allí, esperando por mi y el día que entro en la tienda con intención de comprarlo... que me dice la dependienta que esa mañana se han llevado el último que les quedaba, ya me dirán si no es mala suerte. Al final he tenido que comprarle otro chaquetón, que está bien, pero nada que ver con el del escaparate.
Pero lo peor de todo me ha ocurrido con el niño, y esta vez si que ha sido mala suerte, porque empecé a preguntar por el jueguecito que quiere para la consola hace más de un mes y nada, agotado en todos lados. Unos me dicen que les vendrá en breve, otros que ya no lo van a tener más.... el caso es que esta noche llega Papá Noel, y mi niño está ilusionado con su juego. Le he comprado otro, pero me da la impresión de que no va a colar, y a estas alturas poco me queda ya por hacer.
Así pues ya me dirán, después de tanta vicisitud, como rayos voy a tener espíritu navideño. Sólo me queda esperar que la ciencia infusa me inspire con el lánguido menú que tengo preparado y no me critiquen demasiado, ni por la comida, ni por la decoración, ni por la cara de vinagre que seguro que se me ha quedado después de esta semanita. ¡Y que viva la Navidad!

BERTA
Me encanta la Navidad y no puedo entender por qué la gente la odia tanto. Supongo que será el espíritu navideño, que algunos lo tenemos muy agudizado y otros carecen de él. Ayer por la mañana me llamó mi hermana para contarme un montón de desgracias. Le ha tocado organizar la cena de nochebuena y al parecer nada le salía bien, aunque yo creo que exageraba un poco. Se me ha ocurrido decirle que no tiene espíritu navideño y creo que si no llega a estar el teléfono de por medio me hubiera mordido. Vamos, si hasta me ha colgado. Pero no me he enfadado con ella, todo lo contrario, a la gente que no le gusta la navidad no hay que tomárselo en cuenta, bastante tienen con su falta de gusto. Así que he cogido el toro por los cuernos y me he dispuesto a ayudarla.
Es curioso, todo lo que a ella le ha salido mal, a mi se me ha dado de corrido. Me he hecho con unos kilitos de gambón, congelado eso sí, pero a muy buen precio y en un hipermercado vendían unos jamones asados para chuparse los dedos. He llevado de mi casa la vajilla que me regalaron mis amigas por mi boda, que aún estaba sin estrenar, y he comprado unos manteles de usar y tirar que dan el pego como si fuera el mejor mantel del hilo más fino. Cuando he llegado a su casa y me ha visto cargada con todo, se ha quedado con la boca abierta y apenas se lo podía creer, tanto más cuando le enseñé el juego que quería su niño, que lo encontré en una juguetería de mala muerte de casualidad.
Le he organizado todo el cotarro mientras ella me miraba con cara de boba, como si yo fuera un Dios, y no ha parado de darme las gracias por la bajo para que nadie se enterara de nuestro complot. Al final todo ha salido de maravilla, incluso nuestra cuñada, la que todo hace bien, la ha felicitado por la fantástica cena. Y es que digan lo que digan, el espíritu navideño contribuye en gran manera darnos la felicidad, a que todo salga bien, a que estemos contentos y adoremos unas fechas tan entrañables....ojalá durara todo el año ¿no creen?

lunes, 19 de diciembre de 2011

AQUEL BESO INOLVIDABLE




Se dejaba acariciar la mano derecha, que reposaba lánguida encima del mantel, en aquella cafetería de ambiente mustio y rancio que todos los días albergaba su café de media mañana.
-Ha sido maravilloso encontrarnos de nuevo Rosa. Jamás imaginé que después de tantos años volveríamos a vernos y mucho menos que renacieran en mí todas estas sensaciones que ya tenía casi olvidadas. ¿Recuerdas nuestro beso? Allí, junto al mar, bajo aquel aguacero que de pronto se hizo cómplice de nuestros deseos… Fue un beso inolvidable ¿verdad Rosa?
La mujer bajó la mirada y la posó sobre la mano masculina que con estudiada delicadeza rozaba la suya propia y recordó el momento aludido por el hombre. Ocurrió el verano de sus diecisiete años, en aquel pueblo cerca del mar que olía a naranjos y a sal. Allí le conoció y se enamoró de él como una estúpida, con la estupidez propia de la juventud, de la inocencia, de la confianza ciega y así se dejó envolver por sus palabras, por sus ojos negros que parecían acariciarla en cada mirada, por unas promesas que le ofrecieron alcanzar el cielo sin tener que alargar el brazo para intentar tocarlo. Y después aquel beso, el primer beso, el último beso antes de la despedida, el roce de unos labios que se empeñó en acompañarla en su existir.
Ya nada fue igual el verano siguiente. La vida, siempre cruel y caprichosa, quiso alejarla de aquel amor primero y colocó en el camino del muchacho otra ilusión a la que regaló sus miradas, sus palabras, sus besos. Y Rosa paseó a la orilla del mar del brazo de la amargura, derramando lágrimas que se confundían con las olas en un vaivén que ya nada tenía de hermoso, odiándose a sí misma por haber sido tan imbécil, tan ingenua, por haberse dejado embaucar por un cariño que nunca fue tal.
Levantó la vista del mantel y fijó sus ojos en el rostro del hombre. A pesar de los años transcurridos la vida no le había castigado demasiado, por eso lo reconoció en seguida cuando lo vio entrar en el bar, apenas unos días antes. El corazón le dio un vuelco en cuanto se percató de su presencia y en aquella pirueta inesperada volvieron a su cerebro los recuerdos dormidos de aquella juventud que los años iban alejando inexorablemente, desdibujando las imágenes, distorsionando la realidad.
-Sí, fue un beso muy hermoso – contestó simplemente y se volvió a hundir en los recuerdos que él se empeñaba en relatar como si no hubiese pasado el tiempo.
-Tal vez podamos revivir todo aquello ¿no crees Rosa? Si la vida ha hecho que se crucen nuestros caminos tiene que ser por algún motivo. Todo tiene un porqué, y este encuentro no ha de ser diferente.
Rosa miró hacia la calle. Llovía y la gente caminaba con prisa. Se fijó en una mujer joven que a la que parecía no importar que el aguacero mojara su pelo, su rostro enjuto y triste, y sin saber muy bien el motivo pensó que seguramente aquella chica necesitara lavar su corazón, desnudarlo de desencantos, como ella misma había hecho un día con su propio corazón. Sus lágrimas transparentes y saladas habían sido la lluvia que la había despojado de la angustia de un amor juvenil no correspondido. Y ahora volvía a estar allí, frente a ella, como entonces, como siempre.
-Tienes razón – dijo por fin – todo tiene un motivo, incluso las cosas malas que nos ocurren, ocurren porque así tiene que ser. Pero en este caso no hay nada que revivir. Es cierto, aquel beso fue muy bonito, nunca pude olvidarlo, pero sí te olvidé a ti y tal vez este encuentro inesperado tenga por motivo algo tan simple como poder decirte esto. Me dolió tu abandono, pero el tiempo borró mi desdicha y hoy no eres ni siquiera un recuerdo amargo. Me alegro de verte y gracias por el café. Ahora tengo que irme.
Se levantó y salió del bar sintiendo sobre sí la mirada del hombre. El sol se abría paso entre las nubes grises. Mientras caminaba sentía que el incipiente calor de la primavera iba borrando el recuerdo de aquel beso del que se había despojado hacía unos segundos. Y sonrió feliz.

sábado, 17 de diciembre de 2011

EL REGALO

La verdad es que su mujer, Sara, no mejoraba y que, por el contrario, se hundía más y más en aquella depresión ante la que él se sentía impotente. Por ello, apenas la dejaba sola un momento y procuraba, con su atención, con su ternura, ilusionarla en pequeñas cercanías, en conversaciones esperanzadas.
-Al fin y al cabo no somos tan viejos, ni mucho menos.Tú cumplirás mañana los sesenta y yo te llevo dos solamente, así es que, con un poco de suerte, nos queda mucha vida por delante. Nuestros hijos están situados y nos quieren. Nos rodean de halagos y de mimos como si, poco a poco, fuésemos nosotros convirtiéndonos en hijos suyos y ellos en nuestros padres. Supongo que siempre es así, ¿no te parece, Sara?
Y ella le miraba desde el fondo oscuro de sus ojos, que a veces perdían tanto la expresión que él, Andrés, se asustaba. Sara se levantó de la butaca, junto a la ventana desde la que, durante horas,parecía hundirse también en el paisaje de la calle. Los médicos le decían a Andrés que tuviese paciencia, que estas cosas son siempre largas, que la tristeza, la depresión, la melancolía no son bacterias y que es necesario tener mucho ánimo porque, seguramente pronto, su mujer se restablecería y después ya nadie se acordaría de aquel doloroso episodio que había venido a turbar la sosegada felicidad del matrimonio.
-Por eso, Sara, tú debes de poner todo de tu parte y ayudar a los médicos y a mí ¿comprendes? Porque me duele mucho verte así, sin ganas de nada, sin apenas palabras, tan callada siempre....
Sara se fue acercando lentamente y cuando estuvo a su lado le acarició la cabeza y pasó despacio los dedos por la frente del hombre. Luego sus labios se abrieron en un murmullo
-Andrés yo...te quiero mucho y no quiero que sufras. Lo mejor sería que Dios me llevase, así dejaría de estorbar.
Andrés tomo las manos de Sara entre las suyas y se esforzó para que su voz no fuera un gemido lleno de dolor.
-No vuelvas a decir esa tontería nunca más ¿me oyes? Pronto estarás bien y todo esto te parecerá una pesadilla. Anda, ¿por qué no pones la televisión y te distraes un poco?
Luego,con una sonrisa de picardía añadió:
-Tengo que salir un momento, Sara. Tengo que comprar una cosa. ¡Mañana es tu cumpleaños! ¿no?

