miércoles, 16 de junio de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 35

 


–¿Qué coño haces aquí a estas horas, Ginés? – le pregunté de malos modos.

Me miró sin decir nada. Yo noté sus ojos vidriosos. Se movió un poco y perdió ligeramente el equilibrio. Estaba completamente borracho.

–¿No me vas a dejar pasar? – preguntó con voz pastosa, arrastrando las palabras.

–¿Qué es lo que quieres? Me parece que deberías estar ya en la cama. Estás borracho. Supongo que no se te habrá ocurrido coger el coche.

Sin responder se coló en casa y fue hasta el salón dando tumbos. Yo caminé detrás de él. Se dejó caer pesadamente en el sofá y yo me senté a su lado. Deseaba que se fuera de mi casa cuanto antes, pero algo me decía que no estaba dispuesto a largarse porque yo se lo ordenara.

–Venga, Ginés. Dime a qué has venido y márchate. Estoy cansada y quiero volver a la cama.

–Pues tendrás que esperar a que te diga todo lo que tengo que decirte. Que es mucho.

–Pues empieza de una vez.

Me observó durante un rato. Estaba tan ebrio que por momentos parecía que apenas podía mantener los ojos abiertos.

–Eres una puta – dijo finalmente –, una puta que ha venido a joderme la vida de nuevo. Te presentas esta noche en mi casa vestida como una puta, peinada como una puta y maquillada como una puta. Pero preciosa, bonita, para provocarme. Pero yo tengo novia. Y no la voy a dejar por liarme con una puta.

Me harté de escuchar esa palabra, así que me levanté del sofá y lo eché de mi casa, a sabiendas de que me costaría sacarlo de allí.

–Ya está bien, Ginés, yo no tengo por qué escuchar tus insultos. Sal de mi casa ya.

–No, todavía no – repuso alzando un poco la voz –. No he terminado aun...

–Es que ya no me interesa nada de lo que tengas que decirme. Me has faltado al respeto y no lo voy a tolerar. He dicho que te largues.

Se levantó y se acercó a mí amenazante. Yo aguanté el tipo como pude.

–Tú lo que quieres es que te folle, ¿verdad? Quieres que te folle como aquella noche en la piscina, hace.... muchos años.

Escucharle decir aquellas palabras me dio miedo. La persona que tenía frente a mí no era el Ginés de aquellos últimos años, era el desalmado sin corazón que me había forzado cuando apenas era una adolescente. Y sí, tuve miedo.

–Vete de mi casa o llamo a la policía – le dije con un ligero temblor en mi voz.

–Sí, sí, claro, llama a la policía. ¿Y qué les dirás? ¿Que un amigo ha venido a visitarte y que no se quiere ir de tu casa? ¿O volverás a inventarte una violación inexistente? Pues mira, a lo mejor te facilito las cosas.

Apenas me dio tiempo a reaccionar. Con un gesto certero y rápido, incomprensible dado el estado de embriaguez en el que se encontraba, me dio un empujón y me tiró sobre el sofá. Luego se echó encima y me aprisionó de tal manera que me era imposible realizar movimiento alguno.

–¿Lo ves? – me dijo sonriendo – Ahora cuando llames a la policía tendrás un motivo para denunciarme.

Comenzó a besarme en la boca y en el cuello. Pese a mis súplicas y a mis intentos por liberarme de su opresión, el continuaba con sus besos. Apestaba a alcohol y me dio asco.

–¡Déjame, Ginés! ¡Suéltame, por favor! – dije intentando no gritar para no armar un escándalo.

–¿Por qué? ¿Por qué quieres que te deje? Si lo vamos a pasar muy bien.

Metió una de sus manos por debajo de mi pijama y me tocó los pechos. En aquellos momentos aquel gesto me hizo sentir cualquier cosa menos excitación sexual. Apretaba su cuerpo contra el mío y noté que él sí estaba excitado. A pesar de su borrachera tenía fuerza y mis intentos por liberarme de él estaban resultando inútiles. Después de unos minutos de lucha reuní todas mis fuerzas posibles y de un empujón me deshice del peso de su cuerpo, que fue a parar sobre la alfombra. Se dio un pequeño golpe en la cabeza con la esquina de la mesita que pareció hacerle reaccionar. De pronto se quedó mirándome como si por primera vez fuera consciente de lo que estaba intentando hacer. Yo respiraba agitada sentada en el sofá.

–¡Vete de mi casa ahora mismo, Ginés! ¡Lárgate ya si no quieres que llame a la policía y esta vez con razón!

No se hizo de rogar. Se levantó trastabillando y salió de mi casa como alma que lleva el diablo, dejándome allí tirada, sintiéndome sucia, triste... sintiéndome nada.

Me metí en la cama pero la tensión me impidió conciliar el sueño. Estaba nerviosa y mi cabeza daba vueltas sobre lo que debería hacer con mi vida. Estaba claro que no podía seguir así, que mi amistad con Lidia tenía que terminar y puede que lo más adecuado fuera que pusiera tierra por medio. Así sería más fácil cortar la relación y también olvidar de una vez por todas.

Me pasé el resto del fin de semana metida en la cama, a oscuras, sin abrir las persianas, sin comer y sin contestar el teléfono que por ratos sonaba con insistencia. El domingo al atardecer sonó el timbre y tuve miedo de que fuera Ginés de nuevo. Decidí no abrir, pero continuó sonando con insistencia. Me acerqué a la mirilla y vi que era mi tía Teresa, así que abrí la puerta.

