viernes, 20 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 33

 





No me hundí, no merecía la pena. Tampoco hui, como la otra vez, me limité a seguir mi vida sin más y a tratar de borrar de mi recuerdo aquellos dos días pasados a su lado. No voy a decir que me resultara fácil porque estaría mintiendo. Tuve mis momentos de debilidad, de lágrimas y de resentimiento, pero intenté ocupar mis horas en actividades que me permitieran entretener mi mente en asuntos más interesantes que regocijarme en mi propia desdicha, por ejemplo, preparar mi regreso a la escuela. Después de mucho papeleo y un tiempo de espera conseguí mi puesto en el colegio de un pueblo cercano. Me gustó aquel destino mucho más que si me hubiera correspondido Valencia, pues lo que necesitaba en aquellos momentos era la tranquilidad de los lugares pequeños en lugar del bullicio y las prisas de una gran ciudad.

Antes de comenzar el curso, a finales del verano, hice un viaje a Madrid para visitar a los amigos que allí había dejado. Me apetecía especialmente ver a Ángel, primer responsable de mi desafortunado encuentro con mi amor de adolescente. Al principio me sentí muy enfadada con él. No tenía derecho a meterse en mi vida y sin embargo lo había hecho con la mayor impunidad, alegando conocer mis verdaderos sentimientos. Y ciertamente los conocía, pero eso no le daba derecho a decidir por mí. No obstante, conforme fue pasando el tiempo, mi ira se fue aplacando y me di cuenta de que Ángel lo había hecho todo con la mejor intención y que si la historia con Miguel hubiese llegado a buen puerto, yo le estaría dando las gracias como una posesa.

Fue a buscarme a la estación, como siempre, y cuando me bajé del tren y le vi allí, en el medio del anden, mirándome con aquella media sonrisa en su rostro de sinvergüenza, supe que no se esperaba ni por asomo escuchar lo que yo le iba a contar.

-Qué guapa estás, Irenita. Te sienta bien la vida en el pueblo. ¿O será otra cosa? - me dijo mientras me abrazaba.

-Yo creo que es la vida en el pueblo, la tranquilidad, el sosiego, los paseos por el campo y por la playa... otra cosa no hay.

-¿Ah no? - preguntó asombrado.

-Pues no. ¿Debería de haberla?

Calló de pronto, como si su mente estuviera buscando las palabras necesarias para contestar, así que me decidí a ayudarle.

-Si te refieres a Miguel, no salió bien.

-¿A Miguel? No, no ¿por qué había de referirme a Miguel?

Montamos en su coche antes de contestar, cuando el vehículo se hubo puesto es marcha lo hice.

-Miguel estuvo allí, conmigo; y tú lo sabes, porque tú le...sugeriste que fuera a mi encuentro. Él me lo confesó, así que no intentes negarlo.

Suspiró y me miró de reojo.

_- ¿Y qué pasó? ¿no salió bien?

-No, no salió bien, salió mal, fatal.

Le conté lo ocurrido. Mientras lo hacía meneaba la cabeza de un lado a otro de vez en cuando.

-No me lo puedo creer. ¿Te dijo que estaba con otra mujer y aún así acabó acostándose contigo?

-Sí, pero en eso tuve yo parte de la culpa. Me besó y no fui capaz de resistirme. Ya de niña me pasaba lo mismo. Miguel tenía, y tiene, el poder de revolucionar mis sentidos. El más mínimo roce con su piel me despierta de manera casi escandalosa, y aquel día me entregué a sus besos y a todo lo demás con verdadera pasión. Pero lo que no esperaba fue su reacción del día siguiente. Pensé que había cambiado de opinión, que se había dado cuenta de que lo que había existido entre él y yo estaba todavía vivo y merecía la pena luchar por ello. Pero al parecer sólo le apeteció pasar un rato agradable conmigo, supongo que para recordar viejos tiempo.

-Nunca pensé que.... bueno, qué más da. Creo que metí la pata hasta el fondo. Lo cierto es que cuando conseguí hablar con él me pareció que se ilusionaba con mis palabras, que se alegraba de poder verte de nuevo. Lo siento, Irene. Te juro que yo lo hice con la mejor intención.

Me miró con unos ojillos tan cargados de arrepentimiento que no pude evitar sonreír.

-Lo sé, Ángel, por eso aunque al principio me enfadé mucho, después se me fue calmando la rabia. No te preocupes, saldré de ésta. Me fastidió bastante su actitud y de saber que nuestro encuentro iba a terminar así hubiera preferido no verle. Pero.... si estuve quince años sin él, supongo que podré estar toda la vida.

Ángel me abrazó y me dio un sonoro beso en la mejilla. Después nuestra conversación giró hacia otros temas.

