martes, 10 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 28

 






Los primeros días los dediqué a pasear, a visitar los rincones que fueron parte de aquella adolescencia ya tan lejana durante la cual la felicidad era el pan nuestro de cada día, a pesar de los problemas. Visité la ermita, paseé todos los atardeceres por la playa, dejando que las olas del aquel Mediterráneo templado acariciaran mis pies descalzos. Volví a ser la niña de quince años que un día encontró el amor escondido entre la arena de la playa, entre las hierbas del camino de la ermita, entre los adoquines de las calles luminosas que tantas veces había recorrido.

Deseé que nada hubiera ocurrido como lo hizo, que el reloj de la vida diera marcha atrás y las cosas pudieran ser diferentes, e imaginé una existencia que en nada se parecía a la real. Sin embargo no me sentí triste, ni fracasada, más bien al contrario. Fue como si mi regreso fuera el preludio de una nueva vida, allí, en aquel pueblo, del que sentía que nunca me debería haber marchado, aunque en realidad fuera necesario.

Después de arreglar algunos trámites legales que me exigía la muerte de mi madre, me tocó hacer limpieza en el piso. Si bien en un principio tenía pensado venderlo, conforme iba pasando el tiempo iba cambiando de idea, pues la posibilidad de volver a asentarme allí cobraba cada vez más fuerza. No obstante, tomara finalmente una u otra decisión, la limpieza era necesaria a fin de deshacerme de un montón de cosas inútiles, así que una tarde lluviosa y gris que no invitaba a salir, me puse a ello. Entonces las encontré. Tres cartas, cuidadosamente guardadas dentro de una caja de zapatos demasiado grande para tan poco contenido. Estaban sujetas por una goma y venían a nombre de mi madre. El remitente, para mi sorpresa, era Miguel, desde Sevilla. Mi corazón empezó a latir con fuerza mientras mis manos temblorosas abrían uno de aquellos sobres ya rasgados y extraían su contenido, un papel amarilleado por el paso del tiempo y escrito con la letra irregular e inconfundible de Miguel. Decía así.


“Queridos padres:

Ya estoy instalado en Sevilla y mi nueva vida se ha puesto en marcha. En el hospital he sido bien recibido y creo que estaré a gusto entre mis compañeros, pero no puedo dejar de pensar que no hemos tomado la decisión correcta. Irene no se merece esto, ni mi abandono ni el engaño del que está siendo objeto por parte de todos. Deberíais decirle las cosas de forma clara, tal y como habéis hecho conmigo. La excusa de que aún es una niña es algo absurdo, pues ciertamente, aunque tiene sólo dieciséis años, es mucho más madura que toda la gente de su edad, y estoy seguro de que sabría comprender. De esta forma nunca entenderá nada y yo, que la quiero con locura y no dejaré de amarla nunca, seré el blanco de su rencor. No sé si podré vivir lejos de ella, no estoy muy seguro. La tengo en mi mente cada segundo de mi tiempo y la echo terriblemente de menos. Pienso que es demasiado sacrificio a pagar por una simple sospecha. No sé si os dais cuenta de que si realmente no somos hermanos estamos echando nuestras ilusiones y nuestra vida por la borda.

Hace unos días conocí a un muchacho que trabaja en el hospital con una beca de investigación. Cuando me interesé por sus estudios me contó que se dedicaba a la investigación biológica de la paternidad, algo que está tomando fuerza y que tal vez pueda ayudarnos a resolver todo este galimatías en el que estamos sumergidos.

Espero vuestra respuesta. No olvidéis que os quiero, pero tened en cuenta también que aún más la quiero a ella y que aunque sea mi hermana la querré siempre. No obstante intentaré cumplir mi promesa de mantenerme alejado:

Miguel”

Doblé la carta y la volví a meter en el sobre. No pude evitar que las lágrimas mojaran mi rostro. Cogí las otras dos cartas y les di vueltas entre las manos durante un rato. Finalmente decidí no leerlas, ya me había sido suficiente con la primera. Habían pasado ya quince años de todo aquello. Tal vez ya no tuviera mucha importancia el contenido de aquellas misivas, cuando todo había ocurrido de la manera en que lo había hecho. Las eché con el resto de la basura, junto con mis recuerdos, e intenté comenzar de nuevo.

*

A pesar de mis loables intenciones de romper con el pasado durante las semanas siguientes no pude sacarme de la cabeza la carta de Miguel, y me preguntaba si después de quince años aquellos sentimientos que vaciaba en aquellas letras seguirían tan vivos como entonces. Si así fuera, tendría sentido el consejo de Ángel, su insistencia en que lo buscara. Pero lo más probable era que todo hubiera caído en el olvido. No tenía mucho sentido darle vueltas al asunto, lo mejor que podía hacer era preparar mi vuelta a casa, pues finalmente había decidido regresar al pueblo.

