domingo, 15 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 30

 






Violeta me esperaba en una terraza cerca de la playa. Cuando llegué a su encuentro me la encontré paseando por la acera, visiblemente inquieta. Se acercó a mí en cuanto me vio y enseguida supe que ocurría algo, pero no me alarmé demasiado, Violeta siempre había sido un poquito exagerada.

-Pensé que no llegabas – me dijo – estaba deseando verte.

Nos sentamos en el lugar que previamente había ocupado ya mi amiga.

-Pues no llego tarde y nos vimos ayer, así que no entiendo esas prisas.

-Es que tengo algo que decirte y la verdad... no sé si lo que he visto es real o una visión. Hace un rato... hace un rato me pareció ver a Miguel pasar por aquí, por delante de mis narices. A lo mejor fue alguien que se le parecía pero si es así... el parecido era espectacular.

Mi amiga me miraba con una expresión extraña en sus ojos, entre el desconcierto y la preocupación, lo cual me provocó una sonrisa.

-No has visto mal. Miguel está aquí. - le dije.

Violeta abrió mucho sus ojos, haciéndolos todavía más grandes de lo que ya eran de por sí.

-Entonces, ¿lo sabías? ¡Lo sabías y no me habías dicho nada!

-No, no, las cosas no son así. Yo tampoco sabía que estaba aquí. Se presentó esta tarde en mi casa. Me dijo que tenía que alquilar la casa de su padre y que por eso había venido al pueblo. Que anoche había pasado por delante de mi ventana y al ver las luces encendidas.... No sé, Violeta. Me parece una extraña coincidencia ¿no crees?

-No sé qué decirte – repuso mi amiga después de dar un sorbo a su limonada – Yo no le llamaría coincidencia, al fin y al cabo tú llevas aquí ya unos meses. Coincidencia sería si hubiera llegado el mismo día que tú. Pero hay algo que no me cuadra. Por lo que yo sé el piso de Lisardo está vendido desde poco después de su muerte, hace ya algunos años.

-¿Estás segura? - le pregunté extrañada.

-Absolutamente no, pero me parece habérselo escuchado comentar a mi padre. De todas maneras no me hagas mucho caso, ya sabes que soy muy despistada. Y dime ¿qué tal el encuentro?

-Pues ahora la que no sabe qué decir soy yo. No sé ni lo qué sentí. Alegría por verle desde luego, pero a la vez...cierto resentimiento por haber pasado de mí de la forma que lo ha hecho. Han sido muchos años, Violeta, y me encantaría recuperar todo lo vivido a su lado. Pero no sé si será posible.

-¿Vas a volver a verle?

-Mañana vendrá a comer. Tanto él como yo somos conscientes de que hay muchas cosas que aclarar.

-Eso es lo importante, que aclaréis las cosas.

La conversación entre Violeta y yo derivó hacia otros temas. Sólo quedaba esperar unas horas y aquellos quince años cobrarían una dimensión diferente y desconocida.

*

El día amaneció lluvioso, cosa ciertamente extraña en la casi siempre agradable primavera mediterránea. Desde la ventana del salón se podían ver las terrazas de los bares recogidas e inusualmente vacías. Salí a comprar los útiles para preparar la comida y después me recluí en casa. Durante la mañana me mantuve ocupada en diversos quehaceres, más cuando se fue acercando la hora del almuerzo los nervios hicieron acto de presencia. Hasta que el timbre sonó.

Miguel estaba al otro lado de la puerta, vestido de manera informal, con una camisa azul y un pantalón vaquero oscuro cubiertos por un chubasquero azul marino completamente empapado. Era increíble lo poco que había cambiado en todo aquel tiempo. Pocos años le faltaban para los cincuenta y todavía parecía el muchacho que un día desapareció de mi vida.

-Buenos días, princesa... buenos, por decir algo.

-Es verdad, anda pasa, que estás pingando. Hacía tiempo que no veía llover de esta manera, me imagino que tú en Boston estarás mucho más acostumbrado a la lluvia, incluso a la nieve.

Miguel me miró durante unos segundos antes de responder, mientras yo sacudía su chubasquero de plástico en la terraza de la cocina y se lo tendía para que acabara de secar.

-Irene, yo nunca he estado en Boston – respondió con tristeza – he estado mucho más cerca de ti de lo que puedas imaginarte.

-Lo sé – respondí – pero bueno, ya hablaremos de eso largo y tendido. ¿Te apetece tomar algo antes de comer? Creo que será mejor quedarnos en casa con la que está cayendo, pero podemos tomarnos...un vermouth o un mosto.

-Un vermouth estará bien. Por cierto, toma – me dijo tendiéndome una botella de vino – para la comida, ponla en la nevera.

Miguel pasó al salón y yo serví las bebidas. Poco a poco me fui relajando, hasta que conseguí sentirme a gusto y dispuesta a escuchar lo que él tuviera que decirme, y a contar lo que tuviera que decir yo.

-Ayer creí ver a Violeta en el paseo, cuando salí de aquí.

-Sí, ella también te vio a ti, me lo dijo en cuanto nos vimos.

-¿Qué ha sido de su vida?

-No lo ha pasado demasiado bien. Se casó poco después de marchar yo del pueblo, embarazada, casi obligada por sus padres, y se marchó a Inglaterra con su marido, que era inglés. Le perdí la pista durante bastantes años. Volví a verla cuando mi madre enfermó y estuve aquí unos días con ella. Me contó que su hijo había nacido muerto y que a los pocos meses se había divorciado de su marido y regresado a España. Ahora da clases de música en el conservatorio en Valencia y por fin las cosas le van mejor. ¿Te acuerdas de cuando íbamos a clase de música y nos ibas a buscar a la escuela municipal?

