viernes, 6 de noviembre de 2020

Quince años y in secreto - Capítulo 24

 





Me llevó a cenar a un restaurante pequeño y acogedor, situado en la zona antigua de la ciudad, en una calleja estrecha y oscura. Y allí me contó su vida, el tren que había pasado por su puerta y lo había dejado marchar.

-Mi mujer y yo fuimos novios desde que éramos apenas unos niños. Nunca tuve ojos para otra, jamás se me ocurrió que pudiera querer a otra. Lola y yo éramos novios y con el tiempo nos casaríamos, no había más. Pero en mi tercer año de universidad conocí a Manuela, y entonces me di cuenta de que ella era la mujer perfecta para mí. A través de ella fue que vi a la verdadera Lola, una mujer demasiado fría, demasiado ambiciosa y supe que no sería feliz a su lado. Manuela era todo lo contrario, dulce, generosa, desinteresada... me enamoré como un adolescente y durante tres años mantuve las dos relaciones. Durante el curso estudiaba en Madrid y allí salía con Manuela, durante el verano, de vuelta a casa, continuaba mi relación con Lola, hasta que llegó el día en que tuve que elegir. Terminé la carrera y regresé al pueblo con la intención de terminar mi noviazgo con Lola, pero allí me encontré una desagradable sorpresa. Estaba embarazada. Y no tuve las fuerzas suficientes como para cortar con ella. Hubiera debido de hacerlo, decirle que no la quería, que me haría cargo del niño pero que amaba a otra, pero no me atreví. Por el contrario dejé a Manuela, le dije que me había dado cuenta de que no la amaba y con gran dolor de mi corazón no la volví a ver más. Aquel hijo que iba a tener con Lola no llegó a nacer nunca, tuvo un aborto al mes de casarnos y nunca más se volvió a quedar en estado, nunca tenía tiempo, su trabajo siempre ocupaba sus prioridades. Y así han pasado los años. Yo intento encontrar la felicidad a su lado, pero no lo consigo y no dejo de preguntarme una y otra vez cómo hubiera sido mi vida con Manuela. Por eso el otro día te dije que no dejaras pasar la oportunidad, que busques a ese hombre a quien quieres y seas feliz a su lado, o al menos lo intentes.

-Tú también puedes buscar a Manuela.

-Lo hice – dijo sonriendo amargamente – pero fue tarde. Contacté con una amiga común y me dijo que después de mi abandono se había marchado a América, dónde vivían unos parientes. Allí conoció al que hoy es su esposo. Al parecer son felices. Ya ves, ella pudo olvidar, yo… bueno también, pero nunca fui del todo feliz y ése es mi castigo.

-¿Hace mucho tiempo de eso?

-Casi veinte años. Pero da lo mismo, cuando se ha querido de verdad el tiempo no es suficiente para borrar el amor, aunque suene un poco cursi decirlo.

-Puede que sea cierto, pero también lo es que el tiempo hace cambiar a las personas, las lleva por diferentes caminos y llega el momento en que ya no queda nada en común.

-Tal vez, pero yo daría todo lo que tengo por volver a ver a Manuela, por hacer un último intento en recuperar el pasado. No dejes pasar la oportunidad.

-Ya la he dejado pasar. De todos modos... a lo mejor tampoco importa tanto. En estos días he descubierto que estoy muy bien sola. No me hace falta un hombre a mi lado.

-Eso suena un poco... a mujer resentida.

Me encogí de hombros, puede que tuviera razón, pero yo estaba empezando a estar un poco harta de líos amorosos, de si quería a uno o a otro. Al final, lo mejor era estar sola y tranquila.

Cuando salimos del restaurante era casi medianoche, pero ninguno de los dos tenía prisa por retirarse a dormir. La conversación fluía y se notaba que estábamos bien juntos. Tomamos una última copa en el bar del hotel y sólo después nos dirigimos a nuestras habitaciones. Flotaba entre los dos la posibilidad de una noche juntos. Ambos lo sabíamos y no hicieron falta las palabras. Al llegar a la puerta de su cuarto me preguntó si quería pasar y yo le besé levemente en los labios antes de responder.

-Quiero, pero no debo y tú lo sabes. Hay una persona por el medio y creo que a pesar de todo le debes honestidad.

Sonrió y se metió en su habitación cerrando la puerta tras de sí. No le volví a ver hasta mucho tiempo después.

*

Durante las horas que duró mi viaje de regreso a Madrid pensé mucho en Javier. No supe si su historia había sido sincera o sólo una táctica para llevarme a la cama. En todo caso poco importaba ya. Me había sentido bien a su lado y había sido una buena compañía durante aquellos días. Ahora tocaba volver a la realidad y ello conllevaba enfrentarme con Ángel y con nuestra ruptura. No sería difícil. Había decidido finalmente que lo mejor sería tomarme un tiempo para mí sola.

