jueves, 25 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 8

 



No le conté a nadie mi desafortunada experiencia, no era necesario, yo sabría remontar sola mi vida y la sed de venganza me daba ánimos para seguir sin olvidar... y sobre todo para odiarle. Pero a pesar de mis silencios a todos les pareció extraño que dejara el trabajo de un día para otro. Yo simplemente dije que me había cansado de las ocupaciones caseras y que quería buscar un trabajo mejor ahora que comenzaba el curso, cosa que, por otra parte, no fue necesario, puesto que fue mi madre la que lo encontró como recepcionista en el estudio de un arquitecto. El sueldo no era gran cosa, pero suficiente para las dos, y yo me propuse aplicarme durante el curso y trabajar de nuevo el próximo verano para costearme los estudios.

Cova me llamó al día siguiente de mi regreso a La Coruña, extrañada de que no apareciera por su casa. Le puse la misma excusa que a mi familia y cuando me rogó que pasara por su consulta a buscar el dinero que me debía le dije que no me encontraba bien y que si hacía el favor se lo diera a su hermana para que a su vez se lo diera a mi tía Teresa y ella me lo haría llegar. Estábamos hablando por teléfono y se hizo un pequeño silencio al otro lado de la línea.

–Dunia.... No habrás tenido algún problema con Ginés ¿verdad? – preguntó finalmente.

–Por supuesto que no, de verdad – contesté sin ningún atisbo de duda – Ha sido muy correcto conmigo. Mi marcha no tiene nada que ver con él.

–Entonces... te mandaré el dinero por tu tía, pero por favor, prométeme que me llamarás algún día para tomar un café juntas. Ha sido muy agradable conocerte.

Se lo prometí a sabiendas de que no cumpliría mi promesa. Quería deshacerme de todos los lazos que tuvieran el poder, aunque fuera mínimo, de unirme a Ginés, y además estaba segura de que su invitación no era más que un fórmula para quedar bien. Así que ni yo la llamé, ni ella tampoco lo hizo.

A mi tía Teresa también le pareció muy raro mi repentino regreso a casa y, al igual que Cova, también me preguntó si me había ocurrido algo con el hijo de los jefes.

–Claro que no – contesté – ¿Por qué había de ocurrirme? Ni que Ginés fuera un monstruo.

–Un monstruo no lo es pero... bueno yo no lo conozco demasiado, pero he oído comentarios de que es un poco... libertino, aunque la palabra suene un poco antigua.

–Pues no, no me ha pasado nada con él.

Supe que no me había creído, pero tampoco insistió más. Aunque no habíamos convivido mucho tiempo yo me había dado cuenta de que Teresa era muy perspicaz, no le se escapaba una, al contrario que mi madre, que desde que habíamos llegado a La Coruña parecía estar viviendo en un mundo aparte al de los demás. Entre que se acordaba de mi padre día sí y día también, que no era capaz de encontrar trabajo y que entre mi tía y ella flotaba continuamente una nube de tensión, no se enteraba de nada que no fueran sus propios problemas. No se lo reprocho, no lo he hecho jamás, pero a veces me ponía muy nerviosa su, por lo menos aparente, falta de voluntad. Todo fue cambiando cuando finalmente entró a trabajar en el estudio de arquitectura. Y nuestra vida se asentó en la rutina.

Comenzó el curso y yo intenté centrarme en mis estudios y olvidarme un poco de lo ocurrido, y digo un poco porque estaba segura de que algún día Ginés y yo volveríamos a vernos las caras y entonces podría resarcirme del todo del daño que me había hecho. Tenía que mantener vivo el recuerdo de esa noche en que me había robado la inocencia por la fuerza. No sabía cómo ni cuándo, pero llegaría mi momento. El paso de los meses fue mitigando el dolor, pero la sed de venganza se quedó ahí, intacta dentro de mi mente y de mi corazón lastimado.

