domingo, 22 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 34

 





Durante el resto de la semana actué como si Javier no existiera y la razón era muy simple: no deseaba relacionarme con gente trastornada y eso era lo que era él, un trastornado, afectado por el carácter histérico de una esposa a la que había estado atado demasiado tiempo sin quererlo. Pero ese era su problema, no el mío, y por supuesto no deseaba vincularme a ello por nada del mundo. Ya lo había hecho, según él, y puesto que me lo había reprochado, a aquellas alturas por mí como si se mataban, no iba a ser yo la que los pusiera a salvo, ni a uno ni a otro.

Al principio él estaba mohíno y cabizbajo, pero conforme iba pasando la semana el Javier de siempre iba ganando terreno, ante mi indiferencia y pasividad, por supuesto. No volví a dirigirme a él, ni a esperarle para el café de media mañana, que ya se había convertido en habitual, y mucho menos a preguntarle cómo se encontraba. Él tampoco dio paso alguno para terminar con aquella absurda situación, todo hay que decirlo.

El viernes, cuando terminaron las clases, me pasé por la librería de Juana, la única que había en el pueblo y me hice con unos cuantos libros de segunda mano. El fin de semana se presentaba tranquilo y casero. Violeta no estaba y el tiempo no iba acompañar a hacer vida al aire libre, pues hacía ya bastante frío y la climatología se presentaba lluviosa, así que tenía pensado aprovechar para leer, limpiar un poco la casa y ver alguna película.

Aquella misma noche comenzó mi fin de semana de relax. Encendí la tele con el volumen suave, me envolví en una manta y me senté en el sofá dispuesta a comenzar con mi sesión de lectura. Mas cuando apenas llevaba unos minutos con el libro entre las manos, sonó el timbre. No esperaba a nadie y eran casi las diez de la noche. Al principio pensé en no abrir, pero quién fuera insistía, así que al final no me quedó otra opción. Y no pude dejar de sorprenderme cuando vi que al otro lado de la puerta estaba Javier, mirándome con cara de tonto y con una botella de vino en una mano.

-¿Qué quieres? - le pregunté.

-Hablar contigo y tomar una copita de vino. Si te apetece, claro....

-Tomar la copita de vino sí que me apetece, hablar contigo, la verdad es que no mucho. Creo que ya soporté bastantes improperios inmerecidos. Así que poniendo en la balanza las ganas que tengo del vino y las que no tengo de hablar contigo... ganan las segundas. Adiós.

Javier tenía buenos reflejos y con su pie impidió que yo cerrara la puerta.

-Eh venga, dame una oportunidad. Sé que fui un imbécil. Sólo quiero pedirte disculpas.

Abrí la puerta y le dejé pasar.

-Todos los tíos sois iguales – dije – soltáis por esa boca lo primero que se os viene a la mente y después todo lo arregláis pidiendo perdón. Pero lo dicho dicho queda. Y conmigo te has pasado tres pueblos. Anda, entra. Cogeré unas copas.

Mientras yo cogía las copas Javier me observaba desde su posición en el sofá, en el que unos minutos antes estaba yo asentada, dispuesta a comenzar mi fin de semana de lectura. No pronunció palabra, así que cuando el vino estuvo servido me senté a su lado y lo conminé a hablar.

-¿Y bien?

Suspiró antes de mirarme fijamente a los ojos.

-Lo siento – me dijo mientras se separaba de delante de su frente un ricillo impertinente.

-Eso ya lo has dicho antes. Pero no me es suficiente. Quiero saber los motivos de tu actitud. Quiero que te humilles un poco, aunque sólo sea un poco.

Sonreí. Se me había pasado el enfado. En realidad era un poco difícil sentirse enojada con Javier, cuando se comportaba con normalidad, claro.

-Lola es una histérica. No es el primer follón que me arma. Y... no sé, me sorprendió que manejaras la situación tan bien.

