miércoles, 4 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 22

 





Algo cambió dentro de mí. Volver a ver a Miguel me revolvió las entrañas, el alma, el corazón... la vida. De pronto todos los sentimientos que creía dormidos renacieron de manera casi salvaje y descalabraron los esquemas de una existencia que había comenzado a ser apacible. Al principio no le conté nada a Ángel y él hizo como que no se enteraba de mi malestar, hasta que de manera inevitable mi comportamiento extraño comenzó a molestarle.

-No sé lo qué te pasa – me dijo una noche en la que una vez más, yo había rechazado su invitación a salir a cenar – pero desde que estuvimos en Barcelona ya no eres la misma. Durante todo este tiempo he intentado pasar por alto tus desplantes, pero ya no puedo más. Estoy empezando a pensar que te molesto, no quieres salir, ni compartir nada conmigo, te encierras en tu mundo, un mundo en el que yo ya no tengo cabida y vives tu vida al margen de la mía. Ni siquiera hacemos ya el amor. Si quieres que esta relación termine dímelo, pero, por favor, no me tengas así.

Ángel tenía razón. Me estaba comportando como una estúpida y una desagradecida. Él no se merecía mi trato y mucho menos mi falta de sinceridad. Así que finalmente me decidí a contarle lo ocurrido, pues comprendí que sólo de esa manera podría librarme de mis fantasmas.

Le tomé de la mano y le hice sentar a mi lado, en el sofá. Luego le abracé con todas mi fuerzas y le besé.

-Te quiero Ángel, te quiero muchísimo y tienes razón, algo ocurrió. No he querido contártelo para no hacerte daño, pero seguramente te hago mucho más daño ocultándotelo y sólo tú puedes ayudarme a aclarar mi mente.

Me miró con aquellos ojos tan expresivos enmarcados por sus rizos marrones.

-Sabes que puedes confiar en mí.

Suspiré y no me anduve con muchos rodeos.

-Cuando estuvimos en Barcelona... vi a Miguel.

-¿A Miguel? ¿Dónde? ¿Cuándo?

Le relaté mis encuentros, que en realidad no fueron tales, y le abrí mi alma haciéndole partícipe de todas las dudas que me asaltaron.

-De repente fue como si todo el tiempo transcurrido hubiera dejado de existir, se borrara de un plumazo y me regresara al pasado. Desde entonces siento una angustia que me oprime el pecho. Sé que hice lo correcto, que mi sitio está aquí a tu lado, pero no puedo apartarlo de mi mente.

Ángel se levantó y se dirigió a la ventana. Fuera, el día estaba extrañamente nublado y gris y había comenzado a caer una lluvia fina. Durante unos segundos se mantuvo en silencio. Pensé que se iba a marchar sin decir nada, pero de pronto habló.

-Pues yo no estoy tan seguro de que hayas hecho lo correcto, ni de que tu sitio esté aquí a mi lado. Yo más bien pienso que perdiste una oportunidad maravillosa, no sé si de recuperarle pero desde luego sí de saber qué fue lo que en realidad pasó.

Me dolió que de su boca salieran aquellas palabras que parecían brotar de la más cruel indiferencia. A Ángel parecía darle lo mismo lo que yo hiciera con mi vida, y peor aún, lo que pudiera hacer con la suya.

-Pero... ¿por qué dices eso? No te entiendo... cualquier hombre se sentiría feliz por ser él el elegido y sin embargo a ti parece darte lo mismo.

Se acercó y se sentó a mi lado. Sonreía, lo cual contribuyó a aumentar mi desconcierto.

-¿Y merece la pena ser el elegido a costa del sacrificio de la otra persona? ¿Por qué escoges estar conmigo? ¿Por pena, por lealtad...?

-Porque te quiero – contesté sintiendo que comenzaba a enfadarme – Ángel, Miguel fue una persona muy importante en mi vida, sin embargo soy consciente de que pertenece al pasado, de que ya nada es igual y no podrá serlo nunca más. Pero no puedo evitar sentirme extraña.

-¿Por qué dices que nada es igual y que no podrá serlo nunca más? Dame un argumento válido que me haga creer en tus palabras.

-No somos los mismos, ha pasado mucho tiempo y...

-Irene estas soltando tópico tras tópico. Eso no puedes saberlo si no recuperas la relación, al menos si no lo intentas.

No sabía qué replicarle. Empezaba a pensar que en el fondo Ángel tenía razón, y sin poderlo evitar me eché a llorar como un estúpida. Se acercó a mí, echó su brazo sobre mis hombros y me acunó contra su pecho.

-Eh, venga... no llores, no tienes por qué llorar. El mundo no se acaba porque nos decidamos a afrontar la realidad. Si quieres yo te ayudo a encontrar a Miguel de nuevo.

Levanté la cabeza y le miré.

-Pero ¿qué estás diciendo? No entiendes nada. Te he dicho que te quiero... a ti.

-No te engañes a ti misma Irene. Recupera a Miguel, hazme caso.