–¡Joder, Dunia! Pensé que te había ocurrido algo. Llevo llamándote todo el fin de semana y no me contestabas, ni al móvil ni al fijo. Me has asustado. ¿Se puede saber qué te pasa?

La expresión que mi tía tenía en su rostro estaba a medias entre el alivio y el enfado. La hice pasar y fuimos hasta la cocina.

–Voy a hacer un café – dije mientras cogía la cafetera de la alacena y le echaba el café – ¿Te apetece?

–Sí, me apetece. Pero también me apetece que me cuentes qué coño te pasa y qué es lo que has estado haciendo durante estos días. Por el aspecto que tienes no ha debido de ser nada agradable.

Teresa y su perspicacia.

–No, no lo ha sido.

Le conté todo lo ocurrido con Ginés, desde la cena hasta su aparición intempestiva en medio de la noche y su intento de forzarme.

–Creo que lo mejor es que me vaya – concluí –. Igual me voy a Madrid de nuevo.

–Ese chaval está totalmente descentrado – dijo –. Y enamorado de ti hasta las trancas.

–Oh sí, seguramente. Pues tiene una manera un tanto especial de demostrarlo.

–Sí, la tiene, porque está perdido, porque está en un atolladero, porque no puede demostrarlo de otra forma. Y sí, es cierto que lo de esa noche fue una canallada, pero tú misma has dicho que estaba borracho.

Tomé un sorbo de mi café y durante unos segundos recordé aquella noche en la piscina, cuando yo apenas era una niña. A pesar de lo ocurrido yo también le amaba. Pero la vida no nos lo quería poner fácil, nunca había querido.

–¿Y qué quieres que haga? – pregunté finalmente en un deseo inútil de que mi tía solucionara mis problemas.

–Yo quiero que hagas lo que tú decidas hacer. Has dicho que lo mejor sería largarte.... no lo sé, tal vez, depende un poco de lo que quieras realmente. ¿Pretendes olvidarle o deseas luchar por él?

Teresa parecía verlo todo muy fácil. Ella hacía preguntas como si la respuesta fuera lo más sencillo del mundo. No se daba cuenta de que yo quería y no quería, podía y no podía.

–No quiero olvidarle, pero no puedo hacer otra cosa. ¿Cómo voy a luchar por él si es el novio de mi amiga? No puedo traicionarla de esa manera tan atroz.

Teresa echó el humo del cigarrillo sin apartar sus ojos de mí. Me miraba como si estuviera viendo a una estúpida.

–Mira, Dunia. Conoces perfectamente mi historia con tu madre. Lo pasé mal y le guardé rencor mucho tiempo, pero al final comprendí que cada uno tiene que luchar por su felicidad. El amor es cosa de dos. Y nadie puede obligar a otro a que le ame. Por muy amiga que seas de esa chica y si Ginés te quiere a ti y tú a él.... No sé. Supongo que todo es demasiado complicado.

Lo era, era tan complicado que en aquellos momentos me hubiera gustado retrasar el reloj de mi vida y regresar a aquel día en que mamá me dijo que lo habíamos perdido todo y que la única opción que nos quedaba era pedir ayuda a su hermana de La Coruña. Ojalá en lugar de haberme mostrado tan conformista me hubiera negado, hubiera llorado y pataleado por quedarme en Madrid. Ojalá la hubiera convencido de que no era necesario cambiar de ciudad para comenzar de nuevo. De la misma manera que habíamos encontrado un trabajo en La Coruña lo hubiéramos encontrado en Madrid, y así yo nunca hubiera conocido a Ginés.

–Tengo que irme – dijo finalmente Teresa –. Me alivia saber que estás bien. Piensa bien las cosas antes de tomar una decisión, Dunia. Pero recuerda que huir nunca es la solución.

Tenía razón mi tía. Huir jamás arreglaba nada. Más bien al revés. Si marchaba de La Coruña sin haber aclarado mi situación con Ginés era posible que su recuerdo quedara enquistado en mi corazón el resto de mi vida.

Al día siguiente, en el hospital, Lidia parecía un poco extraña. Al principio no quise preguntar qué le ocurría, es más, intenté evitarla en la medida de lo posible, pero cuando a media mañana bajamos a la cafetería a tomar un café, fue ella la que sacó a colación el tema. Por lo visto también ella percibió alguna actitud rara en mí porque me preguntó si me ocurría algo.

–No – le contesté – ¿Por qué lo preguntas?

–No sé. A lo mejor es que estoy muy susceptible. He pasado un fin de semana horrible. No sé qué le pasa a Ginés pero ayer cuando me vino a buscar por la tarde estaba... diferente, como ido, y cuando le comencé a hablar de los preparativos de la boda acabamos discutiendo acaloradamente. Hasta me dijo que no me hiciera ilusiones, que a lo mejor no habría boda ni nada.

No sé qué sentí. Creo que por un lado me puse ligeramente contenta, pero por otro me sentí baja y mezquina. Yo tenía parte de mi culpa en aquella discusión.

–Bah, mujer, un mal día lo tiene cualquiera. Ya sabes... a veces decimos cosas sin pensar.

–Pero él no es así. Jamás habíamos discutido de esa manera y siempre se mostró muy ilusionado con la boda. Supongo que es una bobada, pero ayer hasta pensé que pudiera tener a otra.

Pobre Lidia. No merecía aquel sufrimiento, que de momento era pequeño, pero que si yo continuaba a su lado, podía convertirse en grande. ¡Menuda papeleta!



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