Disfruté unos días felices en la compañía de Enriqueta y su hijo, en los que apenas pensé en Miguel. Su comportamiento tan desacertado me había hecho ver que no valía la pena esperar por quién no se merecía tal aguardo.

*

El comienzo del curso fue tranquilo y sosegado, y con él me sumergí en una agradable rutina en la que según pasaba el tiempo me sentía mejor. No pensaba en otra cosa que no fuera mi trabajo, mi casa, mi afición a la lectura y mis paseos por la playa, que eran casi diarios si el tiempo lo permitía. Mi amiga Violeta me decía que me estaba convirtiendo en un ser asocial, pues por lo general rehusaba sus invitaciones a salir por la noche.

-Tienes treinta y dos años, Irene y ni las viejas de setenta llevan tu vida – me decía con frecuencia.

Pero me daba lo mismo. No me gustaba el bullicio de las noches de sábado, prefería los paseos vespertinos, las cenas en algún restaurante del puerto y una retirada a casa temprano.

Poco imaginaba yo que aquella vida apacible iba a ser alterada por la aparición de alguien a quién no hubiera esperado volver a ver más.

Ocurrió casi como la primera vez. Yo estaba sentada en la cafetería que había frente al colegio preparando una serie de actividades para mis alumnos cuando escuché una voz a mis espaldas.

-El mundo es un pañuelo y tú estás igual de bonita, no has cambiado nada.

Levanté la vista y le vi frente a mí. Era un profesor del colegio que había llegado apenas hacía unos días, pues al parecer había estado de baja laboral. Parecía conocerme y a mí ciertamente me sonaba su cara, pero no sabía ni cuándo ni en qué momento le había visto.

-¿Nos conocemos? - pregunté.

-¿Puedo sentarme? - preguntó él a su vez.

Asentí con un gesto y se sentó a mi mesa. El camarero se acercó y él le pidió un café solo. Luego me miró sonriendo.

-O sea, que no te acuerdas de mí.

-Llegaste al colegio hace dos días y en cuanto te vi me pareciste conocido. Y evidentemente por tu actitud... creo que debiera saber quién eres, pero lo siento, no caigo.

El camarero llegó con el café y lo depositó delante del hombre. Él rasgó el paquetito de azúcar, lo echó en la taza y comenzó a revolverlo con la cucharilla mientras me miraba con expresión pícara.

-¿Y bien? - insistí.

-Hace... no recuerdo bien, unos tres o cuatro años, en Santander, una mujer sola y un hombre solo se encuentran una noche en la terraza de un hotel y...

-No sigas – le dije – ya sé quién eres, Javier, el solitario marido de la mujer de negocios.

-Vaya, veo que te he refrescado bien la memoria.

-Confieso que soy bastante despistada para las caras pero en cuanto has comenzado a hablar.... te recuerdo perfectamente. La verdad es que no esperaba volver a verte y menos aquí, trabajando en el mismo colegio que yo.

-Como te dije antes, el mundo es un pañuelo, y además bien pequeño. Pero sí, es una agradable coincidencia, porque si es extraño que yo haya llegado hasta aquí, no lo es menos que hayas llegado tú. Creo recordar que eras de Madrid.

-Vivía en Madrid, pero soy de aquí, del pueblo de al lado y... bueno, las circunstancias me han empujado a regresar. ¿Y tú?

-A mí las circunstancias me han llevado a escapar de mi vida y buscar una nueva.

-Y seguro que eso tiene algo que ver con la mujer de negocios ¿me equivoco?

-En absoluto. Estamos en un delicado y doloroso proceso de separación. Llegó un momento en que ya no pude soportar sus ausencias, sus silencios y su indiferencia. Si tengo que estar solo prefiero que sea con todas sus consecuencias, solo de verdad. Así que lo mejor para afrontar la soledad es poner tierra de por medio. El venir a parar aquí, a este colegio, fue cosa del azar, podría haber ido a parar a otro cualquiera. Pero estoy contento, encontrarte ha sido una casualidad muy agradable.

-Lo mismo digo. Y ahora si me disculpas, tengo que irme, tengo clase. Nos vemos en cualquier momento.

Evidentemente vernos era lo más fácil e inevitable del mundo. Todos los días debíamos acudir al mismo centro de trabajo, así que todos los días nos encontrábamos. Yo intentaba esquivarle en la medida de lo posible, no por nada especial, el muchacho era agradable y me caía bien, pero sospechaba que quería algo más que una amistad y lo que menos necesitaba yo en aquellos momentos era complicarme la vida con un hombre sumergido en un proceso de separación que no parecía ser muy amigable. Mi dosis de problemas ya estaba completa, de momento necesitaba estar tranquila.

