domingo, 21 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 25

 




Las esperanzas de Lucía de que Lázaro la dejara tranquila se esfumaron cuando unos días después de la cena se encontró de nuevo con él a la salida del instituto. Y otro día en una cafetería. Y otro más por la calle. De pronto parecía que aquel hombre salía de la nada para aparecer ante ella con más frecuencia que antes. Estaba casi segura de que la seguía y eso le produjo un poco de temor. Pensó en denunciarle a la policía, pero en realidad ¿qué iba a denunciar? ¿que se lo encontraba por la calle día sí y día también? Si ni siquiera le dirigía apenas la palabra, se limitaba a saludarla muy sonriente, eso sí, a pesar de que ella no correspondía a aquellas sonrisas.

La presencia continua de Lázaro volvió a producirle ansiedad. No quería acostumbrarse a tomar aquellas pastillas que le había recetado el médico y lo que intentó fue distraer la mente en otras cosas, pero no siempre lo conseguía. Un viernes, a la salida de las clases, se encontró con Juan por los pasillos del instituto. Hacía días que no hablaban y él se interesó por su estado de salud. Lucía le contó que Lázaro continuaba con sus apariciones repentinas y esos encuentros fortuitos la ponían un poco nerviosa.

–Intento distraerme en cosas, pero no siempre lo consigo.

–Bueno pues voy a ayudarte. ¿Qué te parecer si vamos a tomar unas cañas por ahí? Así te ayudo a distraerte.

Lucía no se esperaba tal invitación, pero aceptó. Juan le caía bien, era un muchacho muy agradable que se interesaba por ella y que sabía escuchar, bueno, suponía que eso formaba parte de su profesión, en todo caso creyó que sería divertido pasar un rato con él.

El rato se convirtió en horas. Comenzaron a hablar de mil cosas y el tiempo se les fue pasando mucho más deprisa de lo esperado. Tomaron las cañas, cenaron en una tasca típica y después fueron a tomar una copa. Estaban en el último bar, apoyados en la barra, charlando, cuando Lucía lo vio de nuevo, a Lázaro, entrando en el recinto.

–¡Joder! – dijo – Ahí está otra vez. Me está siguiendo, estoy segura.

Juan estaba de espaldas a la puerta, por lo que no podía verle. No se movió, ni siquiera miró hacia atrás. Lucía le iba relatando todos y casa uno de los movimientos de su ex.

–Ahora está muy cerca de nosotros. – le dijo, y de repente se le ocurrió una idea – Voy a hacer algo, Juan, no te asustes, solo quiero que él me vea.

Acercó su cuerpo al de Juan, le abrazó por el cuello y le besó en la boca con pasión. Él entendió el juego y la abrazó por la cintura y correspondió al beso. Estuvieron así, entre besos y arrumacos, durante un buen rato, hasta que Lucía vio cómo Lázaro abandonaba el local.

–Se ha ido – dijo.

–Oye ¿qué te parece si vamos a mi casa y tomamos la última copa? – le preguntó Juan, haciendo caso omiso a su comentario.

Lucía le miró fijamente durante unos segundos. Juan se había abandonado muy bien a sus besos, a lo mejor demasiado bien, y estaba seguro de que aquella invitación conllevaba algo más. Pero no le importó y accedió a ella. No estaba enamorada de Juan. Era un tipo muy atractivo y se sentía a gusto a su lado, pero nada más. Sin embargo la perspectiva de pasar una noche de pasión a su lado no le pareció del todo mal, al contrario. Era la primera vez que lo hacía, lo de acostarse con alguien por el que no sentía mucho más que atracción física, pero le apetecía, así que accedió.

El apartamento de Juan distaba apenas tres portales del bar. Cuando llegaron Juan sirvió unas copas y se sentaron en el sofá del salón. Estuvieron conversando durante un rato largo, tanto que Lucía pensó que se había equivocado con las intenciones del muchacho. Bueno, no le importó demasiado, se lo había pasado bien a su lado y durante unas horas Lázaro había desaparecido de sus pensamientos, a pesar de su fugaz aparición en el bar. Pero se estaba haciendo tarde y pensó que era mejor marcharse a su casa. Había llamado a su abuela para avisarle de su tardanza, pero de todos modos comenzaba a sentirse cansada. No estaba acostumbrada a trasnochar. Mas cuando estaba a punto de comunicar sus intenciones, sucedió todo. Él la besó de nuevo, así, de repente, con la misma pasión que lo hacía en el bar, o incluso con más, porque ahora acompañaba sus besos con caricias y jadeos entrecortados que hicieron que Lucía olvidase sus intenciones de volver a casa.