Me enfadé, me enfadé mucho y oleadas de ira sacudieron mi cuerpo.

-¡Eso es todo lo que te importo! ¡Dí! ¿Te intereso tan poco que te da lo mismo que lo nuestro termine?

-No es eso, Irene, sólo que...

-Vete de mi casa – le dije furiosa arrojándole un cojín- ¡Vete! Debí imaginarme que una persona como tú no tenía corazón. ¡No quiero volver a verte!

Ángel no me dio réplica. Simplemente salió de la casa. Yo me quedé llorando y maldiciendo, una vez más, mi mala suerte.

*

No me lo pensé demasiado. Al día siguiente hice mis maletas y tomé un tren hacia Santander. Podía haber sido cualquier otra ciudad, pero cuando llegué a la estación del tren el primero que salía iba hacia Santander y a él me subí. No conocía la ciudad y seguro que era muy bonita, y además, para pasarme unos días llorando daba igual un lugar que otro.

El viaje duró unas cuantas horas, cuando llegué a la estación ya se estaba haciendo de noche. Tomé un taxi y le pedí que me llevara a un hotel cerca de la playa y me dejó delante de uno que sin ser demasiado lujoso tenía buena pinta. Tuve suerte, pues sólo les quedaba una habitación libre fruto de una anulación que se había producido aquella misma tarde.

En cuanto me hube acomodado llamé a Enriqueta.

-Pero ¿se puede saber dónde te has metido? Me has tenido todo el día en vilo, sumamente preocupada sin saber nada de ti. - me sermoneó nada más coger el teléfono y escuchar mi voz.

-Estoy en Santander – dije.

-¿En Santander? ¿Y qué haces ahí?

Tomé aire antes de contestar, aunque en realidad no sabía muy bien qué contestar.

-Ni yo misma lo sé. Anoche me enfadé con Ángel.

-Lo sé, me lo contó todo.

La respuesta de Enriqueta me sorprendió. No esperaba que Ángel le hubiera contado nada.

-¿Te lo contó? Y....¿tú qué opinas al respecto?

-Pues no sé qué decirte, Irene. Por un lado creo que tiene razón él, por otro creo que la tienes tú. Pero conociendo a mi hijo me parece que lo que de verdad tienes es la batalla perdida. Y que irte lejos no te va a servir de nada, tarde o temprano tendrás que afrontar la realidad y tomar una decisión.

-¿Decisión? ¿Qué decisión? Estábamos juntos y estábamos bien, yo le quiero y ver a Miguel no ha significado nada...

Al otro lado del teléfono se hizo el silencio.

-Enriqueta ¿estás ahí? ¿ocurre algo?

Escuché un suspiro y me imaginé la cara de mi amiga, sus ojos muy abiertos y las arrugas que se le formaban en la frente cuando algo le preocupaba.

-Si realmente estás segura de ello te va a costar trabajo hacérselo ver a mi hijo, es muy terco. Y si no... Irene, Ángel está bien y...

-Desde luego que está bien – repuse dejando entrever la desazón que sentía – si hasta parece que le ha importado un pito echar por la borda estos años de relación.

-No creo que sea así. Irene.... estás nerviosa y dolida y supongo que es normal. Vuelve, vuelve e intentad arreglarlo. De verdad que nada me gustaría más. Él es mi hijo, pero tú eres también casi una hija para mí y lo que menos me gustaría en el mundo es veros enfrentados.

Pero yo no volví de inmediato, no me apetecía enfrentarme a las bobadas de Ángel, y mucho menos intentar encontrar argumentos para convencerle de que le amaba, no pensaba que tuviera que ser necesario. Así que deshice mis maletas y me dispuse a pasar una semana por lo menos en aquella ciudad desconocida. Jamás había viajado sola y qué mejor ocasión que aquella, en la que no tenía ganas de aguantar a nadie.

Los dos primeros días me dediqué a recorrer la ciudad y conocer sus encantos, a partir del tercer día me pasaba las mañanas descansando y las tardes en la playa, disfrutando del suave calor del norte. Me gustó la soledad, y después de mucho pensar llegué a la conclusión de que estar sola no era malo en absoluto y que si Ángel no deseaba estar a mi lado, yo no debía de hacer nada por intentar retenerlo. A lo mejor él tenía su parte de razón, en todo caso lo que había sentido al ver de nuevo a Miguel no era la reacción normal cuando una persona encuentra a otra que creía olvidada. O sí. Yo qué sé.

Después de llegar a tan sesuda conclusión me sentí mucho más aliviada, pero lejos que querer regresar a Madrid, quise continuar gozando de mi recién estrenada soledad.

Una noche en que la temperatura era especialmente buena y el sueño parecía no querer llamar a mi puerta, bajé a la terraza del hotel y me senté en una mesa, frente a la playa. Pedí un daikiry y me dispuse a degustarlo contemplando el mar, las estrellas, la luna llena y la quietud de aquella perfecta noche de verano.

-Hace una noche perfecta – escuché decir a alguien a mi lado –, es una pena que haya algo que atormente a una mujer tan bonita.


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