-Claro que me acuerdo. Y del día aquel que te enfadaste porque os pregunté si teníais novio.

-Es cierto. Yo creí que era tan obvio mi amor por ti.... ¿cómo podías preguntarme aquello? Pero en fin, será mejor que comamos ¿te parece? He preparado una paella, me acordé que te gustaba mucho.

Almorzamos recordando nuestra vida pasada y sólo cuando hubimos terminado y nos acomodamos en el salón al frente de unas humeantes tazas de café, nos atrevimos a abordar aquéllo realmente importante.

-Durante mucho tiempo me pregunté qué te había llevado a alejarte de mí – le dije – y por muchas vueltas que le di no fui capaz de encontrar la respuesta.

Miguel me miró destilando asombro por sus ojos.

-Pero....¿no lo sabes?

-Sí, lo sé, pero me he enterado hace bien poco.

Miró al suelo, sujetando la taza de café entre sus manos, con los codos apoyados en las rodillas. Así permaneció un rato, en silencio, hasta que comenzó a relatar lo que yo deseaba escuchar de una vez.

-Un día mi padre y tu madre me dijeron que tenían que hablar seriamente conmigo. Al principio yo me negué. Sabía que el tema de conversación íbamos a ser nosotros dos, y nada de lo que me pudieran decir o reprochar sobre el asunto me interesaba. Durante unos días me escabullí como pude, hasta que finalmente una tarde, al regresar del hospital, me estaban esperando y no me dejaron escapatoria. Al principio les dije que nada me iba a hacer cambiar de opinión con respecto a ti, que te quería y que las habladurías del pueblo me importaban un pimiento, pero tu madre me contestó que lo que tenían que contarme estaba muy por encima de las tonterías que se pudieran rumorear o no por el pueblo. Y me lo contó todo, su encuentro con mi padre, la posibilidad de que tú y yo fuéramos hermanos...... Yo no quise creerlo, no podía creerlo. Pensé volverme loco y lo peor era que tenía que disimular en tu presencia.

-¿Por qué no me lo dijeron a mí? ¿Por qué no querían que yo lo supiera?

-Eso mismo les pregunté yo. Tu madre me contestó que eras demasiado joven para poder asimilar ciertas cosas. Yo no estaba de acuerdo, pero nada pude hacer para convencerles de que sería mucho más fácil resolver el problema si todos fuéramos conocedores del mismo.

Según fueron pasando los días y me fui calmando, comprendí todo el alcance de la situación. El problema era muy serio y lo peor era que no tenía solución alguna. Pensé en huir contigo, lejos, al extranjero, donde nadie supiera de nosotros, ni si éramos o no hermanos, asentarnos en un lugar donde pudiéramos vivir tranquilos y querernos con libertad. Sólo mi sentido común me impidió cometer semejante locura. Pero evidentemente tampoco podía hacer los que nuestros padres me pedían, renunciar a ti viviendo a tu lado, viéndote todos los días, teniendo la posibilidad de alargar mi mano para acariciarte sin poder hacerlo. Y fue entonces cuando decidí poner tierra de por medio. Se lo planteé a ellos y ambos estuvieron de acuerdo conmigo en que era lo mejor. Yo conseguí el traslado a Sevilla y tu madre fue la que me sugirió que te dijera que me marchaba a Boston. Cuanto más lejos mejor, menos tentaciones, menos posibilidades de que a ti se te metiera en la cabeza ir a buscarme. Y me fui, me fui con tu recuerdo por todo equipaje porque tampoco necesitaba más, dadas las circunstancias. No sabes la angustia que sentí el día de mi partida, no sabes de qué manera se me partió el corazón cuando te estaba contando que me iba sabiendo que probablemente no volvería a verte nunca.

Miguel hizo una pausa en su relato y tomó un sorbo de su café. Luego prosiguió.

-En el hospital de Sevilla hice amistad con un muchacho que trabajaba en el proyecto de investigación biológica de la paternidad. Y le conté lo que nos ocurría. Se ofreció a ayudarme, aunque por aquel entonces todo estaba empezando. Escribí una carta a tu madre y se lo dije, pero ella contestó que no era necesario meterse en esos berenjenales, que además, por supuesto, conllevaría que tendríamos que vernos de nuevo, y era mejor mantener la lejanía para así poder olvidar más pronto. Y no sé tú, pero yo no he podido olvidarte nunca. Ni siquiera quería hacerlo. Cuando llamaba a casa por teléfono tu madre apenas me contaba nada de ti, aunque yo insistía en preguntarle. Sólo supe que te habías marchado a estudiar a Madrid y que no querías volver por el pueblo. Yo sí venía de vez en cuando, incluso después de morir papá, pero jamás pude sonsacarle a tu madre información sobre tu vida.

Hace unos dos años participé en un congreso de cardiología en Barcelona. Cuando estaba dando mi primera conferencia vi a una muchacha sentada en la esquina más apartada de la sala y se me heló la sangre en las venas. Pensé que eras tú. Además ella, cuando se dio cuenta de que la miraba, se levantó y salió de la sala. Al día siguiente la vi de nuevo en el vestíbulo del hotel, me acerqué a ella y le hablé, pero me dijo que me había confundido. Se parecía tanto a ti....

-No se parecía a mí, Miguel, era yo.

Miguel fijó su mirada en la mía.

-Lo sabía, sabía que tenías que ser tú. Pero... ¿por qué lo negaste?

Suspiré.

-Creo que ahora me toca hablar a mí.

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