lunes, 9 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 27

 




Ingresé en una casa de reposo unos días después por consejo de mi médico. Era un lugar tranquilo que invitaba al descanso. Se ocuparon de mi adicción, de la que, afortunadamente, me recuperé pronto, pues en palabras de los propios doctores que llevaron mi caso, no tenía el hábito demasiado arraigado. Aún así fueron unos meses duros. No podía recibir visitas ni realizar ninguna actividad salvo leer y ver la tele un rato. Al principio me pareció todo muy idílico, pero conforme fueron pasando los días comencé a aburrirme y la perspectiva de pasar unos meses allí encerrada no me pareció demasiado atractiva. Pero sabía que era necesario y allí permanecí hasta mediados de septiembre, cuando de nuevo empaqué mis maletas y regresé a Madrid.

Una vez en la capital lo primero que hice fue visitar a Enriqueta y Ángel. No les había comunicado mi regreso así que fue toda una sorpresa. Era domingo, me invitaron a comer y compartí con ellos una agradable sobremesa.

-Me alegro un montón de tu vuelta – decía Enriqueta – y sobre todo me alegro de verte tan bien, Pareces otra, en realidad pareces la misma de siempre, la de antes. Ahora tienes que retomar tu vida.

-Sí, eso es lo que tengo que hacer. Lo he pasado muy mal. De pronto todo el resentimiento que guardaba en el fondo de mí misma estalló y casi me echa a perder. Y los recuerdos... pero bueno, no es momento para ponerse melancólicos, al revés, hay que seguir adelante con alegría, con la mayor alegría posible, aunque a veces cueste.

-El curso está a punto de comenzar...

-Me voy a pedir una excedencia por un año. Lo necesito. Ahora me iré al pueblo, quiero liquidar todo lo que me queda allí y cuando me reincorpore supongo que pediré destino a otro lugar.

Enriqueta se puso triste y sus ojillos brillaron como si las lágrimas estuvieran a punto de hacer acto de presencia.

-¿Nos vas a dejar entonces? Jo, pues sí que te voy a echar de menos. Todavía me acuerdo la primera vez que te vi, tan chiquilla, apoyada en el quicio de la puerta, preguntando por una cama para dormir... ¡Ay, Irene! ¡Cuántos años han pasado de eso ya!

Pasé mi brazo sobre sus hombros e intenté consolarla.

-Muchos años, Enriqueta, y a lo mejor por eso necesito cambiar de aires, de vida... pero no te preocupes, yo nunca me voy a olvidar de vosotros. Habéis sido mi familia durante todo este tiempo. Además, no adelantemos acontecimientos. Me queda un año por delante para decidir qué hacer. Por lo pronto en unos días me iré al pueblo. Quiero arreglar todo allí.

Aquella misma noche, cuando estaba ya en mi casa, haciendo las maletas para marchar al pueblo, sonó el timbre. Era Ángel, con una botella bajo el brazo

-¿Molesto? - preguntó apoyado en el quicio de la puerta. Y mostrándome la botella añadió – No tiene alcohol.

-Por supuesto que no, entra. Estoy preparando la maleta. Mañana me voy al pueblo. ¿Has cenado? Podemos pedirnos una pizza para acompañar esa botella que has traído.

Así lo hicimos y mientras compartíamos la cena charlamos de nuestra vida pasada y futura.

-¿No le vas a buscar? - me preguntó.

Bebí un sorbo de mi copa antes de contestar.

-No – dije por fin – Aunque no estoy segura de estar tomando la decisión correcta, no le voy a buscar. Tengo miedo. Miedo a su reacción, a lo que pudiera encontrarme a su alrededor. A que tenga esposa, hijos... a que me rechace, incluso a que me acepte y ello conlleve una revolución en su vida o en la mía. Han pasado casi quince años. Ya no tiene sentido.

-Quince años.... Y tú sigues enamorada de él. Supongo que esa es una muestra de los amores para toda la vida.

-O de los amores platónicos, sin sentido. Porque dicen que el tiempo todo lo borra y sin embargo yo.....

-No digas eso. A veces pienso que a mí también me gustaría sentir lo mismo por alguien. Debe de ser tan...reconfortante.

-Cuando el amor es correspondido... es lo más hermoso del mundo, aunque tengas que luchar. Cuando yo era una niña y estaba con Miguel allá en el pueblo... todo me parecía tan bello... y las dificultades a las que teníamos que enfrentarnos las daba por buenas si todo era por estar juntos. Pero al final.... todo acabó por una tontería de mi madre. Lo que yo no entiendo es cómo Miguel se pudo creer la posibilidad de que fuésemos hermanos sin cuestionárselo.

-Bueno... la verdad es que es bastante probable que lo seáis ¿no te parece?

