domingo, 8 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 26

 




Saber la verdad no me hizo más feliz, ni me proporcionó calma ni sosiego. Saber la verdad me produjo una profunda sensación de vacío, como si todos aquellos años hubiese estado viviendo una vida que no me pertenecía, como si me hubieran arrebatado sin motivo una parte de mí misma sin la cual nada funcionaría como era debido.

No hice nada, fundamentalmente porque no me quedaban fuerzas para hacer nada, simplemente me limité a esperar la muerte de mi madre y a cuidarla lo mejor que podía. Curiosamente desde la tarde de aquella conversación mamá no volvió a coordinar sus ideas y pensamientos y se limitó a soltar de vez en cuando frases sin mucho sentido. Llegó un momento en que ya no le apeteció salir de la cama y yo me pasaba las tardes al pie de la misma, mirándola, ayudándola cuando lo necesitaba y reprochándole en mi interior todo lo que no me había permitido vivir.

Un día, no sé muy bien cómo ni por qué, comencé a beber. Compré en el supermercado una botella de vino y la fui bebiendo a lo largo de la tarde mientras estaba pendiente de las necesidades de mi madre. Al llegar la noche me sentía agradablemente bien, con la dulce sensación de que podía con todo y de que, además, todo me daba lo mismo. Incluso Miguel. Así que al día siguiente me compré otra botella, cosa que llegó a hacerse frecuente durante los casi tres meses que mi madre continuó con vida.

Falleció una tarde gris, mientras dormía. Ciertamente tuvo una muerte dulce. Cuando me di cuenta de que ya no respiraba ya me había ventilado casi toda mi dosis de alcohol. Me senté en la cama, a su lado, sintiendo, una vez más, que todo me importaba bien poco y en lugar de ponerme a llorar, me eché a reír como una chiflada y continué bebiendo. Poco después llamé a Enriqueta, que inevitablemente notó mi estado, aunque no se lo atribuyó al alcohol. Creyó que era efecto de algún tipo de pastilla.

Como yo no estaba en condiciones ella y Ángel se ocuparon de organizar el entierro y realizar los demás trámites necesarios en estos casos. Durante dos días no pude probar el alcohol y lo eché peligrosamente de menos. Cuando finalmente mi madre reposó bajo tierra me faltó tiempo para hacerme con una nueva botella y sentir el placer que me daba el alcohol corriendo por mis venas. Reanudé mi vida normal, aunque velada por los efectos de la bebida. Por las mañanas acudía al colegio e impartía mis clases con relativa normalidad, por las tardes me recluía en casa y me dedicaba a ver la vida pasar al lado de la botella. Me sentía sola, me sentía vacía y sobre todo, por primera vez era consciente de que mis sueños se habían escapado por culpa de la estupidez de quienes se tomaron la libertad de decidir mi vida. Mi amor por Miguel, que durante muchos años había estado en un duermevela sin sentido, rebrotó con fuerza, como si saber la verdad hubiera sido el abono perfecto para su resurgir, y su ausencia me pesaba como una losa que me oprimía el pecho por momentos. Y era precisamente por eso, que encontraba en el vino o el licor el refugio perfecto para olvidarme de mis desdichas.

Durante un tiempo pude disimular mi estado, aunque a Enriqueta no le pasó desapercibido el hecho de que estaba adelgazando y de que mis ojos lucían unas permanentes ojeras. Al principio lo achacó al disgusto por la muerte de mi madre, pero cuando vio que el tiempo pasaba y yo seguía en las mismas comenzó a mostrar su preocupación.

-Deberías ir al médico – me repetía una y otra vez – has adelgazado mucho y se te nota cansada ¿Te encuentras bien?

Yo le contestaba que no se preocupara, que me encontraba perfectamente, que era sólo el cansancio acumulado a lo largo de aquellos meses. Ella quedaba medio convencida y durante unas semanas dejaba de darme la lata, hasta que volvía con la misma historia.

Una tarde lluviosa de domingo recibí la visita inesperada de Ángel. Desde nuestra ruptura nos veíamos sólo de vez en cuando, a veces me invitaba al cine o a cenar, aunque yo creo que lo hacía porque le daba un poco de pena verme sola, así que aquel domingo aburrido y gris se presentó en mi casa con una botella de vino, para más inri, dispuesto a pedir unas pizzas y compartir una cena informal conmigo. Yo ya había ingerido suficiente alcohol, en este caso media botella de vermouth, y yo misma notaba el habla pastosa, aunque intenté disimular lo que pude.

-Hola preciosa – dijo en cuanto le abrí la puerta – En esta tarde horrorosa te propongo una cena a base de comida basura y un poco de vino blanco de ese que a ti tanto te gusta.

-No sé si será buena idea – le dije intentando disuadirle – no me encuentro muy bien.

Me dirigí al salón y me tiré en el sofá. Ángel vino detrás y se sentó a mi lado.

-¿Qué te pasa? - me preguntó con cara de preocupación, acercándose mucho a mí.

-Nada grave – respondí – un simple resfriado.

-¿Un resfriado? Irene, tú has bebido.

Estábamos demasiado cerca e inevitablemente olió mi aliento a alcohol.

-Bueno.... lo dices como si fuera una borracha. Sólo me he tomado una copa.

No respondió, pero puede vislumbrar su mirada cargada de desconfianza.

-Anda, pide esas pizzas, que parece que ahora me apetece comer algo.

