lunes, 2 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 20

 



El domingo, dos días después de la visita de Ángel, se confirmaron las sospechas de mi compañero sobre sus supuestos celos. Todos los domingos comía con él y su madre en la pensión. Normalmente salíamos un poco antes del almuerzo a tomar un vermouth. Enriqueta ya había dejado la comida preparada, que degustábamos a nuestro regreso. La primera sorpresa de aquel día fue que Ángel no quiso acompañarnos a nuestro paseo matutino, alegando que tenía que terminar un informe que le habían encargado en el trabajo. A mí me pareció una burda excusa, puesto que jamás se traía trabajo a casa, así que aquello fue el primer indicio de que la idea de los celos no iba desencaminada. Y tengo que confesar que cada vez me gustaba más.

-No sé qué mosca le ha picado a Ángel – me comentaba su madre cuando nos encontrábamos disfrutando de un piscolabis, sentadas en una terraza de la Plaza Mayor – lleva dos días la mar de raro, brusco, esquivo. Y lo de que tenía que acabar unos informes no es verdad.

-A mí también me ha extrañado.... no sé. Estará enamorado.

-Eso mismo pensé yo. Aunque no estoy muy segura de ese zoquete pueda llegar a enamorarse de alguien. No sé qué mujer lo aguantaría.

No dije nada. Cada vez estaba más segura de que yo sí podría aguantarlo, y gustosamente, además. Es verdad que tenía un carácter especial, pero al fin y al cabo todos tenemos nuestras rarezas. Ángel era un buen chico, cariñoso, serio y con sentido del humor cuando era necesario, guapo... no podía pedir más. Cierto es que si me dieran a elegir, elegiría que regresara Miguel y poder retomar lo que un día quedó flotando en el medio de la vida de ambos, pero cada vez estaba más convencida de que jamás le volvería a ver, había demasiado distancia de por medio y nuestros caminos se habían ido separando de forma inexorable. Tenía que aceptar, con resignación, que Miguel no era para mí; tenía que ser consciente de que los años iban pasando y no quería quedarme sola, deseaba tener alguien a quien amar, con quien compartir, con quien formar mi propia familia. Y Ángel era el candidato perfecto.

-Enriqueta ¿tú crees que Ángel se podría enamorar de mí?

A la mujer se le atragantó el sorbo de vermouth que tenía en la boca y comenzó a toser como una loca. Cuando por fin se le pasó me miró fijamente.

-¿Y a qué viene esa pregunta? ¿No te gustará mi hijo? ¿Y Miguel?

-Pues.... estoy un poco confundida, han pasado cosas y....

-¿Cosas? ¿Qué cosas?

Suspiré. Tomé un sorbo de mi vaso y a continuación conté a Enriqueta todo lo ocurrido entre su hijo y yo, desde la noche de fin de año hasta la supuesta escena de celos de dos días atrás. Ella tardó un rato en reaccionar.

-Todo encaja. Tiene razón tu amigo. Ángel está celoso como un tonto... Oh, Irene, me gustaría tanto que llegarais a algo y consiguierais ser felices juntos....

-Pues... puede pasar ¿no?

Enriqueta me miró con suspicacia.

-Poder, puede, pero creo que habría que poner mucha voluntad por ambas partes.

-No te entiendo.

-Verás, Irene, cuando yo digo que mi hijo es especial, lo digo con conocimiento de causa. Ángel es muy suyo y en ocasiones puede llegar a ser muy tozudo y muy intransigente, no es fácil bregar con él. Y por otro lado... yo sé que tú sigues enamorada de ese chico... de Miguel. Yo no quiero que os hagáis daño, sólo quiero que seáis felices.

-Puede que tengas razón. Pero a mí me gustaría intentarlo. El recuerdo de Miguel me ha perseguido todos estos años, pero tengo que despojarme de él. Hace casi diez años que no le veo, y en el hipotético caso de que algún día volviéramos a encontrarnos ¿tú crees que podríamos retomar algo? Ya no somos los mismos, yo ya no soy la adolescente alocada que él abandonó y él ya es un hombre maduro que probablemente haya recapacitado y no le interesen amoríos con muchachas jóvenes que nada pueden aportar a su vida de médico renombrado.

Enriqueta me miró y se echó a reír.

-Admito que tienes toda la razón, pero ahora estás pensando con el corazón frío. No estoy muy segura de que pienses de la misma forma si algún día vuelves a ver a ese chico. En todo caso... sabes que te aprecio muchísimo y nada me gustaría más que verte feliz al lado de mi hijo. En fin, será mejor que regresemos, yo ya tengo algo de hambre, y me ha salido una paella... para chuparse los dedos.

Después de comer, durante el café de la sobremesa, le propuse a Ángel salir a dar un paseo.

-Hace una tarde maravillosa y me imagino que ya habrás terminado el informe – le dije – podemos salir a caminar un rato, o coger el coche y marchar hasta algún pueblo.

-No tengo ganas – contestó casi de malos modos.

-Jo, pues sí que estás raro. ¿Te pasa algo conmigo?

Enriqueta me miró de reojo y me hizo un guiño.

-¿Tendría que pasarme? - me preguntó Ángel con un deje de ironía en su voz.

-Pues... yo creo que no, pero no vaya ser que haya hecho algo sin darme cuenta y me estés castigando por ello.

-No mujer, nada de eso, sólo que no me apetece. En todo caso puedes llamar a ese profesor de inglés con el que tienes tan buena amistad, a lo mejor él se presta a pasar la tarde contigo.

