SARA
No puede ser, no puede ser que me esté pasando esto a mi, a la mujer más previsora del mundo, que estemos a unas horas de la cena de nochebuena y todavía no tenga el menú decidido, jamás me ha ocurrido semejante cosa, aunque bien pensado, nunca he organizado yo la susodicha cenita de las narices, y claro, alguna vez me tenía que tocar, pero que me ocurrieran todo este cúmulo de despropósitos.... Y es que menuda semanita que llevo, es que si le cuento a cualquiera mis vicisitudes no se las cree; y encima esta mañana llamo por teléfono a mi hermana para desahogarme un poco y me salta con que yo no tengo espíritu navideño, ¡tócate las narices! Pues que me diga ella cómo se puede tener espíritu navideño cuando los hados, los angelitos o el mismísimo Papá Noel, se te ponen en contra.
Todo comenzó el lunes pasado con la llamada telefónica de mi cuñada, pidiéndome, rogándome encarecidamente, que organizara yo este año la cena de nochebuena, que ella tenía la cocina manga por hombro porque finalmente se habían decidido a cambiarla y les había pillado el tren. Me cogió tan de sorpresa que no supe negarme, tampoco habría estado bien que lo hiciera, las cosas como son, todas las Navidades se encarga ella de la cena y lo hace con gusto, al menos es lo que ella dice y así debe ser, a juzgar por lo bien que resulta todo, desde la decoración (cuida el más mínimo detalle) hasta el menú, que se debe de pasar dos días cocinando la pobre. Pues eso, que no pude decirle que no y claro, aceptar el reto de mi cuñada no es moco de pavo, porque una tiene su orgullo y no quiere quedar por debajo de nadie, y si a ella le queda todo impecable yo no puedo ser menos, no sé si me entienden.
Lo primero que hice, por supuesto, fue recorrer los mercados en busca del menú más apropiado que además, me resultara barato, cosa harto imposible, porque a estas alturas pretender comprar algo de marisco fresco a buen precio es una chifladura más grande que una casa. Así fue que como todo me pareció caro lo he ido dejando y hoy me vi sin saber que comprar, porque quedan cuatro cosas y si el lunes estaban por las nubes hoy han traspasado ya el espacio exterior. Percebes no, bogavante no, cigalas no, almejas no..... he terminado comprando unas cazuelas de gambas al ajillo congeladas y unos cuantos berberechos que he pagado a precio de oro y que no sé ni de qué manera los voy a cocinar.
Con la carne me ha pasado otro tanto. Mi marido me decía que comprara cordero y que me dejara de mirar tanto el precio, que para eso está la paga extra, para gastar en las navidades, pero yo le he dicho que de eso nada, que la paga extra me la voy a guardar para el viaje a Canarias que me voy a regalar a mi misma en el verano, solo faltaría que la fuera a dilapidar comprando comida para un montón de energúmenos (véase hermanos, cuñados, sobrinos y demás) a los que todo les parece poco y que al final terminan sin probar bocado, dejando comida para que los anfitriones la aprovechen durante un mes. El pobre me ha mirado con cara de circunstancia, se ha encogido de hombros y ha seguido a lo suyo, dejándome sola con mis cavilaciones. He pasado la semana con la firme convicción de que un supermercado maravilloso, el que fuera, sacaría la más tentadora de las ofertas y me pondría en bandeja (nunca mejor dicho) una cena de nochebuena a precio de ganga, ilusa de mí. Por el marisco pagué de más, pero por la carne no se me dio ni la oportunidad de pagar. El carnicero de la esquina me ha dicho que en un día como hoy sólo atiende encargos y en el super del señor Ramón no tenían más que filetes de cerdo que he tenido que comprar a regañadientes, porque ya me dirán, con qué cara pongo esta noche filetes de cerdo para cenar.
¿Y la decoración? Esa es otra. Yo, que no tengo ni una mísera figurita de belén, ni una triste guirnalda para el árbol, que me da igual si el mantel es rojo y verde que amarillo limón, que no tengo un plato que case con otro....me he tenido que gastar un dineral en vajilla, manteles, un candelabro muy cuco para la mesa del comedor...y eso que me metí en la primera tienda de chinos que encontré, que si no me arruino completamente y no me hubiera quedado un duro para la cena. A fin de cuentas como yo no tengo gusto para estas cosas, miro y remiro la mesa, puesta desde esta mañana y no me acaba de convencer, desde luego nada que ver con la de mi cuñada, que tentada estuve de llamarla para que me echara una mano, y si no lo hice fue por orgullo, por mi estúpido orgullo.