-Pues no – contesté con terquedad - Mi madre se acostó con su padre sólo una vez y muchas con el otro muchacho. Evidentemente tiene más papeletas el otro para ser mi padre. Y sí, es verdad que existe una posibilidad de que lo fuera Lisardo, pero eso hoy en día es fácil de dilucidar.

-Por aquel entonces no lo era tanto.

-Lo sé, pero Miguel es médico. Estoy segura de que podría tener acceso a esas pruebas que se hacen ahora si quisiera. Aunque por aquel entonces no sé si ya se podían hacer. En fin... para qué le vamos a dar más vueltas. Las cosas están como están y así deben seguir. Supongo que algún día encontraré de nuevo a alguien y seguro que ese alguien será el amor definitivo que me hará olvidar a Miguel de una vez por todas.

Ángel me miró con aquellos ojos profundos. Por un instante pensé que tal vez él y yo pudiéramos retomar lo nuestro. Puede que él pensara lo mismo porque se acercó a mí, tomó mi cara entre sus manos y me besó en los labios muy suavemente. Aquel roce mínimo despertó en mi sensaciones que no sentía desde hacía mucho y en un alarde de valentía o puede que insensatez me apreté más contra él y forcé un beso más profundo, recorriendo con mi lengua los recovecos más escondidos de su boca. Sentí sus labios temblando dentro de los míos y su respiración agitada. Me separé y le miré. Él abrió los ojos y me sonrió.

-No pares – susurró – me gustan tus besos.

-Si no paro, habrá algo más que besos.

Mis palabras le excitaron más y con un movimiento certero me despojó de mi ligero vestido azul y comenzó a pasear sus labios por mi cuello y mis hombros, mientras sus manos se deslizaban por mis torso desnudo y me hacían gemir. Sabía que aquello era deseo, puro deseo, pero no me importaba y me entregué a ello sin remordimiento alguno. Hacía tiempo que no sentía así, y mi cuerpo anhelaba las caricias que en aquellos momentos sólo Ángel podía regalarme. Nuestras respiraciones agitadas llenaban el aire de la habitación, que cada vez se hacía más denso y se dejaba entrelazar por los gemidos que salían de nuestras bocas aún sin quererlo.

Ángel me tomó en sus brazos y sin separar su boca de la mía me llevó a mi dormitorio y me tiró en la cama. Yo me quedé allí acostada, vestida sólo con mis braguitas, mirando cómo él se desnudaba y quedaba dispuesto para darme el placer que en aquellos instantes necesitaba. Mi respiración jadeante se convirtió en un gemido interminable y quise sentirlo dentro de mí. No se hizo esperar. Se echó a mi lado y me habló mientras me acariciaba.

-Te deseo, Irene, tanto que no puedo esperar más.

Introdujo su mano por dentro de mi ropa interior y tocó mi sexo húmedo. El simple roce de sus dedos me hizo estremecer. Luego la tarde se convirtió en un tiempo de placer casi olvidado.

*

Pasamos la noche juntos. Me gustó dormir entre sus brazos, sentir cómo me rodeaban y me protegían, aunque sabía que cuando la mañana llegase toda aquella ilusión se apagaría como estrella fugaz. Me levanté temprano, pues el tren salía a las nueve en punto, y me dispuse a tomar una ducha. Ángel dormía. Le besé en la frente antes de salir del cuarto, empujada por un irrefrenable sentimiento de ternura. Realmente era un buen chico, aunque tal vez no el que yo necesitaba.

Cuando salí de la ducha me lo encontré en la cocina, preparando café.

-Buenos días – le dije – No hacía falta que madrugaras tanto. A mí no me queda más remedio, el tren sale a las nueve.

Ángel me abrazó por la cintura y me besó levemente en los labios.

-Buenos días, preciosa. No me ha importado madrugar, al contrario, así te preparo el desayuno y te llevo a la estación. Me va a dar mucha pena que te vayas... sobre todo después de la tarde de ayer....

Me zafé de su abrazo.

-Ángel, sabes que lo de ayer...

-Lo sé, claro que lo sé. No me malinterpretes. Simplemente lo pasamos bien juntos y ya está. No pretendo más nada. Además, sabes perfectamente mi opinión, que deberías buscar a Miguel. Tú y yo no seríamos nunca felices, yo no me veo atado a nadie de por vida.

-¿Atado a alguien de por vida? Es cosa del pasado, ahora si una relación no funciona se rompe y ya está, pero comprendo perfectamente lo que quieres decir. Hablas de esa sensación de querer estar siempre al lado del otro, aunque las cosas terminen por no ser así, pero eso nunca lo sabremos. En fin me voy a tomar un café y nos vamos, que no quiero perder el tren.

Unas horas después llegaba a mi pueblo. Al bajar del tren, en la estación, sentí el azote del olor a sal, a naranjos, a mar. Me envolvió una reconfortante sensación de bienestar, como si regresara a mi casa, y por primera vez en mucho tiempo pensé en la posibilidad de quedarme allí por una larga temporada... o para siempre.





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