martes, 3 de noviembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 21

 






Estar al lado de Ángel resultó muy fácil. Mucho más fácil de lo que su madre o incluso él mismo pensaban. Me gustaba su forma de ser, su ternura, su risa, incluso sus silencios. Todo aquello que ellos creían susceptible de molestarme, me atraía fuertemente. En el fondo teníamos mucho en común, nos gustaban las mismas cosas y nuestros puntos de vista en la mayoría de los temas eran similares. Y sobre todo respetábamos el espacio de cada uno. Así nos asentamos en una agradable rutina que duró dos años, hasta que un casual viaje a Barcelona trastocó nuestra tranquila vida de pareja.

Ocurrió que la empresa en la que trabajaba Ángel le propuso un ascenso, un puesto de mediana responsabilidad que conllevaba una sustanciosa subida de sueldo y la posibilidad de seguir progresando. La aceptación del mismo iba aparejada con la condición de hacer un curso de reciclaje en Barcelona durante dos semanas. Angel aceptó y puesto que estábamos en el mes de julio y yo acababa de estrenar mis vacaciones de verano, me propuso acompañarle a lo que yo, gustosa, accedí. Había estado en la ciudad muchos años atrás, con mi amiga Violeta, y la posibilidad de visitarla de nuevo me atraía fuertemente.

Todo funcionó a la perfección. Por las mañanas Ángel acudía a sus clases y yo, por lo general, me quedaba en el hotel disfrutando del sol y la piscina, o salía a hacer compras, o a la playa. Por las tardes mi novio y yo nos dedicábamos a recorrer la ciudad y sus alrededores. Unos días idílicos, hasta que ocurrió algo inesperado y mi cabeza se desestabilizó.

Faltaba un día para nuestro regreso a Madrid. Aquella mañana, como tantas otras, después de mi frugal desayuno, me dirigí a la piscina dispuesta a disfrutar del agua y del sol. Al pasar por el mostrador de recepción me fijé en unos folletos que anunciaban los espectáculos de aquella noche. Tomé uno y lo leí distraídamente. Entonces oí su voz, aquella voz que hacía tantos años que no escuchaba, pero que llevaba tan dentro de mí que hubiera podido distinguirla en medio de la mayor algarabía del mundo.

-Señorita, por favor, tengo una habitación reservada.

Un escalofrío recorrió mi espalda y un ligero mareo nubló mi mente. No podía ser. Parecía la voz de Miguel. Apoyé mi brazo en el mostrador sin atreverme a volver la cabeza. Fingí que continuaba leyendo y agucé el oído.

-¿Viene usted al congreso de cardiología? - preguntó al muchacha.

-Sí, soy uno de los ponentes. El doctor Miguel Duarte.

¡Era él! Las piernas comenzaron a temblarme y creí que me iba a desmayar. Quería volver mi cabeza para verle pero me había quedado totalmente paralizada.

-Habitación 202, segunda planta. A las cinco es la primera ponencia.

-Gracias, buenos días.

Miguel pasó por mi lado. Pude verle por fin, de espaldas. Iba vestido con un pantalón vaquero y un polo blanco. Aparentemente nada había cambiado en él. Subí a mi cuarto con el corazón desbocado. Me senté en la cama totalmente desorientada, sin saber qué hacer. Por un lado quería ir a su lado, decirle que era yo, que estaba allí, junto a él después de tanto tiempo; por otro sentía que no, que Miguel y yo no éramos los mismos y no tenía sentido querer retomar lo que el tiempo había ido matando sin remedio. Además estaba Ángel. Él me quería, puede que no a la manera convencional, pero me quería, y yo a él.

Sumida en mis cábalas, con el ánimo más calmado, decidí pasar el resto de la mañana en la piscina, así que desanduve el camino andado y bajé de nuevo. Me tumbé en una hamaca y cerré los ojos dejando que el sol acariciara mi piel. Quería dormirme, dormirme y despertarme en mi casa de Madrid y así poder comprobar que la aparición de Miguel sólo era un sueño. Pero no sólo no ocurrió nada de eso, sino que al poco tiempo de estar allí tumbada escuché de nuevo su voz, otra vez detrás de mí, alrededor de las mesas de la cafetería. Debía de estar con otros compañeros y charlaban entre ellos. Mi corazón volvió a acelerarse. Era él, Miguel, mi Miguel, el hombre que me había enamorado, con el que había aprendido todo del amor, el que un día me había abandonado para marcharse lejos... Y aunque no quería, sentía que por momentos mi corazón regresaba a muchos años atrás y me hacía ver que nada había cambiado.

