martes, 6 de julio de 2021

El silencio habla

 



No sé bien cómo comenzar a relatar mi experiencia. Podría decir que todos los hombres son gilipollas, pero no me gusta generalizar porque seguro que hay muchos que no lo son. Quizá mejor decir que todos los gilipollas me tocan a mí. Sobre todo mi último novio. En fin, creo que voy a empezar por el principio.

Me llamo María y soy maestra, aunque mi verdadera pasión es la fotografía. Siempre que voy a algún lado lo hago acompañada de mi cámara y así dejo testimonio de la vida, de la común y corriente, porque mis fotos no son nada extraordinario, son fundamentalmente escenas cotidianas y lo cierto es que aunque tengo un blog y alguna red social dedicada a ello en los que me sonríe bastante el éxito, no deja de ser un pasatiempo sin más, a través del cual conocí al tipo en cuestión.

No soy yo mucho de novios. Me casé muy jovencita para escapar de casa y de la represión de unos padres demasiado autoritarios y aquello duró lo que tenía que durar, más bien poco. Cuando ambos nos dimos cuenta de que no funcionaba nos fuimos cada uno por su lado y a otra cosa mariposa. Con Carlos, mi exmarido, siempre conservé una buena amistad, él rehizo su vida con otra mujer, le va de maravilla y de vez en cuando nos vemos, nos saludamos con cariño y nos tomamos un café o unas cañas. Por mi parte no he vuelto a tener nunca ningún compromiso serio, tampoco lo he buscado, conocí a tres o cuatro tíos cada cual más imbécil que el anterior y ninguno me llegó a enamorar, hasta que apareció Javier.

Javier comenzó a hacer comentarios sobre mis fotos. A él también le gustaba la fotografía y llegó un momento en que pasamos de hablar de nuestra afición a hacerlo de nuestra vida personal. No vivíamos demasiado cerca, aunque tampoco extraordinariamente lejos y un día decidimos conocernos. Nos caímos bien y nos hicimos novios. Nos veíamos cada vez que nuestro trabajo nos lo permitía, siempre una vez al mes por lo menos y nos lo pasábamos muy bien juntos. Pero en algún momento de la relación yo empecé a notar cosas que no quise ver, el amor me cegaba, como no. Javier recién había terminado una relación de varios años y no la había superado en absoluto. Ana, su ex, salía a relucir bastante en las conversaciones, tanto, que llegué a hacerme una imagen bastante clara de como debía ser. Un día me enseñó una foto de la tipa de espaldas, desnuda, en una playa. Es que eran asiduos a las playas nudistas. Había colgado la foto en cuestión en una red social, lo cual a mí me pareció un poco fuera de lugar, pero no dije nada, no era cosa mía. Aparte de esa foto, tenía muchas de más de la tal Ana, todas ellas posando cual modelo. La tía no era guapa, pero tenía un estilazo impresionante y en conjunto resultaba, cosa a la que yo, la verdad, no di la menor importancia porque era algo que no me interesaba en absoluto. Llamar la atención por mi físico nunca entró dentro de mis preferencias en la vida, me gustaba más que se me apreciara por otras cosas, la verdad, y si no ya me apreciaba yo a mí misma, no me hacían falta los halagos de los demás.

A veces me hablaba de lo que hacían juntos, que era ver estupideces en la televisión y poco más. Poco a poco yo me iba dando cuenta de varias cosas, de que no había olvidado a Ana, de que si pretendía hacer las mismas cosas conmigo que con ella, la llevaba clara, y de que cuando yo, por algún casual en la conversación, criticaba alguna de las chorradas que le gustaban a Ana, él se ponía a la defensiva.

El día que le dije que era fea, me miró con cara de espanto y me dijo que estaba equivocada, que Ana llamaba la atención por la calle. Valiente hazaña, pensé yo. Cosas como esas dieron al traste con la relación. Yo hacía tiempo que me había dado cuenta de que no me quería, que la quería ella, y le dejé, no por voluntad propia, sino porque estaba segura de que era lo que él deseaba y no se atrevía a hacer, de hecho lo noté aliviado cuando se lo dije. Se acabó y no voy a decir que no me doliera, me dolió mucho, lloré bastante y me costó olvidarlo, a pesar de ser consciente de que era lo mejor. Me dejó tan tocada que cerré mi corazón al amor y me centré en mi profesión y mi afición. No quise saber nada de tíos. Lideré en el colegio un proyecto educativo que tuvo muy buena acogida y por otro lado me organizaron una exposición de mis trabajos de fotografía. Me olvidé de Javier, de Ana y todo lo que no fuera lo que me gustaba hacer en la vida.

A raíz de la exposición me hiceron una entrevista en la prensa y, vaya casualidad, el mismo día que la publicaron recibí una llamada de Javier. Por cuestiones de trabajo venía a la ciudad y si quería tomar un café... creo que no, que no quería, pero por educación y en aras a los buenos tiempos, quedamos. Me contó que había vuelto con Ana y que era muy feliz. Me alegré y me dio pena al cincuenta por ciento. Si era feliz, pues estupendo, pero en el fondo no entendía cómo le gustaba estar con una persona tan simple. Sé que debí de callarme pero mi lengua fue más rápida y se lo dije. Se sonrió y con un deje de rabia en su voz me dijo que lo que yo tenía era envidia. Envidia... yo... de esa tía. Me mordí la lengua. Pensé que la callada por respuesta era lo mejor. Yo también sonreí. Cogí el periódico, lo abrí por mi entrevista y se lo tiré encima de su café.

–Lee – le dije – esta vez no te voy a dar réplica. Lee y que mi silencio te haga pensar.

Y me fui. No le he vuelto a ver, ni falta que me hace. Prefiero mis fotos.