lunes, 25 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 15

 



–Fue todo tan corto y la despedida tan dolorosa....Creo que lo que más me ha dolido es que con él sentía que por fin había encontrado al amor de mi vida y sin embargo...se me escapó.

Hacía dos días que Lucía había regresado a Madrid. Vivía en casa de su abuela y no sabía si se buscaría algo para ella o si se quedaría allí definitivamente. Ahora se daba cuenta de que se había precipitado un poco vendiendo su piso. A veces las cosas no salen como uno piensa y se tiene que regresar al punto de partida.

Aquella noche se encontraban ambas sentadas en el porche trasero de la casa, frente a la piscina, hablando de Pedro, de su próxima paternidad falsa y de su amor fallido.

–Te acuerdas abuela? Hace unos meses, por Navidad, una noche en la que también estábamos aquí sentadas y tú me animabas a luchar por el amor de Pedro. Luché...y perdí.

La abuela Soledad miró a su nieta con lástima. Realmente era una buena chica que no se merecía lo que le estaba ocurriendo. Pero a veces la vida es así de injusta y te da una de cal y otra de arena. Y parecía que en el terreno afectivo a Lucía le daba cal, mucha cal. Primero el impresentable de Lázaro y ahora este muchacho. Pero la abuela Soledad presentía que la historia que acababa de contar su nieta acabaría bien, que Pedro volvería a su lado cuando supiera que Natalia no estaba esperando un hijo, pues el egoísmo de esa chica no permitiría que se embarazara de verdad. No le dijo nada a Lucía para no darle falsas esperanzas. Tampoco le dijo que hacía apenas dos semanas que había visto a su antiguo novio por la calle, paseando feliz al lado de la que había sido su mejor amiga y con un bebé en un cochecito. En lugar de eso decidió contarle su propia historia, algo que jamás había confesado a nadie.

–Conocí a tu abuelo cuando yo apenas tenía diecisiete años. Había llegado al pueblo con sus padres, que regresaban de Cuba. Venían con dinero y aunque el muchacho no era muy guapo, sí era simpático, resultón y todas las mozas se lo rifaban. No sé lo que vería en mí, pero enseguida comenzamos a salir juntos, bueno salir.... hablar de vez en cuando a la salida de misa y dar un paseo los domingos. Unos meses después él conoció a otra chica y me dejó. Ella era muy diferente a mí, al menos físicamente y supongo que en su comportamiento también, yo era una chica acomodada, tranquila... y ella era mucho más extrovertida que yo. El caso es que al cabo de un año se dejaron y tu abuelo regresó a mí. Nunca quise saber por qué habían roto y durante un tiempo salí con él con ánimos de tomarme la revancha, aunque finalmente pudo más el amor que le tenía. Lo que quiero decirte con esto es que si el amor es de verdad siempre triunfa, Lucía, y Pedro seguro que regresará a tu lado.

–Pero en tu caso no había un hijo por el medio abuela – respondió Lucía con tristeza.

–En el tuyo tampoco.

Lucía suspiró y miró el reflejo de la luna en la piscina. Recordó aquella vez en Oporto, meses atrás, cuando una noche de luna llena, como aquella, Pedro le había hecho el amor sobre la alfombra blanca y mullida de aquel salón impersonal, comenzando un torbellino de sentimientos que había durado más bien poco.

–No sé por qué le quiero tanto – dijo – pero le quiero. Y me hubiera gustado estar a su lado el resto de mi vida. En fin, no voy a vivir de recuerdos, toca olvidar de nuevo. Me voy a la cama, estoy cansada.

La abuela Soledad se quedó un rato más. A ella también le gustaba mirar la luna reflejada en el agua de la piscina mientras pensaba. Se dio cuenta de que a su nieta le había quedado el móvil encima de la mesa y al cabo de un rato lo cogió. Sabía que no debía hacerlo y que si Lucía se enteraba volverían a estar a la greña, pero rebuscó entre sus contactos hasta dar con Pedro. Durante unos segundos no apartó la vista del número. La tentación de llamarlo estaba allí presente y la empujaba con insistencia. Miró el reloj. Era demasiado tarde. Anotó el número en su propio móvil y después ella también se fue a la cama.

*

Aquel fue un verano inusual para Lucía, marcado por su regreso, por la melancolía, por el recuerdo del amor fallido de Pedro y de la ingratitud de Jorge, por los calores extremos que inundaron Madrid durante aquellas semanas. Su abuela le decía que contactara con sus antiguas amigas y que se apuntara con ellas a algún viaje, aunque fuera corto, al menos le serviría para alejarse de una ciudad desierta y distraerse de sus nostálgicos pensamientos. Pero las amigas que Lucía había tenido en el pasado se encontraban desperdigadas por el mundo. Casi ninguna vivía en Madrid, salvo María, a la que desde luego no pensaba acudir.

Un atardecer de agosto, sentada en una terraza de la Gran Vía, la vio de lejos. Iba empujando el cochecito de un bebé. Lucía supuso que sería hijo suyo y de Lázaro. Seguramente formaban una familia feliz, igual a la que en un futuro próximo formarían Pedro y Natalia con su retoño. Recordó sus años de adolescencia y juventud al lado de María y sintió una punzada de añoranza. Se habían conocido en el colegio, cuando los padres de su amiga habían llegado a Madrid para trabajar, procedentes de un pueblo de Andalucía. Ella era una chica simpática y y habladora, con un carácter extrovertido pero a la vez tranquilo, muy parecido al de Lucía. Tal vez por eso se hicieron amigas tan pronto, por eso y porque descubrieron que tenían muchas cosas en común. Se podían pasar horas hablando de libros, de música, de cine o de chicos sin que se cansaran de estar juntas. El segundo verano María la invitó a conocer su pueblo andaluz y allí pasó Lucía unos días de vacaciones junto a la familia de su amiga, que casi se convirtió en su propia familia, antes de marchar con la propia al pueblo de Galicia. Luego, cuando Lucía se hizo novia de Lázaro, María comenzó a salir con un chico llamado Ernesto con el que llegó a estar casi dos años. Pero era demasiado inquieta como para aguantar mucho al lado de un hombre. Decía que le asustaban los compromisos y que con el tiempo los hombres acababan convirtiéndose en unos personajes aburridos que sólo se interesaban por el sexo, por beber cerveza y por ver fútbol en la tele. Lucía pensaba que lo único que le ocurría era que no había encontrado el hombre adecuado. Y mientras que no lo encontró fueron felices con esa amistad tan plena y cómplice que mantenían. Hasta que ocurrió lo que ocurrió. Jamás pensó que entre su novio y su mejor amiga pudiera haber algo más que una simple amistad. Es más, siempre había pensado que a Lázaro no le caía demasiado bien María. Al principio se quejaba de que siempre iba con ellos a todos lados y no les dejaba momentos de intimidad. Con el tiempo llegó a tratarla con una casual indiferencia que al parecer no era tal. Tal vez fuese una pose estudiada para esconder la verdadera relación que mantenían.

Lucía tomó un sorbo de su cerveza y pensó que poco tiempo después ella había pasado a ocupar con respecto a Natalia el mismo lugar que María había ocupado con respecto a ella y se sintió mal. Siempre se sentía mal cuando aquellas reflexiones le venían a la mente, porque llegaba a la conclusión de que ella no era mejor que su antigua amiga. Claro que en su caso había llevado las de perder. Apartó de su cerebro aquellas cavilaciones que, afortunadamente, ocupaban cada vez menos su cabeza, y pensó que dentro de apenas un mes, cuando el curso comenzara, la vida le daría la oportunidad de conocer a gente nueva que le ayudaría a pasar página y comenzar de cero de verdad y de una vez. No sabía que una sorpresa especial le esperaba en aquel instituto de barrio.

*

Una semana antes de comenzar el curso recibió una inesperada llamada. Cuando el móvil sonó y vio el nombre de Jorge reflejado en la pantalla dudó si contestar. Finalmente lo hizo cuando la comunicación estaba a punto de cortarse.

–Hola Jorge – dijo sin atisbo alguno de entusiasmo.

–Hola Lucía.... ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Hace tiempo que no sé de ti y me dije.... voy a llamarla.

No sabía a qué le sonaban aquellas palabras, tal vez a arrepentimiento. Lucía nunca había sido especialmente rencorosa y estaba dispuesta a perdonar la afrenta de Jorge, aunque estaba segura de que le costaría retomar la complicidad de antaño. El el fondo daba un poco igual. Ahora él estaba a muchos kilómetros y seguramente el tiempo y la distancia acabarían haciendo que su amistad quedara de nuevo latente, como había permanecido todos aquellos años.

–Bueno, estoy todo lo bien que se puede estar dadas las circunstancias. Dos fracasos sentimentales en tan poco tiempo no son plato de buen gusto. Pero resistiré, para seguir viviendo, como dice la canción.

Se escuchó una leve risa al otro lado.

–Y tú por Bolonia ¿Qué tal?

Jorge le contó su nueva vida en Italia, lo feliz que se sentía con su nueva ocupación, lo maravillosa que era la ciudad y la gente nueva que había conocido. Al despedirse le habló de la pareja que ambos habían dejado atrás.

–Pedro no sabe que Natalia no está embarazada. Bueno al menos no lo sabía. Aunque al parecer ella está empeñada en quedarse...

–Jorge, déjalo. Ya me sé la historia, no hace falta que me cuentes más ni quiero saber nada de la vida de esos dos. Pedro ya hizo su elección y de nada me vale pensar en él ni saber de su vida.

–Es que me siento un poco culpable de todo lo que está ocurriendo.

–Pues no te sientas. Olvida todo y tan amigos Jorge. De verdad que no merece la pena.

Se despidieron con mucho más afecto del que sintieron cuando comenzaron aquella corta conversación. Lucía se sintió un tanto aliviada. No sabía que aquella mejoría en su ánimo sería sólo momentánea.



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