lunes, 14 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 34

 



Luchar por el amor, decía mi tía. Sin lugar a dudas tenía razón, pero luchar por el amor cuando ello conlleva hacer daño a alguien querido no es nada fácil, ya había ocurrido con Teo. Casi todas las noches, al acostarme, pensaba en la manera de alejarme de Lidia, pero no la encontraba. Además tampoco estaba muy segura de querer hacerlo. Claro que, pensándolo fríamente, tarde a temprano no me iba a quedar más remedio. Aceptar y asumir que Ginés tenía a otra mujer y que ambos formarían parte de mi vida para siempre, era algo difícil, por lo que inevitablemente y de la manera que fuera, Lidia y yo acabaríamos distanciándonos. También nos distanciaríamos en el hipotético caso de que Ginés y yo retomáramos nuestra historia, cosa menos probable, desde luego.

Así las cosas mi relación con ella entró en una etapa un poco extraña, en la que yo quería estar con ella y no lo quería y por ende, muchas veces, lo evitaba, algo que por supuesto no le pasó desapercibido.

Una tarde lluviosa y desapacible se presentó en mi casa completamente empapada. Me sorprendió verla al otro lado de la puerta cuanto sonó el timbre y le abrí de inmediato.

–Pero Lidia – le dije – ¿Qué haces ahí toda mojada?

La hice pasar y mientras iba directa al baño me hablaba:

–Jo, salí a hacer unas compras y me pilló la tormenta. Justo cuando salía del centro comercial un coche atropelló a una señora y me acerqué a ayudar. Era cuando más llovía. Afortunadamente todo quedó en un susto. Pasaba por aquí y me dije que a lo mejor podías dejarme algo de ropa seca. Si me voy hasta mi casa así es probable que pille un resfriado.

Después de que estuvo vestida y seca, nos sentamos a tomar unos cafés y fue entonces cuando me invitó de nuevo a salir a cenar aquel sábado.

–Viene otra vez Marcelo – dijo –. Le encantará verte, seguro.

–Lo siento, pero no me apetece. Gracias, pero no quiero molestar.

–¿Molestar? Pero ¿qué tonterías estas diciendo? ¿Acaso no lo pasaste bien la otra vez?

–Sí... sí lo pase bien pero....

Dejé la frase colgada en el aire. No sabía qué excusa poner. Y la verdad no la podía decir, eso era evidente.

–Te ha pasado algo con mi primo ¿verdad? Seguro que cuando te fue acompañar a casa se propasó hablando de más. Es un bocazas.

–No, no, que va. No pienses cosas que no son. Marcelo me cae muy bien. Pero no quiero darle falsas esperanzas. Yo no puedo enamorarme de él. Mi corazón está ocupado, aunque no sea correspondido.

Lidia se sentó más cerca de mí y pasó su brazo por mis hombros en un gesto que pretendía se de consuelo.

–¿Qué ocurre, Dunia? He notado que desde hace una temporada ya no eres la misma. Pareces preocupada, triste. ¿Pasa algo con ese muchacho?

La miré y me entraron ganas de llorar, de gritar y salir de allí, de dar marcha atrás al tiempo y evitar la situación en la que nos estábamos metiendo sin que ella lo supiera. Aún así, le dije una verdad a medias.

–No sé si pasa. Lo único que sé es que no consigo olvidarle y que además resulta que... sale con una muchacha a la que conozco. Es.... bueno era amiga mía, aunque ahora no tenemos mucha relación – mentí.

–¿Y ella sabe que estuvisteis juntos? – preguntó.

–No, no lo sabe. Es que en realidad... tampoco estuvimos juntos. Tonteamos un poco de adolescentes, nos perdimos la pista y años después él tuvo un accidente y yo le cuidé en el hospital. Fue entonces cuando volvimos a relacionarnos un poco...

–Y.... ¿qué pasó?

No debía decirle más. Yo suponía que Ginés tendría que haberle contado lo de su accidente y no deseaba que por algún detalle sin importancia Lidia descubriera que el hombre en el que yo pensaba era su novio, pero ella insistió y yo, aun sabiendo que me arriesgaba, terminé por hablar, por relatarle todo mi pasado con Ginés, desde su violación, hasta la ceguera provocada por su accidente y mi papel fundamental en que recuperase la vista. También le dije que lo había denunciado a destiempo y que fue ello lo que provocó nuestro distanciamiento definitivo. Contrariamente a lo que en un principio creí, no se inmutó, ni dio señas de conocer la historia, lo cual quería decir que Ginés no le había revelado nada de su pasado. Sentí alivio al comprobarlo y también extrañeza. ¿Qué clase de persona no le contaba a su pareja detalles tan importantes de su vida? Tal vez no fuera necesario hablarle de la violación, pero su accidente, su ceguera.... me resultó como poco, desconcertante, pero en aquello momentos fue una ventaja.

Lidia se mostró consternada por las peripecias de mi vida.

–Yo... lo siento. Debiste de pasarlo muy mal. Aunque creo que no obraste correctamente con ese muchacho. A lo mejor no se merecía que le acusaras cuando lo hiciste.

–Supongo que no. Me equivoqué. Pero lo cierto es que él tampoco fue un santo conmigo. Ahora tiene una novia y.... siento que lo he perdido definitivamente.