-¿Y por eso te enfadaste? ¿Porque te libré de una loca? Porque déjame decirte que tu mujer es una chiflada y una maleducada

-Creo que... que me dio vergüenza... si en realidad tú no... no te metiste en nada que no fuera de tu incumbencia.

-Por supuesto que no, Dios me libre. Ya bastante tengo con lo mío, no necesito hacer de mi propiedad los problemas de los demás. Simplemente pensé que debía mantener el orden en el colegio y de paso librarte de una situación incómoda, nada más. Y tú te lo tomaste a la tremenda no sé por qué. Pero bueno, lo pasado pasado está. Espero que no vuelvas a comportarte así, de lo contrario no volveré a tomar ni un café contigo. Por cierto, está bueno el vino ¿te apetece acompañarlo con algo de comer? Yo aún no he cenado.

-Sólo si me dejas cocinar a mí.

-Toda tuya la cocina, adelante.

Arañamos la nevera y nos preparamos una cena simple. Mientras la degustábamos hablamos de su divorcio.

-Es cierto que interpuse la demanda sin consultarle nada. Pero ya habíamos decidido separarnos, y como siempre que salía el tema a relucir acabábamos discutiendo, decidí actuar y desaparecer. Necesito tranquilidad. Y no pensé que me fuera a encontrar tan pronto.

-Bueno, se le pasará, supongo. Cuando una relación termina cuesta un poco arrancar de nuevo, pero siempre se sale adelante.

-¿A ti te ha pasado? ¿Te ha costado salir adelante?

-Yo no he estado casada nunca... bueno he vivido en pareja, y sí he querido mucho a alguien y no ha salido bien. Bueno... parte de la historia ya la sabes, te la conté en Santander ¿Te acuerdas?

-Me acuerdo. Me acordé de ti durante mucho tiempo, me pregunté una y otra vez qué habría sido de nosotros si aquella noche hubieras entrado en mi dormitorio.

-Pues supongo que hubiéramos pasado una noche divertida y poco más. Un momento de sexo no cambia demasiado las cosas. Y encima te hubieras echado a las espaldas el peso de una infidelidad.

En ese momento se oyó el estruendo de un trueno y se fue la luz. Fuera la lluvia arreció con fuerza.

-Vaya, menuda tormenta – dije.

-Sí, va a ser mejor que me vaya antes de que las calles se inunden, a este paso...

Miré el reloj. Eran más de las tres de la mañana. Charlando con Javier no me había dado cuenta del paso del tiempo.

-Llueve mucho y es muy tarde. Puedes quedarte a dormir si quieres. Me quedaría más tranquila.

Javier no decía nada.

-En casa no te espera nadie – insistí.

-¿No será mucha molestia?

-Si fuera no te lo hubiera dicho.

Javier se quedó a dormir. Lo acomodé en el que fuera mi cuarto cuando era pequeña, que estaba como si no hubiera pasado el tiempo. Cuando me acosté pensé que después de la semana de incomunicación que habíamos pasado, el reencuentro había sido muy agradable. Me sentía bien cuando estaba con Javier, realmente bien.

A la mañana siguiente me despertaron ruidos que venían de la cocina. Me levanté y al subir la persiana pude comprobar que el tiempo no había mejorado y continuaba lloviendo, aunque con menos intensidad. Me enfundé en mi mullida bata roja y fui a la cocina. Allí estaba Javier con un magnífico desayuno preparado: zumo de naranja, café, tostadas con mermelada de grosella y croasanes recién hechos.

-Pero ¿de dónde has sacado todo esto? - pregunté asombrada – yo no tenía nada de esto en casa. Bueno... el café y la mermelada.

-Mientras dormías bajé a la tienda. Me dije: una chica tan hospitalaria se merece una sorpresa agradable.

Sonreía, Javier sonreía mostrando aquella hilera de dientes blanquísimos y perfectos, sonreía con aquellos ojos que emanaban sinceridad, enmarcados por un par de rizos de su cabello rebelde que se empeñaban en colgar delante de su frente. Yo le devolvía la sonrisa, me acerqué a él y le abracé. El correspondió a mi abrazó con el suyo. Y yo me deleité por unos segundos en la calidez de aquel cuerpo que me arropaba. Luego le acaricié la cara y le aparté el pelo.