Anduvo vacilante por las calles, sin rumbo en su corazón,sin alegría en todos aquellos objetos entre los que no sabía qué elegir.”¿Qué puede interesarte, Sara? Como otras veces sostendrás este bonito collar entre tus manos y me darás las gracias con esa voz que ya en nada se parece a la tuya de siempre.... Bueno, será mejor regresar. No me gusta que te quedes sola tanto tiempo”.
Apresuró el paso y se contrarió cuando le detuvo Teresa, aquella prima lejana con la que apenas mantenían una relación de proximidad, y le preguntó cómo seguía Sara
-¡Hace tanto tiempo que no nos vemos...! Un día de estos iré a verla. A lo mejor le gusta que la visite y se distrae.
Le dijo que si, que fuese cuando quisiera, que ellos no salían casi nunca de casa y menos desde que su mujer se encontraba enferma con aquella depresión que nadie, ni ella misma, o ella menos que nadie, sabía de dónde pudo llegarle.
Aún se detuvo un instante para entrar en el estanco y comprar un paquete de cigarrillos. La estanquera le conocía desde hacía muchos años y también se interesó por el estado de su mujer.
-Dele recuerdos de mi parte ¿quiere? Es tan amable...
“Todos te quieren, Sara”, pensó “todos desearían verte de nuevo alegre y feliz, como antes, como siempre hasta que llegó esta sombra maldita”.
Encendió un cigarrillo y dobló la esquina, muy cerca ya de su casa. Algo, súbitamente, lo hizo alzar la mirada hacia las ventanas del piso, y el corazón se le revolvió en un latido disparado cuando vio en ellas a Sara asomada, terriblemente asomada, basculando su cuerpo hacia la calle. Andrés supo lo que iba a suceder y corrió, corrió desesperadamente, gritando el nombre de su mujer y abriendo los brazos. El cuerpo de Sara cayó exactamente sobre aquellos brazos, sobre aquel otro cuerpo que no pudo resistir el empuje y se venció hacia atrás, en una ridícula y triste pirueta mortal al golpearse la cabeza contra el pavimento. Sara resultó absolutamente ilesa. Allí, en la calle, nadie reparó en el pequeño paquete que contenía el regalo de cumpleaños.


martes, 13 de diciembre de 2011

BESOS DE CHOCOLATE

El sol caía en la tibia tarde de finales de primavera. Un grupo de adolescentes nos entreteníamos limpiando el viejo local de la playa, una cabaña abandonada que hacía años había hecho las veces de bar. Se acercaba el verano, un verano que todavía se nos antojaba largo y ocioso, sin preocupaciones, un verano en el que el tiempo todavía no se empeñaría en emprender su loca carr

