lunes, 30 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 39

 




El verano pasó y el curso comenzó de nuevo sin que yo llegara a tomar ninguna decisión. Miguel respetaba mi petición y no me llamaba, lo cual quería decir que no sabía nada de él. Y no sabía si me gustaba. Realmente estaba pasando un período lleno de contradicciones. Yo misma era una pura contradicción.

Mi amiga Violeta aguantaba estoicamente mis rancios discursos, mis dudas, mis cambios de humor y mis inseguridades. Un día decía una cosa, al día siguiente otra; hoy estaba segura de que Miguel me amaba y por lo tanto lo llamaría enseguida, al día siguiente analizaba cada de una de sus palabras y de sus hechos para buscar el punto justo en que desmentía lo anterior. Era un completo desastre.

-Deberías de dejar de darle tantas vueltas a todo, Irene, no merece la pena. Las relaciones nunca son seguras al cien por cien, y no creo que se necesite tampoco esa seguridad. Lo que hay que hacer es disfrutarlas mientras duran, créeme, te lo digo por experiencia. Tuve un marido que fue un hijo de la gran puta y ni por un momento, cuando éramos novios, pensé que mi matrimonio fuera a resultar como resultó. Pero tuvo sus momentos buenos, pocos, pero los tuvo, y yo los gocé porque sí, porque era lo que tocaba. Tú amas Miguel y él a ti, y lo único que estáis haciendo ahora es perder el tiempo como dos idiotas, como si no lo hubieseis perdido ya bastante.

Cuando mi amiga me echaba semejantes discursos yo no le replicaba, pues en el fondo sabía que tenía razón. Violeta siempre tenía razón y casi nunca se engañaba con respecto a los demás, aunque cuando se trataba de sí misma, la cosa cambiaba un poco, pero eso es algo que no viene al caso.

Así llegaron las Navidades y con ellas mi viaje a Madrid para disfrutarlas al lado de Enriqueta y Ángel. Ángel sabía del regreso de Miguel y del pacto al que habíamos llegado, pues yo misma se lo había contado, así que cuando me recogió en la estación, como siempre, después de los típicos saludos de cortesía, me preguntó si había tomado ya la correspondiente decisión.

-No es fácil. Han pasado muchas....

-No sigas – dijo cortándome el rollo – no quiero escuchar más sandeces. Y disculpa si estoy siendo demasiado duro contigo, pero me parece que te estás pasando con tanto pensar. Eres una tonta.

Me sentaron mal sus palabras, a pesar de que sabía que no guardaban ninguna mala intención, así que hicimos el trayecto hasta la pensión en un tenso silencio que él intentaba romper de vez en cuando sin conseguirlo demasiado.

Aquella misma tarde me habló claramente, como él solía hacer.

-Estás molesta conmigo por lo que te dije esta mañana ¿cierto?

-Pues un poco, la verdad.

-Pues te lo volvería a decir mil veces, pero de todos modos a lo mejor me estoy metiendo donde no me llaman. Y para unos días que vienes a pasar aquí tampoco quiero que haya tiranteces entre nosotros. Así que no voy a volver a hablarte del tema. Mi opinión ya la sabes, haz lo que quieras.

Y así fue. Pasamos las fiestas felices y contentos, sin volver a tocar el tema. Y sin aclararme, por supuesto.

Poco me imaginaba yo que de vuelta a Valencia iba a recibir una de las peores noticias de mi vida. Cierta tarde Violeta se presentó en mi casa. Tenía cara de pocos amigos y denotaba preocupación. Intentaba disimular, pero yo sabía que ocurría algo. Tenía algo que decirme pero no era capaz.

-¿Qué pasa, Violeta? Si tienes que decirme algo dímelo, por malo que sea.

-Es que..... no sé cómo te lo vas a tomar.

-Ah, entonces tengo razón. Tienes algo que decirme. Pues venga, dispara.

-Hace unos días estuve hablando con Miguel.

Un extraño escalofrío recorrió mi cuerpo.

-¿Con Miguel? - pregunté inquieta - ¿por teléfono?

Violeta sacudió la cabeza.

-No. Estuvo aquí.

-¿Aquí? ¿En el pueblo? Y... ¿por qué no vino a verme?

En aquellos momentos mi cabeza era un hervidero de pensamientos cada cual más negros. Si Miguel había estado en el pueblo, había visitado a Violeta y a mí ni me había saludado, indudablemente lo que mi amiga iba a decirme tenía que ver con él y la cosa no pintaba nada buena.

-No vino a verte porque..... -Violeta sacó un sobre del bolsillo de su abrigo y me lo tendió – porque no se atrevió. Pero me dejó esto para ti.

Tomé aquel sobre con manos temblorosas. Estaba tan nerviosa que apenas podía rasgarlo. Cuando por fin pude leer su contenido me cayó el alma a los pies. Decía así.


“Mi querida Irene:

Antes de nada debes perdonarme por acudir a este medio para decirte lo que tengo que decirte, pero soy un cobarde, siempre lo he sido, y no me atrevo a hablarte a la cara. Sin embargo no voy a andar con muchos rodeos. En vista del tiempo que ha transcurrido sin tener noticias tuyas, creo que lo mejor es que abandonemos nuestra idea de volver, o tal vez debería decir mi idea, pues está claro que a ti no te interesa demasiado. Yo prometí no llamarte y he cumplido mi promesa, pero día tras día, cuando llego a casa del trabajo, lo primero que hago es mirar el teléfono por si tengo algún mensaje tuyo en en contestador. No sabes la desilusión que siento cuando nunca escucho tu voz. Pienso que ha transcurrido tiempo más que suficiente para que tú sopeses la posibilidad de retomar lo nuestro, si no te interesa, como al parecer así es, te dejo libre para que puedas hacer tu vida, con gran dolor de mi corazón, pero desde siempre tuve muy claro que jamás se puede obligar a nadie a amar.

Espero que seas muy feliz y que algún día encuentres a la persona adecuada para ti. Yo, por mi parte, te recordaré siempre, pero también intentaré encontrar esa felicidad que tanto añoro y que un día se me escapó a tu lado. Un beso enorme:


Miguel “.

No sería capaz de describir con palabras lo que sentí en aquel instante. Sólo sé que fui consciente de que todo se había ido al garete, de que mis ilusiones, mis recuerdos, el objetivo que durante muchos años me había marcado en la vida, tal vez de manera irracional, había dejado de existir para mí.

Me dejé caer en el sofá del salón como si fuera un saco de arena tirado al vacío, con la carta entre mis manos temblorosas. Violeta me miraba fijamente con cara de pena, sin saber qué decirme. Yo tampoco era capaz de hablar, ni siquiera de llorar, aunque nunca había sentido más ganas que entonces. Pasados unos minutos conseguí decir algo.

-Pero....¿qué ha pasado? ¿no te ha dicho nada? ¿sólo te ha dejado ésto?

Violeta entonces suspiró, se acercó a mí y echó su brazo por mis hombros en un gesto de consuelo que no servía para mucho, pero que yo agradecí.

- Me llamó por teléfono hace dos días y me dijo que deseaba hablar conmigo. Me pareció extraño y le pregunté si le ocurría algo. No me concretó, insistió en que quería decirme algo y que tú no debías de enterarte. Me sentí entre la espada y la pared, pero finalmente accedí y ayer estuvo en mi casa. Le vi triste y demacrado. Después de los saludos de rigor me preguntó por ti. Le dije que estabas bien y que seguramente te haría mucha ilusión volver a verle. Entonces se le veló la mirada y me dijo que no pensaba visitarte, que venía para zanjar lo vuestro, para terminar con todo de una vez. Yo le dije que precisamente ese era motivo más que suficiente para venir a verte, pero insistió en que no, que no podría, que te amaba demasiado como para poder afrontar el momento de decirte que todo había terminado. Yo no entendía nada, y él no me explicó más, así que tampoco quise preguntarle. Supongo que esa carta no contiene buenas noticias.

Extendí el papel hacia mi amiga.

-Compruébalo tú misma.

Violeta leyó la misiva en silencio, tal y como había hecho yo un rato antes, y cuando terminó alzó la mirada hacia mí.

-Se ha cansado de esperarte, Irene. No tiene más explicación.

Entonces me eché a llorar. Y no sé cuánto tiempo lloré, apoyada en el regazo de mi amiga, que soportaba mi llanto es silencio.

-¿Qué hago Violeta? ¿Qué hago para remediar esta estupidez mía? Yo le quiero y no quiero perderle. - dije entre hipidos entrecortados.

-Ahora debes calmarte, algo se podrá hacer, pero debemos pensar con calma. Supongo que Miguel está muy dolido por tu indiferencia. A lo mejor has dejado pasar demasiado tiempo sin decidirte. Pero a pesar de todo yo creo que no está todo perdido. Miguel ha obrado impulsado por la desilusión y estoy segura de que dentro de un tiempo lo verá todo de otra manera. No llores, Irene, todo se solucionará, ya verás.

La seguridad de Violeta consiguió calmar un poco mi desdicha. Mi amiga podía ser muy convincente cuando quería, era muy juiciosa y casi siempre estaba de buen humor. Fue mi mejor apoyo durante aquella época de incertidumbre que me tocó vivir.

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domingo, 29 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 38

 



Dos días después Miguel apareció por casa. Era de noche y yo estaba a punto de meterme en la cama.

-¿Puedo pasar? - me preguntó cuando abrí la puerta.

-Me iba a acostar – le respondí – no sé si...

-Por favor Irene, déjame entrar, necesito hablar contigo, tengo tantas cosas que decirte....

Dos noches atrás, en la playa, cuando se acercó a mi lado y acabé echándolo, estaba absolutamente convencida de que no deseaba escucharle, pero aquella noche me cogió con la guardia bajada y su mirada suplicante me desarmó. Así le dije que sí, que podía pasar, e incluso le ofrecí un café o un refresco.