Pidió las pizzas y disfrutamos de la cena juntos, pero desde aquel día comenzó a observarme de cerca. Aparecía en casa con relativa frecuencia y a horas intempestivas, y parecía vigilar con suma cautela cada uno de mis movimientos y de mis palabras. Unas veces me encontraba sobria, otras, las más, estaba ya medio borracha después de haber bebido durante casi todo el día y a pesar de que intentaba disimular, en el fondo sabía, estaba segura, de que Ángel se daba perfecta cuenta de mi estado.

Un día la que apareció en casa fue Enriqueta. Hacía semanas que no la veía y acudió ella a visitarme.

-Hace lo menos tres semanas que no apareces por casa, así que me dije que si tú no venías tendría que hacerlo yo.

Afortunadamente aquella tarde no me encontraba del todo mal, así que confié en que no se diera cuenta de mi problema, aquél que yo tampoco me daba cuenta de tener.

-Estoy muy ocupada – le mentí-, se acerca el fin de curso y ya sabes, entre los exámenes y las evaluaciones no me queda tiempo para mucho más.

-Ya – respondió mi amiga.

Creí distinguir un cierto tono de reproche en su respuesta, pero lo pasé por alto figurándome que habían sido imaginaciones mías.

-¿Quieres un café? - le pregunté.

-Bueno... si tú también lo tomas... Aunque a lo mejor a ti te apetece más una copa de licor, o un vino.

Me puse tensa y fingí no entender.

-No te entiendo, ¿a qué viene eso?

-¿A qué viene eso? Irene, Ángel me ha contado que desde hace una temporada bebes de más, y que en muchas de las ocasiones en que viene a verte te encuentra... medio borracha.

-Eso no es verdad. Es cierto que alguna vez me tomo una copa, pero de ahí a estar medio borracha... No son más que imaginaciones de Ángel.

-Irene, hija, ¿qué ocurre? No intentes engañarme. Sé que Ángel me dice la verdad, nunca lo he visto tan preocupado. De hecho él mismo me ha pedido que venga a verte y hable contigo. Desde que murió tu madre has desmejorado mucho. Estoy segura de que te ocurre algo y me gustaría ayudarte.

-Oh vamos, Enriqueta, no seas peliculera. No me pasa nada, de veras. Ciertamente han sido muchas emociones juntas estos últimos meses y a veces.... es difícil volver a la rutina de siempre. Es sólo eso, de verdad.

Me miró con aquellos ojos que parecían arañar dentro de mí y desenterrar todo lo que yo deseaba ocultar.

-No te creo. Y además no entiendo por qué no me quieres contar eso que te pasa. Nos conocemos hace muchos años y creo que siempre me he comportado como una madre para ti.

Me levanté y me dirigí a la cocina intentando quitar importancia a todo.

-Voy hacer ese café – le dije – y olvídate de todas esas majaderías. No me pasa nada, nada de nada, así que estate tranquila.

Pero no pude ocultar mi problema eternamente. En realidad no quise hacerlo. Un día comprendí que mi afición al alcohol se estaba convirtiendo en un problema serio. Me desperté una mañana y noté como mi cuerpo temblaba, agitado por una sensación extraña que sólo remitió cuando metí entre pecho y espalda la primera dosis de vino. Las clases recién habían terminado y se presentaba ante mí un verano demasiado ocioso. Las horas libres, sin ocupaciones, me empujarían irremediablemente a pasarme los días en una borrachera interminable. Tenía que poner fin a aquella espiral en que me había introducido sin querer, o tal vez queriendo, no estaba muy segura. No era feliz, mi alma se sentía desamparada y triste y supongo que las circunstancias me empujaron a ahogar mis penas en el alcohol.

Una mañana me presenté en casa de Enriqueta y le abrí mi conciencia. Le conté todo. Desde el secreto tan bien guardado por mi madre, hasta la sensación de vacío que me había provocado descubrirlo y también, como no, mi afición a la bebida.

-Pero.... ¿por qué no me has dicho nada hasta ahora? - me preguntó después de escuchar toda mi perorata.

-No lo sé...creo que… cuando mi madre me contó todo aquello me envolvió un sentimiento de fracaso, y una sensación como de haber sido engañada, de haberme dejado manipular y … me avergoncé. Sentía que la gente no me percibía como una persona débil a la que pudiera ocurrirle algo así. Y que no podía defraudarles mostrándoles mi lado más vulnerable.

-¿Qué gente, Irene? Si sólo Ángel y yo conocíamos tu historia.

-Pues eso... Angel y tú... Además... la enfermedad de mi madre me minó el ánimo. Una tarde compré una botella de vino y me la terminé. Luego vino otra y otra y otra más... Esta mañana cuando me levanté de la cama me tomé un trago de licor y mientras me lo tomaba me miraba al espejo y me decía que no podía seguir así. Quiero volver a vivir, comenzar de cero, borrar toda mi vida anterior y partir de un punto en el que lo pasado no tenga importancia.

-¿Y qué tienes pensado hacer?

-Por lo pronto voy a intentar dejar de beber. Creo que lo mejor es recluirme en algún lugar porque yo sola no voy a ser capaz. Es probable que me tomé un año de excedencia en el trabajo y que lo dedique a curarme de esta maldita adicción y a arreglar los temas pendientes por la muerte de mi madre, ya sabes, quiero vender la casa del pueblo y todo eso. Después retomaré el trabajo y no sé... tal vez me vaya de aquí, a otra ciudad, donde pueda llevar a cabo mi propósito de comenzar de cero.




No hay comentarios:

Publicar un comentario