martes, 17 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 31

 




-No entendí nada, nunca entendí nada, aunque con el tiempo comprendí que tenía que haber alguna razón para toda la sinrazón. Mi madre parecía contenta de que te hubieras marchado, no le importaba nada mi infelicidad, y yo no me sentía a gusto aquí, por eso me fui a Madrid.

Le relaté mi vida en Madrid, mi extraña relación con Ángel, mis miedos, mis recuerdos...

-Aquel viaje a Barcelona lo hice con él, tenía que hacer unos cursos y yo le acompañé. Y un día te vi en la entrada del hotel. Supongo que debí comunicarme contigo pero tuve miedo, miedo a muchas cosas, incluso a que no me reconocieras, había pasado tanto tiempo que nada era igual. Por eso te dije que no era yo, por miedo. Después de aquello mi relación con Ángel se rompió, sin acritud y sin malos rollos, pero él opinaba que lo que yo tendría que hacer era buscarte, todavía lo opina hoy en día, y evidentemente no quería estar con una mujer enamorada de otro. En realidad es un chico al que le asustan los compromisos, pero bueno, qué más da cómo sea Ángel. El caso es que me enteré de la verdad cuando mi madre enfermó. Una tarde me lo contó todo, y después de contármelo no volvió a ser la misma, su cabeza dejó de regir y se murió al cabo de unas semanas.

-No me lo puedo creer – repuso Miguel – no puedo creer que no te haya dicho nada durante todos estos años.

-Pues no lo hizo. No te puedes imaginar la sensación que sentí cuando me enteré de todo, me sentí manipulada, obligada a vivir una vida que no era la mía y me tiré a la bebida. Por suerte me di cuenta muy pronto de mi adicción y conseguí superarla sin mayor problema. Y ahora que las aguas han vuelto a su cauce y mi vida ha recuperado el sosiego, he decidido volverme al pueblo y empezar de cero. El próximo curso espero retomar mi trabajo en algún colegio cercano. Y nada más, no hay nada más que contar, salvo que acabas de aparecer tú y.... has tambaleado un poco mis cimientos. Dime Miguel ¿tú crees de verdad que somos hermanos?

Se revolvió un poco en el asiento antes de contestar. Parecía como si le costara encontrar las palabras precisas para dar la respuesta adecuada.

-No lo sé, Irene. En realidad las posibilidades de quedar embarazada con una sola relación sexual son muy pocas, pero existen. Y es cierto que tu madre tenía relaciones con otro hombre. Pero si tenemos en cuenta que no lograba quedarse en estado hasta que ocurrió su encuentro con mi padre... la idea tampoco es tan descabellada.

-Y... ¿qué te parece si nos hacemos las pruebas de ADN? Será la mejor manera de salir de dudas.

Miguel se recostó en el sofá, acarició mi mejilla, luego tomó mi mano, la besó y la retuvo entre las suyas.

-A lo mejor ya no merece la pena.

Aquellas palabras me hirieron en lo más profundo de mi alma y sentí una desazón hasta el momento desconocida. La aparición repentina de Miguel había hecho que me ilusionara de nuevo, mas con aquella frase la esperanza de que aquel hermoso amor que parecía indestructible renaciera se murió definitivamente en sus labios.

-Verás, princesa, para mí también fue muy difícil separarme de ti. Y durante muchos años no quise saber nada de mujeres. Lo intenté, pero no era capaz de amar a nadie que no fueras tú, ni siquiera en el sentido más físico del amor. Me acosté alguna vez con alguna muchacha, pero cuando todo terminaba la sensación de vacío que me quedaba era absolutamente desgarradora. Cuando te vi en Barcelona fui capaz de darle un giro a mi vida. Estaba convencido de que eras tú, y tu negativa a identificarte siquiera me hizo ver que el tiempo había terminado con todo, que ya nada era igual y que tenía que retomar vi vida y no cerrarme al amor. Hace unos meses conocí a Gema. Es una chica estupenda. Trabaja en el servicio de lavandería del hospital. Está separada y tiene dos niños pequeños. Estamos.... conociéndonos y nos sentimos bien juntos.