-¿Te acuerdas de aquella limonada que tenía mi madre preparada en la nevera todos los veranos? - me preguntó antes de contestarme - ¡Cómo te gustaba bebértela cuando eras una niña! Al regresar de la playa te tomabas una jarra entera.

Su recuerdo consiguió arrancarme una sonrisa.

-Claro que me acuerdo. Me acuerdo tanto que todos los veranos hay limonada en mi nevera, como la que hacía tu madre. ¿Quieres?

-¡Oh, por supuesto!

Fui a la cocina y regresé al salón con dos vasos de limonada. Miguel bebió un sorbo de la suya.

-¡Dios mío! ¡Qué recuerdos! Me parece haber retrocedido veinte años en el tiempo.

Me senté a su lado y también yo bebí un sorbo de mi limonada.

-Sí, Miguel, veinte años, que se dice pronto. Qué feliz era yo por aquel entonces, sin problemas, sin preocupaciones... contigo a mi lado... Me parecía que el mundo era perfecto y que no dejaría de serlo nunca. Lástima que todo se derrumbara de la forma en que lo hizo.

Miguel posó su mano izquierda en mi rodilla.

-Lo siento, princesa, siento que todo haya salido mal por mi culpa.

-No fue culpa de nadie, Miguel, fue la vida misma, que es así de perra. A lo mejor tú y yo no estábamos hechos para estar juntos. Ahora ya nada tiene remedio.

-Claro que lo tiene – hice ademán de interrumpirle, pero no me lo permitió – por favor, Irene déjame hablarte. Tengo que contarte todo lo que tengo aprisionado dentro de mi pecho. Ya te dije en su momento que no había sido fácil separarme de ti, yo también lo pasé mal, te eché de menos y me maldije a mí mismo por no haber luchado más.

-Eso ya me lo has dicho. Pensé que me ibas a contar algo nuevo.

Miguel me miró fijamente a los ojos, en silencio, durante unos instantes.

-En realidad yo sólo vengo... sólo vengo a suplicarte. Cuando estuvimos juntos la otra vez y regresé a casa, supe que nada iba a ser como antes. Ella era una buena chica, pero no era como tú.

-¿Por qué hablas de ella en pasado?

-Porque ya se acabó. Se acabó desde el momento en que le hablé de nuestro encuentro. Le conté lo nuestro, nuestra historia, y me dijo que no te podía abandonar, que tenía que luchar por ti. Era ella la que me animaba a hacer las pruebas, la que insistía, aunque yo le decía que no merecía la pena, que había pasado mucho tiempo y que no tenía sentido intentar recuperar lo que ya seguramente no sería lo mismo. Así que un día se armó de valor y llevó ella misma las muestras al laboratorio, sin que yo lo supiera, y fue ella misma también la que un día me puso el sobre en la mano con los resultados. Yo no sabía nada y cuando los leí.... no sé lo que sentí. Me miraba con ojos tristes y acuosos. Yo sabía que estaba a punto de llorar, y sabía también cuánto le había costado llevar a cabo semejante acto de valentía. Sólo por eso me convencía de que no podía abandonarla. Pero después leí aquel papel amarillo y entonces te vi a ti y.... quise regresar a tu lado, volver a vivir la última noche, despertar a tu lado, desayunar juntos... compartir contigo tantas cosas que la vida nos había negado. No me hizo falta, sin embargo, tomar decisión alguna. Al día siguiente ella ya no estaba. Me dejó una escueta nota en la que me decía que desde siempre había sabido que seguía enamorado de ti y que no tenía sentido que siguiéramos juntos, que te buscara, que fuera feliz a tu lado y eso estoy haciendo.

-¿Porque te lo ha dicho ella o por convencimiento propio?

-¡Eh, vamos, Irene! No te pongas a la defensiva. Sabes perfectamente la respuesta, me conoces bien.

-Eso creía, pero ha pasado mucho tiempo, como bien has dicho, y tu reacción de la última vez me demostró que no te conozco tanto como pensaba. Y es lógico, los años a veces nos hacen ver la realidad de forma distorsionada. Durante todo el tiempo en que no he sabido nada de ti no he dejado de dar vueltas en ningún momento a un imaginario reencuentro, pensando que todo iba a ser igual que antes, conservando una ilusión que cada vez se hacía más eso, ilusión, y se alejaba de la realidad. Cuando te vi en Barcelona esa realidad se mostró de repente. Yo no pintaba nada ya en tu vida de médico prestigioso.

-Eso es una tontería. Yo ya era médico cuando desaparecí de tu vida. Si hubiéramos continuado juntos, lo hubiera seguido siendo. Irene... estar contigo ha sido lo mejor que me ha ocurrido en la vida y no fue nada fácil. Yo tenía la impresión de estar robando tu niñez, secuestrando la juventud que apenas habías comenzado a vivir. Luché lo indecible por alejar mis fantasmas, por no verme a mí mismo como un degenerado. Nunca lo conseguí del todo... y después lo de ser hermanos... tener que marcharme lejos de ti... ¿No crees que nos merecemos recuperar lo perdido?

Fijé la vista en el suelo y sacudí alguna mota de polvo inexistente en mi pijama azul. No sabía bien qué respuesta darle. Tal vez tuviera razón, una segunda oportunidad se la merece todo el mundo, pero no estaba segura de que fuera a salir bien, aunque bien pensado, ¿quién me podía garantizar que cualquier relación que tuviera iba a salirme bien? Sin ir más lejos, yo había pensado que lo mío con Javier era definitivo, y sin embargo acabó de la manera más hiriente, regresando él con aquélla de la que se quería separar.

-Supongo que sí – respondí finalmente – supongo que mereceríamos recuperar lo perdido, pero... no estoy segura de nada y en todo caso... las cosas no se pueden hacer así, de pronto. Si queremos volver, que sea poco a poco, seguros de lo que hacemos. Miguel me dolió tanto que después de nuestra última noche te fueras así, sin mostrar el menor interés por averiguar si de verdad éramos o no hermanos... que ahora no sé si confiar en ti. Así que, por favor, dame tiempo para digerir todo esto. Necesito pensar, analizar la situación y obrar en consecuencia y....meditar todo ello en soledad.

Miguel se acercó más y alargando su brazo me acarició la mejilla. Me turbó volver a sentir el tacto de aquella piel tan conocida y tantas veces añorada. Cerré los ojos y disfruté del momento.

-Eso quiere decir que aún queda un resquicio para la esperanza. - dijo.

-Tal vez, Miguel, tal vez. Sin embargo me gustaría estar sola durante un tiempo. Quiero sentirte lejos y ver... si realmente te echo de menos ahora que sé que me quieres.

-Está bien, haré lo que tú digas, todo lo que tú digas con tal de volver a tenerte. Mañana mismo marcho a Sevilla, pero por favor, llámame.

Asentí con la cabeza mientras Miguel se levantaba y se disponía a marcharse. Le acompañé a lo largo del pasillo, hasta la puerta. Una vez allí nos despedimos con el propósito de volver a vernos lo más pronto posible.

-Te quiero, princesa – me dijo, y me besó en los labios.

Cuando se fue me apoyé en la puerta durante unos segundos y llevé mis dedos a la boca que acababa de besar. Sentía una sensación de felicidad que me parecía inexplicable.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 37

 



Aunque en el fondo sabía que aquello podía ocurrir, escucharlo de la boca de aquella mujer que no dejaba de ser una extraña me produjo una profunda sensación de desencanto, de soledad, de tristeza y de abandono. Javier era un cobarde, un ser débil, un pusilánime, una persona que yo no deseaba tener a mi lado, pero había comenzado a quererle y me dolió no sólo su marcha, sino su cobardía.

-Y todo esto ¿por qué no me lo ha dicho él? ¿Acaso no piensa dar la cara en ningún momento?

-Irene, él no sabe que yo estoy aquí. Pero he querido venir porque así las cosas serán más fáciles, tanto para ti, como por supuesto para él.

-¿Para mí? ¿Te parece que será más fácil para mí saber que mi novio me abandona de boca de la que llevaba camino de ser su ex esposa?

-No olvides que cuando me abandonó a mí lo hizo a traición, desapareciendo del mapa casi de un día para otro. Javier no tiene valor para enfrentarse a la gente y menos a la gente que quiere.

-Vaya, es un consuelo saberlo. Pues nada, creo que lo mejor es que le digas de mi parte que no venga por aquí, total, yo ya sé que me va a dejar y de verdad que no tengo muchas ganas de verle. Y tú también puedes marcharte. Hala, vete.

Lola no dijo más nada. Se levantó y salió de la casa, dejándome sola, desconcertada, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Cuando me hube calmado un poco comencé a pensar en el discurso que le soltaría a Javier cuando se presentara en mi casa, pues estaba claro que a pesar de haberle dicho a Lola que no quería verle más, lo normal sería que por deferencia al tiempo que habíamos pasado juntos, Javier se presentara a decirme personalmente que lo nuestro había terminado.

Pero pasó un día, y dos, y tres, y una semana entera y Javier no apareció. Entonces me derrumbé. Durante aquellos días había estado esperando su aparición con ansia, deseando que llegara el momento de tenerle a mi lado y soltarle todo lo que llevaba dentro, pero al ir pasando el tiempo me di cuenta de que no iba a volver, de que había salido de mi vida de puntillas, en silencio, sin despedirse y sin la menor consideración hacia mí. Una noche de aquellas, al meterme en la cama y ser consciente de mi soledad, rompí a llorar como nunca lo había hecho, con rabia, con desesperación, con impotencia. Eran unas lágrimas provocadas por el fracaso, por el desamor, por la sensación de desesperante soledad que sentí cuando supe que una vez más el amor se había alejado de mi vida. Y sin demasiado sentido Miguel volvió de nuevo a mis pensamientos, mis años de adolescencia a su lado, el amor, el amor verdadero del que habíamos disfrutado cuando estuvimos juntos.