-Gracias – le dije – me haces sentir... tan bien.

Nuestros ojos quedaron enganchados. Las miradas que se cruzaban presagiaban la unión de unos labios que pedían a gritos el contacto del otro.

-¿Desayunamos? - pregunté, rompiendo la magia – si no, se enfriará todo.

-Claro – respondió – no dejemos que se enfríe.

Mientras dábamos cuenta de los suculentos manjares, sentí que no deseaba que se fuera, que me apetecía pasar aquel fin de semana que se había presentado solitario, en su compañía. Y así se lo hice saber.

-Javier, no quiero que te vayas. Me gustaría que te quedaras este fin de semana conmigo, aquí, en mi casa.

Me miró sorprendido, aunque supe que no le desagradaba la idea.

-Pero... no tengo ropa. No sé si....

-Qué más da. Te bajas a la tienda y te compras ropa interior. Para estar en casa tampoco te hacen falta grandes lujos y yo por ahí debo de tener algún chandal viejo.

No tuve que insistir más. Decidió quedarse y yo me sentí muy feliz, por primera vez, desde el desplante de Miguel.

*

Aquella noche volvió la tormenta, si cabe con más intensidad que la noche anterior. Aprovechamos la circunstancia para preparar una cena a la luz de las velas, aunque no se había ido la luz.

-Será una cena romántica – dijo Javier – hace tiempo que no vivo una ¿y tú?

-Buf, creo que lo que más se pareció a mi última cena romántica fue la noche que me llevaste a cenar en Santander y ya ves, tampoco tuvo mucho de romántica.

-Bueno, pues hoy lo será.

Javier la preparó. Compró marisco, compró velas, compró tarta de naranja y chocolate y puso música suave. Era el escenario perfecto para revivir el amor que se había muerto dentro de cada uno de nosotros.

Cuando terminamos de comer me invitó a bailar. Del aparato de música salían las notas de Morris Albert cantando Feelings. Era mi canción preferida, siempre lo había sido, y nunca la había escuchado en los brazos de alguien que me hiciera espigar la piel con su contacto. Hasta aquella noche. Estrechamente unidos, con nuestras mejillas una contra la otra, oyendo nuestras respiraciones... me parecía estar viviendo un sueño y por un segundo pensé que si la eternidad existía tenía que ser algo parecido a aquel momento.

Quería que me besara, necesitaba sentir sobre mis labios los labios de aquel hombre que apenas en poco más de un día me estaba ilusionando, consiguiendo que Miguel, aquel que había ocupado mi corazón y mi mente durante muchos años, fuera pasando a un segundo plano con descarada impunidad.

De pronto sentí el leve contacto de su boca en mi cuello, en un beso suave, leve, tímido, preludio de momentos cargados de emociones nuevas. Me arrimé más a su cuerpo y apoyé mi cabeza en su hombro. Sentí su mano enredándose en mis cabellos, sus dedos gráciles que acariciaban mi cabeza, y de nuevo la liviandad de un beso.

Se deshizo un poco del abrazo y apoyó su frente en la mía. Luego buscó mis labios con los suyos y yo le dejé encontrarlos. Jugueteamos un poco con nuestras bocas, haciendo que el deseo que nacía se hiciera cada vez más grande, hasta que me besó con fuerza, con delirio, con ganas.

-¿Sabes qué me gustaría en este momento? - me preguntó cuando nuestras bocas se separaron.

-No – le respondí con voz temblorosa, acelerado mi corazón por la emoción que me desbordaba- dímelo tú.

-Retroceder en el tiempo, volver a aquella noche en aquel hotel en Santander y que tu accedieras a cruzar la puerta de mi dormitorio.

-Eso tiene fácil solución.

Le tomé de la mano y lo llevé hacia mi cuarto. La noche se llenó del sonido de la pasión. Fuera no había dejado de llover.


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