miércoles, 27 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 16

 


Volver a madrugar, a recorrer Madrid en metro mientras escuchaba música o leía un libro, volver a tratar con los chicos... todas esas cosas que daban sentido a su vida volvieron a estar presentes en septiembre, cuando el curso comenzó. La verdad era que ya estaba un poco harta de aquel verano ocioso que parecía no tener final. Necesitaba volver al trabajo para tener otra vez ocupada la cabeza.

El nuevo instituto estaba a dos paradas de metro, situado en un buen barrio, con modernas y amplias instalaciones. Pintaba bien. Si el alumnado era estudioso, con interés y tranquilo, ya sería el colmo de la felicidad. Y puede que lo fuera si no la estuviera esperando una desagradable sorpresa: la otra profesora de literatura era su ex amiga María. Cuando la directora las presentó apenas podía creer que el momento fuera real. Le parecía estar viviendo dentro de una pesadilla. Con lo grande que era Madrid que se la fuera a encontrar en el mismo centro de trabajo era una posibilidad que jamás se le había pasado por la mente. Pero allí estaba, delante de sus narices, con la misma cara de asombro que seguramente tendría ella misma, manteniendo el tipo como podía y saludándola con unas palabras ininteligibles antes de dar media vuelta y desaparecer de forma artificialmente apresurada. Marta, la directora, una mujer entrada en años, a punto de jubilarse, que había visto de todo entre los elencos de profesores con los que había tenido que bregar, se la quedó mirando con gesto de asombro y le preguntó si la conocía. Lucía asintió lentamente.

–Y me da la impresión de que no es precisamente amistad lo que hay entre vosotros – afirmó más que preguntó Marta.

–No precisamente – respondió Lucía.

–Pues siento decirte que compartís curso. Tendréis que poneros de acuerdo de vez en cuando para algún tema que os incumba. Es mi último año, te ruego que no me pongáis las cosas muy difíciles.

Lucía no pudo menos que sonreír ante el tono de súplica de la pobre mujer.

–No te preocupes – le contestó – Sé separar mi vida personal de la profesional. No será plato de buen gusto, pero me llevaré bien con ella. En aras a los viejos tiempos.

No estaba, sin embargo, muy segura de poder cumplir aquella promesa. Tener a María cerca significaba regresar a un pasado que necesitaba olvidar. No deseaba saber nada de su vida y mucho menos de la de Lázaro. Así se lo contaba a su abuela de regreso de su primera jornada de trabajo, mientras la mujer la escuchaba totalmente asombrada ante la absurda coincidencia que traería de nuevo infelicidad a su nieta.

–¿Y no se puede hacer algo? No sé... a lo mejor puedes pedir el traslado a otro instituto – propuso.

–Que va, lo único que puedo hacer es pillar una baja si veo que no puedo con la situación. Pero intentaré no hacerlo. No te preocupes abuela – dijo Lucía posando su mano sobre el hombro de la mujer – al parecer mi signo es luchar contra el pasado, pero ya sabes cómo soy. Tendré paciencia.

Así pues comenzó su andadura en el nuevo instituto. Le asignaron dos grupos de primero de bachiller y uno de segundo. Los otros dos grupos de primero eran para María. Afortunadamente el itinerario de las clases estaba señalado, tanto el temario como los libros que los chicos habían de leer, así que las cosas sobre las que, como había dicho la directora, debían de ponerse de acuerdo, eran mínimas. Se veían todos los días en la sala común de profesores. Allí era el lugar en el que Lucía se enteraba de detalles de la vida de su ex amiga y su ex novio que no le importaban en absoluto, pero es que María no había cambiado y siempre había sido de las que aireaba detalles de su vida sin importarle lo más mínimo que se convirtieran en temas de dominio público. Contaba a grito pelado la mala noche que les había dado el niño porque le estaban saliendo los dientes, o el maravilloso viaje que había hecho aquel verano con Lázaro a Isla Mauricio. Así Lucía supo que todo les iba muy bien y que eran muy felices. No paraban de hacer cosas, de salir los fines de semana aquí y allá, de viajar, aunque fuera al pueblo de al lado, en resumen, de disfrutar de una existencia de la que ella y Lázaro no habían disfrutado jamás porque al señorito no le apetecía. Aquello no era otra cosa que una muestra más de que su cariño llevaba tiempo fuera de combate. María había sido la guinda del postre, el empujón que necesitaba para abandonarla, nada más. Asumirlo no era plato de buen gusto, aunque en el fondo sentía que debía darle igual. Después de conocer a Pedro ¿qué coño le importaba Lázaro? Por ella podían irse de viaje al infierno. A veces pensaba que incluso estaría bien intentar un acercamiento a María y proponerle retomar la amistad perdida, a lo mejor así ella se daba cuenta de que la ruptura con Lázaro estaba más que superada y que le importaba un pimiento que fueran tan felices, es más, les deseaba que fueran mucho más felices todavía. Lo malo es que no le salía. Para que pudiera acercarse a María le faltaba un puntito de hipocresía y le sobraba demasiada sinceridad. Lucía no era buena actriz, nunca lo había sido sobre el escenario y mucho menos en la vida diaria.

