viernes, 13 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 29

 





Una vez en el pueblo me dediqué a ordenar mi vida y a preparar mi reingreso al trabajo. Llevaba una vida tranquila y sosegada, sin sobresaltos. Encontré a antiguos amigos, con algunos de los cuales retomé la amistad, en especial con Violeta. Encontré también, como no, a aquellas mujeres cotillas y metiches a las que siempre les había encantado ocuparse más de la vida de los demás que de la suya propia. Una de ellas, Sabina, que había vivido en el mismo edificio que mamá durante mucho tiempo, me abordó una tarde por la calle, cuando yo regresaba de mi diario paseo por el camino de la ermita.

-¡Vaya! - exclamó con fingido entusiasmo - ¿Pero tú no eres Irenita, la hija de Sara, la del Lisardo? ¿Has vuelto de la ciudad?

La miré durante unos instantes, dudando si darle conversación para no ser descortés, si fingir que no la conocía para zafarme de ella cuanto antes. Finalmente opté por lo primero.

-Hola, Sabina. Sí, he vuelto al pueblo, necesitaba cambiar de aires.

-Claro, claro, me imagino que la vida en la ciudad debe de ser muy estresante, aquí en el pueblo se está muy bien, sobre todo ahora, que ya no tienes una madre a quién cuidar.

Supe que aquella metomentodo estaba dispuesta a soltarme sus pullas sin sentido, pero decidí mantener la calma y contestar de manera suave y sosegada, que era lo que más molestaba a aquella imbécil sin duda alguna.

-La vida en la ciudad tiene sus cosas buenas y malas, lo mismo que la vida en el pueblo y no dudes de que aunque tuviera que cuidar a mi madre, sin duda alguna preferiría cuidarla a que esté muerta.

-Claro, mujer, eso no lo dudo; pero también es cierto que te dejaste ver bien poco por aquí, sin embargo tu primo Miguel venía con mucha frecuencia. Incluso después de morir su padre.

-Pues precisamente por eso, si venía él con tanta frecuencia, para qué iba a venir yo.

-Ya, imagino que no te gustaría encontrarte con él, después de todo lo que os pasó...

-¿De lo que nos pasó? No sé a qué te refieres. - repuse intentando mantener la calma.

-Bueno mujer, conmigo no hace falta que disimules, además, en su día se corrió el rumor por todo el pueblo y ya sabes....cuando el río suena.... No me irás a decir que no te quedaste embarazada de Miguel y que por eso decidisteis marchar los dos del pueblo, para evitar el escándalo, puesto que él se negó a casarse contigo.

No pude evitar echarme a reír a carcajadas, ante la mirada estupefacta de Sabina, que no entendía mi hilaridad.

-Sabina – dije por fin - sí que tenéis imaginación en este pueblo. La verdad es que me importan muy poco los rumores que corran o dejen de correr, tal vez cuando era más niña me hubieran molestado, pero a estas alturas de mi vida, como comprenderás, esas tonterías las he superado con creces. Pero para tu información te diré que nunca estuve embarazada, ni de Miguel, ni de nadie. Y además me voy a permitir la licencia de darte un consejo, ocúpate más de tu vida y menos de la de los demás, creo que serás mucho más feliz.

La mujer me miró con cara de suficiencia.

-¿Y qué sabrás si soy feliz o no? - preguntó.

-No lo sé ni me importa, pero tengo mi propia teoría sobre las mujeres como tú, o no tienen ni idea de lo que es la felicidad, o es que su marido no las folla como es debido... tu verás.

Se puso colorada como la grana y me soltó:

-Sigues tan insolente como siempre. No te dieron tus buenos azotes de pequeña y así saliste.

-Adiós, Sabina. Encantada de volver a verte.

Me quedé sonriendo mientras la veía alejarse. Hasta aquel instante no había tenido ni idea de que por el pueblo se hubiera rumoreado semejante cosa, que además no tenía sentido pues cuando yo me había marchado ya hacía unos meses que lo había hecho Miguel y el supuesto embarazo ya sería visible, pero como le había dicho a ella, tampoco me importaba demasiado. Lo realmente importante en aquellos momentos era disfrutar de la tranquilidad que me había proporcionado mi regreso a aquel lugar. No sospechaba que aquel dulce sosiego no iba a durar mucho.

*

Fue una tarde de junio. El calor apretaba y yo estaba en mi casa, al fresco, leyendo un libro y esperando que dejara de calentar tanto el sol para salir a dar un paseo con Violeta. El timbre de la puerta rompió el silencio con su estridencia. Acudí a abrir y lo hice directamente, sin mirar antes por la mirilla, cosa que hacia normalmente. Sería que el destino deseaba darme una sorpresa. Porque la persona que estaba al otro lado de la puerta era Miguel.

Durante unos segundos no supe reaccionar, incluso dudé de que fuera él, o puede que tal vez estuviera soñando, pero no, todo era real y sin duda alguna el muchacho que estaba allí, frente a mí, era Miguel, el amor de mi vida, el hombre al que no había dejado de amar nunca. No había cambiado casi nada, tal vez algunas canas plateaban sus sienes y alguna arruga traicionera surcaba su frente, pero seguía poseyendo aquella mirada profunda, aquella sonrisa envolvente y embriagadora. Era Miguel, mi Miguel y de nuevo lo tenía allí, frente a mí.

