sábado, 17 de diciembre de 2011

EL REGALO

La verdad es que su mujer, Sara, no mejoraba y que, por el contrario, se hundía más y más en aquella depresión ante la que él se sentía impotente. Por ello, apenas la dejaba sola un momento y procuraba, con su atención, con su ternura, ilusionarla en pequeñas cercanías, en conversaciones esperanzadas.
-Al fin y al cabo no somos tan viejos, ni mucho menos.Tú cumplirás mañana los sesenta y yo te llevo dos solamente, así es que, con un poco de suerte, nos queda mucha vida por delante. Nuestros hijos están situados y nos quieren. Nos rodean de halagos y de mimos como si, poco a poco, fuésemos nosotros convirtiéndonos en hijos suyos y ellos en nuestros padres. Supongo que siempre es así, ¿no te parece, Sara?
Y ella le miraba desde el fondo oscuro de sus ojos, que a veces perdían tanto la expresión que él, Andrés, se asustaba. Sara se levantó de la butaca, junto a la ventana desde la que, durante horas,parecía hundirse también en el paisaje de la calle. Los médicos le decían a Andrés que tuviese paciencia, que estas cosas son siempre largas, que la tristeza, la depresión, la melancolía no son bacterias y que es necesario tener mucho ánimo porque, seguramente pronto, su mujer se restablecería y después ya nadie se acordaría de aquel doloroso episodio que había venido a turbar la sosegada felicidad del matrimonio.
-Por eso, Sara, tú debes de poner todo de tu parte y ayudar a los médicos y a mí ¿comprendes? Porque me duele mucho verte así, sin ganas de nada, sin apenas palabras, tan callada siempre....
Sara se fue acercando lentamente y cuando estuvo a su lado le acarició la cabeza y pasó despacio los dedos por la frente del hombre. Luego sus labios se abrieron en un murmullo
-Andrés yo...te quiero mucho y no quiero que sufras. Lo mejor sería que Dios me llevase, así dejaría de estorbar.
Andrés tomo las manos de Sara entre las suyas y se esforzó para que su voz no fuera un gemido lleno de dolor.
-No vuelvas a decir esa tontería nunca más ¿me oyes? Pronto estarás bien y todo esto te parecerá una pesadilla. Anda, ¿por qué no pones la televisión y te distraes un poco?
Luego,con una sonrisa de picardía añadió:
-Tengo que salir un momento, Sara. Tengo que comprar una cosa. ¡Mañana es tu cumpleaños! ¿no?

Anduvo vacilante por las calles, sin rumbo en su corazón,sin alegría en todos aquellos objetos entre los que no sabía qué elegir.”¿Qué puede interesarte, Sara? Como otras veces sostendrás este bonito collar entre tus manos y me darás las gracias con esa voz que ya en nada se parece a la tuya de siempre.... Bueno, será mejor regresar. No me gusta que te quedes sola tanto tiempo”.
Apresuró el paso y se contrarió cuando le detuvo Teresa, aquella prima lejana con la que apenas mantenían una relación de proximidad, y le preguntó cómo seguía Sara
-¡Hace tanto tiempo que no nos vemos...! Un día de estos iré a verla. A lo mejor le gusta que la visite y se distrae.
Le dijo que si, que fuese cuando quisiera, que ellos no salían casi nunca de casa y menos desde que su mujer se encontraba enferma con aquella depresión que nadie, ni ella misma, o ella menos que nadie, sabía de dónde pudo llegarle.
Aún se detuvo un instante para entrar en el estanco y comprar un paquete de cigarrillos. La estanquera le conocía desde hacía muchos años y también se interesó por el estado de su mujer.
-Dele recuerdos de mi parte ¿quiere? Es tan amable...
“Todos te quieren, Sara”, pensó “todos desearían verte de nuevo alegre y feliz, como antes, como siempre hasta que llegó esta sombra maldita”.
Encendió un cigarrillo y dobló la esquina, muy cerca ya de su casa. Algo, súbitamente, lo hizo alzar la mirada hacia las ventanas del piso, y el corazón se le revolvió en un latido disparado cuando vio en ellas a Sara asomada, terriblemente asomada, basculando su cuerpo hacia la calle. Andrés supo lo que iba a suceder y corrió, corrió desesperadamente, gritando el nombre de su mujer y abriendo los brazos. El cuerpo de Sara cayó exactamente sobre aquellos brazos, sobre aquel otro cuerpo que no pudo resistir el empuje y se venció hacia atrás, en una ridícula y triste pirueta mortal al golpearse la cabeza contra el pavimento. Sara resultó absolutamente ilesa. Allí, en la calle, nadie reparó en el pequeño paquete que contenía el regalo de cumpleaños.


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