martes, 24 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 35

 



Aquel fin de semana fue el comienzo de nuestro corto noviazgo, una relación que estuvo marcada por sus luces y por sus sombras, pero durante la cual intenté con todas mis fuerzas no darle importancia a los problemas y ser feliz.

Sexualmente hablando Javier era perfecto. Lo daba todo y parecía saber en todo momento lo que yo necesitaba o lo que más me gustaba. Además era absolutamente imprevisible, algo que siempre me había resultado extremadamente atrayente. A veces llegaba a casa, entraba despacio y me sorprendía, dónde fuera y cómo fuera, podía ser en el sofá leyendo un libro o en la cocina cocinando, y allí me hacía el amor en plan salvaje, sabiendo que cada caricia suya, cada roce de su piel por nimio que fuera, excitaba enormemente mis sentidos.

Otras veces se inventaba juegos, me ataba las manos a la cabecera de la cama y me vendaba los ojos, para que yo no pudiera hacer nada ni supiera en qué lugar de mi cuerpo iba a depositar la siguiente caricia. Me volvía loca y él lo sabía, y le gustaba. Era la mejor manera de disfrutar juntos.

Sin embargo, no soy de las que piensan que el sexo es lo más importante en la vida de una pareja. Puede que sea lo más atrayente al principio, pero según va pasando el tiempo toman importancia otros aspectos que van a perdurar durante mucho más tiempo que unos juegos sexuales que a la larga habrá que reinventar o terminarán cansando. Sentir el apoyo del otro, saber que está ahí siempre de forma incondicional es lo más importante y yo, por una cosa o por la otra, nunca lo llegué a sentir del todo al lado de Javier.

No sé en qué momento de la relación Lola comenzó a estar demasiado presente, y digo demasiado porque al estar en pleno proceso de separación esa presencia era inevitable. Desde siempre la muchacha mostró su cara más mezquina e intentó poner, por todos los medios, todas las trabas posibles para que así el trámite de separación fuera lento, cansino y sumamente desagradable. Javier, contrariamente, deseaba que todo terminara cuando antes y cedía todo lo que podía a las estúpidas exigencias de Lola, además de llevar a cabo pequeños “sacrificios” en aras al buen fin de todo el proceso. Uno de esos sacrificios era evitar vivir juntos hasta que las aguas se calmaran, más que nada para que la mujer no se pusiera celosa. Yo no lo entendía bien, pero claudicaba, y así nos limitábamos a pasar juntos los fines de semana, en su casa o en la mía, mientras que entre semana nos veíamos en el trabajo y poco más.

Un fin de semana Javier tuvo que ausentarse del pueblo. A una de sus hermanas la habían operado de urgencia de una apendicitis y quería visitarla.

-¿Quieres venir conmigo? - me propuso – así conocerás a mi familia.

Rehusé su invitación, pues no me parecía el momento oportuno para conocer a nadie, no sólo por la enfermedad de su hermana, que aunque no era grave exigía que sus familiares estuvieran pendientes de ella, sino porque su separación era demasiado reciente y estaba siendo muy conflictiva.

-Cuando todo se haya arreglado. - le dije. Y convencido de que era lo mejor se marchó con los suyos.

El domingo regresó muy contento. Su hermana se estaba recuperando satisfactoriamente y había pasado unos días con sus padres. Nada extraño parecía haber ocurrido, hasta que el martes recibí una inquietante llamada telefónica. Preguntaban por él, cosa rara, pues estaban llamando a mi casa.

-¿Por qué Javier pregunta? - insistí yo -aquí no vive ningún Javier.

-Claro que sí, Javier Soller, profesor, tú debes de ser su nueva novia, él me dijo que vivía contigo y me dio este número de teléfono. Soy Lola, su mujer. Y tengo que hablar con él, ¿podrías pasármelo?

-Te repito que Javier no vive aquí, él tiene su propia casa y tú lo sabes perfectamente porque más de una vez le has llamado allí. No sé a qué viene todo esto.

-Pues deberías preguntárselo a él. Ya te he dicho que fue él quién me dio este número, precisamente este último fin de semana, el sábado, cuando estuvimos comiendo juntos para hablar de nuestras cosas.

-Pues lo siento mucho pero aquí no está ni se le espera, así que si quieres hablar con él lo llamas a su casa.

-Tranquila, muchacha, no hace falta que montes una escena de novia celosa y menos por teléfono. Nos estamos separando y es lógico que tengamos cosas que hablar y este fin de semana pasado...

-Este fin de semana pasado Javier fue a ver a su hermana recién operada.

Se escuchó un silencio al otro lado de la línea.

-¿Eso te dijo?

Sí, eso me había dicho y yo le creí, le había creído hasta ese preciso instante, pero aquella conversación me estaba haciendo dudar, estaba sembrando la desconfianza, el recelo que tal vez Javier no se mereciera. No tenía sentido continuar hablando con aquella mujer, así que corté.

-Lo siento mucho, no tengo tiempo para continuar con esta conversación absurda. Buenas tardes.