Lo peor fue que el niño se empeñó en poner un arbolito de navidad, como en casa de la tía, ya que este año Papá Noel nos visitaría en nuestro propio hogar, justo era que el viejo gordinflón tuviera un lugar decente para colocar los regalos. De nuevo quise decir que no, pero me topé de narices con el entusiasmo de su padre, tan grande como el del niño, y de nuevo hube de tragar. Para no resultar aguafiestas me uní a la propuesta y sugerí ir a comprar el arbolito, como no, a la tienda de los chinos, pero mi maravillosa idea cayó en saco roto. Nada de árbol artificial, padre e hijo se irían al monte a hacerse con un precioso pino natural que quedan mucho más monos. Si,claro que se fueron y regresaron a las diez de la noche después de pasarse más de seis horas fuera, que ya me tenían más que preocupada, cargados no sólo con un pino precioso, sino también con una sustanciosa multa que les metió un guardia cuando los cazó en pleno robo del navideño arbolito.
Y de los regalos mejor no hablar. No he podido comprar nada de lo que tenía pensado. A mi marido quise comprarle un chaquetón monísimo, de esos forrados de borreguillo, vamos, lo mejorcito contra el frío, y para él la cuenta, que tiene que salir de casa a las seis de la mañana, hiele, nieve o llueva a mares. Pues todos los días pasando por delante del escaparate de la tienda y el chaquetón allí, esperando por mi y el día que entro en la tienda con intención de comprarlo... que me dice la dependienta que esa mañana se han llevado el último que les quedaba, ya me dirán si no es mala suerte. Al final he tenido que comprarle otro chaquetón, que está bien, pero nada que ver con el del escaparate.
Pero lo peor de todo me ha ocurrido con el niño, y esta vez si que ha sido mala suerte, porque empecé a preguntar por el jueguecito que quiere para la consola hace más de un mes y nada, agotado en todos lados. Unos me dicen que les vendrá en breve, otros que ya no lo van a tener más.... el caso es que esta noche llega Papá Noel, y mi niño está ilusionado con su juego. Le he comprado otro, pero me da la impresión de que no va a colar, y a estas alturas poco me queda ya por hacer.
Así pues ya me dirán, después de tanta vicisitud, como rayos voy a tener espíritu navideño. Sólo me queda esperar que la ciencia infusa me inspire con el lánguido menú que tengo preparado y no me critiquen demasiado, ni por la comida, ni por la decoración, ni por la cara de vinagre que seguro que se me ha quedado después de esta semanita. ¡Y que viva la Navidad!
BERTA
Me encanta la Navidad y no puedo entender por qué la gente la odia tanto. Supongo que será el espíritu navideño, que algunos lo tenemos muy agudizado y otros carecen de él. Ayer por la mañana me llamó mi hermana para contarme un montón de desgracias. Le ha tocado organizar la cena de nochebuena y al parecer nada le salía bien, aunque yo creo que exageraba un poco. Se me ha ocurrido decirle que no tiene espíritu navideño y creo que si no llega a estar el teléfono de por medio me hubiera mordido. Vamos, si hasta me ha colgado. Pero no me he enfadado con ella, todo lo contrario, a la gente que no le gusta la navidad no hay que tomárselo en cuenta, bastante tienen con su falta de gusto. Así que he cogido el toro por los cuernos y me he dispuesto a ayudarla.
Es curioso, todo lo que a ella le ha salido mal, a mi se me ha dado de corrido. Me he hecho con unos kilitos de gambón, congelado eso sí, pero a muy buen precio y en un hipermercado vendían unos jamones asados para chuparse los dedos. He llevado de mi casa la vajilla que me regalaron mis amigas por mi boda, que aún estaba sin estrenar, y he comprado unos manteles de usar y tirar que dan el pego como si fuera el mejor mantel del hilo más fino. Cuando he llegado a su casa y me ha visto cargada con todo, se ha quedado con la boca abierta y apenas se lo podía creer, tanto más cuando le enseñé el juego que quería su niño, que lo encontré en una juguetería de mala muerte de casualidad.
Le he organizado todo el cotarro mientras ella me miraba con cara de boba, como si yo fuera un Dios, y no ha parado de darme las gracias por la bajo para que nadie se enterara de nuestro complot. Al final todo ha salido de maravilla, incluso nuestra cuñada, la que todo hace bien, la ha felicitado por la fantástica cena. Y es que digan lo que digan, el espíritu navideño contribuye en gran manera darnos la felicidad, a que todo salga bien, a que estemos contentos y adoremos unas fechas tan entrañables....ojalá durara todo el año ¿no creen?
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