lunes, 19 de diciembre de 2011

AQUEL BESO INOLVIDABLE




Se dejaba acariciar la mano derecha, que reposaba lánguida encima del mantel, en aquella cafetería de ambiente mustio y rancio que todos los días albergaba su café de media mañana.
-Ha sido maravilloso encontrarnos de nuevo Rosa. Jamás imaginé que después de tantos años volveríamos a vernos y mucho menos que renacieran en mí todas estas sensaciones que ya tenía casi olvidadas. ¿Recuerdas nuestro beso? Allí, junto al mar, bajo aquel aguacero que de pronto se hizo cómplice de nuestros deseos… Fue un beso inolvidable ¿verdad Rosa?
La mujer bajó la mirada y la posó sobre la mano masculina que con estudiada delicadeza rozaba la suya propia y recordó el momento aludido por el hombre. Ocurrió el verano de sus diecisiete años, en aquel pueblo cerca del mar que olía a naranjos y a sal. Allí le conoció y se enamoró de él como una estúpida, con la estupidez propia de la juventud, de la inocencia, de la confianza ciega y así se dejó envolver por sus palabras, por sus ojos negros que parecían acariciarla en cada mirada, por unas promesas que le ofrecieron alcanzar el cielo sin tener que alargar el brazo para intentar tocarlo. Y después aquel beso, el primer beso, el último beso antes de la despedida, el roce de unos labios que se empeñó en acompañarla en su existir.
Ya nada fue igual el verano siguiente. La vida, siempre cruel y caprichosa, quiso alejarla de aquel amor primero y colocó en el camino del muchacho otra ilusión a la que regaló sus miradas, sus palabras, sus besos. Y Rosa paseó a la orilla del mar del brazo de la amargura, derramando lágrimas que se confundían con las olas en un vaivén que ya nada tenía de hermoso, odiándose a sí misma por haber sido tan imbécil, tan ingenua, por haberse dejado embaucar por un cariño que nunca fue tal.
Levantó la vista del mantel y fijó sus ojos en el rostro del hombre. A pesar de los años transcurridos la vida no le había castigado demasiado, por eso lo reconoció en seguida cuando lo vio entrar en el bar, apenas unos días antes. El corazón le dio un vuelco en cuanto se percató de su presencia y en aquella pirueta inesperada volvieron a su cerebro los recuerdos dormidos de aquella juventud que los años iban alejando inexorablemente, desdibujando las imágenes, distorsionando la realidad.
-Sí, fue un beso muy hermoso – contestó simplemente y se volvió a hundir en los recuerdos que él se empeñaba en relatar como si no hubiese pasado el tiempo.
-Tal vez podamos revivir todo aquello ¿no crees Rosa? Si la vida ha hecho que se crucen nuestros caminos tiene que ser por algún motivo. Todo tiene un porqué, y este encuentro no ha de ser diferente.
Rosa miró hacia la calle. Llovía y la gente caminaba con prisa. Se fijó en una mujer joven que a la que parecía no importar que el aguacero mojara su pelo, su rostro enjuto y triste, y sin saber muy bien el motivo pensó que seguramente aquella chica necesitara lavar su corazón, desnudarlo de desencantos, como ella misma había hecho un día con su propio corazón. Sus lágrimas transparentes y saladas habían sido la lluvia que la había despojado de la angustia de un amor juvenil no correspondido. Y ahora volvía a estar allí, frente a ella, como entonces, como siempre.
-Tienes razón – dijo por fin – todo tiene un motivo, incluso las cosas malas que nos ocurren, ocurren porque así tiene que ser. Pero en este caso no hay nada que revivir. Es cierto, aquel beso fue muy bonito, nunca pude olvidarlo, pero sí te olvidé a ti y tal vez este encuentro inesperado tenga por motivo algo tan simple como poder decirte esto. Me dolió tu abandono, pero el tiempo borró mi desdicha y hoy no eres ni siquiera un recuerdo amargo. Me alegro de verte y gracias por el café. Ahora tengo que irme.
Se levantó y salió del bar sintiendo sobre sí la mirada del hombre. El sol se abría paso entre las nubes grises. Mientras caminaba sentía que el incipiente calor de la primavera iba borrando el recuerdo de aquel beso del que se había despojado hacía unos segundos. Y sonrió feliz.

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