lunes, 1 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 17

 


María estuvo algunas semanas más en el hospital. Durante aquel tiempo Lucía acudía muchas tardes a visitarla. Casi siempre coincidía con la madre de María o alguna hermana. Todo el mundo parecía alegrarse del acercamiento que se había producido entre ambas y nadie, ni siquiera la propia María, nombraron en ningún momento a Lázaro ni a aquel bebé que había nacido pocos meses antes. Lucía sabía que cuando su amiga se repusiera del todo y saliera del hospital, en algún momento en que estuvieran solas hablarían de lo ocurrido. En el fondo era necesario para entender razones, para comprender actitudes, para perdonar y liberar el corazón de aquel resquicio de malestar que todavía lo agitaba cuando la mente volaba al pasado.

Ocurrió una tarde de principios de verano, ya terminado el curso, cuando se encontraron de casualidad paseando por las calles de una ciudad cuyo asfalto comenzaba ya a hervir con el sol de junio. María empujaba una sillita en la que iba sentado un bebé de unos meses que Lucía no dudo en identificar como el hijo de Lázaro, dado lo mucho que se parecía a él. Era la primera vez que veía al niño y la primera vez que se encontraba con su amiga fuera del hospital y del instituto, pues si bien es cierto que se habían acercado, todavía faltaba mucho para recuperar la complicidad de antaño, si es que fuera posible, y desde que María había salido del hospital apenas sí se habían vuelto a ver más que algún día en el instituto. Sin embargo aquella bochornosa tarde el destino se empeñó en que pasaran por el mismo lugar a la misma hora, parecía como si quisiera forzar un encuentro que aunque ambas sabían necesario, ni la una ni la otra se habían atrevido a plantear en su momento.

Después de saludarse con afecto, María le propuso tomar un refresco juntas en alguna terraza a la sombra, a lo que Lucía accedió a pesar de que estaba deseando llegar a casa, cansada como se sentía después de unas horas de compras.

No bien se hubieron sentado el niño se durmió y ante unas cañas bien frías mantuvieron una conversación no por necesaria menos temida. Comenzó de casualidad, al comentar Lucía lo pronto que se había dormido el niño y preguntar a su madre si era tan bueno como parecía, pues durante el tiempo que habían estado juntas no se había quejado para nada.

–Es bueno – respondió la madre – de bebé lloraba bastante debido a los gases, pero ahora es bueno, claro que antes su padre lo cuidaba mucho, ahora se lo lleva los fines de semana que le toca y ya está.

Lucía se revolvió incómoda en el asiento sin saber qué decir, o qué no decir. Finalmente optó por mantenerse callada esperando que María se lanzara a hablar.

–Nos hemos separado – dijo – las cosas no resultaron entre los dos. Lucía.... no sé cómo comenzar a decirte.... quiero pedirte perdón por lo que te hice, por haberte quitado a Lázaro... me.... me enamoré y no vi más allá.

Lucía suspiró, como siempre que se enfrentaba con una situación desagradable. Miró a su amiga de frente y le dijo:

–Me hiciste daño, ciertamente. Aunque con el tiempo me di cuenta de que separarme de Lázaro no fue tan malo. Conocí al amor de mi vida, María. Aunque ya no estoy con él, duró poco por circunstancias que no vienen al caso. Pero fui tan feliz a su lado... Me hizo olvidar a Lázaro.

María la miró interrogante, pues apenas entendía las palabras de su amiga. ¿Cómo era posible que después de permanecer tantos años al lado de un hombre, amando a un hombre, lo hubiera olvidado tan pronto?

–Lázaro no era la persona que yo pensaba – prosiguió Lucía – o mejor dicho, la persona que yo me empeñaba en dibujar para mí. Mi abuela, ya hace unos años, me dijo que lo había visto por la calle en actitud comprometida con otra mujer y yo no quise creerla. El amor hace que a veces vivamos ciegos ante lo que no queremos ver.

–Tienes razón. Yo fui una ilusa. No sé por qué creí que yo era especial y que podía hacerle cambiar.

Lucía miró asombrada a su amiga. Sus palabras cargadas de amargura le hacían suponer que María sabía cómo era Lázaro y aún así se había rendido ante sus pies. No dijo nada, la dejó continuar hablando y escuchó con atención.