Agucé el oído para escuchar la conversación que mantenía con sus colegas. Hablaban de trabajo, más en un momento el tema giró hacia lo personal. Alguien recomendaba a Miguel salir y divertirse.

-Aquí dónde le veis está hecho un ermitaño – dijo una voz masculina cuyo propietario parecía conocerle bien –, no sale de casa más que para acudir al hospital.

-Tendrás a tu mujer encantada – habló una voz femenina.

-No estoy casado, ni tengo mujer, ni novia, ni nada que se le parezca. No me interesan las relaciones amorosas. - repuso Miguel.

-Miguel no quiere saber nada de mujeres desde que tuvo de abandonar al gran amor de su vida.

-Vaya, qué romántico. Pero un clavo se quita con otro clavo. No puedes cerrarte al amor. Eres joven y... guapo.

Aquella mujer le hablaba con ánimo de coquetear y su actitud me enfureció. Y aquello de que había tenido que abandonar al amor de su vida....

-Puede ser – dijo Miguel – pero no me interesa. Estoy bien así. Mi trabajo llena mi vida, no necesito nada más.

-Tan grande es la huella que te ha dejado esa mujer.

-Lo más grande que puedas imaginarte. Han pasado muchos años y todavía la quiero a pesar de que no la he vuelto a ver.

-Pues búscala. A lo mejor ella siente lo mismo.

-No lo creo, ella era muy joven y seguro que ya habrá encontrado otro amor, además no la dejé por voluntad propia. Nuestra relación era imposible y desgraciadamente lo sigue siendo.

No entendía aquella insistencia en la relación imposible. Estaba claro, o eso me parecía a mí, que la mujer de la que hablaba era yo pero... no entendía nada. Me levanté y me dirigí a mi cuarto. Al pasar por su lado sentí su mirada sobre mi espalda. Todos callaron.

-¿Qué te pasa Miguel? Te has puesto pálido.

-Nada, nada.... imaginaciones mías.

*

Aquel día Ángel me llamó para decirme que el curso se iba a alargar y que no regresaría a casa hasta la noche, y lo primero que pasó por mi mente fue que no se me había podido presentar mejor oportunidad para acercarme a Miguel. Bajé a recepción y le pregunté a la muchacha por el congreso de cardiología.

-Comienza esta tarde. A las cinco en la sala vip imparten la primera conferencia.

-¿Qué doctor la imparte? - pregunté.

-A ver, déjame mirar – sacó una papel de debajo del mostrador y leyó – Miguel Duarte. Habla sobre las enfermedades de la musculatura cardíaca. Pero la entrada no es libre. Se necesita pase. Te veo muy interesada.

-Pues la verdad es que sí. Estudio medicina y me gustaría especializarme en cardiología. Me encantaría escuchar alguna conferencia. -mentí.

La chica me miró durante unos segundos. Luego me sonrió.

-Te voy a dar un pase de prensa. Pero sólo para la conferencia de esta tarde ¿vale?

-Oh muchas gracias, de verdad. No sabes lo importante que es para mí.

Tomé la tarjeta y me retiré a mi cuarto. No bajé a comer. Estaba demasiado nerviosa y sabía que por mi garganta no pasaría ni un gramo de alimento. En lugar de eso me eché en la cama e intenté imaginar mi encuentro con Miguel. Pero no fui capaz. En el fondo tenía miedo a su rechazo, a que el encuentro fuera frío e impersonal, incluso a que no me supiera identificar. Estaba nerviosa e ilusionada, aunque no estaba segura de ser capaz de presentarme ante sus ojos.

A la hora convenida bajé a la sala vip. Estaba casi vacía. Me senté en el rincón más alejado y esperé. Poco a poco la gente fue llegando. Cuando el salón estaba casi lleno entró Miguel seguido de la pareja con la que lo había visto en la piscina. Por primera vez pude observarle con detenimiento y me sorprendió. Por él parecía que no había pasado el tiempo. Estaba igual que cuando dejamos de vernos, demasiado igual, tanto que soñé de nuevo con estar entre sus brazos, con sentir sus besos... incluso escuché aquel “princesa” que salía de sus labios cuando se dirigía a mí. Lo único que me llamó la atención fue la manera de vestir, tan seria y comedida, aunque supongo que serían exigencias del guion. Quién ocupa un cargo importante tiene que rendir algún tributo.

