sábado, 7 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 25

 




Desde el momento en que mi madre pisó mi casa intenté establecer una rutina para que su estancia fuera lo más agradable posible y mi nueva ocupación de cuidarla lo más llevadera. Por las mañanas contraté a una mujer para que se ocupara de ella y por las tardes era yo la que estaba a pie quieto a su lado. Renuncié a mi vida, a la escasa vida social que tenía, que desapareció por completo. En el fondo sentía que se lo debía, puede que su enfermedad fuera una manera de resarcirnos de todos aquellos años de distanciamiento.

Con el tratamiento y sus controles médicos mamá estaba más o menos bien, no tenía dolores y había días en que se mostraba más animada que otros, aunque poco a poco el cansancio iba haciendo mella en ella. Por las tardes, si el tiempo nos lo permitía, salíamos a dar un paseo o a visitar a Enriqueta, con la que mamá congenió muy bien desde el principio. Otras veces nos quedábamos en casa y cada una se dedicaba a sus cosas. Yo preparaba mis clases o leía algún libro, mamá por lo general se entretenía mirando la televisión o echando una siesta, cosa que cada vez hacía con más frecuencia.

A veces se le daba por hablar, por recordar los buenos tiempos en el pueblo, cuando todo funcionaba como era debido, en sus propias palabras. Pero casi nunca nombraba a Miguel y yo no le insistía en ello. Enriqueta me decía que debía preguntarle, que tenía que aprovechar el tiempo, porque lo más probable era que mi madre acabara por no poder contarme nada ni aunque quisiera, pero yo no me atrevía. Me conocía a mí misma lo suficiente como para saber que tal vez no pudiera mantener la calma y lo que tenía muy claro, dada la situación, era que no debía perjudicar a mi madre lo más mínimo y mi enfado, sin lugar a dudas, acabaría por alterarla.

Sin embargo los hados se pusieron de mi parte y la demencia que se fue apoderando de la mente de mi madre hizo el resto. El día en que me preguntó por Miguel supe que se le estaba yendo la cabeza y pensé que tal vez esa era la oportunidad para enterarme de los verdaderos motivos que le llevaron a separarse de mí.

Desde hacía unos días mamá estaba muy cansada y a veces soltaba frases sin mucho sentido. Hacía apenas una semana que habíamos estado en el médico y éste me confirmó el deterioro paulatino de su cerebro.

-No durará mucho más de dos o tres meses, de hecho ha durado más de lo que pensábamos al principio y previsiblemente tendrá una muerte dulce.

Aquella tarde yo preparaba las clases del día siguiente mientras ella miraba la televisión, cuando de pronto me preguntó por Miguel.

-¿Cuándo va a venir tu hermano?

Pegué un bote en mi asiento. Sospechaba que se refería a Miguel, pero no le seguí el juego.

-Mamá, yo no tengo ningún hermano.

Me miró como quien mira a una persona estúpida.

-Claro que tienes un hermano, Miguel ¿Cuándo va a venir?

No le rebatí el hecho de que Miguel no fuera mi hermano. Estaba visto que ni siquiera la enfermedad le hacía ver la realidad.

-No sé nada de Miguel, mamá, no sé dónde está. ¿Tú lo sabes?

-Claro, trabajando en el hospital. Antes solía llamarme todas las semanas y venía a verme todas las navidades. Pero hace tiempo que no sé nada de él.

Escucharle decir aquellas cosas me puso un poco nerviosa. Me senté a su lado en el sofá y me decidí a intentar sonsacarle la verdad.

-Mamá, mírame.

Posó sobre mí sus ojos desvaídos y me sonrió con aquella mueca extraña que últimamente lucía por sonrisa.

-Mamá, sabes que Miguel no es mi hermano. Sabes que hace muchos años nos enamoramos y que después se fue y nunca más supe de él. Sospecho que hay algo oscuro detrás de todo eso. A lo mejor me lo quieres contar.

Mi madre suspiró y ladeó la cabeza antes de comenzar a hablar con una lucidez sorprendente.

-Tienes razón, hija. Tienes que saber la verdad. Sé que fue un error no habértelo dicho desde el principio. Yo pensaba que eras demasiado niña para entenderlo y que saberla te haría mucho daño, pero con el tiempo me di cuenta de que el daño te lo había hecho de todas maneras. Después ya no te dije nada porque... para qué. Sin embargo ahora me doy cuenta de que no es justo llevarme este secreto a la tumba.

-¿De qué secreto me hablas mamá? - pregunté con el corazón latiéndome a cien por hora.

-Me asustó veros tan enamorados, tuve miedo de que la posibilidad que había no fuera tan remota como en un principio pensé. Irene... es muy probable que Miguel y tú seáis hermanos, hermanos de verdad.

Jamás había pensado que su insistencia tuviera una base de razón, y aun en aquel preciso instante, después de haberlo escuchado de su boca, no me parecía posible y pensé que estaba desvariando. Mas como si me hubiera leído el pensamiento continuó hablando.