Juan se levantó del sofá y la tomó de la mano. La fue conduciendo hasta el dormitorio mientras la continuaba besando. Lucía se abandonó a aquel juego agradable, se dejó acariciar y acarició, se dejó besar y besó, se dejó desnudar y desnudó. Cuando llegaron a la cama cayeron sobre ella entre risas y jadeos y terminaron haciendo el amor mucho después de haber disfrutado de juegos excitantes. Luego, cansados y con la mente un poco embotada por el alcohol, se acabaron durmiendo.

Lucía despertó cuando ya el sol se colaba por la ventana. Al principio se desperezó un poco sin saber muy bien dónde estaba, pero pronto recordó la noche anterior. Miró a su lado y vio que Juan ya no estaba. Tomó su móvil y llamó a su abuela. La tarde anterior la había avisado de que llegaría tarde, pero a lo mejor la mujer se asustaba si al levantarse comprobaba que todavía no estaba en casa. Cuando la abuela descolgó le dijo que se le había hecho muy tarde, que se había quedado a dormir en casa de una compañera del instituto y que regresaría a casa a lo largo de la mañana. Cuando cortó la comunicación se puso una camiseta que estaba por allí encima y salió de la habitación en busca de Juan. Lo encontró en la cocina, preparando el desayuno, haciendo café y tostando pan en la tostadora. La recibió con una sonrisa.

–Buenos días – le dijo – no quise despertarte. ¿Qué tal has dormido?

–Como una bendita.

–Me alegro. ¿Te apetece desayunar? Tengo mermelada de grosella que hace mi madre. Está buenísima.

Lucía asintió y se sentó a la mesa. Se sentía un poco violenta. Tan vez porque no tenía la suficiente confianza con Juan. Lo de anoche había sido una divertida locura, pero nada más, al menos eso pensaba ella y esperaba que él también. No deseaba equívocos. Le había besado para hacer ver a Lázaro que lo de que tenía novio era verdad, aunque no lo fuera, y el beso les había llevado hasta la cama, pero hasta ahí quería llegar.

Mientras untaba la mermelada en la tostada pensaba en el modo de decirle a él todo aquello que se le pasaba por la mente, pero no fue necesario, porque él le tomó la delantera.

–Lucía, lo de anoche.... no fue.... bueno no quiero que pienses....

No le salían las palabras, o no se atrevía a decirlas por lo que ella pudiera pensar, y entonces se echó a reír, con lo que consiguió sacar hierro al asunto.

–No pienso nada. Lo de anoche fue muy divertido, pero nada más. Ni yo estoy enamorada de ti ni tú de mí. Simplemente las circunstancias nos empujaron a la cama.

Juan suspiró y sonrió.

–Uf.... no sabía cómo decirlo. Yo no estoy acostumbrado a hacer estas cosas y no me gustaría que ninguno de los dos malinterpretara lo ocurrido.

–Yo tampoco. Si te soy sincera es la primera vez que lo hago, pero me ha gustado, me lo he pasado bien. Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de una buena sesión de sexo.... Y... bueno, espero que mi ex ahora por fin me deje tranquila. Ya ha visto que tengo novio, aunque sea postizo.

Mientras desayunaban a Juan se le vino a la memoria, sin motivo aparente, su amigo Pedro y la conversación mantenida con él semanas atrás, cuando él le había planteado la posibilidad de que las chicas, las Lucías de las que ambos hablaban, fueran la misma persona. Movido por la curiosidad, quiso hacerle preguntas y así fue reconduciendo la conversación como pudo. Le preguntó si llevaba mucho tiempo dando clase en aquel instituto.

–Este es mi segundo año. Me gusta y no creo que me vaya. Me queda bastante cerca de casa y el ambiente es bueno.

–¿Y antes? ¿En qué instituto estabas?

–En el María Moliner. También estaba bien, lo que pasa es que cuando rompí con Lázaro quise romper también con la rutina de mi vida y me marché a un pueblo de Galicia. Mis intenciones eran quedarme allí definitivamente, pero ocurrieron algunas cosas y.... tuve que volver. La verdad es que últimamente no tengo demasiada suerte en las relaciones personales.

Juan comenzaba a sospechar que el comentario inocente que le había hecho a Pedro durante aquella charla en el bar podía ser más real de lo que se imaginaban. Lucía venía de un pueblo de Galicia, como Pedro. Quiso tirarle de la lengua un poco más, aunque se sentía un poco inquieto y no deseaba que la chica pensara que la estaba sometiendo a un interrogatorio.

–¿Por qué dices eso? Eres una chica encantadora, bonita...

–Gracias por tus cumplidos, pero es lo mismo. Me gustaría encontrar a alguien a quién querer y que me quiera y …. iba decir que no soy capaz, pero no, sí que lo soy, porque lo encontré, y lo perdí.

–¿Lázaro?

–No, Lázaro no. Se llamaba Pedro y le quise con locura, pero tuvo que elegir, y no me eligió a mí.

No cabía duda, era ella.



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