-Miguel – logré decir por fin en un susurro - ¿qué.... qué haces aquí? No... no te esperaba.

Miguel dio un paso al frente y por toda respuesta me abrazo con fuerza. Yo respondí a aquel gesto y rodeé su cuello con mis brazos, embriagándome de aquel aroma tan conocido que en un segundo me hizo retroceder quince años, los mismos años que habíamos estado separados.

Cuando por fin nos despegamos, tomó mi cara entre sus manos y cubrió de besos mis mejillas.

-Princesa, - decía entre susurros - ¡qué alegría verte de nuevo! Han pasado tantos años....

-Muchos, Miguel, muchos.... No me puedo creer que estés aquí... pero pasa, por favor, no te quedes en la puerta. Creo que tenemos muchas cosas que contarnos, aunque.... tendré que recuperarme primero de la emoción.

Pasamos al salón y nos sentamos en el sofá. Mi cuerpo temblaba como una hoja al viento y las palabras se agolpaban en mi cerebro. Necesitaba saber tantas cosas....

-Y dime ¿cuándo has llegado? ¿Y por qué has venido? ¿Sabías que yo estaba aquí?

Miguel soltó una risa ante mi avalancha de preguntas.

-Llegué anoche – dijo tomando mi mano entre las suyas – He venido porque he alquilado el piso que me dejó mi padre y tenía que arreglar todos los papeles del contrato. Ayer salí a dar un paseo y vi las luces encendidas aquí. No te puedes imaginar la emoción que sentí, me dio un vuelco el corazón ante la posibilidad de volver a verte. No pude dormir, incluso pensé en presentarme aquí en mitad de la noche. Irene, pensé tanto en ti durante todos estos años....

Desprendí mis manos de entre las suyas, me levanté del sofá y me dirigí a la ventana. Desde allí había una inmejorable vista de la playa, del paseo marítimo, del camino de la ermita, todos aquellos lugares que habían sido escenarios involuntarios de nuestra juventud perdida. Estaba emocionada, contenta de volver a verle, pero en el fondo de mi alma se alzaba un resentimiento tal vez incomprensible, alimentado por sus propias palabras. Había pensado mucho en mí, puede que fuera así, pero no había movido un dedo para buscarme, para saber de mi vida... y habían sido demasiados años de lejanía.

Regresé al sofá y me senté de nuevo a su lado. Le miré intentando encontrar respuestas a todas aquellas preguntas que aún no le había formulado.

-¿Qué te pasa, Irene? ¿Acaso no te alegras de volver a verme?

-Mucho, no sabes cuánto, pero me temo que entre tú y yo hay muchas lagunas, muchas cosas de qué hablar. Han pasado tantos años.... y han sido tan duros.

-No sólo para ti, para mí también lo han sido. Pero es cierto, tenemos mucho de qué hablar y lo haremos.

-Claro. ¿Qué te parece si... vienes a comer mañana conmigo? Ahora tengo que salir. Me espera Violeta.

-¿Violeta? ¿Tu amiga de siempre? ¿Qué ha sido de su vida?

-Bueno.... ha tenido sus luces y sus sombras. Ya te pondré al corriente.

Se levantó dispuesto a marcharse. No sé por qué, en aquel preciso instante, al verle así, de pie, recordé cuando era una niña y al llegar de la escuela él me recibía la puerta de su casa y me tomaba en sus brazos.

-Nunca pude olvidarte – le dije en un arrebato de sinceridad – nunca...

Me acerqué a él y nos quedamos frente a frente, clavando nuestras miradas en la mirada del otro. De pronto me pareció estar viviendo un momento irreal y le acaricié la mejilla para comprobar que no era así. Miguel cerró los ojos y se dejó acariciar, y con aquel gesto me devolvió a aquellos momentos de intimidad que habían permanecido escondidos en un rincón de mi memoria. Deseé besarle, quise volver a sentir la calidez de sus labios sobre los míos, pero no me atreví. Y él tampoco lo hizo. Se limitó a saborear unos instantes mi caricia, luego tomó mi mano entre las suyas y le besó.

-No quiero entretenerte más, princesa. Mañana disfrutaremos de la tarde y nos pondremos al corriente de todo. Estaré aquí a...

-Ven cuando gustes. Si quieres podemos salir a tomar un vermouth antes de comer. Mañana es sábado y hay mucha animación en el pueblo, como siempre.

-De acuerdo – dijo – vendré pronto. Hasta mañana, mi niña, no sabes lo feliz que me siento al volver a verte.

Se fue y de nuevo me quedé sola en casa. Me sentía nerviosa y me preparé una tila. Mientras le daba vueltas a la cucharilla de forma distraída no dejaba de pensar en su aparición repentina. Miguel estaba aquí, volvía a formar parte de mi vida cuando ya ni siquiera contemplaba la posibilidad de verle de nuevo. Me pregunté qué ocurriría a partir de aquel momento. Qué pasaría cuando habláramos y descubriera los motivos por los que no se había dejado ver durante tantos años y ahora aparecía así. Tal vez no fuera tarde para retomar el amor perdido.




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