-No, Irene, no pienses que estoy diciendo tonterías. Conozco a la perfección el alcance de mi dolencia. Sé muy bien que el cáncer afecta a mi cerebro y que a veces no hablo con coherencia, pero en este momento sé perfectamente lo que digo. Verás hija, cuando decidí tenerte yo no tenía novio formal. Había un chico que bebía los vientos por mí. Se llamaba Antonio y era sevillano. Tenía una gracia... Trabajaba en la carnicería en la que yo compraba y siempre que paraba allí a comprar me tiraba los tejos. Era guapo el muchacho, y parecía muy despierto, pero yo no quería líos. Hasta que en él vi la oportunidad de encontrar un padre para ese hijo que yo quería tener. Comenzamos a salir con bastante frecuencia, aunque yo le insistía en que éramos sólo amigos y so pena de convertirme a sus ojos en una fresca, no le puse ningún reparo cuando intentó acostarse conmigo. Así estuvimos durante más o menos un año, pero yo no me daba quedado en estado y me estaba cansando de él, que aunque físicamente me gustaba y me parecía simpático y agradable, no era el hombre que yo quería a mi lado, ni siquiera sé si quería algún hombre conmigo.

Una noche ocurrió lo que jamás debió haber ocurrido. Y fue con Lisardo. Aquel fin de semana Antonio había viajado a Sevilla y mi prima y su esposo me invitaron a cenar por ahí. Por aquel entonces yo vivía un poco alejada del centro del pueblo, así que de vuelta a casa Lisardo me acompañó, mientras que su mujer se quedó en su casa porque estaba cansada. Supongo que estábamos un poco bebidos y que nos dejamos llevar por un deseo absurdo. Es la única explicación medio lógica a aquel encuentro sin sentido. Yo nunca había mirado a Lisardo como un hombre, era el marido de mi prima y eso era obstáculo suficiente, aunque confieso que siempre me pareció muy guapo. Aquella noche al llegar a la puerta de mi casa me besó y lo demás vino de corrido. Unos días después hablamos y decidimos que aquello había sido una estupidez y que no debería volver a repetirse. Así fue, no se repitió hasta muchos años después, cuando nos casamos, pero la cuestión es que aquel único encuentro dio su fruto. Unas semanas después me enteré de que estaba embarazada.

Mamá hizo una parada en su relato. Se le veía agotada. Bebió un poco de agua y me miró con sus ojos tristes.

-Lo siento, hija, lo siento muchísimo. Siento que te hayas tenido que enamorar de tu hermano.

-Pero mamá, ¿por qué estás tan segura de eso? ¿Acaso no continuaste tu relación con Antonio?

-Antonio regresó de Sevilla y sí, continuamos saliendo y tuvimos relaciones alguna que otra vez más, aunque desgraciadamente un estúpido accidente se lo llevó a la tumba unos días antes de que supiera que estaba embarazada. De todas formas si estuvimos acostándonos durante más de un año y no me quedé en estado y cuando lo hice con Lisardo sí... creo que todo está bastante claro.

-No, mamá, no está nada claro, no son más que sospechas.

-Tienes razón son sospechas, pero sospechas con mucho fundamento. Y comprenderás que ante la incertidumbre no podía dejar que lo tuyo con Miguel siguiera adelante. Así que cuando vi que lo vuestro iba en serio no me quedó más remedio que contárselo todo, delante de su padre, con el que jamás había hablado del tema, pero que se mostró de acuerdo conmigo en que había que terminar con lo vuestro. Cuando se lo contamos Miguel se puso como un loco, nos insultó, nos culpó de haberlo engañado, y negó la evidencia una y otra vez. Y finalmente decidió poner tierra de por medio. Dijo que te amaba demasiado como para vivir contigo como si fueras su hermana y que si no podía tenerte lo mejor era no volver a verte más. Consiguió trabajo en Sevilla y para allí se fue.

-Pero a mí me dijo que se iba a Boston. Todos me dijisteis que estaba allí

-Queríamos estar seguros de que no le buscarías.

Me recosté en el asiento y traté de asimilar todo aquel sinsentido. No podía creer que mi vida se hubiera ido al garete por culpa de una estúpida sospecha. Ni por supuesto que no se me hubiera informado de la situación.

-¿Por qué no me lo dijiste todo, mamá? - pregunté intentando disimular el enfado de mi voz.

-Eras muy terca, siempre lo fuiste, y te empeñarías en negar la evidencia. Como seguramente la estás negando ahora mismo.

-Sí, la estoy negando porque no hay ninguna evidencia. Pero da igual mamá, ahora ya sé la verdad, ya sé por qué me destrozaste la vida y me hiciste una infeliz. No te preocupes, no te lo tendré en cuenta. Al fin y al cabo eres mi madre y ya te ignoré durante mucho tiempo.

-Lo siento, hija. Lo siento pequeña.

La abracé y dejé reposar su cabeza sobre mi pecho hasta que se quedó dormida.







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