sábado, 27 de marzo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 9

 



Terminé mi primer curso en la universidad con bastante éxito. Mis notas no fueron maravillosas pero por lo menos había aprobado todo y me quedaba todo el verano libre para trabajar y ayudar un poco a la economía familiar. Todavía vivíamos en casa de la tía Teresa, pues aunque mamá había mostrado su firme intención de buscar un piso para nosotras dos, su sueldo no le daba para hacer muchos dispendios y en un nuevo acto de generosidad, la tía le dijo que no tuviera prisa, que nos podíamos quedar allí todo el tiempo que fuera necesario. La verdad era que yo ya me había acostumbrado a estar allí, a convivir con la tirantez que a veces se palpaba entre las dos y a la agradable compañía de Teo. Además mi tía me caía bien. Era un persona muy decidida, muy sincera, de esas mujeres bandera que no parecen tener miedo a nada ni a nadie, lo que a mí siempre me había gustado ser, lo que yo intentaba ser, supongo que en contraposición con la debilidad de mi propia madre. Con todo ello mi vida se había asentado en una rutina que después de los acontecimientos ocurridos durante el verano anterior, sentía como necesaria.

Aquel verano encontré trabajo como camarera en un bar de copas los fines de semana por las noches. No me pagaban mal y me permitía descansar durante la semana. Confieso sin embargo que acepté el trabajo con ciertas reticencias, puesto que trabajar en la noche aumentaba mis posibilidades de volver a ver a Ginés, de quién afortunadamente me había acordado más bien poco durante el curso después de nuestro encuentro casual en la tienda. Si bien mis ansias de vengarme no habían mermado un ápice, era consciente de que probablemente tuviera que esperar bastante tiempo para poder llevarlas a cabo y no desesperaba. Siempre fui de las personas que creen que el tiempo y la vida ponen a cada uno en su lugar y estaba segura de que no se me iba a negar la oportunidad de darle su merecido a aquella alimaña, de la manera que fuera. Pero era probable que todavía fuera demasiado pronto. Todo estaba aún muy reciente y puede que no estuviera preparada para enfrentarme a quién había sido mi primer amor y tanto me había lastimado. Afortunadamente nada ocurrió y el verano transcurrió con normalidad, sin grandes sobresaltos ni inesperados acontecimientos que desestabilizaran mi existencia.

Fue el otoño el que trajo alguna novedad a mi vida. Teo y yo habíamos comenzado las clases y mi madre y mi tía continuaban con sus respectivas ocupaciones. En casa reinaba la normalidad. Una tarde, cuando regresé de la escuela de enfermería, me encontré a mi tía sentada en la cocina, fumando un cigarro y haciéndose un café. Al verme entrar me invitó a acompañarla y yo acepté gustosa.

–¿Qué tal va todo, Dunia? Hace mucho que no hablamos.

–Bien, como siempre, sin novedades, ya sabes.

El café subió en la cafetera y Teresa sirvió dos tazas. Me ofreció un cigarro y yo negué.

–¿Nunca has fumado? – me preguntó.

–Alguna vez, con las amigas, cuando salimos por ahí. Pero no me gustaría pillar el hábito.

–Tienes razón, haces bien. Bueno, y dime ¿Qué tal te encuentras en esta ciudad? ¿No echas de menos Madrid?

–No, para nada, esta ciudad me encanta, me gusta vivir cerca del mar, me encanta verlo embravecido en el invierno desde los acantilados de la Torre de Hércules. Madrid está muy bien pero yo prefiero vivir aquí.

–¿Y si te tuvieras que marchar de nuevo?

Me extrañó la insistencia de mi tía.

–¿Por qué me preguntas eso? ¿Ocurre algo?

Teresa dio un sorbo a su taza de café y me miró con cara de circunstancias.

–No lo sé. Han llegado algunos rumores hasta mis oídos. No sé si debería decírtelo...

–Pues ahora que has empezado no te va a quedar más remedio. ¿De qué se trata? – pregunté intrigada y temerosa.

–Me he enterado de que el arquitecto para el que trabaja tu madre tiene pensado trasladarse a Madrid. Al parecer está preparando allí la apertura de un estudio de arquitectura en colaboración con no sé quién.

Mi tía hizo una pausa, como si no supiera cómo seguir contándome la historia, pero yo la animé a continuar.

–¿Y? ¿Mi madre se va a quedar sin trabajo? ¿O es que tiene pensado marcharse con él a Madrid?

–No lo sé exactamente, pero.... Bah, déjalo, Dunia, son sólo elucubraciones mías, no debía haberte dicho nada – dijo de pronto pretendiendo dar la conversación por zanjada.

–Sea lo que sea, cuéntamelo ¡No me puedes dejar así ahora!

–Está bien – dijo después de pensarlo durante un rato – Creo que tu madre está liada con el arquitecto. Y si se van a Madrid....

–¿Te lo ha dicho ella? – pregunté extrañada.

