jueves, 5 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto -Capítulo 23

 





Levanté la vista y vi a un hombre de unos cuarenta años vestido con un pantalón azul marino y una camiseta de rayas azul y blanca. Lo primero que pensé es que parecía un gondolero y que lo mejor para él sería que me dejara en paz, así que no le contesté. Pero él insistió.

-¿Qué es lo que atormenta a una chica tan guapa?

Suspiré con resignación y posé mi copa en la mesa.

-No creo que te importe, no me conoces de nada y tampoco me parece que pretendas ofrecerme tus servicios psicológicos para librarme de ese supuesto tormento – le contesté sin acritud pero con firmeza.

Él soltó una sonrisilla estúpida y que a mí me pareció condescendiente y me pidió permiso para sentarse a mi lado.

-No creo que sea buena idea – le dije –, me gusta estar sola.

-Pues a mí no y llevo dos días de aburrida soledad, sin casi entablar comunicación con el género humano - repuso poniéndose serio de repente.

Le miré y me fijé bien en su aspecto. No era muy alto, delgado, con el pelo canoso y medio revuelto y barba de dos o tres días. Miraba hacia el mar y creí ver un resquicio de tristeza en sus ojos.

-No sé si esa es una nueva forma de ligar. Si es eso lo que pretendes conmigo no vas a conseguir nada. Pero siéntate si quieres, a lo mejor no es tan mala idea charlar un rato.

Se sentó frente a mí, posó su vaso de cerveza en la mesa y me tendió su mano.

-Me llamo Javier.

-Yo Irene – tendí mi mano hacia la suya y la estrechó de forma suave y cálida.

-¿Cuántos días llevas por aquí, tú sola?

-¿Por qué sabes que estoy sola?

-Llegué a este hotel hace dos días y no he dejado de verte y de fijarme en ti, siempre sola, incluso ayer te vi en la playa. Aunque a decir verdad el que estés sin compañía es solo una suposición mía, al fin y al cabo yo he venido con mi mujer y no le veo el pelo.

-No me digas que ahora vas a soltarme el rollo de marido incomprendido.

-Ni mucho menos. Tampoco quiero ligar, como tú decías antes. Simplemente estoy aburrido y me apetece hablar con alguien. He acompañado a mi mujer a un viaje de empresa y desgraciadamente no le queda tiempo para mí. Incluso esta noche tenía una cena importante en la que debía discutir no sé qué negocios. A veces pienso que vive demasiado pendiente de su trabajo.

-¿Y tú? ¿No estás tú pendiente del tuyo?

-No es lo mismo, yo soy maestro. Y aunque me preocupo por mis alumnos qué duda cabe que no es lo mismo que ser una mujer de negocios. Y en ocasiones no puedo dejar de sentirme un poco abandonado.

-Yo también soy maestra.

-Vaya, hermosa coincidencia. Y no estarás aquí acompañando a un hombre de negocios.

Reí su ocurrencia.

-Yo no tengo marido, a estas alturas creo que ni siquiera tengo novio. Por eso estoy aquí, para pensar en qué hacer con mi vida.

-Yo también pienso a veces en cambiar de vida. ¿Quieres otra copa?

Accedí, me resultaba agradable su conversación y no me apetecía marcharme a la cama.

-Querer cambiar de vida es algo consustancial al ser humano. La rutina a veces se hace muy tediosa – prosiguió.

-Pues qué quieres que te diga, a mí me encantan ciertas rutinas. Y odio que las cosas cambien en contra de mi voluntad. Mi vida amorosa ha sido un continuo fracaso alimentado por cambios involuntarios.

-¿Te apetece contármelo?

Se lo conté, le conté mi vida de pe a pa, a un desconocido, a un hombre que sin saber por qué se había convertido en depositario de mis fantasmas. Javier se había ganado mi confianza sin motivo aparente, por la simple circunstancia de haberse acercado a hablarme y caerme bien. Tal vez lo que ocurría era que necesitaba charlar con alguien, simplemente.

Cuando terminé mi historia se quedó callado y con la cabeza baja, mirando el suelo.

-¿Qué piensas? - le pregunté. Mi mente estaba empezando a embotarse por efectos de un alcohol que no estaba acostumbrada a beber.

-Que tu novio tiene razón.

-Bah, no me jodas.

-En la vida no hay que dejar pasar ni una oportunidad, ni la primera.

-¿Hablas por experiencia?

-Sí, hablo por experiencia.

-Cuéntame pues.

-No me apetece.

De pronto se levantó y se despidió de forma apresurada, como si alguien lo estuviera esperando.

-Tengo que irme, mi mujer llegará de un momento a otro y no quiero que encuentre la habitación vacía. Encantado de conocerte Irene, espero volver a verte.

Me dejó estupefacta, muerta de curiosidad por saber qué le había ocurrido, cuál había sido su experiencia. Aunque a aquellas alturas el alcohol había invadido mi torrente sanguíneo y todo me daba ya igual. Pedí otra copa y me quedé allí sentada, mirando el mar. Cuando finalmente me fui a la cama estaba totalmente borracha.

*

Cuando desperté a la mañana siguiente un dolor lacerante taladraba mi cabeza. La borrachera de la noche anterior estaba pasando factura. Miré el reloj y vi que pasaban de las diez. Normalmente no me levantaba tan tarde, sin embargo aquel día me di la vuelta en la cama e intenté dormir un poco más. La resaca me lo impedía así que finalmente opté por tomarme un analgésico que me permitió continuar con mi descanso un rato más. Cuando me volví a despertar eran casi las dos de la tarde. Había perdido toda la mañana.

Me levanté, me di una ducha y bajé al restaurante del hotel. No tenía demasiado apetito, así que me pedí un sandwich mixto. En cuanto metí el primer bocado en la boca mi estómago se relajó un poco. Cuando terminé mi frugal menú me senté al lado del amplio ventanal que dominaba la playa y le pedí al camarero que me sirviera un café solo. Apenas me lo hubo servido vi entrar a Javier en el comedor. Estaba solo una vez más, tal vez a su mujer la retuvieran de nuevo sus importantes negocios.

Hice como que no le veía. No sabía bien por qué pero me daba un poco de vergüenza encontrarme con él de nuevo. Sin embargo mi maniobra no dio resultado. Enseguida le vi dirigirse hacia mí.

-Buenas tardes Irene – saludó con efusividad - ¿Puedo sentarme?

-Claro,

-¿Ya has comido?

-Un sandwich. No tenía mi estómago para muchos folklores. Ayer tomé demasiado alcohol.

-Hablando de ayer, quiero pedirte disculpas, me porté como un maleducado despidiéndome tan bruscamente, pero la conversación había derivado hacia un tema un poco.... bueno, que yo perdí mi tren y no me gusta hablar de ello.

-No te preocupes. No tienes por qué contarme nada que no quieras, al fin y al cabo no nos conocemos de nada.

-No, de casi nada, pero a lo mejor no estaría mal conocernos un poco.

Le miré con curiosidad. La noche anterior me había dicho que estaba casado y ahora me proponía conocernos mejor. No era mi intención convertirme en la amante de nadie, sería lo único que me faltaba, sin embargo Javier me caía bien, y me resultaba grata su compañía. Además había decidido regresar a Madrid y tenía ya el billete de tren para el día siguiente. Cuando volviera a mi vida de siempre le perdería la pista y lo más probable es que no nos volviéramos a encontrar nunca más.

-Pues a lo mejor no – respondí por fin – pero tenemos un problema. Tú mujer está por aquí ¿no? Y no creo que le haga demasiada gracia.

Se sentó a mi lado.

-Esta tarde tengo que llevarla hasta Comillas. Mañana y pasado hay un congreso en la universidad al que está invitada. Yo le he dicho que prefería esperarla aquí. Así que estaré libre dos días. ¿Te apetece cenar conmigo está noche? Te llevaré a un restaurante precioso cerca de aquí.

De repente sentí una sensación extraña, como de estar haciendo algo prohibido, y me gustó. La simple perspectiva de cenar con Javier era una aventura y ni qué decir tiene que accedí a su invitación.

-Claro – le dije – me encantará.

-Te avisaré cuando regrese.








No hay comentarios:

Publicar un comentario