Fueron unos días extraños, en los que me pareció no estar viviendo una vida real, pues me parecía imposible que tanta desdicha pudiera afectar a una sola persona y que esa persona fuera yo. Jamás me sentí más desgraciada que cuando Javier salió de mi vida sin despedirse.

Una tarde Violeta vino a visitarme. Sabía lo que había ocurrido, yo se lo había contado días atrás. También le había rogado que me dejara tranquila durante unos días, que quería estar sola y pensar en mi futuro, cosa que mi amiga entendió y respetó, por eso me pareció extraña su visita.

-Vengo porque tengo algo importante que decirte. Bueno... no sé si es importante, en todo caso creo que debo ponerte sobreaviso.

-¿Sobreaviso? ¿De qué?

-Irene, Miguel está en el pueblo. Le vi hace dos días.

-¿Dónde? ¿Estás segura de que era él? ¿Hablaste con él?

-Sí, hable con él, y me preguntó por ti. Le vi en el puerto, casualmente yo estaba sentada en la misma terraza que la otra vez y pasó por allí. Fue él el que me vio a mí y se acercó a hablarme. Intercambiamos las típicas palabras de saludo y poco más, ni siquiera me dijo qué hacía en el pueblo, lo que sí me dijo fue que quería verte. Yo me permití la libertad de comentarle que no estabas pasando un buen momento. No sé si hice bien, pero en todo caso lo hice porque no estoy muy segura de que su presencia te haga mucho bien.

-La verdad es que no, no me apetece nada verle, entre otras cosas porque entre los dos todo terminó y no creo que tengamos ya mucho que decirnos. Violeta, creo que no estoy hecha para compartir mi vida con ningún hombre.

-Venga, Irene, no digas bobadas. Javier se portó contigo como un completo imbécil y Miguel fueron las circunstancias de la vida. Yo no sé por qué está aquí y comprendo que no tengas demasiadas ganas de verle, pero si vino a recuperar lo vuestro... a lo mejor deberías escucharle.

Las palabras de mi amiga me hicieron recordar a Ángel. Parecía que se hubieran confabulado para hacerme recuperar mi amor adolescente. Suspiré y miré a través de la ventana. Fuera el día daba paso a la noche a través de un cielo rojo y de las primeras estrellas. Y recordé aquel viaje a Menorca, aquel momento mágico en una cala perdida en que Miguel me hizo mujer... y supe que no eran más que recuerdos, tiempos pasados que no regresarían jamás.

-Miguel no me ama, Violeta. Él tiene ya otra vida, como yo tengo la mía, y seguro que le va mucho mejor que a mí. No sé a qué habrá venido al pueblo, seguro que tendrá algún asunto que arreglar.

-Pero me preguntó por ti.

-Supongo que es lo normal. ¿Cuándo le has visto?

-Hace un par de días.

-Pues si quisiera verme ya hubiera pasado ya por aquí ¿no crees?

Pero Miguel no había venido ni yo pensaba que fuera a venir. Y aquella noche, cuando Violeta se hubo marchado, salí a dar una vuelta por el pueblo por primera vez en muchos días. Hacía una noche estupenda y sentía que necesitaba que el aire acariciara mi cara de una vez.

Caminé por la arena durante un buen rato y cuando me cansé, ya caída la noche, me senté en la arena, en el rincón donde solía colocarme siempre que iba a la playa, y desde allí me dediqué a mirar el cielo y las estrellas, y a escuchar el rumor tranquilizador y relajante de las olas al romper en la orilla.

No sé cuánto tiempo estuve así, puede que fueran unos minutos o unas horas, embriagada por el aroma del mar y la luz de las estrellas, hasta que de pronto escuché su voz, esa voz que tenía clavada en mi mente a fuego.

-Buenas noches princesa. Es un placer verte de nuevo.

Miguel estaba allí, de pie, a mi lado, mirándome desde las alturas, sonriendo con su sonrisa arrebatadora.

-¿Puedo sentarme?

Me encogí de hombros y él se acomodó a mi lado, en la arena.

-¿No vas ni a saludarme siquiera?

-Hola, Miguel ¿qué haces aquí?

Le hable de forma brusca, de malos modos, dejando entrever que su presencia me irritaba, aunque en realidad no era así, bien al contrario, sentía cierta satisfacción de que por fin hubiera venido a verme.

-He venido a verte.

De nuevo sus palabras me hicieron sentir bien, aunque fue una sensación momentánea, después de lo ocurrido la última vez que nos habíamos visto, aquella frase podía significar cualquier cosa.

-¿Para qué? ¿Hay algún problema legal o de otra índole que debas resolver conmigo?

-Tal vez.

-Pues a ver, tú dirás.

Se mantuvo en silencio durante unos segundos, sopesando sus palabras.

-No pareces muy contenta de verme.

-Pues.... la verdad es que no sé si estoy o no contenta por verte. En todo caso comprenderás que después de nuestro último encuentro.... no fue muy afortunado. Así que no sé, Miguel, ahora mismo soy una maraña de pensamientos y de sentimientos y cada vez estoy más convencida de mi estado ideal es en soledad. Pero no has venido a hablar de eso, has venido a arreglar no sé qué, así que dímelo de una vez.

Sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y me lo tendió. Yo lo abrí con curiosidad, sin imaginarme ni por asomo lo que me iba a encontrar. Comencé a leer e inmediatamente me di cuenta de que eran los resultados de una prueba de ADN. Y entonces la rabia se apoderó de mí. Aún así leí hasta el final y cuando terminé le devolví la carta.

-¿Se puede saber qué significa esto? - le pregunté

-Vaya, parece que no te hace mucha gracia.

-Ninguna, no me hace ninguna gracia. Me parece una broma de muy mal gusto.

-Irene, no es ninguna broma.

-Pues yo no me hecho ninguna prueba.

-Sí que te las has hecho. La última vez que estuvimos juntos yo me llevé un pelo tuyo y con eso se hicieron las pruebas. Y ya ves, no somos hermanos.

-Ya. ¿Y eso qué importa a estas alturas? ¿Recuerdas? ¿Recuerdas nuestro encuentro después de quince años sin vernos? ¿Recuerdas la noche que vivimos y cómo después me dijiste que no nos íbamos a hacer las pruebas porque no volverías conmigo?

-Yo no dije eso.

-Oh no, es verdad, no con esas palabras. Pero da lo mismo. Aquella noche yo volví a vivir, Miguel, creí haber recuperado mis sueños, mi amor perdido, la vida que no me dejaron vivir y de pronto tú rompiste todo de una patada. No habría pruebas porque había otra mujer. Y ahora vienes con esto. ¿Qué te piensas que soy yo? ¿Una muñeca que puedes manejar a tu antojo? Seguro que sí, últimamente parece que es lo que piensa cada hombre que se acerca a mí.

Miguel me miraba desde su rincón en la arena con el semblante velado por el asombro. Supongo que no esperaba la bravura de mi reacción. No decía nada, como si el aluvión de improperios que le estaba cayendo le hicieran quedarse mudo.

-Mira, Miguel – continué – acabo de salir de una relación fallida. Después del desplante que me diste conocí a alguien con el que pensé que todo volvería a ser de color de rosa y me equivoqué. Y además hizo casi como tú, se largó con viento fresco y sin despedirse. Así que créeme que no estoy para tonterías.

Intentó cogerme la mano y yo la retiré bruscamente.

-Irene... Irene yo sé que... no me porté bien contigo, que hace mucho que no me porto bien contigo. Primero desapareciendo de tu vida cuando eras aun casi una niña, después no explicándote el motivo de mi huida y por fin acostándome contigo habiendo otra mujer. Pero todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Yo lo único que quiero es que me perdones, quiero recuperar esos quince años que estuvimos separados y volver a... amarte. En realidad no he dejado de hacerlo jamás.

Sus palabras no me conmovieron. Mi corazón había sido lastimado con demasiada frecuencia y se había vuelto duro como una roca. En aquellos momentos estaba segura de que lo que me convenía era la soledad, puesto que todos los hombres, todos, eran unos sinvergüenzas y unos aprovechados.

-Miguel, creo que lo mejor es que te vayas, que me dejes en paz y que me olvides.

-Tal vez sea lo mejor, pero yo no quiero, no quiero irme, ni dejarte en paz ni olvidarte.

-Pues me temo que tendrás que hacerlo.

-Pero, princesa... que no somos hermanos, que todos los temores que nos habían atenazado se han disipado.

-Me importa un pito. Vete, Miguel, vive tu vida y déjame a mí vivir la mía.

Durante unos segundos permaneció allí sentado, con la vista fija en la arena. Luego se levantó y antes de marcharse me dijo.

-No me voy a rendir, Irene, no puedo, no quiero. No voy a perderte de nuevo ahora que...

-Por favor, Miguel, déjame en paz. Vete. Nada de lo que estás diciendo tiene sentido.

Dio media vuelta y comenzó a caminar por la arena, hacia el pueblo. No volvió la vista atrás y yo no saqué mis ojos de su espalda. Cuando lo perdí de vista me levanté y me fui a mi casa convencida de haber hecho lo correcto.

viernes, 27 de noviembre de 2020

LA PREMATURA MUERTE DE MARI PAULA

 



Mari Paula murió hace unos seis meses. Me enteré porque vi la esquela pegada a un poste de la luz según salía una mañana de mi portal y después leí la noticia en la prensa. Seguramente no está bien lo que voy a decir, pero sinceramente me importó una mierda que se hubiera muerto. Era más mala que un dolor. Joven sí, acababa de cumplir los treinta, pero más mala no la podía haber en este mundo.

