sábado, 23 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 14

 


El lunes Lucía acudió al instituto arrastrando la tristeza de todo el fin de semana, sabedora de que se iba a encontrar con Pedro y temerosa de lo que él pudiera decirle. Esta vez fue ella la que intentó esquivarlo durante la mañana, y a la hora del recreo sacó un café de la máquina y se fue al banco del paseo. Hacía una preciosa mañana de primavera. Faltaban solo dos semanas para terminar el curso y tenía que reconocer que le daba pena dejar aquello y regresar de nuevo a Madrid. Había llegado con tantas ilusiones, con tantas esperanzas... pero nada había salido como había pensado. En realidad no había pensado nada, no tenía ningún proyecto salvo dar clase y olvidar su anterior vida con Lázaro. En sus planes no entraba la posibilidad de encontrar el amor de nuevo y sin embargo.... lo había encontrado y ahora amenazaba con írsele de las manos y dejarla sumida en el desencanto.

Escuchó unos pasos que se acercaban a su espalda y supo que era él. Su corazón comenzó a latir de manera acelerada y sintió que no podía respirar. Cerró los ojos y con esfuerzo llenó de aire sus pulmones. Pedro se sentó a su lado y ella abrió los ojos y le miró con infinita tristeza.

–Lo siento – dijo él – Lo siento Lucía, te juro que yo no sabía nada.

No, claro que no lo sabía, de eso estaba ella absolutamente segura.

–Me... me hace sentir mal pensar que.... que a ella también te la follabas – dijo con rabia.

–Por favor, no seas soez, no es tu estilo.

–Vaya, ahora resulta que soy soez porque le llamo a las cosas por su nombre. Pues lo siento Pedro, pero me fastidia enormemente pensar que la has dejado preñada mientras te acostabas conmigo, a pesar de que no tengo derecho, el derecho lo tenía y lo tiene ella. Pero bueno, supongo que la situación es... inevitable.

Quedaron en silencio durante unos segundos. Lucía miraba el mar como queriendo despedirse de él y Pedro miraba la hierba y jugueteaba con la punta del zapato en la tierra.

–¿Qué va a pasar con nosotros, Pedro? – se atrevió a preguntar Lucía.

–No lo sé – contestó él al cabo de unos segundos – Yo te quiero, mi amor por ti no ha cambiado nada pero.... ese niño...

Lucía se levantó del banco con pena, con la misma pena que la había llevado hasta allí. Decidió que hablaría con la dirección del Instituto para poder adelantar su regreso a Madrid, estaba claro que allí no pintaba nada.

–No me hace falta más respuesta – dijo – en el amor no puede haber ningún “pero”. Quédate con Natalia y con tu niño y sé muy feliz.

*

Tres días después Lucía hacía las maletas para regresar a Madrid. Había pedido permiso en el instituto y el director no le había puesto problema siempre que dejara la evaluación final lista. Había dedicado aquellas tres jornadas a ultimar los detalles de su trabajo y ahora sólo le quedaba recoger sus cosas y regresar al lugar del que no debió haber salido nunca.... o sí. Se sentó en la cama con una sensación de derrota que se difuminó casi al instante al pensar en Pedro. Y es que contrariamente a lo que le había ocurrido con Lázaro, la ruptura con Pedro no le provocaba odio, sí dolor, pero no odio, más bien al contrario. Se marchaba a Madrid con el corazón lleno de amor, de ese amor con el que siempre había soñado y que había encontrado en aquel muchacho tierno, tímido, cariñoso. A pesar de los años transcurridos al lado de Lázaro, Pedro era el amor que había estado esperando desde siempre, pero apenas le había dado tiempo a disfrutarlo. Se le escurría de las manos por una causa mayor y ella debía de retirarse en silencio, sin escándalos.

A pesar de la calma que sentía no pudo evitar que las lágrimas llamaran a la puerta de sus ojos y pasaran sin llamar. Para distraerse un poco decidió salir a dar un paseo. Se puso su chandal rosa y bajó las escaleras despacio. Escuchó voces en el garaje. Era Jorge, que acababa de llegar de trabajar. Hablaba demasiado alto y a Lucía le dio la impresión de que regañaba con alguien. Se acercó a la puerta que daba a las escaleras del garaje y escuchó.