–Estaba enamorada de él desde que éramos niñas, cuando apareció en el instituto y arrasó todo con su encanto. Pero él te prefirió a ti y yo supe que no podía hacer nada. Eras mi amiga y tenía que resignarme. Ya sabes lo que fue mi vida amorosa. Hoy uno, mañana otro... tuve oportunidades de una relación estable, pero fíjate tú qué tontería, a todos comparaba con Lázaro, con un amor adolescente que ni siquiera había llegado a probar. El tiempo borró la inocencia, mi inocencia, y cuando me di cuenta de que despertaba cierta atracción en él me lancé de cabeza sin importarme el daño que pudiera hacerte. Fui su amante durante unos años, aunque sabía que no era la única. Él me contaba que te quería, pero que la vida se había hecho algo aburrida a tu lado, que la rutina había ido ganando terreno y que sentía que necesitaba vivir nuevas experiencias. Nuevas experiencias.... ja, como si no las estuviera viviendo ya desde siempre. Un día me dijo que ya no aguantaba más y que quería probar a vivir a mi lado. El resto ya lo sabes. Luego me quedé embarazada.... pero Lázaro no está hecho para tener hijos. El niño fue el detonante de nuestra separación. Era buen padre, creo que lo sigue siendo, pero tenía que hacer grandes esfuerzos para soportar el llanto de Cristian cuando le daban los ataques de gases, incluso para cambiarle los pañales, y no fue capaz. Se fue de casa poco antes de mi accidente y ¿sabes qué excusa me puso?

Lucía negó con la cabeza mirando a aquella mujer que le hablaba con la misma amargura que había sentido ella dentro de sí tiempo atrás.

–Que se había dado cuenta de que todavía te quería y que estaba pensando en reconquistarte.

Lucía no pudo evitar echar su cabeza hacia atrás y estallar en una sonora carcajada. No entraba en sus planes volver con Lázaro ni por asomo, no volvería a tropezar en la misma piedra. Había conocido lo que era el amor de verdad, ese sentimiento puro, profundo, que hace que veas a la persona amada no solo como amante sino también como amigo y confidente. No, con Lázaro jamás había sentido eso a pesar de haber pasado tantos años a su lado. Eso sólo lo había sentido con Pedro. Era probable que no pudiera recuperarlo jamás. Era posible que a lo largo de su vida fuera encontrando otros amores, y aunque en aquellos precisos momentos no le apetecía iniciar una nueva relación, sí deseaba en un futuro volver a encontrar el amor, disfrutar de las caricias y los besos de alguien que la amara, perderse en una noche de fiesta o pasar una tarde de domingo en casa viendo alguna película mientras fuera la lluvia golpeaba con fuerza los cristales. Pero nada de eso iba a suceder con Lázaro, eso lo tenía más que claro.

–¡Valiente tontería! – dijo cuando por fin paró de reír – Pero ¿qué se cree ese tío? ¿Que yo estoy tan desesperada como para volver a su lado después de mentirme y engañarme como lo hizo? Por mí puede esperar sentado.

–¿No se ha puesto en contacto contigo? – preguntó María.

–Por supuesto que no, y espero que no lo haga. Lo que menos deseo es tener que enfrentarme a él.

El pequeño Cristian despertó y su madre lo tomó en brazos.

–No sé, Lucía. Ya sabes que Lazaro es muy convincente, muy insistente. Y yo siempre os vi como la pareja ideal. Bueno, siempre no, hasta que me enteré de sus correrías.

A Lucía le estaba molestando un poco aquella conversación. Tal parecía que María estuviera empeñada en volver a emparejarla con su antiguo novio. Admitía su perdón y a pesar de lo ocurrido deseaba volver a recuperar la profunda amistad que había existido entre ambas, pero le gustaría también relegar a Lázaro a un rincón de sus recuerdos.

–No lo éramos ni lo vamos a volver a ser – dijo dando por zanjada la conversación.

Miró el reloj y se dio cuenta de que habían estado allí sentadas más de una hora. Tenía que volver a casa o de lo contrario su abuela comenzaría a preocuparse.

–Tengo que marchar María, se me está haciendo muy tarde. ¿Te quedarás todo el verano en Madrid? – preguntó levantándose de la silla y recogiendo las bolsas que había posado en el suelo.

–Supongo que iré unas semanas al pueblo, a ver a mis abuelos ¿Y tú?

–No lo sé. Igual me hago algún viaje sola, me apetece probar eso de viajar en soledad. A ver cómo se me da.

Se despidieron con el propósito de verse pronto y cada una siguió su camino.



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