La conocí cuando se vino a vivir a mi edificio, al apartamento encima del mío, hace unos cinco años. Yo también acababa de mudarme y estaba feliz porque por fin había conseguido encontrar un trabajo como traductora en una editorial, lo cual me había permitido independizarme. No llevaba yo más de dos semanas en mi nuevo hogar cuando apareció ella revolucionándolo todo cual caballo desbocado. He de decir que el edificio en el que vivíamos era antiguo, pero bien cuidado, con una única puerta por rellano. Así pues éramos muy pocos vecinos, la mayoría gente ya entrada en años, de vida tranquila y sosegada, que era lo que yo buscaba, puesto que la mayor parte de mi trabajo la realizaba en casa. Por eso no solo yo, sino todos los habitantes del señorial edificio, comenzamos a sufrir con la mudanza de aquella idiota. El trasiego fue monumental durante cinco o seis días, gente subiendo y bajando, hablando a gritos, riendo a carcajadas, muebles arrastrándose por el piso… en fin, que nadie dijo nada porque como era una mudanza…..aguantamos estoicamente.

Pero cuando todo parecía volver a su cauce comenzó el sonido de la flauta, todo el puto día, flauta va, flauta viene y si encima de ella salieran notas musicales…, pero salían ruidos extraños nada más, una y otra vez. A mí me producía desconcentración, así que opté por trabajar de noche y dormir más por la mañana, pero no fue buena solución porque me despertaba la maldita flauta y andaba el resto de la jornada atontada como un zombi. No me quedó más remedio que ir a llamarle la atención. Confieso que lo hice de malos modos. Suelo ser muy pacífica, pero como me toquen las narices no tengo medida y ella me las llevaba tocando ya una temporada. En cuanto me abrió la puerta de su piso no la dejé ni hablar, ni siquiera la saludé. Le solté un discurso sobre el respeto, sobre cómo se debe vivir en sociedad y no sé cuántas cosas más y rematé diciendo que o dejaba de tocar la flauta a todas horas o la denunciaba. Cerró la puerta en mis narices sin contestarme. La denuncié. Vino la policía local, midieron los decibelios y se acabó la flauta, lo que no acabó fue la tortura.

Un día se presentó en mi piso diciendo que los humos procedentes de mi horno habían llegado hasta su cocina y apestaba a fritanga.

--Va a ser que no, porque no he usado el horno – le contesté.

--Estudié arquitectura. Sé que has usado el horno y que los conductos de humos de este piso están tan mal que desembocan en mi cocina. O lo reparas o yo misma me encargaré de tirar tu puto horno a la basura.

Me dejó flipando. La noté tan amenazante que al día siguiente llamé a un albañil que me revisó el piso y me dijo que todo estaba en perfecto estado. Traté de no hacerle caso, pero el acoso y derribo no paró. Un día comenzó un extraño trasiego de gente a su piso. Tanto de día como de noche recibía visitas a “tutiplé”. Una de esas noches llamaron a mi casa a las tantas pensando que era la suya. Me metieron un susto de muerte.

Una mañana salió un tío con muy mala pinta de su casa con tanta prisa que al bajar las escaleras chocó con la señora Enriqueta, que en ese momento subía, y la tiró al suelo. Ni se paró a socorrerla, eso que es una mujer ya mayor. Afortunadamente todo quedó en un susto. Cuando Manuel, el hijo de Enriqueta, se presentó ante Mari Paula para protestar ante tal desfachatez ella le contestó que si aquel mamarracho había tirado a la señora por las escaleras que le fuera reclamar a él, que no era su problema. Ante la insistencia de Manuel, ella le cerró la puerta en su cara, tal como había hecho conmigo, y le dijo que se comprara un ornitorrinco y le diera la lata a él. A tomar por saco.

También tenía un gato que dejaba todas mañanas pulular por la escalera mientras ella se iba sabe Dios a dónde. El gato estaba loco. Parecía que le estuvieran dando ataques epilépticos. Recorría las escaleras a una velocidad de vértigo, maullando como un poseso y de vez en cuando se paraba a hacer sus necesidades en los felpudos, tal parecía que estuviera adiestrado para ello.

Así las cosas llegó un punto en que ya no sabíamos qué hacer. Mari Paula era la reina del mambo. Daba igual lo que le dijéramos, lo que hiciéramos o lo que intentáramos razonar con ella. Todo era inútil. Pensando en encontrar solución a todo aquel tinglado se me ocurrió contactar con Pedro Villares. Pedro era un antiguo rollo mío, una tremenda equivocación que duró dos fines de semana, pero eso no viene al caso. Conservábamos cierta amistad… bueno tampoco era amistad, en realidad yo lo llamaba cuando me hacía falta, que tampoco era demasiado. Pedro trabajaba en un juzgado, así que se me ocurrió que igual sabía algo de la Mari Paula, a la que por cierto todos conocíamos por Diana. Claro, cuando le hablé de Diana… ni idea, pero me dijo que podía acercarse hasta mi casa, ver a la chavala aunque fuera de lejos y así a lo mejor…. Bueno, intuí que lo que quería era echar un polvete, pero como yo lo sabía mantener a raya, accedí.

La tarde en cuestión nos llenamos de paciencia y nos sentamos en un banco del parque con la vista puesta en el portal de mi casa. Al cabo de dos horas de soberano aburrimiento salpicadas por la conversación insulsa de Pedro, que tenía por objetivo llevarme a la cama, apareció la susodicha saliendo del edificio.

--¡Esa es! – exclamé yo pegando un brinco.

--¡Hostia! ¡La Mari Paula! – exclamó Pedrito abriendo la boca mucho como un tonto.

--Qué Mari Paula ni qué cojones. Se llama Diana.

---Ah, esta vez es Diana, Ya fue Topacio, Selene, Ronda y no sé cuántos nombres más. Tened mucho cuidado con ella, es una delincuente con mayúsculas, especializada en realizar fechoría tras fechoría y librarse de pagar por ello, nadie sabe cómo. Lo último que tuvimos en el juzgado sobre ella era por un tema de contrabando.

--¿De qué? ¿De tabaco?

--¿De tabaco? Jajaja, drogas, armas…. Pasar cocaína en el coño está a la orden del día para ella. Y alguna muerte tiene a sus espaldas. Yo de ti me mudaba. Bueno y ahora ¿echamos ese polvo?

No, no lo echamos. Y a la semana siguiente yo me había mudado de piso. Durante un tiempo no supe nada de ella, hasta que me enteré de su muerte. Encontraron el cadáver en el piso con evidentes signos de violencia. Fue todo lo que supe… hasta esta tarde, en que por la calle, de casualidad me encontré con la señora Enriqueta. Nos saludamos y charlamos un rato. Inevitablemente la conversación derivó hacia la delincuente.

--Fíjese usted – dije yo – han pasado ya seis meses y todavía no han encontrado quién lo hizo.

--Ni lo encontraran – me contestó la mujer – lo planificamos de manera muy puntillosa.

Nos miramos en silencio. Yo apenas podía creer lo que acababa de oír.

--Bueno me alegro de verte – dijo despidiéndose – Sigue así, tan guapa como siempre.

Así fue el final de Mari Paula. A manos de mis vecinos asesinos. Le ronca la mandarina.


jueves, 26 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 36

 





Aquella primavera, cuando se acercaban las vacaciones de Semana Santa, Javier me propuso irnos de viaje. Todavía continuaba la lucha con Lola, a pesar de que ya estaban separados legalmente, pero ella se empeñaba en dar la lata de vez en cuando por las cuestiones más peregrinas. Así que Javier decidió que unos días se relax no nos vendrían mal y una tarde llegó a mi casa con un par de billetes para París.

-Cinco días en París cariño. ¿No te apetece?

-Pues....sí, pero a lo mejor no deberías haberte gastado tanto dinero. Sé que entre la separación y lo que se te ha llevado tu mujer...

-Eh, venga, no pienses en eso. Precisamente por todo lo que hemos pasado nos lo merecemos ¿no te parece?

Puede que tuviera razón, así que sin darle demasiadas vueltas al asunto, aunque su economía no fuera muy boyante, nos liamos la manta a la cabeza y nos fuimos a la ciudad de la luz. Íbamos contentos e ilusionados, más de repente al llegar allí las cosas comenzaron a cambiar. Fue el día que subimos a la torre Eiffel. Era de noche y la vista que se disfrutaba de la ciudad era absolutamente espectacular. Corría una ligera brisa y me arrimé a Javier para sentir más calor.

-Es maravillosa esta vista ¿verdad?

Le miré y le vi extraño, completamente serio, casi cabizbajo, triste. No contestó a mis palabras.

-Javier, ¿te pasa algo, cielo?

-Nada, cosas mías. No te preocupes.

Pero sí me preocupó, porque desde ese momento no volvió a ser el mismo. Se empeñaba en disimular su estado de ánimo, aparentando una alegría que yo sabía ficticia. No entendía el motivo de su tristeza, y menos sabiendo la ilusión con la que había preparado el viaje.

El día anterior a nuestro regreso visitamos Mont Martre. Y como siempre, Javier no mostraba ningún entusiasmo. Yo ya estaba un poco harta de sus silencios y de su humor, así que mi paciencia llegó al límite y se lo eché en cara.

-¿Pero se puede saber qué te pasa? Estoy empezando a estar harta de tu actitud. Se suponía que habíamos venido a París a descansar, pasárnoslo bien y disfrutar de la ciudad, pero tú te comportas como si te molestara todo, incluida yo misma.

-Lo siento, Irene, no te enfades, te juro que no va contigo la cosa, pero no puedo evitarlo.

-¿Qué? ¿qué es lo que no puedes evitar? A lo mejor tengo derecho a saberlo ¿no crees?

-¿Para qué? ¿No te iba a gustar?

-En todo caso el que me guste o no es algo que tengo que decidir yo misma. Javier, por favor, lo que no me gusta es verte así ¿qué ocurre?

Suspiró y se apoyó en la balconada.

-Lola y yo habíamos soñado con este viaje muchas veces. No sé por qué al verme aquí, sin ella.... me ha entrado una nostalgia que ni yo mismo comprendo.