–No. Ya sabes que entre ella y yo no hay mucha comunicación. Supongo que si los rumores son ciertos acabara diciéndolo.

–Y.... ¿Tú cómo lo has sabido?

–Me lo dijo una clienta que es hermana del arquitecto. Me comentó de manera casual que su hermano estaba pensando abrir estudio en Madrid y que estaba muy contento porque por fin iba levantando cabeza, pues había conocido a una mujer que estaba trabajando con él y con la que había comenzado una relación. No sé si sabes que su anterior esposa falleció en un accidente de tráfico hace unos años y a cuenta de ello él estuvo mucho tiempo enfermo, con una depresión muy fuerte.

–¿Por qué sabes que esa mujer es mamá?

–Porque ella me dijo el nombre. Por supuesto mi clienta no sabe que tu madre es mi hermana.

Me dejé caer sobre una silla de la cocina. No me importaba que mi madre tuviera una nueva relación, a pesar de que consideraba que la muerte de mi padre estaba bastante reciente también era consciente de que se sentía muy sola y que tenía derecho a volver a ser feliz. Pero no deseaba regresar a Madrid.

–Dame un cigarro – le pedí a mi tía – creo que lo necesito.

Teresa me ofreció un cigarro y fuego. Yo aspiré profundamente la primera calada que me hizo toser.

–Soy mayor de edad y no tengo por qué irme con ella – reflexioné en voz alta – Pero si quiero quedarme aquí tendré que compaginar estudios y trabajo... Mucha gente lo hace, yo seguro que podré también.

Mi tía se sentó frente a mí y sonriendo me dijo:

–Puedes quedarte en esta casa si quieres. Teo está muy contento con tu presencia aquí y yo... yo también.

*

Mi madre nos dio la noticia de su noviazgo y de su futura boda pasadas las Navidades.

–Leandro abrirá en Madrid un nuevo estudio con un socio muy importante así que nos iremos de nuevo a vivir allí – dijo, feliz y exultante – Será como volver a recuperar un poquito la vida de antes. ¿No te parece, Dunia? No tenemos previsto marchar hasta agosto, así que tendrás tiempo de terminar el curso y en septiembre comenzarás allí.

Miré de reojo a mi tía. Estábamos sentadas alrededor de la mesa de la cocina, tomando un café después de terminar de comer. Teo fue el primero en manifestar su contrariedad.

–¿Os marcharéis? ¿Te irás, Dunia? Joooo...

–Claro, cielo, debemos marcharnos. Afortunadamente las cosas empiezan a marchar bien y tenemos que rescatar lo que un día dejamos allá, en Madrid – dijo mi madre.

–Mamá yo no me voy a ir – manifesté dando a mi voz el tono más firme posible – Me alegro mucho de tu boda y de que puedas volver a ser feliz, pero yo estoy bien aquí. No me quiero marchar. Me gustaría terminar aquí la carrera y buscar trabajo en La Coruña.

Mi madre me miró perpleja, como si no se esperara algo así.

–Pero.... ¿cómo vas a hacer? ¿Dónde vas a vivir y de qué? No te puedes quedar hija, en Madrid estarás mucho mejor que aquí.

–Es que yo no quiero volver, estoy bien aquí, me gusta la ciudad, me he acostumbrado a ella y a esta nueva manera de vivir, no deseo volver a Madrid. Mamá, por favor, no me obligues. Soy mayor de edad y no me gustaría enfrentarme contigo.

Mi madre, perpleja, miró de frente a su hermana, sin decir nada.

–Se puede quedar aquí – dijo Teresa – es una chica responsable y tanto Teo como yo estaremos encantadas de que se quede.

Mi primo hizo un gesto de triunfo con el brazo, golpeando el aire y mamá se encogió de hombros y accedió a mi petición.

–Está bien... si es tu deseo.... pero vendrás a verme ¿verdad?

Me acerqué a ella y la abracé.

–Claro mamá, siempre que pueda. Madrid está muy cerca.

*

Mi madre se casó a finales de junio, recién terminado yo el curso, y adelantando sus planes ella y su marido se marcharon enseguida a Madrid. Yo viajé con ellos. Aunque no deseaba vivir en la capital de nuevo, sí que me apetecía visitar a mis antiguos amigos.

En Madrid la esperaba una grata sorpresa. Su marido había conseguido comprar nuestra antigua casa. Mi madre se emocionó cuando se vio delante de la puerta y sobre todo cuando entró y pudo comprobar que todo estaba tal y como lo habíamos dejado dos años antes. Lo único que había sido reformado había sido el garaje, lo cual había sido todo un detalle por parte de Leandro, puesto que allí era dónde mi padre había puesto fin a su vida.

Permanecí en la ciudad hasta agosto, momento en el que la feliz pareja emprendió su viaje de luna de miel a Canadá, lugar en el que Leandro tenía familia. Insistieron en que les acompañara pero yo no quise. No deseaba otra cosa que regresar a La Coruña y aspirar el aroma del mar y de la sal, por los acantilados de la Torre de Hércules.


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