Mi mirada debía destilar la desilusión que sentía. Por unos segundos quise rogarle que dejara a esa mujer, al minuto siguiente quise echarle de mi casa y preguntarle a qué rayos había venido. Y no hice ni una cosa ni la otra.

-Claro – dije por fin, sin sentir en absoluto la realidad de mis palabras – es lógico. Lo que pasa es que... bueno, a mí realmente me gustaría saber si soy tu hermana o no, independientemente de que tú tengas tu vida amorosa y yo tenga la mía.

-¿La tienes? ¿De verdad? - preguntó con un entusiasmo que no entendí.

-¡Oh, no! Claro que no, no tengo intención de... de nada. Estoy... bien así.

Se hizo el silencio. Yo me sentía tan defraudada que no sabía qué decir. Y a él se le había helado la sonrisa en la cara, imagino que sabedor de mi tristeza.

-Ha parado de llover – dijo de pronto mirando hacia la ventana – me apetecería dar un paseo por el camino de la ermita, ¿me acompañas?

No tenía demasiadas ganas, pero no quise negarme. Al fin y al cabo mis estúpidas ilusiones eran sólo eso, ilusiones sin fundamento alguno de las que debía deshacerme cuanto antes, y no huyendo, sino enfrentándome a la realidad, y Miguel era la realidad.

El trayecto hacia la ermita estuvo plagado de recuerdos, remembranzas de nuestro amor fallido que salían del corazón de Miguel con extraordinaria lucidez y que se clavaban en mi alma como puñales. Me lastimaban aquellas reminiscencias que en aquellos momentos, con otra mujer a su lado, no tenían ninguna razón de ser.

-¡Cómo me gustaba recorrer este camino para encontrarme contigo! Caminaba emocionado, nervioso, sabiendo que me estarías esperando y que por fin podría disfrutar de ti después de tenerte a mi lado en casa y no poder tocarte.

Miguel hablaba y yo callaba. Simplemente asentía con la cabeza de vez en cuando e intentaba sonreír, aunque sabía que mis labios se quedaban en una mueca insulsa.

-¿Te pasa algo, Irene? - me preguntó con gesto preocupado cuando llegamos a la ermita y nos sentamos en el muro que la rodeaba -Desde que salimos de casa apenas has pronunciado palabra.

-No me pasa nada... sólo que....la nostalgia supongo. A veces... a veces se me hace duro recordar.

No quise decirle que le amaba, que de pronto su presencia me había devuelto la ilusión del amor perdido, que saber que había otra mujer en su vida me había hecho ver que recuperar nuestro amor no era más que un espejismo.

Le miré y él clavó sus ojos en los míos. No quería llorar, pero las lágrimas brotaban de mis ojos en contra de mi voluntad y resbalaban por mis mejillas de manera obstinada. Miguel las limpió acariciando mi rostro, sin dejar de mirarme, ni yo a él. Nuestras caras se iban acercando despacio, casi sin querer, como si uno fuera el metal y otro el imán. Imaginé sus labios sobre los míos, imaginé volver a saborear la tibieza de sus besos, quise que ocurriera, hasta que la imagen de esa mujer para mi desconocida pero auténtica, se cruzó en mi esperanza.

-Parece que va a llover de nuevo – dije – es mejor que regresemos al pueblo.

Nos levantamos en silencio y en silencio hicimos el camino de regreso. A aquellas alturas yo sabía que Miguel tenía que haberse dado cuenta de mis sentimientos, pero qué importaba ya. De pronto deseé que se marchara, en realidad deseé que no hubiera venido, pero como eso no tenía vuelta de hoja quise que se fuera ya de una vez y me dejara seguir con mi vida.

Se despidió en el portal de mi casa.

-Mañana tengo que ir a Valencia. Voy a visitar a un antiguo profesor de la facultad y almorzaré con él. Regresaré por la tarde ¿Qué te parece si te invito a cenar?

“Mal, me parece mal, no quiero cenar contigo, vete a cenar con Gema y con sus dos encantadores niños en plan familia feliz y a mí déjame en paz” No, no pronuncié esas palabras; las pensé, rondaron por mi cabeza y casi por mi garganta, pero no me atreví.

-Claro – dije, por contra – pásame a buscar cuando quieras.

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