martes, 23 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 7

 



A mediados de septiembre Ginés comenzaba a trabajar en el despacho de abogados. Previsiblemente yo continuaría con mi ocupación todo el mes, hasta que en octubre me comenzaran las clases. Después, en caso de ser necesario, intentaría buscar otro tipo de ocupación más compatible con los estudios, salvo que fuera mi madre la que encontrara un buen trabajo, bien remunerado y adaptado a sus conocimientos de secretaria, profesión que nunca había llegado a ejercer, aunque sí le había echado una mano a mi padre en ocasiones.

El último fin de semana en el chalet se preveía interesante. Ginés se empeñó en hacer una cena de despedida y se gastó una pasta en comprar marisco y vino. El tiempo, que aquellas dos semanas de septiembre no nos había acompañado demasiado, se congratuló con nuestra partida y volvió a ser soleado y hasta caluroso, así que nuestra última noche de sábado comimos marisco y bebimos Albariño hasta alcanzar un estado de euforia muy agradable. Ginés, que estaba un poco más ebrio que yo, se empeñó en que teníamos que darnos un último chapuzón en la piscina.

–Está bien – le dije, atraída por la idea –.Vamos a ponernos los bañadores.

–No hace falta – repuso abrazándome – podemos meternos desnudos.

–Ya te gustaría que me metiera yo desnuda contigo en la piscina – le dije con una carcajada – Anda, vamos a cambiarnos.

Lo hicimos, nos pusimos nuestros trajes de baño y nos metimos en la piscina. El agua tuvo el poder de aclarar un poco nuestras mentes, por lo menos la mía, no estoy muy segura de que hiciera lo mismo con la de Ginés. Estuvimos jugueteando un rato largo, nadando de un lado a otro, persiguiéndonos... hasta que me acorraló contra una esquina. Me abrazó y me dio un largo beso en la boca. Cuando se despegó de mí me miró durante un instante.

–¿Qué miras? – le pregunté.

–Lo guapísima que eres – me dijo.

Volvió a besarme de nuevo apretándose mucho contra mi cuerpo. Entonces yo noté su excitación y me asusté un poco. Supe que había llegado el momento de actuar con sutileza y acabar con el juego, aunque intuía que esa vez no me iba a resultar tan fácil como otras. Mis intentos por zafarme de sus brazos eran inútiles, y lo que primero traté de hacer con delicadeza finalmente hube de hacerlo con firmeza.

–Ginés, no … sabes que no ha llegado mi momento. Cuando todo esté más claro entre nosotros.

–Oh vamos, Dunia, no seas ingenua, déjate de tonterías. Lo deseas tanto como yo.

Me bajó la parte de arriba del biquini y comenzó a besar mis pechos, mientras yo luchaba inútilmente por librarme de él. Me entró pánico y le grité.

–¡Suéltame, Ginés! ¡Suéltame o me enfadaré! ¡No quiero hacerlo!

Pero Ginés estaba cegado por una pasión enfermiza contra la que yo nada tenía que hacer. Mientras murmuraba no sé qué cosas que yo no escuchaba me separó la parte baja de mi bikini y me penetró con fuerza. Un dolor lacerante recorrió mi cuerpo de abajo arriba y sabiendo que mis fuerzas no eran suficientes para defenderme, comencé a llorar y me dejé hacer rogando que terminara pronto. Afortunadamente así fue, y en cuanto aflojó su abrazo salí de la piscina y subí a mi cuarto dejándole allí solo, metido en el agua en la que en aquel momento me gustaría que se hubiera ahogado. En unos minutos la realidad se había abierto ante mí. ¿Cómo había podido ser tan estúpida como para no darme cuenta de sus intenciones? ¿Cómo no había podido ver que sus gracias, sus mimos, sus gestos amables sólo eran parte de una estrategia previamente estudiada? ¿Por qué me había dejado embaucar? ¿Por qué no había hecho caso a mis intuiciones que me habían dicho, cientos de veces, que el cariño de Ginés no era sincero? Preguntas para las que ya daba igual encontrar o no respuesta. Lo que había hecho mi enamorado tenía un nombre: violación, y tenía que denunciarlo.

Me metí en la bañera y dejé que el agua de la ducha arrastrara poco a poco mis penas y mis lágrimas. Lloré, claro que lo hice, por sentirme herida en mi amor propio que por la violación . Es evidente que me hubiera terminado entregando a él si lo nuestro hubiera seguido adelante. Lo más horrible de todo era que que me había obligado, sin importarle nada mis sentimientos y mucho menos mis palabras, mis ruegos para que parara.