Reí para mis adentros, aunque por fuera intenté mantener una expresión impasible. Miré de soslayo a Enriqueta y me dirigió una sonrisa disimulada y leve.

-Pero Ángel – dijo dirigiéndose a su hijo – vaya comentarios, cualquiera diría que estás celoso.

-Por supuesto que no lo estoy. - respondió muy serio.

-Por supuesto que no – dije yo – además no tendría mucho sentido. No sólo porque tú y yo no somos más que buenos amigos, sino que además, aunque fuéramos algo más, mi compañero es... es gay. Pero no lo comentéis, por favor, que estas cosas ya sabéis que le gustan mucho a los cotillas. En fin, pues creo que me voy a ir a casa, ya que aquí no hay plan...

-Yo me iría contigo por ahí de mil amores – dijo Enriqueta – pero voy hacerle una visita a mi tía Perla, que está un poco griposa.

-No te preocupes, ya me buscaré algo en que entretenerme. Nos vemos ¿vale?

Me levanté, les di a ambos un beso de despedida y me marché, no sin antes advertir la cara de pasmo que se le había quedado a Ángel, seguramente al darse cuenta de su metedura de pata. Estaba segura de que más pronto que tarde volvería a mí con el rabo entre las piernas. Y no me equivoqué.

Aunque mi casa quedaba relativamente cerca de la pensión fui dando un paseo con tranquilidad, parándome en los escaparates, haciendo un poco el tiempo para no malgastar aquella preciosa tarde de domingo muerta de asco metida en casa. Cuando finalmente llegué, me puse ropa cómoda y me senté en el blanco sofá de mi salón a leer un libro. No recuerdo en qué momento me quedé dormida, pero sí sé que me despertó el sonido estridente e insistente del timbre. Eran casi las ocho de la tarde, había dormido cerca de dos horas.

-Ya va, ya va – iba diciendo por el pasillo mientras me dirigía a abrir.

No me sorprendí en absoluto cuando vi a Ángel apoyado en el quicio de la puerta, mirándome fijamente con una expresión extraña. Por supuesto, lo invité a pasar.

-Hola Ángel – saludé mientras le franqueaba la entrada – pensé que no tenías ganas de salir. Además ahora ya no me apetece, es muy tarde.

-No quiero salir, quiero hablar contigo.

-¿Hablar conmigo? - pregunté arqueando las cejas - ¿Sobre qué?

-Sobre nosotros.

-Uf, vaya tema... anda pasa al salón. Voy a preparar unos cafés ¿o prefieres algo de beber?

-Un café está bien.

Hice los cafés y después de colocarlos sobre una bandejita me dirigí al salón. Ángel me esperaba sentado en el sofá, con los codos apoyados en sus rodillas, el cuerpo echado hacia delante y las manos cruzadas. Parecía un hombre preocupado y casi me entra la risa, pues estaba prácticamente segura de que simplemente venía a disculparse por su comportamiento ilógico.

-¿Y bien? - dije animándole a hablar.

Se echó hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo del sofá.

-Lo siento Irene, de veras que lo siento, me comporté como un estúpido.

-Ángel...no sé de qué me estás hablando. - dije tratando de parecer despistada.

-Claro que lo sabes... me jodió ver al tipo ese aquí contigo, el otro día. Me sentí... sentí celos y no quiero sentirlos pero...no lo pude evitar.

Suspiré y sonreí. Apoyé mi taza de café en la mesita y me acerqué a él. Giré su cara hacia mí y acaricié sus mejillas. Luego jugué con los rizos de su pelo, mientras sus ojos se cerraban. Entonces me atreví a besarle. Fue un beso leve, tímido, suave, un simple roce en los labios que no obstante levantó en mi cuerpo oleadas de placer y de excitación.

Ángel suspiró.

-Joder – murmuró – no puede estar pasándome esto a mí.

-¿Qué? ¿Qué te pasa?- pregunté yo con voz melosa, mientras mis labios se paseaban por su cuello y por el lóbulo de su oreja.

-Que me gustas mucho Irene. Que por momentos me da la impresión de que me estoy enamorando de ti.

No me dio opción a la réplica. Esta vez fue él quien me besó con pasión. Yo me acomodé a horcajadas sobre él y me dejé besar.

-¿Y tiene eso algo de malo? - le pregunté entre besos.

-No lo sé.

Ante semejante respuesta dejé de besarle y le miré. Parecía preocupado.

-¿Que no lo sabes? Ángel, ¿qué ocurre?

Suspiró y tomó mis manos entre las suyas.

-Nunca me vi en esta situación. Es más, nunca creí que llegaría a verme. A lo mejor es que soy un inmaduro, pero tengo miedo. Miedo a hacerte daño, miedo a no darte lo que te mereces... incluso miedo a pasarlo mal. Mi madre dice que tengo un carácter difícil y tiene su parte de razón. Me gusta mi independencia y los compromisos me asustan. Y descubrir que siento algo fuerte por ti también me está asustando.

Sonreí, pasé mi mano por su pelo rizado y deposité un suave beso sobre su frente.

-Amar siempre implica un riesgo. Pero no creo que se deba pensar en ello. Lo mejor es vivir el presente y tomar las cosas como vengan. Si somos sinceros el uno con el otro no habrá malos rollos. Yo me siento bien a tu lado y me gustaría intentarlo.

-¿Y Miguel?

-Una parte de Miguel está muy lejos, la otra estará guardada dentro de mí para siempre. Es inevitable. Pero ahora quiero estar contigo.

Ángel me abrazó y hundió su cabeza en mi pecho. Nuestra aventura comenzaba.




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