–¿Lo ves con frecuencia?

–Más de lo que quisiera. Sobre todo últimamente. Pero en fin, no quiero seguir hablando de esto. Y a la cena no voy a ir, no soy muy buena compañía últimamente.

–Claro que vendrás. Precisamente por eso, por cómo te encuentras, tan decaída, una cenita de sábado será una buena terapia para animarte. Además, estoy pensando que mira, voy a preparar la cena yo misma en casa de Ginés. Tiene un salón muy amplio y una piscina en la parte de atrás de la casa. Si hace buena noche incluso podremos cenar en el porche.

Era lo que me faltaba. Presentarme en la casa de Ginés, el lugar en que tan buenos momentos habíamos pasado juntos. Le dije que no, que no iría. Pero no me sirvió de nada. Durante toda la semana fue un tira y afloja, ella que sí y yo que no. Llegó un punto que yo ya no sabía qué excusa ponerle. Pero lo peor fue el viernes, cuando se presentó a la salida del hospital con el propio Ginés, que a petición de ella venía a convencerme de que fuera a la cena, ofreciéndose incluso a venir a buscarme a mi casa por si me era complicado encontrar el sitio. Creo que lo fulminé con la mirada y le dije que no, que no hacía falta que me viniera a buscar, que iría yo solita. Me fastidió su insistencia fingida, su sonrisa burlona, incitándome a aceptar aquella invitación que sabía que me molestaba. A él tampoco le hacía gracia y yo lo sabía, así que me propuse importunarle todo lo posible. Aquel sábado fui a la peluquería. Me ondularon la melena y me maquillaron discretamente. Al salir fui de compras y me hice con un precioso vestido rojo cereza de corte romántico que me sentaba maravillosamente bien. Ya que iba a aguantar mi presencia y yo la suya, que me aguantara bien bonita.

Compré una botella de vino blanco, del que nos gustaba a los dos, y puse camino a su casa, que evidentemente encontré sin dificultad. Todos me esperaban pues me retrasé un poco a propósito. Lidia y Marcelo elogiaron mi aspecto. Ginés se limitó a mirarme muy serio, pero yo pude intuir toda la admiración que sentía. La expresión de sus ojos era la misma que la primera vez que me vio después de su ceguera, cuando descubrió que yo era la Dunia que recordaba y me amó como nunca lo había hecho.

La velada transcurrió en un ambiente extraño. Yo hacía todo lo posible por molestar a Ginés, Marcelo lo sabía y nos miraba divertido, Ginés se mostraba cabreado por mi actitud y Lidia estaba feliz y no se enteraba de nada. Para mí todo estaba resultando increíblemente divertido. Hasta que estuve a punto de meter la pata. Me levanté para ir al baño y Lidia me indicó dónde estaba.

–Lo sé – respondí sin pensar en lo que decía.

–¿Ah sí? – preguntó sorprendida – ¿Y por qué?

Mi mente estaba un poco aturdida por el alcohol y no era capaz de pensar con claridad. Durante unos segundos que se me hicieron eternos no supe qué contestar. Miré alternativamente a Ginés y a Marcelo pidiendo silenciosa ayuda. Finalmente Marcelo me tendió su mano.

–Yo se lo dije antes, cuando tú estaba en la cocina – dijo dirigiéndose a Lidia.

–Ahhhh, por un momento pensé que habías visitado esta casa antes – respondió ella echándose a reír.

Aquella situación estúpida tuvo el poder de cambiar mi humor. Me metí en el baño y me senté en el borde de la bañera. Recordé aquella tarde lluviosa, cuando yo había llegado a la casa empapada y Ginés y yo nos habíamos bañado juntos. Él estaba ciego, no podía verme, pero yo podía sentir su cariño envolviéndome a través de la calidez del agua. Aquel recuerdo movió mi ánimo y mi cuerpo comenzó a agitarse en sollozos espasmódicos. Me tapé la boca con las manos para evitar ser escuchada, pero supe que no podría pasar ni un minuto más en aquella casa. Permanecí en el baño un poco más de lo normal y cuando salí me inventé una llamada de mi tía Teresa, puesto que decir de nuevo que me había puesto mala iba a ser muy sospechoso. Les dije que mi primo había aparecido de sorpresa y que mi tía reclamaba mi presencia en la casa. Eran poco más de las once de la noche y apenas habíamos terminado de cenar, pero a pesar de las protestas de Lidia conseguí marcharme.

Cuando llegué a casa me metí en la cama y durante un rato estuve dándole vueltas a la cabeza. La situación me estaba superando por momentos y no sabía cómo ponerle solución. Al final no iba a quedarme más remedio que alejarme de Lidia si no quería que todo acabara mal. Porque o Ginés y yo terminábamos peleando, o terminábamos liándonos de nuevo. De una manera o de otra Lidia sería la gran perjudicada y yo no deseaba hacerle daño. No se lo merecía.

Finalmente conseguí dormirme, mas no sé cuánto tiempo había transcurrido cuando sonó el timbre. Al principio me asusté, pero cuando recorría el pasillo pensaba que seguramente quién estaba al otro lado de la puerta era Ginés. Y no me equivoqué.



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