Miré el reloj y vi que eran más de las cuatro de la mañana. Pensé en ir a denunciarlo, pero no me sentía con fuerzas, así que me metí en la cama absolutamente dolorida en el cuerpo y en el alma, pero con la firme intención de, a la mañana siguiente, ir a comisaría y cursar la correspondiente denuncia.

Como apenas pude dormir me levanté temprano e hice mi maleta. Había quedado con Cova en que aquel domingo le daría una limpieza general a la casa, pero no sólo no lo iba a hacer, sino que tampoco iba a continuar trabajando los quince días que quedaban de septiembre. Tenía muy claro que lo que deseaba era perder de vista de una vez por todas a aquel impresentable.

Cuando bajé a la cocina me lo encontré allí. A juzgar por su lamentable estado debía de haber pasado la noche en el jardín, pues aún vestía el bañador.

–Buenos días, preciosa – dijo – ¿Qué haces con esa maleta?

No contesté, pero por supuesto él insistió.

–¿Te vas ya? ¿No habíamos quedado en limpiar la casa antes de marchar? Ah ya.... estás enfadada otra vez. ¿Te hice daño ayer?

¡Pero cómo se podía ser tan cínico! Me enfurecí y me encaré con él dispuesta a decirle las cuatro cosas que se merecía.

--Mucho, mucho daño. Eres un ser despreciable.

–Lo siento... después me di cuenta de que eras virgen. Me porté como un bruto. Pero es que tenía tantas ganas.... Y además estaba muy borracho.

Se acercó a mí con intención de abrazarme. Me parecía increíble que se portara como si tal cosa y le propiné una fuerte bofetada que le hizo llevarse la mano a la mejilla.

–Pero.... ¿Qué pasa?

–¿Qué pasa? Y aun lo preguntas. ¿Acaso tuviste en cuenta mis deseos la noche pasada? Te dije que no me sentía preparada para hacer el amor contigo pero te dio igual. Me violaste, Ginés, y no vas a quedar impune.

Soltó una sonora carcajada y la expresión de sus ojos se volvió fría como el hielo.

–¿Y qué vas a hacer? ¿Denunciarme? ¿Crees que alguien te creerá? Llevamos un mes viviendo aquí solos, la gente nos ha visto por ahí de la mano, besándonos... y pretendes hacer creer a alguien que te violé. No me hagas reír. Además, qué violación ni qué cojones. ¿Te crees que un tío como yo se puede conformar con unos cuantos morreos? Ya estaba un poco harto y la culpa es sólo tuya. Me ponías caliente y después me mandabas a paseo. Ayer pasó lo que tenía que pasar, nada más.

Escucharlo hablar así me decepcionó mucho más de lo que ya estaba. El Ginés que yo soñaba no tenía nada que ver con el que tenía delante, aunque en el fondo era previsible. En realidad el Ginés que yo soñaba no existía, me lo había inventado yo, lo había amoldado a mi manera y al final me había creído firmemente que era así, como el de mis sueños, a pesar de que en determinados momentos mi cerebro de persona normal había tratado de imponerse a mi corazón enamorado y me había enviado señales para que me diera cuenta de mi error. Pero no funcionaron y ahora el chico que me había encandilado me mostraba su verdadera faz, su única faz, esa que yo no había podido o tal vez no había querido ver.

–Eres despreciable – le dije aguantando el tipo como podía, pues cada vez me sentía más maltrecha – Dime, ¿alguna vez has sentido algo por mí? ¿algo realmente sincero?

Tomó un sorbo de su taza de café y sonrió burlonamente.

–Eres una ingenua – dijo – Una tonta que juega al amor sin darse cuenta de que el amor no aparece tan fácilmente. Estás muy buena y me lo he pasado muy bien contigo. Pero nada más. Y para serte sincero, ya no aguantaba más sin follarte. A lo mejor es que no soy nada romántico.

Cómo me dolieron aquellas crueles palabras. Nunca en mi corta vida nadie me había despreciado de aquella manera. Pero el dolor duró unos segundos, los necesarios para darme cuenta de que acabar con él era lo mejor que me podía haber ocurrido y de que por una persona así no debía derramar una sola lágrima. Así que no le di réplica. Tomé mi maleta y antes de salir por la puerta yo le dicté mi sentencia:

–Tienes razón, no voy a denunciarte, nadie me creería y me sería muy difícil demostrar lo que has hecho, pero la vida es muy larga y tal vez algún día volvamos a encontrarnos, y entonces aprovecharé mi oportunidad.

–¿Me estás amenazando?

No le respondí. Abrí la puerta y salí de aquella casa y de su vida. Y comencé a pensar de qué manera podría vengarme.


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