Miguel subió al estrado y comenzó a hablar. Yo me mantuve sentada, encogida, para pasar lo más desapercibida posible, oyendo toda aquella perorata de la que no entendía nada y que sin embargo me descubrió algo que contribuyó a aumentar mis sospechas sobre su supuestamente forzada marcha. Según mi madre y según me había dicho él mismo, Miguel se había marchado a Boston, pero durante la conferencia él hacía alusiones constantes a su trabajo en Sevilla y en ningún momento nombró al Memorial Hospital de Boston. Seguro que el hacerme creer que se había ido al otro lado del océano no había sido otra cosa que una argucia para que yo pensara que estaba más alejado de mí de lo que en realidad estaba. Y todo ello llevaba a la confirmación, después de la conversación escuchada en la piscina, de que nuestra separación no era fruto del capricho taimado de mi madre, sino que obedecía a algún motivo oscuro que se me escapaba al entendimiento.

En medio de mis cábalas aguanté estoicamente la conferencia, escondiéndome detrás de la persona que tenía delante cuando notaba que la mirada de Miguel recorría la esquina en la que yo estaba, dándole vueltas a la posibilidad de presentarme ante él o por el contrario retirarme. Pensaba también en Ángel, en lo bien que me encontraba a su lado, en lo que nos queríamos, aunque el amor que sentía por él no tuviera mucho que ver con el que había sentido por Miguel. Ángel no se merecía que yo le diera un desplante abandonándolo por una quimera. Así que lo mejor, más lógico y más cabal, sería mantenerme en el anonimato y olvidarme del “encuentro” que estaba teniendo lugar. Pero de pronto ocurrió. Los ojos de Miguel fijos en mí. Durante unos segundos se quedó callado y yo supe que había llegado la hora de la retirada. Me levanté y me marché, con su voz resonando a mis espaldas, una voz que tiraba de mí de manera casi insoportable.

*

Ángel regresó al caer la tarde. Me encontró en la habitación, tirada en la cama, haciendo nada.

-¿Qué tal has pasado el día? ¿Te has aburrido mucho? - preguntó.

-Un poco, pero no importa, he descansado.

-¿Te apetece bajar a cenar algo? Estoy agotado y hambriento.

-Claro, bajemos.

Me vestí y nos dirigimos al comedor del hotel. Había más comensales cenando, aunque no demasiados. Me dirigí adrede a una mesa desde la que pudiera divisar la entrada. Si entraba Miguel no podía dejar que me viera.

Durante la cena Ángel me comentaba los pormenores de su jornada. Yo contestaba con monosílabos, sin interesarme demasiado por lo que me contaba, cosas de las que a fin de cuentas yo no entendía nada, y de paso dirigía miradas furtivas a la puerta. Inevitablemente mi novio se dio cuenta.

-¿Esperas a alguien? No dejas de mirar hacia la puerta.

-Eh... no, no espero a nadie, ¿a quién había de esperar? Yo aquí no conozco a nadie.

Ángel no contestó y continuamos cenando. Yo intenté interesarme un poco más por lo que me contaba y no mirar demasiado hacia la entrada del comedor. Afortunadamente Miguel no apareció. Pero sí lo hizo a la mañana siguiente. Aquella misma tarde regresábamos a Madrid. Ángel debía pasar por la empresa por la mañana y cuando regresara emprenderíamos viaje hacia el aeropuerto. Después de desayunar hice las maletas y mientras esperaba a Ángel bajé al vestíbulo del hotel con un libro. Me senté en uno de los cómodos sofás y comencé con mi lectura. Podría haberme quedado a leer en la habitación, pero inconscientemente estaba forzando un encuentro con Miguel. Quería estar frente a frente con él, que supiera de mi existencia, confirmarle que la que había visto sentada en una esquina de la sala de conferencias era yo, no una visión de ultratumba.

No sé cuánto tiempo estuve allí de aquella guisa, sin pasar de la misma página, que leía una y otra vez sin enterarme de nada. Finalmente cerré mi libro, me levanté y me dispuse a subir al cuarto. Ángel tenía que estar a punto de llegar y debíamos marcharnos. Y cuando me di la vuelta estaba allí, a mi lado, mirándome fijamente como si se hubiera encontrado con un fantasma. Por unos instantes me quedé quieta, sin saber qué hacer ni qué decir. Él se fue acercando lentamente.

-Princesa – dijo – princesa ¿de verdad eres tú?

Debí decirle que sí, que era yo, que la casualidad nos había unido de nuevo después de estar esperándole todos aquellos años. Porque veía en un sus ojos amor, el mismo amor que cuando era una adolescente y me estremecía entre sus brazos de hombre.

-Lo siento -murmuré – te estás confundiendo.

Y desaparecí de allí como alma que lleva el diablo. Había desperdiciado la oportunidad, no sólo de recuperar mi amor perdido, sino de averiguar qué extrañas razones lo habían alejado de mí.






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