domingo, 3 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 6

 



Jorge entró en la casa y al verla en el sofá la saludó como todos los días. Se acercó, le dio un beso en la mejilla y le preguntó qué tal el día. Ella le contestó con un escueto “como siempre”, obviando el detalle de su almuerzo con Pedro.

Jorge dejó unas bolsas en la cocina, se quitó el impermeable que colocó en el perchero y se sentó a tu lado. Posó su mano en el muslo de Lucía y le dijo:

–¿Cómo estás? ¿Te apetece hablar?

Lucía tomó aire y bajó la vista antes de responder. No sabía si le apetecía hablar o no, pero de lo que estaba segura era de que quería terminar con aquel equívoco de una vez por todas.

–No hay mucho que hablar, Jorge. Sólo quiero pedirte disculpas. Lo que pasó ayer fue provocado por mí... por mi miedo a la soledad supongo, o por los recuerdos que desde que estoy contigo me golpean la mente sin ningún sentido. Creo que pensé que tenerte como pareja no era mala idea y sí, sí lo era. Creo que no estoy enamorada de ti.

Jorge se acercó más ella y rodeó sus hombros.

–Yo también quiero pedirte perdón por no haberte dicho antes cómo soy. Seguramente si lo hubiera hecho no hubiera pasado nada de esto.

–Bueno, al final no tiene tanta importancia. Yo creo que lo mejor es que lo olvidemos y ya está. El día de ayer no existió ¿vale?

–Vale

–De todos modos me gustaría decirte algo que creo que es importante. Me voy a buscar una casa para vivir yo sola.

–Pero... ¿por qué? ¿No estás a gusto aquí? La casa es muy grande, más que suficiente para los dos. Y yo ya me he acostumbrado a tenerte aquí. No quiero que te vayas.

–¿Y si en algún momento quieres traer a alguien?.... No sé.

Jorge se echó a reír sonoramente.

–Lucía, soy gay, no soy promiscuo.

–Lo siento, no quería decir nada de eso – respondió la muchacha toda azorada.

–Lo sé, tranquila, era un broma. No te preocupes por eso. Hace dos años que dejé una relación y de momento no pienso liarme con nadie, ni para un rollo de una noche, no me van esas historias. Así que puedes quedarte aquí el tiempo que quieras.

Lucía sonrió y respiró aliviada. Ya todo estaba aclarado.

*

Se acercaban las Navidades y todos hacían planes. Todos menos Lucía, a la que desde que faltaban sus padres aquellas fechas no le gustaban lo más mínimo y en realidad le daba lo mismo cómo pasarlas, sola o acompañada, no tenía la más mínima importancia. En realidad lo que le hubiera gustado sería dormirse la noche del veintitrés de diciembre y despertarse la mañana del siete de enero, pero como no era posible, se armaba de paciencia y capeaba aquellos días como podía. Durante una de las consabidas cenas de los sábados escuchaba como los demás deshojaban sus proyectos navideños sin abrir la boca. Jorge se iba a casa de sus padres, a Santiago; Natalia a casa de los suyos a La Coruña, aunque el día de Navidad tenía guardia y debía trabajar. Por su parte Pedro se marchaba a Madrid a pasar Nochebuena y Navidad con su madre y sus hermanos. A Lucía le sorprendió que Pedro y Natalia no pasaran las fiestas juntos, pero no dijo nada, al fin y al cabo no era asunto de su incumbencia y Natalia, que era muy suya, a veces contestaba de manera un poco brusca si se le hacía alguna observación que ella consideraba no debía interesar, como era el caso.

–¿Y tú Lucía? ¿Qué vas a hacer? – preguntó precisamente Natalia.

–Pues no tengo pensado hacer nada – dijo –, si a Jorge no le importa me quedaré aquí, en su casa.

–¿Sola? – preguntó Pedro sorprendido.

–Sí, sola. Tengo una hermana que vive en Alemania con su marido y sus hijos. Me llama todos los años para que vaya a pasar unos días con ellos, y todos los años voy a pasar unos días con ellos, pero no precisamente por Navidad. Y en Madrid tengo una abuela con la que no me llevo demasiado bien, así que me quedaré aquí, sola. No me importa, estaré bien.