Me hubiera gustado llorar, gritar, patalear, que me tragara la tierra o que me absorbieran las nubes. Pero como siempre, me dominé. Sin embargo supe que me tenía que retirar de la partida. Javier seguía enamorado de Lola, aunque durante todo aquel tiempo se lo hubiera negado a sí mismo.

-No me lo puedo creer – dije- Estoy harta de que esa mujer se meta constantemente en el medio de nosotros, así que me parece que la que sobra aquí soy yo.

-¿Lo ves? Te lo has tomado a la tremenda, es solo...

-No sigas hablando. Me voy.

Di media vuelta y hui. Escuché mi nombre saliendo a gritos de su boca una y otra vez, pero yo logré confundirme entre la multitud. Cuando llegué al hotel hice mi maleta y tomé un taxi al aeropuerto. El vuelo no salía hasta el día siguiente pero intenté cambiarlo y lo conseguí. Mi móvil no dejó de sonar. Cuando subí al avión lo apagué y con él apagué también parte de mi vida.

*

Llegué a España un día antes de lo previsto y sólo cuando me vi en casa fui capaz de dar rienda suelta a mis lágrimas. Fue un llanto de desahogo, de rabia, un llanto que buscaba aliviar mi ánimo, no regodearme en una tragedia inexistente. Siempre había tenido la fortaleza suficiente para remontar las dificultades y aquella vez no iba a ser diferente. No voy a decir que no lo sintiera, que no tuviera el corazón lastimado, claro que lo tenía. Además estaba comenzando a pensar que el amor era un sentimiento no apto para mí, pues por una cosa o por otra siempre terminaba sola.

Javier llegó al día siguiente y por supuesto vino a mi casa. Aunque tenía llave, me imaginé que no la iba a usar y cuando escuché el sonido del timbre supe que era él. No me hacía gracia tenerle en frente, pero era consciente de que la relación no podía terminar así y de que tarde o temprano tendríamos que hablar, y desde luego más valía temprano que tarde y dejar las cosas zanjadas de una vez.

Cuando abría la puerta quiso abrazarme, pero yo no le dejé.

-No, Javier, no estoy para historias. Pasa y hablemos, creo que hay muchas cosas que tenemos que aclarar.

-Estas siendo muy dura conmigo. Yo te quiero.

-Permíteme dudarlo. Anda, pasa. Supongo que estarás cansado del viaje. ¿Quieres que te prepare algo de comer?

-No, pero un té sí que me lo tomaría.

Pasó al salón mientras yo le preparaba su té en la cocina. Cuando estuvo listo y se lo serví, me dispuse a aclarar las cosas.

-Bien, Javier, creo que lo primero que debo hacer es pedirte disculpas por mi arrebato. Tal vez no debiera largarme de la manera que lo hice, pero comprenderás que tus palabras me dolieron mucho.

-Estás haciendo un drama dónde no lo hay. Conoces perfectamente mi situación con Lola, te he contado una y mil veces su desinterés hacia mí.

-Que ella tenga desinterés hacia ti no quiere decir que lo tengas tú hacia ella. Y si tantas veces habías planeado ese viaje a su lado podías haberte tomado la molestia de ir conmigo a otro lugar. Tú no la has dejado de querer, estoy segura de ello.

-Eso no es verdad.

-Mira Javier, lo de este viaje sólo ha sido la gota que colmó el vaso. Hace tiempo que no dejas de hablar de ella, que si Lola hace esto así o de esta otra manera. A lo mejor no te das cuenta, pero es así. Y yo no quiero estar con un hombre para tapar la ausencia de otra mujer. No te tomes esto como una tragedia porque no lo es.

-Hablas como si no te importara que lo nuestro terminara.

-Claro que me importa, me importa mucho. Me he pasado todos estos años queriendo a un hombre que no era sino una quimera. Un día apareció de nuevo en mi vida y creí recuperarlo pero no fue así y de pronto apareces tú y llenas esa vida de colores nuevos. No es plato de buen gusto darme cuenta de que también mi relación contigo ha sido solo una ilusión. Pero no me voy a pasar la vida llorando ni lamentándome.

-Irene, por favor, dame una oportunidad, solo una, para demostrarte que estás equivocada.

-No puedo hacerlo.

-Claro que puedes. Te lo pido por favor. Sólo una oportunidad. Te prometo que no volveré a mencionar a Lola, te lo juro.

Lloraba. Javier era un hombre hecho y derecho y lloraba amargamente. Me dio pena, sus ruegos y sus lágrimas me ablandaron el corazón. Y a pesar de que estaba casi segura de que lo nuestro no llegaría a buen puerto, accedí a sus deseos.

-No sé si debería. Pero lo voy a hacer. Una oportunidad, una sola.

*

Javier se esforzaba por quererme, por olvidar a Lola, por obviar su nombre cada vez que por cualquier motivo absurdo se le venía a la punta de la lengua. Yo me esforzaba por no darle importancia a aquellos pequeños detalles que demostraban la evidencia. Pero esa situación no podía ser eterna. Y un día se acabó de la forma más inesperada y brusca.

El verano comenzaba a apretar. El curso recién había terminado y yo planeaba irme a Madrid, durante unos días a visitar a Enriqueta y Ángel. No sabía si invitar a Javier a acompañarme o no. Por un lado lo deseaba, por otro no, pues su presencia me impediría hablar con libertad con mis amigos. Pero lo que ocurrió aquella noche me solucionó el problema.

Sonó el timbre. Apenas eran las diez de la noche y yo me estaba preparando algo de cenar. No esperaba a nadie, ni siquiera a Javier, que me había dicho que iría a Valencia con un compañero a mirar coches, pues el muchacho quería comprase uno. Cuando pegué el ojo a la mirilla no pude salir de mi asombro. Al otro lado de la puerta estaba Lola. No sabía si abrir o no y durante unos segundos me apoyé en la pared y puse mi mente a trabajar a mil por hora. No sabía lo que quería y tampoco me interesaba mucho. Pero tal vez lo mejor fuera terminar de una vez por todas con una situación que se estaba comenzando a hacer demasiado pesada. Así pues, abrí.

-Buenas noches Irene – saludó, mostrando su mejor sonrisa – Supongo que te sorprenderá mi visita.... ¿puedo pasar?

-No creo que sea buena idea – dije con firmeza y sin el menor atisbo de sonrisa – Tú y yo no tenemos nada que hablar.

Lola suspiró, como queriendo coger fuerzas, e insistió.

-Sí que tenemos que hablar, de veras. Además.... sé que no me porté bien contigo y me gustaría pedirte disculpas.

-No necesito tus disculpas, no me interesa nada de lo que puedas decirme, lo único que quiero es que nos dejes en paz, a Javi y a mí, él también tiene derecho a continuar su vida fuera de la tuya.

-Precisamente de eso quiero hablarte. En realidad lo que quiero decirte debería decírtelo él pero.... no es capaz.

Comencé a dudar. Realmente me parecía tener frente a mí a una persona normal y no a la chiflada que yo conocía. ¿Y si era cierto que Javi quería romper lo nuestro y no se atrevía a hacerlo? A lo mejor esa era la respuesta a su comportamiento de los últimos meses.

-Está bien, pasa. - accedí- Dime lo que tengas que decirme, por muy duro que sea, y vete.

Pasó a mi casa. Al principio pensé no llevarla más allá del recibidor, pero haciendo gala de buena educación, la pasé a la sala y la invité a tomar asiento. Cuando ambas estuvimos acomodadas empezó su relato.

-No sé muy bien cómo comenzar. Créeme que lo que he venido a decirte no es plato de buen gusto.

-¿Para quién? ¿Para ti o para mí? ¿Acaso vienes a decirme que Javier ha vuelto contigo?

No sé por qué le hice aquella pregunta, aunque en el fondo creo que sospechaba que la respuesta era afirmativa y que significaba el fin de muchas incógnitas.

-Sí, Irene, eso vengo a decirte. Verás, cuando Javier me dejó lo pasé muy mal y me dediqué a hacerle la vida imposible...bueno....qué voy a contarte que tú no sepas. Pero después, cuando me fui calmando, comprendí que yo había sido la causante de su marcha. Desde hace muchos años que el trabajo es mi principal preocupación y me ocupo muy poco de todo lo demás, incluido él. Así que decidí cambiar. Dejé el trabajo y comencé a tomarme la vida con más calma, de otra manera. Se lo dije a Javier, le pedí perdón y una nueva oportunidad para recuperar lo nuestro. Al principio se mostró reticente. Me dijo que te quería y que tú le dabas todo lo que yo le había estado negando durante aquellos últimos años. Incluso unos días después os marchabais de viaje a París, un viaje que habíamos planeado juntos miles de veces. Sin embargo, poco después de vuestro regreso, se presentó en mi casa y me dijo que había estado pensando mucho en mí, que le era muy difícil olvidarme. No me pedía que retomáramos lo nuestro, al contrario, venía a decirme que me alejara de su vida todo lo posible porque sólo de esa manera lograría olvidarme. Pero yo no hice caso, porque supe que era el momento para recuperar lo nuestro.