Para mi sorpresa Ángel me esperaba en la estación. Me recibió con una sonrisa y su abrazo se prolongó unos segundos más que lo que debiera.

-¿Qué tal estás? - me preguntó -–, siento haber provocado esta espantada.

Nos separamos y nuestros rostros quedaron frente a frente. Le noté preocupado y quise disipar de inmediato su inquietud.

-No pasa nada. Estos días me han servido para reflexionar. Al final voy a tener que agracedecértelo.

-Entonces ¿buscarás a Miguel?

-No, Ángel, no voy a buscar a nadie. Estar sola tampoco es tan malo. Voy a dejar que la vida fluya y que me vaya trayendo lo que ella crea conveniente. Y tú y yo siempre podremos ser amigos, creo que es lo nunca debimos dejar de ser.

-Bueno... no es mala idea... aunque supongo que de vez en cuando podremos disfrutar de algún momento íntimo.

Me hizo un guiño pícaro y yo le di un cariñoso empujón.

*

Mi tranquila vida de mujer sola e independiente duró algo más de un año. A finales del verano siguiente ocurrió algo que daría un nuevo vuelco a mi vida. Una tarde fui a la pensión a visitar a Enriqueta y ésta tenía un extraño aviso para mí.

-Han llamado preguntado por ti pero no han querido identificarse. Cuando insistí me dijeron que por favor te pusieras en contacto urgente con tu madre.

No perdí el tiempo y llamé a mamá. Su voz al descolgar el teléfono me indicó que las cosas no iban bien.

-¡Hija, Irene! ¡Qué bueno que has llamado!

Hablaba casi en susurros, sin energía, cosa poco habitual en ella.

-Alguien dejó el recado en la pensión para que me pusiera en contacto contigo. ¿Qué pasa mamá? ¿Está todo bien?

-Estos pesados del hospital han hecho lo que les ha dado la gana y eso que les dije que no te llamaran, no quiero preocuparte, estoy bien.

-¿Bien? ¿Estás en el hospital y estás bien? ¿Qué te ocurre?

-Bah, nada importante, que me dio un mareo y me están haciendo unas pruebas, pero estoy ya mucho mejor. No te preocupes hija.

Sus palabras no me tranquilizaron. Y en cuanto corté la comunicación con ella llamé directamente al hospital. Me pasaron con varias personas hasta que finalmente pude comunicar con el doctor que llevaba el caso de mi madre. Desgraciadamente las noticias que me dio no eran nada halagüeñas.

-Tiene un cáncer de pulmón con metástasis cerebral. No hay nada que hacer. Nunca quiso medicarse.

-¿Nunca? ¿Desde cuándo está enferma?

-Desde hace varios meses. Y su estado ha empeorado ostensiblemente en las últimas semanas. Le preguntábamos si tenía familia y nos contestaba con evasivas, pero trabajó aquí e inevitablemente nos confirmaron que tenía una hija. Sospechamos que no te quería comunicar su estado, por eso te he llamado a pesar de que no debería hacerlo.

-Claro, claro, ha hecho usted bien. Mañana mismo voy a recogerla.

Colgué el teléfono lentamente. Enriqueta me miraba.

-¿Malas noticias?

-Mamá está enferma, un cáncer. Mañana me voy a buscarla, me la traeré a casa para poder atenderla.

-Lo siento mucho. Yo te ayudaré en lo que pueda.

-Tú ya tienes bastante con la pensión – me dejé caer en el sofá del salón totalmente derrotada – Es mi madre y no me queda otra que cuidarla. Tantos años separadas porque no podíamos vivir juntas y al final...

Enriqueta se sentó a mi lado y me abrazó.

-A lo mejor es momento de recuperar el tiempo. Incluso de resolver esas cosas que quedan pendientes. Siempre has pensado que tu madre te ocultaba algo respecto a Miguel. Ya ha pasado mucho tiempo y ahora no puede pensar que no vas a entender sus razones, eres una persona adulta. Tal vez puedas averiguar algo.

-Tal vez, tienes razón. Aunque tampoco quiero importunarla con historias del pasado. Sólo deseo que sus últimos meses transcurran en la mayor tranquilidad posible.

A la mañana siguiente partí hacía el pueblo y tres días después ya estaba de vuelta con mi madre. En el hospital el médico me había puesto al corriente de la situación, que era bastante complicada. A mi madre no le quedaba mucho tiempo de vida, a lo sumo unos cinco o seis meses. Y lo peor de todo es que era posible que al habérsele extendido el cáncer por el cerebro, tuviera problemas de movilidad o incluso perdiera la cabeza. Me esperaban unos meses duros, aunque mucho más duros serían para ella.


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