La conversación tomó otros derroteros y el tema de las navidades quedó relegado al olvido. En el fondo a Lucía no le gustaba especialmente quedarse sola. Aquellos últimos años las había pasado con la familia de Lázaro, pero Lázaro y su familia habían pasado a formar parte de su historia, así que no tenía otra opción. Al fin y al cabo qué más daba. Era un día como otro cualquiera. Se compraría algo de marisco para darse un capricho y ya. Seguramente lloraría un poquito antes de irse a la cama, o en la cama mismo, y al día siguiente vería las cosas de otro modo.

Sin embargo hubo alguien que no olvidó el tema de la Navidad en soledad de Lucía. El lunes, a la hora del recreo, mientras tomaba un café en el bar frente al instituto y echaba un vistazo a los últimos exámenes que tenía que corregir, alguien se sentó a su lado y le preguntó.

–¿Cómo es eso de que te vas a quedar sola en Navidad? ¿Me lo puedes explicar?

Levantó la vista asustada y frente a ella vio a Pedro, mirándola con sus ojos tristes y una media sonrisa que Lucía no supo interpretar.

–Hola, Pedro. No tiene nada que explicar, no tengo con quien ir, bueno sí, podría irme con mi abuela pero no me apetece, así que me quedaré yo sola. No pasa nada.

–Yo me quedaré contigo.

En ese instante sonó el móvil de la muchacha y en la pantalla vio reflejado el nombre de su hermana. Contestó de inmediato y la conversación que mantuvo con Cristina fue la habitual por esas fechas, aunque esa vez su hermana fue particularmente insistente, dado que eran las primeras Navidades sin Lázaro. Pese a ello, Lucía se mantuvo en sus trece: no iba a ir a Alemania. Después del consabido tira y afloja finalmente Cristina le hizo prometer que por lo menos tendría en cuenta la posibilidad de marchar a Madrid, a casa de la abuela Soledad. Lucía hizo la promesa aún a sabiendas de que no la iba a cumplir y colgó.

–Era mi hermana – le dijo a Pedro, que había permanecido allí, sentado frente a ella, a la espera de que terminara la conversación – que como todas la navidades pretendía que me marchara con ella a Alemania. Pero no iré, tampoco me apetece.

–Yo me quedaré contigo, de verdad. Mi madre no estará sola, mis dos hermanos están allí y le harán compañía.

Lucía se quedó mirando a Pedro fijamente, aun sin pretenderlo. Su mente intentaba comprender la actitud de aquel chico. No se iba con Natalia a casa de sus padres, sin embargo estaba dispuesto a renunciar a pasar las fiestas con su propia madre para hacerle compañía a ella.

–¿Y tú crees que a Natalia no le importaría? – preguntó de pronto – Lo digo porque... no sé, se me hace raro que ella se quede en La Coruña y tú te vayas a Madrid. Si le dices que te quedas conmigo...

–Siempre lo hemos hecho así. Desde que vivimos juntos. Lo decidimos entre los dos y a los dos nos pareció bien. No sé cómo le parecerá que me quede contigo, pero será cuestión de hablarlo. Es posible incluso que ella misma plantee la posibilidad de cenar todos con sus padres en La Coruña ¿Qué te parece?

Lucía recogió los papeles que estaban medio desparramados sobre la mesa, los metió en su carpeta y se levantó dispuesta a marcharse, mientras pensaba en la forma de decirle a Pedro que no se preocupara tanto por ella, que estaría bien sola y que por nada del mundo iría a pasar las fiestas con unos desconocidos, aunque fueran sus suegros.

–No me parece, Pedro. No creo que sea de recibo que me presente en casa de unos señores que no conozco de nada, ni tampoco me parece bien la posibilidad, aunque sea remota, de que Natalia y tú tengáis problemas por mi culpa. Además, en último término si me veo muy agobiada llamo a mi abuela y me voy a Madrid con ella. No te preocupes, de verdad. Tengo que irme, debo dar clase. Hasta luego.

Pedro se quedó sentado ante su café y mirando a la muchacha alejarse a través del cristal. En el fondo ni siquiera él comprendía su insistencia. En realidad nada debería importarle de qué manera pasara las Navidades Lucía. Y desde luego estaba seguro de que ni a su madre ni a Natalia, les hubiera parecido bien la posibilidad de que se quedara en el pueblo para acompañar a Lucía, a una chica que, al fin y al cabo, acababa de conocer y con la que no le unían otras cosas que un amigo común y el mismo lugar de trabajo. Eso era lo que pasaba por la mente de Pedro. Pero su corazón le decía otras cosas. Su corazón le decía que se encontraba bien al lado de Lucía y que sentía la necesidad ilícita de conocerla mejor y descubrir el mundo que guardaba en su interior.