–No voy a ser tu cómplice, Natalia, no lo voy a hacer. Tu plan me parece una locura.

Al oír nombrar a Natalia, Lucía escuchó con más atención. Cómplice de una plan, decía Jorge, ¿de qué plan?

–Que no, Natalia, que no, que esas no son maneras. Si no estás embarazada tarde o temprano se va a descubrir y después será mucho peor. ¿Acaso te crees que Pedro se va a quedar a tu lado cuando descubra tu mentira? No se puede obligar a nadie a amar y lo único que conseguirás es hacerle infeliz, a él y a unas cuantas personas más.

Lucía no quiso seguir escuchando. Se alejó de la puerta y se apoyó en la pared. Un ligero mareo nublo su mente y tuvo que reprimir un vómito. Natalia estaba fingiendo su embarazo y Jorge lo sabía. Pero ¿con qué clase de gente estaba? Ni siquiera Jorge era un hombre cabal, era un miserable que se prestaba a un juego atroz.

La puerta se abrió de repente y apareció Jorge. Al ver a Lucía allí, frente a él, apoyada en la pared, se paró en seco y se la quedó mirando. Enseguida supo que lo había oído y no se le ocurrió nada que decir.

–Eres un miserable – le dijo ella – ¿Cómo has podido?

–No es lo que parece. Yo no quería... tú me has escuchado hablar con ella.

Ella no le respondió. Salió de la casa y enfiló camino abajo. Caminó con prisa y con ansia, hasta que llegó a la playa y se sentó en la arena. Su corazón latía con fuerza y se tomó un tiempo para calmarse. Estaba sola y oscurecía. Cuando se sintió más tranquila sacó su móvil del bolsillo y marcó el teléfono de Pedro. No había vuelto a hablar con él desde su “despedida” en el banco del paseo, a pesar de que se habían visto alguna vez más en el instituto. Puesto que él había tomado la decisión de permanecer el lado de Natalia, y ella la de regresar a Madrid, Lucía creyó que tener el mínimo contacto sería lo mejor. Por eso no lo había llamado ni se había acercado a él. Él tampoco lo había hecho. Sin embargo ahora tenía que contarle la conversación que había escuchado, aunque tal vez no sirviera para nada.

El teléfono sonó cinco veces antes de escuchar la voz de Pedro al otro lado de la linea.

–Hola, Lucía, ¿cómo estás?

–Ha tenido tiempos mejores – respondió ella, sintiendo un escalofrío al volver a oír aquella voz que tanto la seducía – Pedro, tengo algo que decirte.

–Lucía... es mejor no dar más vueltas al asunto, de veras. Ya no hay remedio.

–Es que me he enterado de algo que tienes que saber....

–Por favor, Lucía. No lo hagas más difícil. Te quiero, no te puedes imaginar cuánto. Jamás serás capaz de comprender todo el amor que guardo para ti en mi corazón, pero no puedo dejarla ahora. Ese niño necesita un padre y yo también lo necesito a él.

–Pero...

–Adiós Lucía. Sé feliz. Ojalá algún día volvamos a vernos y puedas perdonarme todo el daño que te estoy haciendo. Te juro que yo no quería.

La línea se cortó sin más y Lucía comprendió que todo estaba perdido. Él no deseaba escucharla y era probable que si se decidiera a hacerlo no la creyera. Se levantó de la arena y se sacudió la ropa. Había perdido la guerra y no le quedaba más opción que la retirada.

Regreso a la casa arrastrando su fracaso, ya sin fuerzas para llorar. Allí la esperaba Jorge que, suplicante, le pidió perdón nada más verla entrar, como si la estuviera esperando exclusivamente para ello.

–Por favor, Lucía, tienes que creerme. Cuando Natalia me contó su plan no pensé que lo fuera a poner en práctica. A mí tampoco me gusta lo que está haciendo.

–Déjalo, Jorge, no te esfuerces. No me interesa nada de lo que puedas decirme. Está claro que entre su amistad y la mía prefieras la de ella, y no te lo reprocho. Al fin y al cabo yo regresé de la infancia y tal vez forcé una complicidad que había dejado de existir. Espero que te vaya muy bien en Italia. Yo mañana me regreso a Madrid, de donde nunca debí haber salido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario