martes, 8 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 32

 



Lidia era una chica muy agradable, un poco tímida al principio, pero a medida que la conversación iba progresando en la mesa de aquella cafetería en la que se reunía casi todo el personal del hospital, fue adquiriendo soltura. Me contó casi toda su vida y me dijo, muy ilusionada, que se casaba dentro de seis meses.

–Entre las prácticas y los preparativos de la boda no tengo tiempo para casi nada, aunque falta todavía bastante tiempo no quiero dejar nada al azar. Y tú ¿estás casada?

No sé si me apetecía hablar mucho de mi vida amorosa, que no tenía nada de fantástica ni mucho menos, pero aún así respondí a su pregunta.

–No, no lo estoy. Tuve una relación de unos años con un chico, que además es mi primo, pero no cuajó porque mi cabeza está en otro lado, o mejor dicho en otro hombre.

–¿Tienes un amor inalcanzable? ¡Qué romántico! – dijo abriendo mucho los ojos y sonriendo.

–Bueno... algo así. Es una historia muy larga. Algún día te la contaré. Seguramente cuando consiga quitármelo de la cabeza y del corazón. En fin, se me está haciendo tarde – dije a la vez que me levantaba y tomaba mi chaqueta del respaldo de la silla –. Pero que sepas que me ha encantado conocerte y disfrutar de este ratito de charla contigo.

–A mí también. Y muchas gracias por defenderme ante Siñeriz. Creo que seremos grandes amigas.

No lo dudé. Me caía bien y me gustaba su compañía, aunque evidentemente los fines de semana nos nos veíamos, pues disfrutaba de su novio, como es lógico. Sin embargo cuando estábamos juntas nos lo pasábamos bien e incluso llegamos a quedar alguna tarde para ir de compras y muchas tardes para tomar algo en cualquier bar, pues su novio al parecer era una especie de adicto al trabajo y entre semana no había nada, ni siquiera su novia, que lo distrajera de sus ocupaciones.

Una tarde de esas en las que habíamos disfrutado de una sesión de cine, Lidia se propuso hacer de Celestina. Siempre me estaba diciendo que lo que yo tenía que hacer era encontrar a algún muchacho que consiguiera hacerme olvidar a aquel otro por el que todavía suspiraba. Yo siempre le contestaba que sí, que tenía toda la razón, pero que encontrar a alguien así, no era tan fácil.

–Este fin de semana viene a vernos un primo mío que vive en Buenos Aires. Ahora está haciendo un curso en la Universidad de Santiago y nos visita con frecuencia ¿Por qué no vienes a cenar? Salimos los cuatro, lo conoces a él y a mi novio. Seguro que lo pasaremos bien.

No pude evitar un sonrisa ante su empeño.

–¿Y cómo se llama tu primo? – pregunté.

–Marcelo. Es muy guapo. Un poco hippy. Pero tiene mucho éxito con las chicas. Y está deseando encontrar un muchacha española para hacerla su novia.

Lidia reía mientras hablaba. Yo también. Se notaba a las leguas su afán por emparejarme, medio en serio, medio en broma, con su primo porteño.

–No es mala idea – le dije –, así cuando él se vaya yo me iré detrás, a Buenos Aires, a cambiar de aires, valga la redundancia.

–¿Entonces vendrás? – preguntó con un entusiasmo casi infantil.

–No sé, Lidia. Los tres os conocéis, yo seré una intrusa y no sé si me sentiré bien.

–No digas tonterías. Lo pasaremos genial. Cenaremos y después saldremos por la ciudad a tomar unas copas. Venga, mujer, anímate. Si te lo digo es porque estoy segura de que Marcelo te caerá bien. No digo yo que os vayáis a hacer novios, pero es una oportunidad para conocer a alguien nuevo.

Finalmente accedí. Quedamos para el siguiente sábado, para el cual creo recordar que faltaban dos o tres días. El sábado por la mañana salí a comprarme algo de ropa. Quería lucir bonita ante el primo de Lidia, a pesar de que no le conocía ni sabía si sería mi tipo. En todo caso tampoco es que acudiera a la cita dispuesta a ligar, pero me gustaba ir impecable. Me compré un vestido amarillo de corte recto, con manga pirata rematada por un pequeño volante. Lo completé con unos zapatos de tacón morados que tenía guardados en el armario desde hacía unos cuantos años. Los había comprado para ir a una boda y después apenas los había puesto. Ahora era la ocasión perfecta. Cuando llegó la hora me peiné con esmero y me maquillé ligeramente. Al mirarme al espejo me gustó lo que vi, y me dirigí al restaurante en el que habíamos quedado con el ánimo por las nubes.

Lidia y su primo ya estaban esperando. El novio de Lidia iba a retrasarse un poco por motivos de un asunto de trabajo de última hora. Mi amiga me presentó a Marcelo y confieso que me gustó. Era un tipo no demasiado alto, delgado, de nariz ligeramente aguileña, ojos color avellana, el pelo medio rizado y medio largo y una arrebatadora sonrisa. Vestía de manera informal, unos pantalones vaqueros, camiseta blanca y una cazadora de cuero negra. Me miró de no sé qué manera y me dio dos besos. Sé que es una estupidez, pero Marcelo me hizo sentir durante unos segundos como la mujer más deseada del mundo.

Entramos en el restaurante y nos sentamos en la mesa que previamente había sido reservada. Pedimos unas copas de vino mientras esperábamos y comenzamos a charlar distendidamente. Pasada media hora el novio de Lidia todavía no había aparecido y yo comencé a pensar que estaba siendo un poco descortés. Ella miraba el reloj de vez en cuando. Parecía un poco intranquila. En un momento dado fue al baño y Marcelo y yo nos quedamos solos.

–Mucho tarda este chico ¿no? – dije yo.

Marcelo soltó un bufido que yo interpreté como que el novio de mi amiga no le caía demasiado bien.

–Es un boludo – repuso con su atrayente acento argentino –. Yo creo que está más enamorado de su trabajo que de mi prima. A mí no me cae muy bien, pero nunca se lo he dicho a ella, evidentemente. Lidia no ve por otros ojos que los de Ginés.

No sé qué sentí cuando le escuche pronunciar el nombre de Ginés. En ese momento caí en la cuenta de que Lidia nunca me había dicho cómo se llamaba su novio, supongo que porque nunca había salido a colación. Pero la verdad era que no era un nombre muy corriente. La posibilidad de que su Ginés y el mío fueran la misma persona tomó cuerpo de repente en mi cerebro.

–¿A qué se dedica ese chico? – me atreví a preguntar no sin miedo a la respuesta.

–Es abogado.

La respuesta de Marcelo me dejó helada. A pesar de estar sentada comenzaron a temblarme las piernas, y las manos, y creo que cualquier parte de mi cuerpo se agitaba como una hoja al viento. Intenté pensar a mil por hora lo que debería de hacer en el caso de que fuera el Ginés que yo conocía el que apareciera por la puerta. No quería armar un escándalo, tampoco quería perder la amistad de Lidia y por supuesto lo que menos deseaba es que Ginés volviera a entrar en mi vida de la forma más absurda e inoportuna.

Cuando mi amiga regresó el baño yo no había tomado todavía ninguna decisión. Se me ocurrió que podía decir que me encontraba mal, pero ya, sin esperar a que llegara el esperado. Pero no me dio tiempo. Casi al mismo tiempo que Lidia se sentaba de nuevo, miró hacia puerta y pronunció su nombre.

–Gines, cariño, ya era hora.

Yo conté hasta tres antes de dirigir mis ojos hacia los pasos que se iban acercando. Luego lo hice y le vi, llegando hasta su novia, tomándola por la cintura y besándola en los labios. También vi el gesto de asco que hizo Marcelo y finalmente, como colofón a la escena, vi aquellos ojos grises cuya vida yo había ayudado a recuperar, fijos en los míos, asombrados, sorprendidos.

–Ginés, por fin te puedo presentar a mi amiga y compañera Dunia. Dunia este es Ginés, mi novio.

Me hubiera gustado que en aquellos momentos la tierra se abriera y me engullera, pero no pasó nada. Yo me quedé paralizada y él también. Parecíamos dos estúpidos mirándonos sin pronunciar palabra. Marcelo observaba la escena entre divertido e intrigado. Supe desde el primer momento que sospechaba algo.

–Encantada, Ginés – dije finalmente, intentando encauzar la situación hacia el disimulo – Lidia me habla mucho de ti.

–Hola Dunia – respondió –. Yo también tenía ganas de conocerte.

Respiré aliviada al ver que me seguía el juego, pero evidentemente pasé la noche más incómoda de mi vida. No me gustaba tener que disimular constantemente y mucho menos me gustaba ser testigo de los arrumacos que Lidia se empeñaba en prodigar a Ginés, aunque en su favor he de decir que él se mostró comedido e incluso esquivo con ella durante todo el tiempo.

Cuando terminamos de cenar yo dije que no me encontraba bien y que me quería marchar a casa. No me veía capaz de soportar más tiempo a su lado. Lidia se quejó e intentó convencerme de que me quedara. Ginés no dijo nada y Marcelo, muy solícito él, se ofreció a acompañarme a casa en su coche. Yo acepté.

–Estaba deseando largarme – me dijo – Ginés me resulta un poco insoportable en ocasiones y esta noche estaba especialmente idiota. ¿Tú te encuentras mejor?

–Mucho mejor, gracias.

–Aunque a mí me dio la impresión de que estabas bien, tal vez un poco nerviosa.

Le miré con suspicacia. Acabábamos de conocernos y el parecía saber todo de mí. Era psicólogo y por lo visto de los buenos. No dije nada ante su afirmación.

–Tú ya conocías a Ginés ¿verdad?

No sé por qué aquel chico me daba confianza y en un arrebato decidí contarle todo.

–Esa es mi casa – le dije cuando enfilamos la calle –. ¿Te apetece subir a tomar un copa y te cuento cosas?

Aceptó y le conté cosas, muchas cosas, todas las cosas.


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