Tomó un sorbo de su café y cerró los ojos por unos instantes. Aquello no era bueno. No era nada bueno.

*

A Lucía no le hizo falta ni siquiera acariciar la posibilidad de cumplir lo prometido a su hermana, porque dos o tres días después de hablar con ella la pantalla del teléfono se iluminó con el nombre de la abuela Soledad. En el fondo Cristina la conocía bien y sabía que no iba a ponerse en contacto con la abuela, así que le había faltado tiempo para hacerlo ella.

Lucía y su abuela no se llevaban demasiado bien desde hacía unos cuantos años, concretamente desde que la buena mujer había conocido la otra cara de Lázaro. No le gustaba, nunca le había gustado y en más de una ocasión había metido las narices dónde no la llamaban provocando pequeñas trifulcas entre la pareja. Hasta que un día Lucía decidió cortar por lo sano y le dijo que o aceptaba a Lázaro tal y como era o perdería una nieta de manera definitiva. La abuela Soledad prometió mantenerse al margen de todo lo que tuviera que ver con Lázaro, pero no fue capaz de cumplir su promesa y después de una tremenda discusión provocada por contarle a Lucía que había visto a su novio de la mano con una mujer por el centro de Madrid, la chica decidió apartarla de su vida terminantemente. No le volvió a dirigir la palabra más que lo indispensable y así seguían después de casi seis años. Aunque en aquellos momentos, con la perspectiva que le daban el tiempo y los acontecimientos, Lucía comprendía que lo que su abuela le había contado sobre Lázaro no era descabellado en absoluto. Antes de descolgar el teléfono pensó que las mujeres enamoradas pueden llegar a ser muy estúpidas. Incluida ella, incluso ella más que ninguna otra.

–Hola abuela – saludó con un claro deje de desinterés en su voz.

–Hola Lucía. No hace falta que muestres tu fastidio por mi llamada, ya sé que molesto, pero tu hermana me ha llamado y ha insistido tanto que no pude dejar de comprometerme a ponerme en contacto contigo. Al parecer no tienes dónde pasar las fiestas.

–Dónde sí tengo, no tengo con quién. Pero no estés intranquila por mí. Sé cuidarme sola. Cristina es un poco histérica.

–Por supuesto que no lo es. Tu hermana es la persona más juiciosa que conozco y por eso le dije que no sólo te iba a llamar, sino que iba a conseguir que te vinieras a Madrid a pasar conmigo al menos la Nochebuena y la Navidad.

Lucía soltó una risa burlona antes de contestar.

–¿Pero tú qué quieres? ¿Que la cena sea un desastre? De todos es sabido que tú y yo no podemos estar juntas.

–Lucía, deja de decir tonterías. ¿No te parece que es hora de olvidar lo ocurrido y pasar página? Puede que no debiera haberte dicho nada, pero ya ves, a lo mejor el tiempo ha terminado dándome la razón y de verdad vi a Lázaro, no a un espejismo como tú pretendías hacerme creer.

–Si me vas a restregar por las narices mi fracaso, mal empezamos.

–No te voy a restregar nada. Lo que he dicho es simplemente la verdad. Y te conozco lo suficiente como para saber que tú también lo has pensado alguna vez.

Lucía suspiró para coger fuerzas, como siempre. Sí, lo había pensado y sí, su abuela tenía razón. A lo mejor había llegado el momento de la reconciliación, aunque no pensaba darle demasiadas confianzas, no fuera a ser que volviera a estropear las cosas.

–Tienes razón – respondió sumisa – Iré a pasar nochebuena y Navidad contigo, pero sólo esos dos días, después me regreso al pueblo.

–Eso está mejor. Te estaré esperando con ansia.

Lucía colgó el teléfono y sintió que había hecho lo correcto. Es cierto que a casa de la abuela siempre acudía a cenar su tía Lidia con sus dos hijas, Marta y Megan, que era un poco tontas, como su madre, pero sería soportable. Sólo tendría que aguantarlas unas horas.



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