Cuando colgué el teléfono el corazón me latía a cien por hora y me sentía confusa. Quería creer que aquella llamada no había sido más que una treta inventada por Lola para complicarle más la vida a Javier, pero no podía dejar de pensar en él con desconfianza.

Me fui a la cama inquieta y di muchas vueltas antes de conseguir que me venciera el sueño. Cuando desperté por la mañana lo hice enojada, con la sensación de haber sido utilizada y engañada.

No vi a Javier hasta la hora del recreo, momento que siempre aprovechábamos para tomarnos el café de media mañana, salvo que a alguno le tocara de hacer guardia en el patio. No era el caso, pero aún así, saqué un café de la máquina y me aposté en la puerta del patio vigilando a mis pequeños, sin esperarle para salir a la cafetería de la esquina. Al poco rato le vi aparecer.

-Buenos días, preciosa – dijo dándome un leve beso en los labios – No sabía que te tocara guardia en el patio, ayer no me dijiste nada.

-No me toca – contesté bruscamente – pero no me apetece salir.

-¿Y eso? ¿Te encuentras mal?

Intentó abrazarme y yo me zafé de su abrazo.

-Eh, pero ¿qué te pasa?

-No es momento para hablar ahora de lo que me pasa. Simplemente reflexiona sobre lo que hiciste este fin de semana.

-Pero....

-Me voy, ya hablaremos. Tengo cosas que hacer en el aula.

Me fui y le dejé con la palabra en la boca. En el fondo sabía que estaba siendo muy injusta, sin darle derecho a que se explicara, pero me sentía muy enfadada y no podía evitar mi actitud mezquina.

Pasamos el día sin dirigirnos la palabra y aquella misma noche se presentó en casa. Como tenía llave entró con libertad. Yo estaba en el salón, viendo la tele, y apenas le hice caso cuando entró y se sentó a mi lado.

-¿Me vas a contar lo que te pasa de una vez? He estado pensando todo el día y no sé qué pude hacer que te enojara estando todo el fin de semana metido en el hospital.

-Ya, no sé yo si estarías todo el tiempo en el hospital.

-Te estás portando como una chiquilla, Irene, y lo sabes perfectamente. Si no me cuentas lo que ha ocurrido, no podremos encontrarle solución a tu enfado.

-Ayer de noche llamó por teléfono tu mujer – solté de pronto –, quería hablar contigo de no sé qué que habíais estado hablando durante la cena.... o la comida del fin de semana. No tienes por qué mentirme Javier, si has estado con ella porque tenéis cosas que arreglar me lo puedes decir.

Javier miró al suelo y se mantuvo en silencio un buen rato.

-No me lo puedo creer – dijo por fin –, eso es demasiado. Irene, yo no he visto a Lola este fin de semana, y lo que tengo que hablar con ella lo hablo a través de mi abogado, es una invención de ella.

-¿Y por qué he de creerte?

-Pues se supone que porque eres mi pareja y tenemos la suficiente confianza el uno en el otro como para no andar con todas estas zarandajas, o al menos eso creía yo. ¿Te crees que te hubiera propuesto acompañarme si tuviera pensado verme con ella?

Tenía razón y me quedé callada, sin saber qué decir. Me había obcecado con una rabieta de niña pequeña. Javier se acercó a mí, rodeó mis hombros con su brazo y me atrajo hacia él.

-Irene, Lola es una mujer fría y calculadora. No sé bien el motivo pero está empeñada en hacerme la vida imposible y ahora tú formas parte de esa vida, con lo cual no tendrá ningún reparo en intentar meter cizaña entre nosotros. Tienes que ser fuerte.

-Eso es muy fácil de decir – repuse – pero tienes que darte cuenta de que este es un conflicto que no va conmigo. Me estás pidiendo sacrificio por algo de lo que yo no soy responsable.

Javier me miró unos instantes, retiró su abrazo y separando su mirada de mí me habló con tristeza.

-Tienes razón. No tengo derecho a pedirte nada, pero a veces el amor conlleva estas cosas y de forma inevitable arrastramos hacia nuestros problemas a quien sólo se merece ser feliz. Yo lo siento, Irene, lo siento de veras. No sé cuánto tiempo durará todo esto, a lo mejor a Lola se le pasa pronto esta paranoia o le dura toda la vida, y tú no tienes por qué soportarla. Así que tú decides. Si quieres quedarte a mi lado... yo intentaré involucrarte lo menos posible, pero a veces será difícil. Y si decides no seguir conmigo... lo entenderé, aunque me duela, aunque me duela mucho porque yo... yo te quiero, Irene.

Me sentí mezquina, me sentí mala y ruin. Javier me quería y yo desconfiaba de él de la manera más estúpida. Le abracé con todas mis fuerzas y le pedí perdón.

-Lo siento, lo siento, mi vida. No sé por qué me ha pasado esto. A lo mejor es porque tengo miedo a perderte. Ella es tu mujer y está ahí, todavía demasiado cerca de ti. Pero sé que no debo desconfiar de ti y no lo haré. Quiero estar a tu lado.


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