Le vi mucho antes de lo que hubiera querido, cuando la herida todavía no se había cerrado y en la memoria todavía dolían unas caricias y unos besos que no habían sido de verdad. Se acercaban las Navidades y yo había salido a hacer algunas compras. La calle Real era un hervidero de gente que entraba y salía de las tiendas en una loca carrera consumista. Me paré delante de un escaparate a mirar no sé qué y le vi dentro de la tienda con Adela, felices, sonrientes, como si nada hubiese pasado, ajenos a lo que yo sentí en aquellos instantes, algo extraño, una mezcla de rabia y pena, de odio y celos. Si el haberme forzado me había dolido en el alma, el verle de nuevo al lado de aquella de quién había renegado me multiplicaba el dolor por mil. Semejante visión de pareja feliz era la confirmación completa de que yo sólo había sido un juguete en sus manos. Por un instante nuestras miradas se cruzaron, mientras su novia se probaba un sombrero y daba vueltas frente a un espejo. Se le heló la sonrisa en el rostro y por una décima de segundo pensé que iba a venir a mi encuentro, pero de pronto Adela se dio la vuelta hacia él y él la tomó por la cintura y le dio un beso en los labios. Sé que lo hizo para mortificarme. Supongo que lo consiguió, porque me batí en retirada y regresé a casa triste y desalentada. Allí sólo estaba Teo jugando con su consola y yo crucé la sala casi sin saludarle y me metí en mi cuarto a llorar. Al poco rato le escuché golpear ligeramente la puerta.

–Dunia, ¿estás bien? Me ha parecido oírte llorar.

–Estoy bien – contesté incorporándome en la cama y limpiando mis lágrimas con el dorso de mi mano.

La puerta se abrió y mi primo asomó medio cuerpo.

–¿Puedo entrar? – preguntó.

No estaba muy segura yo de ser buena compañía para nadie, pero Teo siempre tenía el poder de animarme y espantar mis males, así que le di permiso para entrar. Se sentó a mi lado en la cama y me abrazó. No era un adolescente al uso, al menos eso me parecía a mí, pues era muy cariñoso y siempre dispuesto a ofrecer su mano para ayudar.

–¿Qué te pasa, Dunia? ¿Por qué lloras? ¿Te ha ocurrido algo en la calle?

Tomé su mano y la apreté mucho entre las mías, intentando tragarme las lágrimas que amenazaban con bañar mi rostro de nuevo.

–Nada, Teo, no pasa nada, sólo que.... bueno... se acercan las Navidades, recuerdo a mi padre... esas cosas.

–Desde que volviste de tu trabajo en la casa esa de la playa no has vuelto a ser la misma.

–Pero ¿qué cosas dices? – dije intentando quitarle hierro al asunto, pues a la vista estaba que Teo era tan sagaz como su madre – Si apenas me conocías de antes.

–Puede ser. Pero cuando llegaste a esta casa eras una chica alegre, decidida, fuerte y ahora... ahora parece que parte de tu fuerza se ha muerto y tus ojos ya no tienen el brillo de antes. A ti te pasó algo con Ginés. Te gustaba y te hizo alguna jugarreta ¿verdad?

Por unos instantes dudé si decirle o no la verdad. A veces, y sólo a veces, me daba la impresión de que si le contaba a alguien lo ocurrido me quedaría mucho más aliviada, pero en realidad pensé que era cuestión de tiempo que la pena se fuera mitigando y que sería mucho más fácil planear mi venganza sin que hubiera nadie que supiera mis intenciones o tuviera sospecha de ellas. Así que finalmente le mentí como había mentido a los demás que me habían preguntado.

–Bueno... no te voy a negar que Ginés me llegó a gustar un poquito y que me fastidió que tuviera novia y que estuvieran tan enamorados, pero nada más. Estas cosas pasan Teo, y el mundo sigue girando. Ya te darás cuenta.

Me miró de hito en hito y se pasó una mano por su pelo lacio antes de hablar.

–Lo sé – dijo – pero te entiendo. Los amores no correspondidos son una porquería.

Sonreí ante su respuesta. Al fin y al cabo tanto él como yo éramos casi dos niños que no sabían casi nada del amor y sin embargo hablábamos ya con resentimiento.

–Olvídalo. Esto sólo fue un ataque de nostalgia. Anda, vamos a dar una vuelta, que la ciudad está muy bonita con tanta luz encendida.

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