A finales del otoño viajé a Madrid. Cuando le comuniqué a Enriqueta mi decisión un velo de inquietud transformó su rostro.

-Pero ¿por qué te vas? ¿No estás bien aquí? Allí estarás tú sola y si te ocurre algo no tendrás a quién acudir.

Sabía que sus inquietudes era sólo fruto de su intento de convencerme para que me quedara en Madrid. Le tomé su mano entre las mías y se la besé. Realmente le tenía un enorme cariño a aquella mujer que se había comportado conmigo como si fuera mi madre.

-Sabes perfectamente que eso es una tontería. Cuando me vine a Madrid también lo hice sola y no ocurrió nada. Os conocí a vosotros, en el pueblo todavía me quedan antiguas amistades. Además pediré traslado para algún colegio de Valencia, y allí de nuevo conoceré otra gente. Y no te preocupes, prometo visitaros todo lo posible y siempre, siempre, vendré a pasar las Navidades con vosotros.

Enriqueta dejó escapar una lagrimilla y me abrazó.

-¡Ay, mi Irene! Eres la hija que siempre quise tener. Y me cuesta dejarte ir. Pero bueno... supongo que no me queda más remedio. ¿Cuándo te vas?

-Dentro de una semana.

A lo largo de aquella semana embalé mis cosas y abandoné mi piso. Más cuando me disponía a marchar, tanto Enriqueta como su hijo insistieron en que me quedara hasta después de las Navidades, pues sólo quedaba una semana para las fiestas y no merecía la pena que me fuera para tener que regresar al poco tiempo. Decidí que tenían razón y me quedé con ellos en la pensión. Aproveché para hacer algunas comprar para mi casa del pueblo, pues tenía pensado remodelarla en la medida de lo posible y darle un estilo un poco más moderno. Así, entre una cosa y otra, fue pasando el tiempo, y finalmente llegó el momento de la partida.

La noche de reyes Ángel me invitó a cenar. Me llevó al mismo restaurante en el que habíamos estado la primera noche que salimos juntos, hacía unos cuantos años. Cenamos y nos divertimos y cuando regresábamos a casa, hablamos.

-Te voy a echar de menos – me dijo – ya son muchos años acostumbrado a ti.

-Yo también os echaré de menos a vosotros, pero he quemado una etapa y necesito un cambio. Cuando estuve en el pueblo sentí la necesidad de volver. Es como si.... como si me llamaran mis raíces.

-¿Buscarás a Miguel?

Detuve bruscamente nuestro paseo en aquella fría y luminosa noche de enero. Tomé a Ángel del brazo y le hice encararse conmigo

-No te lo repetiré más. No. No voy a buscarle.

Ángel reanudó la marcha.

-Te estás equivocando- me dijo mirando al frente.

-Es posible, pero déjame hacerlo. Y no quiero volver a hablar más de Miguel, es un tema que ya me está resultando un poco cargante.

-No te enfades – repuso Ángel mientras rodeaba mis hombros con su brazo y me acercaba a él- Irene, yo te aprecio, y te digo esto porque creo que es lo mejor para ti.

-He dicho que no quiero hablar más del tema. No quiero a nadie a mi lado, al menos de momento. Siento que necesito disfrutar de mi soledad.

-Está bien, como tú digas. No volveré a insistir. Cambiemos de tema. ¿A qué hora sale mañana el tren?

-A las nueve en punto.

-¿Me permitirás acompañarte a la estación?

-No seas tonto, claro que sí.

Llegamos a la pensión. Era tarde y todo estaba en silencio. Ángel me besó en la mejilla y me deseó buenas noches antes de dirigirse a su cuarto, pero yo le retuve.

-Duerme conmigo esta noche – le pedí – estoy un poco nerviosa y me gustaría tener a alguien cerca.

Angel sonrió y se metió conmigo en mi habitación. Cerró la puerta y me arrinconó contra la pared.

-¿Quieres dormir? ¿O tal vez...?

Me zafé de su abrazo y le tomé las manos.

-No, Ángel, hoy sólo necesito un poco de compañía, nada más.

Con gesto resignado se metió en la cama. Yo me acosté a su lado y me acurruqué contra él. La calidez de sus brazos me relajó y apenas tardé unos minutos en quedarme dormida. Era mi última noche en Madrid.

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