Pero Javier no desaprovechaba ningún momento para acudir a mi lado, yo creo que incluso llegó a controlar mis horas libres para hacerse el encontradizo conmigo, así que no me quedó más remedio que aceptar su compañía que, por otra parte, no me era desagradable. Eso sí, siempre que él intentaba insinuar algún encuentro entre ambos fuera de los muros del colegio, yo lo rechazaba sutilmente, inventándome las excusas más peregrinas. Hasta que ocurrió lo que ocurrió.

Fue un lunes a última hora de la mañana. Mis clases ya habían terminado y estaba recogiendo el material de juegos cuando escuché jaleo en la sala de profesores. Era una voz femenina que chillaba, absolutamente histérica.

-¡Por fin te he encontrado! ¡No sé qué coño haces aquí! ¡Menudo disgusto me has dado!

Acudí con rapidez al lugar del que salían las voces y me encontré a una mujer alta, rubia, elegantemente vestida y pulcramente maquillada, que profería gritos dirigiéndose a Javier.

-¿Te crees que todo puede terminar así porque a ti te de la gana? ¿Cómo has podido tener la desfachatez de presentar una demanda de separación sin decirme absolutamente nada?

Javier contestaba en voz baja, tanto que no pude entender sus palabras, aunque me pareció que lo único que le decía a la muchacha era que se calmara y que aquel no era lugar para discutir aquellas cosas. Pero ella hacía caso omiso.

-¡Con todos los sacrificios que he hecho por nosotros! Ahora me dejas tirada de esta manera. Eres una canalla, un sinvergüenza, un...

De pronto aquella histérica reparó en mi presencia. Yo estaba apoyada en el quicio de la puerta, observando la escena, esperando el momento oportuno para meter baza.

-¿Y usted qué mira? - preguntó dirigiéndose a mí – No creo que sea de su incumbencia nada de lo que estoy diciendo, esto es algo entre mi marido y yo.

-Exactamente – respondí – y precisamente por eso no creo que éste sea el lugar idóneo para armar este escándalo. Si tiene usted algo que hablar con él, lo mejor es que lo haga en la intimidad de su hogar y no aquí, en su lugar de trabajo.

-¿Y quién es usted para decirme lo que tengo que hacer? - preguntó lanzándome una mirada cargada de desprecio.

-Soy la jefa de estudios de este colegio. Y no le permito que se dirija a mí de la forma que lo ha hecho, así que le sugiero que se marche o de lo contrario llamaré a seguridad para que sean ellos los que amablemente la inviten a abandonar este colegio.

Abrió la boca para contestar, pero inmediatamente se arrepintió y aceptó mi sugerencia, no sin antes advertir a su marido:

-Ya hablaremos, pero que sepas que esto no se va a quedar así.

Salió disparada como alma que lleva el diablo. Javier se quedó allí sentado, en su lugar de siempre, con la cabeza apoyada entre las manos, con cara de preocupación. Me acerqué a él y presioné su hombro con mi mano, en señal de apoyo. Sin embargo él se levantó y sin mediar palabra salió de la sala. Su gesto me dejó muy confusa, pero no quise darle mayor importancia. Así que me fui a mi aula y continué con lo que estaba haciendo. Sin embargo al día siguiente su actitud conmigo no fue nada cortés, más bien al contrario, como si yo fuera la culpable de la discusión que había tenido con su mujer.

Cuando llegué al colegio él ya se encontraba en la sala de profesores, como casi siempre. Me acerqué, y después de darle los buenos días me senté a su lado y me interesé por su estado de ánimo. Y me contestó de malos modos.

-¿De verdad de interesa saberlo? Pues estoy bien, gracias.

No comprendí su actitud y así se lo hice saber.

-Claro que me interesa saberlo. Somos amigos ¿no? Y ayer no te vi precisamente bien. No sé por qué me hablas así.

-Porque ayer deberías de haberte estado calladita. No me hace falta que nadie me defienda, ya sé hacerlo yo solito.

Escuchar aquellas palabras pronunciadas con especial crueldad me provocó una extraña sensación de vacío. Yo apreciaba a Javier, me sentía bien en su compañía y pensaba que el sentimiento era mutuo, pero al parecer estaba equivocada.

-No pretendía defenderte ni mucho menos, sólo quise poner fin a una situación que me pareció fuera de lugar.

-Pues no era necesario. Te repito que yo podía controlar perfectamente la situación. No hacía falta que tú te metieras por el medio.

Su enfado sin sentido me hizo pensar que Javier era imbécil, y por supuesto que no merecía la pena disgustarse ante tan exagerada salida de tono.

-¿Sabes lo que te digo? Que te zurzan.

Salí de la sala y me fui a mi aula. Aquel tonto incidente no me iba a quitar el sueño.



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