lunes, 8 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 20

 



Conocía al ginecólogo de Natalia de haberla acompañado en alguna ocasión a sus revisiones rutinarias. Era un tipo serio, pero a la vez afable, y transmitía mucha confianza. Se presentó en la clínica a media tarde. La sala de espera estaba repleta de mujeres, la mayoría de ellas portando generosos vientres que daban fe inequívoca de su estado. También había algún caballero con cara de aburrimiento. Pedro pasó de largo y se dirigió directamente al mostrador de recepción. Detrás del mismo estaba la muchacha de siempre, una jovencita rubia y menuda con cara sonriente. Pedro la saludó con un escueto buenas tardes y comenzó su teatro.

–Creo que hace unos días mi mujer vino a hacerse unas pruebas. La verdad es que no estoy seguro de que fuera en esta clínica. ¿Me lo podrías confirmar?

–Buf... es que.... ¿Yo cómo sé que eres su marido? – le dijo con gesto de contrariedad – La información que tenemos sobre los pacientes es confidencial y entregar los resultados de las pruebas a cualquiera es algo que no podemos hacer. Va contra la ley de protección de datos.

–Ya... entiendo. Lo que pasa es que... bueno, el doctor nos conoce de sobras. De hecho ella suele venir a hacer sus revisiones aquí. Simplemente eran unas pruebas más complicadas y no recuerdo en qué lugar me dijo que las iba a hacer. De todas maneras, no te preocupes. Entiendo lo que me dices....

Pedro hablaba con aquella voz suave y envolvente poniendo gesto de resignación. Casi siempre daba resultado y esa vez no fue distinto. A la muchacha le dio pena y cuando vio que él se disponía a retirarse lo llamó.

–¡Espera!

Él volvió sobre sus pasos y se acercó a ella de nuevo.

–Está bien. No es muy ortodoxo pero.... te los voy a dar, si es que están aquí. Pero que no se vuelva a repetir ¿vale?

Pedro así se lo prometió con la mejor de sus sonrisas. Luego la muchacha le preguntó el nombre de su esposa y después de comprobar que efectivamente había unos resultados de pruebas pendientes de entregar desde aquella misma tarde, se los dio.

–La íbamos a llamar mañana para que pasara a recogerlos. Suerte.

Pedro tomó el sobre que la chica le tendía con manos temblorosas. Saber que estaba a un paso de la verdad le producía cierto nerviosismo. No lo abrió de inmediato. Necesitaba sentarse en algún lado y calmarse un poco. Se dirigió a una cafetería cercana y se sentó en una mesa alejada de la puerta, donde pudiera leer tranquilo lo que guardaba aquel sobre amarillo. Pidió un café y después de que lo tuvo servido, se atrevió a sacar del interior del sobre los papeles que iban a tener el poder de sentenciar su vida.

Comenzó a leer términos médicos de los que no entendía prácticamente nada, hasta que dio con lo que le interesaba, una frase que parecía el resumen de todas aquella palabrería técnica: infertilidad por adherencias en las trompas de falopio. Natalia no estaba embarazada, y seguramente no podría estarlo nunca de manera natural. Continuó leyendo un poco más. Al final de la hoja el informe médico decía que la única manera de conseguir un embarazo sería una fecundación in vitro. Pedro suspiró profundamente, se terminó el café y salió del bar mientras guardaba el sobre en el bolsillo de atrás de su pantalón vaquero. Se sentía extraño y no sabía muy bien cómo iba a arreglar aquel asunto con Natalia. No quería montar un número, no era su estilo. En todos aquellos años que llevaban juntos jamás habían tenido una discusión fuera de tono. Ella tampoco era mujer de dar gritos ni hacer escenas. Pero aquello era demasiado fuerte para mantener la calma. Y luego estaba su futuro próximo. Finalmente había conseguido arreglarlo todo para poder quedarse en el Instituto y anular su traslado a Madrid gracias al padre de un amigo que tenía mano en el Ministerio de Educación. Y resulta que ahora era lo que menos le convenía, pasar un año allí, en el mismo pueblo que Natalia, en el que se la encontraría por la calle un día sí y otro también. Tendría que capear la situación como buenamente pudiera, pues no podía pedir ayuda de nuevo al padre de su amigo, eso lo tenía claro, como tenía claro igualmente que lo suyo con Natalia se había terminado de manera definitiva.