era hacia ninguna parte. Aquel sería nuestro cuartel general, nuestro refugio, nuestro lugar de encuentros en los anocheceres calurosos que se avecinaban. No sé en que punto de la tarde apareciste tú, pero de repente mi mirada se cruzó con tu mirada azul, tan azul como ese mar cuyo susurro nos llegaba cercano, preludio de encuentros esperados y ya próximos. Te quedaste allí, junto a mí, hablándome de no sé qué cosas, sólo recuerdo que me hacías reír, que me sentía a gusto a tu lado, que despertaste en mí un sentimiento hasta entonces desconocido.
Me enamoré de ti con la rapidez propia de los quince años, dejándome empapar de tu sonrisa, dejándome atrapar por tus palabras. Y con el verano que llegaba comenzó el cortejo infantil, inocente, cándido, los paseos por el pueblo, las largas conversaciones sin tema aparente, los roces furtivos de manos que agitaban mi cuerpo, provocándome sensaciones nuevas. Fueron momentos que quedaron gravados en mi memoria con fuerza, con tanta fuerza que no podría olvidarlos aunque me empeñara en ello.
Una noche, al son de la música estridente y chabacana de una orquesta cualquiera, vibrante el pueblo de alegría celebrando su fiesta, miraste mis labios vírgenes y quisiste besarlos. Ya no te bastaba cogerme de la mano.
-Tienes un color bonito en los labios – me dijiste.
-Saben a chocolate – te respondí.
Me pediste probarlos y por toda respuesta saqué la barra de labios con sabor a chocolate del bolsillo de mi pantalón. Te la ofrecí y la rechazaste con una sonrisa pícara, una sonrisa que me decía que mas temprano que tarde conseguirías tu propósito, que también era el mío, aunque no quisiera admitirlo. De pronto el cielo se convirtió en cómplice de nuestro amor adolescente y descargó un aguacero que nos obligó a resguardarnos bajo un frondoso árbol. Y allí, mientras la lluvia caía con fuerza me robaste el beso deseado, saboreando mis labios con suavidad e inexperiencia. Sabían a chocolate. Supieron a chocolate todos los besos que unieron nuestras bocas ansiosas en aquel verano ya tan lejano. Pero el tiempo, con impertinencia y descaro sembró el desencanto, la desilusión, y aquel amor repentino y loco se terminó casi con la misma rapidez con la que había comenzado. Emprendimos caminos diferentes, caminos que nos llevaron a otras gentes, a nuevas experiencias, en definitiva a otros besos, que nunca, nunca más, fueron de chocolate.

jueves, 8 de diciembre de 2011

LÁGRIMAS DE CARBON

LÁGRIMAS DE CARBÓN.
Aquella mañana me levanté con una opresión en el pecho que se empeñó en acompañarme hora tras hora. No tenía motivos para estar triste pero lo estaba, no había razón para la angustia pero no era capaz de alejarla de mí. Intentaba pensar en él, en las caricias que dejaba prendidas en mi piel cada vez que estábamos juntos, en los besos que depositaba en cada rincón de mi cuerpo y que yo guardaba en la caja de mi corazón enamorado.
Yo era sólo una niña, y como tal, me dejaba llevar por la inocencia y por un amor peligroso que había tambaleado los cimientos de mi vida desde que se presentó en ella. Aquella noche volveríamos a encontrarnos en la ribera del río y allí daríamos rienda suelta a nuestra pasión prohibida.
Eran las siete cuando escuché el sonido agudo de la sirena. Yo estaba delante del espejo, arreglándome para mi encuentro con él, pero supe que ya no merecía la pena continuar. Mi corazón dio un vuelco anunciándome la desgracia.
Me senté en la mecedora de la galería y me dispuse a esperar no sabía muy bien qué. Cuando la noche cayó me atreví a salir. Me fui hasta la entrada de la mina y me oculté entre los matorrales. Allí estaba ella. Su presencia me confirmó mis negros augurios.
Me senté en el suelo, cerré los ojos y recé, rogué a un dios en el que no creía que la maldita mina me lo devolviera vivo. Pero no hubo suerte. Un grito desgarrador rompió el silencio de la noche. Asomé mi cabeza y la vi, arrodillada al lado del cuerpo inerte de su marido.
-Sabes que no puedo abandonarla – me decía cuando yo me quejaba de nuestro amor clandestino – pero yo te amo a ti.
Me amaba a mí, pero ella era la que disfrutaba de su presencia, la que compartía su vida, la que aquella noche lloraba su muerte como yo jamás la podría llorar.
Tomé de suelo un trozo de carbón y me volví a casa. Delante del espejo que aquella misma tarde me había visto ponerme bella para él, pinté mi cara con aquel trozo de negro carbón y dejé que mis lágrimas prohibidas surcaran mis mejillas arrastrando toda la negrura que tiznaba mi alma. No sé por qué hice aquel gesto, no me lo preguntes, pero alivió mi inquietud y sosegó mi ánimo.
Ocho meses más tarde naciste tú. Han pasado ya tantos años… Mañana empiezas a trabajar en la mina, pero no te preocupes, él te cuidará, no dejará que nada te ocurra, no permitirá jamás que mis lágrimas vuelvan a ser de carbón.