Durante aquel tiempo se dirigieron la palabra en tres o cuatro ocasiones y de manera escueta, para comentar la lectura de algún libro o sincronizar el contenido de sus clases, y fuera de las historias que María contaba en la sala de profesores Lucía no sabía más sobre ella ni necesitaba saberlo.

A mediados de curso, pasadas las Navidades, Lucía se dio cuenta de que María no era la misma. Estaba pálida y ojerosa y ya no era la alegría de la sala común. Caminaba con paso cansado y en alguna ocasión Lucía creyó ver en su cara señales de haber estado llorando. Otros profesores también se dieron cuenta de aquel extraño y repentino cambio. Un día alguien le preguntó si estaba enferma y respondió que no, que tenía algunos problemas personales pero que estaba perfectamente sana. La directora le dijo que si lo consideraba necesario se podía coger una baja o al menos unos días de descanso, pero ella respondió que no, que necesitaba acudir al trabajo porque estar entretenida era la mejor forma de no pensar. Lucía intuyó que su ex amiga había descubierto la cara real de Lázaro. Pronto lo había hecho, no como ella que había perdido veinte años de su vida al lado de aquel impresentable.

Un poco antes de las vacaciones de Semana Santa el departamento de Lengua y Literatura organizó una salida al teatro con los chicos. María, la otra profesora de literatura y Lucía eran las encargadas de los alumnos, que se mostraron entusiasmados ante aquella pequeña fiesta que venía a poner un poco de luz en la rutina de las clases.

La función resultó interesante y entretenida. Nadie imaginaba lo que iba a ocurrir a la salida. María parecía más animada que de costumbre, tal vez un poco nerviosa y distraída, quizá fuera esa distracción lo que no le permitió ver el coche que venía a demasiada velocidad y que se la llevó por delante mientras los chicos estaban subiéndose al bus que los llevaría de vuelta a casa. El cuerpo de la mujer dio una voltereta en el aire y quedó tendido en el suelo en una postura imposible.

Lucía sintió una sensación extraña al ver a su antigua amiga en el suelo. De pronto desfilaron por su mente imágenes como fotogramas de los momentos felices que habían pasado juntas, y con un grito desgarrador corrió hacia ella olvidando todos los rencores que en aquellos momentos no tenían cabida en su corazón ablandado por la tragedia. Lucía se arrodilló al lado del cuerpo de María y posó su cabeza en el pecho de ella en un intento desesperado por escuchar los latidos de su corazón. Latía, sí, latía con fuerza, lo que quería decir que estaba viva. La gente comenzó a arremolinarse en torno a la accidentada, algunos de los alumnos gritaban y otros lloraban. Ruth, la otra profesora, intentaba calmarlos inútilmente. Lucía tomó las riendas de la situación. Llamó una ambulancia y le aconsejó a su compañera que llevara a los alumnos hasta el instituto y que allí diera la noticia del accidente.

–Yo iré con ella al hospital y os llamaré en cuanto sepa algo de su estado.

Así lo hizo. La ambulancia llegó pronto y se llevaron a María al hospital, donde tras un detallado examen, quedó ingresada con un par de costillas y un brazo rotos y un traumatismo craneoencefálico leve. Según los médicos había tenido mucha suerte, el golpe en la cabeza había sido amortiguado por su propio brazo.

Eran más de las doce de la noche cuando Lucía salió del hospital y dejó atrás a María. No sabía si habían avisado a sus familiares, suponía que sí, ella había llamado al instituto y la directora se había presentado poco después. Afortunadamente todo había quedado en un buen susto.

Los días siguientes fueron extraños. Lucía no sabía qué hacer. Tenía noticias de María por boca de los demás profesores, pero dudaba si debía ir a visitarla o no. Se acordaba de aquella sensación que la había envuelto cuando vio su cuerpo tirado sobre el asfalto, sin saber si estaba viva o muerta. En aquellos momentos poco había importado el enfado por el agravio cometido. En aquellos momentos María había vuelto a ser su amiga, la amiga de siempre con la que había compartido lo que jamás volvería a compartir con nadie. A lo mejor había llegado el momento de olvidar y comenzar de nuevo. Tal vez el accidente hubiera sido una señal para indicar que ya estaba bien de perder el tiempo en disgustos antiguos.

Así pues, una tarde Lucía se dirigió al hospital. Sólo esperaba no tener que encontrarse con Lázaro, en realidad no deseaba encontrarse con nadie. Quería que el momento del reencuentro fuera únicamente para ellas dos.

Cuando llegó, la puerta de la habitación estaba entornada. Los nervios hacían que su corazón latiera con fuerza. Dio unos golpes suaves y escuchó la voz de María que le indicaba que podía entrar. Lo hizo y la vio allí, frente a ella, postrada en la cama, llena de vendajes por todas partes. Se acercó lentamente sintiendo sobre sí la mirada escrutadora y asombrada de su amiga, viendo como sus ojos se volvían acuosos y una lágrima revoltosa e inquieta surcaba su mejilla erosionada por las heridas.

–Lucía – dijo con labios temblorosos.

Lucía se sentó en la cama, a su lado, y se fundieron en un abrazo que terminó con aquellos años de enojo.

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