Llegó a casa. Aparcó el coche en la calle y subió al piso. Natalia no llegaría hasta la noche. Miró el reloj y vio que no eran más que las siete de la tarde, le quedaban por delante al menos dos horas de soledad. Se sirvió una copa de vino y se sentó en el sofá del salón. No tenía ganas de ver la tele ni de leer, no sería capaz de concentrarse. Así que decidió no hacer nada. Le dio tiempo a tomarse otras dos copas de vino más, antes de que su novia apareciera en casa. Para entonces él, que no estaba acostumbrado a beber, tenía la mente un poco embotada por el alcohol y el ánimo envalentonado para afrontar el desagradable momento que se avecinaba.

Natalia llegó a casa feliz y contenta, como siempre, y entró en el salón sonriendo y parloteando sobre la tarde pasada con sus amigas. Venía cargada de bolsas que posó encima de una silla y se dirigió a Pedro, lo abrazó y lo besó en los labios.

–Estoy cansadísima – dijo mientras se dirigía a su dormitorio con la intención de cambiarse la ropa por otra más cómoda – ¿Y tú qué has hecho toda la tarde?

Pedro no contestó a la voz de Natalia que le había llegado apagada, desde la habitación. Se limitó a sacar el sobre del bolsillo de su pantalón y a dejarlo sobre la mesita. Su novia apareció de nuevo, vestida con el pijama y unas zapatillas.

–No me has contestado – dijo cambiando su tono alegre y festivo por otro mucho más serio y comedido – ¿Ocurre algo, Pedro?

Pedro la miró con lástima y luego dirigió sus ojos al sobre que estaba encima de la mesa. Los ojos de Natalia también los acompañaron en aquel corto viaje. Cuando vio el membrete de la clínica se puso visiblemente nerviosa.

–¿Qué.... qué es eso? – preguntó.

–Eso mismo me pregunté yo cuando esta mañana vi que te había venido la regla – contestó Pedro con calma – Nunca he desconfiado de ti pero esta vez fue inevitable. Una corazonada me llevó hasta tu ginecólogo.

Natalia cogió el sobre y con gesto sombrío leyó el informe médico que contenía. Mientras lo hacía su tez se volvió pálida y de pronto pareció envejecer unos cuantos años. Se dejó caer en una silla, totalmente derrotada.

–Te lo puedo explicar – dijo con un hilo de voz.

–Me encantaría que lo hicieras. Porque no entiendo nada. No estás embarazada ni vas a estarlo nunca, por lo menos de mí.

–Era la única forma de retenerte conmigo.

–No sé a qué te refieres.

–Claro que lo sabes – repuso Natalia en tono airado – Ibas a dejarme para irte con ella. Jorge lo descubrió, descubrió que había algo entre vosotros y me lo dijo. Ibas a dejarme, Pedro, y no vi otra manera de retenerte a mi lado.

Pedro se mantuvo pensativo durante unos instantes. No le gustaban las escenitas de celos. Además creía que había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa y desvelar sus sentimientos, algo que seguramente debería haber hecho hacía tiempo.

–La quería, Natalia. La quiero. Me enamoré de ella... no sé... creo que casi sin darme cuenta. Poco a poco, un día me vi echándola de menos, deseando estar a su lado. Y en Oporto sucedió todo. Sí, debí decírtelo entonces, pero... tenía miedo a hacerte daño. Luego me di cuenta de que el daño te lo iba a hacer de todas maneras. Pero eso no justifica este engaño. Cuando el amor se va, un hijo no es la solución para que regrese.

–Puede que no, pero tú estabas dispuesto a quedarte conmigo.

–Sí, lo estaba, equivocadamente, pero lo estaba. Pero ahora me voy, Natalia. Esto ya no tiene ningún sentido.



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