No voy a entrar en detalles, entre otras cosas porque no necesitas saberlos y pueden resultar....dolorosos. Pero debes saber que estamos juntos. Que ayer hemos ido al juzgado a solicitar la reconciliación y que Javier ya ha solicitado el traslado del colegio para volver a vivir conmigo.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Deseos de cosas imposibles

 




Se acerca la Navidad, qué bien, qué felicidad, esa época maravillosa y tremendamente absurda en la que todos somos estupendos, buenos por naturaleza, y deseamos al prójimo felicidad, alegría, salud y bla, bla, bla…. Y vamos a los comercios, a las librerías, a las tiendas de música y regalamos esto y lo otro…. Pues ya estoy harta, pero harta. Este maldito año ha sacado lo peor de mí y mientras no exista vacuna que lo remedie voy a ser mala… o mejor, mala no, voy a ser yo misma. Así que a todos los que se hayan comportado conmigo de manera normal, que fue la mayoría, les voy a desear salud y trabajo y al cabrón de mi ex, que después de tres años diciéndome que me quería me ha mandado a tomar por saco, además de la salud y el trabajo le voy a desear que algún día llegue a querer a alguien como yo le quise a él (dudo mucho que sea capaz) y que le hagan sufrir todo lo que él me ha hecho sufrir a mí, para que compruebe lo bien que se pasa. Ya sé que no me va a servir para nada, pero me voy a quedar tan a gusto que hasta brindaré con champán. Ya luego en las Navidades del 2021 volveré a ser hipócrita si eso.

martes, 24 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 35

 



Aquel fin de semana fue el comienzo de nuestro corto noviazgo, una relación que estuvo marcada por sus luces y por sus sombras, pero durante la cual intenté con todas mis fuerzas no darle importancia a los problemas y ser feliz.

Sexualmente hablando Javier era perfecto. Lo daba todo y parecía saber en todo momento lo que yo necesitaba o lo que más me gustaba. Además era absolutamente imprevisible, algo que siempre me había resultado extremadamente atrayente. A veces llegaba a casa, entraba despacio y me sorprendía, dónde fuera y cómo fuera, podía ser en el sofá leyendo un libro o en la cocina cocinando, y allí me hacía el amor en plan salvaje, sabiendo que cada caricia suya, cada roce de su piel por nimio que fuera, excitaba enormemente mis sentidos.

Otras veces se inventaba juegos, me ataba las manos a la cabecera de la cama y me vendaba los ojos, para que yo no pudiera hacer nada ni supiera en qué lugar de mi cuerpo iba a depositar la siguiente caricia. Me volvía loca y él lo sabía, y le gustaba. Era la mejor manera de disfrutar juntos.

Sin embargo, no soy de las que piensan que el sexo es lo más importante en la vida de una pareja. Puede que sea lo más atrayente al principio, pero según va pasando el tiempo toman importancia otros aspectos que van a perdurar durante mucho más tiempo que unos juegos sexuales que a la larga habrá que reinventar o terminarán cansando. Sentir el apoyo del otro, saber que está ahí siempre de forma incondicional es lo más importante y yo, por una cosa o por la otra, nunca lo llegué a sentir del todo al lado de Javier.

No sé en qué momento de la relación Lola comenzó a estar demasiado presente, y digo demasiado porque al estar en pleno proceso de separación esa presencia era inevitable. Desde siempre la muchacha mostró su cara más mezquina e intentó poner, por todos los medios, todas las trabas posibles para que así el trámite de separación fuera lento, cansino y sumamente desagradable. Javier, contrariamente, deseaba que todo terminara cuando antes y cedía todo lo que podía a las estúpidas exigencias de Lola, además de llevar a cabo pequeños “sacrificios” en aras al buen fin de todo el proceso. Uno de esos sacrificios era evitar vivir juntos hasta que las aguas se calmaran, más que nada para que la mujer no se pusiera celosa. Yo no lo entendía bien, pero claudicaba, y así nos limitábamos a pasar juntos los fines de semana, en su casa o en la mía, mientras que entre semana nos veíamos en el trabajo y poco más.

Un fin de semana Javier tuvo que ausentarse del pueblo. A una de sus hermanas la habían operado de urgencia de una apendicitis y quería visitarla.

-¿Quieres venir conmigo? - me propuso – así conocerás a mi familia.

Rehusé su invitación, pues no me parecía el momento oportuno para conocer a nadie, no sólo por la enfermedad de su hermana, que aunque no era grave exigía que sus familiares estuvieran pendientes de ella, sino porque su separación era demasiado reciente y estaba siendo muy conflictiva.

-Cuando todo se haya arreglado. - le dije. Y convencido de que era lo mejor se marchó con los suyos.

El domingo regresó muy contento. Su hermana se estaba recuperando satisfactoriamente y había pasado unos días con sus padres. Nada extraño parecía haber ocurrido, hasta que el martes recibí una inquietante llamada telefónica. Preguntaban por él, cosa rara, pues estaban llamando a mi casa.

-¿Por qué Javier pregunta? - insistí yo -aquí no vive ningún Javier.

-Claro que sí, Javier Soller, profesor, tú debes de ser su nueva novia, él me dijo que vivía contigo y me dio este número de teléfono. Soy Lola, su mujer. Y tengo que hablar con él, ¿podrías pasármelo?

-Te repito que Javier no vive aquí, él tiene su propia casa y tú lo sabes perfectamente porque más de una vez le has llamado allí. No sé a qué viene todo esto.

-Pues deberías preguntárselo a él. Ya te he dicho que fue él quién me dio este número, precisamente este último fin de semana, el sábado, cuando estuvimos comiendo juntos para hablar de nuestras cosas.

-Pues lo siento mucho pero aquí no está ni se le espera, así que si quieres hablar con él lo llamas a su casa.

-Tranquila, muchacha, no hace falta que montes una escena de novia celosa y menos por teléfono. Nos estamos separando y es lógico que tengamos cosas que hablar y este fin de semana pasado...

-Este fin de semana pasado Javier fue a ver a su hermana recién operada.

Se escuchó un silencio al otro lado de la línea.

-¿Eso te dijo?

Sí, eso me había dicho y yo le creí, le había creído hasta ese preciso instante, pero aquella conversación me estaba haciendo dudar, estaba sembrando la desconfianza, el recelo que tal vez Javier no se mereciera. No tenía sentido continuar hablando con aquella mujer, así que corté.

-Lo siento mucho, no tengo tiempo para continuar con esta conversación absurda. Buenas tardes.

Cuando colgué el teléfono el corazón me latía a cien por hora y me sentía confusa. Quería creer que aquella llamada no había sido más que una treta inventada por Lola para complicarle más la vida a Javier, pero no podía dejar de pensar en él con desconfianza.

Me fui a la cama inquieta y di muchas vueltas antes de conseguir que me venciera el sueño. Cuando desperté por la mañana lo hice enojada, con la sensación de haber sido utilizada y engañada.

No vi a Javier hasta la hora del recreo, momento que siempre aprovechábamos para tomarnos el café de media mañana, salvo que a alguno le tocara de hacer guardia en el patio. No era el caso, pero aún así, saqué un café de la máquina y me aposté en la puerta del patio vigilando a mis pequeños, sin esperarle para salir a la cafetería de la esquina. Al poco rato le vi aparecer.

-Buenos días, preciosa – dijo dándome un leve beso en los labios – No sabía que te tocara guardia en el patio, ayer no me dijiste nada.

-No me toca – contesté bruscamente – pero no me apetece salir.

-¿Y eso? ¿Te encuentras mal?

Intentó abrazarme y yo me zafé de su abrazo.

-Eh, pero ¿qué te pasa?

-No es momento para hablar ahora de lo que me pasa. Simplemente reflexiona sobre lo que hiciste este fin de semana.

-Pero....

-Me voy, ya hablaremos. Tengo cosas que hacer en el aula.

Me fui y le dejé con la palabra en la boca. En el fondo sabía que estaba siendo muy injusta, sin darle derecho a que se explicara, pero me sentía muy enfadada y no podía evitar mi actitud mezquina.

Pasamos el día sin dirigirnos la palabra y aquella misma noche se presentó en casa. Como tenía llave entró con libertad. Yo estaba en el salón, viendo la tele, y apenas le hice caso cuando entró y se sentó a mi lado.

-¿Me vas a contar lo que te pasa de una vez? He estado pensando todo el día y no sé qué pude hacer que te enojara estando todo el fin de semana metido en el hospital.

-Ya, no sé yo si estarías todo el tiempo en el hospital.

-Te estás portando como una chiquilla, Irene, y lo sabes perfectamente. Si no me cuentas lo que ha ocurrido, no podremos encontrarle solución a tu enfado.

-Ayer de noche llamó por teléfono tu mujer – solté de pronto –, quería hablar contigo de no sé qué que habíais estado hablando durante la cena.... o la comida del fin de semana. No tienes por qué mentirme Javier, si has estado con ella porque tenéis cosas que arreglar me lo puedes decir.

Javier miró al suelo y se mantuvo en silencio un buen rato.

-No me lo puedo creer – dijo por fin –, eso es demasiado. Irene, yo no he visto a Lola este fin de semana, y lo que tengo que hablar con ella lo hablo a través de mi abogado, es una invención de ella.

-¿Y por qué he de creerte?

-Pues se supone que porque eres mi pareja y tenemos la suficiente confianza el uno en el otro como para no andar con todas estas zarandajas, o al menos eso creía yo. ¿Te crees que te hubiera propuesto acompañarme si tuviera pensado verme con ella?

Tenía razón y me quedé callada, sin saber qué decir. Me había obcecado con una rabieta de niña pequeña. Javier se acercó a mí, rodeó mis hombros con su brazo y me atrajo hacia él.

-Irene, Lola es una mujer fría y calculadora. No sé bien el motivo pero está empeñada en hacerme la vida imposible y ahora tú formas parte de esa vida, con lo cual no tendrá ningún reparo en intentar meter cizaña entre nosotros. Tienes que ser fuerte.

-Eso es muy fácil de decir – repuse – pero tienes que darte cuenta de que este es un conflicto que no va conmigo. Me estás pidiendo sacrificio por algo de lo que yo no soy responsable.

Javier me miró unos instantes, retiró su abrazo y separando su mirada de mí me habló con tristeza.

-Tienes razón. No tengo derecho a pedirte nada, pero a veces el amor conlleva estas cosas y de forma inevitable arrastramos hacia nuestros problemas a quien sólo se merece ser feliz. Yo lo siento, Irene, lo siento de veras. No sé cuánto tiempo durará todo esto, a lo mejor a Lola se le pasa pronto esta paranoia o le dura toda la vida, y tú no tienes por qué soportarla. Así que tú decides. Si quieres quedarte a mi lado... yo intentaré involucrarte lo menos posible, pero a veces será difícil. Y si decides no seguir conmigo... lo entenderé, aunque me duela, aunque me duela mucho porque yo... yo te quiero, Irene.

Me sentí mezquina, me sentí mala y ruin. Javier me quería y yo desconfiaba de él de la manera más estúpida. Le abracé con todas mis fuerzas y le pedí perdón.

-Lo siento, lo siento, mi vida. No sé por qué me ha pasado esto. A lo mejor es porque tengo miedo a perderte. Ella es tu mujer y está ahí, todavía demasiado cerca de ti. Pero sé que no debo desconfiar de ti y no lo haré. Quiero estar a tu lado.


lunes, 23 de noviembre de 2020

Despido procedente

 




Mi profesión es pintor…. De brocha gorda, que conste, y que conste también que mi afición es pintar cuadros, y que no lo hago mal del todo, aunque no está bien que yo lo diga. Desgraciadamente llevaba mucho tiempo en el paro cuando ocurrió lo que les voy a contar. Hacía chapucillas por aquí y por allá, pero lo poco que ganaba no me daba para subsistir decentemente. Y ni que decir tiene que mis cuadros son más un pasatiempo que un negocio. A lo largo de mi vida he vendido alguno por cuatro perras que empleaba para comprar más material de pintura.

Una mañana, mirando en las páginas de un periódico los anuncios de trabajo, me encontré con la ocupación de mi vida. Pedían un pintor para pintar un teatro, por dentro, no leí más, la mente se me ofuscó y empecé a echar las cuentas de la lechera, metros de pared, gastos y circunstancias diversas, podía ganar una pasta y allí me presenté.

Me recibió una señorita muy amable que hablaba un poco raro, así como marcando mucho las eses, que sonreía y hacía gestos infantiles y femeninos en exceso. A mí me pareció un poco pija, pero eso da lo mismo. Me dijo que era una sola pared, que había que ir con mucho cuidado, que los materiales me los proporcionaría el Ministerio de Cultura, que era el que se hacía cargo de la obra, que el tiempo estimado serían seis meses prorrogables por otros tres y que se me pagarían 30.000 euros. Creo que en ese momento me dio un mareo, ni en mis mejores previsiones había calculado yo tal cantidad y encima seis meses. Supuse que la pared sería grande y con recovecos, pero seis meses…. Bueno daba igual, si querían tirar el dinero de aquella manera era su problema, no el mío, así que firmé el papel que la muchacha me ponía delante y quedé citado para el día siguiente a las 10 de la mañana.

Confieso que aquella noche no dormí bien, di cien vueltas en la cama, me sentaba, encendía la lámpara, fumaba un cigarro, apagaba la lámpara, daba más vueltas en la cama… por fin llegó la hora de levantarse.

Llegué a la hora justa. Una mujer bien diferente a la anterior me esperaba, alta y tenuemente curvilínea, vestida con un impecable traje chaqueta azul marino y blusa rosa pálido, con el pelo moreno recogido en un moño y unas gruesas gafas de pasta que hacían de centinela de sus profundos ojos más negros que el carbón. Era rancia no, lo siguiente, pero estaba buena y no sé por qué, pero me pareció notar, durante el escaso tiempo que estuvimos juntos, miradas lascivas hacia mi persona, lo cual me llenó de júbilo y de miedo al cincuenta por ciento, puesto que no soy yo mucho de ligar, la verdad, mi timidez me vence.

El caso es que la mujer me condujo al lugar en que debía de realizar mi trabajo, y ahí empieza lo bueno. Me encontré de pronto frente a una pared en la que había un fresco, un paisaje con varios personajes bailando y jugando a la rueda como bobos. Me sentí absolutamente desconcertado.

-Como puede usted observar se trata de un fresco catalogado como del siglo XVIII. Se cree que su autor fue Ramón Bayeu por ciertos detalles que no voy a explicarle ahora, aunque no se le conocía ninguna pintura de este tipo. Salta a la vista que está muy deteriorado, de hecho tenía una capa de pintura por encima que al hacer las obras de remodelación del teatro y rascarla, dejó a la vista esta joya del arte. ¿Cuándo cree que puede comenzar las obras de restauración? El material llegara mañana.

-Pues mañana mismo – contesté a la perorata de la mujer, así, como por inercia.

Fui consciente desde el primer momento que me había metido en un embolado de cojones. Yo jamás había restaurado nada. Se me venía a la mente una y otra vez la imagen del ECCE HOMO. Pero confieso que los treinta mil euros se ponían al otro lado de la balanza y la inclinaban hasta el suelo.

Pasé el día intranquilo, sin ganas de comer, almorcé dos piezas de fruta que encima me soltaron el vientre. Aun así al día siguiente fui a trabajar. Me encontré con más material del que había visto en mi vida, pintura de todo tipo y de todos los colores, pinceles, paletas, productos que desconocía, en fin, no me quedaba otra, cogí el toro por los cuernos y me puse a ello.

Empecé por la esquina superior izquierda, una pincelada, otra…. No me parecía que quedara mal del todo. A los tres días apareció por allí la señorita rancia a supervisar la obra. Se la veía nerviosa, puesto que jugueteaba con el botón de su sempiterno traje azul y movía los ojos de aquí allá con gesto de asombro.

-Bueno, sí, yo creo que tal vez….¿No estará cargando demasiado los colores? Fíjese que por esta zona predominan los colores pastel extremadamente difuminados- comenzó a decir.

Continuó sacándole defectos a mi trabajo, pero aun así, cuando se fue, me dijo que tomara en cuenta sus consejos y que continuara. Así hice. Ella venía cada dos o tres días y no se la veía muy convencida. A mí, sin embargo, me parecía que me estaba quedando perfecta, tanto que incluso pensé dedicarme a la restauración de cuadros de manera profesional. Hasta el día del desastre.

Trabajaba yo subido a una escalera cuando de pronto apareció un gato que no sé de dónde salió. Cruzó el escenario corriendo y bufando como un poseso, una vez y otra vez. Yo lo miraba ofuscado desde lo alto de la escalera. De pronto el minino se enredó en una cuerda que estaba por allí, que se enganchó en la maldita escalera y acabó por dar con mis huesos en el suelo y con la pintura que sostenía salpicando profusamente el fresco a restaurar, que quedó cual si una lluvia de colores estuviera cayendo sobre los idiotas personajes que pululaban por la campiña.

Al ruido de la hecatombe apareció por allí doña rancia y entonces se armó la gorda. Todavía no me había levantado del suelo y ya me estaba insultando. Que si era un incompetente, un idiota, que más parecía un pintor de brocha gorda que un restaurador (en eso tenía razón), que si ya se le había acabado la paciencia, que me había dado un montón de silenciosas oportunidades y que aquel desastre era la gota que colmaba el vaso, estaba despedido. Tendría noticias suyas por la demanda que pensaba interponer en el juzgado por daños y perjuicios.

Recogí mis cosas y salí de allí sin abrir la boca. Me estaba bien, por zoquete, por atrevido, por gilipollas en suma. Al cabo de una semana recibí un sobre que me hizo temblar de pies a cabeza. Dentro había un cheque con el finiquito, tres mil euros que me hicieron flipar, y una carta de la rancia en la que me comunicaba que como el desastre provocado por mí había tenido solución, no interpondrían la demanda judicial. Respiré tranquilo, final de la historia. Bueno no, final no. Un mes después salí con mis amigos a la discoteca del barrio y vi a una mujer espectacular bailando en medio de la pista. Vaqueros ajustados, botas altas hasta la rodilla, melena al viento. En un momento dado nuestras miradas se cruzaron. Me sonrió. Apenas pude reconocer a doña rancia. Se llama Elena, salimos juntos, es más maja…. Y la quiero, aunque me haya despedido.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 34

 





Durante el resto de la semana actué como si Javier no existiera y la razón era muy simple: no deseaba relacionarme con gente trastornada y eso era lo que era él, un trastornado, afectado por el carácter histérico de una esposa a la que había estado atado demasiado tiempo sin quererlo. Pero ese era su problema, no el mío, y por supuesto no deseaba vincularme a ello por nada del mundo. Ya lo había hecho, según él, y puesto que me lo había reprochado, a aquellas alturas por mí como si se mataban, no iba a ser yo la que los pusiera a salvo, ni a uno ni a otro.

Al principio él estaba mohíno y cabizbajo, pero conforme iba pasando la semana el Javier de siempre iba ganando terreno, ante mi indiferencia y pasividad, por supuesto. No volví a dirigirme a él, ni a esperarle para el café de media mañana, que ya se había convertido en habitual, y mucho menos a preguntarle cómo se encontraba. Él tampoco dio paso alguno para terminar con aquella absurda situación, todo hay que decirlo.

El viernes, cuando terminaron las clases, me pasé por la librería de Juana, la única que había en el pueblo y me hice con unos cuantos libros de segunda mano. El fin de semana se presentaba tranquilo y casero. Violeta no estaba y el tiempo no iba acompañar a hacer vida al aire libre, pues hacía ya bastante frío y la climatología se presentaba lluviosa, así que tenía pensado aprovechar para leer, limpiar un poco la casa y ver alguna película.

Aquella misma noche comenzó mi fin de semana de relax. Encendí la tele con el volumen suave, me envolví en una manta y me senté en el sofá dispuesta a comenzar con mi sesión de lectura. Mas cuando apenas llevaba unos minutos con el libro entre las manos, sonó el timbre. No esperaba a nadie y eran casi las diez de la noche. Al principio pensé en no abrir, pero quién fuera insistía, así que al final no me quedó otra opción. Y no pude dejar de sorprenderme cuando vi que al otro lado de la puerta estaba Javier, mirándome con cara de tonto y con una botella de vino en una mano.

-¿Qué quieres? - le pregunté.

-Hablar contigo y tomar una copita de vino. Si te apetece, claro....

-Tomar la copita de vino sí que me apetece, hablar contigo, la verdad es que no mucho. Creo que ya soporté bastantes improperios inmerecidos. Así que poniendo en la balanza las ganas que tengo del vino y las que no tengo de hablar contigo... ganan las segundas. Adiós.

Javier tenía buenos reflejos y con su pie impidió que yo cerrara la puerta.

-Eh venga, dame una oportunidad. Sé que fui un imbécil. Sólo quiero pedirte disculpas.

Abrí la puerta y le dejé pasar.

-Todos los tíos sois iguales – dije – soltáis por esa boca lo primero que se os viene a la mente y después todo lo arregláis pidiendo perdón. Pero lo dicho dicho queda. Y conmigo te has pasado tres pueblos. Anda, entra. Cogeré unas copas.

Mientras yo cogía las copas Javier me observaba desde su posición en el sofá, en el que unos minutos antes estaba yo asentada, dispuesta a comenzar mi fin de semana de lectura. No pronunció palabra, así que cuando el vino estuvo servido me senté a su lado y lo conminé a hablar.

-¿Y bien?

Suspiró antes de mirarme fijamente a los ojos.

-Lo siento – me dijo mientras se separaba de delante de su frente un ricillo impertinente.

-Eso ya lo has dicho antes. Pero no me es suficiente. Quiero saber los motivos de tu actitud. Quiero que te humilles un poco, aunque sólo sea un poco.

Sonreí. Se me había pasado el enfado. En realidad era un poco difícil sentirse enojada con Javier, cuando se comportaba con normalidad, claro.

-Lola es una histérica. No es el primer follón que me arma. Y... no sé, me sorprendió que manejaras la situación tan bien.

-¿Y por eso te enfadaste? ¿Porque te libré de una loca? Porque déjame decirte que tu mujer es una chiflada y una maleducada

-Creo que... que me dio vergüenza... si en realidad tú no... no te metiste en nada que no fuera de tu incumbencia.

-Por supuesto que no, Dios me libre. Ya bastante tengo con lo mío, no necesito hacer de mi propiedad los problemas de los demás. Simplemente pensé que debía mantener el orden en el colegio y de paso librarte de una situación incómoda, nada más. Y tú te lo tomaste a la tremenda no sé por qué. Pero bueno, lo pasado pasado está. Espero que no vuelvas a comportarte así, de lo contrario no volveré a tomar ni un café contigo. Por cierto, está bueno el vino ¿te apetece acompañarlo con algo de comer? Yo aún no he cenado.

-Sólo si me dejas cocinar a mí.

-Toda tuya la cocina, adelante.

Arañamos la nevera y nos preparamos una cena simple. Mientras la degustábamos hablamos de su divorcio.

-Es cierto que interpuse la demanda sin consultarle nada. Pero ya habíamos decidido separarnos, y como siempre que salía el tema a relucir acabábamos discutiendo, decidí actuar y desaparecer. Necesito tranquilidad. Y no pensé que me fuera a encontrar tan pronto.

-Bueno, se le pasará, supongo. Cuando una relación termina cuesta un poco arrancar de nuevo, pero siempre se sale adelante.

-¿A ti te ha pasado? ¿Te ha costado salir adelante?

-Yo no he estado casada nunca... bueno he vivido en pareja, y sí he querido mucho a alguien y no ha salido bien. Bueno... parte de la historia ya la sabes, te la conté en Santander ¿Te acuerdas?

-Me acuerdo. Me acordé de ti durante mucho tiempo, me pregunté una y otra vez qué habría sido de nosotros si aquella noche hubieras entrado en mi dormitorio.

-Pues supongo que hubiéramos pasado una noche divertida y poco más. Un momento de sexo no cambia demasiado las cosas. Y encima te hubieras echado a las espaldas el peso de una infidelidad.

En ese momento se oyó el estruendo de un trueno y se fue la luz. Fuera la lluvia arreció con fuerza.

-Vaya, menuda tormenta – dije.

-Sí, va a ser mejor que me vaya antes de que las calles se inunden, a este paso...

Miré el reloj. Eran más de las tres de la mañana. Charlando con Javier no me había dado cuenta del paso del tiempo.

-Llueve mucho y es muy tarde. Puedes quedarte a dormir si quieres. Me quedaría más tranquila.

Javier no decía nada.

-En casa no te espera nadie – insistí.

-¿No será mucha molestia?

-Si fuera no te lo hubiera dicho.

Javier se quedó a dormir. Lo acomodé en el que fuera mi cuarto cuando era pequeña, que estaba como si no hubiera pasado el tiempo. Cuando me acosté pensé que después de la semana de incomunicación que habíamos pasado, el reencuentro había sido muy agradable. Me sentía bien cuando estaba con Javier, realmente bien.

A la mañana siguiente me despertaron ruidos que venían de la cocina. Me levanté y al subir la persiana pude comprobar que el tiempo no había mejorado y continuaba lloviendo, aunque con menos intensidad. Me enfundé en mi mullida bata roja y fui a la cocina. Allí estaba Javier con un magnífico desayuno preparado: zumo de naranja, café, tostadas con mermelada de grosella y croasanes recién hechos.

-Pero ¿de dónde has sacado todo esto? - pregunté asombrada – yo no tenía nada de esto en casa. Bueno... el café y la mermelada.

-Mientras dormías bajé a la tienda. Me dije: una chica tan hospitalaria se merece una sorpresa agradable.

Sonreía, Javier sonreía mostrando aquella hilera de dientes blanquísimos y perfectos, sonreía con aquellos ojos que emanaban sinceridad, enmarcados por un par de rizos de su cabello rebelde que se empeñaban en colgar delante de su frente. Yo le devolvía la sonrisa, me acerqué a él y le abracé. El correspondió a mi abrazó con el suyo. Y yo me deleité por unos segundos en la calidez de aquel cuerpo que me arropaba. Luego le acaricié la cara y le aparté el pelo.

-Gracias – le dije – me haces sentir... tan bien.

Nuestros ojos quedaron enganchados. Las miradas que se cruzaban presagiaban la unión de unos labios que pedían a gritos el contacto del otro.

-¿Desayunamos? - pregunté, rompiendo la magia – si no, se enfriará todo.

-Claro – respondió – no dejemos que se enfríe.

Mientras dábamos cuenta de los suculentos manjares, sentí que no deseaba que se fuera, que me apetecía pasar aquel fin de semana que se había presentado solitario, en su compañía. Y así se lo hice saber.

-Javier, no quiero que te vayas. Me gustaría que te quedaras este fin de semana conmigo, aquí, en mi casa.

Me miró sorprendido, aunque supe que no le desagradaba la idea.

-Pero... no tengo ropa. No sé si....

-Qué más da. Te bajas a la tienda y te compras ropa interior. Para estar en casa tampoco te hacen falta grandes lujos y yo por ahí debo de tener algún chandal viejo.

No tuve que insistir más. Decidió quedarse y yo me sentí muy feliz, por primera vez, desde el desplante de Miguel.

*

Aquella noche volvió la tormenta, si cabe con más intensidad que la noche anterior. Aprovechamos la circunstancia para preparar una cena a la luz de las velas, aunque no se había ido la luz.

-Será una cena romántica – dijo Javier – hace tiempo que no vivo una ¿y tú?

-Buf, creo que lo que más se pareció a mi última cena romántica fue la noche que me llevaste a cenar en Santander y ya ves, tampoco tuvo mucho de romántica.

-Bueno, pues hoy lo será.

Javier la preparó. Compró marisco, compró velas, compró tarta de naranja y chocolate y puso música suave. Era el escenario perfecto para revivir el amor que se había muerto dentro de cada uno de nosotros.

Cuando terminamos de comer me invitó a bailar. Del aparato de música salían las notas de Morris Albert cantando Feelings. Era mi canción preferida, siempre lo había sido, y nunca la había escuchado en los brazos de alguien que me hiciera espigar la piel con su contacto. Hasta aquella noche. Estrechamente unidos, con nuestras mejillas una contra la otra, oyendo nuestras respiraciones... me parecía estar viviendo un sueño y por un segundo pensé que si la eternidad existía tenía que ser algo parecido a aquel momento.

Quería que me besara, necesitaba sentir sobre mis labios los labios de aquel hombre que apenas en poco más de un día me estaba ilusionando, consiguiendo que Miguel, aquel que había ocupado mi corazón y mi mente durante muchos años, fuera pasando a un segundo plano con descarada impunidad.

De pronto sentí el leve contacto de su boca en mi cuello, en un beso suave, leve, tímido, preludio de momentos cargados de emociones nuevas. Me arrimé más a su cuerpo y apoyé mi cabeza en su hombro. Sentí su mano enredándose en mis cabellos, sus dedos gráciles que acariciaban mi cabeza, y de nuevo la liviandad de un beso.

Se deshizo un poco del abrazo y apoyó su frente en la mía. Luego buscó mis labios con los suyos y yo le dejé encontrarlos. Jugueteamos un poco con nuestras bocas, haciendo que el deseo que nacía se hiciera cada vez más grande, hasta que me besó con fuerza, con delirio, con ganas.

-¿Sabes qué me gustaría en este momento? - me preguntó cuando nuestras bocas se separaron.

-No – le respondí con voz temblorosa, acelerado mi corazón por la emoción que me desbordaba- dímelo tú.

-Retroceder en el tiempo, volver a aquella noche en aquel hotel en Santander y que tu accedieras a cruzar la puerta de mi dormitorio.

-Eso tiene fácil solución.

Le tomé de la mano y lo llevé hacia mi cuarto. La noche se llenó del sonido de la pasión. Fuera no había dejado de llover.